Defender
a Bolívar (IV)
¿Pero
es que acaso Bolívar no tiene quien lo defienda?
Imagínense
que vaya a creerme yo -simple ciudadano- el defensor del Libertador Simón
Bolívar, si entre quienes lo han defendido están las mentes más destacadas,
virtuosas, trascendentes; los espíritus más elevados, rutilantes, magnéticos,
han cantado a su gesta y su gloria, como lo hizo Juana de América: “A Bolívar habría que cantarle con la garganta de los
vientos y el pecho del mar.”
Uno de
los primeros en defender a Bolívar fue el General en Jefe Rafael Urdaneta, su
más leal compañero, que en 1826 advertía la presencia de intrigas y divisiones
enfiladas a destruir el proyecto emancipador por el que lucharon toda la vida;
dijo: “Su nombre es ya propiedad de la historia, que es el provenir de los
héroes”.
Como
hemos dicho antes, su maestro Simón Rodríguez fue también pionero en la defensa
de El Libertador, quizás quien mejor supo leer la trayectoria de su
personalidad, habiéndolo conocido de niño, compartido viajes y debates cuando
joven, y acompañado en sus días de estadista: “Hombre perspicaz y sensible...
por consiguiente delicado. Intrépido y prudente a propósito... contraste que
arguye juicio. Generoso al exceso, magnánimo, recto, dócil a la razón...
propiedades para grandes miras. Ingenioso, activo, infatigable... por tanto,
capaz de grandes empresas. Esto es lo que importa decir de un hombre, a todas luces
distinguido, y lo solo que llegará de él a la posteridad. El día y la hora de
su nacimiento son de pura curiosidad. Los bienhechores de la humanidad, no
nacen cuando empiezan a ver la luz; sino cuando empiezan a alumbrar ellos”,
decía Rodríguez.
No
sólo sus amigos y camaradas fieles le hicieron loas. El destacado General
español Pablo Morillo exaltó su liderazgo y capacidad militar: “Bolívar en
un solo día acaba con el fruto de cinco años de campaña, y en una sola batalla
reconquista lo que las tropas del rey ganaron en muchos combates… La suerte de
Venezuela y de Nueva Granada no puede ser dudosa... Estos prodigios, que así pueden
llamarse por la rapidez con que los han conseguido, fueron obra de
Bolívar y un puñado de hombres.”
El
francés, Alejandro Lameth, le escribió a Bolívar desde París, el 3 de abril de
1826, valorándolo como “el primer ciudadano del mundo”. En el sur de Suramérica,
José Enrique Rodó superó todo alegato con su preciosa exégesis: “si el
sentimiento colectivo de la América libre y una no ha perdido esencialmente su
virtualidad, esos hombres, que verán como nosotros en la nevada cumbre del
Sorata la más excelsa altura de los Andes, verán, como nosotros también, que en
la extensión de sus recuerdos de gloria nada hay más grande que Bolívar”.
Personaje
de raigal distinción como Juan Bautista Túpac Amaru, de los Incas que
defendieron su nación originaria, dejó para la antología de la dignidad de los
tiempos, su conmovedor testimonio: “Si ha sido un deber de los amigos de la
Patria de los Incas, cuya memoria me es la más tierna y respetuosa, felicitar
al Héroe de Colombia y Libertador de los vastos países de la América del Sur, a
mí me obliga un doble motivo a manifestar mi corazón lleno del más alto júbilo,
cuando he sido conservado hasta la edad de ochenta y seis años, en medio de los
mayores trabajos y peligros de perder mi existencia, para ver consumada la obra
grande y siempre justa que nos pondría en el goce de nuestros derechos y
nuestra libertad; a ella propendió don José Gabriel Tupamaro, mi tierno y
venerado hermano, mártir del Imperio peruano, cuya sangre fue el riego que
había preparado aquella tierra para fructificar los mejores frutos que el Gran
Bolívar había de recoger con su mano valerosa y llena de la mayor generosidad…”
Desde
China nos llegó la opinión que estudiosos de la Historia ya habían consolidado
en la década del ochenta del siglo XX, como lo expuso el estudioso Sa Na en el
Congreso Bicentenario de Simón Bolívar en 1983: “Por sus brillantes hazañas
realizadas en los inicios del siglo pasado para el movimiento de independencia
de América Latina, por su pensamiento y pronunciamiento político en favor de
conducir a los diversos pueblos hacia el camino de la democracia, la libertad,
el republicanismo, y la unidad entre estos mismos pueblos, Simón Bolívar no
solamente ha ganado la gran admiración y elogio de los pueblos
latinoamericanos, sino también el respeto y cariño de todos los pueblos del
mundo”. (No deja de asombrarme que El Libertador habló de China en 1815)
La
defensa de Bolívar -que algunos creen innecesaria y otros consideran una
repetición mecánica de crónicas más que de argumentos- se plantea en este
tiempo como la eterna lucha por la verdad; no como dogmática invocación
moralista, sino porque es la única ruta legítima a la liberación duradera. Esta
lucha nos enfrenta a los omnipresentes muros de la ignorancia y la desinformación.
El sistema opresor internacional lo sabe, lo calcula, lo planifica, y lo
perpetra.
Pausemos
el calendario para recordar una carta que El Libertador envió a Rafael Urdaneta
el 30 de julio de 1830: “Remito a Usted un papel de México donde se habla del
tribunal, del juez, del consejo y de mí, que sentenciamos a Santander. Lo que
dice este papel es poco más o menos lo que se repite en Estados Unidos y aun en
Europa.”
Bolívar
se manifiesta agobiado por la manipulación que se hacía de la opinión pública
en su contra por el juicio a los complotados en la “Noche Septembrina”,
especialmente en el caso de Santander, a quien se trató benévolamente,
suavizando las sanciones que los mismos decretos dictados por éste en su
gestión como vicepresidente preveían: “Debe manifestarse que ésta era la ley
por la cual se juzgaba a los facciosos en tiempos de Santander, y que nosotros
no hemos hecho más que continuarla y aplicársela a su autor”, escribía El
Libertador.
Desde entonces
la elite estadounidense orquestó la transnacional antibolivariana.
Deben darse
a conocer a las nuevas generaciones los pormenores de aquellos acontecimientos,
tal como lo pidió el propio Libertador, “para que se aclaren con todos los
rayos de luz”. Porque no se trata de un empeño fanático la búsqueda de la
verdad histórica, sino de una necesidad de justicia y emancipación de las
conciencias. En una tarea prioritaria de los pueblos que luchan por su
liberación.
Yldefonso
Finol
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