domingo, 30 de enero de 2022
domingo, 23 de enero de 2022
CAMARADERÍA
Camaradería
Hace falta más camaradería. Si nos unen los ideales,
las luchas, el proyecto de país, la visión de humanidad, ¿por qué han de
separarnos circunstancias pasajeras?
Si hemos convergido en la entrega a una causa
trascendente, y tenemos los mismos enemigos que se ensañan contra nuestros
sueños, ¿por qué nos distancian prejuicios vanos?
Camarada es quien comparte riesgos y esfuerzos,
entonces hemos de cuidarnos mutuamente. Si comprometemos nuestras mejores
energías al lado de los humildes, ¿por qué de pronto mirarnos con desconfianza
y desprecio?
Si no hay camaradería se destruye el movimiento. Se
desvanece la fuerza interna que es el soporte de la organización. La unidad es
la madre de todas las victorias, la división es la causa principal de las derrotas.
La división resta, la suma multiplica. Así enseña la historia de las
revoluciones.
Si no somos capaces de practicar la igualdad entre
camaradas, ¿cómo prometemos construir una sociedad igualitaria?
Si se es indiferente al destino personal de un compañero
o una compañera, algo se rompe en la cohesión afectiva de la militancia. Esto
no es un asunto menor en una sociedad impuesta desde siglos por el
individualismo egoísta. La utopía humanista sobre la que se levantan todas las
luchas justas, entra en el nebuloso y triste universo de la duda. ¿Cuál certeza
se trasmite al semejante cuando se desdeña su realidad concreta?
El proyecto socialista como convocante colectivo
requiere manifestarse en actos palpables de solidaridad: ese sentimiento que
nos mueve a tener empatía con el prójimo en sus dificultades y extenderle una
mano, que es el mensaje del amor que alivia y da esperanzas.
No se trata de la misericordia con “masas” anónimas depauperadas,
como ritual de consolación; menos de soluciones burocráticas escurridizas que muchas
veces se pierden en los abismos de la ineficacia y la corrupción.
Necesitamos más camaradería y menos prepotencia. Las complicidades
crean grupos de intereses que no tienen por misión el cambio social. La megalomanía
es contagiosa.
La teoría clásica recoge que el partido revolucionario
debe ser germen donde se gesten las nuevas relaciones igualitarias de la futura
sociedad socialista.
Sin camaradería no se fertilizarán los espacios donde
esta premisa sea posible.
La camaradería es la capacidad de amar a quienes nos unen
las convicciones de un mundo mejor. Si no se cultiva esa virtud, los lazos de
fraternidad se debilitan, la lealtad es desplazada por la conveniencia, y los
objetivos altruistas que guían la revolución, son burlados por el pragmatismo
más atroz.
No dejemos que se deshumanice la pertenencia a un
colectivo histórico bajo el apelativo de “maquinaria”. No roboticemos con
slogans manidos la insustituible cohesión ideológica. Repensar la política es
tornar a raíces un tanto extraviadas.
Rescatar la camaradería es una necesidad espiritual
urgente en la militancia bolivariana de Venezuela.
Yldefonso Finol
martes, 18 de enero de 2022
URDANETA VS OJEDA. TERCER ASALTO. HABLAN TESTIGOS DE LA HISTORIA.
La tarea descolonizadora: de cuando el General en Jefe de los Ejércitos de la República, Rafael Urdaneta, tuvo un duelo a muerte con un tal Alonso de Ojeda
Tercer
asalto: testigos de la historia
I
Tiene la palabra El Libertador Simón Bolívar.
“Yo, Simón Bolívar, declaro bajo juramento de honor,
que conozco de vista y trato al ciudadano Rafael Urdaneta desde el 26 o 27 de
febrero de 1813, si no recuerdo mal, justo antes de que triunfáramos juntos en
la Batalla de Cúcuta del día 28 de aquel mes y año. En todo este tiempo –que ya
es bicentenario- he constatado al General en Jefe Rafael Urdaneta como el más
firme y sereno oficial del Ejército Libertador. Este honorable venezolano,
oriundo de Maracaibo, ha sido el eje de mis operaciones militares y sobre el
cual gira la rueda de la Patria. Desde 1810 constantemente ha estado en campaña
y en todas ocasiones ha manifestado su absoluta consagración a la República y
sus virtudes militares que le han merecido siempre la estima pública y la
confianza del Gobierno. Tengo por cierto que al General Urdaneta no hay quien
lo sustituya; le he llamado el Brillante por tener brillo propio y destacar
entre la alta oficialidad por su exigente disciplina e impecable ética militar,
también por su capacidad de tomar decisiones autónomas con absoluta prudencia y
tino, como cuando logró heroicamente salvar los restos del ejército con la
retirada admirable al caer la Segunda República. Mi amigo entrañable, el más
leal entre los leales, tiene más guáramo del que se pueda imaginar: hacer preso
a Arismendi en su propio feudo margariteño, disciplinar a los alborotadores
ingleses, traerse a Sucre de las filas mariñistas cuando la patraña del
Congresillo de Cariaco, confrontar a los traidores de la Noche Septembrina
controlando la ciudad a riesgo de su propia vida para salvar la mía, y darse el
tupé de tomar el poder en Bogotá en septiembre de 1830 para ofrecérmelo
insistentemente cuando yo partía definitivamente. Urdaneta es el símbolo de la
lealtad más pura a los intereses de nuestro pueblo. Al conocernos me dijo que
si con dos bastaba para emancipar la Patria él me acompañaría, y ha vivido
honrando esa promesa cada día de estos largos años de lucha. Rafael Urdaneta es
bueno en todo. Las tareas más difíciles se las he encomendado con la seguridad
más absoluta porque sé que no fallará. Recuerdo cuando le encomendé defender a
Valencia hasta morir, y con doscientos soldados hambrientos resistió tres
embestidas de los bárbaros de Boves que eran dos mil. Es que Urdaneta sabe
entregarse a cada misión con un esmero sin par: el mejor militar, parlamentario
insigne, diplomático audaz, gobernante eficiente y pulcro administrador,
campeón de la logística y la disciplina, capaz de organizar una división de dos
mil efectivos en tres meses luego de tomar Maracaibo con una acción de
inteligencia perfecta en los umbrales de 1821. Ni siquiera las terribles
dolencias que le han aquejado desde sus días de guerrillero en Casanare lo
detuvieron en su compromiso con los ideales de independencia, igualdad y buen
gobierno. Por todo esto no dudé en prevenir en agosto de 1820 que tomase
Urdaneta el Mando en Jefe del Ejército ante cualquier contingencia que me
separase a mí de la jefatura, y siempre estuve convencido de su condición
presidenciable.”
II
Tiene la palabra el siguiente testigo que manifiesta
haber conocido al tal Alonso de Ojeda.
“Este es mi testimonio fehaciente que juro como hombre
de Dios, porque supe de Hojeda desde los primeros días que llegué a estas islas
de Indias: Al cabo, cuando plugo a Dios, no mucho después de lo dicho, que
fuesen cumplidos sus días, murió en esta ciudad de Santo Domingo de su
enfermedad, paupérrimo, sin dejar un cuarto para su entierro, según creo, de
cuanto había rescatado y robado de perlas y oro a los indios, y de ellos hechos
esclavos muchas veces que a Tierra Firme había venido. Mandó que lo enterrasen
a la entrada, pasando el umbral, luego allí, de la puerta de la iglesia y
monasterio de San Francisco, recibido había, porque, como dije, yo lo vi suelto
y libre y sano pasear por esta ciudad, y después, ya salido de aquí, oí ser
fallecido. Este fue el fin de Alonso de Hojeda, que tantos escándalos y daños
en esta isla (como el libro I queda dicho) hizo a los indios. Este fue el
primero que hizo la primera injusticia en esta isla, usando de jurisdicción que
no tenía, cortando las orejas a un señor rey y cacique, que con mayor y más
cierto derecho, jurisdicción y justicia propia, por el derecho natural
concedido, pudiera a él y los que con él iban, y al mismo Almirante que los
envió, como a injustos y violentos tiranos, invasores de los reinos y tierras y
señoríos ajenos, justificar y hacer pedazos. Hojeda fue también el que por maña
y cautela o por manera ilícita prendió y trajo a la Isabela preso al rey
Caonabo, que se ahogó estando en cadenas en cierto navío para llegar a
Castilla, contra toda justicia y razón. Este fue asimismo el que infestó a
Tierra Firme, y a otras de estas islas, que, nunca le ofendieron, y llevó de ellas
muchos indios a vender por esclavos a Castilla, como queda en el primer libro
dicho. Y finalmente, lo que ahora en este su postrero viaje por la provincia de
Cartagena y el golfo de Urabá hizo y fue causa que Nicuesa hiciese, con otros
muchos insultos, que si yo cayera en los tiempos pasados en ello, pudiera de él
mismo saberlos y de otras muchas personas que con él anduvieron, para
referirlos. Y porque no cometió menos que otros (al menos que los de aquellos
primeros tiempos, porque de los que después sucedieron otros le excedieron
ciento por uno), pudiera y debiera padecer otro más desastrado fin, pero yo lo
atribuyo que por honra de la Madre de Dios, de quien se afirmaba ser muy
devoto, quiso dispensar con él la divina justicia en que muriese en su paz y en
su cama, quito de baraúndas, para que tuviese tiempo de llorar sus pecados, en
esta ciudad de Santo Domingo. Y plega o haya placido a Dios de haberle dado
conocimiento, antes de la muerte, de haber sido pecados los males que hizo a
indios. Firmo para que quede constancia expresa de la veracidad de lo que aquí he
narrado, Fray Bartolomé de las Casas, Obispo de Chiapas”.
III
Vistas estas dos declaraciones trascendentes para este
proceso, se cierra la sesión para su concienzudo análisis, y se convoca para el
cuarto y último asalto este 19 de enero de 2022.
Yldefonso Finol
jueves, 13 de enero de 2022
LA TAREA DESCOLONIZADORA. DUELO A MUERTE DE URDANETA VS ALONSO DE OJEDA. SEGUNDO ASALTO.
La tarea descolonizadora: de cuando el General en Jefe de los Ejércitos de la República, Rafael Urdaneta, tuvo un duelo a muerte con un tal Alonso de Ojeda (II)
Segundo
asalto: la “banalidad del mal”
La mentalidad colonizada, en la inmensa mayoría de
casos, no sabe su estado, es inconsciente de los juicios que emite por seguir
una tradición que asimiló del entorno cultural dominante. Repite lo que le
“enseñaron” (inculcaron) y suscribe sin indagación o la más elemental
reflexión, todo cuanto le ate al sistema de nociones vacías que “normalizan” su
existencia. Parte importante de esa “normalidad” consiste en rechazar -con más
o menos virulencia- toda propuesta que invite a revisar o cuestionar lo
establecido.
Interesante echar una mirada a las disquisiciones de
Hannah Arendt acerca de la “banalidad del mal”, explicada a partir de la falta
de pensamiento (autónomo) de la persona. “En la semántica arentiana el
pensamiento corresponde a la actividad espiritual de la autorreflexión”,
enfocándose en el ámbito ético-político del pensamiento individual por su
función preventiva. “Arendt no considera que el pensamiento garantice actuar
bien, ni siquiera considera que nos pueda garantizar alguna definición
universal del bien y del mal, ni la máxima altura de algún otro ideal, sea la
verdad absoluta, la felicidad perfecta, el bien público, la paz perpetua o
cualquier otro; más bien supone que por falta de pensamiento el hombre puede
caer en la estupidez, que puede ser tanto o más peligrosa que el sadismo
declarado.” (Sissi Cano, Horizonte, Belo Horizonte, v. 3, n. 5, p. 101-130, 2º
sem. 2004)
Según la filósofa de origen judío-alemán,
nacionalizada estadounidense, la falta de reflexión hace a las personas
fácilmente manipulables “por cualquier concepto frívolo de lo bueno y de lo
malo; banalidad que no minimiza la crueldad de sus efectos”. (Idem)
En el asunto que nos ocupa de la lucha descolonizadora,
la capacidad de discernir no sólo dependerá de la reflexión espontánea de los
individuos, si no que exigirá también la investigación del proceso histórico
que nos trajo a la realidad oprobiosa que queremos modificar.
La tarea descolonizadora de la conciencia colectiva
tiene varias características que la complejizan per se:
-
Es
necesaria, pertinente e impostergable. Porque habiéndose implantado los dogmas
colonizadores a través de diversos mitos alienantes (historiográficos,
idiomáticos, culturales, religiosos, estéticos), durante un larguísimo periodo
de medio milenio, con instituciones profundamente instaladas socialmente, y
ante la evidencia contundente de la inviabilidad de la construcción de una
nueva civilización (ética, ecológica, humanista-igualitaria, independiente de
imperialismos), bajo el predominio de los antivalores impuestos: racismo,
supremacismo, sectarismos religiosos, eurocentrismo, sacralización del mercado,
dependencia, subdesarrollo, neocolonialismo, consumismo, individualismo,
mercantilización de las personas, enajenación capitalista; es urgente la puesta
en práctica de una masiva pedagogía liberadora, que comienza por el viejo
debate de si los originarios habitantes de este continente son o no seres
humanos; o incluso, si este continente estaba o no habitado a la llegada de los
barcos de Colón, para que se hayan acuñado como incuestionables los títulos de
“descubridores” y “fundadores” otorgados a los recién llegados.
-
Es
parte inseparable de la “batalla de ideas”. Estamos ante una contradicción
ideológica que no se resuelve ni a tiros ni a votos: se trata de una tarea
estrictamente educativa, comunicacional, cultural. Quienes promulgamos la
descolonización de las conciencias no buscamos vencer, estamos obligados a
convencer; aunque hay que decirlo claramente, porque no somos ingenuos, quienes
nos adversan sí pueden llegar al extremo de ejercer la violencia en defensa de
lo que consideran verdades pétreas, eternas, incuestionables, sagradas. El
olvido y la negación del genocidio contra los pueblos originarios juegan como
“excusas” para la arremetida de nuevo cuño intentada por una derecha ideológica
transnacional, con sus expresiones específicas en nuestras latitudes.
-
Es una
lucha de largo plazo. La urgencia de emprenderla ya, no implica que sus
resultados se obtendrán de inmediato. Toda transformación cultural conlleva
periodos de debate, propagación de las nuevas ideas, redefinición de conceptos,
desmontaje de mitos alienantes, argumentación de razones, modificación de
sentires, despertares ante la perplejidad, en fin, rupturas epistemológicas,
como dirían mis amigos sociólogos. Y todo eso requiere de mucha labor docente
por parte del liderazgo que propone la descolonización.
-
El
derecho de los pueblos a la memoria histórica. Cada vez más contingentes de
personas se unen en la convicción de que es importante el conocimiento de los
hechos pasados que definieron el presente de la humanidad. Pero seguimos siendo
una pequeña minoría. Coinciden en ello teóricos de la historia, experimentados estadistas,
la doctrina contenida en Resoluciones de Naciones Unidas y hasta el Papa
Francisco. Como dice Saramago: “Hay que recuperar, mantener y transmitir la
memoria histórica, porque se empieza por el olvido y se termina en la
indiferencia”. Las crónicas locales y de movimientos sociales, las historias de
conflagraciones o del desarrollo tecnológico, todo interesa a un mundo donde la
información fluye vertiginosa entre una colectividad más exigente y acuciosa. Comprender
e interpretar los fenómenos socioeconómicos y geopolíticos son una necesidad
concreta de millones de seres humanos en el planeta, a pesar de la absorbente
cotidianidad material. De allí que sectores retrógrados apuesten a la
“banalidad del mal”, mientras ocurren microrrevoluciones resemantizadoras como
la que hemos presenciado recientemente en una frase lapidaria de López Obrador:
“Me dio gusto constatar la decadencia de Vargas Llosa”.
-
Autocrítica.
La tarea descolonizadora debe partir del reconocimiento que hemos llegado muy
tarde y con poco brío a emprenderla. En el caso venezolano no se asumió con
valentía desmontar las falacias colonialistas. La flojera intelectual y el
relajo frente a costumbres enajenantes, características típicas de una
burocracia capitalina paquidérmica, dejó que la inercia gobernara el sistema
educativo-cultural, con la excepción de reductos críticos las más de las veces
marginados. No se implementaron programas para documentar al profesorado ni se
elaboraron materiales formativos para el alumnado. Los medios públicos
despilfarran horas que son décadas rumiando estilos enlatados, sin atreverse a
proponer contenidos y estéticas revolucionarios más allá de la cobertura a la
pauta gubernamental.
Por estas realidades, un hecho de tanta trascendencia
como el rescate del nombre originario del pueblo añú Paraute, incendiado por el
imperialismo petrolero el 13 de noviembre de 1939, que el pitiyanqui López
Contreras había suplantado oprobiosamente por “Ciudad Ojeda”, y haber
renombrado la capital del municipio Lagunillas del estado Zulia en la República
Bolivariana de Venezuela, con el honroso epónimo del Prócer de la Independencia
Rafael Urdaneta, no tuvo ningún eco en las mediática regional y nacional, ni se
hicieron los esfuerzos propagandísticos y educativos necesarios para posicionar
la nueva nomenclatura.
Retomando el concepto de la “banalidad del mal”, al
observar la intención autómata de restaurar la humillante nombradía colonialista-imperialista,
propongo estas preguntas para pensar:
¿Qué hizo el tal Alonso de Ojeda que merezca llevar su
nombre una ciudad a la orilla del Lago Maracaibo? ¿Si este personaje “descubrió”
el Lago, “quedando maravillado”, por qué nunca volvió por estas aguas? ¿Alguien
que “descubre” este gigantesco reservorio de agua dulce, con todas las
maravillas paisajísticas que ya han cantado cientos de poetas y juglares, de
verdad preferiría irse de “gobernador” del Cabo de la Vela?
¿Por qué López Contreras, que fanfarroneaba
patrioterismo, prefirió el nombre de un total desconocido al de alguna figura
egregia del país o la región? ¿Por qué no pensó en Pedro Lucas Urribarrí, marino
y guerrero patriota, héroe de la Batalla Naval del Lago, nativo de la Costa
Oriental, por ejemplo? ¿Qué ideología dominaba las conciencias de aquel absurdo
dictador que parecen compartir respetables ciudadanos en la actualidad?
¿Nos parecería “normal” que Rusia bautizara alguna de
sus ciudades con el nombre de Wilhelm Ritter von Leeb? ¿O que China nombrara “Nueva Japón” a la
región invadida por los nipones en su afán de expansión a partir de 1937? ¿O que
la plaza principal de Israel se llamara Adolf Hitler?
El ser humano se diferencia del resto de los animales
por la capacidad de pensar. No desperdiciemos ese “don” natural. Pensar es
existir. La máxima de Descartes nos convida a pensar para ser. Hannah Arendt
nos pide pensar para salvarnos de las “banalidades del mal”.
Yldefonso Finol
miércoles, 12 de enero de 2022
LA TAREA DESCOLONIZADORA: DUELO A MUERTE DEL GENERAL EN JEFE URDANETA CON UN TAL "OJEDA" (I)
La tarea descolonizadora: de cuando el General en Jefe de los Ejércitos de la República, Rafael Urdaneta, tuvo un duelo a muerte con un tal Alonso de Ojeda
Primer
asalto: los contendientes
Rafael José Urdaneta Farías nació en la Capitanía
General de Venezuela, Provincia y ciudad de Maracaibo en 24 de octubre de 1788.
Sus ancestros paternos de origen vasco vivían en la región del Lago “Tinaja del
Sol” desde 1666, aproximadamente.
Alonso de Ojeda, vino de España a las Indias (primeras
islas ocupadas por la invasión hispana) en el segundo viaje de Cristóbal Colón;
unos dicen que nació en Cuenca, otros que en “un lugar cercano de Oña”, del
cual tomó su apellido.
Rafael Urdaneta fue un Prócer de la Independencia de
Nuestra América, que se inició muy joven en las filas patriotas al estallar en
Bogotá el movimiento de liberación el 20 de julio de 1810. Se unió con sus
tropas de Cundinamarca a Bolívar antes de la Batalla de Cúcuta del 28 de
febrero de 1813 e iniciaron juntos la Campaña Admirable. Salvó su parte del
ejército al caer la Segunda República, y con esa acción, retirándose desde San
Carlos hacia Nueva Granada, retomó -al lado del Libertador- a Bogotá que estaba
seccionada de la Unión y aseguró la futura liberación de Venezuela.
Alonso de Ojeda, ambicioso invasor, hizo su primera –y
única- incursión en el Lago Maracaibo (hecho que se sobreentiende por el mapa
de Juan de la Cosa y algunos pasajes de las cartas de Américo Vespucio
publicados posteriormente) el 24 de agosto de 1499 por muy pocos días y siguió
su recorrido por las costas de la península Guajira hacia el oeste, llegando a
la fachada caribeña de la actual Colombia (suficientemente demostrado que el 5
de septiembre ya estaba en Yáquimo, actual República Dominicana). Dos cosas a
destacar de esa expedición: 1) se produjo la primera masacre perpetrada por los
invasores en tierra firme, conocida en la historiografía nacional como “Puerto
Flechado” (“probaron el filo de nuestros fierros”, se jacta Vespucio), de
ubicación imprecisa todavía, aunque diversos cronistas lo creen cercano al
Golfo Triste, y otros lo establecen luego de pasar la península de Paraguaná,
es decir, en la orilla oriental del Golfo de Venezuela, y 2) comenzó el robo de
los bienes de nuestros antepasados, confesado por el propio Américo Vespucio en
sus cartas: “tenían en sus casas abundante algodón y palo de brasil, tomamos de
ambos lo que quisimos”. Así se inició el genocidio y el saqueo en nuestra Abya
Yala (nombre del continente en el idioma del pueblo guna).
Rafael Urdaneta fue el estratega de la liberación de
Maracaibo el 28 de enero de 1821, donde logró tomar la plaza sin derramamiento
de sangre ni destrucción de la planta física, eso que Sun Tzú llama “la batalla
perfecta”. Libertador de Maracaibo y Coro en los días previos a la Batalla de
Carabobo, donde llevó un ejército de 2000 efectivos (un tercio del total) a
pesar de sus terribles dolencias reumáticas y abdominales (piedra de la vejiga)
que lo obligaron a quedar en Barquisimeto por órdenes estrictas de Bolívar. En
esas operaciones gloriosas ganó su ascenso a General en Jefe, antes, incluso,
de la inmortal Batalla.
Alonso de Ojeda fue el cruel perseguidor de los
taínos, originarios de las islas Haití, Cuba, Borinquén, y otras, donde se
consumó el primer genocidio contra los pueblos originarios y comenzó la
esclavitud; fue de los primeros en llevar esclavos indígenas a España. Son
incontables sus crímenes, entre los que destacan por aberrantes, quemar vivas
familias enteras dentro de sus bohíos, los suplicios y torturas a que sometían
a los nativos para obtener información sobre cómo conseguir oro, y las
violaciones de niñas que era el colmo de las adicciones de estos invasores
depravados.
Rafael Urdaneta, gobernó el Zulia en dos ocasiones con
el mayor decoro y la mejor eficacia, como cumplió todas las tareas en su fértil
carrera de servidor público. Intendente y Comandante de Armas de aquel Zulia
que iba desde Coro hasta Táchira, fue pionero en alfabetizar la tropa y crear
bibliotecas, obras públicas, transportes novedosos como el barco a vapor, vías
de penetración rural, servicios de salud, siempre atento de mantener la
disciplina social y en buen resguardo de enemigos a la Patria.
Alonso de Ojeda ni siquiera volvió al Maracaibo en su
segundo viaje de 1502 a las costas de la actual Colombia, donde vino como
efímero “gobernador” de Coquibacoa (nombrado el 8 de junio de 1501); aclarando
que este término no se aplicaba al Lago si no a la península hoy llamada
“Guajira” (Chichibacoa o Coquibacoa); de hecho su campamento bautizado “Santa
Cruz”, considerado por la mayoría del gremio historiador el primer asentamiento
español en tierra firme, se ubicó en la cara occidental de la península, más
allá del Cabo de la Vela.
Rafael Urdaneta fue quien dijo al asumir el cargo de
Comandante General de Cundinamarca en 1823: “mi patria Maracaibo”, refiriéndose
no sólo a la ciudad-puerto, si no a la región del gran lago: la antigua
Provincia de Maracaibo donde nació y se crio.
Alonso de Ojeda fue quien en 1508 obtuvo en las Juntas
de Burgos una concesión que se extendía del Cabo de la Vela al golfo de Urabá;
en esas andanzas, adentrados hacia Turbaco, murió el cartógrafo Juan de la Cosa,
y el mismo Ojeda salió mal herido, flechados ambos por la nación autóctona que
legítimamente les opuso resistencia. El Ojeda logró regresar a Santo Domingo,
donde derrochó fama de mezquino, tramposo y pendenciero, hasta su muerte
acaecida entre diciembre de 1515 y enero de 1516.
Nuestro General en Jefe Rafael Urdaneta no ahorró
sacrificios por la Patria. Su vida es un templo de virtudes para todas las generaciones.
Si sólo tener que compararlo (por urgente obligación) con cualquiera, ya ofende
la más elemental inteligencia, cómo será de denigrante que haya apologistas de
un criminal atroz, que pidió por lecho de imposible expiación, ser pisoteado
con desprecio por sus semejantes.
Yldefonso Finol (…continuará)