La Doctrina del “Descubrimiento”: desmontando el glosario de la autoflagelación colonialista
El
lugar común más difundido durante cinco siglos y treintaiún años dice: “Colón
descubrió América”. Tres palabras que resumen una historia de falacias y
crímenes de lesa humanidad. El continente Abya Yala -como le llamamos gracias
al pueblo guna- fue descubierto endógenamente hace más de veinte mil años (el
tiempo estimado sigue siendo tema de indagación y debate) por otros seres
humanos que desarrollaron una gran diversidad de naciones, idiomas y
civilizaciones.
Descubrimiento
es la categoría primaria que el opresor dominio colonial concibió para “legitimar”
el despojo perpetrado por el Imperio Hispano contra los pueblos originarios,
aplicada en otras latitudes invadidas por las monarquías europeas en expansión.
Esta palabra centra su trampa ideológica en que todo comienza con la llegada de
los invasores. Nadie sino ellos, poseen el don de “descubrir”. Sólo su mirada
da existencia a la inmensa morfología planetaria.
Se
trasmitió de generación en generación la certeza de que el europeo nos “descubrió”,
como si antes no hubiésemos existido o -peor aún- no tuviésemos conciencia de
nuestra propia existencia. Por siglos se consolidó la versión colonialista que
garantizaba la sujeción a la perspectiva eurocéntrica: esto es la colonialidad.
Se equivocan
quienes crean que este es un tema del pasado. Miremos el mapamundi y
constataremos que los países que hoy padecemos el problema de la dependencia y
las inequidades más extremas de la sociedad capitalista, somos precisamente
aquellos que sufrimos la invasión europea (incluyo al imperialismo gringo): el
concepto “países en desarrollo” y el propio “subdesarrollo”, son creaciones
ideológicas del imperialismo, que disfrazan la dependencia, y presuponen un
único destino: el modelo capitalista occidental.
Esta realidad
es la secuela material de la colonialidad, que, en el campo espiritual, se
sostiene por el culto a lo colonial, la reverencia al señorío civilizatorio
eurocéntrico.
La
“doctrina del descubrimiento” vino implícita en las Capitulaciones de los Reyes
Católicos otorgadas a Cristóbal Colón el 17 de abril de 1492 en el campamento
militar antiárabe de Santa Fe, en la Vega de Granada: “Las
cosas publicadas y que Vuestras Altezas dan y otorgan a D. Cristóbal Colón en
alguna satisfacción de lo que ha de
descubrir en las mares Oceanicas, del viaje que agora, con la ayuda de
Dios, ha de hacer por ellas en servicio de Vuestras Altezas, son las que
siguen: Primeramente,
que vuestras Altezas, como señores que son de dichas mares Océanas, hacen desde
agora al dicho D. Cristóbal Colón su Almirante en todas aquellas islas y
tierras firmes que por su mano o industria se descubrieren o ganaren en las dichas mares Océanas, para durante su
vida, e, después de él muerto, a sus herederos o sucesores, de uno en otro
perpetuamente, con todas aquellas preeminencias y prerrogativas pertenecientes
al tal oficio. Vuestras Altezas hacen al dicho D. Cristóbal Colón su virrey y
gobernador general en las dichas islas y tierras firmes, que, como es dicho, Él
descubriere o ganare en las dichas
mares…” [1]
Para
“perfeccionar” la creación de una potestad usurpadora de territorios ajenos, y
perturbadora de las vidas de millones de seres humanos, el Papa Alejandro VI
dio en donación a los Reyes Católicos las “islas y tierras firmes que se
hallaren descubiertas y si descubrieren”: “las damos, concedemos y
asignamos perpetuamente”, con la única salvedad de que hubiesen sido ocupadas
antes por otro “príncipe cristiano”, para proteger los intereses de Portugal.
Según
Pérez Luño “los españoles podían con justicia requerir a los indios para que
les entregaran sus tierras, ya que el Papa Alejandro VI, en cuanto
representante de Dios en el mundo, había concedido aquellas regiones a la
Corona de España en virtud de la Bula Inter Caetera del año 1493.” [2]
Luego los
doctrineros del Imperio, como Ginés de Sepúlveda, se encargaron de elaborar su
teoría de las “guerras necesarias” contra nuestros ancestros originarios,
esgrimiendo sus fanáticas “razones”: “1. Por la gravedad de los pecados que los
indios habían cometido, en especial sus idolatrías y sus pecados contra la
naturaleza. 2) A causa de la rudeza de su naturaleza que les obligaba a servir
a personas que tuvieran una naturaleza más refinada, tales como los españoles.
3) A fin de difundir la fe, cosa que se haría con más facilidad mediante la
previa sumisión de los naturales. 4) Para proteger a los débiles contra los
mismos indígenas.” [3]
La
valoración interesada de esa visión dominante, se hizo parte esencial del
discurso colonialista desde aquellos lejanos tiempos que aún se niegan a
desaparecer de nuestras vidas; por ende, sigue siendo relevante para los
pueblos que luchan por redimirse de la honda herida colonial, desmontar los
mitos alienantes construidos sobre la falacia del “descubrimiento”.
Sin
embargo, el término “descubrimiento”, como construcción semántica hegemónica,
es un engendro mutante indetenible, no se conformó con devorar lo inmenso de unos
continentes y unos océanos; su apetencia también posicionó las maravillas
naturales y los más discretos espacios de nuestra geografía física y
sentipensante. El control ideológico colonialista ejercido por medio de este
penetrante dispositivo, se reproduce cotidianamente entre nuestros pueblos,
como asidero de un culto inconmovible al supremacismo cultural y racial de
origen europeo (de la raza “blanca”).
Durante
medio milenio, la categoría “descubrimiento” se mantuvo incuestionable; las
ciencias sociales se rendían a su dogmático embrujo, la historiografía
cacareaba su divina veracidad y el resto de las disciplinas coreaban como eco
de sirenas; de allí, a los sistemas de enseñanza, el discurso político y toda
postura del intelecto colonizado, sólo había unos grilletes invisibles que se
encargaban de inmovilizar la conciencia colectiva, aprisionada entre los
barrotes de la servidumbre espiritual: 12 de octubre: “día de la raza”, “día de
la hispanidad”.
Los
debates alrededor del quinto centenario de la llegada de Colón, introdujeron
algunas terminologías que buscaban sustituir el caduco “descubrimiento” por
eufemismos al estilo “encuentro de dos mundos”. Las reflexiones críticas
intentaron poner en la escena otras miradas cuestionadoras, que no alcanzaban a
visibilizarse ante las bambalinas y el espectáculo desplegado por las elites que
protagonizaron aquella fastuosa celebración.
Pese al envolvente mensaje hegemónico, los conceptos de
“descubrimiento”, “madre patria” y “día de la raza” entraron en crisis, y
comenzamos a hablar de resistencia indígena, invasión, genocidio, saqueo,
aunque seguían predominando en el lenguaje coloquial, en la enseñanza escolar,
en el discurso político tradicional, las nociones impuestas desde tiempos
coloniales. Nada es más difícil que desmontar la dominación cultural que se apropia
de las conciencias a través de la lengua y otras simbologías, como
construcciones específicas de lo humano, es decir, de lo social, de esa
contradicción permanente entre la dominación que se aferra al poder y el
privilegio, y la insurgencia transformadora que nunca se resigna al yugo.
Provocar
una ruptura con el conocimiento -y los métodos de alcanzarlo- impuesto por el
poder colonial, repetido sin revisión en los modelos educativos de las
repúblicas oligárquicas, y reimplantado en la época del imperialismo contemporáneo
como base cultural para la sumisión y la dependencia, no es una tarea menos
exigente que la confrontación política directa contra la opresión del capital
monopolista de apetencias globalizantes.
Compartimos
la convocatoria que hace Mario Rufer a “pensar lo colonial no (solo) como
acontecimiento, periodo o formación histórica discreta, sino como una condición
estructurante del presente”. [4]
De
manera que el antiimperialismo y la descolonización en nuestra Abya Yala se
funden en una sola lucha, que debe incorporar la defensa de las soberanías
nacionales, el derecho a la autodeterminación de los pueblos, el fin del
colonialismo (con la Independencia de Puerto Rico de los Estados Unidos y otras
islas caribeñas que aún son colonias europeas), la devolución de Malvinas a la
República Argentina y el reconocimiento de los irrenunciables derechos de la
República Bolivariana de Venezuela sobre el territorio Esequibo; pero también
corresponde a esta perspectiva decolonial, el desmontaje del predominio
ideológico racista, eurocéntrico-patriarcal, que alimenta el espíritu de la
sumisión, terreno en el cual todo neocolonialismo y toda recolonización serán
siempre un peligro para el proyecto emancipatorio.
Rescato
las palabras de una guerrera de nuestros días, Elisa Loncón, lideresa del
pueblo mapuche de Chile, quien declaró en Buenos Aires (Argentina) para Página
12, el 14 de agosto 2023: “El despojo territorial y lingüístico está en la base
de la colonización y de la imposición de este sistema económico y cultural…No
es cierto que seamos pobres, sino que nos han empobrecido quitándonos el
territorio, la lengua, la sabiduría, nuestra forma de pensar”.
Alguna gente -incluso letrada- mira con cierto desdén el
debate de estos términos; se regodean (y hasta citan a Bolívar fuera de
contexto) sobre el “incuestionable” mestizaje (ultraje) que se supone clausuró
el debate sobre el glosario de la autoflagelación colonialista. Les invito
a observar la milmillonaria campaña sistemática de los centros hegemónicos
europeos y estadounidense que hace apología de la invasión.
Por
alguna razón (interés) la primera gramática del castellano fue encabezada con
la expresión: “Que siempre fue la lengua compañera del Imperio”.
Cierro por hoy estas breves anotaciones, con un aporte de
Alí Primera: Por decir patroncito, es que existe el patrón.
Yldefonso Finol
Este artículo es en parte un extracto del ensayo Análisis
crítico de las categorías reproductoras del colonialismo ideológico en la
historiografía y la cultura nacional, como una contribución a la
Comisión Presidencial por la Verdad de los 300 años de Colonialismo/MinCyT
[1]
Santos Rodulfo Cortés: Antología Documental de Venezuela, Caracas 1960, p 1
[2]
Antonio Pérez Luño: La polémica sobre el Nuevo Mundo. Editorial Trotta 1995, p
20
[3]
Antología Documental de Venezuela, Santos Rodulfo Cortés, 1960, p 25
[4]
La colonialidad y sus nombres: conceptos claves. CLACSO, 2023, p 11
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