jueves, 9 de septiembre de 2021

CARTA ABIERTA AL ALCALDE DEL MUNICIPIO MARACAIBO: No hubo “fundación”, hubo INVASIÓN.

 

CARTA ABIERTA AL ALCALDE DEL MUNICIPIO MARACAIBO y a la OPINIÓN PÚBLICA

Reflexiones para buscar claridad

No hubo “fundación”, hubo INVASIÓN.

Introito

Llamemos las cosas por su nombre: el 8 de septiembre de 1529 comenzó el genocidio contra los pueblos originarios de la región del Lago Maracaibo. No debe celebrarse ningún “descubrimiento”, ni “fundación”, ni maquillar estos hechos históricos terribles con eufemismos como “encuentro de culturas”, “encuentro de dos mundos”, o el disparatado “aniversario de la Maracaibo ancestral”, y mucho menos el contradictorio (con el pensamiento revolucionario) “inicio de la colonización”.

No puede llamarse el 8 de septiembre “día de Maracaibo”. Es ofensivo a la inteligencia y dignidad. ¿Por qué no se hace un minuto de silencio por las víctimas de aquella guerra de invasión? ¿Por qué no existe un monumento homenaje a la resistencia de los pueblos originarios? ¿Por qué no se formulan y ejecutan políticas públicas para fomentar el conocimiento de nuestra historia raigal? ¿Por qué se nos condena a desarraigarnos de nuestra ancestralidad?

Los movimientos sociales del continente Abya Yala vienen incrementando sus luchas anticoloniales. Los partidos políticos e individualidades influyentes del mundo, ubicados en la izquierda, vienen insistiendo en la necesidad de descolonizar las consciencias, la historia, la sociedad.

La Revolución Bolivariana debería ser vanguardia de esta lucha. Sé que el Alcalde ha coincidido en algunas ocasiones con parte de nuestro enfoque. El debate continúa. La ciudadanía debe conocer esas verdades que nos ocultaron. Nos dice Bolívar desde la inmortalidad donde habita: “el velo se ha rasgado, ya hemos visto la luz y se nos quiere volver a las tinieblas; se han roto las cadenas; ya hemos sido libres y nuestros enemigos pretenden de nuevo esclavizarnos”.

I

El pensamiento positivista burgués que impuso una visión de la historia, en el caso venezolano, desde la república paecista, inoculó en la sociedad el eurocentrismo como supremacía cultural, el racismo anti indígena y anti afro, el patriarcado oficial, la mansedumbre ante el capital y la sumisión ante el imperialismo.

Las categorías “descubrimiento”, “fundación”, “raza”, “indio”, “precolombino”, “prehispánico”, constituyeron poderosos mitos alienantes que borraron de un tajo las historias de resistencia (y de existencia) de nuestra verdadera ancestralidad.

El debate sobre la fecha de la “fundación de Maracaibo” tiene más de un siglo. Lo retomaron en 1929 –a propósito los cuatrocientos años de la llegada de Alfinger- dos venezolanos destacados: Carlos Medina Chirinos y Mario Briceño Iragorry, el primero como portaestandarte germano y el segundo actuando como gladiador de la hispanidad. Ambos –como todos en la época- daban por hecho que fuimos “descubiertos” y “fundados”. No concordaban en cuanto a las fechas y los protagonistas.

La “historia oficial” y la producción editorial de la historiografía nacional se identificaban unánimemente con la “certeza” de que los invasores europeos “fundaron” nuestras actuales ciudades. Anualmente la ciudadanía era (¿es aún?) sometida a una extravagante celebración. Millones de bolívares se malgastaron en templetes vacíos que festejaban la llegada de los conquistadores; pero, extrañamente, nada se decía de quienes estuvieron aquí desde tiempos inmemoriales y que les tocó padecer aquella guerra invasora que degeneró en exterminio de millones de seres humanos. ¿Primer Holocausto? O, ¿los “indios” no son personas?

La perspectiva revolucionaria de la Historia, iniciada por Simón Bolívar, Pío Tamayo, Salvador de la Plaza, Manuel Vicente Magallanes, Federico Brito Figueroa, Luís Britto García, y relanzada por Hugo Chávez, abrió el debate sobre las paradojas del proceso colonialista: Chávez revirtió en una parte significativa de nuestro pueblo la visión eurocentrista, para hacerle justicia a los originarios habitantes y “legítimos dueños de este país”, como enseñó Bolívar en su Carta de Jamaica.

Eso que la derecha ideológica llama “fundación”, fue realmente el inicio del etnocidio más atroz cometido en la historia humana. En el caso de Maracaibo, la llegada de los Belsares y posteriores invasores, significó la introducción de la esclavitud y el consecuente exterminio de naciones indígenas enteras como los caquetíos, o la casi desaparición del pueblo añú, auténtico soberano del Lago Maracaibo.

Mis investigaciones, recogidas en el libro LA INFUNDADA “FUNDACIÓN” DE MARACAIBO (2015), demuestran que la cacareada “fundación” no ocurrió, lo que se produjo fue una invasión militar imperialista con secuelas catastróficas para los vencidos.

Lo común ha sido pregonar el “descubrimiento” de todo lo originario de Abya Yala, a partir de la mirada del europeo. Como si en estas tierras y aguas no viviesen, desde tiempos inmemoriales, seres humanos constituidos en sociedades de diverso grado de desarrollo económico y cultural, igual que en cualquier otra parte del mundo.

La repetición durante siglos de las falsas fundaciones y descubrimientos, se metieron de tal manera en las conciencias de las gentes, que hasta el sector académico y políticos progresistas, las rumian sin plantearse cuestionamientos obvios.

II

¿Cómo celebrar un hecho histórico sin siquiera cuestionar las consecuencias catastróficas de esa invasión que se inició el 8 de septiembre de 1529?

La esclavitud, por ejemplo. Primero de los originarios, y luego de los pueblos africanos que fueron arrancados de sus patrias para ser traídos como esclavos al servicio de esos invasores parásitos y criminales tan concelebrados.

El primer acto “oficial” de esclavización de nuestros pueblos originarios ocurrió el 16 de noviembre de 1530, durante la invasión iniciada por Ambrosio Alfinger: “Visto este presente proceso, las informaciones dadas por lñigo de Vasconia, y el voto y parecer de los dichos religiosos y presbíteros, atendiendo a la calidad de los indios de los pueblos de Parepi y Cumari, hoy presos, siendo sus tierras tan cercanas a Maracaibo, pudieran hacer mucho daño si no fuesen castigados oportunamente; visto que han querido alzarse y alborotar otros muchos pueblos que estaban en paz, cometiendo traición y llegando a amacanear la Santa Cruz, rectamente sentencio: Fallo que debo condenar y en esta mi sentencia condeno, a los dichos doscientos veinte y dos piezas de indios e indias, pequeños y grandes, las veinte y dos indias paridas sin contar sus criaturas de leche como piezas naturales, de los pueblos Parepi y Cumari, y a todos los otros indios y caciques como esclavos perpetuos, sujetos a perpetua servidumbre y que todos sean herrados con fuego en la barbilla, con la V griega que es la marca de esta provincia, tanto hombres como mujeres, para que sean llevados fuera de aquí y vendidos públicamente ante un escribano que dé razón de lo que por ellos dieren, y así lo pronuncio y mando por esta mi sentencia definitiva. Luis González de Leiva. Teniente de Gobernador de Alfinger”.

La bestialidad del invasor era tan depravada, que algunos buenos españoles se sintieron compelidos a denunciarlas: “Este testigo vio muchos pueblos comarcanos a Maracaibo despoblados y alzados los indios, a causa del maltrato y prisión que…les hicieron, matando mucha cantidad de indios; y a otros prendiéndolos o trayéndolos en cadenas..sus caciques, mujeres e hijos perecieron…”, testimonió el Reverendo Juan Rodríguez Robledo, Provisor de la Diócesis de Venezuela.

“Por los malos tratamientos de Venegas, como de los capitanes que enviaba a tierra adentro, se destruyeron muchas provincias e infinidad de pueblos y muy ricos, de manera que no quedó ningún pueblo en 40 leguas alrededor de Maracaibo que sea de paz…”, según declaró el testigo Francisco Núñez.

Bartolomé de Las Casas en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias, en el capítulo titulado Del reino de Venezuela, denunció: “Con sólo esto quiero su infelicidad y ferocidad concluir: que desde que en la tierra entraron hasta hoy, conviene a saber, estos diez y seis años, han enviado muchos navíos cargados y llenos de indios por la mar a vender a Santa Marta y a la isla Española y Jamaica y la isla de San Juan por esclavos más de un cuento de indios, y hoy es este día los envían, año de mil y quinientos y cuarenta y dos, viendo y disimulando el Audiencia Real de la isla Española, antes favoreciéndose como todas las otras tiranías y perdiciones (que se han hecho en toda aquella costa de Tierra Firme, que son más de cuatrocientas leguas que han estado y hoy están éstas de Venezuela y Santa Marta debajo de su jurisdicción) que pudieran estorbar y remediar. Todos estos indios no ha habido más causa para los hacer esclavos de sola la perversa, ciega y obstinada voluntad, por cumplir con su insaciable codicia de dineros de aquellos avarísimos tiranos, como todos los otros siempre en todas las Indias han hecho, tomando aquellos corderos y ovejas de sus casas y a sus mujeres e hijos por las maneras crueles y nefarias ya dichas, y echarles el hierro del rey para venderlos por esclavos.”

El fraile Las Casas había aprendido esa doctrina de otros que antes que él, habían entendido el proceso exterminador emprendido por España y Europa en nuestro continente. Fueron los precursores de los Derechos Humanos fray Pedro de Córdoba y fray Antonio Montesino.

El sermón pronunciado por fray Antonio Montesino durante la misa del cuarto domingo de Adviento el 21 de diciembre de 1511 en Santo Domingo, constituye el primer hito (desde la perspectiva occidental) de la lucha por los Derechos Humanos en América. La llegada de los frailes de la Orden de Predicadores en septiembre de 1510 a la isla, entonces llamada La Española, hoy República Dominicana y Haití, dio lugar al primero y más trascendental enfrentamiento en el seno de las fuerzas conquistadoras, desde el punto de vista ideológico; debate sin precedentes donde quedaba cuestionada la presencia misma de los españoles en “las Indias”, y que tuvo además un impacto fundamental en el desarrollo del pensamiento español y europeo del siglo XVI.

Constatada la gravísima situación que vivían los originales habitantes del “Nuevo Mundo”, y escuchadas las historias que eran vox pópuli en la isla sobre la reciente destrucción, por parte de las armas invasoras que comandaba Nicolás de Ovando, de los cinco cacicatos en que se organizaba la sociedad indígena taina, este primer grupo de dominicos se vio obligado a tomar partido en defensa del derecho a la vida y a la libertad de los originarios: “Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin darles de comer ni curarlos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais, incurren y se os mueren, y por mejor decir, los matáis, por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los adoctrine, y conozcan a su Dios y criador, sean bautizados, oigan misa, guarden las fiestas y domingos?.....¿Estos, no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amarlos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos? Tened por cierto que en el estado que estáis no podéis más salvar que los moros o turcos que carecen y no quieren la fe de Jesucristo”.

Lo dicen ellos mismos, no lo inventé yo.

III

La Doctrina Bolivariana.

Toda la obra, político-militar e intelectual, del Libertador Simón Bolívar, fue la más grande gesta anticolonial que se haya conocido. Él sabía que su lucha histórica por la igualdad tendría que reivindicar tarde o temprano a las primeras víctimas del coloniaje europeo. En sus principales escritos denunció el trato traicionero y criminal que los invasores dieron -en particular- a los líderes de las naciones indígenas del continente, mancillando sus dignidades para humillar al colectivo que les veneraba.

Sorprende su apelación a Bartolomé de Las Casas en la Carta de Jamaica, donde ya señala una dirección justiciera que reafirmaba con otras expresiones relativas a los pueblos indígenas, a los que considera “legítimos propietarios” del territorio americano, mientras a los españoles llama “monstruos”. Bolívar pone en evidencia su conocimiento de la obra de Las Casas, cuya relatoría de las afrentas ocasionadas a las naciones indígenas en la precitada Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias, no fue compartida por la mayoría de los de su clase, contrarios al enfoque del dominico que reveló las atrocidades de la conquista.

En la Carta de Jamaica podemos leer esa visión revolucionaria introducida por El Libertador en su tiempo: “Tres siglos ha -dice Usted- que empezaron las barbaridades que los españoles cometieron en el grande hemisferio de Colón. Barbaridades que la presente edad ha rechazado como fabulosas, porque parecen superiores a la perversidad humana; y jamás serían creídas por los críticos modernos si constantes y repetidos documentos no testificasen estas infaustas verdades. El filantrópico obispo de Chiapas, el apóstol de la américa, las casas, ha dejado a la posteridad una breve relación de ellas, extractadas de las sumarias que siguieron en Sevilla a los conquistadores, con el testimonio de cuantas personas respetables había entonces en el Nuevo Mundo, y con los procesos mismos que los tiranos se hicieron entre sí, como consta por los más sublimes historiadores de aquel tiempo. Todos los imparciales han hecho justicia al celo, verdad y virtudes de aquel amigo de la humanidad, que con tanto fervor y firmeza denunció ante su gobierno y contemporáneos los actos más horrorosos de un frenesí sanguinario.”

Pero ese colonialismo no se conformó con esclavizar y exterminar a las naciones originales, sino que aún a los descendientes de los venidos de Europa, a los de su misma sangre pero nacidos en esta tierra, los siguió discriminando y oprimiendo: “Al presente sucede lo contrario: la muerte, el deshonor, cuanto es nocivo, nos amenaza y tememos; todo lo sufrimos de esa desnaturalizada madrastra”, decía Bolívar al referirse a los “usurpadores españoles”.

¡Cuánta cuerda vocal desgastó el Comandante Chávez tratando de pregonar el pensamiento emancipador de Simón Bolívar!

IV

Sabemos la terrible contradicción que se produce en la conciencia entre las costumbres y los cambios. En el marxismo-leninismo interpretado por el fundador (éste sí) de la Revolución China, Mao Tse Tung, el primer antagonismo que un militante tiene que resolver es el que vive en sí mismo entre la ideología burguesa dominante y la condición de revolucionario. Ninguna individualidad escapa a esta lucha, cuando intentamos elevarnos a ese sitial del que hablaba Ernesto Guevara.

En el caso que nos ocupa, sobre este disparate encubridor del genocidio que son las famosas “tres fundaciones”, y ese afán enfermizo de envejecer a la ciudad lo más que la fábula permita, para sentir el orgullo de haber sido “descubiertos” y “fundados” antes que otras urbes, esconde en el fondo un terrible complejo de inferioridad antropológica, porque se busca en la raíz colonial la genealogía extraviada: ser lo más español o europeo que la leyenda de la Malinche facilite.

El 8 de septiembre de 1529 el invasor alemán Ambrosio Alfinger llegó proveniente de Coro por la orilla oriental del estrecho del estuario maracaibero. Vino con un ejército que usaba armas de hierro y fuego, caballos y perros. Asentó su base militar cercana a “una ranchería” de indios onotos (añú) de nombre Maracaibo. No construyó nada, ni creó ayuntamiento. Su acción fue estrictamente bélica y económica (saqueo). Los pueblos nativos lo confrontaron en una guerra desigual, y lo derrotaron. Tan es así, que treinta después la Corona Española tuvo que organizar otra invasión, decidida en el ayuntamiento de Tunja y liderada por Alonso Pacheco, con financiamiento de los intereses mineros del reino de la Nueva Granada. También fue derrotado por el pueblo añú en noviembre de 1573.

Invito a reflexionar sobre estas cuestiones: si Maracaibo fue “fundada” en 1529, ¿por qué el primer mapa-plano de la villa hispana a orillas del lago es de 1639? ¿por qué el oprobioso escudo de la ciudad hispana es del 20 de junio de 1634? ¿por qué tardaron más de un siglo en elaborar esos elementos tan típicos del colonialismo español?

Una familia cuyo hogar ha sido asaltado y ultrajado por unos extraños no celebra la fecha. La recuerda con horror, o trata de olvidarla.

 

Yldefonso Finol

C. I. V-7601509 

 

martes, 7 de septiembre de 2021

ALFINGER FALSA FUNDACIÓN

LA INFUNDADA "FUNDACIÓN" DE MARACAIBO

 





 

Sólo la verdad histórica hace libre a los pueblos

Hacer una revolución es revisar a fondo la historia y el lenguaje

 

A Maracaibo le cantan sueños

el Beni y La Unión

Billo y Ricardo

Armando descosiendo acordes

Felipe desangrado ausencias

muertos y mudos

los corazones todos

Maracaibo canta sola

cuando se abre el pecho mustio

para alimentar al mundo

moribundo .

 

(del poemario Como la raíz del mangle, 1997)

 

 

 

 

 

Índice

Presentación

Glosario de la autoflagelación colonialista

La ocupación del territorio ancestral por los invasores

El racismo anti-indígena

La “fundación” de Maracaibo: estafa histórica que encubre el etnocidio contra el pueblo añú

Estrategia colonial de invasión al Lago Maracaibo

El criterio del Centro de Historia del Estado Zulia de 1965

La declaración de Esteban Martín: un documento clave sobre la falsa “fundación” de Maracaibo en 1529.

El paso de Alfinger por el Lago Maracaibo

Alonso Pacheco y su Ciudad Rodrigo

La palabra Maracaibo

El poblamiento original de Maracaibo

Mapas y Planos: Ruta de Alfinger, Incursión Invasora, Pueblos Originarios, Plano de Maracaibo 1639, Mapa de la Cosa, otros.

A manera de Epílogo

Documentos fundamentales

 

 

Glosario de la autoflagelación colonialista

Las palabras crean la existencia en la mente humana. Nombrar es dar vida. Las culturas dominantes basan su poder en la posibilidad de decir las cosas desde su mirada, con sus palabras y en función de sus intereses.

Lo paradójico se pasea como bufonada idiomática en la nombradía invasora. Aparentemente nos llamaron “Indias” por equivocación. El continente fue bautizado en honor de Américo Vespucci y no de Colón. Los venezolanos Francisco de Miranda y Simón Bolívar propusieron el nombre de Colombia y al final le quedó a la Nueva Granada. Venezuela disque significa “Pequeña Venecia”, pero el sufijo zuela es despectivo no diminutivo. Argentina viene de argento que es plata, y así se designó al Río de la Plata porque por allí sacaban los españoles la plata de Potosí, Bolivia.

Sean enredos casuales o no, el colonialismo no desmaya en reproducirse y eternizarse, y se vale de cualquier argucia para dominar.

Pero más allá de lo anecdótico y curioso, el asunto de fondo es la dominación cultural que se extiende en el tiempo a través de la ideología dominante, vale decir, la ideología de los imperios.

En el caso de las naciones sojuzgadas por las potencias coloniales, se impone a través de instituciones como la religión y la escuela, un ideario signado por la superioridad racial del invasor, la exaltación de lo foráneo y la justificación de ese “destino” que tocó vivir. Es la clásica alienación que reduce al oprimido a ser reproductor del sistema que lo oprime.

Por la otra cara de la moneda, se manifiestan el desinterés por conocer la verdad histórica y el desprecio por todo lo que nos recuerde quiénes somos realmente, es decir, por todo lo indígena.

La ideología dominante –y la capitalista es continuación de la colonial- se encarga de fijar los códigos de expresión de las realidades en función de los intereses del sistema que la sustenta. Como decía un teórico del lenguaje: “Sin signos, no hay ideología”.

En fin que, parafraseando a El Libertador, podríamos concluir que por las palabras nos han dominado más que por la fuerza; de allí nuestra aportación del concepto de Mitos Alienantes, que “son estructuras culturales de dominación ideológica, basadas generalmente en falacias históricas y costumbres impuestas desde los centros de poder, para inocular la sumisión y la desmemoria a los pueblos”.

Algunas de esas palabras convertidas en Mitos Alienantes, son:

-       Descubrimiento. Es la palabra clave en la dominación colonial que instauró el Imperio Español contra los pueblos originarios de Abya Yala. La trampa ideológica se centra en que todo comienza al llegar el invasor. Se trasmitió de generación en generación la enseñanza de que el Imperio nos descubrió, como si antes no hubiésemos existido, o peor aún, no tuviésemos conciencia de nuestra propia existencia. Por siglos se consolidó la “verdad” colonialista que garantiza la sujeción al poderío imperial. “Colón descubrió América”, se nos dijo apenas soltábamos el biberón. El Reino de España celebra el 12 de Octubre su día nacional, el Día de la Hispanidad. El Rey encabeza un desfile militar. Ciertamente aquello fue el triunfo de las armas.  Para el imperio se trató del “descubrimiento” de riquezas infinitas para sus arcas insaciables. Para nuestros pueblos significó el descubrimiento de la guerra cruel, la esclavitud y el saqueo. El discurso colonialista se impone como verdad inobjetable. Los pueblos vencidos entran en el enigmático mundo de la invisibilidad. El invasor no sólo nos descubrió, también “fundó” los lugares donde aún vivimos.

 

-       Fundación. Una tendencia permanente de las sociedades coloniales, ha sido la de celebrar las fechas de ocupación violenta por parte de los invasores, de las ciudades y poblados indígenas, rebautizados con pomposa nomenclatura imperial. Es lo que se conoce coloquialmente como “fundación”. Los gobernantes de Maracaibo le parten una torta al cumpleaños de la ciudad. Sus voceros no saben explicar las razones para la celebración, pero hay que cumplir con el ritual. Lo mismo ocurre en todos los municipios del país. Las alcaldías se esmeran en rebuscar una fecha y se compite por sumar más años haciendo gastos superfluos en ferias ridículas y alienantes. Cuánta fuerza tienen las costumbres que sembró la colonia. Aún quienes se dicen revolucionarios siguen rumiando la paja colonialista, pese al enorme esfuerzo de concienciación hecho al respecto por el Comandante Chávez, y por la obligación que tenemos de desentrañar las verdades históricas de nuestro proceso liberador. Esta especie de manía de autoflagelación colonialista, lleva a sus cruzados a un insolente intento por restaurar el catastro toponímico de los Reyes Católicos. Es así como insisten neciamente en llamar a Coro, Santa Ana, y a Caracas, Santiago de León. Por ese camino llegaremos a rebautizar al país, sustituyendo República Bolivariana por Capitanía General. Atribuirle a Ambrosio Alfinger la fundación de Maracaibo es un disparate gigantesco. El alemán sólo pasó por allí unos meses y siguió tierra adentro a saquear oro hasta que las flechas patrióticas de los guerreros del suroeste del Lago Maracaibo lo bajaron de su caballo con la garganta destrozada. Para seguir con el ejemplo de Maracaibo, basta leer las crónicas de los propios invasores, donde se puede constatar, que a su llegada estos lugares estaban “pobladísimos”.

 

-       Poblamiento. Es éste otro concepto muy manoseado por los presuntos historiadores que sirven a la ideología imperialista. Se habla de poblamiento de las regiones y ciudades, cuando lo que realmente ocurrió fue un terrible despoblamiento. El padre dominico Gustavo Gutiérrez acuñó el término “catástrofe demográfica” para definir el genocidio cometido por el invasor europeo en nuestro continente. Las estimaciones científicas realizadas bajo diversos enfoques metodológicos cifran en unos ochenta millones las víctimas fatales de la invasión. Autores serviles a los imperios alaban este “poblamiento” como un proceso de mejoría de la “raza”.

 

-       Raza. Una de las mayores atrocidades culturales conocidas fue haber establecido el 12 de Octubre como “El Día de la Raza”. ¿De cuál raza? Suponemos que será la “española” o la “europea”, es decir, la “raza blanca”, que fue la que salió ganando con el negocio de la “conquista”. Esta visión de la sociedad es la esencia de fenómenos extravagantes de la perversión explotadora como el fascismo y el nazismo. Quienes se creen superiores a los otros necesitan justificar su dominio. El color de piel es una “razón” sencilla de explicar y fácil de imponer a sangre y fuego. Esa gente de piel pálida y cabellos rubios venida de sociedades oscurantistas dominadas por prejuicios religiosos, que temen y odian la libertad de lo diverso, requieren pisar al otro y explotarlo para poder existir. Es su lógica civilizatoria.

 

-       Civilización. El invasor pretende “civilizar” al vencido. Se considera a sí mismo un civilizador. Quiere llevar la “cultura” a los “bárbaros”. Sepúlveda justifica la guerra de la Corona de Castilla contra los pueblos originarios de “Las Indias”. Las Casas lo rebate. Pero la Corona necesita oro y bastimentos. Los infieles deben acogerse a la religión católica o conocerán el filo de las espadas. Civilización es ser como el invasor. Ser diferente de piel y de idioma es barbarie. Es no tener “cultura”. Así era en los siglos anteriores y lo sigue siendo en el XXI. La OTAN bombardeará a quien no encuadre en su modo de vida. La supuesta “democracia occidental” y la falacia imperialista de los derechos humanos, servirán de pretextos para civilizar a quienes se atrevan a salirse del carril.

 

-       Lengua. El francés es un idioma elegante, seductor, el habla diplomática por excelencia. El inglés es el idioma internacional por ser el que habla el patrón imperialista. El castellano es el idioma de Isabel la Católica. Pero los idiomas de los pueblos originarios de nuestro continente son dialectos o lenguas a lo sumo. Muchos de esos idiomas desaparecieron por el exterminio de sus hablantes o por la feroz erosión cultural que causa la vergüenza étnica. Es el caso de nuestro idioma ancestral el añún-kunu, hablado por el pueblo Añú, población mayoritaria del Lago de Maracaibo, diezmada tras un largo siglo de resistencia armada y otros cuatro de silente sobrevivencia.

 

-       Prehispánico o precolombino. La academia colonialista se empeña en llamar “precolombino” o “prehispánico” a todo lo ancestral de nuestro continente. Se escuchará a oradores en estas efemérides invasoras, mencionar “los palafitos precolombinos que le dieron el nombre a Venezuela”. Yo me pregunto: “Entonces los palafitos actuales, donde viven la mayoría de los descendientes del cacique Nigale, son qué, ¿post-colombinos? Las pirámides Incas o Mayas que aún se yerguen vetustas por sobre las edades, las cerámicas del Caribe, la orfebrería muisca, no son “prehispánicas”, trascenderán con creces a España, que a Colón ya lo vieron enterrar hace rato. Tener que apelar a una ubicación temporal con hito en la invasión, es también una forma de darle supremacía al momento histórico en que comenzó la destrucción de nuestros pueblos originarios. Es reafirmar ese núcleo ideológico duro de la Colonia, de que con la llegada de los invasores comenzó todo. Pero, además, es negar los avances científicos de los últimos dos siglos, cuando la antropología, la arqueología y ciencias conexas, han desarrollado teorías y prácticas suficientes para determinar la edad de las presencias biológicas y culturales milenarias. Nuestro arte indígena antiguo, no es “pre” nada, es sencillamente nuestro arte. 

 

-       Indios. ¿Nos llamaron indios por error geográfico de Colón que creyó haber llegado a la India o por decir que no teníamos dios? Por raíz latina in es un prefijo que denota “carencia de”, abriéndose paso a la especulación de que “indios” pudiera significar “sin dios”. Indígena en cambio se refiere a la población que es nativa ancestral de un sitio en particular. En todo caso, nunca se nos nombró por nuestros propios gentilicios, si no, con las deformaciones que el invasor impuso desde su ignorancia de nuestro mundo material y, sobre todo, espiritual.

 

 

 

 

 

 

 

La ocupación del territorio ancestral por los invasores

Llegaron por Coro: génesis del etnocidio

Una de las herencias absurdas que nos dejó el colonialismo es esa de contar nuestras vidas a partir de la llegada de los invasores europeos. La dominación cultural, muchas veces disfrazada de costumbre, se manifiesta en esa manera suicida de negarnos. Nos negamos como pueblo raigal dependiendo siempre de que otros nos hagan existir. Nos dijeron que vinimos por el estrecho de Bering, sin embargo acá mismo en Taima Taima esa teoría de poblamiento exógeno quedó descartada. Somos de aquí y nos generamos como especie humana autónoma e independiente desde hace catorce mil años.

Ni que decir de la existencia de esta tierra y sus especies animales. Se cuentan en millones los años que llevan fosilizados los restos de roedores gigantes, perezosos y cachicamos encontrados en esta mágica región. Los petroglifos indígenas nos hablan a través de la roca desde la distancia de tres mil años o más. Ese mensaje ancestral debe movernos a buscar el comienzo de lo que somos. Y, ¿quién se interesa en preservarlos y celebrarlos?

¿Cómo podemos seguir hablando de “fundación” si lo que hubo realmente fue una invasión cruel y genocida? ¿Dónde están los descendientes de los caquetíos y los jiraharas? ¿dónde sus creencias? ¿dónde sus idiomas? Sólo los nombres de pueblos irredentos quedaron como testigos silentes de aquellas culturas. ¿Por qué no reivindicamos a Todariquiva como sede política de una nación exterminada?

Coro o Curiana, como Maracaibo y Coquivacoa, son palabras ancestrales que al llegar aquí los europeos ya sonaban en los labios de la población originaria. Pero no nos preguntamos a dónde fueron a parar los habitantes autóctonos.  ¿Qué significó la presencia permanente del invasor europeo para las etnias nativas? Topónimos como Paraguachoa, Paraguaná, Guaivacoa, Miraca, Maraca, Zapara, Moján, se pueden leer en las crónicas de los conquistadores al referirse a esta región. Es tiempo de revalorizar nuestra historia originaria rompiendo los muros de la dependencia cultural recolonizante.

¿Quién ha dicho que nuestras ciudades cumplen años a partir de la invasión? La más seria y documentada investigación sobre esa historia que va desde la invasión europea hasta el establecimiento del dominio español en nuestra tierra, la ha realizado sin ninguna duda el Hermano Nectario María. Su trabajo tenaz en el Archivo de Indias lo llevó a revisar todos los documentos relativos a Venezuela, al punto de haber elaborado un manual que es guía obligada de todo aquél que pretenda estudiar esos añejos papeles. Su conclusión es clara: Ampíes llegó a estas tierras en noviembre de 1528 y no fundó ciudad alguna, porque sencilla y llanamente, se residenció en Todariquiva, en casa de Manaure.

Alfinger llegó a Maracaibo en septiembre de 1529 y a los siete meses volvió a Coro, regresando al Lago por dos meses más en 1531, cuando se fue rumbo oeste buscando la ruta de Pamplona donde presumían que encontrarían oro en abundancia. Lo que halló fue la muerte en las flechas de los indígenas del Sur del Lago de Maracaibo. Días después se cometió el primer acto de canibalismo cuando los soldados de Alfinger que regresaban a Todariquiva con el oro robado, perdidos y hastiados de alimentarse de puros vegetales silvestres, asesinaron a unos indígenas para saciar su ansias de comer carne.

Así empezó aquella historia de crímenes de lesa humanidad. Naciones enteras de cientos de miles de caquetíos, jiraharas, añú, desaparecieron por completo. Ocurrió lo que el padre Gustavo Gutiérrez llama una “catástrofe demográfica”.

Fundadores sí, pero de bases militares extranjeras

Fue Colón quien instaló la primera base militar extranjera en Nuestra América. En diciembre de 1492, después de navegar varias islas de El Caribe, la nao Santa María, la más grande de aquel primer viaje, quedó encallada y maltrecha a orillas de lo que hoy conocemos como Haití y República Dominicana.

El Almirante ordenó desbaratarla y construir con sus maderas una fortaleza donde dejó 39 efectivos mientras regresaba a España con las noticias del hallazgo recién encontrado. La bautizaron La Navidad, por haberla concluido para esa fecha.

En el Lago de Maracaibo fue el alemán Ambrosio Alfinger quien intentó, por primera vez, ocupar militarmente la plaza. Durante su incursión con génesis en Coro, en 1529, encargó a una parte de la tropa española a su mando, que montaran base en la costa oeste del estuario, en un lugar cercano a lo que es actualmente la ciudad de Maracaibo

Ya es suficientemente sabido lo que devino de aquellas bases extranjeras en nuestra tierra. Aunque ambas fueron eliminadas por la acción defensiva de los pueblos originarios, ellas fueron apenas el preámbulo del despliegue de fuerzas superiores en destrucción, que luego se apoderaron de todo cuanto pudieron robar.

Fueron aquéllas expresión de la vieja dominación colonial que nos impuso Europa con su secuela de esclavitud, saqueo, pobreza y atraso.

Se ha despertado la necesidad de conocer nuestra historia pasada. Hoy, la gente de este país, tiene un interés en conocer la historia patria como nunca antes. Pero esa historia está trenzada por una historiografía deformadora y alienante. ¿Quiénes cuentan la historia? Dime quien la cuenta y te diré qué tan genuina es.

Por ejemplo, el proceso de invasión europea lo dejaron escrito los invasores. Nuestros antepasados originarios en general no usaban la escritura, y las formas de lenguaje gráfico que llegaron a desarrollar fueron en su mayoría destruidas por el conquistador. Por eso debemos poner en duda y leer con ojo crítico, a la luz del materialismo histórico que es el único enfoque científico que nos permite ver verdades entre las sombras, los manuscritos de los llamados cronistas de indias. Incluso los nombres de los personajes indígenas y los lugares pudieran estar equivocados. Más aún los asuntos de fondo. Las razones esgrimidas para hacer las guerras y establecer la esclavitud contra las naciones indígenas. Las leyendas falaces sobre la antropofagia. La supuesta superioridad de la cultura de la metrópolis mercantilista.

También los historiadores criollos, de profunda vocación oligárquica, repitieron como loros –con el perdón de los loros- esos prejuicios y, balbucearon las verdades cristalizadas por la sociedad predominante del colonialista siglo XVIII, del azaroso XIX y el proimperialista y cambalache siglo XX. Se cultivó el centralismo histórico y se rumió las enmohecidas páginas de la denominada historia oficial. Mientras, el pueblo siempre pueblo volvía a intentar reescribirla.

Más, como no hay mal que dure trescientos años, comenzó el despertar de la historia. La región del Lago de Maracaibo, que tanto ha aportado a esa historia verdadera de lucha, de resistencia, de combate, que es la historia del pueblo venezolano, tiene que dar el salto cualitativo a la búsqueda de esa nueva verdad histórica.

Por eso hacemos estos esfuerzos, y estamos rescatando la figura épica más representativa de nuestra estirpe: el cacique Nigale, para que se sepa de una vez por todas, que no hubo fundación de Maracaibo. Hubo una guerra de más de cien años. Desde el 24 de agosto de 1499 hasta el 23 de junio de 1607, en que murió ahorcado ese último líder de nuestra resistencia armada, caído en combate defendiendo la Patria Añú: Maracaibo.

 

El racismo anti-indígena

Las categorías históricas impuestas por el “vencedor”, que luego fueron repetidas por el criollo alienado, se generalizaron a través del sistema educativo y el discurso oficial. La sociedad burguesa dependiente de los centros hegemónicos imperialistas, tiene como paradigma de vida los valores mercantilistas de un capitalismo espiritualmente decadente. El racismo es sólo la secuela dialéctica de la explotación del trabajo y el complejo de superioridad de la “raza blanca”, que tanto daño ha causado a la humanidad.

Mitos alienantes como el del “descubrimiento”, encubren la negación de la condición humana de los habitantes originarios del continente americano, hacho que se explica por el interés colonial de apoderarse de sus territorios y riquezas, en calidad de primer “poblador”. Este elemento es clave en el proceder invasor, ya que la primera posesión es fuente fundamental del derecho privado español.

Lo común ha sido pregonar el “descubrimiento” de todo lo originario de Abya Yala, a partir de la mirada del europeo. Como si en estas tierras y aguas no viviesen, desde tiempos inmemoriales, seres humanos constituidos en sociedades de diverso grado de desarrollo económico y cultural, igual que en cualquier otra parte del mundo.

La repetición durante siglos de las falsas fundaciones y descubrimientos, se han metido de tal manera en las conciencias de las gentes, que hasta el sector científico las rumia sin plantearse cuestionamientos que lucen obvios.

Tarre Muzi, por ejemplo, cae en esa visión racista sin mayores recatos. Veamos algunas de sus afirmaciones en este sentido:

-       “Cuando Alonso de Ojeda descubrió nuestro lago de Maracaibo”. [1]

-       “Alonso de Ojeda, descubridor del lago”. [2]

-       “El indio del Zulia era cerril, atrasado, salvaje, y en algunas tribus, era antropófago”. [3]

-       “Era difícil cristianizar estos salvajes, cuyas elementales creencias convertían en dioses los animales, los astros, ríos y árboles…Adoraban sobre todo el sol, la luna y el terrible jaguar”. [4]

Terrible herencia de los prejuicios que el colonizador erigió contra los pueblos autóctonos para justificar el robo y la esclavitud, ya que lo consideraban poco menos que un ser humano, al calificarlo con tan despreciativa opinión: “…porque su principal intento era comer, beber, folgar, lujuriar, e idolatrar, y ejercer muchas suciedades bestiales… el matrimonio que usaban…que los cristianos tenemos por sacramento, como los es, se puede decir en estos indios sacrilegio…Ved qué abominación inaudita (el pecado nefando contra natura) la cual no pudo aprender sino de tales animales…Esta gente de su natural es ociosa y viciosa, de poco trabajo, melancólicos, cobardes, viles y mal inclinados, mentirosos y de poca memoria, y de ninguna constancia. Muchos de ellos, por su pasatiempo, se mataron con ponzoña por no trabajar, y otros se ahorcaron por sus manos propias”. [5]

O esta acusación de Fray Tomás Ortiz: “Los hombres de tierra firme de Indias comen carne humana y son sodométicos más que generación alguna. Ninguna justicia hay entre ellos, andan desnudos, no tienen amor ni vergüenza, son como asnos, abobados, alocados, insensatos; no tienen en nada matarse ni matar; no guardan verdad si no es en su provecho; son inconstantes, no saben qué cosa sea consejo, son ingratísimos y amigos de novedades, précianse de borrachos, tienen vinos de diversas yerbas, frutas, raíces y grano; emborráchanse también con humo… son hechiceros, agoreros, nigrománticos…cobardes como liebres, sucios como puercos…no quieren mudar costumbres ni dioses…en fin, digo que nunca crió dios tan cocida gente en vicios y bestialidades…Juzguen ahora las gentes para qué puede ser cepa de tan malas mañas y artes”. [6]

Por cierto el autor de esta bazofia involucra a Fray Pedro de Córdoba como copartícipe de sus opiniones, pero si se trata del dominico que llegó junto a Antonio Montesino a la isla Española en 1510, sería una vulgar manipulación, ya que como veréis en el Epílogo, estos dos sacerdotes de la Orden de Santo Domingo, fueron los primeros defensores de los derechos humanos en el continente.

Fueron ellos quienes con su esfuerzo valiente iniciaron la era de los derechos y convirtieron para su causa a ese gigante de humanidad que es Bartolomé de Las Casas, el superhombre que enfrentó al racista Sepúlveda, aquél que formuló “Cuatro Razones” para justificar las guerras invasoras y de exterminio del Imperio Español contra nuestros ancestros.

Según Sepúlveda, las guerras eran necesarias: “1. Por la gravedad de los pecados que los indios habían cometido, en especial sus idolatrías y sus pecados contra la naturaleza. 2) A causa de la rudeza de su naturaleza que les obligaba a servir a personas que tuvieran una naturaleza más refinada, tales como los españoles. 3) A fin de difundir la fe, cosa que se haría con más facilidad mediante la previa sumisión de los naturales. 4) Para proteger a los débiles contra los mismos indígenas.” [7]   

Evidentemente, la impronta religiosa persigue al indígena más allá de la simple evangelización, la misma que impusieron con la cruz y con la espada, sobre todo con esta última. Los llamados “requerimientos”, constituyeron la intimación a través de la cual se conminaba al indígena a aceptar la religión del invasor, so pena de ser castigado con la guerra y la esclavización. Es un elemento esencial del esquema civilizatorio colonialista.

Según Rafael Fernández Heres “al Requerimiento se acude para justificar la intervención, y allí, están expuestas las razones teológicas y políticas que a juicio del invasor le dan legitimidad, y ordenados los procedimientos para actuar”. [8]

Este autor resume en pocas líneas el balance de la aplicación de los Requerimientos: “¿Cooperó el Requerimiento a la deseada pacificación de los indígenas? La experiencia revela que no. ¿Ayudó a la cristianización de los indígenas? La respuesta es también no, y aún más, que fue causa de hazmerreír entre éstos, y un estimulante al odio a los españoles que los hacía irreductibles”. [9]

El maltrato físico y moral al indígena trasciende largamente el momento colonial, heredando a la República los desmanes contra “los legítimos dueños de estos territorios”. [10]

Los siglos XIX y XX vieron repetirse las aberraciones coloniales contra el indígena. Son notorias por escandalosas, las matanzas organizadas por ingleses, españoles, alemanes y otros europeos, en la Patagonia; el hecho dantesco de llevar cuerpos de las víctimas para exhibirlos como trofeos de cacería. En los llanos venezolanos y colombianos se acuñaron términos como “guajibear”, que se usaba para referirse a salir de caza contra los guajibos. Deporte criminal que rebaza la imaginación de los hacedores de ficción de terror, toda vez que en el fondo, el interés de estas prácticas genocidas era apropiarse de las tierras ancestrales de los pueblos originarios.

Historias recientes avergüenzan la especie humana, que ha presenciado el etnocidio contra el pueblo maya-quiché a manos de militares fanáticos del imperialismo en Guatemala, o el sistemático exterminio del pueblo árabe-palestino por el impune genocida israelí.

Podemos hablar entonces de otras “Conquistas” que se fueron reproduciendo cual mala hierba, según se iban “descubriendo” los potenciales económicos de los predios indígenas. Casos de estos tenemos frente a nosotros a diario, en la Araucaria mapuche o en nuestra Sierra de Perijá. Ni qué hablar de mis abuelos añú, que sobrevivieron apenas de la razzia que se inició en 1529, y aún hubieron de ser los más afectados con la explotación petrolera que destruye el Lago, la cementera que demolió a Toas, toda la basura de un proceso urbanizador desquiciado, más los agroquímicos mortales vertidos sin escrúpulos en nuestra patria acuática.

También el olvido gubernamental y el desprecio social se juntaron para casi desaparecer el gentilicio lacustre. Remoquetes como “patarrajá”, “huelepescao”, sustituyeron el más mínimo respeto a la dignidad de un pueblo generoso. Todavía a comienzos del siglo XX, un cura italiano los llama “indios ilusos”, “indios chinos”. [11]

Es la idea dominante, enarbolada por los ideólogos de la burguesía, de un indio “flojo” y “bruto”, al que había que domesticar y civilizar. Así se justifica el despojo y se fundamenta la necesidad de identificarse con lo europeo, al punto de andar por allí rebuscando apellidos de abolengo, para decir “desciendo de” invasores.

 

La “fundación” de Maracaibo: estafa histórica que encubre el etnocidio contra el pueblo añú

No hubo “fundación” el 8 de septiembre de 1529. En esa fecha comenzó el genocidio contra los pueblos originarios de la región del Lago Maracaibo.

¿Qué pasó el 8 de septiembre de 1529?

El agente alemán Ambrosio Alfinger, quien había llegado en marzo a Coro en calidad de Gobernador de la Provincia de Venezuela, comenzó su primera invasión contra la nación Añú, que duró 7 meses y 25 días. Vino al frente de 180 soldados armados de arcabuces, cañones, espadas, lanzas, escudos, armaduras, caballos y perros de guerra.

Asaltó y saqueó varios poblados lacustres, obteniendo 7.000 pesos oro. Regresó con el botín a Coro, para luego irse el 9 de junio de 1530 a Santo Domingo, donde residía desde 1526. Allá se quedó hasta el 27-01-1531: 7 meses y 18 días; y al regresar a Coro pasó allí 4 meses y 13 días, hasta que el 9 de junio de 1531 volvió a salir rumbo al Lago, a donde debió arribar el 16, ya que ese viaje tardaba una semana.

En esta segunda invasión, que dura dos meses y medio, explora durante 20 días el río Macomite (Limón). El 1º de septiembre de 1531, abandona para siempre la región del Lago. Fue dado de baja por una flecha envenenada el 31 de mayo de 1533, tras haber sembrado de terror las comunidades indígenas de la parte oeste de Perijá, el Magdalena Medio y el Catatumbo, donde en buena hora lo mataron.

Del lado de la actual Colombia pasó más del doble del tiempo (21 meses) que estuvo en aguas maracaiberas (sumadas las dos invasiones dan 10 meses y 1 semana).

¿Qué celebran, entonces, las autoridades políticas de Maracaibo y el Zulia en esta fecha? Coinciden dos posturas en esta celebración:

1-   La ignorancia extravagante de la clase política zuliana.

2-   El mito de envejecer a juros la ciudad para competir por la primacía en servilismo colonial.

Esta visión contiene dos premisas: a) La máxima nazista sobre la repetición de una mentira, y b) El desprecio por nuestras raíces étnicas e históricas.

En el fondo de esta actitud se esconde un profundo racismo que tiende a menospreciar todo lo indígena, incluida la gesta épica de resistencia contra un invasor que abusó de su superioridad bélica y su maña para saquear y destruir nuestros pueblos originarios.

La cacareada “fundación” de Maracaibo es un disparate histórico encubridor del genocidio indígena ejecutado por los europeos a partir del Siglo XVI.  No hubo “fundación”, hubo invasión.

No debe celebrarse ninguna “fundación” de Maracaibo, y mucho menos el 8 de septiembre. Ni debería celebrarse ninguna fundación de ciudad alguna del continente, atribuida al proceso de invasión europea. Todas esas fechas corresponden a la ejecución de brutales genocidios, crímenes de lesa humanidad que provocaron dolor extremo y destrucción de seres humanos y culturas ancestrales, todo por la ambición patológica de monarquías mercantilistas decadentes.

En primer lugar, Maracaibo, como lugar de residencia de una comunidad humana, existe desde el establecimiento de la nación arahuaca en la región del Lago. No es casual que los primeros conquistadores europeos oyeran de los indígenas la palabra Maracaibo en diversos puntos de la geografía lacustre.

La primera vez que la escucharon fue en la esquina oeste de la barra, hoy conocida como San Carlos. Maracaibo le decían al estuario, en ambas orillas de la bahía del Tablazo; incluso, también en el sur del Lago volvieron a encontrarse con el topónimo.

Los españoles especularon que se trataba de un “gran señor” que gobernaba toda la comarca, y a partir de allí se tejió la leyenda del Cacique Mara o Maracaíbo, pronunciado con acento en la i.

Lo cierto es que ese término mágico que se les atravesaba por doquier, era el nombre con que los añú (etnia fundamental del Lago actualmente diezmada y reducida al epíteto “paraujanos”) llamaban a su patria acuática. Es la correcta designación histórica de la región del Lago y sus alrededores: Maracaibo.

En segundo lugar, si se trata de ubicar el momento en que los invasores logran construir un poblado con su gente y sus viviendas, ello no se le puede atribuir a la empresa de Ambrosio Alfinger, que fue quien llegó el 8 de septiembre de 1529 y anduvo por estos lares en dos ocasiones, con una estadía total que apenas suma diez meses.

El agente alemán de la compañía Welser, nunca fundó ciudad alguna. Lo que si estableció en nuestro Lago fue la primera base militar extranjera en territorio venezolano. Alfinger sabe de Maracaibo por los viajes de Alonso de Ojeda, se vale de los mapas de Juan de la Cosa y los escritos de Américo Vespucio, y al llegar a Coro, lo primero que hace es organizar su expedición hacia la “gran laguna”. También tuvo a mano las informaciones que los caquetíos de Todariquiva y españoles de Juan de Ampíes que allí se hallaban, le dieron sobre la presencia de otras naciones en el poniente.

Su mayor interés era encontrar oro y la ruta fluvial hacia “los mares del sur”.

 

Estrategia colonial de invasión al Lago Maracaibo

Toda invasión imperialista encierra un interés económico. La geopolítica de los centros hegemónicos en todos los tiempos, gira en torno a los negocios de la clase dominante.

Para entender el afán de la Corona de Castilla por apoderarse del Lago de Maracaibo, tenemos que ubicar tres elementos definitorios de su estrategia:

1)      El oro como principal mercancía y patrón del valor de cambio

2)      La navegación como principal transporte de carga de la época

3)      El carácter geocéntrico de la metrópolis colonial

Por esas cosas extrañas de la economía, un mineral sin ningún valor de uso, terminó siendo la mercancía más preciada por su elevado valor de cambio. Con el oro se podía comprar todo lo demás en la Europa del siglo XVI, desde las mejores lanas de Flandes hasta los ascensos dentro de la jerarquía católica y las monarquías. En palabras de Eduardo Galeano “el oro y la plata eran las llaves que el Renacimiento empleaba para abrir las puertas del paraíso en el cielo y las puertas del mercantilismo capitalista en la tierra”. [12]

En un segundo plano la plata, y a falta de ambos, las perlas. Ninguna de las tres riquezas abundaba en nuestro Lago Añú.

¿Por qué entonces tanto interés del invasor de apoderarse del Coquibacoa?

El traslado de las mercancías por tierra se hacía más difícil en tanto se tratase de sitios adentrados a tierra firme. La necesidad de puertos era crucial para la sobrevivencia del sistema colonial. Sin ellos no hubiese sido posible la conquista.

A mayor carga más ganancias, pero con las dificultades del medio, accidentado por montañas, grandes ríos, selvas inhóspitas, la navegación era la única opción posible de transporte masivo. Había que buscar las rutas fluviales más accesibles. Siempre pensando en el mar océano que conducía a Castilla. 

Una de las características esenciales del sistema colonial mercantilista implantado por Europa en Nuestra América, fue el saqueo o extracción de todas las riquezas para ser gastadas o invertidas en la metrópoli. Nunca se pensó en desarrollar economías autónomas que echaran raíces en las tierras conquistadas, si no por el contrario, el modelo explotador perseguía repatriar los beneficios de la invasión, bien para las arcas monárquicas bajo la figura del quinto real, bien como recompensa de los financistas de los viajes colonizadores, bien como ganancia del militar invasor.  

La importancia de la cuenca lacustre queda expuesta en este texto de la antropóloga Nelly Velázquez, en su obra Población Indígena y Economía: “La fundación de la provincia de Sierras Nevadas fue el resultado de una serie de expediciones realizadas con fines de explotación y búsqueda de metales preciosos durante la primera mitad del siglo XVI. Las expediciones fueron organizadas simultáneamente desde el reino de Nueva Granada y la provincia de Venezuela, por cuanto en ambas entidades administrativas, además del móvil aurífero, predominaba el interés por establecer un intercambio comercial que se aprovecharía de la privilegiada ubicación geográfica del lago de Maracaibo con relación a las islas caribeñas y la metrópoli. A raíz de estos intentos, pudo consolidarse una actividad comercial que se afianzaba en el sistema fluvial y lacustre formado por las cuencas hidrográficas del lago de Maracaibo, del río Zulia y sus afluentes”.[13]

Para graficar la compleja operación militar emprendida por los invasores para apoderarse del Lago Maracaibo, revisaremos algunos de los hitos históricos que precedieron la consumación de este hecho.

1498 Colón

En su tercer viaje, Cristóbal Colón llega a tierra firme de Nuestra América, concretamente en el oriente de la actual República Bolivariana de Venezuela, a la que llamó “Tierra de Gracia”, en una emotiva carta dirigida a su reina Isabel de Castilla. Este fue el inicio de las incursiones europeas en nuestra patria, fuesen éstas de aventureros saqueadores o de misiones oficiales de la Corona; en ambos casos, causaron estragos en la población originaria.

24 de agosto de 1499

Alonso de Ojeda comandó la expedición siguiendo la ruta del Tercer Viaje colombino, arribando por el Golfo de Venezuela al Lago Maracaibo el 24 de agosto de 1499. El 9 de junio de 1501 Ojeda es nombrado Gobernador de Coquibacoa, que así escucharon que llamaban los indígenas la zona en torno al golfo. En 1502 tratan de ocupar algún lugar de la península actualmente denominada Guajira, dándole el nombre de Santa Cruz. La aventura duró muy poco y se hubieron de tornar a la ínsula dominicana. De estos viajes quedaron la versión más común del nombre de Venezuela, las Cartas de Ojeda y Vespucio, que pudieran considerarse las primeras crónicas escritas sobre la región de Maracaibo, y el primer mapa del Lago que hizo el cartógrafo Juan de La Cosa.

Todariquiva. Ampíes1527. Es harto conocida la historia de la llegada a la región de Coriana, del español Juan de Ampíes, quien entabló relaciones amistosas con Manaure, líder de los caquetíos, quien más que un cacique guerrero, era el guía de la comunidad. (Por eso diferimos de cierta leyenda hipercrítica que condena al Manaure por la diplomacia con que trató a Ampies y no haberlo enfrentado por las armas) Lo cierto es que ambos, el español y el caquetío, fueron víctimas de un pionero “encuentro de dos mundos”, que era utópico en las condiciones determinantes de la conquista, por el afán de lucro que obviamente ésta tenía. Ampíes estaba convencido, por influencia de las tesis dominicas enarboladas por los frailes Antonio Montesino, Pedro de Córdoba y Bartolomé de las Casas, de que debía respetarse a la población originaria, reconociéndole sus derechos legítimos sobre sus territorios, y que la colonización tenía que partir de la evangelización pacífica de los pueblos indígenas. Manaure, por su parte, acogió al español amigable con mutua cordialidad en su Todariquiva, porque era costumbre sana corresponder un gesto amable con reciprocidad. Pero tanto el uno como el otro, actuando en su buena fe, pronto se tropezarían con la esencia verdadera de la conquista, cuando Carlos V dio Venezuela a los banqueros alemanes.

Coro 1529. Alfinger.

Si el arribo de Juan de Ampíes a Coro tuvo la justificación de “proteger” a los indios de los “malos españoles” que los asaltaban para esclavizarlos, la presencia de Ambrosio Alfinger en 1529 representa todo lo contrario. El representante de la compañía de los Welser, a quien el emperador Carlos V entregó Venezuela como forma de pago por deudas monárquicas, no vino a conversar ni compartir inquietudes espirituales o antropológicas; su lógica es la del capital financiero y transnacional en su fase germinal, que sabe que “el tiempo es oro”, y no está dispuesto a perder un centavo en diplomacias. Rápidamente reprime las libertades naturales de los caquetíos, les pretende imponer su autoridad forzosa, la cual rechazan de plano. Alfinger apresa a Juan de Ampíes por oponerse a sus métodos criminales, y causa la diáspora chaquetía que llevó a Manaure a morir en Capatárida y al resto a refugiarse en otros territorios. Hubo alzamientos, como el de Bacoa y de los propios hijos de Manaure, pero todos fueron destrozados por el poder bélico del alemán.

Podríamos afirmar científicamente, que la primera invasión militar en la región fue ésta de Alfinger. La llegada de Ojeda al Lago en 1499, se puede considerar como exploratoria, pero la incursión de Alfinger viene con todos los hierros a cobrar la empresa de sus patrones y sus propios beneficios. Su paso por el Lago será efímero, pero abrirá fauces sedientas de oro, rutas para la avaricia, y alimentará con sangre, una estrategia colonizadora más acabada, más criminal.  

Tunja 1543.

Este año de 1453, en ese lugar de la actual Colombia, departamento de Boyacá, el entonces corregidor Juan López, expuso ante su cabildo la idea de aprovechar la navegabilidad del río Zulia, para llevar sus mercancías hasta el Lago Maracaibo, incorporando la enorme pista acuática a la ruta comercial que partía de Bogotá a España rumbo Caribe mar. Se puede fijar este hecho como el inicio serio por parte de los invasores de apropiarse del Lago, no ya de aparecer en él esporádicamente como había ocurrido anteriormente, sino de establecerse en él para controlar la navegación, y por tanto, los negocios coloniales en la cuenca transmarina. Serían estos invasores en particular, los que provocarían más tarde, las ocupaciones coloniales de diversas posiciones estratégicas en los Andes venezolanos, el sur del Lago y la Maracaibo añú.

Tocuyo 1545

Juan de Carvajal “Nuestra Señora de la Concepción del Tocuyo”.

Como casi todas las ocupaciones violentas que hicieron los invasores europeos en el siglo XVI, la del Tocuyo terminó en un baño de sangre, incluso, entre los propios conquistadores.

Sentencia del 16 de septiembre de 1546 contra Juan de Carvajal: "Condenamos al dicho Juan de Carvajal, reo acusado, a que sea sacado de la cárcel pública donde está, atado a la cola de un caballo, e por la plaza de este asiento sea llevado arrastrando hasta la picota e horca, e allí sea colgado del pescuezo con una soga de esparto o de cáñamo, de manera que muera muerte natural, e ninguno de allí sea osado de le quitar sin licencia de mí, el dcho. Gobernador, so pena de muerte." Juan Pérez de Tolosa.

El enfrentamiento con von Hutten, que terminó con la muerte de éste más Bartolomé Welser y tres españoles, marcó el fin del llamado “fundador de El Tocuyo”.

Este lugar del pie de monte andino, de una geografía privilegiada, con abúndate agua dulce, tierras fértiles y mano de obra indígena con destrezas especiales para las artes manuales, fue uno de los primeros asientos coloniales del territorio, y desde donde salieron los invasores a tomarse paulatinamente el país; una vez allí consolidados, los europeos tomaron Barquisimeto, Borburata, Cubiro, Guarico, Trujillo, Valencia y Caracas.

Se puede afirmar que El Tocuyo fue epicentro de una operación geopolítica de gran envergadura, que se tradujo en la formación político-administrativa de lo que luego fue la Provincia y Capitanía General de Venezuela.

Particularmente, para la materia de interés de esta investigación, significó la antesala de una hegemonía colonial en el Lago Maracaibo, puesto que desde Trujillo, engendro directo del usurpador extranjero del Tocuyo, se organiza la expedición que en 1569 asentó un poblado hispano en las riberas maracaiberas. 

Pamplona 1549.

La palabra Pamplona suena en labios de los conquistadores del Lago como una obsesión, sólo superada por aquélla que desató locuras auríferas: El Dorado. Todas las incursiones expansionistas tienen como objetivo geopolítico abrir la ruta hacia Pamplona. ¿Cuál sería la razón?

Según Velázquez (1995) “a partir de la fundación de Pamplona se restablecieron las expediciones que intentarían inaugurar la nueva ruta comercial que operaría desde el interior del Nuevo Reino de Granada, sirviéndose fundamentalmente del Lago de Maracaibo. Las fundaciones de Mérida, San Cristóbal, La Grita, Altamira de Cáceres, Pedraza y Gibraltar tuvieron lugar como resultado de la actividad exploradora y de otras que se realizaron hacia la cordillera de Los Andes, el pie de monte de Barinas y la cuenca del lago, motivadas por la consolidación económica de Pamplona (minería) y el establecimiento de vías de comercio y comunicación permanente”. [14]

El asunto clave para los invasores era cómo sacar el oro y otros minerales preciosos, desde las interioridades andinas donde lo hallaron en grandes cantidades, para llevarlo a su soñada metrópoli castellana, donde les esperaban sus sedientos monarcas y donde se mostrarían ufanos de riquezas mal habidas pero riquezas al fin. Era la mayor motivación de los conquistadores.

Recordemos que por esas tierras anduvo el Alfinger saqueando oro abundante y asesinando a diestra y siniestra a la población originaria. Fue él quién cometió el primer secuestro, las primera masacres y los primeros “falsos positivos” en esa zona colombiana que, cinco siglos después, sufrió duramente estos flagelos a manos paramilitares. También de antropofagia se registran abominaciones cometidas por las turbas invasoras.

Trujillo 1558

Trujillo fue invadida desde El Tocuyo entre marzo y abril de 1558 por la tropa del Capitán Diego García de Paredes. El lugar tomado se conocía como valle de los Escuques. Llamó su villa Nueva Trujillo.

Nectario María anota este resumen: “Trujillo, 1558, por Diego García Paredes. Después de varias mutaciones, en 1559 los Alcaldes Hernán Vázquez y Juan Rodríguez de Porras la trasladaron definitivamente al sitio que hoy ocupa”. [15]

Entre los 81 europeos –mayoría españoles, pero en ese grupo hubo portugueses y venecianos- que invadieron la paz cuica, estaba el capitán Alonso Pacheco…quien diez años después fue designado para conquistar el Lago Maracaibo.

Mérida 1558

La ocupación de este punto estratégico de nuestra geografía, que también es parte de la Cuenca Maracaibo y desde donde se programó la invasión definitiva del Lago, vino dada por el plan de expansión minera diseñada en Tunja y Pamplona a finales de mil quinientos cuarenta. “En el año 1558 el Cabildo de Pamplona concede autorización al Capitán Juan Rodríguez Suárez, para organizar una expedición con el propósito de organizar nuevas minas; éste, acompañado por 59 hombres, penetra los valles de Cúcuta, prosigue el curso de los ríos y después de una larga jornada se encuentra en el valle de Los Mocotíes”. [16]    

El 9 de octubre de 1558, Rodríguez Suárez establece Cabildo en un lugar cercano a la actual Lagunillas, dándole el nombre de la ciudad extremeña que los romanos bautizaron Emérita Augusta, es decir, Mérida. En poco tiempo muda su campamento a cuatro leguas más arriba, el 1º de noviembre. Situaciones conflictivas entre los españoles, terminan con la destitución de Rodríguez Suarez por parte de la Audiencia de Santa Fe (Bogotá), sustituyéndolo por Juan de Maldonado, quien parte de Pamplona con 80 soldados bien apertrechados en marzo de 1559. El 12 de julio se reubican en el medio de la meseta merideña, frente a las Sierras Nevadas, y nombran al sitio Santiago de Los Caballeros.

En este corto tiempo, se produjeron al menos diez batallas con los pueblos originarios del Ande nacional. Los nombres de Bailadores, Guazábara, El Realejo (hoy Lagunillas), Los Estanques, Jamuén, y toda la ribera del río Chama rememoran los sitios regados por la sangre autóctona, que no por haber sido derrotada militarmente, dejó de resistir con coraje y dignidad por siglos.

Hasta 1607 Mérida dependió administrativamente de Tunja, a partir de ese año se crea un nuevo corregimiento que la une a Pedraza, Barinas, y las villas de San Cristóbal y Gibraltar, con La Grita como cabecera. Esta unidad político-territorial pasó a ser gobernación, y su gobernador fijó residencia en Mérida, convirtiéndola en la capital.  

 

Centros de poder coloniales

-        Real Audiencia de Santo Domingo 1511.

-        Nuevo Reino de Granada 1528.

-        Provincia de Venezuela 1528

-        Corregimiento de Tunja 1535.

-        Gobernación de Venezuela

-        Capitanía General

 

Armas estratégicas

Virus y Bacterias

“Las bacterias y los virus fueron los aliados más eficaces. Los europeos traían consigo, como plagas bíblicas, la viruela y el tétanos, varias enfermedades pulmonares, intestinales y venéreas, el tracoma, el tifus, la lepra, la fiebre amarilla, las caries que pudrían las bocas. La viruela fue la primera en aparecer. ¿No sería un castigo sobrenatural aquella epidemia desconocida y repugnante que encendía la fiebre y descomponía las carnes?” [17]

“El desarrollo histórico del mundo, en particular la conquista y dominio del Nuevo Mundo por parte de los europeos desde finales del siglo XV, no podría entenderse si no se tuviera en cuenta de qué lado luchaban los pequeños asesinos y por qué…Las bacterias y los virus eran las armas más importantes de los europeos (sin que estos tuvieran la menor idea de la existencia de estos aliados), y durante la conquista del continente americano asumieron casi todo el trabajo sucio. Entre los siglos XVI y XIX los conquistadores y colonos llevaron a América la viruela, la tosferina, el sarampión, la gripe, el tifus, la difteria, la malaria, las paperas, la peste, la tuberculosis y la fiebre amarilla, mientras que los indios –aparte de la sífilis cuyo origen es incierto- no tenían de su lado ni un solo agente que provocase la muerte. Américo Vespucio hablaba sobre su viaje a Brasil en el año 1501 en estos términos: como he dicho, allí las personas llegan a ser muy viejas, no conocen enfermedades, epidemias ni vapores febriles, y no mueren de  muerte natural, sino a mano de otra persona o por su propia culpa. Es decir, que los médicos allí lo tienen difícil”. [18]  

-        Caballos y perros

-        Armas de hierro: espadas, lanzas, armaduras, ballestas

-        Pólvora: cañones, arcabuces, bombas de fuego, mosquetes

-        Visión geopolítica

-        La codicia y el engaño

-        La experiencia bélica

 

 

 

La declaración de Esteban Martín: un documento clave sobre la falsa “fundación” de Maracaibo en 1529.

Esteban Martín fue un militar español que se desempeñó en cargos de confianza durante la invasión encabezada por los alemanes de la empresa Welser. El primer gobernador europeo en Venezuela, Ambrosio Alfinger, lo tuvo por su Maestre de Campo, y le encomendó gran parte de las operaciones para ejecutar el saqueo y genocidio que dejaron a su paso.

En 1537, todavía Esteban Martín sigue a las órdenes de los welser, esta vez bajo el mando de Jorge Espira, al lado de quien fallece en un enfrentamiento con indígenas del río Apure. Su muerte impactó negativamente en la tropa castellana, ya que le tenían por diestro en el combate y acertado en la comandancia. Entre otros atributos, le endilgaban la facultad de “lengua”, vale decir, persona con facilidad para comunicarse con los indígenas, una especie de traductor improvisado, que más logró en perjuicios por su don de engaño, que el haber aprendido realmente los idiomas de nuestros ancestros.  

El 18 de agosto de 1534, Martín escribe su testimonio sobre las andanzas de Alfinger, bajo el título: “Relación de la expedición de Ambrosio Alfinger desde el 9 de junio de 1531 hasta el 2 de noviembre de 1533”; es ésta una fuente documental de valor inestimable para hacerle seguimiento a los primeros días de la invasión europea en Venezuela y –particularmente- en la patria añú: la región del Lago de Maracaibo.   

Una lectura somera de esta “Relación” y de la biografía de Alfinger, nos permiten observar que:

-       En 1526 Alfinger está en Santo Domingo al frente de la factoría de los Welser. A raíz de las Capitulaciones de Carlos V a favor de los banqueros alemanes el 27 de marzo de 1528, es designado primer Gobernador y Capitán General de Venezuela.

-       Llegó a Coro (Todariquiva) en marzo de 1529 con una armada de trescientos hombres, sorprendiendo al español Juan de Ampíes, que se había establecido en predios caquetíos con la esperanza de recibir un nombramiento como mandatario colonial.

-       Con 180 soldados salió a principios de agosto de 1529 en dirección oeste, buscando la “gran laguna” que le informaron estaba hacia el poniente, y que consideraban erróneamente una vía interior al “mar del sur”. El 8 de septiembre llegó a la orilla oriental del Lago.

-       El 3 de mayo de 1530 volvió a Coro con 70 hombres y un botín de 7.000 pesos oro. Esta primera incursión de Alfinger lo mantuvo siete meses y veinticinco días explorando el estuario y asaltando los pueblos añú.

-       El 1º de agosto de 1530 zarpó a Santo Domingo con 9.586 pesos oro y 6 tomines para las arcas welser, regresando a “Tierra Firme” el 27 de enero de 1531.

-       El 9 de junio de 1531 inicia Alfinger su segunda entrada contra los pueblos del Lago de Maracaibo; con un bergantín y dos embarcaciones menores, navega el Macomiti (actual rio Limón), atacando y saqueando los poblados añú de las riberas, particularmente, según lo narra Esteban Martín, “tres pueblos de onotos en la boca de este rio”, refiriéndose a las comunidades palafíticas de Moján y sus alrededores.

-       Pero ya el 1º de septiembre del mismo año de 1531, Alfinger se va definitivamente del Lago, en su famosa “jornada que hizo a los pacabueyes”, su última aventura criminal que lo llevó a cruzar los Montes de Oca hacia el actual Valledupar, siguiendo la ruta sur y bordeando las faldas occidentales de la Sierra de Perijá hacia la cuenca del Catatumbo, donde murió flechado el 31 de mayo de 1533.

-       Vale decir que, su segunda “visita” al Lago (tomando en cuenta que salió de Coro el 1º de septiembre, y que el viaje de “50 leguas” les llevaba hacerlo –por lo menos- una semana) duró alrededor de dos meses, de los cuales veinte días se le fueron en la expedición al norte del lago y el rio Macomiti. 

 

¿En qué momento, entonces, pudo este invasor “fundar” una ciudad a orillas del Lago de Maracaibo? ¿En qué parte de las memorias y crónicas documentales de ese nefasto período de nuestra historia, se relata la “fundación” de ciudad alguna? ¿Qué otras autoridades coloniales dieron continuidad a la presencia invasora en el Lago de Maracaibo tras la partida de Alfinger?

A los efectos del objetivo principal de este trabajo, estas preguntas fundamentales para la búsqueda de la verdad histórica, están resueltas hace rato: ¡Alfinger no fundó un carajo!

Para más detalles, dejaremos aquí plasmado un resumen de la “Relación” de Estaban Martín, con el propósito de precisar el itinerario del alemán a quien voces y letras colonialistas, alcahuetas del genocidio, le atribuyen la grandeza de haber “fundado” Maracaibo:

-       Salió Alfinger de Coro hacia Maracaibo que está a cincuenta leguas el 09-VI-1531 (no indica el día de llegada).

-       Con un bergantín y dos barcos más salió a “descubrir” el rio Macomiti que está a diez leguas. En la boca del rio había tres pueblos onotos (así le dijeron estos primeros invasores a los añú por su costumbre de untarse la piel con onoto o achote). Jornada que duró 20 días.

-       El 1º de septiembre salió con 40 de a caballo y 130 peones, caminando 20 leguas hasta unas sierras donde nace el rio Macomiti, allí encontraron indígenas que llamaron “bugures”, no guerreros, “oronados como frailes”, cuyas mujeres usaban vestidos; también habían otros de lengua y forma de vida parecida llamados “buredes”, ambos usaban oro.

-       Siguieron sierra abajo y hallaron un valle muy hermoso con indios buredes y caonabos, a unas 25 leguas al sur del Cabo de la Vela (al que no fueron) y 30 de Maracaibo (15 por sierras y 15 por tierra llana).

-       Habían muchos conucos e “hicieron paz”, aprovechándose de los alimentos y la hospitalidad de los nativos. Éstos practicaban el trueque de oro por sal con otros indígenas, y se vestían con mantas y bonetes de algodón.

-       Rumbo al sur y 25 leguas andadas llegan donde los “iriguanas, cuyas mujeres se tatúan”. Obtienen información sobre la presencia de unos indios pequeños llamados “dubeys” en la parte este de las sierras (Perijá) y “haruacanas” en la parte oeste (posiblemente Sierra Nevada). A unos y otros acusan de comer carne humana.

-       Menciona haber llegado a los pueblos pacabueyes de Macoco y Pavxot, así como a un rio denominado Iriri.

-       El día de Reyes enviaron para Coro a un tal Vasconia con el oro robado en la travesía.

-       El welser continúa su avanzada al sur y llega a la ciudad pacabuey de Tamara, cercana al rio Xiriri o Iriri, con más de mil bohíos, y una laguna de cuatro o cinco leguas. Allí se quedó Alfinger durante dos meses y medio.

-       El 2 de abril salieron a otro pueblo llamado Conipaza a tres leguas, pasando a territorio de los cindahuas, en la comunidad de Cinpachay, donde se topan con el rio Yuma, que inunda las sabanas vecinas.

-       Recorren Cincilloa, Cenmoa, Ijara y tornan a Pavxoto, donde antes habían estado. Por lo visto, en parte los invasores anduvieron en círculos, extraviados en esas nuevas tierras “descubiertas”.

-       El 24 de junio en 1532 mandó al propio Esteban Martín para averiguar si Vasconia y el oro habían llegado a su destino, a la vez que trajese cosas de su uso personal y más soldados.

-       Tardaron 34 días en llegar “al pueblo de Maracaibo”, donde “le entraron a los onotos que estaban en guerra”. (Este dato es muy importante, por cuanto evidencia la resistencia permanente del pueblo añú ante la invasión de los extraños). Martín recibió cinco flechazos, aunque se salvó. Los refuerzos de Coro tardaron 32 días en llegar.

-       Regresaron a encontrarse con Alfinger en Zomizaca, rio Comiti, territorio cindahua (a 140 leguas de Coro y setenta del Cabo de la Vela).

-       Reseña la presencia de unos indios “pemeos” que usan el cobre por moneda; unos indios que les hicieron guerra y no supieron qué grupo era, vestían de mantas de algodón muy pintadas.

-       Luego de avanzar muchos días por sierras difíciles y despobladas llegaron a un pueblo de 50 bohíos llamado El Mene, lugar frío, con nieves, cuyos indios eran los “araugos”, que tenían labranzas de maíz y caraotas.

-       En una zona de sierras le hacen guerra a los indígenas del lugar, los que hieren a Alfinger de un flechazo envenenado en la garganta. Muere a los cuatro días.

-       Los españoles nombraron a Pedro de San Martín Capitán General y Justicia Mayor, dirigiéndose en dirección noreste, por la ruta de tres ríos que se juntan y forman uno grande llamado Tatare que desemboca en el Lago (probablemente el Catatumbo).

-       En el sur del Lago, en tierra de “pemones”, hallaron a uno de los españoles que vino con Vasconia a traer el oro, viviendo en un pueblo con los indígenas que lo habían rescatado y salvado. Cuando Martín preguntó cómo era el nombre de ese pueblo, le respondieron: Maracaibo. Y allí nunca llegó ese bestial invasor que fue Ambrosio Alfinger.

-       Los europeos sobrevivientes de esta Primera Guerra de Maracaibo, llegaron de regreso a Coro el lunes 2 de noviembre de 1533.

 

 

 

 

El paso de Alfinger por el Lago Maracaibo

 

Alfinger cayó en las flechas de Sabaseba

como  todo el que se atreva a burlarte

Pacheco murió de insomnios

como todo el que te robe el sueño

Maldonado se fue al olvido

como todo el que te manche el recuerdo

Al Olonés le comieron el corazón

los indios de Centroamérica

porque nadie que nos haya mancillado

se salvará

será perseguido

hasta saldar sus deudas

por los siglos de la sangre.

 

(Como la raíz del mangle, 1997)

 

Abundan los testimonios sobre el carácter despótico y la crueldad con que Ambrosio Alfinger trataba a las personas. El propio Juan de Ampíes, un reconocido súbdito castellano que aspiraba al nombramiento de Gobernador cuando se vino a Coro desde Santo Domingo con la idea de una evangelización pacífica de los indígenas, apenas arribó a tierra, Alfinger lo apresó y colocó grilletes, mandándolo a confinar en el depósito de un barco. También fueron notables las palizas y latigazos que personalmente daba el alemán al soldado que le fallara en alguna de sus órdenes. Hubo incluso protestas contra su autoridad, y sólo un puñado de privilegiados gozó de sus favores a fuerza de sumisión y servilismo.

El historiador psiquiatra venezolano Francisco Herrera Luque, en su novela La Luna de Fausto, coloca con sutileza una perla, durante el arribo de Jorge Spira a Coro, al momento de recibir informes de sus subordinados: “Al parecer –agregó Pérez de La Muela-, Ambrosio Alfinger fue un monstruo. Despobló esta tierra matando miles de indios y también cristianos”. [19]

Fray Pedro Aguado, narra con gráfica diafanidad, un pasaje que habla del presunto “fundador” de Maracaibo, al que llama Micer Ambrosio, “…un hombre imitador de abominables crueldades con indios...traía este hombre por criado, que no le servía de otra cosa sino de traer a cargo una cadena, en la cual venían aprisionados cierta cantidad de indios que traían cargada la munición y el demás fardaje que era de rancho y tienda del gobernador, y están puestos por tal orden de collares al pescuezo que aunque vayan caminando y cargando nunca se les quita la cadena, y como los indios sienten también hambre como los españoles e iban cargados, cansábanse, y faltándoles las fuerzas, de flaquezas se caían y sentábanse en el camino. Este alcaide o verdugo del demonio de micer Ambrosio, por no detenerse y abrir la cadena y sacar al indio que se cansaba, y por otros diabólicos respetos que lo movían, cortábale luego la cabeza para quitarlo de la collera, y dejábaselo allí muerto”. [20]  

Uno de esos esbirros de Alfinger fue Luis González de Leiva, Teniente de Gobernador en Maracaibo, quien inició formalmente la esclavitud indígena en esta parte de Venezuela. La primera acción traicionera de los invasores en la ribera del Lago fue sin duda la captura de la gente de Parepi y Cumari, dos poblados de la costa oriental, a los que vendieron como esclavos en Coro, Santo Domingo y otros mercados. Fueron doscientas veintidós las víctimas, por las que ganaron dos mil pesos oro los criminales.

Los de Parepi y Cumari –como muchos indígenas a la llegada de los europeos- habían sido generosos con los recién llegados. Obsequiaron a los visitantes el oro que poseían, ya que lo pedían con tal insistencia, que prácticamente se los arrancaban de sus manos. También los proveyeron de los alimentos almacenados en sus hogares: carnes de cacería, pescado, yuca y maíz.

Pero esa cordialidad sería pagada con la rapiña invasora. Los ingenuos anfitriones no tenían ni ligeras sospechas de las verdaderas intenciones de los extranjeros.

El 16 de noviembre de 1530, Luís González de Leiva declaraba ante el escribano Juan de Carvajal, la bestial sentencia con la que quiso darle visos de legalidad a tan horrendo crimen: "Visto este presente proceso, las informaciones dadas por lñigo de Vasconia y las escrituras e informaciones y cédula de Su Majestad en él presentadas, y el voto y parecer de los dichos religiosos y presbíteros, atendiendo a la calidad de los indios de los pueblos de Parepi y Cumari, hoy presos, siendo sus tierras tan cercanas a Maracaibo, pudieran hacer mucho daño si no fuesen castigados oportunamente; visto que han querido alzarse y alborotar otros muchos pueblos que estaban en paz, cometiendo traición y llegando a amacanear la Santa Cruz, rectamente sentencio: Fallo que debo condenar y en esta mi sentencia condeno, a los dichos doscientos veinte y dos piezas de indios e indias, pequeños y grandes, las veinte y dos indias paridas sin contar sus criaturas de leche como piezas naturales, de los pueblos Parepi y Cumari, y a todos los otros indios y caciques como esclavos perpetuos, sujetos a perpetua servidumbre y que todos sean herrados con fuego en la barbilla, con la V griega que es la marca de esta provincia, tanto hombres como mujeres, para que sean llevados fuera de aquí y vendidos públicamente ante un escribano que dé razón de lo que por ellos dieren, y así lo pronuncio y mando por esta mi sentencia definitiva. Luis González de Leiva."

Todo fue una farsa para justificar el sucio negocio. Dificultades meteorológicas hicieron desviar las naves esclavistas, y los caquetíos y añú de Parepi y Cumari, fuero a dar a Jamaica y Santa Marta. Los ingresos debían entregarlos al factor de los Bélsares en Santo Domingo, Sebastián Rentz. El precio de venta fue de siete pesos y medio por “pieza”.

Esta fue una de las consecuencias de los actos del incestuoso Papa Rodrigo de Borgia (Alejandro VI) que entregó "en nombre de Dios" estas tierras a los Reyes Católicos de España, de quienes heredó el emperador Carlos V el poder para entregarle Venezuela a los banqueros alemanes el 27 de marzo de 1528 (Welser o Belsares), para “conquistar, explotar, poblar y gobernar”, desde Maracapana hasta el Cabo de La Vela. La concesión incluía licencia para esclavizar los indios rebeldes e introducir esclavos negros, inaugurándose así el régimen esclavista en este continente.

En 1528 se otorgó la capitulación a los alemanes Enrique Einguer y Jerónimo Sayller, que dio paso a la invasión welser, a quienes dijo el Rey: “doy licencia y facultad para que a los indios rebeldes, siendo amonestados y requeridos, los podáis tomar por esclavos”. [21]

“Muchos pueblos indígenas serían arrasados por esta injusta situación. La resistencia se hizo única vía para la sobrevivencia. La guerra de ocupación muestra del europeo su rostro y alma desalmados por la ambición. La guerra de resistencia indígena es la cara y el espíritu de la dignidad humana. En la medida que llegaban, los hombres de Alfinger, de Federmán, de Spira, del Obispo Rodrigo de Bastidas, iban saqueando más poblados en busca del oro, que por ser muy escaso en la zona, fue rápidamente sustituido por la trata de esclavos como medio de fortuna. Al "indio", como erróneamente llamaron los invasores a todo el que hallaron en estas tierras y aguas, lo esclavizaron para venderlo, para obligarlo a fungir como bestia de carga, o para cualquier trabajo fuerte que requiriesen los intereses del imperio. El modo no importaba mucho a los refinados señores, sólo los saldos. Cuando los usaban como cargadores en las expediciones de saqueo llamadas "entradas", los llevaban encadenados por los pies o por los cuellos. Si alguno, en la marcha, se agotaba o enfermaba por la falta de agua y alimentos a que eran sometidos por largos días, le cortaban la cabeza y lo dejaban tirado a flor de tierra. Se dio la alevosa modalidad de secuestrar comunidades enteras para forzar a sus familiares a pagar rescate, bajo amenaza de quemarlos vivos si no veían satisfechas sus malvadas aspiraciones. Hasta 40.000 castellanos reunieron con esta práctica en un mes. Hubo familias a las que dejaron morir de hambre y sed encerradas por no haberles suministrado más oro. Ese fue el frecuente comportamiento de Alfinger y sus mercenarios en Maracaibo y en sus correrías por el hermoso valle que bañan las aguas del Guatapurí, por donde pasó dejando una estela de muerte, hasta que se topó con la suya entre las heroicas flechas de los recios guerreros Barí, descendientes Chibchas que habitan las riberas de los ríos Zulia y Catatumbo, y todas las aguas y montañas del sur de Perijá”.  [22]

Tarre Murzi nos recuerda que Guillermo Morón llama a Alfinger “El Exterminador”, y refiere que “El genocida Alfinger no se cansa de exterminar aborígenes, mujer y niños”. [23] Y, aunque trata de ser más benévolo con Pacheco, reseña un informe de Fray Lorenzo de Bienvenida al príncipe Felipe, en el que afirma que éste “no fue un santo…se divertía ahogando las mujeres en el lago y cortando las orejas a los indios”. [24]

Las tropelías contra la paz y la dignidad en la zona, no cesaban. En 1532,  algunos soldados de la base militar creada por Alfinger en Maracaibo, Juan de Ávila, Juan de Acero, Enrique Sailer, Gonzalo Ribera, entre otros, raptaron un grupo de muchachas Añú que se bañaban en Parahedes, predios del cacique Cabromare, en la desembocadura del río Macomiti (Socuy o Limón). Se llevaron seis, para abusarlas junto con el alcalde Francisco Venegas, quien los instruyó a volver con veinte hombres más por otras chicas. Los familiares de las secuestradas esperaron a los sádicos con una lluvia de flechas envenenadas que mató a trece, Juan de Ávila entre ellos, y dejó siete heridos. Los seis restantes huyeron despavoridos a reportarle las bajas al alcalde Venegas, quien en venganza, organizó una embestida contra los Añú de Parahedes, atacándolos con todos sus hombres de a caballo, reforzados con perros de guerra. Secuestraron cerca de ochocientas personas por las que ganaron muchos miles de pesos. Una de las retenidas fue la hija del cacique Mopaure, otro de los invisibilizados héroes de nuestra primera gesta independentista. Las ganancias se las repartieron el alcalde Venegas, Hernando Beteta, Hernando de Castrillo y el capitán Diego Martínez. Fue el inicio del genocidio de los grupos indígenas que habitaban el Lago Maracaibo; por lo que afirmamos que no se puede hablar de la “fundación” de ninguna ciudad por parte de los banqueros alemanes llamados Welser o Belsares.

Alfinger murió el 31 de mayo de 1533. Sus tropas retornaron a Coro el 2 de noviembre. El cambio de gobierno ocurrió en febrero de 1535 con la llegada de Jorge Spira, mismo que el 11 de mayo ordenó a Federman levantar el campamento que tenían en Maracaibo, hecho que se consumó en octubre de ese año de 1535.

Rumbo al cabo de la Vela, se llevaron consigo setecientos indígenas como esclavos. Los añú que quedaron escondidos entre el follaje, prendieron fuego a los tres barcos anclados en el puerto, quedando dos totalmente calcinados, y el otro sirvió de refugio temporal a una docena de soldados de la retaguardia invasora. En un par de horas fueron dados de baja por guerreros de la resistencia.

Así tuvo su final el efímero pero destructivo paso de los primeros invasores del Lago, que no fundaron otra cosa que no fuera: a) una base militar, b) el genocidio, y c) la era de la esclavitud, desconocida hasta entonces por los originarios y libres habitantes de Maracaibo.

El Hermano Nectario María, con creces el investigador más serio y aplicado de la historia maracaibera, a pesar de defender la tesis de la “fundación” y de sesgar sus opiniones a favor de los “descubridores”, tuvo que concluir que “Maracaibo no fue ciudad en el sentido lato que entonces daban a las fundaciones de esta índole, por carecer de Cabildo, por cuya razón no gozaba de propia autonomía”. [25]

Igualmente, en el Capítulo XIII de su Historia de Venezuela, referida a la “fundación de las primeras ciudades”, el Hermano Nectario concluye: “Ciudad Rodrigo de Maracaibo (hoy Maracaibo) por Alonso Pacheco en 1569. En 1574, Pedro Maldonado la repobló con el nombre de Nueva Zamora de Maracaibo”. [26] Sin mencionar para nada a Alfinger en este tema.

Casi todos los cronistas hispanos se esmeraron en demonizar a los alemanes, colocando sus desmanes muy por encima de los que fueran capaces los nacidos en los Reinos de Castilla y Aragón.  Citando a Fernández de Oviedo, Gustavo Pereira, anota que “como no traen la intención guiada a la conversión de los indios ni a poblar y permanecer en la tierra más de hasta alcanzar oro y poder tener hacienda en cualquier forma que les pueda venir, posponen la vergüenza, y la conciencia, y la verdad, y se aplican a todo fraude y homicidio, y cometen innumerables faltas”. [27]

Bartolomé de Las Casas, lo denuncia así: “Entraron en ellas, más pienso sin comparación cruelmente que ninguno de los otros tiranos que hemos dicho, y más irracional y furiosamente que crudelísimos tigres y que rabiosos lobos y leones. Porque con mayor ansia y ceguedad rabiosa de avaricia, y más exquisitas maneras e industria para haber y robar plata y oro que todos los de antes, pospuesto todo temor a Dios y al rey y vergüenza de las gentes, olvidados que eran hombres mortales, como más libertados, poseyendo toda la jurisdicción de la tierra, tuvieron”. [28]

José Oviedo y Baños, por su parte, resume con elogiosa brevedad, el paso de Alfinger por nuestra Patria acuática: “Taló cuanto encerraba la laguna en su contorno sin hacer asiento en parte alguna”. [29]

De ese andar bestial de Alfinger, nuestro Juan Bessón dice: ”En verdad, había pasado por la comarca como un ciclón. Robó a los indios, saqueó sus pueblos, degolló a los que resistieron y esclavizó al resto, enviando a Coro todos los productos del saqueo”. [30]

Cuando en 1545 se realizaron las pesquisas de Pérez de Tolosa, muchas de las sanguinarias acciones de Alfinger salieron a luz, cuando testigos de excepción respondieron bajo juramento, las cuestiones planteadas por el magistrado: “22. Si saben que el dicho Ambrosio de Alfinger, siendo tal gobernador e yendo contra la instrucción que tenía, en la primera jornada que hizo a Maracaibo trajo muchos esclavos e naturales sin haber causa para ello, no guardando la orden que S.M. manda, e los vendió en pública almoneda a los conquistadores, e no acudió con el quinto de los dichos esclavos que pertenecía a S.M.; fue en fraude de la hacienda real, aliende de haberse despoblado por dicha causa la dicha tierra”. [31]   

La instrucción que Alfinger se había tragado, cual luz roja de semáforo, tenía que ver con esto: “soy informada que vos, el nuestro gobernador…habéis ido a hacer ciertas entradas de donde habéis traído cantidad de indios y los habéis pronunciado por esclavos, no guardando la forma e orden que por la dicha nuestra provisión e instrucción tenemos dada”. [32]

Nos cabe la duda razonable de si a S.M. le preocupaban esos seres humanos llamados indios que sus enviados esclavizaban, o eso de guardar las formas y orden que sus majestades tenían dadas por el Papa, por lo cual debían recibir sus “quintos” reales. 

 

 

 

 

 

 

Alonso Pacheco y su Ciudad Rodrigo

Es importante destacar, que los invasores tenían dos razones fundamentales para establecerse en un lugar determinado: la primera y más inmediata, era aprovecharse de la presencia de una población originaria a la que sometían para ponerla a su servicio; y la segunda, cuando surgía la necesidad de establecer puertos –en agua como en tierra- para el tránsito de las mercancías extraídas de los territorios conquistados.

En cuanto a la primera razón, la de valerse de los indígenas para su manutención y negocios, como mano de obra no remunerada (que Tarre Murzi llama “mano de obra útil”), como medio de transporte de carga o como simple “pieza” para el mercado esclavista, es obvio que en los comienzos de la invasión, los europeos no tenían conocimiento de los productos vernáculos comestibles, medicinales o de otro provecho, así como de las rutas de recolección, cacería y comercio existentes antes de su llegada. Por eso la estrategia invasora consistía en levantar sus campamentos –en el estricto sentido militar de la palabra- adosados a las poblaciones indígenas o a distancia “prudente”, donde lograban mantenerse valiéndose de su superioridad bélica o por el engaño, como ocurrió en muchos lugares donde los enviados de la Corona de Castilla, fingieron ser amistosos para luego dar el zarpazo.

En las Elegías de Juan de Castellanos, Pacheco es exaltado cual varón notable, pero sin poder esconder su derrota en Maracaibo.

“Un Pacheco que fue varón notable, fundó ciudad de gente castellana, en parte bien dispuesta y agradable, aunque siempre duró de buena gana, pero como halló gran resistencia, convino del lugar hacer ausencia”. [33]

Si, como afirman algunos políticos e historiadores, Alfinger fundó la ciudad de Maracaibo, ¿por qué tuvo que venir Alonso Pacheco a cumplir esa misma misión 40 años después?

En 1569 los invasores llevan setenta y siete años en todo el continente; han desarrollado una vasta experiencia expropiando a los pueblos originarios de sus tierras, destruyendo sus culturas y modos de vida, con engaños religiosos, exterminio bélico y mala maña. El saqueo es la garantía de su provecho económico,  ya que el invasor es alérgico al trabajo, que dejaban sólo para los siervos y esclavos.

La segunda invasión de Maracaibo se organizó en Trujillo, desde donde el gobernador Pedro Ponce de León dio instrucciones de fundar una ciudad en la laguna de Maracaibo. Al frente de esta campaña colocaron al capitán Alonso Pacheco, por venir de él la iniciativa y por contar con respaldo financiero de sus conocidos comerciantes merideños. Necesitó varios meses para emprender la aventura que no le resultaría fácil ni rentable.

Respecto de haber “fundado” Maracaibo algún “Don” de estirpe europea, el mismo Nectario María cae en tremendas contradicciones, cuando en la página 329 de su libro Los orígenes de Maracaibo cierra el Capítulo XXX con la optimista afirmación: “Alonso Pacheco es, pues, el verdadero fundador de Maracaibo”; pero ya en la siguiente cuartilla que da inicio al Capítulo XXXI, sentencia: “Pacheco, después de su rotundo fracaso en el intento de poblar la laguna de Maracaibo, resolvió radicarse en Trujillo”. [34]

En nuestra tesis resaltamos que todavía a finales del siglo XVI los españoles no habían consolidado su predominio en el Lago de Maracaibo, y por tanto, no se puede hablar de que hubiesen “fundado” ninguna ciudad hispana en la Patria Añú.

Tan es así, que “en noviembre de 1573 las comunidades AÑÚ… Cien canoas partieron de Toas con el asomar del alba. Hombres, mujeres y niños formaban la armada que avanzaba tensa... Las canoas se sentían más pesadas que de costumbre por la cantidad de piedras que traían, recogidas en los cerros de la isla. Cada guerrero llevaba suficientes flechas como para abrirle heridas al cielo mismo. Los arcos, todos nuevos, se hicieron de madera del curarire que se viste de amarillo en primavera. Las macanas de mangle rojo recién cortado aún destilaban cera. Las treinta casas que componían la arquitectura de Ciudad Rodrigo miraban todas hacia el Lago. Se hallaban unas de otras separadas por unos quince pasos de distancia, rodeadas por el frente y por el fondo de unos muros improvisados con sacos llenos de arena La tranquilidad del amanecer fue truncada… El ataque fue duro, como la lluvia de piedras que terminó de despertar a los hispanos que dormían. La orden dada al batallón de pedreros era tirar la mayor cantidad que pudieran en el menor tiempo posible una vez que las canoas tocaran la ribera, y así lo hicieron hasta vaciar las bolsas repletas de pedazos de Toa. La batalla continuó mientras hubo pertrechos. Sólo cuando las flechas se agotaron, la tropa indiana comenzó la retirada. Los españoles no pudieron reprimir la partida de las canoas porque tenían muchos heridos... La estocada fue severa. Jaque a Ciudad Rodrigo. Cuando los caciques de las diferentes comunidades que participaron de aquella gesta se despedían para retornar a sus habituales actividades, los españoles comenzaban sus preparativos para huir del lugar. Pacheco ni siquiera esperó al grupo. Su golpeado ánimo se terminó de desmoronar con la derrota sufrida”. [35]

Bessón, un historiador muy prolijo y acucioso, establece el año de 1571 para la empresa de Alonso Pacheco. “Don Alonso Pacheco, natural de Talavera la Vieja, llegó al Lago de Maracaibo, para entonces Laguna de Coquivacoa, el año de 1571 y resolvió fundar allí una ciudad, para facilitarse la expedición de los alrededores, donde sospechaba poder conseguir oro”. [36] 

“Escogió la orilla izquierda del lago –prosigue Bessón- viniendo de su fondo, y realizó el viernes 20 de enero sus deseos con los poderes que le había dado don Pedro Ponce de León, poniéndole el nombre de Ciudad Rodrigo…”. [37]

Todo parece indicar un error en el texto de Bessón, tal vez atribuible a edición o imprenta, ya que también ubica la llegada de Pedro Maldonado en 1674 en la página 55 del Tomo I de su extensa y muy respetada obra, que bien debería ocupar un sitio privilegiado en todos los hogares y escuelas del país.

 

 

 

 

Nueva Zamora con Pedro Maldonado

 

Somos Nueva Zamora y Gibraltar saqueados

sobrevivientes de Nau y Morgan

fugitivos de Pacheco y de Limpias

rehenes de Gramont vendidos como bestias

la villa inconsolable de huérfanos y viudas sin apellido

aquí no queda balaustre sino carbón como serpiente al rojo vivo

aquí el humo de la destrucción

opacó las chimeneas de la revolución industrial

y la última guerra del Golfo Pérsico

los zaparas vinieron en doscientas canoas

a salvarnos del smog y la contaminación decibélica

aunque fueron engañados por una ruinosa campaña publicitaria

y ciertas raciones anticuadas

nuestra cultura se hizo polvo los caballos pisaron el pan rallado

las pestañas se destiñeron y la nobleza se vino a menos

aquí estuvo un botalón de almas

afinque de un gentilicio extraviado cuando fundaron

tras un siglo de gentil resistencia

un cementerio llamado Maracaibo. (Como la raíz del mangle, 1997)

El gobernador de la Provincia de Venezuela, Diego de Mazariegos, ordenó una nueva invasión contra Maracaibo al Capitán Pedro Maldonado, vecino y encomendero de Mérida, quien estuvo con el grupo de Pacheco.

Maldonado, conocedor de la zona y de las tácticas de guerra indígena, como de la idiosincrasia de sus paisanos, ofreció a los que habían huido de Maracaibo, la reconquista de sus encomiendas. Dio publicidad a su aventura en Trujillo, Mérida y Carora. Encomenderos con cierto poder acumulado, como Rodrigo de Argüelles, aportaron dinero, hombres y caballos.

Maldonado llegó nuevamente a Maracaibo, liderando a lo que quedaba del grupo que invadió en 1569 con Alonso Pacheco. Ahora eran el doble en cantidad de aquellos primeros, y venían armados hasta los dientes con todos los fierros de que pudieron disponer.

Necesitaron una jornada completa para limpiar los escombros de la ranchería que habían abandonado, haciéndose necesario un poco de fuego para espantar la gran familia de reptiles, animales y vegetales, que habían repoblado el lugar. El segundo paso fue renombrarla Nueva Zamora de La Laguna de Maracaibo, para congraciarse con el gobernador Mazariegos.

De inmediato comenzaron los ataques al pueblo añú para capturar esclavos. Era la más rápida forma de retornar la inversión para cubrir los costos de la invasión. Maldonado se planteó realizar ofensivas extraordinarias en uso de la fuerza mostrando la superioridad bélica que poseían; también aumentó la frecuencia de los asaltos a poblados indígenas. Estaba convencido que el terror era su mejor método en la “pacificación” de la región.

“Con gran deseo de venganza hacia esos que consideraba bestias salvajes, que en noviembre pasado humillaron en combate el honor de los hidalgos hijos de España, desbarató a fuego cerrado pueblos enteros, persiguiendo a caballo a los indígenas hasta reducir a la esclavitud a los que no morían en la refriega. El despotismo instaurado por Pedro Maldonado durante su gobierno causó graves daños a la población aborigen que se vio obligada a refugiarse en lugares apartados de sus asientos tradicionales, sobre todo los que vivían más cerca de la villa de los hispanos denominada Nueva Zamora. A los grupos indígenas que colaboraron con el plan invasor, como los de Moporo y Tomoporo, oriundos del sureste del lago, los trasladaron a caseríos cercanos, para que les siguieran suministrando los alimentos que estos producían y sirvieran de carne de cañón en las entradas contra los AÑÚ. La llegada del nuevo gobernador Juan Pirnentel, que al principio le habría apoyado, se convirtió en el fin de la estadía de Maldonado en Maracaibo, no así de sus negocios con las encomiendas, de las que siguió percibiendo beneficios hasta los días de su muerte ocurrida en Mérida en 1581. Estando Pimentel en visita de inspección en Nueva Zamora de Maracaibo, en 1577, le abrió juicio al capitán merideño por la injusta muerte de un soldado portugués a quien por poca cosa Maldonado pasó por las armas. De su enérgica tiranía no se salvaron ni los de su estirpe. Habiéndole destituido se designó Teniente de Gobernador a Juan Guillén, quien permaneció al frente de los ocupantes de Maracaibo hasta haber sido dado de baja por las flechas de la resistencia hacia ese mismo año de quinientos ochenta y uno. Ahora la presencia española en la región se hizo permanente y creciente. Se fortaleció la pequeña ciudad de Nueva Zamora de Maracaibo y se ocuparon nuevos poblados. Llegaron muchas embarcaciones con colonos y mercaderías provenientes de las islas antillanas en poder de España y de ciudades del área como Coro, Santo Domingo, y más recientemente, Cartagena. Habían pasado cincuenta y dos años desde el intento de invasión dirigido por los agentes alemanes welser y ochenta y dos de la llegada de los primeros europeos con Alonso de Hojeda, mientras la etnia AÑÚ era sistemáticamente exterminada en la prolongada guerra de invasión y esclavitud que resistía”. [38]

Tarre Murzi tiene su versión –muy distinta a la nuestra- de esta página de la historia regional y nacional: “Un teniente de Pacheco llamado don Pedro Maldonado fue utilizado por el gobernador Mazariegos para realizar un nuevo intento de llevar gentes, soldados y colonos para crear una villa a orillas del Coquivacoa. Maldonado tenía experiencia…en marzo de 1574 llega al lago con 35 hombres. Refundó la ciudad malograda y la bautizó Nueva Zamora…repartió tierras entre sus hombres y entró en contacto con los indios con buenas diplomacias…La tarea de poblamiento prosperó porque variaron los métodos y las políticas. Desde Mérida, antes que desde Caracas, y por la vía de Gibraltar –aquí si coincidimos- al sur del lago, fue creciendo el poblado en importancia, economía y habitantes…Ya no se buscó afanosamente el oro…sino el sitio apropiado para sembrar –lo que no es cierto- y crear riqueza agropecuaria…Se instalaron misiones y cabildos, escribanos y registros públicos, se hicieron repartimientos de tierras y se dieron encomiendas, con indígenas como mano de obra útil”. [39]  

En pocas palabras, comenzó la real ocupación imperial de nuestra Patria Añú: Maracaibo, el lago y su región.

 

Nótese que nuestro respetado Tarre Murzi reincide en usar eso que yo he llamado “glosario de la autoflagelación colonialista” y “mitos alienantes”, muy a pesar de ser este ciudadano un docto de muchas materias, pero aún así, es víctima de los códigos intangibles con que los imperios dominan nuestras conciencias más allá de “la larga aurora de los tiempos”.

Frases como “llevar gentes”, denotan que no había humanos en el lago y su región, por tanto había que llevarlos; términos como “poblamiento” insisten en lo mismo y lo hemos abordado al inicio de este libro, porque se hace entender que hallaron un territorio desierto, ante el cual, era necesario ocuparlo; y, por último, menciona el autor in comento las susodichas “encomiendas”, asunto más complejo que habrá que abordar en otras páginas, pero que vale la aclaración de que se trata de una institución colonial que sirvió para esclavizar y destruir las naciones originarias.  

Al respecto el profesor Eduardo Arcila Farías, en su obra El régimen de la encomienda en Venezuela activa una obertura magistral, al afirmar que “pocas instituciones han promovido mayores inquietudes y polémicas en América como la encomienda de indios. Durante el siglo XVI ella dio origen a la famosa controversia iniciada por Montesino y sostenida luego por Las casas, polémica que llegó a conmover las bases jurídicas de la dominación española en el Nuevo Mundo”. [40]

A cerca de la encomiendas otorgadas en la región de Maracaibo, el autor Arcila indica que “el medio más generalizado para resistir la encomienda era el de la fuga…se marchaban individualmente o en grupos…fueron muchas las encomiendas que fenecieron por haber quedado desoladas…las de Maracaibo estaban perdidas en su mayoría y a muchas les quedaban apenas muy pocos indios por andar alzados y huidos en los Aliles desde hacía mucho tiempo 8abril de 1662)”. [41]

 

 

 

La palabra Maracaibo

 

Según Jahn: “Todos los cronistas que han descrito los grupos aborígenes del Lago, están de acuerdo en reconocer que la denominación de Maracaibo fue tomada por los españoles del nombre de un importante cacique o principal que tenía dominio sobre la mayoría de las poblaciones indígenas del Lago (Simón, 1882, pp.37. Oviedo y Baños, 1940, pp. 22. Aguado, 1950, pp. 37. Arguellez y Párraga, 1579, pp. 157. Oviedo y Valdez, 1959, pp.) Según otros autores como Crevaux, la denominación de Maracaibo provendría del vocablo indígena “Maracai”, el cual significa “tigre” (Crevaux, 1883, pp. 446). Por su parte, Ernst sugiere que el término podría derivar del vocablo indígena “Maracayar-mbo”, el cual significa “pie de tigre” (Ernst, 1914, pp. 7)”. [42]

Adolfo Salazar Quijada señala que “no se conoce a ciencia cierta el motivo, ni el significado exacto de esta voz que, desde sus comienzos sirvió de nombre a la actual capital del estado Zulia. La versión de Mara…cayó, no es más que una especulación popular, que ha tomado fuerza por la dificultad de la ciencia toponímica para explicar su etimología con precisión. El nombre de Maracaibo, aparece en la cartografía histórica del Zulia desde el año 1552, con una ortografía casi invariable. Un estudio toponímico a profundidad es necesario para saber el origen y significado del enigmático nombre de Maracaibo; sin embargo, existe la versión del doctor Adolfo Ernst, quien señala que esta voz significa en lengua guaraní y Caribe mano de tigre, cuestión que se habrá de precisar mejor”. [43]

Este autor presenta dos posibles significados de “Mara”: “Mara es voz Caribe con que se denomina a un árbol maderable, cuyas ramas gruesas y tronco están casi todo el año desnudos de hojas, por lo que se le conoce más comúnmente con el nombre de indio desnudo (bursera simaruba). Mara, también es voz Caribe con que se denomina a una especie de canasto”. [44]

Esta palabra mágica tiene 33.100.000 entradas en internet, contra 11.300.000 de Nueva York, Moscú 4.600.000, y Bogotá 31.000.000.

El Hermano Nectario, escribe: “Sobre el origen del nombre de Maracaibo, los historiadores han emitido opiniones en las cuales la imaginación campea a veces más que la documentación histórica”. [45] 

Dice nuestro dilecto informante: “Algunos han creído acertar en el significado de “Mano de Tigre” que dan al vocablo Maracaibo, al apuntar que Maracayar, en idioma Guaraní, significaría tigre o jaguar, y el sufijo bo, mano; mientras otros, con Juan de O’Leary, citado por Carlos Medina Chirinos, afirman que en Guaraní la voz Maracaibo quiere decir “río de los loros”…Esto evidencia que, para poder acertar en la recta interpretación de este y otros nombres, el conocimiento de la lengua de los Onotos sería requisito indispensable”. [46]

El muy sabio Nectario da con la clave del asunto: el conocimiento del idioma del pueblo originario de Maracaibo, que él reincide en llamar Onotos, pero que son los Añú, alias Paraujanos. En cierto modo reconoce la imposibilidad de descifrar el asunto: “Por carecer totalmente de documentos y bases para el estudio de este idioma, no podemos formular un criterio acertado, lo cual nos obliga a reservar nuestro asentimiento sobre el valor de las interpretaciones expuestas, que sólo se dan con carácter informativo”. [47]

Respecto del lago, el primer nombre hispano con que lo bautizó Ojeda, fue San Bartolomé. La palabra Maracaibo –en términos de la escritura invasora- comenzó a sonar tras la llegada del carnicero Alfinger.

“En la boca del lago estaba una isla situada más arriba de la de Toas, y a la cual los indios decían Maracaibo, por ser el nombre del jefe o cacique principal de aquella isla”. [48] Esta descripción señala en concreto a San Carlos, pequeña ínsula o península según le cuadre a las mareas, situada justo en la margen occidental del estrecho que junta al Caribe con Maracaibo.

El grupo de Alfinger llamó al lago “de Nuestra Señora”, por la coincidencia del 8 de septiembre con la Natividad de la Virgen. Sigue Nectario: “con el nombre de Maracaibo, los Pemones-Bubures del sur del lago designaban a una de sus poblaciones situada a la orilla de un río principal, probablemente el Zulia”. [49]

Detengamos un momento la atención en estos dos últimos párrafos, y destaquemos el hecho de que los españoles escucharon la palabra Maracaibo en diversos lugares del lago. Primero la oyeron entrando por la actual islita de San Carlos, luego en la angostura del estuario donde están Santa Cruz de Mara o Santa Rosa de Agua, y, para rematar, también se las pronunciaron en el sur del lago a orillas del río Zulia. ¿Qué deberíamos inferir de estas “coincidencias”? Que Maracaibo es el nombre ancestral de la región del Lago.

¿Qué significa? Esa es otra tarea pendiente, por demás interesante y apasionante. Encontrar las fuentes misteriosas que dan origen a las palabras.

Las versiones legendarias, por demás mediocres y ofensivas, como aquélla de “Mara cayó”, que aún repiten autoridades, medios y ¿educadores?, llegan a un nivel de ridiculez, que pareciera necio rebatirlas, toda vez que nadie se imagina a los indígenas de fines del siglo XV, conjugando en perfecto pretérito el verbo caer.

Quizá si en vez de relacionarla con un gran jefe “Maracaibo” indagáramos en la etimología de la palabra y en la complejidad del término, pudiéramos notar su aproximación al vocablo “Maraca”, cuyo toponímico guarda gran relación con Maracay y Maracapana.

La voz Maraca tiene una similar connotación en guaraní y taíno: instrumento musical de percusión hecho con cáscara de calabaza y rellena de semillas secas. Es la imitación humana del cascabel de la serpiente del mismo nombre.

Por eso versioné en el año 2000 la tesis que vincula el nombre de Maracaibo con la abundancia de especies ofídicas en el bosque seco tropical de la planicie maracaibera. “Al sur horizonte iba aquella expedición comercial entusiasta guiada serenamente por el gran cacique Maarak, líder de la lacustre nación Añú, que gobernaba bajo el influjo del tótem de la serpiente cascabel, en nombre del clan Maarak’iwo, que daba el nombre a la región de los que viven sobre el agua”. [50]

Mara o Maraca son vocablos cuyo estudio debemos seguir profundizando a la luz de las últimas investigaciones sobre el añúnkunu, idioma de los añú. Un hallazgo que me ha sorprendido gratamente, lo encontré recientemente en los apuntes de Alfredo Jahn, laborioso antropólogo que visitó los pueblos “paraujanos” como jefe de una comisión del gobierno nacional entre 1910 y 1912, regresando por voluntad propia en los lapsos 1914-1917 y 1921-1922.

Jahn realizó un cuadro comparativo de los idiomas indígenas del occidente, y en el caso añú logró recoger la palabra “Mara-Hara”, que traduce vasija de barro. Este aporte ha trastocado toda mi apreciación del verdadero significado de Maracaibo, ya que el prefijo “Mara” tiene una conexión directa con el topónimo lacustre que nos ocupa; pero aún si tomásemos los dos fonemas como una sola palabra compuesta, el sonido “Marahara”, mal escuchado, mal pronunciado y mal recordado por los invasores –que no eran precisamente lingüistas ni antropólogos- bien pudiera ser el origen de Maracaibo.

Si hiciésemos un ejercicio interpretativo y nos adentrásemos en la arqueología etimológica de la palabra, nos asombraríamos con la causalidad –que no casualidad- de que en la cosmovisión añú, civilización acuática que tiene por hábitat ancestral al Lago, la forma cóncava de la vasija y su función vital como recipiente de agua y alimento, reproduce artísticamente la forma y función del Lago, como receptáculo de todas las aguas: las que le alimentan su dulzura con fluvial inyección, las que penetran salobres desde el inmenso mar, las que lo riegan a capricho con millones de gotas desde el azul infinito; y dador de todo sustento material y espiritual.

Esta raíz “Mara” la encontraremos relacionada a Maracay, lugar adosado al lago que llaman “de los Tacariguas”, y a Maracapana, extremo oriental de la Provincia de Venezuela que Carlos V dio en concesión a los Belsares, que también es un sitio pegado a un reservorio de aguas, en este caso al Golfo de Paria.

¿Son solo coincidencias, o estamos en presencia de un prefijo venido del tronco común de los idiomas originarios de la fachada marina de nuestro país, vale decir el arahuaco, más los aportes caribe-amazónicos y tupi-guaraní?

El poblamiento original de Maracaibo

La presencia de cinco pueblos indígenas en el Zulia actual, hecho por demás sorprendente después de las guerras y olvidos a que fueron sometidos, es la prueba viviente de un poblamiento originario en la región del Lago Maracaibo. Estos pueblos, añú, barí, japreria, wayúu y yukpa, son los herederos de aquéllos que enfrentaron en el siglo XVI, la invasión europea. Los añú en particular, son la nación acuática que recibió en forma directa la ofensiva militar extranjera, por vivir en la mitad norte del lago Maracaibo, donde precisamente llegaron los intrusos y donde ambicionaron establecer puerto para sus negocios. Son los añú quienes aparecen mencionados en las crónicas de la conquista como onotos, zaparas, aliles, toas, arubaes, eneales, alíles, alcojolados, sinamaicos, y otros remoquetes con que los nombraban los invasores. De tronco lingüístico arauaco, casi desaparece su idioma por efecto de la embestida político-miliar y cultural de la Corona Española, y por el racismo que predominó en nuestra sociedad todos estos siglos.

Situación similar vivió el pueblo barí, a quienes llamaban quiriquires o zulias, y posteriormente, confundiéndolos con los yukpa, les dijeron motilones mansos o bravos según reaccionaran frente al extraño. Los barí son la única reminiscencia de tronco lingüístico chibcha en Venezuela, que abarcaban la zona sur de la Serranía de Perijá, así como la ribera del sur del Lago, por donde los españoles ocuparon el puerto de Gibraltar.  

Los yukpa y japreria (o sapreyes) son de origen Caribe, y han vivido ancestralmente en las partes media y norte de Perijá, organizados en torno a las diversas cuencas hídricas que forman los ríos perijaneros.

Los wayúu, también de tronco arauaco, no tenían poblados en el Lago, ya que su hábitat original se centra en las sabanas noroestes de la península Guajira, hacia la actual ciudad de Río Hacha. En la cosmovisión wayúu, Jespira es el sitio de mayor relevancia mítica, que está situado en el copete peninsular en el Cabo de la Vela. Con la división político-territorial entre Colombia y Venezuela, la mayoría wayúu quedó en el lado colombiano. Este distanciamiento de los lugares de interés económico de los conquistadores, facilitó la preservación física y cultural del wayúu, que conserva su idioma y otras manifestaciones en muy buen resguardo. 

Los hermanos Esteban Emilio y Jorge Mosonyi, a quienes tantos aportes les debemos, en un trabajo de 2001, ofrecieron estos datos: “La población indígena en Venezuela a la llegada de los españoles fue estimada por Julian Steward y Angel Rosenblat en 350.000 y Acosta Saignes dice que eran 500.000; mientras que el Censo de 1950 arrojó 98.682, y la Oficina Ministerial de Asuntos Fronterizos e Indígenas del Ministerio de Educación para 1977 calcula 145.23. El Censo del 92 estimó 308.762 personas pertenecientes a pueblos indígenas”. [51]

Sobre la originalidad de procedencia de los habitantes autóctonos de nuestro continente hubo siempre muchas teorías y conjeturas, algunas de ellas buscando soporte científico, otras, totalmente traídas por los cabellos; y hay que apuntar, que las concepciones dominantes penetraron el discurso académico con sus mitos alienantes y lugares comunes, más falseadores de la realidad que la mitología misma de las culturas ancestrales. Al decir de Rivet: “El problema del origen de los indios de América se remonta al descubrimiento del Nuevo Mundo. Desde esta época lejana se han propuesto infinidad de soluciones para explicar la presencia del hombre en las tierras vastísimas que Cristóbal Colón y sus sucesores abrieron a la expansión europea. La mayoría de dichas soluciones nos parecen hoy singularmente pueriles; ninguna ha llegado a imponerse, pudiendo decirse que, hasta nuestra época, el misterio del poblamiento americano he permanecido en pie. Mientras tanto, los múltiples estudios de que han ido siendo objeto las poblaciones indias han puesto a la disposición de los investigadores un conjunto de hechos que permiten actualmente abordar el problema desde un punto de vista estrictamente objetivo y científico”. [52] Nótese el uso de términos encubridores del genocidio, como “descubrimiento”, que era lo “normal”, incluso en las ciencias que se preciaban de indagar verdades inéditas.

“La moderna investigación arqueológica ha revelado, en forma científica y técnica, que los indios del lago de Maracaibo estaban allí desde tiempos inmemoriales, alrededor de 15.000 años antes de Cristo. Los arqueólogos Cruxent y Rouse estuvieron dieciséis años investigando en diversos sitios de Venezuela, y después de examinar fósiles, objetos cerámicos, artefactos líticos, manufactura de conchas, calzadas y montículos de piedra, figurines de piedra y barro, urnas funerarias y trabajos ornamentales de metal, llegaron a aquella conclusión sobre la edad del indio venezolano. La madera fósil al norte de Maracaibo, demostró que los aborígenes tenían miles de años allí”. [53]  

Así lo recoge en su Biografía de Maracaibo, el autor Tarre Murzi, quien destaca en su libro lo siguiente: “el moderno historiador francés Georges Baudot… afirma que un balance demográfico de los siglos XVI y XVII registra más de cuarenta millones de indios muertos en la guerra, ajusticiados, masacrados o como consecuencia de enfermedades trasmitidas por el invasor”. [54]

Según Tarre, “en el Zulia murieron por estas causas más de veinte mil”.

Los densos estudios del dominico peruano Gustavo Guriérrez, siguiendo la ruta teologal de liberación de Montesino y Las Casas, concluyen que “es muy difícil hacer un cálculo exacto de la población de estas tierras antes de Colón. Es un terreno en el que no podemos movernos con certezas por falta de datos suficientes, y que, además, resulta sumamente emocional para muchos…Los cálculos son muy variados. Las estimaciones más bajas las dan Kroeber (8.400.000), Rosemblat (13.380.000), y Steward (15.500.000). Las más altas Dobyns (de 90 a 112.000.000) y la escuela de Berkeley (100.000.000). Saper (37.000.000) y P. Rivet (entre 40 y 45.000.000) se sitúan entre las posiciones medias. W. Denevan…opta por 57.300.000 personas”. [55]

 

 

Las opiniones del Centro de Historia del Estado Zulia

“…la historia es maestra de la vida y vida de la memoria”. Las Casas.

 

“El fundador de la ciudad de Maracaibo fue el Adelantado Ambrosio Alfinger. Fecha de fundación: 8 de septiembre de 1529. Fueron refundadores de la ciudad de Maracaibo: el Capitán Alonso Pacheco en 1569 y el Capitán Pedro de Maldonado en 1574”.

Al citar este párrafo, Alfredo Tarre Murzi deja colar un comentario cargado de nostalgia, que bien pudiera haber orientado su tesis sobre la “fundación” de Maracaibo, aunque no fue así exactamente; dice este cronista: “Tal vez de esa manera terminó la discusión académica, pero yo sigo pensando que Maracaibo estaba allí, con sus miles indios, hermosas mujeres, viviendas y palafitos, ritos y culturas, es decir, con una indiscutible identidad autóctona, cuando llegaron Ojeda, Vespucio, Alfinger, Pacheco y Maldonado. Con esto queremos decir que Maracaibo es inmemorial en la larga aurora de los tiempos”. [56]

El veredicto atribuido al Centro de Historia del Zulia, tiene como antecedente –o debería decir, detonante- una carta firmada por el presidente de la Sociedad de Amigos de Maracaibo, donde solicitan al Cronista de la Ciudad, esclarecer “fundador” y fecha de “fundación”, el añejo enigma de la “Partida de Nacimiento” de Maracaibo. He aquí la misiva:

 

“Sociedad Amigos de Maracaibo. Abril 9 de 1964

Señor Fernando Guerrero Matheus, Cronista de la Ciudad

Muy señor nuestro y distinguido amigo:

La sociedad Amigos de Maracaibo, preocupada por todo cuanto atañe a nuestra ciudad, tiene el honor de dirigirse a usted en su condición de Cronista de la Ciudad para rogarle que, dada la proximidad de la celebración del 4º Centenario de la fundación de Maracaibo y no teniendo, a pesar de los intentos efectuados hasta el momento, seguridad de la fecha exacta de su fundación, ya que unos la sitúan en el día de San Sebastián (20 de enero) y otros sin precisar día, en los meses de junio o julio del año de 1567, se tome la molestia de investigar concienzudamente sobre el asunto, al objeto de averiguar con seguridad inequívoca la fecha de la referida fundación.

Estamos seguros de que sus profundos conocimientos referentes a la historia de nuestra ciudad lo llevarán a precisar con relativa facilidad la fecha en cuestión.

Muy agradecidos de antemano en nombre de Maracaibo y en el de la S.A.M. le reiteramos los votos de nuestra más profunda consideración.

Atentamente,

Dr. Pedro A. Barboza de la Torre

Presidente”. [57]

 

La respuesta de Guerrero Matheus fue amplia, documentada y seria, más allá que no me sienta identificado con su discurso eurocentrista, como lo era el de todos los involucrados en la controversia. De hecho, las “bases” a que se refiere el título del compendio, incluyen unas extensas argumentaciones de Medina Chirinos y Briceño Iragorry, el primero apologista de Alfinger, y el trujillano, empeñado en un panegírico para su “paisano” Pacheco. Difiero radicalmente de ambas visiones.

El Cronista maracaibero del momento, Fernando Guerrero Matheus, prudentemente, sopesa todas las razones de estos autores, ambos fallecidos para entonces, imprimiéndole a su respuesta datos y apreciaciones de uno y otro, pero marcando terreno con sus propias conclusiones.

Veamos algunos pasajes de lo que dijo el Cronista:

Del Cuatricentenario de Maracaibo. Hace algún tiempo, ante la reiterada insistencia del Muy Ilustre Consejo Municipal de Maracaibo y de la prensa de festejar y destacar el 20 de marzo, día de San Sebastián, como día del Patrono y de la Fundación de Maracaibo, escribí y publiqué algunos artículos relacionados con el tema.

Como nada nuevo se ha dicho ni encontrado, en pro ni en contra de lo escrito en ese entonces, correspondo a la importante solicitud de Uds. Remitiéndome a esos testimonios y a ese criterio.

Antes de entrar en materia debo aclarar que ese año 1567 de la referencia de Uds. no existe, no se contempla en el controvertido proceso cronológico de la fundación de Maracaibo. Los años cuestionados son: 1529 – 1569 o 1574.

La data de fundación y el fundador de la ciudad de Maracaibo, no obstante conocerse extensa, auténtica y bien cuidada documentación al respecto, continua siendo hoy como ayer, motivo de controversia y materia de encontradas opiniones. En realidad el caso se plantea en tal forma y en términos tales que no creo sea fácil llegar a una conclusión satisfactoria y definitiva, a menos que una autoridad competente –la Academia Nacional de la Historia o un Jurado de Historiadores integrado al efecto, por ejemplo- dicte fallo aceptable e inapelable.

Tres aguerridos, temerarios conquistadores, se disputan el primer plano en el discutido caso de la fundación de Maracaibo. Ellos son, en orden cronológico, base sustantiva de la controversia:

Ambrosio Alfinger    1529

Alonso Pacheco      1569

Pedro Maldonado    1574

Y así comienza la historia y el heroico debate:

Ambrosio Alfinger.

Hacia fines de agosto, principios de septiembre de 1529, Ambrosio Alfinger, Dalfinger, Talhfinger o Alfingen, que con estos apellidos se le conoce, danubiano de Ulm, obrando en su carácter de Gobernador del territorio arrendado por Carlos V a los Belsares, comprendido entre Maracapana, en la región oriental de Venezuela y el cabo de La Vela, en la península de la Guajira, llega con su cuerpo expedicionario por la vía de los Puertos de Altagracia, procedente de Coro, a un sitio no determinado aún de la costa nororiental y allí establece su cuartel general o centro de operaciones para la conquista del territorio lacustre. Fray Pedro de Aguado, primer historiador de Venezuela, dice: “y allí hizo luego (Alfinger) una manera de alojamiento, que comúnmente llaman ranchería, donde se alojó él y su campo, para de ella dar mejor orden en lo que había de hacer tocante al descubrimiento y pacificación de aquella laguna y sus provincias, y porque consigo llevaba mujeres cansadas, criaturas y otros géneros de carruajes que en semejantes jornadas causan estorbo y embarazo, haciendo ciertas maneras de casas en que habitar el tiempo que allí estuvieron, que son unos bohíos pequeños hechos con varas delgadas y paja. En esta forma y por estos respectos –agrega fray Pedro Aguado- hizo Micer Ambrosio su ranchería en aquella parte de la laguna, conjunta al agua, para de allí hacer sus salidas, entradas y descubrimientos que por el agua y la tierra fuesen menester. Esta ranchería o alojamiento, que hizo Micer Ambrosio, permaneció después algunos años en forma de pueblo y fue sustentado y habitado por algunas gentes españolas y llamado el pueblo de Maracaibo…”. [58]

En su carta de respuesta a la Sociedad de Amigos de Maracaibo, Guerrero no se casa con ninguna de las fechas y personajes aludidos, dejando abierta una razonable duda científica, que habla bien de su talante profesional. Sin embargo, no ocultó su simpatía con un posible reconocimiento del emprendimiento de Pedro de Maldonado en 1574.

 

“Señor Dr. Pedro Barboza de La Torre. Presidente de la Sociedad de Amigos de Maracaibo.

Sr. Presidente y muy distinguido amigo:

Lo publicado en anteriores capítulos de esta serie substancia –hasta donde alcanzan mis modestos conocimientos- lo que hoy se conoce y se ha logrado comprobar con relación al fundador y a la fecha de fundación de la ciudad de Maracaibo. Lamentablemente, como ha podido Ud. verificar, los elementos de juicio disponibles no alcanzan a fijar un criterio definido, indubitable, satisfactorio. Y ello contempla tanto en el sector de los simplemente interesados o curiosos del dato histórico controvertible, como en el campo de los profesionales de la investigación y de los historiógrafos.

… El otro punto, mi distinguido amigo, el de la data de fundación de la ciudad resulta, como Ud. ha visto, prácticamente intocable, imposible de fijarla –como no sea en forma inaceptablemente arbitraria- hasta tanto no se llegue a un acuerdo, a un entendimiento formal que precise a quien debe atribuirse, real y definitivamente, la fundación de la ciudad de Maracaibo”. [59]

Un testimonio vivo de la polémica de 1965, nos lo ofrece el médico y filósofo zuliano Roberto Jiménez Maggiolo, en su artículo “La historia falsificada: Maracaibo no fue fundada en 1529, ni Alfinger es su fundador”, tomado de la página web Aporrea: “Creo ser el único historiador sobreviviente, de los que pertenecemos a la institución académica desde que era Centro Histórico del Estado Zulia, pues quedábamos solamente tres i relativamente reciente, murieron Gastón Montiel Villasmil i Pedro Alciro Barboza de la Torre. Sin embargo, cuando el Centro Histórico, después de reunirse en el mes de agosto de 1965, decreta el día 25, como fecha de la fundación de Maracaibo el 8 de septiembre de 1529 i ser su fundador el Adelantado Ambrosio Alfinger, i “refundadores” los capitanes Alonso Pacheco (1569) i Pedro Maldonado (1574) afirmados en los datos aportados en una polémica entre los historiadores Carlos Medina Chirinos i Mario Briceño Iragorry; no estuve presente...Además, con anterioridad, no me habían anunciado nada de ese simposio, para haber dejado por escrito mi opinión que, muchos sabían que era desfavorable a Alfinger”.

 

García Mac Gregor lo atestigua de esta manera: “La polémica sobre la fecha de la fundación y su verdadero fundador continuó hasta que el 24 de agosto de 1965, después de una exhaustiva investigación, el Centro de Historia del Zulia (hoy Academia de Historia) determinó en un simposio que el verdadero fundador de Maracaibo había sido Ambrosio Alfinger el 8 de septiembre de 1529 y refundadores de la ciudad: capitanes Alonso Pacheco en 1569 y Pedro Maldonado en 1574. Sin embargo, por razones prácticas y de tradición, el “Cuatricentenario” de Maracaibo fue celebrado el 8 de septiembre de 1969. Ya que el “verdadero” cuatricentenario correspondiente a la fundación de Alfínger se había cumplido en 1929”.

 

Mientras, Atenógenes Olivares (hijo), en una breve semblanza de Medina Chirinos, informa: “Los aspectos históricos tratados por Medina Chirinos sobre la fundación de Maracaibo, al sostener la tesis de que había sido fundada por Ambrosio Alfinger en 1529, originaron una encendida polémica, cuyos fundamentos fueron expuestos en una obra titulada “La Fundación de Maracaibo”, original del gran historiador venezolano, Dr. Mario Briceño Iragorri, dada la luz en 1929 y reeditada en 1957, en la cual, con lujo de detalles históricos irrefutables, se establece que no hubo tal fundación ni colonización en 1529 en Maracaibo, pues llegado Alfinger al Lago Coquibacoa “se dio a recorrer la laguna con el fin de esclavizar a los naturales, para lo cual estaba autorizado por la capitulación de sus mandantes”. [60]

 

Posición de Carlos Medina Chirinos

Carlos Medina Chirinos es un maracaibero atrapado por una intensa pasión historiográfica. Siendo hombre de tipografía, se hace periodista y editor. Su obra no la conocen las actuales generaciones, como pasa con casi toda la obra científica y literaria vernácula. Si acaso un puñado de eruditos, la mayoría de anciana edad, sabría responder quién es este autodidacta que llegó a colarse en las academias locales y lejanas. Grave problema heredado de una mala educación que cuenta décadas y suma siglos. Pero no seré yo quien le esquilme a aquéllos que me antecedieron en el aturdimiento de “hurgar en los baúles” -muy pese a contradecirles en enfoque, filosofía y precisiones- sus aportaciones, sin las cuales, no sería posible dar tan interesante debate.

Medina Chirinos podría catalogarse como el apologista de Ambrosio Alfinger, o tal vez, su reivindicador, toda vez que las sentencias vertidas en legajos de historia, lo condenan como el genocida cruel que realmente fue. Aunque a este autor, se le podrá calificar de “pro-teutón”, más no de perezoso en el estudio del pasado, que lamentablemente es lo que abunda entre los que hoy se jactan de “historiadores” y “académicos”, con honrosas excepciones.

Él mismo lo critica así en 1924: “En Historia son muy pocos los que se dan a la cansada tarea de computar fechas, averiguar nombres, analizar el conjunto después de revisar cada una de las partes; dentro de una intensa haraganería se lee la fábula, la mala fe, la burla y la calumnia van de generación en generación, con los hombres, en una permanente complicidad”. [61]

Esto lo afirma en el entorno de su cuestionamiento a la celebración que se hacía por entonces de la “fundación” de Maracaibo el 20 de enero, día de San Sebastián, por haberla fundado Alonso Pacheco en 1571, según la costumbre establecida. La tesis de Medina busca sostener “la existencia plena de Maracaibo desde 1529, cuyos cimientos fueran obra del formidable teutón Mícer Ambrosio Alfinger”. [62]

Aunque en escritos anteriores, le otorga a Alonso de Ojeda, ser el primer “fundador”: “Pero en Costa Firme la primogénita fue la Nueva Andalacía de Ojeda, a orillas de la Venecia tropical, i fundada en el propio litoral de los Zaparas, aquellos fieros ribereños que defendieron su laguna, desde Mara hasta Nigales, con inaudito coraje; con una resistencia asombrosa, que sólo cedió en 1607 con la traición de Alonso Pacheco Graterol, cuando el alevoso puñal venció en la emboscada al último Cacique guagiro”. [63]

Pese a conocer de la gesta de Nigale truncada en 1607, Medina se muestra mal informado sobre los pueblos indígenas de la región, confundiendo al cacique añú como “guajiro”. Lástima que los “académicos” que le siguieron en el disparate de la “fundación” de 1529, no mostraron el más mínimo interés en sus precarios apuntes etnológicos, quizá hubiesen ahondado en nuestra verdadera historia de resistencia originaria, que apenas comenzamos a visualizar.

A lo largo de su densa disertación, Medina contrasta las (supuestas) tres “fundaciones” de Maracaibo, a partir de las tres denominaciones con que las bautizaron los caudillos europeos que la invadieron: ranchería o pueblo Maracaibo por Alfinger, Ciudad Rodrigo por Alonso Pacheco, y Nueva Zamora por Pedro de Maldonado; donde, “las dos últimas, nada tienen que hacer con la primera”.

El panegírico medinista “eleva” a Alfinger al rango de los más poderosos invasores de las grandes civilizaciones rotiginarias de nuestro continente. “Este Conquistador Alemán, –nos dice- de la misma tenacidad olímpica, y heroísmo sin límite de Hernán Cortés y de Jiménes de Quesada”, que “aquí en Maracaibo exterioriza más su diplomacia...y les ofrece la paz a los indios”, [64] siendo “distinguido soldado y hábil legislador y arrojado como Alemania católica”. [65]

El autor de Los Vericuetos de la Historia defiende a su héroe teutón de quienes denunciaron sus crueldades, como lo hizo Fray Bartolomé de Las Casas, a quien Medina descalifica como “pasional, exagerado en sus acusaciones contra el heroico germano”; mientras exalta las nada objetivas Elegías de Juan de Castellanos, que siendo literatura épica de la invasión, las toma como fuentes serias de valor científico.

Medina Chirinos milita en el positivismo criollo que magnifica, a través de la necesidad de orden y progreso, la importancia de una autoridad civilizadora, que debe vencer la tendencia genética del pueblo a la flojera, la dispersión y la ignorancia. Visión por demás reaccionaria, justificadora del genocidio contra los pueblos indígenas y propiciadora del “blanqueo” como forma de “mejorar la raza” para hacer más grande al país.

Comparte con Uslar Pietri y Guillermo Morón, esa perspectiva histórica que indilga a la herencia indígena ser la causa del atraso de nuestra sociedad. Repite en frecuentes párrafos que “los españoles, que son los precursores de ese admirable florecimiento agrícola de la América hispana, tuvieron que combatir, primero que nada, la haraganería orgánica y sistemática del aborigen”. [66]

Son estas opiniones plagadas de prejuicios racistas, que la verdad histórica ha demolido una y mil veces, las que el autor caracteriza como “análisis desapasionado y exacta sociología”; la de Augusto Comte, la misma que “apasionadamente” cita Medina para darse argumentos falaces rayanos en el terrorismo intelectual: “Los Conquistadores son dos veces héroes, por el que los envía, pueblo hidalgo, y por el que los recibe, pueblo valeroso. Porque no se completaría la Epopeya si al lado de aquélla hidalguía, que ofrendó a la Conquista el esfuerzo viril de una raza, se mermase este valor, que va consagrando en cada encuentro de armas...Para que haya de ser fecundo, se necesita el bélico ardimiento de la lidia, la exornación marcial del escenario, el fúnebre pendón de la matanza...La lucha a muerte es a menudo el principio de la Civilización”. [67]

Una apología de la guerra como ésta no creí nunca leer. Medina se place de presentarla, como aval de los “héroes de la conquista... que con casi unánime injusticia...aparecen como esclavizadores y expoliadores”; o como lo pinta Gil Fortoul en un cuadro dantesco de su Historia Constitucional de Venezuela: “El guerrero sin tregua, la visión constante del peligro y la muerte, la tenaz esperanza de El Dorado que se desvanecía todas las tardes en el horizonte de ignoradas soledades, las vigilias en campamentos insalubres, la ausencia de mujeres de la propia raza que hubieran endulzado el temple de aquellas ásperas almas, donde con el valor heroico habitaban la codicia y el despecho, la ira y la venganza, apenas tenían como distracción efímeros sensuales amoríos con alguna india cautiva, o el cuento picaresco referido en noches de descanso, por algún soldado poeta”. [68]

Para coronar las loas con este bodrio de Jules Mancini: “La gesta de los Conquistadores es la epopeya sin ejemplo de la energía humana. Ningún poema podrá nunca cantar debidamente su excelsitud, ninguna descripción podrá pintarnos su heroísmo”. [69]

¡Qué molleja de adulantes! Esto es lo que han enseñado, con tonalidades explícitas, encubiertas o matizadas, los programas educativos oficiales y libros de historia a la ciudadanía de nuestros países, inoculando todo el racismo, eurocentrismo y pro-imperialismo del que aún somos víctimas.

No perdería más mi tiempo con estos proxenetas de la historia, si no fuera por mi deber de desenmascararlos para éstas y las nuevas generaciones: “fundada la ciudad de Maracaibo por Alfinger –esto es el barrio europeo, porque existía la ranchería aborigen- ...no obstante el recelo de las tribus contra los invasores, él les ofreció la paz, les repartió tierras y les pobló más su caserío”. [70] Anotemos que en esta parte Medina acepta la (pre) existencia de un poblado indígena llamado Maracaibo, aunque lo llame “ranchería”. Lo inaceptable, es que una persona de su (aparente) inteligencia, tan alienado por una posición ideológica dominante, afirme que Alfinger “les ofreció la paz”, cuando infestó de violencia y guerras injustas un área que va desde Coro hasta los Santanderes colombianos; que “les repartió tierras”, pero cuáles tierras puede “repartir” un recién llegado extranjero que ni siquiera conoce el suelo que pudre con su planta insolente; que “les pobló más sus caseríos”, el que sanguinariamente inició el fin de los caquetíos corianos y añú maracaiberos, y desoló centenares de pueblos serranos en Perijá y el Ande catatumbense. Es el colmo del nazismo cultural que sufrieron esos autores positivistas que en el umbral del Siglo XX borraron la huella y el honor del anónimo héroe ancestral.

Si la concepción conservadora de la sociedad, lleva a Medina Chirinos por el barranco de las apreciaciones equivocadas, las debilidades ideológicas y los errores conceptuales, así como la falta de formación en disciplinas fundamentales para una correcta interpretación de la historia, tales como la antropología, la etnología y la lingüística, lo hacen preso de su terquedad de querer imponer una crónica falaz.

Observemos los gazapos que intenta pasar como “cabras” en dominó, para hacer creer que aún en 1540 se mantenía en pié su Maracaibo alemana. “Tenemos pues, que hasta 1540, por lo menos, existía la población de Maracaibo, la fundada por Ambrosio Alfinger”; y lo soporta en el siguiente “argumento”: “En 1540 el Obispo Rodrigo de la Bastida, Gobernador de Venezuela a la muerte del Gobernador alemán Jorge Spira, mandó a Pedro de Limpias a que pasara a la población de Maracaibo y sus contornos y los limpiara de indios, fuerte recluta que vendió en los mercados de Santo Domingo”.  [71]

Medina falsea el capítulo del Obispo Rodrigo de Bastidas, cayendo en su propia trampa, ya que sabemos por las versiones originales de todos los cronistas de Indias –y particularmente de los que escribieron sobre Venezuela, comenzando por Las Casas- que la instrucción dada al experto esclavista Pedro de Limpias, fue ir a raptar indígenas en el Lago Maracaibo, sin especificar ningún poblado en concreto.  Este hecho vergonzoso, lo traté suficientemente en mi libro “El Cacique Nigale y la ocupación europea de Maracaibo”, y en páginas previas de este trabajo.

Entra en tremenda contradicción, al reconocer que, aún en 1581 “los indios continuaban apoderados de Maracaibo”. [72] Esta sola frase tumba la rebuscada tesis de Medina Chirinos, sobre la (infundada) fundación de Maracaibo en 1529.

Sin darse cuenta, el autor, por el afán obsesivo que tiene de polemizar con quienes defienden la tesis de una “fundación” por manos de Alonso Pacheco o Pedro de Maldonado, lanza esa tajante afirmación que confirma mi teoría de que no hubo fundación de Maracaibo, sino una invasión colonialista que tardó más de un siglo en derrotar la resistencia del pueblo originario del Lago, los Añú, los mismos que destruyeron el campamento militar que dejó Alfinger en 1531, hicieron huir a Pacheco y su gente hacia Trujillo en noviembre de 1573, y todavía en 1607 no permitían que los españoles se enseñorearan de su patria lacustre: Maracaibo. Tal es la verdad histórica que venimos a rescatar.

 

Mario Briceño Iragorri contraataca

El hispanismo eurocentrista de Mario Briceño se dejó ver en su artículo “Los corsarios en Venezuela. Las empresas de Grammont en Trujillo y Maracaibo en 1678”, donde elogiaba la invasión ibérica con lisonja: “Mientras España realizando el más generoso y noble plan de colonización que jamás ha puesto un Estado civilizado al servicio de naciones bárbaras, destruía por imprevisión sus propios recursos interiores, los colonos de Nueva Inglaterra limitaban su obra a una tímida expansión que, sin la heroicidad leyendaria de los conquistadores españoles, realizó actos de suprema barbarie.

De manera que, al atacar la posición de Medina Chirinos, el docto trujillano no hizo sino reafirmarse en su hispanofilia civilizatoria.

Briceño reedita los conceptos emitidos en su texto de 1929 “La Fundación de Maracaibo”, al que él mismo valora así: “Este trabajo tiene para mí un precio entrañable. No sólo me adelanté con él a defender una verdad histórica, sino además gané con su publicación mi primera batalla en el campo defensivo de los valores de la nacionalidad hispanoamericana”. [73]

Su posición la resume en cuatro líneas: “La Maracaibo pujante de hoy, arranca como ciudad de empresa confiada en 1568 al Capitán Alonso Pacheco Maldonado. El Maracaibo de Alfinger fue apenas un paso de ranchería para saltear indios”. [74]

La respuesta de Briceño Iragorri al pronunciamiento de Medina Chirinos es severa, donde el polemista no escatima cinismos y desdenes, a veces subrepticios, elegantes siempre. “El hecho de haber salido al público un nuevo estudio del señor Medina Chirinos y la circunstancia de hallarse acá y allá las pruebas por nosotros presentadas a favor de la tesis clásica de haber sido fundada la ciudad de Maracaibo por el conquistador español Don Alonso Pacheco Maldonado, nos obliga, en resguardo de la verdad histórica y a pesar de nuestro propósito de no insistir en esta materia, por haberlo creído innecesario, a presentar una síntesis de la cuestión debatida, no con el fin de convencer al señor Medina Chirinos del error en que persevera, sino de evitar que lectores poco prevenidos hagan las aseveraciones del escritor maracaibero”. [75]

Briceño arremete contra la insistencia de Medina en querer prolongar la duración del campamento de Alfinger, y es uno de los flancos débiles a los que disparará su ráfaga implacable: “...consta que fue breve su existencia y obscura si vida, dedicadas como estaban sus autoridades, no a ejercicios de república, sino a la dolorosa operación de saltear los naturales, con lo que se ocasionó la despoblación de aquél territorio”. X-60

El otro tema fuerte en el discurso de Briceño Iragorri, es la permanente apología españolista, justificadora de la invasión como obra grandiosa y necesaria para civilizarnos. Es visión compartida con Medina, sólo que éste último la idealiza germánica y catalana, mientras Briceño la canta con las Elegías castellanas.

“Pero si a los españoles –afirma el abogado trujillano- se les puede imputar crueldad, rudeza, falta de sentimientos blandos para el indígena, en muchas ocasiones; en cambio, les debe nuestra Patria las bases de nuestra nacionalidad, hija, no del menguado aborigen, sino del criollo que amó el suelo nativo”. [76]

Si, en cierta parte del debate, Briceño desliza la sospecha de que Medina actuaba por influencia de la “pudiente” colonia alemana de Maracaibo, éste no se quedó corto cuando dejó colar que la intencionalidad del querellante pro hispano, fluía desde pretensiones sociales elitistas que rumiaban abolengos castizos.

Lo cierto es que Briceño hace hincapié en la “fundación” desde su natal Trujillo: “Rezan los documentos de la época que finalizada la empresa de reducir los indios cuicas e instalada definitivamente la ciudad de Trujillo, el Gobernador Ponce de León dio comisión al Teniente Gobernador de la nueva ciudad, que lo era el Capitán Alonso Pacheco Maldonado, para que saliera a la conquista y población de la Laguna de Maracaibo, y en la probanza de méritos y servicios que levantó en Trujillo el capitán Francisco Camacho en diciembre de 1568, habla de que estaba ocupado en los preparativos de aquélla, y por enero del año siguiente aparece Camacho obrando en la causa probatoria por medio de apoderado, de donde se deduce que ya se había ausentado la gente de Trujillo”. [77]

Luego continúa narrando que “la entrada al lago la hicieron aguas abajo del río Motatán, en bergantines armados para tal fin, y delantero de ellos, como persona baquiana en esta clase de empresas, iba el capitán Miguel de Trejo y Paniagua quien en la probanza de sus servicios y méritos, levantada en Mérida en 1586, describe las peripecias de la empresa, en la que padecieron continuo agotamiento de vituallas, guasábaras con los naturales”. [78]

Como prueba de su tesis, Briceño menciona una carta del cabildo maracaibero de agosto del 1569 dirigida al rey, donde solicitan se mantengas los poderes otorgados a Pacheco para continuar al frente de la conquista del Lago Maracaibo. Y sigue: “Por septiembre del año siguiente de 70 se trasladó Pacheco a la ciudad de El Tocuyo y desde allí escribió al rey respecto a la fundación que tenía hecha y a estar ocupándose en el descubrimiento de una vía fluvial para el Nuevo Reino de Granada”. [79]

Al igual que el resto de los historiadores de ese tiempo –y parece que el de ahora también- Briceño transcribe los escritos del invasor tal como los dejaron sus cronistas y funcionarios, sin mediar reflexión alguna en torno, no sólo a la veracidad, que la dan por cierta apriorísticamente, sino también al fondo del asunto, que son los intereses de clase de los conquistadores y la metrópoli colonial.

Pareciera entonces que la función del “historiador”, es contar unos hechos pasados, sumar referencias documentales, grabar fechas, memorizar anécdotas, en fin, servir de escolta letrado al fardo imperialista que se esmeran en reivindicar. Estos guardianes de la autoflagelación colonialista, sienten, piensan y hablan desde el alma invasora; nosotros invitamos a revolucionar la historia, reescribiéndola desde los no descubiertos ni fundados.

Ellos representan la tendencia mecanicista que escudada en la ignorancia y desprecio por la épica de los pueblos originarios, pretende restaurar nomenclaturas retrógradas, como es el caso de los topónimos monárquicos al estilo Santiago de León de Caracas o Santa Ana de Coro, que algunos evocan con nostalgia “Malinche”.

Briceño Iragorri entra al combo de aquél a quien critica tan encarnizadamente, al vibrar desde el pellejo del ejército invasor: “Penosa debió ser la vida de los conquistadores en esta nueva ciudad: escasos sustentos, tenían que practicar largas excursiones en solicitud del maíz para su alimentación, en las cuales los indios les mataban muchos soldados; pobres de oro y de algodón, por no darles la tierra y puesta fuera de la ley la saca de esclavos, que dio pingues granjerías a Alfinger en 1529, era de miserables resultados la dura tarea de reducir los naturales. Pero empeñado Pacheco en sostener su ciudad y en hacer más intensa su conquista, se pasó al cabo de la Vela en solicitud de auxilios del Mariscal Miguel Castellanos, quien no pudo prestárselos, por falta de ganancia”. [80]

Qué manera más infamante de asumirse en la hueste invasora, manifestando tal desprecio por los seres humanos que habitaban ancestralmente nuestra Patria, a los que Bolívar llamó “legítimos dueños de esta tierra”, al que estos autores ni siquiera se atreven a llamar personas.

Decir que “penosa” fue la vida de los conquistadores, es algo casi delictivo frente al genocidio de que fueron víctimas aquéllos a quienes Briceño dice que había que “reducir”. Lamentarse de que esos “indios” matasen soldados invasores, es sencillamente ponerse a favor de las guerras injustas, desiguales y traicioneras que los gendarmes Alfinger, Pacheco, Maldonado o como se llamen, le hicieron a nuestros antepasados para robarlos, esclavizarlos y exterminarlos. 

Briceño se lamenta, con envidia, de que Alfinger si pudo obtener ganancias esclavizando indígenas, y su amado Pacheco no. Además de ser obsceno, esto es falso, porque el rapto masivo de personas en la región del Lago Maracaibo, continuó por muchos años más, como lo hemos demostrado.

Pues, según el distinguido Mario Briceño Iragorri, por culpa de los indios belicosos y salvajes, por no poder esclavizarlos, y por haberse acabado el oro (en 74 años de saqueo), Pacheco tuvo que evacuar su Ciudad Rodrigo: “Lo duro de la empresa y su poca utilidad llevaron al Gobernador Mazariego a pedir al Rey orden de que no se continuase tal conquista, por ser pobre la tierra y mucha la ferocidad (la hidalguía dijera en caso de españoles) de su naturales, lo que vino a coincidir, por diciembre de aquél propia año de 1573, con la ausencia que Pacheco hizo de su ciudad, por haberle matado los indios cuarenta hombres”. [81]

Tras haber cuestionado duramente el apasionamiento de su opositor, Briceño lo supera al tratar de disfrazar a capricho el fracaso de Pacheco, con una supuesta continuidad por Maldonado, llegando a afirmar que no hubo nueva “fundación” con éste, a pesar que hasta un nuevo nombre utilizó el líder de Nueva Zamora.

Añadiremos a esta reseña un párrafo más, que ilustra sobre el españolismo fanático de Briceño y su ácido ego eurocéntrico; se trata de un condensado racista de su tesis de la “fundación” de Maracaibo. Al respecto sostiene: “...fue la obra civilizadora de España y de sus Reyes lo que dio nacimiento a la ciudad, aún contra la opinión utilitarista de sus representantes en el país, que pedían el abandono de la empresa, por no haber oro ni algodón en aquella provincia. Se fundó la ciudad para reducir los naturales, para enseñarles el evangelio de Cristo, para echar en aquella región los cimientos de instituciones nuevas, que mejorasen la raza y trajesen mayor gloria a la nación conquistadora”. [82]

 

 

A manera de Epílogo

Defensa de los derechos humanos en la Conquista

El sermón pronunciado por fray Antonio Montesino durante la misa del cuarto domingo de Adviento el 21 de diciembre de 1511 en Santo Domingo, constituye el primer hito de la lucha por los Derechos Humanos en América. La llegada de los frailes de la Orden de Predicadores en septiembre de 1510 a la isla, entonces llamada La Española, hoy República Dominicana y Haití, dio lugar al primero y más trascendental enfrentamiento en el seno de las fuerzas conquistadoras, desde el punto de vista ideológico. Debate sin precedentes donde quedaba cuestionada la presencia misma de los españoles en “las Indias”, y que tuvo además un impacto fundamental en el desarrollo del pensamiento español y europeo del siglo XVI.

Constatada la gravísima situación que vivían los originales habitantes del “Nuevo Mundo” o “Indias”, como genéricamente denominaban a las tierras halladas por Colón, y escuchadas las historias que eran vox pópuli en la isla sobre la reciente destrucción, por parte de las armas invasoras que comandaba Nicolás de Ovando, de los cinco cacicatos en que se organizaba la sociedad indígena tahína, este primer grupo de dominicos se ve obligado a tomar partido en defensa del derecho a la vida y a la libertad de los “indios”.

Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin darles de comer ni curarlos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais, incurren y se os mueren, y por mejor decir, los matáis, por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los adoctrine, y conozcan a su Dios y criador, sean bautizados, oigan misa, guarden las fiestas y domingos?...¿Estos, no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amarlos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos? Tened por cierto que en el estado que estáis no podéis más salvar que los moros o turcos que carecen y no quieren la fe de Jesucristo”.(1)

Más allá del anecdotario desatado a partir de la versión que de los hechos dieran los presentes en aquel histórico acto y, muy particularmente, uno que no estuvo en el templo ese día, pero que ha resultado ser el mejor testigo para la historia, como lo ha sido Bartolomé de Las Casas, el mismo que luego dio los frutos más jugosos y efectivos de esa lucha original; queda para la indagación y reflexión científica, lo concerniente a ciertos asuntos claves:

-       1) Tal sería de inhumano el trato que daban los conquistadores a la población indígena, que llevó, en menos de un año, a los frailes dominicos a tomar una actitud militante en su defensa, al punto de enfrentarse a las propias autoridades reales en La Española.

-       2) ¿Tenían los Predicadores un plan preconcebido antes de marchar al Nuevo Mundo, fundado en la convicción de que todo hombre al nacer es libre e igual a los demás sin distingos de condición social o de sus creencias religiosas?

-       3) ¿Ponían en duda los de la Orden de Santo Domingo de Guzmán la capacidad del Papa para dar en donación las tierras descubiertas al reino de Castilla?

En todo caso, sea cual fuere la solución o interpretación que se le dé a estos tres planteamientos, y que no alcanzaremos resolver en este modesto artículo, el contenido del Sermón de Adviento pronunciado por Montesino, y suscrito por todos los miembros de la Orden bajo la conducción de Pedro de Córdoba, sienta las bases de lo que habría de convertirse en el debate fundamental de la época, con repercusiones incuestionables en la elaboración de las doctrinas de Francisco de Vitoria con su arsenal de cimientos del Derecho Internacional, de la llamada Escuela de Salamanca y todo el bagaje del yusnaturalismo clásico español, así como en otras tantas aportaciones al pensamiento europeo de aquel momento y los tiempos que le sucedieron.

En el fondo de estas turbias aguas, se trataba de definir con suma claridad, en primer lugar, la condición humana de los aborígenes americanos y su estatus jurídico-político, y, como consecuencia de ello, la razón o sinrazón de las guerras de conquista que se llevaron a cabo para esclavizarlos y arrebatarles sus territorios. ¿Estos no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amarles como a vosotros mismos?. Es el clamor que desde el púlpito empuja a estos hombres de fe a optar por una medida ciertamente desesperada, colocándose en la acera de enfrente de los señores que detentaban el poder, que a partir de ese tremendo desafío, los convertirían en blanco de sus ataques. Para el conquistador in situ, el indio sólo representaba un imprescindible instrumento de trabajo a sus fines últimos de enriquecimiento. El instaurado régimen de repartimientos y encomiendas, de esclavitud disfrazada, al encontrar natural resistencia en los aborígenes, exige la dominación forzosa. ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido?

El supuesto “derecho aristotélico” de dominación de los pueblos inferiores y atrasados, subyacente en todas las guerras de conquista emprendidas por los imperios occidentales de entonces, quedaba abiertamente cuestionado con el discurso militante de los dominicos que, además de haber escuchado de los sobreviviente de las campañas militares anteriores a 1510 en La Española, las barbaridades cometidas por los conquistadores, veían a diario la explotación extrema a que eran sometidos los indígenas en las minas, faenas agrícolas y todo tipo de trabajos pesados, las más de las veces, en condiciones degradantes.

Retar en su propia cara a la máxima autoridad terrenal de aquellos predios, el virrey Diego Colón, y a todos los hombres de armas y gobierno de las islas bajo su mando, con la única arma de que disponían los dominicos de 1511 que era la razón de su fe, constituye de por sí un acto de heroicidad.

Pero si ello no bastara para comprender en aquel suceso su carácter pionero y su poder desencadenante de una Nueva Humanidad, llamaríamos entonces a continuar tras los pasos que inmediatamente emprendieron los precursores de los Derechos Humanos en América, en los que queda explícitamente definida su aportación al proceso de surgimiento de un discurso y una acción en la defensa de los derechos del género humano.

Después de aquel primer grito de justicia, a todas luces revolucionario, las andanzas de los dominicos de La Española estuvieron marcadas por enormes esfuerzos siempre rayanos en el sacrificio extremo. La esperada reacción represiva del virrey, los funcionarios y los religiosos adeptos a las prácticas oficiales, que veían en la postura de los dominicos a un enemigo aún más peligroso que la propia resistencia indígena -prácticamente ya doblegada por la superioridad bélica y las artimañas del invasor- se activó de forma inmediata. Abandonar sus asientos en la iglesia principal de Santo Domingo y acudir a la choza que servía de convento a los frailes ocurrió en un abrir y cerrar de ojos. Que se retractaran les exigieron. Más la firmeza de la decisión tomada fue un muro inexpugnable ante el cual hubieron de tropezarse, en la serena pero convencida voz del joven prior Pedro de Córdoba, que apenas contaba 29 años. El siguiente domingo que coincidía con el de los Santos Inocentes, el mismo predicador incisivo que siete días antes les recriminó, señalándoles el camino de perdición por el que transitaban por la opresión en que mantenían a “sus iguales”, reiteró una a una las graves denuncias y advertencias formuladas en el sermón anterior.

El siguiente paso fue enviar a las Cortes los respectivos emisarios. Los funcionarios y encomenderos, que es lo mismo decir, enviaron al franciscano Alonso de Espinal, con la prisa, altas recomendaciones y abundantes recursos, que la gravedad de los hechos imponía. Los dominicos, tras reunir las escasas limosnas que los más escasos y pobres fieles les concedieron, encargaron su alegación al tenaz y bien formado discípulo del convento de San Esteban de Salamanca, fray Antonio Montesino.

La lucha dominica iniciada en 1510

Las primeras dos décadas de presencia española en el Nuevo Mundo estuvieron circunscritas al espacio insular del Mar Caribe. (Siempre, para invocar el espíritu de la inquietud por la verdad histórica, hay que dejar en el aire la pregunta de ¿por qué en estas islas no quedaron sobrevivientes de aquellos originarios pueblos indígenas?). En ese paisaje exuberante que sedujo de pleno y perenne verdor a los recién llegados, se produjeron las más terribles masacres que hasta entonces conociera el género humano.

Términos como catástrofe demográfica o colapso demográfico, acuñados de manera particular en la magnífica obra de Gustavo Gutiérrez En busca de los pobres de Jesucristo, no hacen si no, tratar de ilustrar dentro de las humanas posibilidades del lenguaje, la vertiginosa desaparición de los originarios habitantes caribeños. “Según los historiadores hay datos confiables para decir que hacia 1510 había de 20.000 a 30.000 indios en La Española. Los cálculos sobre la población taína original varían naturalmente, los primeros misioneros dominicos hablaban de 2.000.000; Las Casas (basándose en una apreciación de Colón) de 3.000.000..... la célebre escuela de Berkeley la estima en 8.000.000 ... y, hacia 1540 no había más de 300 indígenas en La Española”. (2) Ello, sin contar que, muchos pobladores de las islas vecinas, llamadas “inútiles”, desde 1508 eran llevados por la fuerza a “trabajar” en La Española.

Fue ésta la inexorable consecuencia de la conjunción de diversas causas que actuando simultáneamente y en forma combinada potenciaron al máximo su terrible poder destructor. Gutiérrez menciona cuatro, a saber: “la desnutrición y el cambio del régimen alimentario, la presencia de enfermedades (viruela, sarampión, tifus, gripe, y otras) que no encontraban inmunizada a la población indígena, las guerras de conquista y el trabajo forzado (3). Habría que agregar dos más, relacionadas con todo el entramado del sistema de opresión instaurado por los conquistadores, y cuyos efectos en la caída de la población tienen sus manifestaciones específicas. En primer lugar y como resultado de esas guerras de conquista, la esclavización del indígena, que en muchas ocasiones implicó la extracción de grandes grupos de personas de su lugar de residencia para ser trasladados forzosamente a las minas o a los mercados de esclavos. Y, en segundo lugar, la ruptura violenta y traumática del núcleo familiar, con la separación de los padres y de los hijos, de las mujeres y varones, que generó una abrupta disminución de las tasas de natalidad entre la población autóctona. Le tocaría a una historia de la sicología social, el estudio de lo que ya en aquellos tiempos, los primeros dominicos de América y Las Casas en particular, identificaron como el desgano y desapego por la vida misma, que la perplejidad, decepción y tristeza generalizada del indio ante los increíbles maltratos de que era víctima, provocaron.

La primera concreción formal de la lucha dominica, devino de las gestiones que fray Antonio Montesino, a duras penas, logró realizar ante el Rey en aquel histórico primer viaje redentor. Fueron las Leyes de Burgos de 1512. Tras escuchar el testimonio y argumentos del luchador fraile, el Rey Fernando convoca a miembros del Consejo Real, y a connotados juristas y teólogos, a discutir la situación planteada. Montesino, que no tiene acceso al seno de la reunión, tiene que convencer de sus alegaciones al mismísimo fray Alonso de Espinal, emisario del virrey y los encomenderos. Prácticamente se trató de una difícil negociación en la que ambos hubieron de ceder parte de sus pretensiones. Sin embargo, si bien las Leyes de Burgos no recogieron el planteamiento fundamental de los dominicos de La Española, cual era ponerle fin a los repartimientos y encomiendas, éstas introdujeron un conjunto de ordenanzas reguladoras del gobierno que, al definir el trato que los españoles debían darle a los indígenas, reconocían legalmente los derechos subjetivos de los mismos. Es el momento que algunos historiadores y filósofos del derecho señalan como el comienzo del derecho hispano-indiano o la génesis legislativa del Nuevo Mundo.

El “buen trato” al indio, contenido en las conclusiones firmadas en Burgos el 27 de diciembre de 1512, venía a tratar de suavizar una cruenta realidad que en la metrópoli conocieron por la denuncia y diligencias de los dominicos de La Española, y son ellos los responsables del surgimiento de ese compendio de normas que dieron en llamar el derecho hispano-indiano. Más, son precisamente Montesino y Pedro de Córdoba, quienes desde el primer momento ven la inutilidad de las novísimas normas. Este último, avisado por su emisario Montesino sobre cómo marchaban las cosas en España, apresuró su paso en venir personalmente a entregarle sus pareceres al Rey. Ya en enero de 1513, a escasas semanas de dársele el ejecútese a las Leyes de Burgos, el joven superior de los dominicos de La Española, está en España en busca de una entrevista con su Soberano, a quien antes del mes de julio le manifiesta su decepción por la ineficacia e inutilidad de unas leyes que no abolieron los repartimientos de indios en encomiendas, y por tanto, dejaban las cosas como estaban o peor que como estaban.

A los reparos hechos por Pedro de Córdoba, el rey respondió convocando de nuevo una junta para que redactara unos pareceres complementarios, que se hicieron leyes en 28 de julio de 1513. De los cinco pareceres redactados, el rey sancionó cuatro, dejando de lado aquel por el cual los letrados dejaban abierta la posibilidad de que los servicios que los indios debían prestar al monarca, pudiesen ser dados por cierto tiempo a los privados. Pero a los dominicos de La Española no les bastaban las normas sobre el “buen trato”, y una vez más, hubieron de quedar decepcionados y proseguir una lucha que habría de durar lo que de vida les quedaba.

Por entonces, fue que a Pedro de Córdoba, se le ocurrió la idea de llevar a cabo una evangelización pacífica en tierras no ocupadas aún por españoles, y surgió aquel primer intento en la Costa de las Perlas, en el oriente de Venezuela, con el conocido desenlace fatal por la muerte de los primeros mártires de esta dura y primera batalla por los derechos humanos en continente americano: fray Francisco de Córdoba y Juan Garcés. Lista de mártires que engrosarían muchos como aquel fray Antonio Valdivieso, obispo de Managua, muerto a manos del propio gobernador español en su templo en 1545, cuya historia tiene un parecido estremecedor con la del célebre defensor de los pobres de El Salvador, Oscar Arnulfo Romero.

Así, se fueron sucediendo un conjunto de hechos que dan testimonio de la acción dominica en defensa del Hombre durante la conquista de América. Supresión de los repartimientos y encomiendas en las Instrucciones dadas a Diego Velásquez en 1518 para la incursión sobre territorio cubano. Lo instruido a Hernán Cortés el 23 de junio de 1523. Las Ordenanzas de Granada de 1526, en cuyo prólogo, se resume el discurso creado por los dominicos de La Española: “Nos somos informados, y es notorio, que por la desordenada codicia de algunos de nuestros súbditos que pasaron a las nuestras Indias, islas y tierra firme del mar Océano, y por el mal tratamiento que hicieron a los indios naturales de las dichas islas y tierra firme del mar Océano, así en los grandes y excesivos trabajos que les daban, teniéndolos en las minas para sacar oro y en las pesquerías de las perlas y en otras labores y granjerías, haciéndoles trabajar excesiva e inmoderadamente, no les dando el vestir ni el mantenimiento que les era necesario para sustentación de sus vidas, tratándoles con crueldad y desamor, mucho peor que si fueran esclavos, lo cual todo ha sido y fue causa de la muerte de gran número de los dichos indios, en tanta cantidad que muchas de las islas y parte de tierra firme quedaron yertas y sin población alguna de los dichos indios naturales de ellas, y de que otros huyesen y se ausentasen de sus propias tierras y naturaleza y se fuesen a los montes y a otros lugares para salvar sus vidas y salir de la dicha sujeción y mal tratamiento...” (4)

Pasando por la simbólica institución en 1516 del Protector de los Indios, y por la creación en 1524 del Consejo Real y Supremo de Las Indias, todavía en 1542, cuando son sancionadas en Barcelona el 20 de noviembre, las llamadas Leyes Nuevas, la “negligencia y descuido” en la aplicación de las disposiciones reales por parte de las autoridades españolas en América, y la “desordenada codicia” que mueve a los conquistadores, harían menos que letra muerta el compendio de Leyes y Cédulas Reales, que, por iniciativa tenaz de los frailes dominicanos y sus seguidores en otros lugares y en otras órdenes religiosas, se dictaron a favor del derecho a la vida, a la libertad y la dignidad de los originales habitantes del Nuevo Mundo.     

Los históricos sermones de Montesino, los domingos 21 y 28 de diciembre de 1511, y las sucesivas gestiones de éste y de fray Pedro de Córdoba, son sólo el comienzo de una labor infatigable que continuaron muchos otros, en particular, uno que de tanto andar se hizo leyenda: Bartolomé de Las Casas.

La vida y obra de este sevillano empedernido, merece mención aparte y como se sabe, ha sido objeto de una prolija investigación y producción literaria, no exentas de apasionamientos y prejuicios. Y no podía ser de otra forma, porque las increíbles energías desplegadas por éste en sus andanzas justicieras, fueron de tal magnitud, que difícilmente quien se aproximara a ellas, en cualquier tiempo y lugar, podría evadirse de su telúrica fuerza de gravedad. Un hombre que a los treinta años renuncia voluntaria e irrevocablemente a una inmensa fortuna acumulada en sus encomiendas indianas de oro y granjerías, que su amigo el gobernador de Cuba, Diego Velásquez calificó como envidiables por cualquier caballero castellano, para dedicarse de por vida, a la lucha por la abolición de la conquista y las encomiendas. Que atravesó diez veces el nada pacífico océano Atlántico, no en los cómodos y modernos vuelos de hoy, si no, en las muy vulnerables embarcaciones de madera que como aquella Rábida de la primera expedición de Nicolás de Ovando cuando el mozo Las Casas fue por vez primera a América, naufragó antes de llegar a costas canarias. Ese Las Casas que escribió decenas de miles de folios sin bolígrafo ni máquina de escribir, ni mucho menos un ordenador, para defender los derechos humanos, que recorrió islas caribeñas y nuevo continente sin yates ni automóviles, que rectificó de tal manera su error sobre la esclavización de los africanos que llegó a ser el primero en enfrentar públicamente la esclavitud; que todo lo que hizo fue siempre pensando en salvar el alma de su amada patria española, en fiel servicio de su pueblo, sus monarcas y su fe, no puede, evidentemente, pasar desapercibido. Un Las Casas que ejerció por lo menos diez y siete oficios: desde ayudante de la tahona familiar, monaguillo, soldado, clérigo, encomendero, minero, productor agrícola, cronista, naturalista, jurista, litigante, propagandista, fraile, hasta tratadista, obispo, consejero e historiador, y que, en las Juntas de Valladolid de 1550-1551, como polemista formidable, venció con sus ya doctos y maduros argumentos al tristemente célebre Juan Ginés de Sepúlveda, el influyente eclesiástico afecto a las guerras de conquista, que entre otras importantes posiciones, hizo de cronista de Carlos V.

En fin, que no se entiende cómo algunos que se dicen pertenecer a las nuevas generaciones de historiadores interesados en el tema americano, se las arreglan para soslayar a Las Casas; y como, los teóricos de los Derechos Humanos, ni saben quién fue. Él también es consecuencia de la lucha de los primeros dominicos de La Española. En parte se le debe que hoy sobrevivan los descendientes de aquellos indios, y aún no ha sido canonizado.

 

Citas Bibliográficas

-       (1) Bartolomé de Las Casas: “Historia de Las Indias”, Tomo III. Biblioteca Ayacucho. Caracas, 1986. Pags. 13-14.

-       (2) Gustavo Gutiérrez: “En busca de los pobres de Jesucristo”, Ed. Sígueme. Salamanca, 1993. Pag. 653.

-       (3) Gustavo Gutiérrez: Ob. Cit., pag. 654.

-       (4) Isacio Pérez Fernández: “El Derecho Hispano-Indiano”, Ed. San Esteban, Salamanca, 2001. Pag.103.

 

Bibliografía consultada

-       María Eugenia Corvalán: “El pensamiento indígena en Europa”, Planeta, Bogotá 1999.

-       Ignacio Ara Pinilla: “Las transformaciones de los derechos humanos”, Tecnos, Madrid 1990.

-       Norberto Bobbio: “El tiempo de los derechos”, Sistema, Madrid 1994.

-       Rafael Fernández Heres: “Conquista espiritual de tierra firme”, Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, Caracas 1999.

-       Antonio Osuna Fernández-Largo: “Teoría de los derechos humanos”, Ed. San Esteban-Edibesa, Salamanca 2001.

-       Isacio Pérez Fernández: “Fray Bartolomé de Las Casas, O.P. de defensor de los indios a defensor de los negros”, Ed. San Esteban, Salamanca 1995.

-       Antonio Enrique Pérez Luño: “La polémica sobre el Nuevo Mundo”, Ed. Trotta, 2a edición, Madrid 1995.

 

 

 

Anexos

Primer Viaje (de las Cartas de Américo Vespucio)

Acordamos partir e ir más adelante costeando de continuo la tierra, en la cual hicimos muchas escalas y tuvimos trato con mucha gente, y al fin de varios días, fuimos a dar a un puerto donde tuvimos grandísimo peligro, pero plugo al Espíritu Santo salvarnos, y fue de esta manera.

Bajamos a tierra en un puerto donde encontramos una población edificada sobre el agua como Venecia; eran cerca de 44 casas grandes, en forma de cabañas, asentadas sobre palos muy gruesos y teniendo sus puertas o entradas de las casas a modo de puentes levadizos, y de una casa se podía ir a todas, pues los puentes levadizos se tendían de casa en casa, y así como las gentes de ellas nos vieron, mostraron tenernos miedo y súbitamente izaron todos los puente, y mientras veíamos esta maravilla, vimos venir por el mar unas 22 canoas, que son la clase de sus navíos, fabricadas de un solo árbol, las cuales venían alrededor de nuestros bateles; como se maravillasen de nuestra figura y vestidos, se alejaron de nosotros, y estando así les hicimos señales de que viniesen hacia nosotros, dándoles confianza con señas de amistad; y visto que no venían, fuimos hacia ellos, y no nos esperaron, sino que se fueron a tierra y con señas nos dijeron que esperásemos, y que pronto volverían.

Fueron detrás de un monte y no tardaron mucho, y cuando volvieron traían consigo 16 de sus hijas y entraron con ellas en sus canoas, y vinieron a los bateles y en cada uno dejaron cuatro, que tanto nos maravillamos de este acto, cuanto puede comprender Vuestra Magnificencia; y se metieron con sus canoas entre nuestros bateles, hablando con nosotros, de modo que lo juzgamos signo de amistad. Y andando en esto, vimos venir mucha gente nadando por el mar, que venían de las casas, y como si viniesen acercándose a nosotros sin malicia alguna; en esto se asomaron a las puertas de las casas algunas mujeres viejas dando grandísimos gritos y mesándose los cabellos en señal de tristeza; lo que nos hizo sospechar y recurrimos cada uno a las armas; de pronto las mozas que teníamos en los bateles se arrojaron al mar, y los de las canoas se alejaron de nosotros y comenzaron a tirarnos flechas con sus arcos, y los que venían nadando, cada uno traía una lanza bajo el agua, lo más escondida que podía; de modo que reconocida la traición, comenzamos no sólo a defendernos, sino a ofenderlos vigorosamente, e hicimos zozobrar con los bateles muchas de sus almadías o canoas, que así las llaman, hicimos estragos y todos huyeron a nado, dejando desamparadas sus canoas, y con mucho daño de su parte se fueron nadando a tierra, y murieron de ellos cerca de 15 o 20 y muchos quedaron heridos; y de los nuestros fueron heridos 5, y todos se salvaron gracias a Dios; nos apoderamos de dos de las muchachas y de dos hombres, y fuimos a sus casas y entramos en ellas, y en todas no encontramos otra cosa que dos viejas y un enfermo. Les tomamos muchas cosas, pero de poco valor, y no quisimos incendiar las casas porque nos parecía cargo de conciencia; y volvimos a nuestros bateles con cinco prisioneros, y nos fuimos a las naves, y les pusimos a cada uno de los presos un trozo de hierro en los pies, menos a las mozas; y llegada la noche se huyeron las dos muchachas y uno de los hombres, de la manera más sutil del mundo. Al día siguiente acordamos salir de este puerto y seguir más adelante; anduvimos continuamente a lo largo de la costa, hasta que vimos otras gentes, distantes de las anteriores unas 80 leguas; las encontramos muy diferentes en su lengua y en sus costumbres.

Acordamos surgir, y fuimos con los bateles a tierra, viendo en la playa muchísima gente, que podían ser al pie de 4000 almas; y cuando nos acercamos a tierra no nos esperaron, y se pusieron a huir por los bosques, desamparando sus casas. Saltamos a tierra y nos fuimos por un camino que conducía al bosque, y a un tiro de ballesta encontramos sus cabañas, en donde habían hecho grandes hogueras, y dos de ellos estaban cocinando sus viandas y asando muchos animales y varias clases de peces; donde vimos que asaban un cierto animal que parecía una serpiente, salvo que no tenía alas, y de aspecto tan feo que nos maravillamos mucho de su deformidad.

Caminamos así por sus casas o mejor cabañas, y encontramos muchas de estas serpientes vivas que estaban amarradas por los pies y tenían una cuerda alrededor del hocico, que no podían abrir la boca, como se hace a los perros alanos para que no muerdan; tenían tan fiero aspecto que ninguno de nosotros se atrevía a tocarlas, pensando que eran venenosas; son del tamaño de un cabrito y de braza y media de longitud; tienen los pies largos y gruesos y armados de fuertes uñas; tienen la piel dura y son de diversos colores; el hocico y la cara la tienen de serpiente y de la nariz les sale una cresta como una sierra, que les pasa por el medio del lomo hasta la punta de la cola; en conclusión juzgamos que eran serpientes y venenosas, y se las comen. Encontramos que hacían panes de pequeños peces que sacaban del mar, dándoles primero un hervor, amasándolos y haciendo con ellos una pasta o pan que tostaban sobre las brasas y así lo comían; lo probamos y encontramos que era bueno. Tenían tanta clase de manjares, principalmente de frutas y raíces, que sería cosa larga contarlos minuciosamente.

Y visto que la gente no volvía, acordamos no tocarles ni tomarles cosa alguna para darles confianza, y dejamos en sus cabañas muchas cosas de las nuestras, en lugares a propósito para que las viesen y a la noche nos volvimos a las naves. Al día siguiente al amanecer, vimos innumerables gentes en la playa; y fuimos a tierra y aunque aún se mostraban temerosos de nosotros se atrevieron a acercarse y a hablarnos, dándonos cuanto les pedíamos y mostrándose muy amigos.

Nos dijeron que esas no eran sus habitaciones y que habían venido aquí a pescar; y nos rogaron que fuéramos a sus casas y poblaciones, porque querían recibirnos como amigos. Y nos hicimos tan amigos a causa de dos hombres que nosotros traíamos presos, porque eran sus enemigos; de modo que vista su mucha insistencia, habiendo hecho consejo, acordamos ir con ellos 28 cristianos de los nuestros bien prevenidos, y con el firme propósito de morir si fuese necesario.

Después de haber estado allí casi tres días, fuimos con ellos tierra adentro, y a tres leguas de la playa dimos con una población de mucha gente y de pocas casas, porque no eran más de nueve, donde fuimos recibidos con tantas y tan bárbaras ceremonias, que no basta la pluma para describirlas; que fue con danzas, cantos y lamentos mezclados con regocijo, y con muchas viandas. Nos quedamos allí la noche, donde nos ofrecieron a sus mujeres [de tal manera] que no nos podíamos defender de ellas; y después de haber estado allí la noche y la mitad del día siguiente fueron tantos los pueblos que por maravilla nos venían a ver, que eran incontables; y los más viejos nos rogaban que fuésemos con ellos a otras poblaciones que estaban más hacia el interior de la tierra, mostrando que nos harían grandes honores; por lo tanto acordamos ir, y no es posible decir cuántos honores nos hicieron.

Y fuimos a muchas poblaciones, tanto que empleamos nueve días en el viaje, de modo que nuestros cristianos que habían quedado en las naves, estaban con recelo por nosotros; y estando como a 18 leguas tierra adentro, determinamos tornarnos a las naves, y a la vuelta era tanta la gente que venía con nosotros hasta el mar, así hombres como mujeres, que fue cosa admirable. Y si alguno de los nuestros se cansaba en el camino, lo llevaban en sus redes muy descansadamente; y al cruzar los ríos, que son muchos y muy grandes, los pasábamos con sus artificios con tanta seguridad que no teníamos peligro ninguno, y muchos de ellos venían cargados con las cosas que nos habían dado, que estaban en sus redes para dormir: plumajes muy ricos, muchos arcos y flechas e innumerables papagayos de variados colores. Y otros traían la carga de sus alimentos y de animales; y aún diré una maravilla mayor, y es que se tenían por bienaventurados aquellos que, teniendo que pasar un río, nos podían llevar a cuestas.

Y cuando llegamos al mar y a nuestros bateles, entramos en ellos, y era tanta la lucha que hicieron para meterse en ellos e ir a ver nuestras naves que nos quedamos asombrados; llevamos de ellos cuantos pudimos en los bateles y fuimos a las naves, pero vinieron nadando tantos, que nos tuvimos por locos al ver tanta gente en las naves, que eran más de mil almas, todos desnudos y sin armas; se maravillaron de nuestros aparejos e instrumentos, y de la grandeza de las naves; y con éstos sucedieron cosas que dieron risa, y fue que acordamos disparar algunas piezas de artillería, y cuando salió el estampido la mayor parte de ellos se arrojó de miedo al agua, no de otro modo que como lo hacen las ranas que están en las orillas, que viendo algo temeroso, se tiran en el pantano, tal hizo aquella gente; y los que quedaron en las naves estaban tan asustados que nos arrepentimos de haberlo hecho; también los tranquilizamos diciéndoles que con aquellas armas matábamos a nuestros enemigos.

Y habiendo holgado todo el día en las naves, les dijimos que se fuesen, porque queríamos partir esa noche y así se separaron de nosotros con mucha amistad y cariño y se fueron a tierra. Y en esta tierra y su gente conocí y vi tantas costumbres suyas y modos de vivir, que no me preocupo de extenderme en ellas, porque sabrá V. M. que en cada uno de mis viajes he apuntado las cosas más notables y con todas he escrito un volumen en forma de geografía, y lo llamo "Las cuatro jornadas", en cuya obra se encuentran las cosas en detalle, y aún no lo he publicado porque necesito revisarlo. Esta tierra está pobladísima y llena de gente, y de infinitos ríos; pocos animales son semejantes a los nuestros, salvo los leones, panteras, ciervos, cerdos, cabras y gamos, y éstos también tienen diferencia; no tienen caballos, ni mulas, ni, con perdón, asnos, ni perros, ni clase alguna de ganado ovino ni vacuno; pero son tantos los otros animales que tienen, aunque son salvajes y no se sirven de ellos, que no se pueden contar. Qué diremos de otros pájaros, que son tantos y de tantas clases y colores de plumaje que maravilla verlos.

La tierra es muy amena y fructífera, llena de grandísimas selvas y bosques siempre verdes, que nunca pierden las hojas. Las frutas son tantas que son innumerables y completamente diferentes de las nuestras. Esta tierra está dentro de la zona tórrida, cerca o debajo del paralelo que describe el trópico de Cáncer, donde el polo de su horizonte se eleva 23 grados, al extremo del segundo clima. Vinieron a vernos muchas gentes, y se maravillaban de nuestra figura y de nuestra blancura, y nos preguntaron de dónde veníamos, y les dábamos a entender que veníamos del cielo y que andábamos viendo el mundo, y lo creían.

En esta tierra pusimos pila bautismal e infinita gente se bautizó; y en su lengua nos llamaban carabi, que quiere decir varones de gran sabiduría. Partimos de este puerto; la provincia se llama Lariab; y navegamos a lo largo de la costa siempre a vista de la tierra, tanto que recorrimos de ella 870 leguas, siempre hacia el maestral, haciendo en ella muchas escalas y tratando con mucha gente; en muchos lugares rescatamos oro, pero no mucha cantidad, que ya hicimos mucho con descubrir la tierra y saber que tenían oro.

Llevábamos ya 13 meses de viaje y los navíos y los aparejos estaban muy maltrechos y los hombres cansados; acordamos de común acuerdo, arrimar las naves a la orilla y examinarlas para repararlas porque hacían mucha agua, y calafatearlas y embrearlas de nuevo y tornarnos de vuelta a España, y cuando deliberábamos esto estábamos en un puerto, el mejor del mundo, en el que entramos con nuestras naves, encontrando mucha gente, que nos recibió con muestras de gran amistad; hicimos en tierra un bastión con nuestros bateles, y con toneles y cubas y nuestra artillería, que lo dominaba todo; y descargadas y aligeradas nuestras naves, las llevamos a tierra, y les arreglamos todo aquello que era necesario; y la gente de tierra nos prestó grandísima ayuda y continuamente nos proveía con sus alimentos, que en este puerto poco gustamos de los nuestros, que nos hicieron gran servicio, porque teníamos el mantenimiento para la vuelta poco y pobre. Allí estuvimos 37 días, y fuimos muchas veces a sus poblaciones, donde nos hacían grandes honores.

Y queriéndonos partir para nuestro viaje, se nos quejaron de que en ciertas épocas del año venían por la vía del mar a su tierra una gente muy cruel que eran sus enemigos y con traiciones o por violencia mataban a muchos de ellos y se los comían y capturaban a algunos, y los llevaban presos a sus casas o tierra, y apenas se podían defender de ellos, haciéndonos señales de que eran gentes isleñas y podían estar a 100 leguas mar adentro; y con tanta emoción nos decían esto, que los creímos y prometimos vengarlos de tantas injurias; se quedaron muy contentos con esto y muchos ofrecieron venirse con nosotros, pero no quisimos por muchas razones, salvo siete que llevamos, a condición de que se viniesen después en canoa, porque no nos quisimos obligar a volverlos a su tierra, y estuvieron contentos, y así nos separamos de esa gente dejándolos muy amigos nuestros.

Remediadas nuestras naves, navegamos siete días por el mar por el viento entre greco y levante, y al cabo de los siete días nos encontramos en las islas, que eran muchas, algunas pobladas y otras desiertas, y surgimos en una de ellas donde vimos mucha gente, que la llamaban Iti, y equipados nuestros bateles con gente capaz y en cada uno tres tiros de bombarda, fuimos a tierra, donde encontramos al pie de 400 hombres y muchas mujeres, y todos desnudos como los anteriores.

Eran de buen cuerpo y parecían hombres belicosos, porque estaban armados con sus armas, que son arcos, saetas y lanzas, y la mayor parte de ellos tenían unas tablas cuadradas que se las colocaban de tal modo que no les impedía tirar del arco; cuando estuvimos cerca de tierra con los bateles a un tiro de arco, todos saltaron al agua a tirarnos saetas y a impedirnos que saltáramos a tierra. Todos tenían su cuerpo pintado de diversos colores y emplumados con plumas, y nos decían los lenguas que iban con nosotros, que cuando así se mostraban pintados y emplumados, que daban señales de querer combatir.

Y tanto perseveraron y nos impidieron desembarcar, que nos vimos forzados a hacer fuego con nuestra artillería, y cuando oyeron el estampido y vieron caer muertos a algunos de los suyos, se recogieron todos en tierra; por lo cual, después de hacer consejo, acordamos saltar a tierra 42 de nosotros, y si nos esperasen combatir con ellos; así cuando llegamos a tierra con nuestras armas, se lanzaron sobre nosotros y combatimos cerca de una hora, llevándoles poca ventaja, salvo que nuestros ballesteros y espingarderos mataban algunos, y ellos hirieron algunos nuestros; y esto era porque no nos esperaban ni a tiro de lanza ni de espada, y tanto ímpetu pusimos finalmente que estuvimos a tiro de espada, y como probasen nuestras armas se pusieron en fuga por los montes y los bosques y nos dejaron vencedores en el campo con muchos de los suyos muertos y muchos heridos.

En este día no intentamos seguirlos de otro modo, porque estábamos muy fatigados, y nos volvimos a las naves con mucha alegría de aquellos siete hombres que vinieron con nosotros, que no cabían en sí. Y llegado el otro día vimos venir por la tierra gran número de gente, todavía en actitud de pelea, tocando cuernos y otros varios instrumentos que ellos usan en la guerra, y todos pintados y emplumados, que era cosa muy extraña de ver.

Por eso todas las naves hicieron consejo y se decidió que ya que esa gente quería enemistad con nosotros que fuésemos a vernos con ellos, y hacer cualquier cosa por hacerlos amigos; en caso que no quisiesen nuestra amistad, que los tratásemos como enemigos, y que cuantos pudiésemos tomar de ellos, todos fuesen nuestros esclavos. Y armados como mejor pudimos, fuimos hacia tierra, y no nos impidieron saltar a ella, creo que por miedo de las bombardas.

Saltamos a tierra 57 hombres, en cuatro escuadras, cada capitán con su gente, y fuimos a las manos con ellos, y después de una larga batalla, muertos muchos de ellos, los pusimos en fuga, y los perseguimos hasta una población, habiendo apresado cerca de 250 de ellos, e incendiamos la población; y nos volvimos victoriosos a las naves con 250 prisioneros, dejándoles muchos muertos y heridos, y de los nuestros no murió más que uno, y veintidós heridos, que todos sanaron, gracias a Dios.

Ordenamos nuestra partida, y los siete hombres de los que cinco estaban heridos, tomaron una canoa de la isla, y con siete prisioneros que les dimos, cuatro mujeres y tres hombres, se tornaron a su tierra, muy alegres, maravillándose de nuestras fuerzas. Y nosotros también hicimos vela hacia España, con 222 prisioneros esclavos. Llegamos al puerto de Cádiz a 15 días de octubre de 1498, donde fuimos bien recibidos y vendimos nuestros esclavos. Esto es lo que me ocurrió de más notable, en este mi primer viaje.

 

Brevísima relación de la destrucción de las Indias. Del reino de Venezuela, Bartolomé de las Casas

En el año de 1526, con engaños y persuasiones dañosas que se hicieron al rey nuestro señor, como siempre se ha trabajado de le encubrir la verdad y perdiciones que Dios y las ánimas y su estado recibían en aquellas Indias, dio y concedió un gran reino, mucho mayor que toda España, que es el de Venezuela, con la gobernación y jurisdicción total, a los mercaderes de Alemania, con cierta capitulación y concierto o asiento que con ellos se hizo. Estos, entrados con 300 hombres o más en aquellas tierras, hallaron aquellas gentes mansísimas ovejas, como y mucho más que los otros las suelen hallar en todas las partes de las Indias antes que les hagan daño los españoles. Entraron en ellas, más pienso sin comparación cruelmente que ninguno de los otros tiranos que hemos dicho, y más irracional y furiosamente que crudelísimos tigres y que rabiosos lobos y leones. Porque con mayor ansia y ceguedad rabiosa de avaricia, y más exquisitas maneras e industria para haber y robar plata y oro que todos los de antes, pospuesto todo temor a Dios y al rey y vergüenza de las gentes, olvidados que eran hombres mortales, como más libertados, poseyendo toda la jurisdicción de la tierra, tuvieron.

Han asolado, destruido y despoblado estos demonios encranados más de cuatrocientas leguas de tierras felicísimas, y en ellas grandes y admirables provincias, valles de cuarenta leguas, regiones amenísimas, poblaciones muy grandes riquísimas de gentes y oro. Han muerto y despedazado totalmente grandes y diversas naciones, muchas lenguas, que no han dejado persona que las hable, si no son algunos que se habrán metido en las cavernas y entrañas de la tierra, huyendo de tan extraño y pestilencial cuchillo. Más han muerto y destruido y echado a los infiernos de aquellas inocentes generaciones, por extrañas y varias y nuevas maneras de cruel iniquidad e impiedad (a lo que creo) de cuatro y cinco cuentos de ánimas; y hoy en este día no cesan actualmente de las echar. De infinitas e inmensas injusticias, insultos y estragos que han hecho y hoy hacen, quiero decir tres o cuatro no más, por los cuales se podrán juzgar lo que, para efectuar las grandes destrucciones y despoblaciones que arriba decimos, pueden haber hecho.

Prendieron al señor supremo de toda aquella provincia sin causa alguna, más de por sacarle oro dándole tormentos. Soltóse y huyó, y fuese a los montes y alborotóse, y amedrentóse toda la gente por tierra, escondiéndose por los montes y breñas. Hacen entradas los españoles contra ellos para irlos a buscar; hállanlos; hacen crueles matanzas, y todos los que toman a vida véndenlos en públicas almonedas por esclavos. En muchas provincias y en todas dondequiera que llegaban, antes que prendiesen al universal señor, los salían a recibir con cantares y bailes, y con muchos presentes de oro en gran cantidad. El pago que les daban, por sembrar su temor en toda aquella tierra, hacianlos meter a espada y hacerlos pedazos. Una vez, saliéndoles a recibir de la manera dicha, hace el capitán alemán tirano meter en una gran casa de paja mucha cantidad de gente y hácelos hacer pedazos. Y porque la casa tenía una vigas en lo alto, subiéronse en ellas mucha gente huyendo de las sangrientas  manos de aquellos hombres o bestias sin piedad, y de sus espadas. Mandó el infernal hombre prender fuego a la casa, donde todos los que quedaron fueron quemados vivos. Despoblóse por esta causa gran número de pueblos, huyéndose toda la gente por las montañas, donde pensaban salvarse.

Llegaron a otra grande provincia, en los confines de la provincia y reino de Santa Marta. Hallaron los indios en sus casas, en sus pueblos y haciendas, pacíficos y ocupados. Estuvieron mucho tiempo con ellos comiéndoles sus haciendas, y los indios sirviéndoles como si las vidas y salvación les hubieran de dar, y sufriéndoles sus continuas opresiones e importunidades ordinarias, que son intolerables, y que come más un tragón de un español en un día que bastaría un mes en una casa donde haya diez personas de indios. Diéronles en este tiempo mucha suma de oro de su propia voluntad, con otras innumerables buenas obras que les hicieron. Al cabo que ya se quisieron los tiranos ir, acordaron de pagarles las posadas por esta manera. Mandó el tirano alemán gobernador (y también, a lo que creemos, hereje, porque no oía misa ni la dejaba de oir a muchos, con otros indicios de luterano que se le conocieron) que prendiesen a todos los indios con sus mujeres e hijos que pudieron, y métenlos en un corral grande o cerca de palos que para ello se hizo. E hízoles saber que el que quisiese salir y ser libre, que se había de rescatar de voluntad del inicuo gobernador, dando tanto oro por sí y tanto por su mujer y por cada hijo. Y por más los apretar, mandó que no les metiesen alguna comida hasta que le trajesen el oro que les pedía por su rescate. Enviaron muchos a sus casas por oro y rescatábanse según podían; soltábanlos e íbanse a sus labranzas y casa a hacer su comida; enviaba el tirano ciertos ladrones salteadores españoles que tornasen a prender los tristes indios rescatados una vez; traíanlos al corral, dábanles el tormento de el hambre y sed hasta que otra vez se rescatasen. Hubo de estos muchos que dos o tres veces fueron presos y rescatados; otros que no podían ni tenían tanto, porque lo habían dado todo el oro que poseían, los dejó en el corral perecer hasta que murieron de hambre.

De esta acción dejó perdida y asolada y despoblada una provincia riquísima de gente y oro, que tiene un valle de cuarenta leguas, y en ella quemó pueblo que tenía mil casas.

Acordó este tirano infernal de ir la tierra adentro, con codicia y ansia de descubrir por aquella parte el infierno del Perú. Para este infeliz viaje llevó él y los demás infinitos indios cargados con cargas de tres o cuatro arrobas, ensartados en cadenas. Cansábase alguno o desmayaba de hambre y del trabajo y flaqueza. Cortábanle luego la cabeza por la collera de la cadena, por no pararse a desensartar los otros que iban en las colleras de más afuera, y caía la cabeza de una parte y el cuerpo a otra, y repartían la carga de éste sobre las que llevaban los otros.

Decir las provincias que asoló, las ciudades y lugares que quemó, porque son todas las casas de paja, las gentes que mató, las crueldades que en particulares matanzas que hizo perpetró en este camino, no es cosa creíble, pero espantable y verdadera. Fueron por allí después por aquellos caminos otros tiranos que sucedieron de la misma Venezuela, y otros de la provincia de Santa Marta, con la misma santa intención de descubrir aquella casa santa de oro del Perú, y hallaron toda la tierra más de doscientas leguas tan quemada y despoblada y desierta, siendo pobladísima y felicísima como es dicho, que ellos mismos, aunque tiranos y crueles, se admiraron y espantaron de ver el rastro por donde aquél había ido, de tan lamentable perdición.

Todas estas cosas están probadas con muchos testigos por el fiscal del Consejo de las Indias, y la probanza está en el mismo Consejo, y nunca quemaron vivos a ninguno de aquéllos tan nefandos tiranos. Y no es nada lo que está probado con los grandes estragos y males que aquéllos han hecho, porque todos los ministros de la justicia que hasta hoy han tenido en las Indias, por su grande y mortífera ceguedad, no se han ocupado en examinar los delitos y perdiciones y matanzas que han hecho y hoy hacen los tiranos de las Indias, sino en cuanto dicen que por haber fulano y fulano hecho crueldades a los indios. Ha perdido el rey de sus rentas tantos mil castellanos; y para argüir esto, poca probanza y harto general y confusa les basta. Y aún esto no saben averiguar, ni hacer, ni encarecer como deben, porque si hiciesen lo que deben a Dios y al rey, hallarían que los dichos tiranos alemanes más han robado al rey de tres millones de castellanos de oro. Porque aquellas provincias de Venezuela, con las que más han estragado, asolado y despoblado más de cuatrocientas leguas (como dije), es la tierra más rica y más próspera de oro y era de población que hay en el mundo. Y más renta le han estorbado y echado a perder que tuvieran los reyes de España de aquel reino, de dos millones, en diez y seis años que ha que los tiranos enemigos de Dios y del rey las comenzaron a destruir. Y estos daños, de aquí a la fin del mundo no hay esperanza de ser recobrados, si no hiciese Dios por milagro resucitar tantos cuentos de ánimas muertas. Estos son los daños temporales del rey; sería bien considerar qué tales y qué tantos son los daños, deshonras, blasfemias, infamias de Dios y de su Ley, y con qué se recompensarán tan innumerables ánimas como están ardiendo en los infiernos por la codicia e inhumanidad de aquellos tiranos animales o alemanes.

Con sólo esto quiero su infelicidad y ferocidad concluir: que desde que en la tierra entraron hasta hoy, conviene a saber, estos diez y seis años, han enviado muchos navíos cargados y llenos de indios por la mar a vender a Santa Marta y a la isla Española y Jamaica y la isla de San Juan por esclavos más de un cuento de indios, y hoy es este día los envían, año de mil y quinientos y cuarenta y dos, viendo y disimulando el Audiencia Real de la isla Española, antes favoreciéndose como todas las otras tiranías y perdiciones (que se han hecho en toda aquella costa de Tierra Firme, que son más de cuatrocientas leguas que han estado y hoy están éstas de Venezuela y Santa Marta debajo de su jurisdicción) que pudieran estorbar y remediar. Todos estos indios no ha habido más causa para los hacer esclavos de sola la perversa, ciega y obstinada voluntad, por cumplir con su insaciable codicia de dineros de aquellos avarísimos tiranos, como todos los otros siempre en todas las Indias han hecho, tomando aquellos corderos y ovejas de sus casas y a sus mujeres e hijos por las maneras crueles y nefarias ya dichas, y echarles el hierro del rey para venderlos por esclavos.  

 

 



[1] Biografía de Maracaibo, Alfredo Tarre Murzi, pag 40

[2] Idem, pag 43

[3] Idem, pag 30

[4] Idem, pag 32.

[5] La irracionalidad del indio, Gonzalo Fernández de Oviedo.

[6] Antología documental de Venezuela, Santos Rodulfo Cortés, 1960, pag. 21-22

[7] Idem, pag. 25.

[8] Conquista Espiritual de Tierra Firme, Rafael Fernández Heres, ANH 1999, pag 113

[9] Idem, 113

[10] Carta de Jamaica, Simón Bolívar.

[11] Recuerdos y apuntes históricos de El Moján, José María Grazzini. Paedica-Numen Marense 2007.

[12] Las venas abiertas de América Latina, Eduardo Galeano.

[13] Población indígena y economía, Nelly Velázquez, Ediciones ULA

[14] Población Indígena y Economía,  Velázquez, ULA

[15] Historia de Venezuela, H.N.M.

[16] Diccionario de Historia de Venezuela, Fundación Polar, 1997.

[17] Las venas abiertas de América Latina, Eduardo Galeano.

[18] Vida, Naturaleza y Ciencia, Detlev Ganten, Thomas Deichmann y Thilo Spahl, 2005.

[19] La Luna del Fausto, Francisco Herrera Luque. Alfaguara 2012, pag 165.

[20] Citado por Gustavo Pereira

[21] La encomienda en Venezuela, Eduardo Arcila Farías, FACES-UCV, 1966, pag 27.

[22] “El cacique Nigale y la ocupación europea de Maracaibo”, Yldefonso Finol, Fondo Nigale, 2001

[23] Biografía de Maracaibo, pag. 51

[24] Idem, pag. 53

[25] Los orígenes de Maracaibo, Nectario María, Junta Cultural de La Universidad del Zulia, 1960.

[26] Historia de Venezuela, Hermano Nectario María, pag, 57-58.

[27] Historias del paraíso, Gustavo Pereira, Primer Libro, pag. 61

[28] Brevísima relación de la destrucción de las Indias, Bartolomé de las Casas.

[29] Historia de la conquista y población de la Provincia de Venezuela, José Oviedo y Baños.

[30] Historia del Zulia, Tomo I, Juan Bessón, pag, 48

[31] La encomienda en Venezuela, Arcila Farías, pag 30

[32] Real Cédula de 1535 citada por Arcila Farías, pag. 29

[33] Elegía de varones, Juan de Castellanos

[34] Los orígenes de Maracaibo, Nectario María.

[35] El cacique Nigale y la ocupación europea de Maracaibo, Yldefonso Finol.

[36] Historia del Zulia, Juan Bessón, pag. 54

[37] Idem.

[38] El cacique Nigale y la ocupación europea de Maracaibo, Yldefonso Finol. 2001.

[39] Biografía de Maracaibo, Tarre Murzi, pag. 54.55

[40] El régimen de la encomienda en Venezuela, Eduardo Arcila Farías. 1966. FACES-UCV.

[41] Idem, pag 130-131.

[42] Los aborígenes del occidente de Venezuela, Alfredo Jahn, Monte Ávila 1973.

[43] Origen de los nombres de los estados y municipios de Venezuela, Adolfo Salazar-Quijada, UCV, 1994.

[44] Idem, pag 403

[45] H.N.M. pag. 409.

[46] Idem 411

[47] Idem 411-412

[48] Idem 409

[49] Idem, pag. 411

[50] El cacique Nigale y la ocupación europea de Maracaibo, Yldefonso Finol, 2001.

[51] Esteban y Jorge Mosonyi, Manual de Lenguas Indígenas de Venezuela, Tomo I,  2001.

[52] Los orígenes del hombre americano, Paul Rivet, edición de 1976, pag. 11

[53] Biografía de Maracaibo, Alfredo Tarre Murzi, 1986, pag. 29

[54] Tarre Murzi, pag. 37

[55] En busca de los pobres de Jesucristo, Gustavo Gutiérrez, 1993.

[56] Biografía de Maracaibo, Alfredo Tarre Murzi, pag. 47-48

[57] Bases para el simposio sobre el fundador y fecha de fundación de Maracaibo, Centro Histórico del Zulia, Agosto de 1965.

[58] Centro de Historia del Zulia, 1965.

[59] Idem, pag 201-203

[60] Siluetas Ilustres del Zulia, Tomo II, 1965, ALEZ, pag. 60

[61] Centro de Historia del Zulia, pag. 1

[62] Idem

[63] Por los vericuetos de la historia, Medina Chirinos, 1925.

[64] Centro de Historia del Zulia, 1965.

[65] Idem, pag 5

[66] Idem, pag. 9

[67] Idem, pag. 10

[68] Idem, pag.11

[69] Idem, pag. 11

[70] Idem, pag. 19

[71] Idem, pag. 25

[72] Idem, pag. 21

[73] Idem, pag. 55

[74] Idem, pag. 56

[75] Idem, pag. 59

[76] Idem, pag. 61

[77] Idem, pag. 63

[78] Idem, pag. 64

[79] Idem, pag. 65

[80] Idem, pag.65

[81] Idem, pag.67

[82] Idem, pag. 72