viernes, 23 de octubre de 2020

RAFAEL URDANETA: NOVEDADES A 232 AÑOS DE SU NATALICIO

 



Novedades sobre Rafael Urdaneta: a 232 años de su nacimiento

Epígrafe

“Un libertador de Venezuela y de Colombia, un fundador de la libertad Suramericana, que con su espada nos dio patria y derechos de hombres libres”. (Editorial del Liberal. Noviembre de 1845)

Introito

Tres puntos previos:

-       La historia como estudio científico tiene retos inmensos, uno de ellos, superarse permanentemente, porque la concatenación de los hechos pasados teje una red en espiral que se complejiza en la medida que avanzamos en la búsqueda de documentación y soportes para el análisis y conocimiento del proceso estudiado. La comprensión y construcción del saber histórico no tiene límites, es dinámico y dialéctico como las realidades que se busca interpretar, y como las ideas que desde la filosofía y la epistemología van moldeando y acerando su cientificidad. 

-       La persistencia en nuestras sociedades indoamericanas de una ideología conservadora que enarbola con agresividad las simbologías colonialistas, constituye un alegato negador del proceso independentista que emergió precisamente contra aquel “orden colonial” tan injusto y discriminador, que hasta las clases propietarias eran consideradas castas inferiores sino habían tenido la suerte de nacer en territorio de la metrópoli imperial.

-       En nuestro enfoque historiográfico, el estudio del héroe se centra en el análisis puntual de su participación en el proceso emancipador, sus luchas, aportes y realizaciones, enmarcado en las contradicciones fundamentales de su tiempo y el devenir de sus acciones como parte del colectivo político que llevó a cabo la proeza. En este sentido, sólo quienes mantuvieron de por vida sus principios con lealtad al proyecto de liberación, merecen el título de héroes.

I

Rafael Urdaneta no se alzó contra el Imperio Español en Caracas ni en su Maracaibo natal, ni necesitó que nadie lo invitara o convenciera: por convicción propia y a pesar de su condición de funcionario real, el joven Urdaneta se suma voluntario al movimiento que estalla en Bogotá el 20 de julio de 1810 y cinco días después se inaugura como oficial de la fuerza independentista con el grado de Teniente; gracias a su capacidad, valentía y entrega, inspiradas en el amor por la patria y la libertad, desarrolla una vida de luchas hasta alcanzar el 17 de julio de 1821 el rango de General en Jefe del Ejército Libertador.

Esa primera década de la guerra anticolonialista fue sin duda la más dura, plagada de enormes sacrificios, donde por ofrendar la vida competían los osados patriotas, legándonos un venerable diccionario de mártires; la más desigual frente a ejércitos superiores en todo lo material, aunque impertinentes y decadentes por la causa injusta que representaban. Los nuestros abrazaron el peligroso oficio militar siendo civiles, jóvenes, campesinos, trabajadores, pero con la mayor fortaleza que forja titanes desde la entraña del pueblo: la conciencia de servir al cambio para una mejor sociedad, combatiendo el oprobioso régimen colonial.

Urdaneta fue un servidor público a tiempo completo; durante treintaicinco años continuos estuvo a la orden del ideal que asumió desde muchacho; eso se llama perseverancia, desprendimiento, altruismo. Sin buscar comodidades ni privilegios, pertenece a la estirpe de los imprescindibles y modélicos que no abundan en la historia política. Participó en veintisiete batallas campales desde 1811 hasta 1818, obteniendo el triunfo en veinte, y en siete sitios de plazas desde 1813 a 1819; defendió dos plazas sitiadas por el enemigo en 1814, incluida la defensa suicida de Valencia contra un invasor cien veces superior (280 patriotas contra 3.000 sitiadores resistieron cinco días de combate día y noche, rechazando varios asaltos y obligando al enemigo a retirarse). La orden dada por Bolívar fue defender la plaza hasta el exterminio antes que rendirla, “porque si se perdía Valencia, se perdía la República”, así lo dijo el Libertador desde San Mateo. Durante la Campaña de Oriente y Guayana, estuvo en dos asaltos a fortalezas artilladas en Barcelona y Cumaná; después sufrió graves heridas en la perdida Batalla del Río Semen, el 16 de marzo de 1818; y –como él mismo lo relata- en 1820 “marchando con tropas por la montaña inundada de San Camilo, y durmiendo sobre el lodo por más de diez noches, contraje un reumatismo del que sufrí por seis años los más acerbos dolores”, sin que ello lo frenara de participar en todas las campañas de 1820 a 1822.

El Rafael Urdaneta que se había alzado contra España en Bogotá a los 21 años, vino presuroso con su propia tropa y sus amigos granadinos Girardot, D’Elhuyar y Ricaurte, a gestar el Ejército Bolivariano en aquella campaña que admirablemente quedó consagrada en nuestra historia patria. Su lealtad no conocía oportunismos, era entre sus múltiples valores esenciales, un modo de vida. Se sabe que en los inicios de la Campaña Admirable, ante la insubordinación de algunos oficiales granadinos, le prometió a Bolívar acompañarlo hasta el final, pero no se ha valorado con exactitud el impacto que tuvo esa determinación de Urdaneta en el protagonismo que Simón Bolívar llegaría a tener en la historia: debe anotarse -porque es históricamente incuestionable- que ese gesto firme fue el primero que otorgó al Libertador la condición de jefe del movimiento independentista, que tanto trataron de esquilmarle los envidiosos.   

Sólo la lealtad forjada en la camaradería de pensamiento, acción y vida, conlleva a seres tan virtuosos a tal comunión: “Porque nada me hubiera sido más sensible que adelantar un paso que pareciese siquiera opuesto a la voluntad de Usted, con quien siempre quiero ir de acuerdo”, le escribía desde Maracaibo en junio de 1826 cuando comenzó la crisis del Proyecto Bolivariano provocada por Páez y la oligarquía centralista venezolana.

Es el mismo Urdaneta que la noche del 25 de septiembre de 1828 se pone al frente de la toma de Bogotá ante el intento de magnicidio y revuelta de los santanderistas, y dos años después, con 41 años de edad, asume el poder en un último intento por salvar la República de Colombia, retornar al Libertador a la Presidencia, y defender la vida e integridad de los bolivarianos que comenzaban a ser perseguidos por los nuevos godos. Aunque militarmente no lo pudieron derrotar, Urdaneta declina continuar gobernando ante la negativa de Bolívar de investirse por un acto de fuerza sin sustento legal (aunque legítimo), y para evitar un baño de sangre entre conciudadanos. (Recordemos que Rafael Urdaneta dio un golpe de Estado el 5 de septiembre de 1830, asumiéndose como Jefe Provisorio del Gobierno de Colombia, hasta el 30 de abril de 1831. Esta acción revolucionaria tenía la intención de mantener la unidad colombiana y su orden constitucional original, pidiéndole a Bolívar que regresara al mando de la República. Al morir el Libertador el 17 de diciembre, el plan dejó de tener sentido. Rafael Urdaneta renunció en favor de la conciliación y la paz, y entregó el gobierno el 2 de mayo de 1831).

Yo tengo la conjetura que en la decisión de Rafael Urdaneta de tomarse el poder en Bogotá aquél 5 de septiembre de 1830, influyó políticamente la carta que Bolívar le había escrito el 18 de abril, antes de emprender viaje a su último destino, donde le expresaba su resolución de formar “un partido que salve la patria” con todos los “hombres influyentes” para discutir qué hacer, y junto al gobierno enfrentar de la mejor manera la crisis severa que afectaba el proceso emancipador. Esta idea subyace en las motivaciones de Urdaneta para dar el golpe: salvar la vida de los bolivarianos amenazados por los oligarcas, la suya propia y de su familia, pero más aún, salvar la unidad, que era salvar a Bolívar.

II

Expatriado por ser un verdadero patriota; calumniado por los santanderistas profesionales del chisme; retornado en medio de incertidumbres, pasó de mandatario de Colombia a humilde granjero en la provincia de Coro.

En sus memorias se resume ese tránsito: “Disuelta la República de Colombia, muerto el Libertador, y habiendo hecho dimisión del Poder en virtud del convenio de Apulo, hubo de abandonar el General Urdaneta el territorio de la patria, perseguido, cargado de familia, pobre y abrumado por los desengaños, para ir a buscar un asilo en la vecina isla de Curazao. Allí permaneció más de un año apurando los sinsabores de su situación y en la necesidad de auxiliar, con sus escasos medios, a muchos de los compañeros que recalaban a aquella isla, lanzados por la tempestad que se había desencadenado sobre los amigos de Bolívar”.

En tan penosa coyuntura personal, sólo quería el consuelo de volver a Venezuela. Sus antiguos compañeros de armas le aconsejan que escribiera a Páez. El llanero, ahora Presidente de Venezuela, artífice de la proscripción de Bolívar y sus leales camaradas, le responde con el zigzagueo típico del político ladino que era: “En cuanto a la pregunta que me hace de si podrá caber duda en caso de solicitar Usted permiso para venir a Venezuela, debo decirle que por lo que a mí hace, no tengo la menor objeción para su venida; pero el permiso depende de la calificación del Consejo, y como no tengo seguridad de que él lo califique, ni de que no lo califique, sería aventurada una respuesta terminante, porque no dependiendo exclusivamente de mí la resolución, se quejaría Usted en el caso de una negativa. Resuelva pues, lo que tenga por más conveniente, y cuente siempre por mi parte con los buenos oficios de su antiguo amigo y compañero”.

De esa actitud paecista se creó en Venezuela el término “guabinoso”, para referirse a personas de dudosa convicción, acomodaticios, oportunistas, indignos de tenerles confianza.

Entre los amigos que animaron a Urdaneta a pedir al gobierno por su vuelta, destacan nombres ilustres como los de Francisco Javier Yánez, José Revenga y Tomás de Heres. El primero, camagüeyano de nacimiento y destacado patriota venezolano, le escribía desde Caracas el 30 de abril de 1832: “…ni el tiempo ni la distancia podrán disminuir ni alterar nuestra amistad…siempre estoy pendiente de la suerte de mis amigos y compañeros en la causa de la Independencia; sin embargo ignoraba las estrechas circunstancias en que se halla en esa Isla con su familia, que ciertamente me son muy sensibles, aunque no dudo que su prudencia y constancia será igual en esta época a otras más apuradas que se superaron con aquellas virtudes…No faltan aquí patriotas muy interesados en la suerte de los ausentes, y no dudo que se consiga todo lo que se desea. En cuanto a mí, ni el tiempo, ni la distancia, ni ningunas adversas circunstancias deben detenerle en emplearme en lo que fuere de su agrado, pues siempre soy su verdadero estimador e invariable amigo”.

Revenga se solidariza: “¿Y por qué es que se le niega a Ud. permiso para restituirse a su suelo natal? Lo he preguntado a muchos, y nadie ha sabido satisfacer a mi duda. El hecho naturalmente me ha hecho acordar de que preguntando lo mismo con respecto a mí en 1830 no tuve mejor resultado, y si Usted no tuviese en su compañía a su señora y niños, tal vez yo le aconsejaría que, como yo, viniese personalmente a preguntar la causa. No respondo de que el fruto fuese el mismo; pero es claro que el embarazo sería igual o mayor”.

En carta fechada en Caracas el 8 de agosto de 1831, Heres le dice: “Desde que llegué a Venezuela he sido víctima de una constante, ciega y atroz persecución por los destinos que había obtenido al lado del Libertador y por la adhesión a su persona que se me suponía. He sido peloteado de un lado para otro, calificado para ser expulsado, calumniado en los papeles públicos, en fin, he sido una de las víctimas del día, y hubiera padecido más, y andaría viajando fuera del país, si algunos buenos amigos, si mi comportamiento, y si el mismo General Páez no me hubiesen servido. Por una desgraciada combinación de circunstancias he sido el blanco de dos partidos, del de los aspirantes y del de los enemigos del Libertador. Del primero porque han creído, bien sin fundamento por cierto, que podía hacer sombra a aspiraciones; y del segundo, por espíritu de partido, también sin fundamento...El Gobierno parece que se propone abrir las puertas de Venezuela a todos aquellos que lo pretendan, sean hijos del país o extranjeros, y hasta españoles; pero según el miedo que le han cobrado a Usted desde la revolución de Bogotá, temo mucho que haya sus dificultades para su entrada en el país”.

Véase las graves advertencias que formula Heres en su comunicación, particularmente en este último párrafo, poniendo en evidencia la persecución a que se sometió a los bolivarianos, especialmente a aquellos con más lealtad reconocida hacia El Libertador, y en eso el máximo exponente de mayor jerarquía político-militar lo era -sin lugar a dudas- el General en Jefe Rafael Urdaneta.

III

Habiendo logrado entrar a Venezuela, se residenció en la provincia de Coro, en un pequeño hato del sector Turupía, donde trabajó la cría y la agricultura, “labrando con sus propias manos la tierra, después de haber regido los destinos de Colombia”. La población se mostró muy privilegiada de recibir al prócer más meritorio entre los vivos, mismo que libertó aquellos pueblos en 1821 junto a las huestes locales encabezadas por la heroína paraguanera Josefa Camejo. Múltiples y cotidianas muestras de afecto le fueron consignadas por aquellas gentes tan hospitalarias. Lo que la alcurnia usaba como motivo de burla, por ver al bolivariano en la pobreza, sudoroso entre chivos y tomatales, hacía crecer la admiración de los humildes por este hombre que de tan decente había aparecido entre ellos como salido de espectaculares leyendas, para ser uno más en la comarca. Y de la mano de ese pueblo volvió a la actividad pública.

Grata sorpresa recibió en una nota oficial del 12 de agosto de 1834 emitida por el Juzgado Político accidental de Cumarebo. En ella se lee: “Excelentísimo Señor General Rafael Urdaneta. Tengo la honra de anunciar a Vuestra Excelencia que en el escrutinio de los votos de todos los sufragantes de este Cantón, ha resultado Usted elector, para que el día 1 de octubre de este año pase a la capital de esta provincia a unirse con los demás que deben componer el Colegio Electoral, a los efectos que persuade el decreto de la materia. Él que suscribe no puede disimular lo grato que le ha sido esta elección, creyendo, que al decidirse los sufragantes a nombrarlo miembro para la Asamblea Electoral, han consultado el bien general de la República. Estos sentimientos deben animarle a proseguir sus servicios a la libertad, en la cual ha mostrado siempre el más vivo y particular interés. Le deseo, pues, el mejor éxito en su comisión. Manuel Flores”.

Ese mismo año tuvo la ocasión de visitar Maracaibo en calidad de comisionado para “restablecer con su influencia el orden constitucional”; y en junio de 1835 a petición del Gobierno acudió a defender la Constitución contra el alzamiento de su archienemigo Carujo, quien derrocó al presidente José María Vargas. El General Urdaneta actuó como 2º Jefe del Ejército constitucional, momentos que aprovechó el veterano Páez para un acercamiento, expresándole que estimaba mucho su colaboración “siendo Usted un antiguo patriota que goza de mucho prestigio” (Caracas, 29 de julio de 1835).

Por ese prestigio bien ganado en batallas y magisterios, persuadió a varios jefes militares del occidente para que no se sumasen a la aventura golpista, prestando gran servicio a la paz y gobernabilidad que recién despertaba. En esa tarea estaba en Caracas cuando sufrió el accidente que lesionó severamente su capacidad visual, obligándolo a tratarse con estricta vigilancia médica. 

Una vez más la ciudadanía de Coro lo elige como su representante en 1837, esta vez al Senado. Su amigo, el General Carlos Soublette, habiendo sido escogido Presidente de la República, le llama a acompañarle con estas palabras: “Mi querido General y amigo: Muy reservadamente le comunico que he pensado en Usted para Secretario de Guerra; pero encontrándolo a tan lejos y de Senador no he podido hacerlo. Su enfermedad no me hubiera detenido porque pienso que conmigo se hubiera acomodado fácilmente. ¿No podría Ud. renunciar esa senaduría y quedar expedito para que este Poder Ejecutivo tan amigo de Usted pueda buscarle algún descanso? Es verdad que la Secretaría no parecería descanso; pero yo le ayudaría con mil amores. Si Usted aprueba mi pretensión, haga su renuncia ante ese Gobernador y que la comunique volando por si aún estuviere reunido el Congreso…no comunique a nadie esta carta, hasta lograr el resultado” (Caracas, abril 5 de 1837).

III

Ni la enfermedad pudo impedir su heroísmo. El hombre del que hablamos soportó por largos años la tortura de un cálculo de 7 centímetros y un peso de 134 gramos en la vejiga urinaria, dolencia que frustró su presencia en la Batalla de Carabobo del 24 de junio de 1821. Pero ese mal agudo no evitó su protagonismo en las campañas militares que ganaron nuestra Independencia, ni en el desempeño cabal de los destinos que se le encomendaron en el Gobierno Revolucionario.

En noviembre de 1839 escribe con amargura al gobierno solicitando su pensión por el deterioro de su salud, particularmente la inminente ceguera que lo acechaba: “Es verdad que cuando terminó la guerra de la Independencia no la había perdido y pero el rigor de las estaciones, la vida agitada y penosa de nuestras campañas, las enfermedades sufridas entonces y el tratamiento médico, me habían predispuesto a cegar: tal fue la opinión del señor Doctor José María Vargas en 1835. En este mismo año fui llamado al servicio activo, a consecuencia de la revolución de julio, y me presenté en Caracas al mismo Señor Vargas, Presidente de la República, el cual reconoció que la vista del ojo izquierdo empezaba a sufrir, pero me manifestó que aún podía yo servir a la Nación. Fui destinado a Guarenas a organizar un cuerpo de ejército y concluida mi comisión, volví a los quince días a esta capital, perdido del todo el ojo izquierdo, pero dispuesto a cumplir las nuevas órdenes que había recibido del Gobierno. El Presidente declaró la gravedad de mi mal, me ordenó separarme del servicio y tuvo la bondad de prestarme sus auxilios como médico, para impedir si posible fuera, que progresara el mal, ya comunicado al ojo derecho. Desde entonces he vivido sujeto a un régimen curativo que alternativamente me da esperanzas de no acabar de cegar, y me las quita luego; pero perdiendo siempre, viendo cada vez menos. Hoy me encuentro en uno de esos momentos de amargura, que me hacen temer no ver más la luz; apenas puedo firmar; mi mal sigue su curso, y en la opinión de los médicos debo cegar del todo”.

¿Pero se retiró definitivamente?

No. Ahora es que había Urdaneta para servir a su amada Patria y a las mejores causas de la humanidad. Todavía la República de Venezuela le exigiría sus abnegados servicios: en 1842 los enconos entre partidos amenazaban devorar las entrañas de la patria. La horrible muerte de Heres obliga a implementar un conjunto de decisiones extremas para apaciguar a la región de Guayana que se halla en riesgo serio de guerra civil. Una vez más se apela al liderazgo de Urdaneta, único en aquella circunstancia que ostentaba la estatura moral y política para conducir la nave guayanesa a la calma. En palabras de Soublette: “no conozco otro que pueda en la República calmar, aliviar, y quizás curar los graves males que han afligido y afligen a Guayana”.

Cumplida tan difícil misión -como reconocería el propio José Antonio Páez- “por su respetabilidad y buen tino”, Urdaneta regresa a Caracas para encabezar la parada militar que rendirá honores al Padre de la Patria, su amado compañero Simón, ahora que sus restos inmortales pudieron tornar a la cuna caraqueña. En medio de tan emotiva ceremonia, las miradas de quienes con el alma desean paz y bonanza para la sacrificada Venezuela, señalan al magnánimo bolivariano que luce espléndido su uniforme colmado de honores más que merecidos. Lo eligen para presidir la original Sociedad Bolivariana y desean hacerlo para más altas funciones.

IV

En el cenit de la consagración a la Patria, a 35 años de aquella decisión primaria de abrazar la causa independentista, Rafael Urdaneta se aproxima al último servicio quedando truncada su ascensión a la Presidencia de la República de Venezuela.: “Departamento de Relaciones Exteriores. Caracas: junio 13 de 1845. Al Excelentísimo Señor General en Jefe Rafael Urdaneta. Deseando el Gobierno llevar  cumplido efecto el canje de las ratificaciones del tratado de Reconocimiento, Paz y Amistad entre la República y Su Majestad la Reina de España, celebrado en Madrid el 30 de marzo de este año y aprobado por las Cámaras en decreto de 27 de mayo del mismo; y dar al mismo tiempo al Gobierno y a la Nación Española una prueba solemne del aprecio o interés con que el Gobierno y la Nación Venezolana ven un acto por el cual se establecen relaciones pacíficas y amistosas entre ambos países; confiando en la capacidad, ilustración y patriotismo de Vuestra Excelencia, ha venido en nombrarle, como en efecto le nombra, con previo acuerdo y consentimiento del Consejo de Gobierno, Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario cerca de Su Majestad Católica, para que con tal carácter, sin Secretario por no creerse necesario, pase Usted a la Corte de Madrid encargado especialmente de canjear las ratificaciones de dicho tratado, y de presentar a la Reina Isabel II, una carta de felicitación dirigida por el Presidente de la República. El Gobierno pone una gran confianza en las distinguidas cualidades de Vuestra Excelencia para el éxito de esta alta misión, toda de paz y de reconciliación y cuyos resultados no pueden menos que ser honrosísimos para Usted y altamente satisfactorios al Gobierno y pueblo de Venezuela”.

Ni sus enemigos internos pudieron mellar la talla del egregio Prócer zuliano. Alejo Fortique, acérrimo antibolivariano que en 1830 arengó la proscripción del Libertador y de Urdaneta, actuando como el diplomático que había negociado el tratado con España, le escribía -sin embargo- al Embajador de Chile en Madrid: “mandan al más antiguo y más benemérito guerrero de la Independencia a canjearlo. Si Usted ha visto algo de nuestra pequeña historia habrá encontrado a cada página el nombre del General Urdaneta, y es precisamente el mismo señor, la persona que me tomo la libertad de recomendar a la amistad de Usted”.

No se podía perder un instante en tan delicada misión: representar a la Patria Bolivariana ante el Imperio al que nuestras armas habían demolido. Ante Europa y el mundo, Urdaneta personificaba en aquella trascendental ocasión, la dignidad americana. Él lo sabía, por eso no aceptó ser intervenido en Londres donde lo evaluaron los mejores doctores de aquel Reino. El deber que se le encomendó le insuflaba energías que sólo el espíritu de la historia sabría transcribir. Pasó raudo el Canal de la Mancha para caer agobiado en Paris.

Acudieron a acompañarlo todos los latinoamericanos que se hallaban en la Ciudad Luz. Habían viajado con él desde La Guaira sus dos hijos mayores Rafael y Luciano, y su fiel asistente Clemente Gómez. En Paris acudieron a asistirlo los prestigiosos galenos Civiale, Marjeaulin y Velpau, que aunque hicieron todo lo posible por mitigar la recaída para poderlo operar, no lograron salvarlo. Expiró el 23 de agosto de aquel infausto 1845.

Cuentan los testigos, que al acercársele uno de sus amigos presentes a recomendarle que debía dar testamento ante la inminencia de un desenlace fatal, el heróico General en Jefe le contestó: “no dejo en el mundo sino una viuda y once hijos en la mayor pobreza”, y llamando a Rafaelito y a Luciano, les ordenó que devolviesen al Gobierno de Venezuela la parte restante de los sueldos que le habían anticipado.

Un relato de primera mano del trance nos legó el erudito granadino Diego Tanco: “Hay sin embargo un incidente que Venezuela deberá estimar en lo que valga, y es la consagración del General a servir a su Patria aun en los últimos momentos de su vida, a costa de su propia salud, y con un celo tan exagerado que tal vez le ha llevado al sepulcro; él pasó el Atlántico sin ninguna novedad, llegó a Londres y se hizo examinar allí por un médico hallándose todavía en bastante buen estado de salud; dicho médico o cirujano encontró que todo su mal era una enorme piedra que tenía en la vejiga, y quiso triturársela o extraerla en el momento por medio de la operación de la talla; pero esto exigía tiempo, y el General se resistió a pesar de los consejos de sus amigos, a demorar su misión cerca de España; y resolvió no ponerse en cura hasta su vuelta”.

¿Por qué se ha dicho que Rafael Urdaneta murió en el momento que todas las buenas voluntades de Venezuela lo querían en el cargo de Presidente de la República?

El célebre sacerdote, militar patriota e historiador José Félix Blanco, escribe en Valencia el 28 de noviembre de 1845: “Respecto del fallecimiento del General Urdaneta hay dos cosas que lamentar: la falta notable a su numerosa familia, que ha quedado pobre y aun sin una casa que habitar; y las turbulencias que van a sucederse, o que comienzan ya, por motivo de las aspiraciones a la Presidencia de la República, a que él estaba llamado para el próximo período constitucional, y en cuyo empleo deseábamos verlo todos sus amigos, y le habríamos ayudado de corazón. ¡Pero ese decreto inefable del Altísimo ha venido a trastornarlo todo, y a ponernos, tal vez, en un precipicio de horroroso abismo!”.

Había dicho el 7 de octubre el presidente en funciones Carlos Soublette: “Para agravar más mis penas, ha venido ahora la muerte del General Urdaneta, que veo como una calamidad para Venezuela”.

Uno de los periódicos más importantes de entonces, redactado por el escritor y estadista José María de Rojas, reseñaba lo siguiente: “En cualesquiera circunstancias en que hubiese ocurrido la muerte del General Urdaneta, habría sido profunda y generalmente sentida, como la de un ilustre caudillo de la Independencia, un Prócer de la República, que desde su más lozana juventud se consagró a la patria, defendiéndola en cien batallas y sirviéndola sin interrupción en el Ejército y en el Gobierno; pero en la actualidad un concurso de incidentes ha venido a hacer más acerbo este dolor, pues el ilustre General estaba previsto para Presidente de la República en el próximo período, y su elección era casi evidente, como que estaba favorecida por la opinión de una gran mayoría, que veía en aquél guerrero y político un resto monumental y precioso de la guerra de la Independencia; un modelo de fidelidad a la causa santa de la América, jamás interrumpida ni alterada, un ejemplo heroico de lealtad amistosa al Gran Bolívar, a quien acompañó en todas las situaciones desde el primero hasta el último día, y en fin un Jefe que reunía la firmeza con la amabilidad, una probidad política nunca desmentida, con una moral privada intachable, y había llegado a inspirar por su moderación, por su accesibilidad y carácter comunicativo, la más alta confianza a todos los partidos; situación feliz que con dificultad se alcanza en política, especialmente cuando las pasiones ocupan el lugar de la razón y el justo medio es rechazado por todos…este héroe ha muerto pobre, dejando una virtuosa y respetabilísima viuda con once hijos, dignos vástagos de sus ilustres progenitores. Ocupado en el mando de los ejércitos, en el de los Departamentos, y en los Ministerios de Estado, única y exclusivamente de los intereses de la patria, olvidó los suyos y los de su posteridad; desprendimiento sublime a la par que raro”.

El 23 de noviembre llegaron los restos inmortales de Rafael Urdaneta a La Guaira en el bergantín Nancy procedente de Burdeos con escala en Saint Thomas, cuyo desembarco se hizo el 25 con su familia al frente y con la presencia multitudinaria del pueblo que acudió a rendir honores a tan venerado benefactor de la Patria.

Conclusiones

-       Es un error calificar a Rafael Urdaneta como “héroe regional” del Zulia, en razón de lo cual se hizo tradición conmemorar su Natalicio sólo como efemérides estadal. Esta desviación historiográfica devino de la imperante visión centralista que redujo lo nacional a lo capitalino, minimizando los aportes de extraordinarios patriotas no nacidos en Caracas. Esto también ha abarcado otras áreas como la científica, cultural, política y muchos etcéteras.

-       La obra de Urdaneta trasciende ampliamente lo local o nacional para abarcar la plenitud de la Independencia continental, al haber realizado operaciones militares en los campos de batalla, en los preparativos logísticos tan imprescindibles, y las gestiones de gobierno orientadas a garantizar las victorias patrióticas desde el grito de libertad en la Bogotá de 1810 pasando por la Campaña Admirable, hasta la gestación del Primer Gobierno Bolivariano en Angostura, la liberación de Nueva Granada, Venezuela y las Campañas del Sur con los triunfos de Bomboná, Junín y Ayacucho.

-       La consideración de haber sido “el más leal bolivariano”, si bien constituye un emblema honorífico insuperable, no alcanza para definir la personalidad de este Prócer indoamericano que brilló con luz propia desde los primeros días de la gesta independentista. Urdaneta trae a Sucre al bando bolivariano, auxilia a Manuela Sáenz asediada por la canalla santanderista, disciplina y moraliza la División de Piar tras la insubordinación de este valiente pero problemático jefe, instruye las legiones extranjeras en Margarita que ganaron la gloria en Pantano de Vargas y Boyacá, enfrenta y derrota al santanderismo criminal el 25 de septiembre de 1828, asume el gobierno de Colombia interinamente y trata de sostener a toda costa el Proyecto Bolivariano cuando ya su inspirador no tenía fuerzas para vivir. Y aún hubo de ser perseguido, expatriado, retornado, reivindicado y exaltado por sus virtudes insuperables.

 

Yldefonso Finol

Economista. Historiador Bolivariano.

Investigador de Etnohistoria de la Maracaibo Ancestral

Cronista de Maracaibo

 

 

lunes, 12 de octubre de 2020

12 de octubre


12 de octubre: ¿día de qué?

Hasta hace poco las escuelas enseñaban que el 12 de Octubre se celebraba “el día de la raza”, para conmemorar el “Descubrimiento de América”. Luego se trató de perfumar con eufemismos progresistas tipo “encuentro de dos mundos”. No se quería herir a la “Madre Patria” llamado las cosas por su nombre. No se permitía hablar de invasión, guerra de saqueo, genocidio. Descubrimiento es la palabra clave en la dominación colonial que instauró el Imperio Español contra los pueblos originarios de Abya Yala. La trampa ideológica se centra en que todo comienza al llegar el invasor. Se trasmitió de generación en generación la enseñanza de que el Imperio “nos descubrió”, como si antes no hubiésemos existido, o peor aún, no tuviésemos conciencia de nuestra propia existencia. Por siglos se consolidó la “verdad” colonialista que garantiza la sujeción al poderío imperial. “Colón descubrió América”, se nos dijo apenas soltábamos el biberón.

El Reino de España celebra el 12 de Octubre su día nacional, el Día de la Hispanidad. El Rey encabeza un desfile militar, y ciertamente aquello de 1492 fue el inicio de una guerra masiva no declarada que dio el triunfo de las armas a quienes más ambicionaban.  Para el imperio se trató del “descubrimiento” de riquezas infinitas para sus arcas insaciables. Para nuestros pueblos significó el descubrimiento de la guerra cruel, la esclavitud y el saqueo. El discurso colonialista se impuso como verdad inobjetable. Los pueblos vencidos entraron en el enigmático mundo de la invisibilidad. El invasor no sólo nos “descubrió”, también “fundó” los lugares donde aún vivimos. Descubrimiento, fundación, civilización, poblamiento, prehispánico, precolombino, raza, indios, son las palabras que forman el glosario de la autoflagelación colonialista. Son las nombradías ideológicas de los mitos alienantes con los cuales aún se nos pretende esclavizar.

II

Esta mañana temprano, una guerrera del Catatumbo me recordó en un silbido la caracterización que hizo Marx del saqueo y esclavización contra los pueblos originarios de Abya Yala, como premisa de la acumulación originaria que permitió el surgimiento del capitalismo en el continente europeo. En efecto, dice Marx en el capítulo XXIV del tomo I de El Capital: “Los descubrimientos de los yacimientos de oro y plata en América, la cruzada de exterminio, esclavización y sepultamiento en las minas de las población aborigen, el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros: son todos hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista”.

Hoy sabemos que es así, que sin las riquezas robadas a nuestros ancestros Europa no hubiese dado el salto al mal llamado “desarrollo”, como tampoco Estados Unidos sería el imperialismo que es, si no hubiese expropiado a la fuerza Nuestra América.

La invasión violenta como forma de acumulación de capital, es la causa del “desarrollo” de unos versus el subdesarrollo de otros. Las crueldades son sólo formas del desprecio por lo humanamente diferente.

III

Dejemos que un español diga con verbo cristiano las verdades del régimen colonial. Fray Antonio Montesino, en Santo Domingo el 21 de diciembre de 1511: “Soy la voz que clama en el desierto de esta isla. Esta voz, os dice que todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Acaso no tienen almas. Acaso no estáis obligados a amarles como a vuestros semejantes que son. Es que estáis en tan letárgico sueño envilecidos. Decid, con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan horrible servidumbre a estos indios. Con qué justicia habéis hecho detestables guerras y que para pacificarlos, si ellos estaban mansos y pacíficos en sus tierras cuando vosotros llegasteis. Con qué derecho los tenéis fatigados sin darles de comer ni curar sus enfermedades, que de tanto maltratarles les matáis, y no veis que reciban a su verdadero Dios y Creador. No son acaso hombres con almas racionales. Tened por seguro que en el estado que estáis no os podéis más salvar que los moros o turcos que carecen y no quieren la fe de Jesucristo”.

En una carta de 1545 al Superior de la Orden de Predicadores, los dominicos de entonces en Santo Domingo anunciaban la desaparición completa de la población originaria de la isla.

En 1552, Bartolomé de las Casas, Obispo de Chiapas que se convirtió a la teología de la liberación por influencia de Montesino y Pedro de Córdoba, redactó su “Brevísima relación de la destrucción de las Indias”, donde denuncia las bestialidades invasoras así: “Entraron en ellas, más pienso sin comparación cruelmente que ninguno de los otros tiranos que hemos dicho, y más irracional y furiosamente que crudelísimos tigres y que rabiosos lobos y leones. Porque con mayor ansia y ceguedad rabiosa de avaricia, y más exquisitas maneras e industria para haber y robar plata y oro que todos los de antes, pospuesto todo temor a Dios y al rey y vergüenza de las gentes, olvidados que eran hombres mortales, como más libertados, poseyendo toda la jurisdicción de la tierra, tuvieron”. Nos está hablando de los alemanes y españoles que invadieron Venezuela en 1529.

Sepúlveda, al contrario, cree que las guerras contra los indios eran necesarias: “1. Por la gravedad de los pecados que los indios habían cometido, en especial sus idolatrías y sus pecados contra la naturaleza. 2) A causa de la rudeza de su naturaleza que les obligaba a servir a personas que tuvieran una naturaleza más refinada, tales como los españoles. 3) A fin de difundir la fe, cosa que se haría con más facilidad mediante la previa sumisión de los naturales. 4) Para proteger a los débiles contra los mismos indígenas.” Algo así como zamuros (zopilotes) cuidando carne.

El fraile peruano Gustavo Gutiérrez acuñó el término “catástrofe demográfica”, para referirse al genocidio masivo causado por la invasión europea contra los pueblos indígenas. Se estiman entre veinte ay treinta millones de víctimas fatales, con naciones originarias totalmente exterminadas y multiplicidad de culturas destruidas.

IV

En una diatriba por redes de comunicación sobre la xenofobia antivenezolana en Perú, un ciudadano de ese país escribió: “El Perú nunca quiso ser libre -por culpa de Bolívar- el Perú pasó de ser primer mundo y centro de la Corona y pasamos a ser tercer mundo. Los peruanos nos sentimos orgullosos de ser hispanos y eso es algo que nunca entenderán ustedes porque nunca asimilaron ni aceptaron la herencia cultural hispana”.

Coincide el chico limeño con el historiador venezolano Tarre Murzi: “El indio era cerril, atrasado, salvaje, y en algunas tribus, antropófago… era difícil cristianizar estos salvajes, cuyas elementales creencias convertían en dioses los animales, los astros, ríos y árboles…adoraban sobre todo el sol, la luna y el terrible jaguar”.

Tal es el pensamiento dominante. El colonialismo reforzado por el imperialismo se empeñan en profundizar el sojuzgamiento cultural; es el método más eficaz para imponer hegemonías que de otra manera serían inaceptables y combatidas por los pueblos. La explotación capitalista necesita reforzar ese culto a lo colonial. Hacer que ese joven peruano o colombiano sufra vergüenza de su ser indígena o mestizo, sea rabiosamente ignorante de la épica de su pueblo, y pierda toda conectividad con sus raíces ancestrales. Para eso son los mitos alienantes.

El Libertador Simón Bolívar tuvo una posición radical contra toda forma de colonialismo, y experimentó una personal evolución progresiva de su visión del mundo indígena, llegando a convertir su lascasiano sentimiento de la Carta de Jamaica en políticas públicas concretas, como los Decretos de Cundinamarca del 20 de mayo de 1820, de Trujillo del 8 de abril de 1824, del Cusco del 4 de julio de 1825, y de Chuquisaca del 14 de diciembre de 1825.

Por eso está tan de moda el ataque comunicacional contra Bolívar. Todos los intereses neocoloniales e imperialistas lo siguen persiguiendo con renovada saña, tal como hicieron sus detractores en el Perú de 1826 y la Bogotá de 1828; síntoma de que El Libertador no está nada muerto.

Termino como empecé con el mensaje de otra guerrera, la antropóloga Asmerys González: “A 527 años de la invasión colonial, siguen los pueblos en resistencia, en insistencia, en la lucha por la independencia y soberanía plenas. Pueblo que lucha, está determinado a vencer”. Y así será.

 

Yldefonso Finol

Cronista de Maracaibo

sábado, 10 de octubre de 2020

 Añú sentipensante


Aniichi einti te, Eintini haña      

Aquí estoy, bienvenidos

¿Anein haña? Anein mei we           

¡Cómo están? Estamos bien

Payawaroï wein                                  

estamos muy contentos

Noïkachei wachikï tapáñe-tamúiñi     

nos visitan hermanos mayores y menores

Teireyatï pïmi, chi tï teireyatï              

cantaré, voy a cantar

Chi tachakagar                                   

eso es lo que quiero

Payawïi tein                                      

mi corazón está feliz

Arakatïwï mayirigar                            

el maíz está cocido

Awairaawï oug’déi                              

está bailando el viento

Wiíntöin nschoïñï                               

somos hijos de la madre agua

Mbátschirgha karei kayaawori         

del relámpago fuerte luchador

Gua’mahí jébagar hawati                

erguidos como el mangle rojo

Wayamai you-jundó                       

como una inmensa concha de tortuga

Aka iima ti mou                                  

hemos tenido años malos

Ayaawa Yoúgheyeen                   

peleamos contra la gran serpiente

Naponei hou mmogor                   

con los que cavan la tierra                  

Hamaicha wiín                                      

el agua escasea

Káihe Karïwei                                     

hay mucho ladrón

Ayaawa oú-dagá                             

luchamos contra la muerte

Ayaawa Yoúgheyeen                   

peleamos contra la gran serpiente  

Ayaawa kayingh                            

enfrentamos la oscuridad

Shikï te                                                

soy fuego

Mïkaïña te                                          

soy humo

¿Keetï piini?                                        

¿Cuál es tu nombre?     

Añun te                                              

soy Añú   

Anein we pütüma

Gracias

 Yldefonso Finol, Zapara, 28 de junio 2014

miércoles, 7 de octubre de 2020

 


El Che bolivariano

Dicen los versos –irrefutables- de Neruda, que Bolívar le respondió: “Despierto cada cien años, cuando despierta el Pueblo”; dicha respuesta parece dirigida a responder la pregunta de Galeano: “¿Por qué será que el Che tiene esta peligrosa costumbre de seguir naciendo?”

Poco se ha estudiado la relación de estas dos figuras universales: Simón Bolívar y Ernesto Guevara; pero entre El Libertador y El Che hay una multiplicidad de conexiones que no se limitan a la gesta heroica, llegan incluso al carácter, la personalidad, y las aportaciones al surgimiento de un ser humano integral, elevado, altruista.

Sostengo la tesis de que la Doctrina Bolivariana se compone de tres partes fundamentales: el antiimperialismo, la igualdad social y el modelo sociopolítico del buen gobierno y la ciudadanía republicana. Es a partir de las coincidencias con este pensamiento que nos atrevemos a descubrir un Che bolivariano.

Analizando críticamente el enunciado leninista de que “sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario”, Guevara plantea: “Convendría decir que la teoría revolucionaria, como expresión de una verdad social, está por encima de cualquier enunciado; es decir, que la revolución puede hacerse si se interpreta correctamente la realidad histórica y se utilizan correctamente las fuerzas que intervienen en ella, aun sin conocer la teoría”. (Notas para el estudio de la ideología de la Revolución Cubana, Che Guevara, Verde Olivo 8 de octubre de 1960. Obras Escogidas, tomo II, pag 92)

Este apunte guevariano cae perfecto para rebatir a quienes en forma mezquina le han pretendido negar al pensamiento bolivariano su condición de Doctrina. El Che insiste que los actores de la vanguardia revolucionaria “no eran exactamente teóricos, pero tampoco ignorantes de los grandes fenómenos sociales y los enunciados de las leyes que los rigen. Esto hizo que, sobre la base de algunos conocimientos teóricos y el profundo conocimiento de la realidad, se pudiera ir creando una teoría revolucionaria”. (Ibidem)

En el caso específico de El Libertador, con una valoración histórica desde la perspectiva patriótica, El Che refuta al mismísimo Carlos Marx: “A Marx, como pensador, como investigador de las doctrinas sociales y del sistema capitalista que le tocó vivir, puede, evidentemente, objetársele ciertas incorrecciones. Nosotros, los latinoamericanos, podemos, por ejemplo, no estar de acuerdo con su interpretación de Bolívar” (Idem 93)    

Antiimperialismo, igualdad social y “nuevo republicano” u “hombre nuevo”, son los hilos de la continuidad de Bolívar en el Che, que anudaron revolucionarios como José Martí y Sandino, Mariategui y Carlos Aponte, enlazando con fibras ancestrales las luchas de nuestros pueblos.

Tratemos de establecer algunas características comunes en estos dos trotamundos de la igualdad.

En primer lugar, el deseo existencial de abordar el espacio geográfico, más allá de las limitaciones físicas o de recursos, y los obstáculos naturales. Ambos, con su eterna juventud, no vacilaron en lanzarse por caminos insospechados para sus contemporáneos; espíritus tan inmensos no podían dejarse atrapar por la pequeñez de su comarca natal. Bolívar atraviesa el Atlántico, navega el Caribe, rema el Magdalena, nada en su Orinoco, sumando 58.440 kilómetros sobre las olas. Guevara -con su amigo Alberto Granado- remonta desde el Austro, balsea la Amazonía y, con su nuevo amigo Fidel, supera asma y náusea en un Granma sobresaltado.

El Libertador camina media Europa y cabalga allende las nieves del Ande enhiesto, hasta recorrer 64.990 kilómetros en tierra. El Che, que fue de Argentina a México para encontrar su destino, pasó después por África como ráfaga luminosa, para volver al sur a sembrarse en las raíces argentadas: las selvas bolivianas, cuya plata dio nombre a su nacionalidad. Para estos dos superhombres, la Tierra es sólo una esfera donde sus pasos juegan a las ansias de saber y construir lo imaginable.    

En segundo lugar, se asumen como humanos de cualquier lugar donde puedan ser útiles; donde luchar significa ir fundando una mejor humanidad. Esto es el internacionalismo, una práctica virtuosa que nuestros dos héroes ejercieron con intensidad durante todas sus vidas.  

En tercer lugar, son personalidades aferradas a los principios, las convicciones, el honor, la palabra. Un Simón Bolívar con apenas 22 años, jura el 15 de agosto de 1805: “¡Juro delante de usted; juro por el Dios de mis padres; juro por ellos; juro por mi honor, y juro por mi Patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español”. Un Ernesto Guevara de 25 años, escribe desde Costa Rica a su familia el 10 de diciembre de 1953: “He jurado…no descansar hasta ver aniquilados estos pulpos capitalistas”. El Libertador y El Che comparten una común militancia por la ética. “Sabiduría, rectitud y prudencia”, clamaba Bolívar en Angostura. “Nosotros, socialistas, somos más libres porque somos más plenos; somos más plenos por ser más libres”, concluye el Che en su famoso artículo El Socialismo y el Hombre en Cuba. Y Bolívar le comenta con el eco de sus verdades recónditas: “el ejercicio de la justicia, es el ejercicio de la libertad”. Son implacables contra la corrupción, amantes de la educación en valores, promotores de las artes y la ciencia como vehículos para la grandeza; ambos creen en esa extraña posibilidad de socialmente cultivar una persona humana superior. Y ellos mismos se esforzaron en serlo, lográndolo con creces. El Che, en aquella carta hermosa por demás, asegura: “me perfeccionaré y lograré lo que me falta para ser un revolucionario auténtico”. Bolívar, desde Pativilca, en 1824, escribe a su tocayo el maestro Rodríguez: “Usted formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que usted me señaló”.  

Cuarta coincidencia: la esperanza en el futuro, apuesta por el optimismo a pesar de la adversidad. No se trata de un optimismo iluso, que se confía a la suerte o a dogmas idealistas, sino basado en las convicciones científicas, la perseverancia de principios y la confianza en la causa emancipadora. “La luciente fe en el porvenir socialista”, diría El Che; mientras Bolívar sentencia: “Tengamos una conducta recta y dejemos al tiempo hacer prodigios”.

Quinto, son guerreros irreductibles por la verdad. Partiendo del liderazgo en la acción y el verbo, desarrollan un pensamiento liberador que reflexiona profundamente sobre su época y el tiempo por venir. Ubicados –cada uno- en el ideario más avanzado de su tiempo y consagrados a la función desalienadora de sus luchas (al decir de Pablo Guadarrama), Bolívar y El Che coinciden en un combate frontal contra los prejuicios heredados de las sociedades explotadoras y las actitudes que el predominio de los mismos siembran en el ánimo patéticamente conservador de los pueblos sojuzgados. Tanto en La Carta de Jamaica como en su célebre Discurso de Angostura, El Libertador blande el látigo de la conciencia sobre eso que él llama “la opinión”, refiriéndose a las ideas dominantes que favorecen la continuidad del estatus quo. Esa alienación graficada como “el hábito de la obediencia”, constituye un “apego forzado por el imperio de la dominación”. Ante esa “realidad”, es que Bolívar esgrime, situándose en el ojo del huracán, en el mero centro de la contradicción fundamental de su tiempo: “El velo se ha rasgado, ya hemos visto la luz, y se nos quiere volver a las tinieblas; se han roto las cadenas; ya hemos sido libres, y nuestros enemigos pretenden de nuevo esclavizarnos”.

Por su parte, el Che lo actualiza al mediodía del siglo XX: “Las taras del pasado se trasladan al presente en la conciencia individual y hay que hacer un trabajo continuo para erradicarlas…La nueva sociedad en formación tiene que competir muy duramente con el pasado. Esto se hace sentir no sólo en la conciencia individual, en la que pesan los residuos de una educación sistemáticamente orientada al aislamiento del individuo, sino también por el carácter mismo de este periodo de transición con persistencia en las relaciones mercantiles”. (El Socialismo y el Hombre en Cuba, Obras Escogidas 371).

También ambos están conscientes que la verdadera independencia, es mucho más que la soberanía política de la nación. Bolívar lo dice así: “Me ruborizo al decirlo: la independencia es el único bien que hemos adquirido a costa de los demás” (Bogotá, Mensaje al Congreso Constituyente de la República, 20/01/1830); y el Che de esta manera: “Pero todos estos conceptos de soberanía política, de soberanía nacional, son ficticios si al lado de ellos no está la independencia económica”. (Marzo 1960, conferencia televisiva sobre Soberanía Política e Independencia Económica)

Pero hay muchas otras semejanzas: lealtad a la amistad y al amor, camaradería fraterna con los compañeros de causa, desapego al bienestar material, consagración a la gloria de la lucha, apasionados estudiosos, pedagogos en el discurso, arriesgados hasta lo indecible.

Nos cuenta del Che su entrañable amigo y destacado cronista, Orlando Borrego: “Su historial guerrillero está lleno de hechos heroicos llevados a cabo por él hasta el día en que fue asesinado. Ese momento culminante de su vida combativa vuelve a dejarnos para la historia el referente cumbre de su valentía personal”. (Che, recuerdos en ráfaga; Orlando Borrego 2014, pag 11)

El caso de Bolívar es radical, llegando a pelear en 472 batallas, de las cuales 79 se consideran grandes en la ciencia militar, y estuvo en riesgo de morir en 25 de ellas. Vayamos concluyendo con Germán Sánchez: “De la vorágine histórica de los ’60 nació el Che, y también el mito-Che. Las huellas de esa vorágine están en el Che y en ella dejó plasmadas las suyas. Él fue, desde aquellas singulares realidades sociales, un vislumbrador y un modelo de futuro. De ahí su misteriosa presencia. Y por ello no será asombroso que nuevas generaciones lo vuelvan a redescubrir, pues muchas de las más profundas frustraciones y aspiraciones del mundo en que surgió Che siguen vigentes. Él fue un curador del Hombre y será trascendente, mientras el género humano no supere sus enfermedades seculares. Y después, recibirá siempre el tributo por sus excepcionales aportes”. (Los enigmas del Che, Germán Sánchez Otero 1997, pag 15)

Martí piensa igual sobre El Libertador: “Lo que Bolívar no hizo, está todavía por hacer en América”.

Una última coincidencia: ambos están más vigentes que nunca, y son ejemplo a seguir.

 

Yldefonso Finol

Economista e Historiador Bolivariano

Cronista de Maracaibo