viernes, 28 de agosto de 2020

Luís Hómez

 Luís Hómez. A 30 años de su triste partida.


Profesor de Ciencias Políticas en la FACES de LUZ. Hacedor de la Política como Ciencia con vocación ética no alejada de la práxis estética. Solidario de causas populares que enamoró por vez primera a las multitudes de un sueño dignificador. Austero y elegante ciudadano de la República Humana, como diría el fraile Las Casas. Políglota, músico virtuoso, escritor, carismático orador. Líder temprano de una utopía irrenunciable. Amigo con sonrisas generosas y sabios consejos. Un alma ejemplar para alimentar la formación de generaciones altruístas. "De verdad, verdad

lunes, 24 de agosto de 2020

Alonso de Ojeda: ¿descubridor de qué?


 

24 de agosto de 1499: cómo Alonso de Ojeda se ha burlado de maracuchos y venezolanos por más de cinco siglos

 

La historia oficial creó el culto al colonialismo. Desde aquel viaje han pasado 521 años y aun sobrevive la imagen épica, idílica, religiosa y hasta poética del invasor Alonso de Ojeda, el que menos le prestó atención al estuario, y al que la historiografía oficial otorgó el pomposo título de “descubridor” de un lago cuya grandeza ni siquiera conoció.

La mayoría de los autores, cronistas e historiadores, se han embelesado construyendo una narrativa justificadora de la invasión y ensalzando la figura del conquistador con detalles biográficos cursis, plagados de falsedades, que maquillan de heroísmo lo que no fue otra cosa que bribonería y ambición bestial.

Nos impusieron los mitos alienantes del “descubrimiento” de nuestras tierras y la “fundación” de nuestras ciudades por parte del invasor, pero cabe preguntarse ¿quién descubrió España? ¿Fueron acaso los romanos que hasta le pusieron el nombre o los árabes que la ocuparon ocho siglos permitiendo la convivencia de religiones y sin destruirles sus culturas locales? Del “descubrimiento” de España y demás potencias imperiales no se habla. Eso es obra divina.

Al Lago lo descubrieron los ancestros arahuacos que aquí se asentaron miles de años antes de la invasión; los añú, originarios de la patria acuática llamada Maracaibo. También lo descubrieron los barí de tronco chibcha instalados en sus ríos y serranías muchos siglos antes que los europeos. Aún los yukpa y sapreyes caribes que llegaron con medio milenio de ventaja a los españoles, y los wayúu y caquetíos y cuicas que aquí venían a maravillarse.  

No se puede descubrir lo que está habitado, ni inventar lo que está creado, ni fundar lo que ya existe. Los términos que componen el glosario de la autoflagelación colonialista, son armas ideológicas para justificar el genocidio, el robo, la esclavitud, y perpetuar el predominio de la colonización espiritual de los pueblos vencidos por el invasor mercantilista.

Con este pronunciamiento quiero provocar un debate que cuestione la opresión colonial en todas sus formas y en todos los tiempos. No se trata sólo de discutir si Ojeda realmente entró o no al Lago Maracaibo –que muy probablemente no lo hizo- sino también de revisar las consecuencias fácticas de aquella incursión enemiga. No creo –ni aspiro- tener la verdad absoluta. Los que si creyeron –y creen- tenerla son los que nos impusieron desde los púlpitos, las escuelas, los estrados, que aquellos invasores extranjeros vinieron a “descubrirnos” y a “civilizarnos”; esos que establecieron como verdad incuestionable que Colón descubrió América y Ojeda al Lago Maracaibo.

Seguro tratarán de descalificar mi trabajo con argucias extraídas de las manoseadas versiones pro colonialistas, mil veces refritas por autores respetables y también por piratas y plagiarios, pero algo puedo sostener con sobrada convicción: si yo no pudiera llegar a demostrar fehacientemente que Alonso de Ojeda no estuvo en el Lago Maracaibo, mucho menos sus acólitos podrán confirmar lo que pretenden pétreamente cierto, pues, sobre esa presunta visita de seis o nueve días, no quedó ni la más mínima relación que describa ni someramente un paisaje imposible de soslayar.

    

El relato de ese viaje lo escribió el famoso italiano Américo Vespucio, y lo trazó en mapas el cántabro (o vizcaíno según distintas fuentes) Juan de la Cosa, avezado marinero y cartógrafo, que aportó su carabela Santa María en el Primer Viaje de Colón y que, en otra invasión con Ojeda murió flechado por los originarios arahuacos de Turbaco en 1510.

Esa primera expedición de Alonso de Ojeda salió del Puerto de Santa María más o menos el 18 de mayo de 1499 por la ruta del Tercer Viaje de Colón que llegó a Trinidad y Margarita, siguiendo por la costa rumbo oeste con algunas paradas en costa mansa y una bravía donde cayeron los primeros mártires de la resistencia indígena, hasta llegar a Curazao –que llamaron Isla de Gigantes- y el cabo de San Román en la península de Paraguaná (también llamada Curiana) y la Guajira, que confundieron con una isla, a la cual nombraban Coquibacoa.

Su arribo al Golfo de Venezuela se produce el 24 de agosto (referencia al día de San Bartolomé), y luego de un rápido recorrido rumbo noroeste hasta divisar el actual Cabo de la Vela, se van hacia la isla Española donde llegaron por el puerto de Yáquimo el 5 de septiembre de 1499. Como se puede ver con claridad por las fechas del recorrido, en ese primer viaje de Ojeda a “tierra firme”, no pareciera haberse dado alguna entrada al Lago Maracaibo.

Ojeda regresó a Sevilla a buscar un poder que le permitiera erigirse en señor de los territorios recién hallados. Recordemos que es la primera vez que se permiten expediciones fuera del monopolio de Cristóbal Colón, siempre que fuese en áreas no atribuidas a su (“descubrimiento”) jurisdicción. Con apoyo del clero castellano, Ojeda fue nombrado Gobernador de Coquibacoa (ese lugar que soñó para su reino en alguna playa de la alta Guajira) el 8 de junio de 1501, dedicándose algunos meses a organizar una expedición colonizadora con dos nuevos socios, Juan de Vergara y García de Ocampo. Salieron en enero de 1502 en cuatro embarcaciones. Llegaron al Cabo San Román y continuaron hacia una ensenada en la fachada noroccidental de la península Guajira, hoy perteneciente a Colombia (algunos autores la sitúan en Bahía Honda).

A la usanza de lo aprendido con Colón, construyeron un pequeño fuerte y lo bautizaron “Santa Cruz”, nombre del lugar que suelen destacar en esa historia oficial colonialista como el primer establecimiento español en Suramérica. Este viaje tuvo planes colonizadores. Pretendían instalarse en el territorio y poseerlo. La Corona española iniciaba con esta avanzada, su estrategia de posicionarse en los territorios recién invadidos, para prevenir que los tomasen otras monarquías europeas. Ese campamento (con ínfulas de ciudad para algunos cronistas pro coloniales) duró muy poco tiempo, por el escaso bastimento, las rencillas surgidas entre los colonos, y el acecho de los pueblos arahuacos molestos por la presencia de extraños en sus sitios sagrados.

Existen razones científicas para poner en duda la enquistada leyenda de que Alonso de Ojeda entró al Lago Maracaibo. En toda la documentación oficial que él mismo suministró al Reino de España para hacerse con la Gobernación de Coquibacoa, se trata a las penínsulas Guajira y Paraguaná como si fuesen islas. No aparece por ningún lado la descripción de una gran laguna, y más bien da la impresión que llaman San Bartolomé al golfo “con forma cuadrada” que se forma entre San Román y Coquibacoa.

La narración de Vespuci que dio origen al nombre Venezuela, no menciona en ningún momento al Lago: “Desde esta isla fuimos a otra isla vecina de aquella a diez leguas, y encontramos una grandísima población que tenía sus casas construidas en el mar como Venecia, con mucho arte; y maravillados de tal cosa, acordamos ir a verlas, y al llegar a sus casas, quisieron impedir que entrásemos en ellas. Probaron cómo cortaban las espadas y se conformaron con dejarnos entrar, y encontramos que tenían colmadas las casas con finísimo algodón, y las vigas de sus casas eran también de brasil, y les quitamos mucho algodón y brasil, volviendo luego a nuestros navíos. Habéis de saber que en todas partes donde saltamos a tierra, encontramos siempre gran cantidad de algodón, y los campos llenos de plantas de él, tanto que en esos lugares se podrían cargar cuantas carabelas y navíos hay en el mundo, con algodón y brasil”. (18 de julio de 1500, Sevilla. Carta dirigida a Lorenzo Pier Francesco de Medici, en Florencia)

Se sabe que el discurso de Américo Vespuci incurre en exageraciones fantásticas, pero informa con carácter de primicia en cuanto a descripción de lugares, habitantes, costumbres y paisajes (¿no es raro que haya dejado de decir algún dato sobre el Lago?); lo que ha llevado a considerar que las viviendas palafíticas mencionadas por él sin hacer alusión a haber entrado por el estrecho hacia el cuerpo de agua dulce, estarían localizadas en la costa oriental del golfo hacia las actuales poblaciones orilleras del municipio Miranda del estado Zulia. Porque algo si está claro, es que Vespucio no regresó con Ojeda en sus siguientes viajes, como si hizo La Cosa hasta morir.

Baralt, repitiendo lo que contaron los cronistas hispanos, no deja de impresionarnos al colocarle al verbo descubrir el inciso cuestionador “según parece”, que en jerga criolla connota al menos un ápice de duda: “descubrió según parece, el 24 de agosto, el puerto y lago de San Bartolomé que hoy llamamos laguna de Maracaibo. No se detuvo mucho tiempo en aquellos parajes; antes bien… reconoció la parte occidental del golfo, y doblado el cabo Coquibacoa, siguió a lo largo de la costa hasta el cabo de la Vela, término de esta navegación. El 30 de agosto dirigió el rumbo a la Española, y entró en el puerto de Jaquimo el 5 de septiembre de 1499”.

A juzgar por las explicaciones de Vespuci y lo que se desprende de los comentarios al mapa de La Cosa en la Suma de Geografía de Enciso, Ojeda no tuvo tiempo de descubrir que en medio de esas penínsulas que él creyó eran islas, se hallaba un lago de 14 mil kilómetros cuadrados con 132 ríos y caños alimentándolo todo el año de aguas dulces y cristalinas.

De regreso a España, entre 1500 y 1502, con la información recopilada en los dos viajes de Ojeda, Juan de la Cosa dibujó un mapamundi, en el cual, hacia la entrada del lago de Maracaibo, aparece por primera vez el nombre de Venezuela. El original de este mapa se encuentra en el Museo Naval de Madrid, y este Cronista lo vio en septiembre de 1996 cuando se acreditó como investigador de los Archivos Históricos de España. Una copia del mismo existe en mi biblioteca.

Nectario María, en “Mapas y planos de Maracaibo y su región”, cita aquella primera edición de 1519 del libro Suma de Geografía del Bachiller Martín Fernández de Enciso, donde se publica el mapa de Juan de la Cosa que hemos mencionado: “Del cabo de San Román al cabo Coquibacoa hay tres isleos en triángulo, entre estos dos cabos se hace un golfo de mar en figura cuadrada, y el cabo de Coquibacoa entra desde este golfo otro golfo pequeño en la tierra 4 leguas. Y al cabo del acerca de la tierra está una peña grande que es llana encima della. Y encima della está un lugar o casas de indios que se llama Veneciuela. Está en X grados. Entre este golfo de Veneciuela y el cabo de Coquibacoa haze una vuelta el agua dentro de la tierra a la parte del Oeste. Y en esta vuelta está Coquibacoa”.

La lectura mecánica de estos documentos generó los grandes enredos que persisten en el conocimiento de las verdades de aquello sucesos. Juan Besson –como otros tantos historiadores- parafrasea el relato contenido en las cartas de Américo Vespucio, y se apresura a magnificar esos seis días que Ojeda exploró el Golfo de Venezuela, ubicando erróneamente dentro del Lago Maracaibo, varios pasajes que corresponden al recorrido que la expedición hizo desde su arribo a las costas venezolanas por las desembocaduras del Esequivo y el Orinoco.

Algunos autores insinúan que Ojeda habiendo valorado la majestuosidad del Lago y sus potenciales riquezas, escondió esa información a la Corona para no tentar a otros navegantes a esquilmarle el hallazgo. Esta tesis parece poco verosímil a la luz de los hechos, puesto que habiendo tenido la oportunidad de retornar al Maracaibo en sus siguientes viajes, prefirió tomar la misma ruta de 1499 hacia la península Guajira y aún más al occidente, hasta ir a parar a los lados de la actual Cartagena y el Darién. Estas realidades consumadas y confirmadas históricamente, constituyen en sí mismas la mayor prueba del desconocimiento, o por lo menos de la subestimación, que hizo Ojeda del lago maracaibero. No puedo negar tajantemente que hubiese navegado alguna parte del estuario, tal vez lo hizo en la desembocadura del Macomite (río Limón) o la Bahía del Tablazo (tal vez ese “otro golfo pequeño en la tierra 4 leguas”, al decir de Vespucio), pero no he encontrado ningún documento que certifique que dicha entrada haya ocurrido al interior lacustre. Todo indica que pudo ser en el segundo viaje emprendido en enero de 1502 como flamante “gobernador de la isla de Coquibacoa”.

Tampoco sería desdeñable deducir que la resistencia multitudinaria opuesta en estas orillas por los originarios pobladores, les recordara el sangriento combate de Puerto Flechado, y prefiriera el Ojeda evitar nuevas bajas, toda vez que su tropa cabía en un barco casi sin bastimentos y agotada por la travesía. Esto último quedó confirmado por la presurosa vuelta hacia Santo Domingo, donde más de un lío enfrentó el conquense por las mañas de que se valió para conseguir provisiones y dinero.  

Nectario María, militantemente pro hispanista, exaltador de la figura de Ojeda y de su condición de “adelantado” (práctica similar a la del fraile Las Casas), se cuida sin embargo de anteponer una mínima duda razonable a la fecha del “descubrimiento” que él defiende a capa y espada: “apuntamos la particularidad de que probablemente el descubrimiento del pueblo de Veneciuela y el del lago de Maracaibo coincidiera en el mismo día, 24 de agosto”.

La palabra “probablemente” deja constancia que el religioso historiador no tenía la certeza nítida de que el avistamiento del pueblo de palafitos que Vespucio (aunque Nectario, para más engrandecer a Ojeda y a España, le minimiza protagonismo en la expedición) comparó con Venecia, ocurriese simultáneamente al encuentro del lago del mene; y por muy fantasiosas que hayan sido las cartas del mercader florentino, en sus líneas se lee por primera vez la referencia veneciana que luego plasmó en sus mapas Juan de la Cosa, y publicó Martín Fernández de Enciso casi veinte años después.  

Nectario coquetea con la posible etimología indígena de Veneciuela, pero hace ratos hemos descartado esa opción, que no por desear que el nombre de la patria fuese de un idioma originario, vamos a incurrir en la falsificación de los hechos. No existen en las lenguas nativas como el añún nukú, auténtica maracaibera, y las otras de tronco lingüístico arahuaco, ni el prefijo “vene” o “bene”, ni el sufijo “ciuela” o “zuela”. Por cierto, tampoco guarda relación la palabra “Coquibacoa” usada por Ojeda, con el Lago Maracaibo propiamente dicho; ella más parece indicar la península al oeste del Golfo venezolano.

En textos contemporáneos, redactados sin ánimos apologistas ni detractores del invasor, sino con plena vocación científica, como los aportados por el profesor Emanuele Amodio, coinciden en aspectos importantes de la tesis que aquí esbozamos, en el sentido que la única posible entrada de Ojeda al Lago Maracaibo ocurriría hipotéticamente en su segundo viaje al golfo de Venezuela en 1502. Dice Amodio: “Sugiero que la entrada verdadera al lago se realizó durante este segundo viaje, cuando navegó por nueve días lago adentro… si en el primer viaje hubiera llegado por lo menos a la isla de Toas, se hubiera percatado de que el agua se volvía dulce y, por ende, que se trataba de un lago o de un grande río, como ya había sucedido a Colón en el viaje al delta del Orinoco. Así que, en 1499, lo que fue “descubierto” por los europeos no fue el lago de Maracaibo sino el golfo de Venezuela”.

De hecho, Ojeda sólo usa el nombre del lago o golfo “San Bartolomé” en tres ocasiones: primero en la orden que da en 1502 a su socio Juan de Vergara, para que fuera en busca de alimentos a Jamaica; segundo, al enviar –ya impaciente- a Juan López a buscar a Vergara que tardaba en regresar; y tercero, en una Instrucción dada a su sobrino Pedro Ojeda. En las tres menciones correlaciona al lugar llamado por él “San Bartolomé” con el Cabo de la Vela, como punto de referencia en caso de extravío de los navegantes a su mando, a los cuales les instruye reunirse allí. Al sobrino, que debía ir en pos del carabelón “Santana”, le dice Ojeda: “si no lo encuentra en cabo Codera ni en puerto Flechado, donde me hirieron cierta gente, navegue hasta el lago de San Bartolomé, donde tomamos las indias en el viaje de 1499”.

Las precarias referencias de localización usadas por aquellos primeros invasores, se aferraban de cualquier accidente geográfico notable y de los sucesos ocurridos en ellos, para armar la bitácora de regreso y nuevos recorridos. Por eso Ojeda insiste en recordar esa playa del litoral donde tuvieron la primera batalla en Tierra Firme con la población originaria, “Puerto Flechado”, que la mayoría de los autores ubica cerca del actual Parque Nacional Morrocoy; y asienta ese golfo de “San Bartolomé” en el lugar donde raptaron a un grupo de muchachas, inaugurando la trata de personas, la violencia sexual contra la mujer y la esclavitud femenina en nuestro continente. ¡Vaya postal, “descubridor”!

Evidentemente no se interesó Ojeda en “su lago de seda” (como se ha vendido ridículamente en la poética colonizada) ni por la abundante agua dulce y alimentos, ni por las rutas que como pista de navegación se le abrían hacia tierras ricas en oro, maderas y demás frutos de la tierra. No. Apenas lo consideró un lugar de paso, una referencia para no perderse en los mares que conducían a su efímera y quimérica gobernación de Coquibacoa, y su fallida otra gobernación de Urabá, que iba desde el Cabo de la Vela al golfo homónimo. ¿Por qué “don Alonso” no incluyó al espectacular Lago en su invento de gobernación? ¿En qué quedó entonces el apego que el “descubridor” debía a su Lago, donde hasta una ciudad bautizaron los dictadores del siglo XX con su nombre, para cometer memoricidio sobre el genocidio de Paraute?  

No me interesa indagar en la biografía de los invasores. Me ocupa el proceso de dominación por el cual destruyeron a los pueblos indígenas y sus culturas por sobre un océano de muertes injustas y crueles, todo por saciar la avaricia infinita que se tradujo en acumulación originaria de capital para abrir cauces al mundo capitalista. Me preocupa que no hayamos sido capaces de independizarnos del yugo ideológico que representa aun hoy día el pensamiento pro colonial dominante. El opio alienante que se nos aparece hasta en la sopa.

Alonso de Ojeda no sólo fue un aventurero con mala energía, que hizo trampas a sus compañeros de conquista para ganar privilegios o algunos maravedíes más; fue un protagonista en el exterminio de los originarios de Haití, República Dominicana y otras islas caribeñas. Él fue uno de esos asesinos denunciados por los frailes Pedro de Córdova y Antonio Montesinos en 1511, que causaron la desaparición de la población autóctona en las Indias, como llamaban al archipiélago taíno. Sus propios colegas lo reportaron como agresor en varios juicios de residencia, sustanciando con sus testimonios el expediente de un criminal que no conoció límites morales en su afán de poder. Su periplo por las costas venezolanas, inauguró el derramamiento de nuestra sangre india, y a partir de su presencia por estos lares, descubrimos las cadenas de la esclavitud que oprimen por la espada y por la cruz.

 

Yldefonso Finol

Cronista de Maracaibo

24-08-2020

viernes, 21 de agosto de 2020

ELECCIONES AN 2020


 

Elecciones legislativas: una agenda por la soberanía y la paz de Venezuela

 

Introito

Dos reflexiones esenciales

-       Aunque en Venezuela el voto no es obligatorio sino un derecho que se ejerce en forma voluntaria, hay que decir sin embargo, que la abstención coercitiva intentada por el sector fascista de la oposición, provocando situaciones irregulares atentatorias del orden público, constituye un delito, puesto que le niega el libre desempeño democrático a la mayoría que desea ejercerlo; más aún, si en esa táctica desestabilizadora, estos factores incurren en la promoción de la intervención extranjera en nuestros asuntos soberanos.

-       El debate ideológico en el seno de las fuerzas patrióticas es bienvenido, nunca lo debemos evadir ni estigmatizar, no obstante, consideramos que no es el mejor momento para atizarlo en medio de la actual coyuntura electoral, por dos razones: a) porque adquiere un indeseable tufo electorero, aunque no sea esa su motivación; b) porque se entra en el lenguaje descalificador dándole armas al enemigo que no diferenciará entre unos y otros al momento de destruirnos.

I

Valoración histórica

La inminente realización de elecciones legislativas es un logro político de gran significación para la legitimidad democrática y el reconocimiento internacional de la institucionalidad republicana de Venezuela. Realizar estos comicios es un triunfo frente al imperialismo y sus lacayos que apostaron a derrocar en “seis meses” al gobierno constitucional, y se jugaron casi todas las cartas conspirativas causando grandes sufrimientos a nuestro pueblo y violaciones inaceptables a nuestra soberanía.

La convocatoria obedece al mandato constitucional de renovar el Poder Legislativo cada cinco años, y tienen como paso previo la designación del nuevo CNE como máxima autoridad electoral del país, al que corresponde organizar el proceso comicial en todas sus fases.

Se producen estas votaciones en medio de dos problemáticas particularidades: la guerra mutante que ejecuta Estados Unidos contra Venezuela, y la pandemia del Covid-19. Son circunstancias especiales que ameritan sumo cuidado con los aspectos tácticos y operativos, sin descuidar la visión estratégica. La fuerza patriótica tiene un reto enorme al acudir a la contienda sin descuidar el más importante frente de masas: el Gobierno.

El acostumbrado despliegue militar en fase previa y post electoral será un importante disuasivo para cualquier aventura fraguada por el enemigo. La división de la oposición en tendencias aparentemente irreconciliables en el corto plazo es una ventaja política para nuestra causa. La organización de los factores patrióticos refuerza esa ventaja como garantía de movilización y cuidado del voto. Pero no debemos incurrir en actitudes triunfalistas y muy por el contrario, deberíamos realizar el máximo esfuerzo para que cada patriota sea un voto efectivo. Una alta abstención no es conveniente a los fines estratégicos de esta jornada. El sufragio esta vez se nos presenta como acto de fe por la defensa de la Patria.

La coyuntura no dejará tiempo para debates internos sobre concepciones ideológicas y estilos partidistas, menos para aspectos críticos del proceso, lucirían inoportunos por decir lo menos. Tampoco queda espacio para participación y protagonismo de la militancia de base, siendo preciso aplicar métodos selectivos por la dirección a muy alto nivel. Aunque no es lo deseable, estamos obligados a la confianza y la unidad. Esto es irreductible.

Se nos presenta el tremendo reto de reconocer, en medio de la campaña electoral, el surgimiento de divergencias entre destacamentos del campo revolucionario; ahora bien, indistintamente de la altisonancia de la discusión, ella no debe traducirse en un debilitamiento de nuestra opción de triunfo, al contrario, la diversidad de candidaturas debería servir al surgimiento de alternativas capaces de encauzar militancias inconformes. Se invocaría la máxima dialéctica “unidad en la diversidad”: coincidentes en lo estratégico, divergentes en lo táctico. Pero respetándonos como compatriotas.

Desde la Doctrina Bolivariana esta característica frecuente en la izquierda tiene su antídoto en la consigna “Unidad, unidad, unidad, debe ser nuestra divisa”.

II

El entorno hostil

El enemigo externo no está en condiciones para atacarnos de frente y con todo. Lo seguirá haciendo a través de medidas coercitivas y mercenarios, para lo que cuenta con el narcofascismo colombiano y demás cipayos, que no debemos subestimar por su maligna capacidad de hacer daño.

Un grupo de altos funcionarios del aparato de guerra de Estados Unidos acaba de visitar Colombia para hablar con el gobierno de ese país sobre Venezuela. El asesor de seguridad nacional Robert O’Brien, el jefe del Comando Sur, almirante Craig Faller, el asesor especial de Donald Trump para el Hemisferio Occidental, Mauricio Claver-Carone, acompañados por el embajador Philip Goldberg, integraron la comitiva. Buscan lavarse las caras con una caricatura del desastroso Plan Colombia.

El escenario del cónclave tuvo de fondo tres telones: el proceso eleccionario para presidente gringo en noviembre, muy enredado para la aspiración reeleccionista de Trump; la derrota del plan de instaurar un supuesto “gobierno interino” con la inminente renovación de la Asamblea Nacional de Venezuela, y el naufragio del cuestionado gobierno anfitrión, con su jefe político enjuiciado, y abrumados por las crecientes evidencias de su criminal fuente de poder: narcotráfico y paramilitarismo.

La confrontación internacional por imponer la hegemonía imperialista se tiñe de peligrosa demagogia en medio de la desesperación de Donald Trump por mantenerse en la Casa Blanca. Así lo vemos amenazante contra China y Rusia, coqueteando con Israel, agresivo con Irán; arrogante, pragmático y oportunista en América Latina y el Caribe. La Unión Europea, disminuida por la salida del Reino Unido, se hace eco de la patraña contra Venezuela, mientras ocupa militarmente Líbano tras la trágica explosión en Beirut, y mueve tropas en Polonia y Lituania cerca de la frontera de Bielorrusia, donde desconocen la reciente elección favorable al presidente Alexander Lukashenko.

Ya no cabe duda que la estrategia geopolítica en Oriente Medio es la destrucción de los Estados para reinar en el caos, apoderándose de los recursos naturales de los pueblos a través de mecanismos criminales que remedan con sofisticados mecanismos la piratería del siglo XVII.

Para el caso venezolano, se incorporan como elementos conflictivos, el añejo asunto de nuestra Guayana Esequiva y las múltiples problemáticas generadas en la extensa frontera con Colombia, a través de la cual juegan a embarrarnos en el narcotráfico mientras se llevan el combustible, lanzan incursiones mercenarias y permean el Covid19.

Si el uribismo, entendido como fase superior del santanderismo, credo y adicción de los sectores más atrasados de Colombia, acorralados moralmente como están, se atreve a desatar una agresión armada contra Venezuela por instrucciones de Estados Unidos, las fuerzas bolivarianas en cualquier lugar donde se hallen deben actuar contundentemente sobre los intereses oligárquicos-imperialistas y puntos neurálgicos del enemigo.

La humanidad debe saber que nos enfrentamos a criminales atroces, mismos que en días recientes han cometido masacres contra pueblos indígenas y jóvenes indefensos, que han asesinado setecientos líderes populares durante el gobierno de Duque, que hicieron trizas los acuerdos y diálogos de paz, que son los mayores productores de cocaína del mundo, que encubren a militares violadores de niñas indígenas y ofrecen impunidad a tropas gringas culpables de trata de personas y agresiones sexuales a mujeres, que han impuesto un gobierno ilegítimo con dineros de las drogas.

Venezuela sabrá responder por la dignidad bolivariana. Deben recordar que aquí se libró hace 521 años el primer combate de resistencia a la invasión colonialista en agosto de 1499 y se dio el primer grito de Independencia de este continente, y aquí nació El Libertador Simón Bolívar a quien los imperios de antes y de hoy no han podido derrotar.

 

III

Agenda de prioridades de la nueva diputación

El perfil del liderazgo requerido para la función parlamentaria en estas circunstancias nacionales, tiene que combinar varias condiciones, entre las que podemos mencionar: lealtad absoluta con la soberanía e independencia de la patria; compromiso histórico con la clase trabajadora, la ética bolivariana, la liberación nacional y el socialismo; adecuada formación política-ideológica y nivel cultural suficiente para enfrentar los grandes debates de ideas y proyectos que requiere el país; experiencia en luchas populares y escenarios políticos.

La agenda del Poder Legislativo pasa por consolidar una mayoría patriótica que asuma con carácter prioritario y punto de honor:

-       La defensa de la soberanía nacional frente a la injerencia imperialista, en el sentido que la primera garantía de todos los derechos humanos de nuestro pueblo es tener una Patria independiente.

-       La consolidación de una política internacional de solidaridad popular que contribuya al sostenimiento de la paz regional y el Equilibrio del Universo, como bienes intangibles superiores, sin los cuales, no será posible la construcción de una mejor humanidad.

-       Abrir cauce a un amplio diálogo nacional-popular por la Patria Buena, con la profundización efectiva del carácter participativo y protagónico de la democracia venezolana. Generar consensos para contribuir a la gobernabilidad y definición de políticas públicas de empoderamiento ciudadano, ante el agotamiento del modelo asistencialista-paternalista castrador de la autogestión del poder popular.

-       Impulsar la recuperación de la economía nacional con un enfoque productivo y solidario. Debemos debatir asuntos trascendentes para la República: reafirmación de la propiedad y administración de los activos nacionales (quién decide sobre los ingresos petroleros y quién controla su destino). El modelo aplicado deja en muy pocas manos el manejo de la mercancía de que depende todo el país. Por eso un puñado de corruptos pueden hacer lo que les venga en gana con total impunidad, desmantelar PDVSA y empresas eléctricas o mantener fuera del país inversiones gigantescas como CITGO sin generar ni empleos ni desarrollo endógeno, ni valor agregado nacional. Un negocio que nunca debió hacerse y que ya hecho, no debió mantenerse en el marco de una revolución bolivariana. El resultado a la vista de lapa y cachicamo.

-       Revisar el modelo según el cual tenemos una fuerte burocracia fiscal, pero débil o inexistente para defender los derechos de usuarios y consumidores.

-       Urgente discutir con el país una política criminal que ponga freno a la corrupción. Activación del poder moral bolivariano a través de mecanismos de control fiscal ciudadano.

-       Urgencia legislativa para elaborar un programa de recuperación gradual del nivel adquisitivo del salario y demás garantías sociales del pueblo trabajador

Más allá de la pandemia, las elecciones y –en medio de- las amenazas imperialistas, ha de llegar el momento de abrir un debate serio sobre la caracterización del Estado y la concepción de la economía en la Revolución Bolivariana. Nadie crea que será fácil. Son asuntos fundamentales sin los cuales la revolución parece andar a tientas entre penumbras.

Permítanme terminar parafraseando a León Felipe: porque no es lo que importa llegar primero y a prisa, sino llegar con todos y a tiempo.

 

Yldefonso Finol                                       

Economista e historiador bolivariano

jueves, 13 de agosto de 2020

Bicentenario del Pronunciamiento Independentista de Maracaibo


 

Bicentenario del Pronunciamiento Independentista de Maracaibo

28 de enero de 1821 / 28 de enero de 2021

El Cronista de Maracaibo

Al Presidente de la República Bolivariana de Venezuela Nicolás Maduro

Al Gobernador del estado Zulia Omar Prieto

Al Alcalde de Maracaibo Willy Casanova, y demás autoridades de todos los municipios

Al Poder Popular, a las instituciones educativas y culturales, a la sociedad civil

A toda la colectividad

 

¡Conmemoremos el Bicentenario de Nuestra Independencia del Imperio Español!

 

El venidero 28 de enero de 2021 se cumplirán doscientos años del pronunciamiento de la Provincia de Maracaibo a favor de la Independencia y su incorporación autónoma a la República fundada por el Presidente de Venezuela, Libertador Simón Bolívar, a través del Congreso de Angostura, con el nombre original de Colombia, que incluía los territorios del Virreinato de la Nueva Granada (con el istmo de Panamá) y la Gobernación de Quito (actual Ecuador).

Este acontecimiento histórico de gran trascendencia contó con el protagonismo principal del Prócer Rafael Urdaneta y una pléyade de patriotas maracaiberos que dieron al traste con el régimen colonial impuesto en la región del Lago desde la derrota de nuestros ancestros añú liderados por el Cacique Nigale en 1607.

El pronunciamiento soberanista del Cabildo y el Comandante de la Plaza, y la simultánea presencia de la fuerza destacada por Urdaneta para resguardar a la población de las represalias realistas, significaron el reinicio de los movimientos militares que desembocaron en la Batalla de Carabobo, el triunfo de la independencia venezolana, la consolidación de Colombia como núcleo del gran Proyecto Bolivariano que aspiraba confederar la América de habla hispana en una sola Patria libre y fuerte.

Nada casual que El Libertador Simón Bolívar le ofreciera a su entrañable compañero desde los días de la Campaña Admirable, Rafael Urdaneta, ser el primer Intendente del Departamento Zulia que el Congreso reunido en Cúcuta creara en sesión del 2 de octubre de 1821, quedando establecido en el Título I: De los departamentos, Artículo 1°, numeral 3: “El de Zulia, que se forma de las provincias de Coro, Trujillo, Mérida y Maracaibo”; y en el Artículo 2º numeral 3 se dispusiera que el asiento del Intendente fuese la ciudad de Maracaibo. De manera que la nomenclatura “Zulia” también está de Bicentenario.

Consideramos que la ocasión debe ser motivo de jornadas especiales, enmarcadas en la conmemoración nacional del Bicentenario de la Batalla de Carabobo, para el fortalecimiento de valores identitarios y patrióticos en la comunidad.

En tal sentido, sugerimos respetuosamente a las autoridades e instituciones, ir modelando la agenda conmemorativa con énfasis en los contenidos educativos y culturales dirigidos a la población estudiantil en todos sus niveles, así como empezar a diseñar los eventos que involucren al conglomerado patriótico del Zulia, en la mayor amplitud y diversidad de expresiones ciudadanas.   

En el ánimo de contribuir a la mejor realización posible de este merecidísimo homenaje a las luchas emancipatorias de nuestro pueblo, me permito emitir este recordatorio, toda vez que estamos conscientes de las múltiples ocupaciones que de ordinario reclaman la atención de nuestros gobernantes, más en la terrible situación pandémica que al amenazar la salud del colectivo, afecta toda actividad humana.

Este Cronista desea someter a la consideración de las autoridades ejecutivas y legislativas, y de la ciudadanía, dos propuestas que tienen el propósito de exaltar la condición patriótica del pueblo maracaibero y zuliano en general, reafirmándonos en los más sublimes valores de zulianidad y venezolanidad, que dan soporte espiritual y épico a nuestra amada nacionalidad e irrenunciable independencia:

1)    Instituir el 28 de Enero en Maracaibo y el Zulia como Día de la Emancipación Bolivariana, toda vez que en esa fecha la provincia abrazó el proyecto independentista presidido por Simón Bolívar, quien hizo el honor de visitarnos por vez primera en aquel año glorioso tras el triunfo en Carabobo.

2)    Declarar la última semana de octubre como Jornada Urdaneta: lealtad y gloria, para difundir la vida y obra del General en Jefe Rafael Urdaneta en todos los espacios educativos y laborales, como ejemplar figura de la Independencia Americana y el más leal bolivariano de todos los tiempos. 

Hago este modesto pronunciamiento para contribuir con la organización de las actividades especiales que realizaréis en el más alto espíritu bolivariano,

Atentamente,

 

Yldefonso Finol Ocando

Cronista de Maracaibo   

13-08-2020

FIDEL: LA DIGNIDAD INEXTINGUIBLE

 FIDEL

Para cualquier latinoamericano contemporáneo Fidel es simplemente otro más de la familia. Cuántas veces hemos tenido que oír algo acerca de él. Hablar de él. Leer algún texto suyo o sobre él. Verlo en pantalla. Sin duda es una imagen absolutamente familiar. Lo reconoce gente de todas las edades. Algunos no lo quieren, y parece normal que así sea después de casi cinco décadas de campaña en su contra. Lo curioso es que la mayoría lo aprecia.

El dos de diciembre de 1956 mi mamá tenía 17 años. Cuando yo cumplí los 15, el 9 de noviembre de 1974, siendo un precoz militante de la causa revolucionaria, ella me contó que en sus días de estudiante de bachillerato comercial, recolectaba monedas en un pote para enviárselas a los barbudos de la Sierra Maestra. Antes nunca le escuché hablar sobre alguna participación suya en asuntos de la política. Luego me acompañó en la militancia clandestina en el PRV.

Difícilmente se consiga una persona de la contemporaneidad con tanta historia en su haber como Fidel. Del Moncada al Socialismo del Siglo XXI, pasando por el Desembarco del Granma, la formación del Ejército Rebelde, la derrota de Batista y el establecimiento del nuevo gobierno, la unificación de los partidos y movimientos, la pérdida prematura de Camilo, la invasión imperialista por bahía de Cochinos, la declaración del Estado Socialista, la Crisis de los Misiles, la partida del Che, la solidaridad con África y los movimientos revolucionarios de América Latina y El Caribe, el proceso de rectificación de errores, el caso Ochoa, la caída de la URSS, la reafirmación del proyecto socialista, el período especial, la era Reagan-Tatcher, la globalización y el eterno bloqueo, cientos de ciclones y huracanes y todos los atentados hechos por la CIA para desaparecerlo, más la permanente campaña de difamación brutal hecha contra hombre alguno sobre la Tierra. Ese es Fidel: la verdadera historia de la dignidad. 

El pueblo cubano, tan patriótico y humanitario como es, parió de su seno al estadista más brillante del siglo XX y del XXI. Si la Madre Teresa de Calcuta dijo que ese hombre por donde pasaba irradiaba bondad y nuestro Julio Cortázar afirmó que sin la Revolución Cubana los latinoamericanos no tendríamos derecho ni a abrir la boca, nosotros no dudamos en sumarnos a la multitud que actualmente clama por la salud de Fidel y por la Soberanía de Cuba, porque lo que le pase a Fidel y a Cuba es un asunto de familia para cualquier indoamericano que se precie de tener dignidad.

Celebro la profunda amistad que ha cosechado Chávez con Fidel. Hermosa relación por el bien de los pueblos. Sé que los frutos apenas comienzan a asomarse, pero la fortaleza de esa alianza revolucionaria se extiende en el tiempo y seguirá dando aliento a las luchas y esperanzas de la gente buena.

La sola posibilidad de la desaparición física de Fidel partió al mundo en dos bandos, uno minoritario y vergonzante que salió a celebrar, y otro mayoritario que, en medio del pesar saca fuerzas para reflexionar sobre los destinos de la humanidad y la necesidad de ratificar nuestro compromiso con la construcción de un mundo mejor y una sociedad verdaderamente justa.

Porque Fidel fallecerá cualquier día, ojalá, aún lejano; lo que no desaparecerá nunca de nuestras vidas y nuestra historia, es ese ejemplo enorme e invencible de decoro y dignidad mayúscula, de fervor revolucionario y tenacidad, de solidaridad y sacrificio, de patriotismo y humanitarismo martianos que Fidel ha sembrado por todo el planeta y en todos los corazones.

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Al difunto Jorge Mas Canosa se le empequeñeció el dedo índice de tanto golpearlo contra la mesa al momento de predecir, año tras año, la muerte de Fidel. “Este año si cae Fidel”, le decía a los crédulos afiliados de la Fundación Cubano Americana que él presidía y que ha sido la autora de muchas agresiones contra la isla, algunas evidentemente terroristas.

Una cosa realmente extraña en torno a los detractores de Fidel, es que a éste lo acusan de barbaridades que aquéllos si han protagonizado. Por ejemplo, a Fidel lo acusaron por varias décadas de fomentar el terrorismo en América Latina, y quienes ejercieron en verdad, de manera cruel y despiadada esa práctica deleznable, fueron sus eternos enemigos Luís Posada Carriles y Orlando Bosh, agentes del Gobierno de los Estados Unidos, que en 1976 hicieron explotar el avión de Cubana de Aviación que llevaba a jóvenes deportistas del equipo de esgrima.

¿No fueron, acaso, los más furiosos anticomunistas quienes impusieron el terrorismo de Estado a los pueblos del Cono Sur, con sangrientos Golpes de Estado y consiguientes dictaduras, hasta llegar a instaurar una transnacional del terror como fue la llamada Operación Cóndor que persiguió, torturó y asesinó a gente de izquierda en todo el continente?

Es la lógica fascista de la mentira repetida la que han querido imponer.

¿Qué no predijeron que sucedería tras la caída de la Unión Soviética? Se equivocaron porque no entienden ni entenderán la determinación histórica de un pueblo decidido a construir su destino sin tutelas imperialistas. Y es allí donde radica la mágica fortaleza y claridad de un liderazgo como el de Fidel, en que se apoya en la claridad y fortaleza de todo un pueblo unido y heroico.

Por eso hemos escuchado otra vez tantas babosadas de los ignorantes habladores de paja que colman la radio y televisión de este país. Vergüenza ajena me dio oír a un locutor entrevistando a uno de esos “internacionalistas” que han proliferado como el cadillo bobo, donde ambos se festejaban en la especulación de que Fidel estaba muerto. Cuidado y les pase lo que a Mas Canosa, que lleva diez años enterrado y Fidel allí, campante y triunfante.

No se han dado cuenta que en Cuba existe una vanguardia organizada que gobierna en equipo bajo directrices que son el resultado del debate de todo el pueblo. No se han dado cuenta que hay todo un pueblo gobernando y construyendo en forma conciente las bases de una sociedad futura, más justa, igualitaria, ecológica y humanista. El socialismo, que es lo que nos mueve a ser mejores cada día.

Estos anticomunistas de pacotilla se imaginaron una hecatombe en Cuba al anunciarse la salida de Fidel del Gobierno. Creyeron siempre que eso sólo ocurriría por el deceso del líder. Se imaginaron la isla disolviéndose en el mar como una pastilla efervescente. Se volvieron a equivocar. Ni Cuba se deshace ni se acaba la Revolución. Hoy menos que nunca.

Fidel, desde su lecho de merecido reposo, con la paz espiritual que da el deber cumplido y la satisfacción personal de saberse amado y admirado por todos los pueblos del mundo, especialmente por los nuestroamericanos, asume su nueva situación de adulto mayor con limitaciones de salud para ejercer las difíciles funciones públicas de un Jefe de Estado. Así de sencillo. Es la actitud lógica de un revolucionario que sabe perfectamente que más allá del ser individual está la historia. Y la historia por venir está llena de las enseñanzas de Fidel. Es lo que no entienden ni aceptan los escasos de humanidad, los pobres de espíritu que han soñado, ilusamente, con la muerte de un inmortal.

viernes, 7 de agosto de 2020

LA SECTA (fragmento)

 Tomado del libro LA SECTA que escribí en los 90' y publiqué en una pequeña edición en 2011, dedicado a mi célula del PRV - RUPTURA en mi pueblo natal: Moján.

El 7 de Agosto

El siete de agosto de mil novecientos setenta y seis a las seis de la tarde había sido escogido por el equipo de trabajo de Ruptura para hacer pública nuestra identidad política hasta ahora camuflada entre círculos de estudio y cultura popular. Las instrucciones eran precisas. A las cuatro p. m. nadie debía estar en sus casas. Cada quien cumpliendo sus tareas donde el plan lo indicara. Fueron muchos días de tensión, de miedo. La represión del régimen ya no sólo amenazaba. Varios líderes de izquierda se hallaban detenidos, sometidos a torturas, perseguidos. Algunos fueron asesinados o desaparecidos. También murieron militantes juveniles en las protestas estudiantiles. El pretexto: la desaparición de un importante empresario norteamericano, Williams Frank Nihaus, presuntamente secuestrado por unos desconocidos Comandos de Acción Revolucionaria.

Por nuestro rancho habían estado merodeando unos personajes de baja ralea identificados como sapos del gobierno, soplones de oficio. Nosotros les mirábamos con simulada indiferencia, al fin y al cabo, estábamos dispuestos a ganarnos un espacio político propio como fuera y, a decir verdad, pese a que éramos apenas unos muchachos, la disciplina en que nos habíamos formado nos dotaba de una preparación psicológica adecuada para enfrentar este tipo de situaciones. Se nos había enseñado, no sólo que el riesgo formaba parte intrínseca de la causa que abrazamos, si no además, todos los detalles de cómo actuar en estas circunstancias. Por ejemplo era nuestra costumbre que si, al retrazarse un compañero por cinco minutos a un contacto previamente acordado, debíamos inmediatamente alejarnos del sitio del encuentro hasta un segundo lugar donde la espera sólo duraba el tiempo que tardáramos en verificar que el susodicho no estuviese allí. Del caso debíamos informar en el acto al superior responsable y proceder a enconcharnos, es decir, escondernos por un lapso prudente en una vivienda que generalmente debía reunir las siguientes condiciones: no conocida por los compañeros, alejada de los sitios que uno solía frecuentar, habitada por gente muy discreta preferiblemente ajena a la militancia, pero con claridad del servicio que estaban prestando. Así que los amagues de nuestros perseguidores no hicieron mucha mella en el extraordinario ánimo que exhibíamos en los días previos al siete de agosto. Tal como lo habíamos planificado, los afiches fueron elaborados con el mismo procedimiento con que hacíamos el famoso “Proletario”. Con sus gruesas letras rojas y negras, lucían retadores e insolentes en las pacíficas paredes del centro del pueblo.

Por ser sábado, la mañana comenzó más tarde. Mi calle estaba desierta a las seis de la mañana cuando salí para ir a reunirme con el grupo que tenía la tarea de concluir la improvisada tarima de varas de mangle que estábamos construyendo en el sector llamado Belén, que es la última escollera de Nazaret. No sé si habrá sido por la tensión nerviosa a que estaba sometido por todo aquello de salir a la luz pública como movimiento político abiertamente opuesto al régimen -que además pregonaba el socialismo como objetivo estratégico y para colmo llamaba a la gente a no votar, lo que legalmente era un delito político por la obligatoriedad del sufragio establecida en la Constitución- pero el aire amaneció pesado con tonos grises en las nubes y una modorra no común a una población generalmente activa y madrugadora. La única presencia evidente me la daba el exquisito olor a leña ardiendo y maíz cocido que provenían de casa de Irma, la señora que hacía las mejores empanadas. El calor si que se despertó con ánimos de trabajar. A esa hora la temperatura debía rondar los treinta grados, de modo que al mediodía nos estaríamos derritiendo como un molde de hielo expuesto al sol.

La plaza Bolívar está a tres cuadras al norte de mi casa, allí me esperaban los compañeros, fumaban y bebían café, que eran los únicos vicios tolerados en el partido, a los demás se les consideraba inaceptables debilidades ideológicas absolutamente antagónicas a los principios que profesábamos y a la disciplina que practicábamos. También por eso nuestros detractores de la plaza nos llamaban La Secta, porque para ellos éramos unos bichos raros que ni fumábamos hierba ni bebíamos licor ni íbamos a fiestas ni andábamos de pájaros bravos enamorando muchachas. Lo que hacía la mayoría de ellos.

Caminamos en dirección oeste por la calle acostumbrada las diez cuadras que habían de allí al Rancho. Casi ni hablamos. Al llegar recogimos las herramientas, martillo, alicates, un serrucho que nos prestaron nuestros amigos Los Papitas, expertos hacedores de canoas; cable de electricidad, cuerda, navaja, y un taladro que Medardo tomó prestado del taller de Tío Zenén. Ángel tenía todo arreglado, sólo que no pudo recibirnos con un cafecito caliente recién colado como de costumbre porque hace pocos días se apareció un tipo, un colombiano llamado Francisco o al menos eso dijo quien andaba por el barrio con una Biblia debajo del brazo predicando el evangelio y como no tenía donde vivir pasaba la noche entre las canoas menos mojadas o junto al tronco de una palmera, lo que provocó la espontánea generosidad de El Cochino y no se le pudo ocurrir otra cosa que llevárselo a pernoctar en el Rancho. Pues resulta que a los dos días de estar recibiendo las bondades de su anfitrión desapareció con los tres o cuatro enseres que teníamos incluido el aparato de sonido para las danzas y los títeres, y la estufa eléctrica con que el filántropo de Ángel solía prepararse sus alimentos. Desde entonces cuando veo un desconocido con una Biblia debajo del brazo y cara de yo no fui como la de aquel infeliz, arrugo la cara y pelo el ojo.

Los sucesos se desarrollaron en forma vertiginosa. Pasado el mediodía, cuando el sopor por la canícula solar azota los espíritus, una invasión de Novas amarillos hizo sucumbir la quietud de la tarde. Serían una docena o más de estos Chevrolet recién estrenados por la policía política, la DISIP, los que irrumpieron como caravana de terror por las escasas calles mojaneras.

Antecedidos por dos camiones antimotines repletos de gorilones vestidos de azul con sus características botas de cuero blancas, que entraron al pueblo -en particular al barrio Nazaret- golpeando a Raymundo y todo el mundo, los disipoles fueron aplicando su plan de manera sistemática. Allanaron varios hogares llevándose algunos detenidos y decomisando libros, documentos, casetes, discos y cuanta cosa les pareciera útil para acusarnos de subversivos. Quizás esperaban encontrar pistas sobre el paradero de Nihaus, el gringo secuestrado, pero debieron conformarse sólo con la música y la literatura ñángaras que metieron en sus sacos.

La otra decepción de los agentes represores fue que en vez de guerrilleros urbanos consiguieron artistas. Resulta que a nuestro acto de presentación venían a colaborar los compañeros del grupo musical Urupagua junto a miembros del teatro Gran Colombia y el poeta José Quintero Weir. Los agarraron a todos llegando a Nazaret en el autobús que los traía desde Maracaibo.

Los que estábamos en Belén terminando de armar la tarima fuimos los últimos en enterarnos de lo que pasaba al observar el montón de gente corriendo hacia nosotros y divisar a unos quinientos metros los camiones antimotines. Los policías parecían locos golpeando a quien se les atravesara y aún disparando contra los compañeros que optaron por lanzarse al agua y nadar para huir. Detonaron bombas lacrimógenas y repitieron sucesivos disparos de escopeta contra la gente común del barrio. También accionaron sus pistolas contra objetivos más precisos: los compañeros que nadaban en las turbias aguas del lago allí donde le penetra el cauce del río Limón.

Algunas de estas imágenes alcancé observarlas antes de que unos vecinos del lugar me terminaran de esconder debajo de unos sacos de maíz tras el mostrador del abasto que regentaban. Asfixiándome con el escaso aire que lograba inhalar, entre el peso del maíz y la repelencia del gas lacrimógeno, sentí ganas de quedarme dormido, y algo así debió ocurrir en algún momento, porque cuando mis humildes protectores me dijeron que ya podía salir, por segundos creí que despertaba de un sueño donde habían ocurrido los hechos que acababan de acontecer.

Rebobinar rápidamente y pasar a tomar decisiones en un santiamén me llevó a saltar apenas se abrió el portalón de la tienda, despedirme con un gesto de manos y correr entre manglar y salina. A cinco kilómetros de allí tenía papá una cría de vacas y cerdos. Calculé llegar antes del anochecer que era la hora en que él regresaba a casa. Le conté lo sucedido y le pedí ayuda. Molesto conmigo, me reprochó por el susto que estaría pasando mamá. Aún así, todavía le insistí en averiguar la situación de mis compañeros y en su camioneta azul me paseó por algunas calles donde ellos vivían, pero muy poco pudimos averiguar. A las dos de la madrugada, después de pasar por varios escondites y quitarme de encima la mugre del camino de fuga, el abuelo Nataniel, fue el encargado de evadirme. Iríamos a la costa sureste del Lago de Maracaibo: a Bachaquero.

 

Hacerse Hombre

La despedida fue confusa debajo del níspero frondoso que servía de techo a uno de los garajes de la casa de mis abuelos paternos. Casa de curioso concepto constructivo y una de las primeras con platabanda en la comunidad. Mi abuelo Luis Finol fue un hombre muy emprendedor. Tempranamente descubrió el potencial de la industria de la construcción en un país petrolero que recién despertaba a los arrebatos de la urbanización. Fundó empresa familiar trayendo piedras desde isla de Toas hasta la playa de Los Hornos, de su propiedad, y donde pasamos los mejores y más felices momentos de la infancia, adolescencia y más allá. Era nuestro particular parque de diversiones.

En la vieja residencia que llamábamos El Hatico montó el taller de elaboración artesanal de bloques. Los camiones entraban y salían a cada rato cargados de material hacia la ciudad de Maracaibo. Tuvo que ocurrir aquel terrible accidente en que un convoy del ejército le pasó por encima a Tío Heberto para que todo se viniera abajo. El segundo de sus hijos y primer varón, era el soporte operativo del negocio familiar. Entre el golpe afectivo y los gastos médicos, echaron al piso los esfuerzos pioneros de “Papá Luís”, como le decíamos sus numerosos nietos. Hombre recio como el que más, ante Luis Finol todos actuábamos con moderación y respeto soberano. Nunca aceptó las malas conductas. La honorabilidad era apenas un sencillo asunto de la cotidianidad. La palabra empeñada, razón a honrar sin derecho a las excusas.

Tal cual actuó cuando lo de la división del viejo Prieto Figueroa frente a la Acción Democrática de Betancourt y Gonzalo Barrios. Toda la familia lo siguió sin mayores discusiones. Entonces escuchamos aquellos encendidos llamados del maestro Prieto a la liberación nacional y el socialismo. Santas palabras.

Esa noche recordé mucho a mi abuelo que nos había dejado precozmente la primavera de 1971.

Papá no hablaba, sólo fumaba. Mamá lloraba sin lágrimas y me inundaba de bendiciones. Mi tío Tato me metió en la cintura del pantalón un viejo revólver 38 que él nunca usó. “Sobrino, ya que está metido en esta vaina, no se deje joder, que usted vale mucho”. Nataniel, padre de crianza de mamá y responsable de mi clandestino traslado, me retiró el arma y lo devolvió a su dueño con un presuntuoso gesto de poder: “Tranquilo Tato, que vamos armados hasta los dientes”, mientras le mostraba dos pistolas alzándose la guayabera amarilla.

Ya dentro del dodge coronet dos puertas, me ordenó sentarme en el puesto trasero y me entregó un cañón corto que guardaba en la guantera. “De aquí en adelante este es tu escapulario”, me dijo. Y agregó una dura frase que ya le había escuchado antes y que no me agradaba: “En las puertas del cielo, primero yo que mi padre”. Me recomendó además que me hiciera el dormido en las alcabalas, cosa que contradije al máximo sin proponérmelo, porque cuando llegamos al puente sobre el Lago de Maracaibo, me puse en guardia con los ojos pepones y apreté con la derecha el mango del revólver entre las piernas. El abuelo, avispado como era, mostró al guardia su credencial de funcionario del Ministerio del Trabajo y lo saludó con una jerga incomprensible sin detener el auto completamente.

Seguía oscuro cuando entramos a la casa del Campo Progreso. Abuela esperaba despierta y en actitud de alarma. Nos saludamos con un beso y rápidamente me llevó del brazo hacia el interior. Me ofreció agua, preguntó por mamá, y me despidió con un “mañana hablamos” que sonaba a regaño mientras atendía la conversa de su marido.

Por supuesto no dormí. Entre mis inquietudes y el sofocante calor de Bachaquero me mantuvieron en vela el resto de la madrugada. El amanecer fue rápido y excesivamente luminoso. Está bien que por el oriente salga el sol, pero no es para tanto. Aquí es como si se te metiera en la hamaca a quemarte la pereza para obligarte a trabajar. Paradójico pero cierto. La gente de esta zona del país es muy trabajadora. El olor del abundante petróleo con sus gases asociados lo inunda todo. Aquí la vida huele y sabe a petróleo.

Pensaba en mis compañeros mientras me mecía contra la pared que a esa hora ya estaba caliente como si fueran las doce del mediodía. También me sentía extraño por no tener miedo. Supongo que sería consecuencia normal de tener 16 años. Pero yo sólo pensaba en como volverme a encontrar con ellos y la forma como continuaríamos el trabajo político. Especulaba que a lo mejor nos pasarían a la “pata cerrada” o hasta nos mandarían a otro lugar del país. Pensaba en Mamá y Papá, en cómo ellos asumirían los días por venir, porque esto apenas comenzaba.

El desayuno se sirvió cercanas las ocho. Pan, mantequilla enlatada, queso blanco y café con leche. Abuela servía todo con elegancia y ternura. Casi no hablaba. Era evidente que esperaba que el abuelo se fuera a su trabajo. Hablaría luego con su nieto, a solas.

María Araminta del Carmen Máxima de Jesús la habían bautizado en su Táchira natal. Se le conocía como Araminta. Nosotros le decíamos Abuela y era como nombrar las raíces más amadas de nuestra historia. Ella mereció el respeto y el amor de toda criatura que se le acercara. Su poderosa presencia sobre la tierra provocaba la calma de las bestias y el silencio de las tormentas. Tuvo una vida difícil. Supo siempre sobreponerse a las dificultades.

Por eso nuestra conversación fue fluida, sin traumas. Ella sospechaba en lo que yo andaba metido porque llegó a presenciar alguna de mis largas charlas con mamá sobre las injusticias de la sociedad capitalista y la necesidad de construir un mundo de igualdad. La idea le gustaba a ambas, pero Abuela sufría mucho y se molestaba por la tendencia ateísta que tomé desde muy temprana edad. También ella cuestionaba mi participación en las elecciones estudiantiles y las manifestaciones callejeras.

Al igual que siempre, terminó echándome un saco de bendiciones con el respectivo pase de mano desde la frente hasta la nuca y el conmovedor beso en la frente con el que lograba calmar gran parte de mis angustias.

Esos días los pasé bastante aburrido, aunque parecía disfrutarlos. Particularmente cuando los abuelos dormían la siesta y por las noches. Los medio días ardientes los pasaba en el pequeño patio oyendo radio. A veces fumé algún cigarro escondido de Abuela, por supuesto. Lo hacía por vergüenza más que por temor.

Escuchaba la radio como escrutando alguna señal que nunca llegaba. Soñaba despierto con situaciones favorables a la Revolución en las que mis compañeros y yo participábamos arriesgados y felices. Es algo que forma parte de mi particular psicología. Soy optimista y soñador como un personaje de cuentos ingenuos.

Debo confesar que si para la época no estaba enamorado de alguna muchacha en particular, idealizaba una cada vez que escuchaba esa hermosa canción llamada Todos los barcos, todos los pájaros. Que lindo tema y que buena compañía me hizo. Recuerdo que cuando salí de la clandestinidad aprendí a tocarla con mi amigo Francisco Sánchez, alias Zona Franca, un gordo bien de pinga que tocaba la guitarra tan suave que parecía acariciarla.

Pero para mi verdadero y único amor por esos tiempos, tenía la insuperable Canción mansa para un pueblo bravo, del eterno Alí Primera. No se como, pero la “Canción mansa” se metió en la radio a pesar de la censura que pesaba sobre la voz del Cantor del Pueblo, el hijo de Carmen Adela.

Alí fue motor y combustible del proceso de concienciación del pueblo venezolano. Lo que no lográbamos nosotros con Ruptura, ni los de la Liga Socialista con Basirruque, ni los del CLP con Qué Hacer, ni el Partido Comunista con Tribuna Popular, lo lograba este muchacho paraguanero con su cuatro, guitarra y voz. Era un comunicador nato y un revolucionario insustituible. Ni con el espejismo de la fama y el baile de los millones que le ofrecía la burda y fría farándula pudieron comprarlo. Alí nunca se vendió.

Yo lo admiraba y quería como si fuera mi familia. En casa tuvimos el primer casete que llegó al Moján. Lo trajo Mamá del centro de Maracaibo donde solía comprar los sábados los insumos para sus invenciones creativas en corticostura, bordado y tejido. También trajo para dárselos a papá que estrenaba camioneta con equipo de sonido, el cartucho de Luís Aguilar “El gallo giro” que traía su magnífica versión del Siete Leguas y Carabina 30-30, y uno de Jesús Sevillano con Cerecita, El Curruchá y Las brumas del mar. Casi nada. Estábamos jochaos, que en nuestra lengua regional quiere decir, ufanos.

Oír música en la radio y algún que otro noticiero fueron mis pasatiempos de enconchado. No había mucho que escoger en aquellos campos petroleros que diseñaron los gringos para que la clase trabajadora repusiera sus energías y volviera despierta al día siguiente a su jornada a producir toda la plusvalía que se pudiera.

En estos campos estalló en 1936, cuarenta años atrás, la primera huelga proletaria de los petroleros que pedían un bolívar de aumento y agua para no deshidratarse en las incandescentes selvas de Mene Grande, unos veinte kilómetros más al sur de donde me hallaba.

En esta tierra y en este Lago sembrados de petróleo en toda la extensión de sus entrañas, la sangre obrera se confundió con el aceite, y el sudor de la familia campesina desplazada al “Negro Dorado”, dejó de dar maíz a los hijos para enviar sus frutos al bolsillo de las transnacionales y comenzar a ser otros con otros valores y otra cultura. La cultura gringa llenó la Costa Oriental del Lago de Maracaibo de prostíbulos y templos de la más variada gama de sectas religiosas que uno pueda imaginar.

No recuerdo cuántos días pasé enconchado en casa de Abuela en Bachaquero. Creo que los suficientes para querer regresar. Llegamos a El Moján a las once de la mañana. Las calles estaban luminosas. Yo vestía ropa nueva que Abuela me suministró. Algunos me dijeron que parecía de marinero. Zapatos de goma y tela azules claros, un poco común pantalón muy blanco, y franela a rayas. No me imagino vestido así. Ciertamente parecía otro, que era la intención.

También me hicieron cortar el cabello. Fue en Tía Juana, el único lugar al que salimos durante mi cautiverio para visitar a mi tía Mary; salida que por cierto aproveché para verme con mi amigo Fernando, compañero que también estaba enconchado con unos familiares suyos en el campo Venezuela. Allí conocí a Gerardo, primo de Fernando que era del MIR. En alguna ocasión nos volvimos a ver por El Moján.

Total, rapado como recluta y trajeado de marinero, la verdad que a la gente se le hizo gracioso reconocerme. Burlas no faltaron.

Mamá se veía radiante. Su semblante triste y hermoso tenía un brillo espiritual muy especial. Estaba feliz de volverme a tener con ella. Me fastidiaba besándome y abrazándome a cada instante. Nos amábamos mucho. Nos identificábamos mucho. A pesar de ser cinco hermanos sus amigas me llamaban “el hijo de Rita”, porque siempre nos veían compartir una unidad de afecto y criterio muy contundente.

Ella ya en ese entonces era considerada una colaboradora del Partido. Unos meses después pasó a ser militante del ala clandestina del PRV.

A los pocos días de mi regreso se convocó una reunión secreta de la militancia en las afueras de El Moján, en un lugar que yo conocía muy bien desde mis andanzas infantiles: el Caño de Los Villalobos. La nota que me enviaron decía que nos veríamos a las tres en punto.

Allí estuvimos puntuales, como era la costumbre. Fuimos casi todos. Algunos habían cambiado mucho su apariencia. Otros, barbados y ceñudos, reforzaron su ya evidente imagen de zurdos, poniéndonos en mayor evidencia.

Luego del balance y los puntos de información, el tema era uno: quiénes se quedan.  En labios de Euclides la pregunta sonaba algo más que dramática. La situación exigía definiciones claras. Uno sólo se atrevió a confesar que no continuaría en Ruptura. Era un colaborador y su franqueza me provocó admiración. Fue enfático. Lo recuerdo clarísimo. Dijo:”Yo no sirvo pa’ esta vaina. Voy a matar a mamaíta de un susto. Yo estoy cagao”.

Para mí fue el más valiente del grupo esa tarde.

Por mi parte todo estaba aclarado desde hacía tiempo. Era el camino de vida que había escogido consciente y voluntariamente. Pero desde esos días hubo un cambio en mi actitud frente a la aventura que abracé como proyecto de vida. Parecía que hasta ese día yo viví mi militancia como en un sueño, sin tener conciencia real del tremendo asunto de que esto se trataba. A partir de allí cada decisión adoptada, cada paso dado, debía asumirse con absoluta responsabilidad. Triunfar exigía ser sobretodo perseverantes, pero también inteligentes.

Les comentaba estas reflexiones a mis compañeros, cuando uno de los mayores del grupo me interrumpió con una inusitada sonrisa y una palmada en el hombro: “Te estáis haciendo hombre, carajito”.

 

Epílogo

A fines de 1979, los jefes del PRV-RUPTURA se dividieron. No podían escapar a esa fatídica tradición de la izquierda. Los que seguíamos siendo unos muchachos, simples militantes, quedamos al garete, realengos, por decir lo menos. Cada uno tomó el camino que mejor pudo. Sufrimos mucho aquella situación. Creo que nunca la superamos. Algunos sucumbieron a la decepción. Otros, asistidos por una espontánea perseverancia, seguimos en el activismo social en que estábamos metidos, y continuamos la lucha en los escenarios posibles.

 

La Plaza fue destruida. Por allá por el 75, los adecos quisieron borrar lo que quedaba de la época gomecista, pero no me refiero al autoritarismo que ellos remedaban a su manera, me refiero al patrimonio arquitectónico y los espacios públicos, que fueron borrados con saña por la vorágine del concreto y la coima.