24 de
agosto de 1499: cómo Alonso de Ojeda se ha burlado de maracuchos y venezolanos
por más de cinco siglos
La historia oficial creó el culto al colonialismo. Desde
aquel viaje han pasado 521 años y aun sobrevive la imagen épica, idílica,
religiosa y hasta poética del invasor Alonso de Ojeda, el que menos le prestó
atención al estuario, y al que la historiografía oficial otorgó el pomposo
título de “descubridor” de un lago cuya grandeza ni siquiera conoció.
La mayoría de los autores, cronistas e historiadores,
se han embelesado construyendo una narrativa justificadora de la invasión y
ensalzando la figura del conquistador con detalles biográficos cursis, plagados
de falsedades, que maquillan de heroísmo lo que no fue otra cosa que bribonería
y ambición bestial.
Nos impusieron los mitos alienantes del
“descubrimiento” de nuestras tierras y la “fundación” de nuestras ciudades por
parte del invasor, pero cabe preguntarse ¿quién descubrió España? ¿Fueron acaso
los romanos que hasta le pusieron el nombre o los árabes que la ocuparon ocho
siglos permitiendo la convivencia de religiones y sin destruirles sus culturas
locales? Del “descubrimiento” de España y demás potencias imperiales no se
habla. Eso es obra divina.
Al Lago lo descubrieron los ancestros arahuacos que aquí
se asentaron miles de años antes de la invasión; los añú, originarios de la
patria acuática llamada Maracaibo. También lo descubrieron los barí de tronco
chibcha instalados en sus ríos y serranías muchos siglos antes que los
europeos. Aún los yukpa y sapreyes caribes que llegaron con medio milenio de
ventaja a los españoles, y los wayúu y caquetíos y cuicas que aquí venían a
maravillarse.
No se puede descubrir lo que está habitado, ni
inventar lo que está creado, ni fundar lo que ya existe. Los términos que
componen el glosario de la autoflagelación colonialista, son armas ideológicas
para justificar el genocidio, el robo, la esclavitud, y perpetuar el predominio
de la colonización espiritual de los pueblos vencidos por el invasor mercantilista.
Con este pronunciamiento quiero provocar un debate que
cuestione la opresión colonial en todas sus formas y en todos los tiempos. No se
trata sólo de discutir si Ojeda realmente entró o no al Lago Maracaibo –que muy
probablemente no lo hizo- sino también de revisar las consecuencias fácticas de
aquella incursión enemiga. No creo –ni aspiro- tener la verdad absoluta. Los que
si creyeron –y creen- tenerla son los que nos impusieron desde los púlpitos,
las escuelas, los estrados, que aquellos invasores extranjeros vinieron a “descubrirnos”
y a “civilizarnos”; esos que establecieron como verdad incuestionable que Colón
descubrió América y Ojeda al Lago Maracaibo.
Seguro tratarán de descalificar mi trabajo con
argucias extraídas de las manoseadas versiones pro colonialistas, mil veces
refritas por autores respetables y también por piratas y plagiarios, pero algo
puedo sostener con sobrada convicción: si yo no pudiera llegar a demostrar
fehacientemente que Alonso de Ojeda no estuvo en el Lago Maracaibo, mucho menos
sus acólitos podrán confirmar lo que pretenden pétreamente cierto, pues, sobre
esa presunta visita de seis o nueve días, no quedó ni la más mínima relación
que describa ni someramente un paisaje imposible de soslayar.
El relato de ese viaje lo escribió el famoso italiano Américo
Vespucio, y lo trazó en mapas el cántabro (o vizcaíno según distintas fuentes)
Juan de la Cosa, avezado marinero y cartógrafo, que aportó su carabela Santa
María en el Primer Viaje de Colón y que, en otra invasión con Ojeda murió
flechado por los originarios arahuacos de Turbaco en 1510.
Esa primera expedición de Alonso de Ojeda salió del
Puerto de Santa María más o menos el 18 de mayo de 1499 por la ruta del Tercer
Viaje de Colón que llegó a Trinidad y Margarita, siguiendo por la costa rumbo
oeste con algunas paradas en costa mansa y una bravía donde cayeron los
primeros mártires de la resistencia indígena, hasta llegar a Curazao –que llamaron
Isla de Gigantes- y el cabo de San Román en la península de Paraguaná (también llamada
Curiana) y la Guajira, que confundieron con una isla, a la cual nombraban Coquibacoa.
Su arribo al Golfo de Venezuela se produce el 24 de
agosto (referencia al día de San Bartolomé), y luego de un rápido recorrido
rumbo noroeste hasta divisar el actual Cabo de la Vela, se van hacia la isla Española
donde llegaron por el puerto de Yáquimo el 5 de septiembre de 1499. Como se
puede ver con claridad por las fechas del recorrido, en ese primer viaje de
Ojeda a “tierra firme”, no pareciera haberse dado alguna entrada al Lago
Maracaibo.
Ojeda regresó a Sevilla a buscar un poder que le permitiera
erigirse en señor de los territorios recién hallados. Recordemos que es la
primera vez que se permiten expediciones fuera del monopolio de Cristóbal
Colón, siempre que fuese en áreas no atribuidas a su (“descubrimiento”)
jurisdicción. Con apoyo del clero castellano, Ojeda fue nombrado Gobernador de
Coquibacoa (ese lugar que soñó para su reino en alguna playa de la alta
Guajira) el 8 de junio de 1501, dedicándose algunos meses a organizar una
expedición colonizadora con dos nuevos socios, Juan de Vergara y García de
Ocampo. Salieron en enero de 1502 en cuatro embarcaciones. Llegaron al Cabo San
Román y continuaron hacia una ensenada en la fachada noroccidental de la
península Guajira, hoy perteneciente a Colombia (algunos autores la sitúan en
Bahía Honda).
A la usanza de lo aprendido con Colón, construyeron un
pequeño fuerte y lo bautizaron “Santa Cruz”, nombre del lugar que suelen
destacar en esa historia oficial colonialista como el primer establecimiento
español en Suramérica. Este viaje tuvo planes colonizadores. Pretendían
instalarse en el territorio y poseerlo. La Corona española iniciaba con esta
avanzada, su estrategia de posicionarse en los territorios recién invadidos, para
prevenir que los tomasen otras monarquías europeas. Ese campamento (con ínfulas
de ciudad para algunos cronistas pro coloniales) duró muy poco tiempo, por el
escaso bastimento, las rencillas surgidas entre los colonos, y el acecho de los
pueblos arahuacos molestos por la presencia de extraños en sus sitios sagrados.
Existen razones científicas para poner en duda la
enquistada leyenda de que Alonso de Ojeda entró al Lago Maracaibo. En toda la
documentación oficial que él mismo suministró al Reino de España para hacerse
con la Gobernación de Coquibacoa, se trata a las penínsulas Guajira y Paraguaná
como si fuesen islas. No aparece por ningún lado la descripción de una gran
laguna, y más bien da la impresión que llaman San Bartolomé al golfo “con forma
cuadrada” que se forma entre San Román y Coquibacoa.
La narración de Vespuci que dio origen al nombre
Venezuela, no menciona en ningún momento al Lago: “Desde esta isla fuimos a
otra isla vecina de aquella a diez leguas, y encontramos una grandísima
población que tenía sus casas construidas en el mar como Venecia, con mucho
arte; y maravillados de tal cosa, acordamos ir a verlas, y al llegar a sus
casas, quisieron impedir que entrásemos en ellas. Probaron cómo cortaban las
espadas y se conformaron con dejarnos entrar, y encontramos que tenían colmadas
las casas con finísimo algodón, y las vigas de sus casas eran también de
brasil, y les quitamos mucho algodón y brasil, volviendo luego a nuestros
navíos. Habéis de saber que en todas partes donde saltamos a tierra,
encontramos siempre gran cantidad de algodón, y los campos llenos de plantas de
él, tanto que en esos lugares se podrían cargar cuantas carabelas y navíos hay
en el mundo, con algodón y brasil”. (18 de julio de 1500, Sevilla. Carta
dirigida a Lorenzo Pier Francesco de Medici, en Florencia)
Se sabe que el discurso de Américo Vespuci incurre en
exageraciones fantásticas, pero informa con carácter de primicia en cuanto a
descripción de lugares, habitantes, costumbres y paisajes (¿no es raro que haya
dejado de decir algún dato sobre el Lago?); lo que ha llevado a considerar que
las viviendas palafíticas mencionadas por él sin hacer alusión a haber entrado
por el estrecho hacia el cuerpo de agua dulce, estarían localizadas en la costa
oriental del golfo hacia las actuales poblaciones orilleras del municipio
Miranda del estado Zulia. Porque algo si está claro, es que Vespucio no regresó
con Ojeda en sus siguientes viajes, como si hizo La Cosa hasta morir.
Baralt, repitiendo lo que contaron los cronistas
hispanos, no deja de impresionarnos al colocarle al verbo descubrir el inciso
cuestionador “según parece”, que en jerga criolla connota al menos un ápice de
duda: “descubrió según parece, el 24 de agosto, el puerto y lago de San
Bartolomé que hoy llamamos laguna de Maracaibo. No se detuvo mucho tiempo en
aquellos parajes; antes bien… reconoció la parte occidental del golfo, y
doblado el cabo Coquibacoa, siguió a lo largo de la costa hasta el cabo de la
Vela, término de esta navegación. El 30 de agosto dirigió el rumbo a la
Española, y entró en el puerto de Jaquimo el 5 de septiembre de 1499”.
A juzgar por las explicaciones de Vespuci y lo que se
desprende de los comentarios al mapa de La Cosa en la Suma de Geografía de
Enciso, Ojeda no tuvo tiempo de descubrir que en medio de esas penínsulas que
él creyó eran islas, se hallaba un lago de 14 mil kilómetros cuadrados con 132
ríos y caños alimentándolo todo el año de aguas dulces y cristalinas.
De regreso a España, entre 1500 y 1502, con la
información recopilada en los dos viajes de Ojeda, Juan de la Cosa dibujó un
mapamundi, en el cual, hacia la entrada del lago de Maracaibo, aparece por
primera vez el nombre de Venezuela. El original de este mapa se encuentra en el
Museo Naval de Madrid, y este Cronista lo vio en septiembre de 1996 cuando se
acreditó como investigador de los Archivos Históricos de España. Una copia del
mismo existe en mi biblioteca.
Nectario María, en “Mapas y planos de Maracaibo y su
región”, cita aquella primera edición de 1519 del libro Suma de Geografía del
Bachiller Martín Fernández de Enciso, donde se publica el mapa de Juan de la
Cosa que hemos mencionado: “Del cabo de San Román al cabo Coquibacoa hay tres
isleos en triángulo, entre estos dos cabos se hace un golfo de mar en figura
cuadrada, y el cabo de Coquibacoa entra desde este golfo otro golfo pequeño en
la tierra 4 leguas. Y al cabo del acerca de la tierra está una peña grande que
es llana encima della. Y encima della está un lugar o casas de indios que se
llama Veneciuela. Está en X grados. Entre este golfo de Veneciuela y el cabo de
Coquibacoa haze una vuelta el agua dentro de la tierra a la parte del Oeste. Y
en esta vuelta está Coquibacoa”.
La lectura mecánica de estos documentos generó los
grandes enredos que persisten en el conocimiento de las verdades de aquello sucesos.
Juan Besson –como otros tantos historiadores- parafrasea el relato contenido en
las cartas de Américo Vespucio, y se apresura a magnificar esos seis días que
Ojeda exploró el Golfo de Venezuela, ubicando erróneamente dentro del Lago
Maracaibo, varios pasajes que corresponden al recorrido que la expedición hizo
desde su arribo a las costas venezolanas por las desembocaduras del Esequivo y
el Orinoco.
Algunos autores insinúan que Ojeda habiendo valorado
la majestuosidad del Lago y sus potenciales riquezas, escondió esa información
a la Corona para no tentar a otros navegantes a esquilmarle el hallazgo. Esta tesis
parece poco verosímil a la luz de los hechos, puesto que habiendo tenido la
oportunidad de retornar al Maracaibo en sus siguientes viajes, prefirió tomar
la misma ruta de 1499 hacia la península Guajira y aún más al occidente, hasta
ir a parar a los lados de la actual Cartagena y el Darién. Estas realidades
consumadas y confirmadas históricamente, constituyen en sí mismas la mayor
prueba del desconocimiento, o por lo menos de la subestimación, que hizo Ojeda
del lago maracaibero. No puedo negar tajantemente que hubiese navegado alguna
parte del estuario, tal vez lo hizo en la desembocadura del Macomite (río
Limón) o la Bahía del Tablazo (tal vez ese “otro golfo pequeño en la tierra 4
leguas”, al decir de Vespucio), pero no he encontrado ningún documento que
certifique que dicha entrada haya ocurrido al interior lacustre. Todo indica que
pudo ser en el segundo viaje emprendido en enero de 1502 como flamante “gobernador
de la isla de Coquibacoa”.
Tampoco sería desdeñable deducir que la resistencia
multitudinaria opuesta en estas orillas por los originarios pobladores, les recordara
el sangriento combate de Puerto Flechado, y prefiriera el Ojeda evitar nuevas bajas,
toda vez que su tropa cabía en un barco casi sin bastimentos y agotada por la
travesía. Esto último quedó confirmado por la presurosa vuelta hacia Santo Domingo,
donde más de un lío enfrentó el conquense por las mañas de que se valió para
conseguir provisiones y dinero.
Nectario María, militantemente pro hispanista, exaltador
de la figura de Ojeda y de su condición de “adelantado” (práctica similar a la
del fraile Las Casas), se cuida sin embargo de anteponer una mínima duda
razonable a la fecha del “descubrimiento” que él defiende a capa y espada: “apuntamos
la particularidad de que probablemente el descubrimiento del pueblo de
Veneciuela y el del lago de Maracaibo coincidiera en el mismo día, 24 de agosto”.
La palabra “probablemente” deja constancia que el
religioso historiador no tenía la certeza nítida de que el avistamiento del
pueblo de palafitos que Vespucio (aunque Nectario, para más engrandecer a Ojeda
y a España, le minimiza protagonismo en la expedición) comparó con Venecia,
ocurriese simultáneamente al encuentro del lago del mene; y por muy fantasiosas
que hayan sido las cartas del mercader florentino, en sus líneas se lee por
primera vez la referencia veneciana que luego plasmó en sus mapas Juan de la
Cosa, y publicó Martín Fernández de Enciso casi veinte años después.
Nectario coquetea con la posible etimología indígena
de Veneciuela, pero hace ratos hemos descartado esa opción, que no por desear
que el nombre de la patria fuese de un idioma originario, vamos a incurrir en
la falsificación de los hechos. No existen en las lenguas nativas como el añún
nukú, auténtica maracaibera, y las otras de tronco lingüístico arahuaco, ni el
prefijo “vene” o “bene”, ni el sufijo “ciuela” o “zuela”. Por cierto, tampoco
guarda relación la palabra “Coquibacoa” usada por Ojeda, con el Lago Maracaibo
propiamente dicho; ella más parece indicar la península al oeste del Golfo
venezolano.
En textos contemporáneos, redactados sin ánimos
apologistas ni detractores del invasor, sino con plena vocación científica,
como los aportados por el profesor Emanuele Amodio, coinciden en aspectos
importantes de la tesis que aquí esbozamos, en el sentido que la única posible
entrada de Ojeda al Lago Maracaibo ocurriría hipotéticamente en su segundo
viaje al golfo de Venezuela en 1502. Dice Amodio: “Sugiero que la entrada
verdadera al lago se realizó durante este segundo viaje, cuando navegó por nueve
días lago adentro… si en el primer viaje hubiera llegado por lo menos a la isla
de Toas, se hubiera percatado de que el agua se volvía dulce y, por ende, que
se trataba de un lago o de un grande río, como ya había sucedido a Colón en el
viaje al delta del Orinoco. Así que, en 1499, lo que fue “descubierto” por los
europeos no fue el lago de Maracaibo sino el golfo de Venezuela”.
De hecho, Ojeda sólo usa el nombre del lago o golfo “San
Bartolomé” en tres ocasiones: primero en la orden que da en 1502 a su socio
Juan de Vergara, para que fuera en busca de alimentos a Jamaica; segundo, al
enviar –ya impaciente- a Juan López a buscar a Vergara que tardaba en regresar;
y tercero, en una Instrucción dada a su sobrino Pedro Ojeda. En las tres
menciones correlaciona al lugar llamado por él “San Bartolomé” con el Cabo de
la Vela, como punto de referencia en caso de extravío de los navegantes a su
mando, a los cuales les instruye reunirse allí. Al sobrino, que debía ir en pos
del carabelón “Santana”, le dice Ojeda: “si no lo encuentra en cabo Codera ni
en puerto Flechado, donde me hirieron cierta gente, navegue hasta el lago de
San Bartolomé, donde tomamos las indias en el viaje de 1499”.
Las precarias referencias de localización usadas por
aquellos primeros invasores, se aferraban de cualquier accidente geográfico
notable y de los sucesos ocurridos en ellos, para armar la bitácora de regreso
y nuevos recorridos. Por eso Ojeda insiste en recordar esa playa del litoral donde
tuvieron la primera batalla en Tierra Firme con la población originaria, “Puerto
Flechado”, que la mayoría de los autores ubica cerca del actual Parque Nacional
Morrocoy; y asienta ese golfo de “San Bartolomé” en el lugar donde raptaron a
un grupo de muchachas, inaugurando la trata de personas, la violencia sexual
contra la mujer y la esclavitud femenina en nuestro continente. ¡Vaya postal, “descubridor”!
Evidentemente no se interesó Ojeda en “su lago de seda”
(como se ha vendido ridículamente en la poética colonizada) ni por la abundante
agua dulce y alimentos, ni por las rutas que como pista de navegación se le abrían
hacia tierras ricas en oro, maderas y demás frutos de la tierra. No. Apenas lo
consideró un lugar de paso, una referencia para no perderse en los mares que conducían
a su efímera y quimérica gobernación de Coquibacoa, y su fallida otra
gobernación de Urabá, que iba desde el Cabo de la Vela al golfo homónimo. ¿Por
qué “don Alonso” no incluyó al espectacular Lago en su invento de gobernación?
¿En qué quedó entonces el apego que el “descubridor” debía a su Lago, donde
hasta una ciudad bautizaron los dictadores del siglo XX con su nombre, para
cometer memoricidio sobre el genocidio de Paraute?
No me interesa indagar en la biografía de los
invasores. Me ocupa el proceso de dominación por el cual destruyeron a los
pueblos indígenas y sus culturas por sobre un océano de muertes injustas y
crueles, todo por saciar la avaricia infinita que se tradujo en acumulación
originaria de capital para abrir cauces al mundo capitalista. Me preocupa que
no hayamos sido capaces de independizarnos del yugo ideológico que representa
aun hoy día el pensamiento pro colonial dominante. El opio alienante que se nos
aparece hasta en la sopa.
Alonso de Ojeda no sólo fue un aventurero con mala
energía, que hizo trampas a sus compañeros de conquista para ganar privilegios
o algunos maravedíes más; fue un protagonista en el exterminio de los originarios
de Haití, República Dominicana y otras islas caribeñas. Él fue uno de esos
asesinos denunciados por los frailes Pedro de Córdova y Antonio Montesinos en
1511, que causaron la desaparición de la población autóctona en las Indias,
como llamaban al archipiélago taíno. Sus propios colegas lo reportaron como
agresor en varios juicios de residencia, sustanciando con sus testimonios el expediente
de un criminal que no conoció límites morales en su afán de poder. Su periplo
por las costas venezolanas, inauguró el derramamiento de nuestra sangre india,
y a partir de su presencia por estos lares, descubrimos las cadenas de la
esclavitud que oprimen por la espada y por la cruz.
Yldefonso
Finol
Cronista
de Maracaibo
24-08-2020
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