lunes, 24 de agosto de 2020

Alonso de Ojeda: ¿descubridor de qué?


 

24 de agosto de 1499: cómo Alonso de Ojeda se ha burlado de maracuchos y venezolanos por más de cinco siglos

 

La historia oficial creó el culto al colonialismo. Desde aquel viaje han pasado 521 años y aun sobrevive la imagen épica, idílica, religiosa y hasta poética del invasor Alonso de Ojeda, el que menos le prestó atención al estuario, y al que la historiografía oficial otorgó el pomposo título de “descubridor” de un lago cuya grandeza ni siquiera conoció.

La mayoría de los autores, cronistas e historiadores, se han embelesado construyendo una narrativa justificadora de la invasión y ensalzando la figura del conquistador con detalles biográficos cursis, plagados de falsedades, que maquillan de heroísmo lo que no fue otra cosa que bribonería y ambición bestial.

Nos impusieron los mitos alienantes del “descubrimiento” de nuestras tierras y la “fundación” de nuestras ciudades por parte del invasor, pero cabe preguntarse ¿quién descubrió España? ¿Fueron acaso los romanos que hasta le pusieron el nombre o los árabes que la ocuparon ocho siglos permitiendo la convivencia de religiones y sin destruirles sus culturas locales? Del “descubrimiento” de España y demás potencias imperiales no se habla. Eso es obra divina.

Al Lago lo descubrieron los ancestros arahuacos que aquí se asentaron miles de años antes de la invasión; los añú, originarios de la patria acuática llamada Maracaibo. También lo descubrieron los barí de tronco chibcha instalados en sus ríos y serranías muchos siglos antes que los europeos. Aún los yukpa y sapreyes caribes que llegaron con medio milenio de ventaja a los españoles, y los wayúu y caquetíos y cuicas que aquí venían a maravillarse.  

No se puede descubrir lo que está habitado, ni inventar lo que está creado, ni fundar lo que ya existe. Los términos que componen el glosario de la autoflagelación colonialista, son armas ideológicas para justificar el genocidio, el robo, la esclavitud, y perpetuar el predominio de la colonización espiritual de los pueblos vencidos por el invasor mercantilista.

Con este pronunciamiento quiero provocar un debate que cuestione la opresión colonial en todas sus formas y en todos los tiempos. No se trata sólo de discutir si Ojeda realmente entró o no al Lago Maracaibo –que muy probablemente no lo hizo- sino también de revisar las consecuencias fácticas de aquella incursión enemiga. No creo –ni aspiro- tener la verdad absoluta. Los que si creyeron –y creen- tenerla son los que nos impusieron desde los púlpitos, las escuelas, los estrados, que aquellos invasores extranjeros vinieron a “descubrirnos” y a “civilizarnos”; esos que establecieron como verdad incuestionable que Colón descubrió América y Ojeda al Lago Maracaibo.

Seguro tratarán de descalificar mi trabajo con argucias extraídas de las manoseadas versiones pro colonialistas, mil veces refritas por autores respetables y también por piratas y plagiarios, pero algo puedo sostener con sobrada convicción: si yo no pudiera llegar a demostrar fehacientemente que Alonso de Ojeda no estuvo en el Lago Maracaibo, mucho menos sus acólitos podrán confirmar lo que pretenden pétreamente cierto, pues, sobre esa presunta visita de seis o nueve días, no quedó ni la más mínima relación que describa ni someramente un paisaje imposible de soslayar.

    

El relato de ese viaje lo escribió el famoso italiano Américo Vespucio, y lo trazó en mapas el cántabro (o vizcaíno según distintas fuentes) Juan de la Cosa, avezado marinero y cartógrafo, que aportó su carabela Santa María en el Primer Viaje de Colón y que, en otra invasión con Ojeda murió flechado por los originarios arahuacos de Turbaco en 1510.

Esa primera expedición de Alonso de Ojeda salió del Puerto de Santa María más o menos el 18 de mayo de 1499 por la ruta del Tercer Viaje de Colón que llegó a Trinidad y Margarita, siguiendo por la costa rumbo oeste con algunas paradas en costa mansa y una bravía donde cayeron los primeros mártires de la resistencia indígena, hasta llegar a Curazao –que llamaron Isla de Gigantes- y el cabo de San Román en la península de Paraguaná (también llamada Curiana) y la Guajira, que confundieron con una isla, a la cual nombraban Coquibacoa.

Su arribo al Golfo de Venezuela se produce el 24 de agosto (referencia al día de San Bartolomé), y luego de un rápido recorrido rumbo noroeste hasta divisar el actual Cabo de la Vela, se van hacia la isla Española donde llegaron por el puerto de Yáquimo el 5 de septiembre de 1499. Como se puede ver con claridad por las fechas del recorrido, en ese primer viaje de Ojeda a “tierra firme”, no pareciera haberse dado alguna entrada al Lago Maracaibo.

Ojeda regresó a Sevilla a buscar un poder que le permitiera erigirse en señor de los territorios recién hallados. Recordemos que es la primera vez que se permiten expediciones fuera del monopolio de Cristóbal Colón, siempre que fuese en áreas no atribuidas a su (“descubrimiento”) jurisdicción. Con apoyo del clero castellano, Ojeda fue nombrado Gobernador de Coquibacoa (ese lugar que soñó para su reino en alguna playa de la alta Guajira) el 8 de junio de 1501, dedicándose algunos meses a organizar una expedición colonizadora con dos nuevos socios, Juan de Vergara y García de Ocampo. Salieron en enero de 1502 en cuatro embarcaciones. Llegaron al Cabo San Román y continuaron hacia una ensenada en la fachada noroccidental de la península Guajira, hoy perteneciente a Colombia (algunos autores la sitúan en Bahía Honda).

A la usanza de lo aprendido con Colón, construyeron un pequeño fuerte y lo bautizaron “Santa Cruz”, nombre del lugar que suelen destacar en esa historia oficial colonialista como el primer establecimiento español en Suramérica. Este viaje tuvo planes colonizadores. Pretendían instalarse en el territorio y poseerlo. La Corona española iniciaba con esta avanzada, su estrategia de posicionarse en los territorios recién invadidos, para prevenir que los tomasen otras monarquías europeas. Ese campamento (con ínfulas de ciudad para algunos cronistas pro coloniales) duró muy poco tiempo, por el escaso bastimento, las rencillas surgidas entre los colonos, y el acecho de los pueblos arahuacos molestos por la presencia de extraños en sus sitios sagrados.

Existen razones científicas para poner en duda la enquistada leyenda de que Alonso de Ojeda entró al Lago Maracaibo. En toda la documentación oficial que él mismo suministró al Reino de España para hacerse con la Gobernación de Coquibacoa, se trata a las penínsulas Guajira y Paraguaná como si fuesen islas. No aparece por ningún lado la descripción de una gran laguna, y más bien da la impresión que llaman San Bartolomé al golfo “con forma cuadrada” que se forma entre San Román y Coquibacoa.

La narración de Vespuci que dio origen al nombre Venezuela, no menciona en ningún momento al Lago: “Desde esta isla fuimos a otra isla vecina de aquella a diez leguas, y encontramos una grandísima población que tenía sus casas construidas en el mar como Venecia, con mucho arte; y maravillados de tal cosa, acordamos ir a verlas, y al llegar a sus casas, quisieron impedir que entrásemos en ellas. Probaron cómo cortaban las espadas y se conformaron con dejarnos entrar, y encontramos que tenían colmadas las casas con finísimo algodón, y las vigas de sus casas eran también de brasil, y les quitamos mucho algodón y brasil, volviendo luego a nuestros navíos. Habéis de saber que en todas partes donde saltamos a tierra, encontramos siempre gran cantidad de algodón, y los campos llenos de plantas de él, tanto que en esos lugares se podrían cargar cuantas carabelas y navíos hay en el mundo, con algodón y brasil”. (18 de julio de 1500, Sevilla. Carta dirigida a Lorenzo Pier Francesco de Medici, en Florencia)

Se sabe que el discurso de Américo Vespuci incurre en exageraciones fantásticas, pero informa con carácter de primicia en cuanto a descripción de lugares, habitantes, costumbres y paisajes (¿no es raro que haya dejado de decir algún dato sobre el Lago?); lo que ha llevado a considerar que las viviendas palafíticas mencionadas por él sin hacer alusión a haber entrado por el estrecho hacia el cuerpo de agua dulce, estarían localizadas en la costa oriental del golfo hacia las actuales poblaciones orilleras del municipio Miranda del estado Zulia. Porque algo si está claro, es que Vespucio no regresó con Ojeda en sus siguientes viajes, como si hizo La Cosa hasta morir.

Baralt, repitiendo lo que contaron los cronistas hispanos, no deja de impresionarnos al colocarle al verbo descubrir el inciso cuestionador “según parece”, que en jerga criolla connota al menos un ápice de duda: “descubrió según parece, el 24 de agosto, el puerto y lago de San Bartolomé que hoy llamamos laguna de Maracaibo. No se detuvo mucho tiempo en aquellos parajes; antes bien… reconoció la parte occidental del golfo, y doblado el cabo Coquibacoa, siguió a lo largo de la costa hasta el cabo de la Vela, término de esta navegación. El 30 de agosto dirigió el rumbo a la Española, y entró en el puerto de Jaquimo el 5 de septiembre de 1499”.

A juzgar por las explicaciones de Vespuci y lo que se desprende de los comentarios al mapa de La Cosa en la Suma de Geografía de Enciso, Ojeda no tuvo tiempo de descubrir que en medio de esas penínsulas que él creyó eran islas, se hallaba un lago de 14 mil kilómetros cuadrados con 132 ríos y caños alimentándolo todo el año de aguas dulces y cristalinas.

De regreso a España, entre 1500 y 1502, con la información recopilada en los dos viajes de Ojeda, Juan de la Cosa dibujó un mapamundi, en el cual, hacia la entrada del lago de Maracaibo, aparece por primera vez el nombre de Venezuela. El original de este mapa se encuentra en el Museo Naval de Madrid, y este Cronista lo vio en septiembre de 1996 cuando se acreditó como investigador de los Archivos Históricos de España. Una copia del mismo existe en mi biblioteca.

Nectario María, en “Mapas y planos de Maracaibo y su región”, cita aquella primera edición de 1519 del libro Suma de Geografía del Bachiller Martín Fernández de Enciso, donde se publica el mapa de Juan de la Cosa que hemos mencionado: “Del cabo de San Román al cabo Coquibacoa hay tres isleos en triángulo, entre estos dos cabos se hace un golfo de mar en figura cuadrada, y el cabo de Coquibacoa entra desde este golfo otro golfo pequeño en la tierra 4 leguas. Y al cabo del acerca de la tierra está una peña grande que es llana encima della. Y encima della está un lugar o casas de indios que se llama Veneciuela. Está en X grados. Entre este golfo de Veneciuela y el cabo de Coquibacoa haze una vuelta el agua dentro de la tierra a la parte del Oeste. Y en esta vuelta está Coquibacoa”.

La lectura mecánica de estos documentos generó los grandes enredos que persisten en el conocimiento de las verdades de aquello sucesos. Juan Besson –como otros tantos historiadores- parafrasea el relato contenido en las cartas de Américo Vespucio, y se apresura a magnificar esos seis días que Ojeda exploró el Golfo de Venezuela, ubicando erróneamente dentro del Lago Maracaibo, varios pasajes que corresponden al recorrido que la expedición hizo desde su arribo a las costas venezolanas por las desembocaduras del Esequivo y el Orinoco.

Algunos autores insinúan que Ojeda habiendo valorado la majestuosidad del Lago y sus potenciales riquezas, escondió esa información a la Corona para no tentar a otros navegantes a esquilmarle el hallazgo. Esta tesis parece poco verosímil a la luz de los hechos, puesto que habiendo tenido la oportunidad de retornar al Maracaibo en sus siguientes viajes, prefirió tomar la misma ruta de 1499 hacia la península Guajira y aún más al occidente, hasta ir a parar a los lados de la actual Cartagena y el Darién. Estas realidades consumadas y confirmadas históricamente, constituyen en sí mismas la mayor prueba del desconocimiento, o por lo menos de la subestimación, que hizo Ojeda del lago maracaibero. No puedo negar tajantemente que hubiese navegado alguna parte del estuario, tal vez lo hizo en la desembocadura del Macomite (río Limón) o la Bahía del Tablazo (tal vez ese “otro golfo pequeño en la tierra 4 leguas”, al decir de Vespucio), pero no he encontrado ningún documento que certifique que dicha entrada haya ocurrido al interior lacustre. Todo indica que pudo ser en el segundo viaje emprendido en enero de 1502 como flamante “gobernador de la isla de Coquibacoa”.

Tampoco sería desdeñable deducir que la resistencia multitudinaria opuesta en estas orillas por los originarios pobladores, les recordara el sangriento combate de Puerto Flechado, y prefiriera el Ojeda evitar nuevas bajas, toda vez que su tropa cabía en un barco casi sin bastimentos y agotada por la travesía. Esto último quedó confirmado por la presurosa vuelta hacia Santo Domingo, donde más de un lío enfrentó el conquense por las mañas de que se valió para conseguir provisiones y dinero.  

Nectario María, militantemente pro hispanista, exaltador de la figura de Ojeda y de su condición de “adelantado” (práctica similar a la del fraile Las Casas), se cuida sin embargo de anteponer una mínima duda razonable a la fecha del “descubrimiento” que él defiende a capa y espada: “apuntamos la particularidad de que probablemente el descubrimiento del pueblo de Veneciuela y el del lago de Maracaibo coincidiera en el mismo día, 24 de agosto”.

La palabra “probablemente” deja constancia que el religioso historiador no tenía la certeza nítida de que el avistamiento del pueblo de palafitos que Vespucio (aunque Nectario, para más engrandecer a Ojeda y a España, le minimiza protagonismo en la expedición) comparó con Venecia, ocurriese simultáneamente al encuentro del lago del mene; y por muy fantasiosas que hayan sido las cartas del mercader florentino, en sus líneas se lee por primera vez la referencia veneciana que luego plasmó en sus mapas Juan de la Cosa, y publicó Martín Fernández de Enciso casi veinte años después.  

Nectario coquetea con la posible etimología indígena de Veneciuela, pero hace ratos hemos descartado esa opción, que no por desear que el nombre de la patria fuese de un idioma originario, vamos a incurrir en la falsificación de los hechos. No existen en las lenguas nativas como el añún nukú, auténtica maracaibera, y las otras de tronco lingüístico arahuaco, ni el prefijo “vene” o “bene”, ni el sufijo “ciuela” o “zuela”. Por cierto, tampoco guarda relación la palabra “Coquibacoa” usada por Ojeda, con el Lago Maracaibo propiamente dicho; ella más parece indicar la península al oeste del Golfo venezolano.

En textos contemporáneos, redactados sin ánimos apologistas ni detractores del invasor, sino con plena vocación científica, como los aportados por el profesor Emanuele Amodio, coinciden en aspectos importantes de la tesis que aquí esbozamos, en el sentido que la única posible entrada de Ojeda al Lago Maracaibo ocurriría hipotéticamente en su segundo viaje al golfo de Venezuela en 1502. Dice Amodio: “Sugiero que la entrada verdadera al lago se realizó durante este segundo viaje, cuando navegó por nueve días lago adentro… si en el primer viaje hubiera llegado por lo menos a la isla de Toas, se hubiera percatado de que el agua se volvía dulce y, por ende, que se trataba de un lago o de un grande río, como ya había sucedido a Colón en el viaje al delta del Orinoco. Así que, en 1499, lo que fue “descubierto” por los europeos no fue el lago de Maracaibo sino el golfo de Venezuela”.

De hecho, Ojeda sólo usa el nombre del lago o golfo “San Bartolomé” en tres ocasiones: primero en la orden que da en 1502 a su socio Juan de Vergara, para que fuera en busca de alimentos a Jamaica; segundo, al enviar –ya impaciente- a Juan López a buscar a Vergara que tardaba en regresar; y tercero, en una Instrucción dada a su sobrino Pedro Ojeda. En las tres menciones correlaciona al lugar llamado por él “San Bartolomé” con el Cabo de la Vela, como punto de referencia en caso de extravío de los navegantes a su mando, a los cuales les instruye reunirse allí. Al sobrino, que debía ir en pos del carabelón “Santana”, le dice Ojeda: “si no lo encuentra en cabo Codera ni en puerto Flechado, donde me hirieron cierta gente, navegue hasta el lago de San Bartolomé, donde tomamos las indias en el viaje de 1499”.

Las precarias referencias de localización usadas por aquellos primeros invasores, se aferraban de cualquier accidente geográfico notable y de los sucesos ocurridos en ellos, para armar la bitácora de regreso y nuevos recorridos. Por eso Ojeda insiste en recordar esa playa del litoral donde tuvieron la primera batalla en Tierra Firme con la población originaria, “Puerto Flechado”, que la mayoría de los autores ubica cerca del actual Parque Nacional Morrocoy; y asienta ese golfo de “San Bartolomé” en el lugar donde raptaron a un grupo de muchachas, inaugurando la trata de personas, la violencia sexual contra la mujer y la esclavitud femenina en nuestro continente. ¡Vaya postal, “descubridor”!

Evidentemente no se interesó Ojeda en “su lago de seda” (como se ha vendido ridículamente en la poética colonizada) ni por la abundante agua dulce y alimentos, ni por las rutas que como pista de navegación se le abrían hacia tierras ricas en oro, maderas y demás frutos de la tierra. No. Apenas lo consideró un lugar de paso, una referencia para no perderse en los mares que conducían a su efímera y quimérica gobernación de Coquibacoa, y su fallida otra gobernación de Urabá, que iba desde el Cabo de la Vela al golfo homónimo. ¿Por qué “don Alonso” no incluyó al espectacular Lago en su invento de gobernación? ¿En qué quedó entonces el apego que el “descubridor” debía a su Lago, donde hasta una ciudad bautizaron los dictadores del siglo XX con su nombre, para cometer memoricidio sobre el genocidio de Paraute?  

No me interesa indagar en la biografía de los invasores. Me ocupa el proceso de dominación por el cual destruyeron a los pueblos indígenas y sus culturas por sobre un océano de muertes injustas y crueles, todo por saciar la avaricia infinita que se tradujo en acumulación originaria de capital para abrir cauces al mundo capitalista. Me preocupa que no hayamos sido capaces de independizarnos del yugo ideológico que representa aun hoy día el pensamiento pro colonial dominante. El opio alienante que se nos aparece hasta en la sopa.

Alonso de Ojeda no sólo fue un aventurero con mala energía, que hizo trampas a sus compañeros de conquista para ganar privilegios o algunos maravedíes más; fue un protagonista en el exterminio de los originarios de Haití, República Dominicana y otras islas caribeñas. Él fue uno de esos asesinos denunciados por los frailes Pedro de Córdova y Antonio Montesinos en 1511, que causaron la desaparición de la población autóctona en las Indias, como llamaban al archipiélago taíno. Sus propios colegas lo reportaron como agresor en varios juicios de residencia, sustanciando con sus testimonios el expediente de un criminal que no conoció límites morales en su afán de poder. Su periplo por las costas venezolanas, inauguró el derramamiento de nuestra sangre india, y a partir de su presencia por estos lares, descubrimos las cadenas de la esclavitud que oprimen por la espada y por la cruz.

 

Yldefonso Finol

Cronista de Maracaibo

24-08-2020

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