La
Batalla de Boyacá en el siglo XXI: Bolívar contra plagiarios y traidores
Introito
Canta Amaury Pérez en una triste canción: “Debe ser
triste negar a la familia, detestar los vecinos, los hermanos…”, y aunque se
está refiriendo a una muchacha desdichada que perdió su “frágil papalote”,
pareciera aludir a todo eso que hoy mencionan con el anglicismo “hater”.
Las gentes odiadoras (¡ay la mala gente!), víctimas de
sí mismos, de sus envidias, sus fantasmas, sus resentimientos, suelen arrastrar
a otras personas al espinal envenenado donde se revuelcan atormentados. Debe ser
triste para estos miserables de espíritu tener que plagiar a sus seres odiados,
tener que inventarse una épica y una heroicidad inexistentes. Debe ser muy
triste para los santanderistas saberse plagiarios de proezas ajenas para tratar
de convertir en héroe a un traidor. Algo más terrible aún, tener que vivir
creyéndose sus mentiras, y someterse permanentemente a la pesadilla de
conseguir por todas partes la gloriosa verdad del odiado venezolano que les
regaló una patria.
I
Ser un guerrero aguerrido y jefe de tropas, o ser un
organizado oficinista con labia leguleya, no bastan para ser genio militar,
líder revolucionario y estadista. Ni Páez ni Santander reunieron las virtudes
para ser considerados héroes. Los méritos que alcanzaron en tres lustros de
guerra, fueron enlodados por las miserias humanas en que incurrieron para
hacerse del poder. Traicionaron (desde las sombras) al Libertador, uno
execrándolo en su país natal, y el otro intentando asesinarlo; pero también
traicionaron el proyecto emancipador, entregándose a la megalomanía, el enriquecimiento
degradante, e instaurando gobiernos opresores del pueblo que ganó la
Independencia.
La victoria definitiva de las fuerzas patriotas sobre
el ejército español en Nueva Granada y Venezuela fue posible gracias a las
gestiones de Bolívar que hicieron posible la Expedición de los Cayos y la
Campaña de Guayana que dio vida a la Tercera República de Venezuela, cuyo Presidente
lleva la independencia a la Nueva Granada.
El 18 de Febrero de aquel glorioso 1819, El Libertador
había sido nombrado Presidente de la República de Venezuela, y ese mismo día
quedó aprobado en primera discusión su proyecto de Constitución. Tres días
antes, Bolívar expuso sus ideas fundamentales ante la representación nacional;
el Discurso de Angostura, como se le conoce a esta magnífica pieza oratoria, es
el resumen más condensado de la reflexión creadora del Libertador, donde están
contenidas las bases doctrinarias de la ideología que profesa el fundador de un
Mundo Nuevo en el “Nuevo Mundo”. Independencia y soberanía, república,
democracia, ciudadanía, igualdad social, abolición de la esclavitud, cultivo de
la moral pública, fomento de las virtudes humanas, educación pública: tales son
las categorías de la sociedad que propone construir con radiante originalidad.
Una especie de empate técnico entre las fuerzas que
pugnaban dentro del territorio venezolano, más un sinfín de entorpecimientos
que los localismos y celos de Mariño y Arismendi le opusieron a sus planes en
el Oriente, habendo comisionado al General Rafael Urdaneta para mediar, sumadas
a las trabas caudillistas de Páez, hacen que El Libertador Presidente conciba
un giro estratégico que cambiaría definitivamente la correlación a favor de su
campaña totalizante de liberación.
Militarmente Bolívar veía la ruta llanera por Apure,
Arauca y Casanare como pista para acercarse a Bogotá, aunque tuviesen que
saltar el Ande empinado para caerle de sorpresa a un enemigo más numeroso y
bien equipado. Sus instrucciones las comenzó a girar temprano. Siempre secretas
y sólo compartidas con sus oficiales de extrema confianza. Con mil fusiles,
municiones, pertrechos y hasta uniformes, dotó la que sería su vanguardia en la
operación que concebía secretamente. Ésta debía formarse a partir de guerrillas
que actuaban dispersas en Casanare, para lo cual, con mucho tacto por conocer ciertos
celos chauvinistas, designó al coronel cucuteño Francisco de Paula Santander,
previo ascenso a General de Brigada. Sin embargo, no le confió su plan.
Se trataba de un cambio sorpresivo del teatro de la
guerra. Fue así que comenzó a mover su ejército hacia el suroeste llanero,
mientras daba instrucciones secretas a algunos oficiales. En el hato de
Cañafístula afirmó su histórica decisión en carta del 20 de mayo a Santander,
en la cual le decía: “Para ejecutar una operación que medito sobre la Nueva
Granada, conviene que reúna todas sus fuerzas en el punto más cómodo y
favorable para entrar en el interior inmediatamente que reciba usted las
órdenes que le comunicaré, luego que haya formado el plan y coordinado los
movimientos entre ese cuerpo y los demás que deben cooperar a la empresa…me
limito a indicarle el movimiento para que se prepare y a encargarle con el
último encarecimiento el secreto, sin el cual nada podrá hacerse”.
Recordemos que Bolívar venía maquinando esa estrategia
desde hacía tiempo. Él conocía el territorio neogranadino desde que recorrió la
ruta del Magdalena desde Cartagena a Cúcuta en su célebre Campaña Admirable.
Luego de la caída de la Segunda República de Venezuela en 1814, volvió a servir
en el país vecino sometiendo la disidencia de Cundinamarca a solicitud del
gobierno replegado en Tunja.
De manera que cuando diseña el Paso de los Andes -salvando
el intrincado camino montañoso- tiene en su mente la imagen de un escenario
andado, un espacio cabalgado, un mapa sobre el cual su creativa genialidad ha
ido dibujando la secuencia de acontecimientos más tarde consumados con éxito.
En el Resumen de la Historia de Venezuela (Tomo I),
escrito a pocos años tras la muerte del Libertador, Rafael María Baralt ya
denuncia la intención de robarle a Bolívar las más sublimes páginas de su
epopeya: “El empeño insensato de atribuirse glorias ajenas ha hecho decir a
algunos hombres, ora que habían sugerido al Libertador el pensamiento de esta
operación, ora que ya en Casanare quería éste variar de plan y a ellos se debió
que siguiese el primitivo. Miserias todas de la vanidad…”. Valiente el
maracaibero al haberle dado esa bofetada con guante de seda al caudillo que
reinaba en Venezuela.
O acaso ¿quién trajo a Santander a este plan? ¿Quién
lo ascendió a general dándole la tarea específica de asumir la guerrilla que ya
existía en Casanare? ¿Quién decidió que esa fuerza sería la Vanguardia de la
magna operación pensada en el delirio de Casacoima? ¿Quién dotó –con la ayuda
diligente de Urdaneta- los mil fusiles y demás pertrechos para crear esa
División? ¿Quién dispuso el momento en que debía moverse al pie de monte para
desde allí emprender el tortuoso ascenso? ¿Quién ordenó a Santander absoluto
secreto desde las primeras órdenes? ¿Quién ordenó silencio absoluto a Santander
instruyéndole que los detalles se los informaría confidencialmente a través de
un oficial de suma confianza que –en el momento indicado- se los entregaría en
persona?
Y a Páez, ¿quién, a sabiendas de su renuencia de
sumarse a la aventura alejándose del “feudo” llanero, le ordenó hacer un avance
con sus tropas en dirección Cúcuta?
Bolívar puso a rodar el rumor que su ejército iría
hacia Nueva Granada por Cúcuta, pero su plan secreto era ir por Casanare,
escalar los Andes y saltar como cóndor sobre Bogotá. El Libertador ordena a
Páez moverse en dirección Cúcuta para “llamar la atención del enemigo, cortarle
sus comunicaciones con Venezuela, abrirlas conmigo y mandar partidas hacia
Mérida, tanto para aumentar nuestras fuerzas allí, como para observar los
movimientos del enemigo”. Le instruía al llanero que facilitara para las “tropas
de mi mando las frazadas, mantas y vestidos que puedan necesitar, pues su desnudez
no será fácil cubrirla” (otra prueba de la determinación de atravesar los
páramos). En vano le expuso las penurias que podían padecer sin auxilio en
alimentos y armas, porque Páez hizo caso omiso de su misión.
II
Entonces, ¿con qué leyendas estos dos grises
personajes se quieren plagiar la gloria?
Santander contrató cagatintas para que narraran una
versión de su “heroísmo”. Desplegó con saña una campaña internacional de
calumnias contra El Libertador. Él mismo predicó chismes ruines en Europa, que
autores interesados convirtieron en “historias” de Colombia e Hispanoamérica;
con apoyo del gobierno de Estados Unidos, para quienes trabajaba desde 1824
seducido por la Doctrina Monroe y las remesas en dólares, diseminó crónicas y
noticias manipuladas a través de su amanuense Lorenzo María Lleras, mismo que
en 1834 se encargó de expulsar de Bogotá a Manuela Sáenz. Este adicto a Santander acusaba a Bolívar de
estar “plagado de pensamientos comunes, puerilidades despreciables, y crímenes
atroces”, y encabezaba pasquines por encargo de su patrón con expresiones
propias del odio patológico que éste le contagió: “Nadie duda ya, ni en
Colombia ni en los países extranjeros, que el General Simón Bolívar es criminal”.
Eran los engendros de la red de espionaje desarrollada especialmente por el
Departamento de Estado con tipos como Tudor en Perú, Harrison en Bogotá y
Poinsset en México, para destruir la unidad y autodeterminación
latinoamericana.
Páez, por su parte, se dio el lujo de halagarse con
una fastuosa autobiografía, concebida -¿casualmente?- en su dorado exilio
neoyorquino.
¿En qué cabeza cabe que estos dos traidores
concibieran una sola idea de grandeza? El uno nunca consideró la lucha de
Ecuador y Perú como suya, por eso las saboteaba. El otro ni siquiera quiso ir a
luchar en el vecindario. Ninguno de los dos es autor de transformaciones
sociales significativas, ni nunca vieron más allá de sus narices y bolsillos.
Por cuenta de ambos, con visiones tan mezquinas y parroquiales, la
independencia habría sido retrogradada por las fuerzas realistas desde el
virreinato del Perú y las fortificadas islas caribeñas.
Solamente Bolívar junto a leales compañeros como Girardot,
Urdaneta, Sucre, Silva, Lara, Anzoátegui y Manuela Sáenz, tuvieron la grandeza
de mirar al continente como teatro de operaciones, en la convicción que la
presencia de cualquier reducto español constituía un peligro acechante, y que
sólo la libertad de todos haría viable la libertad de cada uno, y sólo la
unidad nos daría la fortaleza para ser invencibles y soberanos.
Sólo Bolívar encarnó el protagonismo colectivo con que
nuestros pueblos alcanzaron la gloria, traicionada por las castas políticas que
asaltaron el poder para hacerse siervos del nuevo imperialismo.
La autoría bolivariana de todas las campañas
emprendidas con su liderazgo quedó ampliamente registrada en sus obras
escritas, cartas, manifiestos y proclamas, particularmente ésta que culminó en
la Batalla de Boyacá asegurando la liberación de la Nueva Granada y su
incorporación efectiva a la República de Colombia fundada a orillas del Orinoco
en la ciudad de Angostura, hoy Ciudad Bolívar.
En esas aguas de la Patria Grande, proclamó el 15 de
agosto de 1818: “! Granadinos! El día de la América ha llegado, y ningún poder
humano puede retardar el curso de la naturaleza guiado por la mano de la
Providencia. Reunid vuestros esfuerzos a los de vuestros hermanos: Venezuela
conmigo marcha a libertaros, como vosotros conmigo en los años pasados
libertásteis a Venezuela. Ya nuestra vanguardia cubre con el brillo de sus
armas provincias de vuestro territorio, y esta misma vanguardia poderosamente
auxiliada, ahogará en los mares a los destructores de la Nueva Granada. El sol
no completará –aquí el pronóstico casi mágico- el curso de su actual período
sin ver en todo vuestro territorio altares a la libertad”.
Augusto Mijares valora que “la campaña del Libertador
en 1819 tiene la apariencia…de un salto prodigioso, análogo a los de César o
Napoleón cuando ascendían, y la victoria de Boyacá parece así mismo un golpe de
garra semejante a los de aquellos genios militares; pero su verdadero sentido,
lo más fascinante de ella, está en aquellos largos años de prueba, de sufrimiento
y de coraje que la precedieron. Y que son también los que identifican
plenamente a Bolívar con los soldados cuyas penalidades compartía. Que él no
era sino uno de ellos, y que él y ellos corrían arrebatados por un mismo
destino a realizar la independencia de América, es una convicción que repite
numerosísimas veces. Profundamente sumergido en lo colectivo, aquel Federico es
ante todo, y sólo quiere ser, un criollo americano”.
Daniel Florencio O’leary narra un pasaje en el que se
lee con diáfano diagnóstico la actitud que mantuvo El Libertador en toda la
travesía: “Un cúmulo de incidentes parecía acumularse para destruir las
esperanzas de Bolívar, que era el único a quien se veía firme, en medio de
contratiempos tales que el menor de ellos habría bastado para desanimar a un
corazón menos grande. Reanimaba las tropas con su presencia y con su ejemplo,
hablábales de la gloria que les esperaba y de la abundancia que reinaba en el
país que marchaban a libertar. Los soldados le oían con placer y redoblaban sus
esfuerzos”.
III
“¡Dios te bendiga, fantasma!”, le dijo una señora
humilde el 10 de agosto a las 5 de la tarde cuando Bolívar tomó tranquilamente
su Bogotá: “Yo estuve presente —escribió Pablo Carrasquilla— cuando llegó el
Libertador a palacio. Desmontó con agilidad y subió con rapidez la escalera. Su
memoria era felicísima, pues saludada con su nombre y apellido a todas las
personas que había conocido en 1814. Sus movimientos eran airosos y
desenfadados. Tenía la piel tostada por el sol de los llanos, la cabeza bien
modelada y poblada de cabellos negros, ensortijados. Los ojos negros,
penetrantes, y de una movilidad eléctrica. Sus preguntas y respuestas eran
rápidas, concisas, claras y lógicas. Se informaba sobre los pormenores del
suplicio del doctor Camilo Torres y el de don Manuel Bernardo Álvarez. De este
último dijo que él le había pronosticado, el año 14, que sería fusilado por los
españoles. Su inquietud y movilidad eran extraordinarias. Cuando hablaba o
preguntaba, cogía con las dos manos la solapa; cuando escuchaba a alguien,
cruzaba los brazos”.
¡Cuántos oportunistas se esmeraron en bañarse en esa
playa oceánica de gloria!
El General español Pablo Morillo, desde Caracas,
escribe al rey un pesimista balance: “El sedicioso Bolívar ha ocupado a Santa
Fe y el fatal éxito de esta batalla ha puesto a su disposición todo el reino y
los inmensos recursos de un país muy poblado, rico y abundante, de donde sacará
cuanto necesite para continuar la guerra en estas provincias, pues los
insurgentes, y menos este caudillo, no se detienen en fórmulas ni
consideraciones. Esta desgraciada acción entrega a los rebeldes, además del
Nuevo Reino de Granada, muchos puertos en el mar del Sur, donde se acogerán sus
piratas; Popayán, Quito, Pasto y todo el interior de este continente hasta el
Perú quedan a la merced del que domina a Santa Fe, a quien, al mismo tiempo, se
abren las casas de moneda, arsenales, fábricas de armas, talleres y cuanto poseía
el rey nuestro señor en el virreinato. Bolívar en un solo día acaba con el
fruto de cinco años de campaña, y en una sola batalla reconquista lo que las
tropas del rey ganaron en muchos combates”.
No fue “en un solo día”, señor conde de Cartagena, fue
por lo menos un año, desde que lo pensó y comenzó a concebir esta operación,
pasando el peligroso llano anegado y las cúspides gélidas, hasta vencer a los
necios que lo fastidiaban.
Yldefonso Finol
Economista e
historiador bolivariano
Cronista de Maracaibo
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