martes, 27 de julio de 2021

SATANÁS: EL FILME QUE DA LA CLAVE DEL MERCENARISMO COLOMBIANO

 

“Satanás”: el filme que da la clave sobre el mercenarismo colombiano

Introito

Hablemos de la oligarquía colombiana y del régimen que ésta impuso a sangre y fuego. Hablemos de la política de Estado que le lame las suelas a la bota yanqui mientras masacra y hambrea a su pueblo. Hablemos del fascismo en Colombia, el santanderismo: enemigo a muerte de Venezuela y de la unidad latinoamericana. Enemigo a muerte de su propio pueblo.

Pero también hablaremos de un pueblo colombiano digno y valiente que en todos los lenguajes de su anchurosa creatividad ha gritado sus esperanzas. Este pueblo hermano, el que blande la idea bolivariana de justicia e igualdad, pronto tiene que vencer.

I

La película

Se trata de una coproducción colombiana-mexicana basada en la novela “Satanás” de Mario Mendoza, que a su vez narra episodios terribles de una sociedad descompuesta, donde el 4 de diciembre de 1986, Campo Elías Delgado asesinó a veintinueve personas, veinte de ellas en el restaurante Pozzetto. Los hechos ocurrieron en Bogotá.

Dirigida por Andrés Baiz y con Rodrigo Guerrero como Productor, este impactante filme se pasea por un trío de vidas paralelas que consiguen su fatal intersección en Eliseo, el “Satanás” protagonizado por el actor mexicano Damián Alcázar.

Eliseo vive solo con madre, da clases de inglés a una señorita. Aparenta pulcritud y formalidad. Va a la biblioteca. Juega ajedrez. Se torna impaciente. Es muy insolidario. Ensimismado. Flagelante. Hostil. Iracundo y nostálgico. Desea “limpiar” la ciudad de mendigos y “pobres”. Odia a su madre. La maltrata. No bebe, pero si va con prostitutas...

El ambiente siempre tenso, se mueve a escenas lúgubres, donde reinan las transgresiones, la anomia, con personajes despreciables.

Al momento de decidirse a cometer la masacre, llama al sacerdote –otro facha como él-, pero no es atendido; se mira en el espejo-reflejo de un viejo retrato: “llegó el fin del mundo padre”...mientras miraba su foto con el uniforme militar, posando fusil en mano. Un detalle marcador del desenlace fatal de la trama que conjuga confesión y convencimiento de su destino.

Su fijación con la niña a quien enseña inglés –símbolo de la decencia- lo lleva a iniciar la masacre en ese hogar que envidia patológicamente. Está entrenado para matar con técnicas especializadas. El cuchillo sustituye al falo en la complacencia de un ser desquiciado por la guerra y la realidad social donde padece sus complejos y desprecios.

Asesinando a la madre se siente aliviado. El fuego será su aliado para “limpiar” traumas. En la escena final el filme vuelve a una mujer que mató a sus hijos para reiterar la paradoja religiosa que envuelve toda la trama. La humanidad apocalíptica, misma que queda ensangrentada en el elegante restaurant con música de piano apagada por el estruendo de los disparos.

La clave de esta historia: Eliseo estuvo al servicio del ejército de Estados Unidos en la guerra de Vietnam.

II

¿Qué hace un joven colombiano de Chinácota o Riohacha sirviendo a los gringos en sus matanzas por el mundo?

El asesinato del Presidente de Haití por un comando mercenario colombiano me hizo recordar la película comentada en las líneas precedentes. Antes en los noventa se hablaba que Colombia aspiraba ser en nuestra región lo que Israel en Medio Oriente. Ya lo es, al menos como factor perturbador, belicoso, asesino, guerrerista, traidor.

El dinero que financia este proyecto destructor viene del narcotráfico colombo-estadounidense, con México y parte de Centroamérica como bisagras de un negocio redondo que de vuelta trae armas, explota flujos migratorios, y (des) controla la política.

A la cocaína como principal producto de exportación colombiano, hay que agregarle ahora los mercenarios. Para eso arruinaron al campesinado cafetalero y papero con el TLC.

El Presidente de México López Obrador invoca las ideas de Bolívar sobre la unidad de nuestras naciones, sin tutelas imperialistas, y salta el borrego –o el cerdito- de Uribe a defender el panamericanismo monroísta. Es el mismo ignorante Iván Duque que agradeció en Cartagena al jefe de la CIA disfrazado de canciller, Pompeo, que los “padres fundadores” de Gringolandia nos dieron la Independencia.

Es que el uribismo es la fase superior del santanderismo.

El santanderismo es un apéndice de la Doctrina Monroe, que convirtió a Colombia en enclave neocolonial servil de Estados Unidos y aparato terrorista de Estado contra su pueblo y los países vecinos. Por eso bombardearon Ecuador. Por eso organizan incursiones paramilitares y mercenarias tipo “Gedeon” contra la República Bolivariana de Venezuela.

Ahora Duque, el títere de turno, se inventa unos “atentados” en Cúcuta, una ciudad totalmente controlada por ellos; pide a su amo yanqui declarar a Venezuela “patrocinador del terrorismo”, y ordena mover catorce mil efectivos militares en esa frontera. ¿A qué juega este grandísimo desgraciado?

El santanderismo (que no se refiere al gentilicio santandereano), es más que un pensamiento político: es una cultura societaria. Es negar la paz en un referéndum. Es el ESMAD reprimiendo bestialmente a la juventud colombiana que indignada reclama sus derechos conculcados por el régimen oligárquico-imperialista. Es el racismo anti indígena que la fuerza pública descarga en Cali y el Cauca. Es el neo-esclavismo que condena a los afros del Valle del Cauca y el Chocó.

El santanderismo es la sub-doctrina que pretende convertir a esa juventud en “Eliseos”. Que no sueñen, ni canten libertades. Que sean sicarios como los de Pablo Escobar, que sean “Popeyes”, para asesinar a la Colombia buena de Gaitán, Pardo Leal, Jaramillo Ossas, Galán.

El santanderismo del siglo XIX quiso matar a Bolívar; mataron a Sucre, y los matones fueron premiados llegando a dirigir los destinos de aquella patria que libertaron los héroes bolivarianos; zánganos como Lorenzo María Lleras -el que expulsó a Manuela Sáenz de Nueva Granada y entregó territorios al Brasil- y megalómanos como el realista José María Obando, infiltrado en filas republicanas en 1822, que nunca lucharon por la independencia de Colombia, pero si la usufructuaron y mancillaron.

Ese santanderismo envió muchachos colombianos a las guerras de Corea, Vietnam, Afganistán, Libia, para congraciarse con su amo imperialista. Sólo la sumisión les calma la sed de muerte, para que transcurra sereno el enriquecimiento voraz de la burguesía. Desprecian a los “pobres” igual que Eliseo el “Satanás”, y si se asoman a mostrar siquiera su existencia, se les “limpiará” a plomazos como en el filme.

III

Conclusión

El pueblo de Colombia que se ha manifestado masivamente contra esa afrenta a la humanidad que es el uribismo, tiene toda nuestra admiración y solidaridad.

La República Bolivariana de Venezuela está obligada a mantenerse en vigilia de las acciones criminales que el gobierno enemigo de Colombia ejecuta por órdenes gringas para desestabilizarnos. El fin último de esas agresiones es destruir el Estado-Nación para repartírselo a pedazos. Parte de la campaña es el linchamiento de la venezolanidad que han intentado con la transnacional mediática antibolivariana. No lo han logrado ni lo lograrán. En los pueblos emancipados por El Libertador Simón Bolívar hay reservas morales que siempre fructifican.

La Revolución Bolivariana no se dejará amedrentar (ni provocar) por los matones santanderistas; pero eso sí “Satanás”, si te pasáis de la raya, te consumiréis en tus propias cenizas.

 

Yldefonso Finol

Historiador Bolivariano

miércoles, 7 de julio de 2021

apoyo a la Ley de protección de la gaita

 

Felicitación muy especial al CLEZ, a su Presidenta Ángela Fernández y su vicepresidente, y a toda la legislatura, por la aprobación de la Ley para la Promoción Educativa y Comunicacional de la Gaita

 

La defensa de la Gaita es la defensa del Zulia y de nuestra cultura popular

La gaita es hechura raigal del pueblo en sus luchas y alegrías. Es indígena, afro y mestiza. Es canto y danza insurgente. Es poesía sublime y protesta airada.

No pertenece a las cúpulas religiosas o políticas. La gaita nació en el lamento del añú originario que tiene en el arein el impulso vital por la creación musical y poética. Nació del sudor de la africanidad traída a la fuerza que se sembró en nuestros genes con sus tambores y armonías. Nació también del criollo hispanizado que en la mezcla de artes aportó las guitarrillas y los cantes hondos venidos del Al Andaluz.

Cuando la sociedad colonial sólo permitía en sus rituales a los señores opresores y el latín y los cantos gregorianos dominaban las ceremonias; en las orillas palafiteras, los plantíos, talleres y barracones, fue cuajando esa expresión ancestral que nos da personalidad colectiva: nuestra gaita maracaibera, zuliana, venezolana.

Un Pueblo es un grupo humano con rasgos específicos. A la familia la define lo consanguíneo, al Pueblo lo cultural. Un Pueblo es una familia cultural. Uno pertenece. Se siente y es parte de un colectivo. Uno asume la identidad del grupo. Se agrega a él. Se congrega en sus valoraciones y sentires. A pesar de las particularidades individuales, de la diversidad y contradicciones de lo social.

El Pueblo hace la Nación. Porque generalmente los Pueblos están ubicados geográficamente en espacios determinados por procesos históricos. El Zulia constituye sin lugar a dudas un Pueblo con particulares especificidades.

No se trata de un asunto de sangre. Eso quedó claro. Porque si alguna región del país se mezcló con todas las sangres del universo fue ésta; región receptora de las más disímiles inmigraciones durante siglos ya de amalgamarnos. Se trata sí, de razones y emociones que nos hacen compartir un gentilicio. Códigos propios originales, marcas idiomáticas, estigmas, incluso, que nos dibujan.

Desde hace tiempo vengo hablando de la preexistencia de una Región del Lago de Maracaibo, en todos los sentidos. Nuestros historiadores han visualizado ese proceso sociohistórico. Pero somos, indudablemente, una región natural. La creación quiso que así fuera. Esa masa inmensa de agua en medio del pecho no puede ser sólo un adorno. Es, fundamentalmente, una razón para ser. Un vientre moldeador. Un orfebre de espíritus.

El Lago, delimitado por las serranías que lo circundan, con sus planicies orgánicas, ese Lago tan cacareado y traicionado por todos nosotros, es nuestra génesis como Pueblo. Él mismo con sus cientos de arterias de aguas dulces, constituye una región económica desde tiempos ancestrales.

La cultura que es el desborde del alma y la mente de todo aquello con que la creación nos tienta a ser humanos, nos hace Pueblo, diverso y único. Definitivamente único.

No se conoce sobre la tierra, por ejemplo, tanta música, tanta canción, hecha para una virgen. La Chiquinquirá provoca en la musa zuliana una hiperactividad recurrente, una entrega sublime de cantos populares que anualmente se traduce en decenas de creaciones llenas de un íntimo fervor donde el creyente dialoga coloquialmente con su Santa Patrona. Y allí los sincretismos venidos del mestizaje que somos. La “Chinita”, “Reina Morena, “Virgen Indiana”, es la madre indígena de nuestras soledades, es la divina mujer ancestral de nuestras raíces. Seno raigal que por más de cien años inspira gaitas y gaitas y más gaitas.

He allí la unidad motora del ser colectivo. La voz de la piel. El arranque de la madera y los cueros. Los elementales elementos de la posesión de las neuronas. La música, el arte más animal, más corpóreo, más humano. Por ella somos Pueblo. Por el encuentro de la danza ritualista de las maracas con el palpitar de la flora y la fauna hechas tambor entre la seducción del marullo y el tormento de las cadenas invasoras. La gaita es insurrección por atropellos históricos pendientes. Ella sola es un llamado de justicia. La gaita anda por los rincones entre las telarañas, los escombros, las sombras que en nada pueden con el sol. Ella es el sol. La patria chica zuliana, la Región del Lago Maracaibo, que en el idioma originario es Tinaja del Sol. En ella somos humanos. Nos separa del otro animal el acto de creación. La vida como inmenso y eterno acto de crear. Somos como ella. Tal como el Lago y el sol nos han hecho. Cálidos y húmedos. Como un vientre cargado.

Hay un Pueblo zuliano, ese que vive pegado a esta agua, cerros y planicies. Pegado de espíritu. El que cuando el año empieza a desvanecerse, conjura el nacimiento de lo nuevo con sonidos afectos. Música, única y exclusiva. Regional para lo universal. La Gaita, nuestra carta de identidad.

 

La gaita es la creación artística más perfecta del pueblo zuliano. En sus notas orilleras y contagioso ritmo nos hacemos cultura, original y única.

La gaita es nuestro mayor tesoro espiritual, ella amalgama nuestras raíces ancestrales con la melódica andaluza y la percusión africana. Es el sincretismo poético-musical que emerge de la paradoja invasión-resistencia; es la hija mestiza del proceso histórico que nos trajo a esta mixtura multiétnica que somos.

Tenemos razones para sentir orgullo profundo por el gentilicio que creó la gaita, como debemos amar fraternalmente a quienes riegan y cultivan con su arte nuestra insignia musical en el mundo.

La gaita es nuestro lenguaje almático; a través de ella ponemos todos los sentidos en función de un mensaje placentero al cuerpo y al espíritu. Por eso debemos proteger a esta criatura sagrada como a la existencia misma. Sin ella ya no seríamos pueblo.


Protegerla significa apartarla de la mediocridad y aportar a su desarrollo integral, conservándola, enseñándola y difundiéndola. Nuestras escuelas, liceos y universidades deben establecer cátedras gaiteras para que las nuevas generaciones aprendan la ejecución y la historia de nuestro género musical por excelencia.

Las instituciones y medios de comunicación deben comprometerse con esta tarea patria y darle espacio privilegiado todo el año al talento de hoy y de siempre.

Deben multiplicarse los certámenes de calidad gaitera, premiando moral y materialmente a los cultores en todas sus expresiones, sean compositores, intérpretes, instrumentistas o promotores. Festivales para (y con) el pueblo. No para la farándula y la elite.
Un área de sensible importancia es la fabricación de instrumentos. Sin lutieres gaiteros no habría gaita. La fabricación de instrumentos como la elaboración de artesanías con motivos gaiteros deben ser industrias protegidas por el pueblo y las instituciones. Cada vez que perdemos un José Ramón Hernández o un Eliseo Ordóñez muere una parte vital de nuestra cultura. Pensar que aún no les ha sido reconocido su inmensurable aporte.
Hay que valorar como joyas vivientes a las nuevas generaciones de lutieres, compositores y gaiteros en general, así como a quienes cultivan nuestros otros géneros como el bambuco playero, la danza, la contradanza y el vals zuliano.

Ya basta de ofender nuestra cultura pagando millonadas en dólares a artistas foráneos mientras regatean limosnas a los nuestros. Como grey digna y orgullosa tenemos que rechazar estos atropellos que esconden extraños intereses.

Nos resteamos con la gaita, madre, hija y hermana de nuestras penas y alegrías.
La gaita es nuestra vida. Paguémosle con respeto y entrega amorosa.

 

Yldefonso Finol

Movimiento de intelectuales bolivarianos

7 de julio de 2021