“Satanás”:
el filme que da la clave sobre el mercenarismo colombiano
Introito
Hablemos de la oligarquía colombiana y del régimen que
ésta impuso a sangre y fuego. Hablemos de la política de Estado que le lame las
suelas a la bota yanqui mientras masacra y hambrea a su pueblo. Hablemos del
fascismo en Colombia, el santanderismo: enemigo a muerte de Venezuela y de la
unidad latinoamericana. Enemigo a muerte de su propio pueblo.
Pero también hablaremos de un pueblo colombiano digno
y valiente que en todos los lenguajes de su anchurosa creatividad ha gritado
sus esperanzas. Este pueblo hermano, el que blande la idea bolivariana de
justicia e igualdad, pronto tiene que vencer.
I
La película
Se trata de una coproducción colombiana-mexicana basada
en la novela “Satanás” de Mario Mendoza, que a su vez narra episodios terribles
de una sociedad descompuesta, donde el 4 de diciembre de 1986, Campo Elías
Delgado asesinó a veintinueve personas, veinte de ellas en el restaurante
Pozzetto. Los hechos ocurrieron en Bogotá.
Dirigida por Andrés Baiz y con Rodrigo Guerrero como
Productor, este impactante filme se pasea por un trío de vidas paralelas que
consiguen su fatal intersección en Eliseo, el “Satanás” protagonizado por el
actor mexicano Damián Alcázar.
Eliseo vive solo con madre, da clases de inglés a una
señorita. Aparenta pulcritud y formalidad. Va a la biblioteca. Juega ajedrez. Se
torna impaciente. Es muy insolidario. Ensimismado. Flagelante. Hostil. Iracundo
y nostálgico. Desea “limpiar” la ciudad de mendigos y “pobres”. Odia a su
madre. La maltrata. No bebe, pero si va con prostitutas...
El ambiente siempre tenso, se mueve a escenas lúgubres,
donde reinan las transgresiones, la anomia, con personajes despreciables.
Al momento de decidirse a cometer la masacre, llama al
sacerdote –otro facha como él-, pero no es atendido; se mira en el
espejo-reflejo de un viejo retrato: “llegó el fin del mundo padre”...mientras
miraba su foto con el uniforme militar, posando fusil en mano. Un detalle
marcador del desenlace fatal de la trama que conjuga confesión y convencimiento
de su destino.
Su fijación con la niña a quien enseña inglés –símbolo
de la decencia- lo lleva a iniciar la masacre en ese hogar que envidia patológicamente.
Está entrenado para matar con técnicas especializadas. El cuchillo sustituye al
falo en la complacencia de un ser desquiciado por la guerra y la realidad
social donde padece sus complejos y desprecios.
Asesinando a la madre se siente aliviado. El fuego
será su aliado para “limpiar” traumas. En la escena final el filme vuelve a una
mujer que mató a sus hijos para reiterar la paradoja religiosa que envuelve
toda la trama. La humanidad apocalíptica, misma que queda ensangrentada en el
elegante restaurant con música de piano apagada por el estruendo de los
disparos.
La clave de esta historia: Eliseo estuvo al servicio
del ejército de Estados Unidos en la guerra de Vietnam.
II
¿Qué hace un joven colombiano de Chinácota o Riohacha
sirviendo a los gringos en sus matanzas por el mundo?
El asesinato del Presidente de Haití por un comando
mercenario colombiano me hizo recordar la película comentada en las líneas
precedentes. Antes en los noventa se hablaba que Colombia aspiraba ser en
nuestra región lo que Israel en Medio Oriente. Ya lo es, al menos como factor
perturbador, belicoso, asesino, guerrerista, traidor.
El dinero que financia este proyecto destructor viene
del narcotráfico colombo-estadounidense, con México y parte de Centroamérica
como bisagras de un negocio redondo que de vuelta trae armas, explota flujos
migratorios, y (des) controla la política.
A la cocaína como principal producto de exportación
colombiano, hay que agregarle ahora los mercenarios. Para eso arruinaron al
campesinado cafetalero y papero con el TLC.
El Presidente de México López Obrador invoca las ideas
de Bolívar sobre la unidad de nuestras naciones, sin tutelas imperialistas, y
salta el borrego –o el cerdito- de Uribe a defender el panamericanismo
monroísta. Es el mismo ignorante Iván Duque que agradeció en Cartagena al jefe
de la CIA disfrazado de canciller, Pompeo, que los “padres fundadores” de Gringolandia
nos dieron la Independencia.
Es que el uribismo es la fase superior del
santanderismo.
El santanderismo es un apéndice de la Doctrina Monroe,
que convirtió a Colombia en enclave neocolonial servil de Estados Unidos y
aparato terrorista de Estado contra su pueblo y los países vecinos. Por eso
bombardearon Ecuador. Por eso organizan incursiones paramilitares y mercenarias
tipo “Gedeon” contra la República Bolivariana de Venezuela.
Ahora Duque, el títere de turno, se inventa unos “atentados”
en Cúcuta, una ciudad totalmente controlada por ellos; pide a su amo yanqui
declarar a Venezuela “patrocinador del terrorismo”, y ordena mover catorce mil
efectivos militares en esa frontera. ¿A qué juega este grandísimo desgraciado?
El santanderismo (que no se refiere al gentilicio
santandereano), es más que un pensamiento político: es una cultura societaria. Es
negar la paz en un referéndum. Es el ESMAD reprimiendo bestialmente a la
juventud colombiana que indignada reclama sus derechos conculcados por el
régimen oligárquico-imperialista. Es el racismo anti indígena que la fuerza
pública descarga en Cali y el Cauca. Es el neo-esclavismo que condena a los
afros del Valle del Cauca y el Chocó.
El santanderismo es la sub-doctrina que pretende
convertir a esa juventud en “Eliseos”. Que no sueñen, ni canten libertades. Que
sean sicarios como los de Pablo Escobar, que sean “Popeyes”, para asesinar a la
Colombia buena de Gaitán, Pardo Leal, Jaramillo Ossas, Galán.
El santanderismo del siglo XIX quiso matar a Bolívar;
mataron a Sucre, y los matones fueron premiados llegando a dirigir los destinos
de aquella patria que libertaron los héroes bolivarianos; zánganos como Lorenzo
María Lleras -el que expulsó a Manuela Sáenz de Nueva Granada y entregó
territorios al Brasil- y megalómanos como el realista José María Obando,
infiltrado en filas republicanas en 1822, que nunca lucharon por la
independencia de Colombia, pero si la usufructuaron y mancillaron.
Ese santanderismo envió muchachos colombianos a las
guerras de Corea, Vietnam, Afganistán, Libia, para congraciarse con su amo
imperialista. Sólo la sumisión les calma la sed de muerte, para que transcurra
sereno el enriquecimiento voraz de la burguesía. Desprecian a los “pobres”
igual que Eliseo el “Satanás”, y si se asoman a mostrar siquiera su existencia,
se les “limpiará” a plomazos como en el filme.
III
Conclusión
El pueblo de Colombia que se ha manifestado
masivamente contra esa afrenta a la humanidad que es el uribismo, tiene toda
nuestra admiración y solidaridad.
La República Bolivariana de Venezuela está obligada a
mantenerse en vigilia de las acciones criminales que el gobierno enemigo de
Colombia ejecuta por órdenes gringas para desestabilizarnos. El fin último de
esas agresiones es destruir el Estado-Nación para repartírselo a pedazos. Parte
de la campaña es el linchamiento de la venezolanidad que han intentado con la
transnacional mediática antibolivariana. No lo han logrado ni lo lograrán. En los
pueblos emancipados por El Libertador Simón Bolívar hay reservas morales que
siempre fructifican.
La Revolución Bolivariana no se dejará amedrentar (ni
provocar) por los matones santanderistas; pero eso sí “Satanás”, si te pasáis
de la raya, te consumiréis en tus propias cenizas.
Yldefonso
Finol
Historiador
Bolivariano
Tremenda "fotografía", de la decadencia de la oligarquía colombiana. Hay que estar despiertos, conscientes, alertas, con esta Amenaza tan presente.
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