miércoles, 7 de julio de 2021

apoyo a la Ley de protección de la gaita

 

Felicitación muy especial al CLEZ, a su Presidenta Ángela Fernández y su vicepresidente, y a toda la legislatura, por la aprobación de la Ley para la Promoción Educativa y Comunicacional de la Gaita

 

La defensa de la Gaita es la defensa del Zulia y de nuestra cultura popular

La gaita es hechura raigal del pueblo en sus luchas y alegrías. Es indígena, afro y mestiza. Es canto y danza insurgente. Es poesía sublime y protesta airada.

No pertenece a las cúpulas religiosas o políticas. La gaita nació en el lamento del añú originario que tiene en el arein el impulso vital por la creación musical y poética. Nació del sudor de la africanidad traída a la fuerza que se sembró en nuestros genes con sus tambores y armonías. Nació también del criollo hispanizado que en la mezcla de artes aportó las guitarrillas y los cantes hondos venidos del Al Andaluz.

Cuando la sociedad colonial sólo permitía en sus rituales a los señores opresores y el latín y los cantos gregorianos dominaban las ceremonias; en las orillas palafiteras, los plantíos, talleres y barracones, fue cuajando esa expresión ancestral que nos da personalidad colectiva: nuestra gaita maracaibera, zuliana, venezolana.

Un Pueblo es un grupo humano con rasgos específicos. A la familia la define lo consanguíneo, al Pueblo lo cultural. Un Pueblo es una familia cultural. Uno pertenece. Se siente y es parte de un colectivo. Uno asume la identidad del grupo. Se agrega a él. Se congrega en sus valoraciones y sentires. A pesar de las particularidades individuales, de la diversidad y contradicciones de lo social.

El Pueblo hace la Nación. Porque generalmente los Pueblos están ubicados geográficamente en espacios determinados por procesos históricos. El Zulia constituye sin lugar a dudas un Pueblo con particulares especificidades.

No se trata de un asunto de sangre. Eso quedó claro. Porque si alguna región del país se mezcló con todas las sangres del universo fue ésta; región receptora de las más disímiles inmigraciones durante siglos ya de amalgamarnos. Se trata sí, de razones y emociones que nos hacen compartir un gentilicio. Códigos propios originales, marcas idiomáticas, estigmas, incluso, que nos dibujan.

Desde hace tiempo vengo hablando de la preexistencia de una Región del Lago de Maracaibo, en todos los sentidos. Nuestros historiadores han visualizado ese proceso sociohistórico. Pero somos, indudablemente, una región natural. La creación quiso que así fuera. Esa masa inmensa de agua en medio del pecho no puede ser sólo un adorno. Es, fundamentalmente, una razón para ser. Un vientre moldeador. Un orfebre de espíritus.

El Lago, delimitado por las serranías que lo circundan, con sus planicies orgánicas, ese Lago tan cacareado y traicionado por todos nosotros, es nuestra génesis como Pueblo. Él mismo con sus cientos de arterias de aguas dulces, constituye una región económica desde tiempos ancestrales.

La cultura que es el desborde del alma y la mente de todo aquello con que la creación nos tienta a ser humanos, nos hace Pueblo, diverso y único. Definitivamente único.

No se conoce sobre la tierra, por ejemplo, tanta música, tanta canción, hecha para una virgen. La Chiquinquirá provoca en la musa zuliana una hiperactividad recurrente, una entrega sublime de cantos populares que anualmente se traduce en decenas de creaciones llenas de un íntimo fervor donde el creyente dialoga coloquialmente con su Santa Patrona. Y allí los sincretismos venidos del mestizaje que somos. La “Chinita”, “Reina Morena, “Virgen Indiana”, es la madre indígena de nuestras soledades, es la divina mujer ancestral de nuestras raíces. Seno raigal que por más de cien años inspira gaitas y gaitas y más gaitas.

He allí la unidad motora del ser colectivo. La voz de la piel. El arranque de la madera y los cueros. Los elementales elementos de la posesión de las neuronas. La música, el arte más animal, más corpóreo, más humano. Por ella somos Pueblo. Por el encuentro de la danza ritualista de las maracas con el palpitar de la flora y la fauna hechas tambor entre la seducción del marullo y el tormento de las cadenas invasoras. La gaita es insurrección por atropellos históricos pendientes. Ella sola es un llamado de justicia. La gaita anda por los rincones entre las telarañas, los escombros, las sombras que en nada pueden con el sol. Ella es el sol. La patria chica zuliana, la Región del Lago Maracaibo, que en el idioma originario es Tinaja del Sol. En ella somos humanos. Nos separa del otro animal el acto de creación. La vida como inmenso y eterno acto de crear. Somos como ella. Tal como el Lago y el sol nos han hecho. Cálidos y húmedos. Como un vientre cargado.

Hay un Pueblo zuliano, ese que vive pegado a esta agua, cerros y planicies. Pegado de espíritu. El que cuando el año empieza a desvanecerse, conjura el nacimiento de lo nuevo con sonidos afectos. Música, única y exclusiva. Regional para lo universal. La Gaita, nuestra carta de identidad.

 

La gaita es la creación artística más perfecta del pueblo zuliano. En sus notas orilleras y contagioso ritmo nos hacemos cultura, original y única.

La gaita es nuestro mayor tesoro espiritual, ella amalgama nuestras raíces ancestrales con la melódica andaluza y la percusión africana. Es el sincretismo poético-musical que emerge de la paradoja invasión-resistencia; es la hija mestiza del proceso histórico que nos trajo a esta mixtura multiétnica que somos.

Tenemos razones para sentir orgullo profundo por el gentilicio que creó la gaita, como debemos amar fraternalmente a quienes riegan y cultivan con su arte nuestra insignia musical en el mundo.

La gaita es nuestro lenguaje almático; a través de ella ponemos todos los sentidos en función de un mensaje placentero al cuerpo y al espíritu. Por eso debemos proteger a esta criatura sagrada como a la existencia misma. Sin ella ya no seríamos pueblo.


Protegerla significa apartarla de la mediocridad y aportar a su desarrollo integral, conservándola, enseñándola y difundiéndola. Nuestras escuelas, liceos y universidades deben establecer cátedras gaiteras para que las nuevas generaciones aprendan la ejecución y la historia de nuestro género musical por excelencia.

Las instituciones y medios de comunicación deben comprometerse con esta tarea patria y darle espacio privilegiado todo el año al talento de hoy y de siempre.

Deben multiplicarse los certámenes de calidad gaitera, premiando moral y materialmente a los cultores en todas sus expresiones, sean compositores, intérpretes, instrumentistas o promotores. Festivales para (y con) el pueblo. No para la farándula y la elite.
Un área de sensible importancia es la fabricación de instrumentos. Sin lutieres gaiteros no habría gaita. La fabricación de instrumentos como la elaboración de artesanías con motivos gaiteros deben ser industrias protegidas por el pueblo y las instituciones. Cada vez que perdemos un José Ramón Hernández o un Eliseo Ordóñez muere una parte vital de nuestra cultura. Pensar que aún no les ha sido reconocido su inmensurable aporte.
Hay que valorar como joyas vivientes a las nuevas generaciones de lutieres, compositores y gaiteros en general, así como a quienes cultivan nuestros otros géneros como el bambuco playero, la danza, la contradanza y el vals zuliano.

Ya basta de ofender nuestra cultura pagando millonadas en dólares a artistas foráneos mientras regatean limosnas a los nuestros. Como grey digna y orgullosa tenemos que rechazar estos atropellos que esconden extraños intereses.

Nos resteamos con la gaita, madre, hija y hermana de nuestras penas y alegrías.
La gaita es nuestra vida. Paguémosle con respeto y entrega amorosa.

 

Yldefonso Finol

Movimiento de intelectuales bolivarianos

7 de julio de 2021

1 comentario:

  1. Cómo filigranas sonoras son las cuentas del rosario de identidades que suman a la gaita
    Gracias Yldefonso por tus valoraciones del "ser" Gaita.

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