viernes, 25 de septiembre de 2020

La "Noche Septembrina" que no ha cesado

 


El 25 de septiembre de 1828: historia de traición y asesinato en Colombia

 

Introito

¿Qué novedad podría agregarse a un tema tan lejano en el tiempo, que ha sido relatado en muchas obras escritas y audiovisuales? La respuesta: un análisis histórico-jurídico.

Propondré en este artículo un nuevo enfoque que trabaja cuatro hipótesis:

-       Que la culpabilidad de Santander en el intento de magnicidio contra El Libertador durante la noche del 25 de septiembre de 1828, no sólo quedó demostrada en el juicio sumario llevado impecablemente por el General en Jefe Rafael Urdaneta, sino también en las declaraciones y actuaciones posteriores del traidor.

-       Que más allá de la envidia enfermiza que Santander engendró contra Bolívar, la acción criminal de esa noche fue concebida como parte de un plan político para revertir los contenidos emancipatorios, igualitarios y antiimperialistas de la revolución de independencia concebida por El Libertador.

-       Que este movimiento retrógrado pro oligárquico y pro imperialista, es el mismo que ejecuta en Berruecos el vil asesinato del Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre, inaugurando la práctica terrorista del sicariato y las masacres aplicada hasta la actualidad contra quienes representan en Colombia la opción popular progresista.

-       Que al tomar el poder tras la muerte del Padre de la Patria, este grupo de megalómanos serviles de la Doctrina Monroe, aplicó el terrorismo de Estado contra el pueblo trabajador de la ciudad y el campo, favoreciendo la acumulación de las tierras y las riquezas en muy pocas familias oligarcas, mientras en el plano internacional servía como peón de los peores intereses estadounidenses. 

Reitero sí, que lo repetitivo pero necesario respecto de esta fecha, es nunca olvidar el suceso por constituir una marca muy profunda en el devenir de los pueblos de Nuestra América, que debería ser estudiada en todos los niveles educativos para que cada nueva generación comprenda la podredumbre espiritual que representa la traición, y las consecuencias nefastas de mezclar el delito de asesinato con las ambiciones de poder. 

I

Santander tuvo tres versiones sobre su vinculación al suceso de la “Noche Septembrina”, en que se intentó asesinar al Libertador Simón Bolívar:

-       Primero dijo que no sabía nada del complot.

-       Cuando algunos testigos manifestaron haberle informado el plan al susodicho, entonces dijo que si supo algo pero que se opuso…

-       Luego que las evidencias lo fueron acorralando, fue soltando fragmentos de veracidad como ese de haber sugerido que no era el momento oportuno y que mejor pospusieran la acción hasta después de emprender su viaje a Estados Unidos, para que no se pensase que él tenía algo que ver...¡vaya descaro!

Lo que no hizo fue cumplir su deber ciudadano, ni su obligación de militar y funcionario diplomático recién nombrado por el Gobierno Bolivariano. Porque Santander decía en privado objetar la dictadura (en la acepción romana) impuesta circunstancialmente por Bolívar, pero no se negó a aceptar ufano que esa “dictadura” lo nombrase embajador ante el gobierno gringo.

Un individuo tan soterrado y ladino, que nunca fue frontal sino intrigante, acostumbrado a usar plumíferos imberbes como espadachines entintados para verter opiniones ocultas, apenas se atrevió a mostrar sus verdaderos sentimientos al confirmarse la muerte del Libertador.

Otra fábula que pretendió argumentar hablaba de una supuesta carta anónima enviada por él a Bolívar advirtiendo de la inminente conspiración. Todo un creativo de la farsa el señor. En el viaje a la costa Caribe para salir expatriado, sostuvo este diálogo donde el oficial italiano que le acompañó y que reportaba a Manuela Sáenz los pormenores del recorrido, lo interpela sagazmente:

-       Montebrune. “Y sabiendo usted que se intentaba contra la persona que sostiene la república, deduzco que conocía fácilmente que se seguiría la destrucción del edificio; era, pues, un deber de usted delatar claramente al gobierno el plan que se formaba para lograr su exterminio, y este deber es tanto más positivo cuanto que usted, además de ser un general, acababa de recibir de su excelencia las pruebas de la más alta confianza con el destino que se le había conferido”.

-       Santander. “Siempre he creído que todo delator se envilece”.

-       Montebrune. “Mas no se envilece aquel ciudadano que salva a su patria; además yo, en lugar de usted, nunca aduciría o diría tal cuento de anónimo, porque usted sabe que en el reglamento de correos hay un artículo, y creo que no está anulado, por el cual se previene que todas las cartas que se introducen en el buzón y son dirigidas a individuos que habiten el lugar, deben quemarse y no dárseles curso; ahora mucho menos a una dirigida a su excelencia, por mil razones que no acabaría nunca de explicar si me pusiese a detallarlas”.

-       Santander. Yo ignoraba tal cosa (¿Cómo así? ¿el “Hombre de las Leyes” ignoraba un simple reglamento?), y como observé el silencio de París que me invitó la noche del 23, toqué el mismo negocio aunque en términos generales y Herrán estaba presente.

-       Montebrune¿Usted dijo a Herrán y a París el contenido del anónimo?

-       Santander. “No, pero les hice entender que estábamos amenazados de una revolución, y París despreció mi proposición, riéndose de ella, sabiendo sin embargo yo que hablaba de buena fe”.

-       Montebrune. Señor, todas estas razones lo hacen a mis ojos más criminal; usted perdió la ocasión de probar a Colombia que desea su felicidad; usted tuvo en sus manos los medios de destruir la larga serie de cosas que se han escrito sobre usted y de dar pruebas al Libertador de que era digno de su confianza.

-       SantanderYo jamás creía que los conspiradores fueran capaces de llevar adelante tal locura”.

-       Montebrune. ¿Y por qué les daba consejos?

El análisis de esta personalidad tan ponzoñosa queda para más estudio y reflexión. El derecho penal de todos los tiempos le señala por actuar con simulación, saña, alevosía, nocturnidad, y reincidencia.

II

Debo hacer una advertencia previa como investigador de procesos históricos: desde que fue captado por el aparato de inteligencia yanqui, Santander no trazaba línea sin calcular su efecto en el futuro, y en las comunicaciones con sus cómplices utilizó codificaciones y palabras claves cuyo significado sólo ellos manejaban; también está comprobado que ordenó el robo de correspondencia de Bolívar y de leales bolivarianos como Lara, Urdaneta, Manuela; y usó a expertos falsificadores para adulterar documentos, por lo que ninguna carta de algún prócer –especialmente las de Bolívar- proveniente de su archivo personal es confiable; lo más seguro es que haya sido manipulada con la agregación de alguna frase inadecuada para el remitente o favorable al tenedor.

Dicho esto, pasemos a revisar algunas expresiones que reflejan el odio exhalado por Santander contra el hombre que lo sacó del anonimato y lo subió con generosidad sincera al carruaje de la Historia.

La noticia de la muerte del Libertador es recibida por Santander el 1º de marzo de 1831 en Génova, Italia. Al día siguiente escribe a Francisco Soto con despreciable cinismo: “muerto Bolívar, ya no queda ni pretextos para estar echando abajo las constituciones y nombrando dictadores”. A Vicente Azuero, le habla con abierta fruición: “¿Con que al fin murió don Simón? El tiempo nos dirá si su muerte ha sido útil o no a la paz y a la libertad; para mí tengo que no sólo ha sido útil, sino necesaria”. Son las palabras de un asesino. Luego a Herrán, en otra fecha desde Londres: “la muerte del general Bolívar ha allanado los dos tercios del camino para resolver (diferencias políticas) sin acudir a las armas”.

El tiempo lo desmintió categóricamente: la muerte de Bolívar y el ascenso de esos canallas al poder, sólo trajo ausencia de paz y libertad al pueblo colombiano, que aún hoy es masacrado por las armas, habiendo sufrido dos siglos de indetenible guerra interna.

¿Con quiénes gobernó Santander al regresar a Bogotá, luego que Estados Unidos cuadrara su llegada triunfal como (sub) presidente de la Nueva Granada?

Al primero que premió con el cargo de Ministro de Guerra fue al asesino de Sucre. El 1º de junio de 1830 los santanderistas publicaron una arenga al magnicidio contra el Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre: “Puede ser que Obando haga con Sucre lo que no hicimos con Bolívar”. ¿Díganme si esto no es una apología del magnicidio?. El periódico de los sicarios ostentaba el nombre de “El Demócrata”. Son los mismos matones de septiembre 1828 y junio 1830 que hasta hoy se hacen llamar “demócratas”. La lista sigue con Azuero, los “Pachos” Soto y González, Lorenzo María, el primero de la antivenezolana familia Lleras, y una pandilla de asesinos en serie, antecesores de tipos como el alias “Popeye”, típicos en la Colombia secuestrada por ese santanderismo.

III

En la acera de la justicia y el honor, perfectamente hilada con las razones y evidencias que hemos expuesto, estuvo la Sentencia de Urdaneta, en cuyo numeral 3º dictaba:

-       Que el expresado general no sólo se manifiesta sabedor de una conspiración, sino también de aconsejador y auxiliador de ella, sin que pueda valerle de ningún modo el que no haya estado en su ánimo la conspiración del 25, pues él mismo confiesa haber aprobado una rebelión, y aun haber aconsejado los medios de realizarla por el establecimiento de la sociedad republicana, circunstancia que le califica de cómplice en la conjuración del 25, pues poco importa para su defensa que haya estallado en aquél día o en cualquiera otro la revolución que aconsejaba y caracterizaba de justa, porque lo que se deduce es que abortó su plan por la opinión del capitán Benedicto Triana, cuyo acontecimiento no dio lugar a que se efectuase cuando el general Santander se pusiese en marcha para los Estados Unidos del Norte, según él lo deseaba. Por estos fundamentos, y lo más que resulta de cierto, se concluye que el general Francisco de Paula Santander ha infringido el artículo 26 del tratado 8, título 10, de las ordenanzas del ejército, que impone pena de horca a los que intentasen una conjuración, y a los que sabiéndola, no la denunciaren; ha infringido el artículo 4 del decreto de 24 de noviembre del año 26, por el que se prohíben las reuniones clandestinas; y con más eficacia el decreto de 20 de febrero del presente año contra los conspiradores. En esta virtud se declara que el general Santander se halla incurso en la clasificación que comprende el segundo inciso del artículo 4 de este último decreto, y se le condena, a nombre de la República y por autoridad de dicho decreto, a la pena de muerte y confiscación de bienes en favor del estado, previa degradación conforme a ordenanza; consultándose esta sentencia para su aprobación o reforma con su excelencia el Libertador presidente.

La consulta implicó que el Consejo de Ministros sugiriera la conmutación de la pena por el exilio, y Bolívar, siempre elevado por encima de las miserias humanas, pensando en no echar más leña a la hoguera donde se avivaban rivalidades xenófobas contra los venezolanos fieles al Proyecto Bolivariano, lo aprobó, aunque después tuviera que exclamar: “Yo he conservado el título de magnánimo y la Patria se ha perdido”, reconociendo amargamente la imprudencia de “haber salvado a Santander”.

Y para más detalles de lo acontecido aquella noche trágica para la historia ejemplar que se venía escribiendo de la mano del Gran Genio de América, dejemos que sea Manuela Sáenz, quien nos relate lo sucedido, de primera mano:

-       “Serían las doce de la noche cuando latieron mucho dos perros del Libertador, y a más se oyó un ruido extraño que debe haber sido al chocar con los centinelas (...). Desperté al Libertador, y lo primero que hizo fue tomar su espada y una pistola y tratar de abrir la puerta. Le contuve y le hice vestir, lo que verificó con mucha serenidad y prontitud. Me dijo: “Bravo, vaya, pues, ya estoy vestido; y ahora ¿qué hacemos? ¿Hacernos fuertes?” volvió a querer abrir la puerta y lo detuve. Entonces se me ocurrió lo que había oído al mismo general un día: “¿Usted no dijo a Pepe París que esta ventana era muy buena para un lance de estos?” “Dices bien”, me dijo, y fue a la ventana. Yo impedí el que se botase, porque pasaban gentes, pero lo verificó cuando no hubo gente, y porque ya estaban forzando la puerta. Yo fui a encontrarme con ellos para darle tiempo a que se fuese; pero no tuve tiempo para verle saltar, ni cerrar la ventana. Desde que me vieron me agarraron: “¿Dónde está Bolívar?” Les dije que en Consejo, que fue lo primero que se me ocurrió; registraron la primera pieza con tenacidad, pasaron a la segunda, y viendo la ventana abierta exclamaron: “¡Huyó; se ha salvado!” Yo les decía: “No, señores, no ha huido, está en el Consejo”. “¿Y por qué está abierta la ventana?” “Yo la acabo de abrir porque deseaba saber qué ruido había”. Unos me creían y otros no. Pasaron al otro cuarto, tocaron a cama caliente, y más se desconsolaron, por más que yo les decía que estuve acostada en ella esperando que saliese del Consejo para darle un baño (…). El Libertador se fue con una pistola y con el sable que no se quien le había regalado en Europa. Al tiempo de caer en la calle iba pasando su repostero y lo acompañó. El general se quedó en el río (bajo las arcadas del puente del Carmen) y mandó a éste a saber cómo andaban los cuarteles; con el aviso que le llevó, salió y fue para el Vargas (al cuartel del batallón Vargas) (…). Por no ver curar a Ibarra me fui hasta la plaza, y allí encontré al Libertador a caballo, entre mucha tropa que daba vivas al Libertador. Cuando regresó a la casa me dijo: “Tu eres la Libertadora del Libertador” (…). Su primera opinión fue que se perdonase a todos; pero usted sabe que para esto tenía que habérselas con el general Urdaneta y Córdoba, que eran los que entendían en estas causas”. (Carta a O’Leary, 10 de agosto de 1850)

A juzgar por los hechos recientes, a 192 años del crimen histórico, podemos concluir que el régimen antibolivariano surgido de aquellas traiciones, es culpable de haber impuesto la cultura de la muerte como fuente de poder y de riqueza.

Los pueblos tenemos la palabra. Bolívar espera justicia, reparación y –sobre todo- que sus sueños de máxima felicidad, truncados por la manada sanguinaria, se hagan realidad.

 

Yldefonso Finol

Economista e historiador bolivariano

DEA en Historia Contemporánea de los Derechos Humanos

Experto en Derecho Internacional de los Refugiados

Constituyente de 1999

Cronista de Maracaibo

miércoles, 23 de septiembre de 2020

Amores y letras del Maestro José Antonio Uriana

 

Amores y letras del maestro Uriana

Una generación de jóvenes del pueblo wayúu tuvo por vocación la docencia. El oficio de enseñar -ese tan urgente en sociedades que requieren formarse para ver la luz y zafarse las cadenas- atrajo a pioneros que corrieron desde las arenas asoleadas a las aulas escolares donde por su bizarro empeño, fueron ellos la escuela.

El anhelo de saber, las ansias de atrapar el conocimiento de otros mundos –ya que el propio lo aprenden en el hogar con sus madres y ancianos- lanzó a muchachos (jimai’irrua) como José Antonio Uriana y su hermano Roberto al viaje hacia las urbes donde la educación oficial les planteaba el reto de apropiarse de saberes de la cultura dominante sin renunciar a unos orígenes que, en el caso wayúu, se aferran a la existencia con la perseverancia de los viejos cujíes y cardones que siguen erguidos en medio de la sequía y el olvido.

Pero el maestro Uriana, al igual que su paisano y amigo Ramón Paz Ipuana, también sucumbiría ante el sortilegio de Erato: musa griega de la poesía. Estos hombres vivieron maravillados por las letras, por el idioma; primero por el suyo propio que bebieron en el seno materno, con el cual simbolizaban todo lo que existe en el mundo material e inmaterial (incluido el de los sueños y el de la muerte), así como sentir las emociones que cada vivencia despertaba en sus entrañas y almas; en segundo lugar, la lengua oficial heredada del proceso colonial, el castellano, lo asumieron como vía de expresión hacia la sociedad criolla mayoritaria, con sapiencia y practicidad, con elegancia y adaptabilidad.

 

El poeta José Antonio Uriana es un wayúu destacado en el ambiente cultural maracaibero de su tiempo. Entabla amistad con los bardos de moda, participa de los grupos literarios locales, pero no abandona sus encuentros con la figura emblemática de la incursión wayúu sobre Maracaibo: el “Chino Julio”.

Su obra se debate entre la influencia en las letras zulianas de autores como José Ramón Yépez y Udón Pérez, ambos interesados en los temas “indianos” para recrear tragedias y épicas de tono greco-romano, y la oralidad terrígena con que la sociedad matrilineal le mostró una cosmogonía absolutamente diferente del culto eurocéntrico predominante. Entonces, José Antonio Uriana, como precursor de la literatura escrita desde el diverso mundo sentipensante indígena, se abre paso con un verbo original que encierra el combate doloroso por legitimar la ancestralidad frente a la comunidad nacional hispanohablante; esa construcción poética nace en el flujo existencial germinado desde la oralidad wayúu’naiki, siendo luego transportada al colectivo mayoritario en la palabra escrita con el idioma oficial.

Uriana es por esto el primer poeta indígena bilingüe del país; grande deuda se tiene aún con esas creaciones raigales marginadas por la burocracia cultural de la república, el estado y los municipios, que no se interesaron en publicarlas, difundirlas, estudiarlas y valorarlas. Es parte del racismo subyacente, tan trajeado de ignorancias ofensivas y arrogantes, que aún la fraseología rimbombante de empoderados indigenistas, no resarce, todo lo contrario, exacerba la evidencia de su fracaso.

Sólo circunstancias tan repugnantes impidieron que la obra literaria de aquellos sabios y vates, no fuese motivación suficiente para haber creado instituciones serias y estables para la preservación, estudio y fomento de los idiomas originarios de la región. Este Cronista testimonia con absoluta veracidad cómo se bloqueó en 1997-1998 la Ley de Pueblos Indígenas del Zulia que propuse como diputado de la extinta Asamblea Legislativa y se ninguneó la creación del Instituto de Lenguas Indígenas promovido en mis artículos desde finales del siglo pasado y comienzos del presente. Las gloriosas reivindicaciones plasmadas en la CRBV y sucesivas leyes en materia indígena, no se han logrado concretar en gran parte por esa falta de voluntad política e inconsistencia científica que padecen determinados liderazgos burocratizados.

Honrar la vida y obra del maestro José Antonio Uriana, y con él, a todas las generaciones de poetas y docentes wayúu, no puede hacerse sino desde la inconformidad y rebeldía planteada en sus versos que reafirman con orgullo la condición india, el apego vital a la “madre telúrica”, la veneración por el ancestro común, el respeto por la otredad, aún aquella que pretende negarte; reencontrarse con el mito y la épica, invocar a Mara como legendario referente combativo, al Mohán como nombradía misteriosa que emana de las lagunas, y a Nigale como héroe de una lucha que no ha cesado, que el mismo Uriana está librando en cada gajo de derechos que logra arrancarle al sistema negador de nuestras nacionalidades. Estas presencias en los textos y en la cotidianidad del maestro José Antonio, testifican su cercanía afectiva hacia el pueblo añú, siempre presente en su quehacer poético.

Hombre de familia, esposo y padre amoroso, cosechó junto a Matilde Pocaterra -su compañera de vida- un ramillete de críos, en quienes sembró el amor por el estudio y el trabajo, como era lógico de su honorable proceder. También al nombrarles vertió la impronta filosófica de sus impulsos más sensibles: Atala, Maruma, José Antonio, Bolívar, Zulia, Camilo, Waldo, y los nietos José Martí, Nigale, Sucre, Huascar, Urimare, entre otros; la literatura admirada, la revitalización de lo ancestral, la convicción patriótica, las inquietudes políticas, todas las substancias fundadoras se fusionaron en la alquimia particular de un joven enérgico y tierno que no evadió el compromiso con una nueva humanidad pacífica y solidaria.

Los estragos de las guerras, las coerciones antidemocráticas, las carencias impuestas a los humildes, son realidades que Uriana confronta desde una lírica por ratos adepta de las beldades del lenguaje, pero que no duda en estallar en un grito libertario, allí donde la épica reclama las entregas heroicas.

Sueño con una tertulia donde José Antonio Uriana, junto a otros sabios wayúu como Ramón Paz Ipuana y Miguel Ángel Jusayú, entre jayeshi y shirrú’una, nos deleiten con sus inmarcesibles lumbres en la noche de Tou’main.

Yldefonso Finol

Cronista de Maracaibo

Vaya mi sentido homenaje a la familia Uriana Pocaterra, especialmente a mi entrañable amiga Atala, heredera de la poesía wayúu, en esta hora triste de despedir a su hermanita Maruma. Un abrazo solidario.

domingo, 20 de septiembre de 2020

Sobre "informe" de DDHH contra Venezuela

 

Sobre un “Informe” de los Derechos Humanos en Venezuela 2020

Introito   

Curiosas coincidencias de una semana septembrina: publicación del “informe” elaborado por un grupo técnico sobre Derechos Humanos en Venezuela y la espuria lista de Trump sobre países narcotraficantes, en momentos que Colombia alcanza récord en producción de cocaína y el gobierno uribista ejecuta masacres y represión atroz contra su pueblo. Para colmo, Trump “certifica” al mayor proveedor del mayor mercado consumidor de drogas del mundo, y Pompeo rodea a Venezuela en una visita guerrerista y nada diplomática a los tres países fronterizos que servirían de plataforma a la “Operación Tenaza”. Las encuestas fastidian a Trump que ahora descubrió una veta de oro en el voto derechista venezolano (pero) en USA.

I

Los Derechos Humanos ya no son sólo la lista de derechos reconocidos por las Naciones Unidas en su Declaración del 10 de diciembre de 1948; también la conciencia colectiva ha venido nutriendo este concepto con las exigencias específicas por la necesidad de una vida digna. Se trata, fundamentalmente, de un concepto histórico, como propone el maestro Norberto Bobbio, cuando afirma que “nacen gradualmente, no todos de una vez y para siempre, en determinadas circunstancias, caracterizadas por luchas por la defensa de nuevas libertades contra viejos poderes” [1].

Bobbio identifica dos direcciones en las que el poder, es decir el Estado, debe actuar ante el reclamo de libertades y derechos por parte del ciudadano: una abstencionista y otra intervencionista. Lo explica así: “Nacen cuando deben o pueden nacer ... cuando el aumento del poder del hombre sobre el hombre, que acompaña inevitablemente al progreso técnico, es decir, al progreso de la capacidad del hombre de dominar la naturaleza y a los demás, crea nuevas amenazas a la libertad del individuo o bien descubre nuevos remedios a su indigencia: amenazas que se desactivan con exigencias de límites al poder; remedios que se facilitan con la exigencia de intervenciones protectoras del mismo poder. A las primeras corresponden los derechos de libertad o una abstención del Estado, a los segundos, los derechos sociales o un actuar positivo del Estado” [2].

Pero el balance de los derechos humanos, no es igual para todas las regiones del mundo ni es el mismo en las diferentes etapas vividas desde la Declaración de 1948. Por tierras americanas, en los Estados Unidos, todavía los afrodescendientes son brutalmente reprimidos por tener el atrevimiento de aspirar a que se cumpla el artículo primero de la Declaración. Y qué decir de nuestra América Latina. Chile por ejemplo, pasó de haber sido un país de leyes y derechos desde un siglo antes de la Declaración, a ser un Estado de crimen y terror en tiempos de la Declaración. “Esta República contaba con la existencia de la primera mutual obrera del continente (1847), una constitución política que contó, atípicamente a lo ya tradicional en la región, con más de un siglo de vida (Constitución de Portales, 1830), una de las primeras implantaciones del sufragio universal de América Latina (1844); una enseñanza progresista y eficiente y auténticamente implantada; estatización, desde hace más de treinta años, de áreas económicas vitales; existencia de partidos políticos de todo tipo y fuertes sindicatos obreros” [3].

Pero el intento de ese país de dar un salto cualitativo, en libertad y en democracia, fue truncado de forma violenta por quienes en el mundo se jactan de representar la cultura de los derechos humanos. Es lo que he denominado “la falacia imperialista de los Derechos Humanos”. También bajo la era de la Declaración, Francia, país sede de su firma, y luego Estados Unidos, perpetraron sus horribles matanzas en el sudeste asiático, en pos de llevar por el mundo la civilización occidental, es decir, llevarse al bolsillo del capital transnacional los recursos naturales de esos países.

De esta manera, las grandes potencias imperiales, se encargaron de convertir los treinta artículos de la Declaración Universal, en un extenso cementerio de buenas intenciones. Cuando muchos ciudadanos de esos países desarrollados, alcanzaron aceptables niveles de vida, con amplios sistemas de seguridad social y salarios dignos, las grandes mayorías del mal llamado Tercer Mundo, quedaban relegados a sobrevivir en la más absoluta pobreza, sin servicios básicos de sanidad y educación, y en condiciones laborales, las más de las veces, humillantes. Dicho en palabras del Director General de la UNESCO a la fecha de la firma, Jaime Torres Bodet: “Mientras la mayor parte del género humano viva en el hambre y la injusticia, para morir en la miseria y la ignorancia, el documento que ha sido adoptado en Paris continuará presentándose ante nosotros como un objetivo aún lejano” [4].

Porque, como nos advierte Haro Tecglen: “Estamos, una vez más, ante los peligros de la institucionalización de un impulso. Es algo que se repite frecuentemente en la historia: cuando las capas dominantes de una sociedad dada llegan a verse desbordadas por la fuerza de un impulso popular y son impotentes para luchar abiertamente contra él, lo asumen y lo adoptan y, al mismo tiempo, lo transforman y lo convierten en un instrumento propio que se va haciendo cada vez más ajeno al propósito que inspiró su crecimiento” [5].

Asumimos los derechos humanos, como la utopía por la dignidad colectiva. Utopía irrenunciable que va aparejada a la lucha por la igualdad. Las Declaraciones, Convenciones, Constituciones y Leyes contentivas del reconocimiento de estos Derechos, son el resultado de la lucha de los pueblos por las libertades y la igualdad, y su realización concreta, lo será también por el empuje efectivo de esas luchas. Las conquistas alcanzadas en materia de derechos humanos en diferentes etapas y geografías, no son inamovibles; al contrario, pueden avanzar profundizándose y extendiéndose, o retroceder peligrosamente haciendo reversible su implantación. No es la diversidad cultural propia de la humanidad, la que condiciona un relativismo frente a la universalidad de los derechos humanos; el obstáculo cierto a su universal ejercicio, son las profundas diferencias socioeconómicas que como brechas insalvables, predominan en el actual sistema internacional.

II

La “falacia imperialista de los Derechos Humanos” se hace tan palpable con la actitud de Estados Unidos y sus socios europeos y lacayos suramericanos hacia Venezuela, que bien deberían las academias utilizar este ejemplo para discutir la vigencia y pertinencia del sistema de Naciones Unidas en esta materia fundamental. Un solo país, con obsesión paranoide de hegemonía, declara a otro, vecino, pacífico y amigable, como una “amenaza inusual y extraordinaria”, sometiéndolo a un sinfín de medidas coercitivas unilaterales (“sanciones”) que causan graves daños a la población en general y al funcionamiento de la economía y las instituciones en particular, colocándonos en el límite del estado de necesidad colectivo.

La utilización muy malsana y manipuladora de instancias informales como ONGs y “expertos internacionales”, es una constante en las mamparas estructuradas por el aparato injerencista de Estados Unidos para desacreditar gobiernos no sumisos a sus designios, llegando al extremo de promover golpes de Estado y toda clase de conspiraciones basadas en las actuaciones de esas herramientas ilegítimas. Basta revisar el financiamiento de tales “expertos” y ONGs para saber quién es el amo. Esta mala praxis debilita el Sistema de Naciones Unidas, al que el agónico gobierno de Trump le ha declarado la guerra.

Ya la Cancillería y el Ministerio Público desmontaron con lujo de detalles el mamotreto de “informe” elaborado por mercenarios del tecleo, corta y pega, y presentado con bombos y platillos por la derecha mediática mundial. Pero debe saber la comunidad internacional, no la elitista de dos letras: EEUU-UE; sino la verdadera, la que incluye a todos los alfabetos de todas las naciones, desde el árabe al cirílico y del mandarín al devanagari, que en Venezuela existe un amplio y dinámico movimiento ciudadano por los Derechos Humanos. Muchas de las actuaciones de los organismos del Estado encargadas de la vigilancia y sanción de las violaciones a las libertades y garantías, se activan a partir de la acción preventiva y las denuncias de la comunidad, que es el primer actor en rechazar prácticas abusivas de los cuerpos de seguridad y la burocracia.

Este protagonismo popular fue el que enfrentó al grupo policial que cometió asesinatos contra dos jóvenes comunicadores alternativos en la petrolera ciudad de Cabimas del estado Zulia. La movilización fue inmediata, sin dar margen de impunidad, encarados los responsables con valentía, porque hay un pueblo que se sabe dueño del Derecho, más allá de la conducta impropia de parcialidades o individualidades dentro del poder estatal. Los asesinos están procesados. Y no hizo falta ninguna falsa mediación por ONG facturada en Washington.

III

En materia de Derechos Humanos hay cuatro verdades que son bandera de los pueblos que luchamos por una mejor humanidad, plena de igualdad, libertades y justicia:

-       Ante la acechanza permanente del imperialismo, el primer y más importante Derecho Humano de la contemporaneidad es el derecho a tener Patria. Sin la existencia del Estado Nacional, reinará el caos y la intromisión extranjera será la peor y más cruel violación masiva de todos los derechos. La soberanía y la autodeterminación de los pueblos es el terreno donde debe fructificar una sociedad respetuosa de la vida y la dignidad de las personas.

-       El ejercicio pleno, la universalidad, preeminencia, indivisibilidad e imprescriptibilidad de los Derechos Humanos, no serán posibles en sociedades serviles a intereses del capital transnacional y las armas del imperialismo; sólo los pueblos libres pueden acceder en condiciones dignas a su emancipación económica, social y cultural.

-       Como ser social por excelencia, la humanidad sólo alcanzará la utopía de los Derechos Humanos cuando las condiciones colectivas de existencia garanticen nuevas relaciones, en una sociedad que haga del trabajo solidario y la educación liberadora sus pilares fundamentales.  

-       No parece ser el modelo estadounidense, supremacista, racista, discriminador, guerrerista, arrogante, embrutecedor, y el de sus lacayos masacradores uribistas, fanáticos bolsonaristas, arrastrados golpistas bolivianos y traidores morenistas ecuatorianos, el que corresponda a la Declaración de 1948. La Venezuela Bolivariana se reserva el derecho a definir y sostener su propio modelo establecido en la insuperable Constitución de 1999.

Para concluir, hacemos un llamado respetuoso al Secretario General de la ONU, señor Antonio Guterres, a quien conocimos durante su magnífica gestión al frente de ACNUR, hombre de gran talante democrático, culto y justo, a resarcir de inmediato a la República Bolivariana de Venezuela, ordenando enmendar la grave afrenta que se nos ha causado con la publicación de tan vil documento, carente de toda validez institucional, pero que está siendo utilizado como inaceptable propaganda antivenezolana.

 

Yldefonso Finol

Economista e Historiador. DEA de la Universidad de Salamanca en Historia Contemporánea de los Derechos Humanos. Experto en Derecho Internacional de los Refugiados y Apatridia. Ex presidente de la Comisión Nacional para los Refugiados. Delegado al Comité Ejecutivo del ACNUR 2010-2016. Garante por Venezuela en la Mesa de Diálogos ELN-Gobierno de Colombia.



[1] Norberto Bobbio: “Tiempo de Derechos”, Ed. Sistema 1991, pag. 18.

[2] Ibid., pags. 18-19.

[3] Candelas, Haro Tecglen, Maestre Alonso y otros: “Los Derechos Humanos”, Editorial Ayuso, Madrid 1976, pag. 101.

[4] Ibid., pag. 17.

[5] Ibid., pag. 18.

martes, 15 de septiembre de 2020

PRONUNCIAMIENTO DEL CRONISTA SOBRE CAMBIO DEL "ESCUDO DE MARACAIBO"

 


Pronunciamiento del Cronista de Maracaibo

Argumentación Fundamental

para derogar el oprobioso “Escudo de Maracaibo”

Sumario

El actual “escudo de Maracaibo” es una afrenta a la dignidad patriótica del gentilicio venezolano, zuliano y maracaibero, por ser símbolo colonialista del Imperio genocida que diezmó la población originaria, imponiendo, a través de la guerra injusta, desigual y sorpresiva, prácticas atroces como la esclavitud, la trata de personas, el racismo, el saqueo y el sojuzgamiento de nuestras naciones.

 

Exordio

La importancia de los símbolos en los procesos colonizadores -y por ende en las luchas de liberación-, no es un asunto marginal; tan significativo es el plano de lo simbólico, que hoy, al asumir el Alcalde y el Concejo Municipal de Maracaibo la tarea de sustituir un viejo escudo de la época colonial, la derecha ideológica ha reaccionado con furia de fiera herida lanzando todo tipo de descalificaciones y maledicencias, sin otros argumentos que no sean las gastadas letanías del culto a la colonialidad y sus vergonzosas reverencias a la supremacía eurocéntrica, patriarcal e imperialista.

Por supuesto que se trata de una batalla, y no la vamos a eludir. La lucha por esclarecer el espacio de la memoria histórica que es esencial a la emancipación de los pueblos, tiene que vencer poderosos obstáculos que van desde el estudio tenaz de las teorías y procesos históricos concretos para la mejor comprensión del devenir social y sus espiritualidades, hasta la confrontación con los sectores reaccionarios que pugnarán por sostener el estatus quo colonial en el plano cultural y en las subjetividades existenciales.

Revertir la versión de la Historia impuesta por los invasores europeos, con todos sus mitos alienantes y su glosario de autoflagelación colonialista, reiterada durante la República dependiente en la educación formal y los ritos oficiales, no es cosa de amasar un par de arepas. Autocríticamente debo decir que durante estos veinte años no se hizo esa labor. Se perdió un tiempo precioso y la educación anduvo dando bandazos bajo el chantaje de costumbres embrutecedoras. Es cierto que se han gritado consignas acuñando fraseologías de moda, sobre todo si por venir de “pensadores” foráneos, producen la sensación de “caché” intelectual; pero sin plena conciencia del cambio de paradigma, porque sencillamente se ignora la tesis revolucionaria de la Historia que desentierra verdades negadas.

La confrontación con la derecha ideológica pro imperialista, que llora como viuda del colonialismo nuestro atrevimiento de cuestionar su “pensamiento único”, será una lucha cruenta, porque nada es más difícil que liberar la subjetividad de quienes se aferran a su esclavitud espiritual. La ignorancia es una poderosa fuerza negativa, tan fuerte como es el hábito de sometimiento a los dogmas impuestos por la invasión europea. Las mentes colonizadas –hay que decirlo- son mayoría, y sólo se liberarán por la educación bien concebida, la cultura compartida y la comunicación oportuna e inteligente de la Verdad Histórica. Quienes salen en furibunda defensa de un símbolo extraño que exalta el poder de un imperio extranjero al que se le debe obediencia y subordinación, son los mismos que creen que fuimos “descubiertos” por Colón y Alonso de Ojeda, “fundados” por Alfinger, y “civilizados” por los invasores españoles.

Para estas mentes “súbditas”, Venezuela debería seguir siendo una Capitanía General, y Maracaibo, la “noble y leal” provincia realista, dominada por los cañones y falacias del imperialismo decadente. La historia que nos enseñaron por siglos impuso el culto por lo colonial. Conceptos como “descubrimiento”, “fundación”, “precolombino”, “día de la raza”, entre otros, inundaron el universo sentipensante de generaciones que sucumbieron mansamente a la ideología del poder eurocéntrico y anglosajón. Colonialismo e imperialismo son eslabones de la misma cadena que impide la liberación definitiva de nuestros pueblos.

En este marco se produce el actual debate abierto en Maracaibo por el cambio de Escudo, un encontronazo simbólico en plena guerra mutante de la derecha internacional contra el Proyecto Bolivariano en Venezuela. 

Las categorías históricas impuestas por el “vencedor”, que luego fueron repetidas por el criollo alienado, se generalizaron a través del sistema educativo y el discurso oficial. La sociedad burguesa dependiente de los centros imperialistas, tiene como paradigma los valores mercantilistas de un capitalismo espiritualmente decadente, pero que no se suicida y, muy al contrario, se aferra a la posibilidad de hegemonía eterna. El racismo es sólo la secuela dialéctica de la explotación del trabajo y el complejo de superioridad de la “raza blanca”, falaz concepto que tanto daño ha causado a la humanidad.

Mitos alienantes como el “descubrimiento”, encubren la negación de la condición humana de los habitantes originarios del continente americano, hecho que se explica por el interés colonial de apoderarse de sus territorios y riquezas, en calidad de primer “poblador”. Este elemento es clave en el proceder invasor, ya que la primera posesión es fuente fundamental del derecho privado hispano.

Lo común ha sido pregonar el “descubrimiento” de todo lo originario de Abya Yala, a partir de la mirada del europeo. Como si en estas tierras y aguas no viviesen, desde tiempos inmemoriales, seres humanos constituidos en sociedades de diverso grado de desarrollo económico y cultural, igual que en cualquier otra parte del mundo.

La repetición durante siglos de falsas “fundaciones” y “descubrimientos”, con sus representaciones mitológicas, se metieron de tal manera en las conciencias, que hasta sectores “cultos” de las academias y las ciencias, van rumiándolas mecánicamente sin plantearse si quiera cuestionamientos elementales que lucen obvios. 

 

Argumentos políticos y culturales

Es un ardid acusar esta iniciativa como antiespañola. No estamos renegando de los aportes de esa cultura a la formación del mestizaje que compone nuestro ser nacional.  No estamos negándonos a hablar el castellano ni a tocar la guitarra. Estamos derogando un símbolo de carácter político-militar que es antagónico a los principios de nuestra gesta republicana y a la autodeterminación que hoy defendemos con las uñas frente a los nuevos imperialismos.

Son evidentes los elementos colonialistas, eurocéntricos y opresores en el “escudo” de Maracaibo:

-         El “escudo” es emblema de las fuerzas enemigas de nuestra ancestralidad. Representa la iconografía bélica europea triunfante sobre la resistencia añú en el Lago Maracaibo; en la Historia Patria este “escudo” fue estandarte de los gobernantes coloniales contra quienes se libró la Guerra de Independencia.

-         Este “escudo” otorgado por el rey Felipe IV mediante Real Cédula del 20 de junio de 1634, junto al primer mapa-plano elaborado por fray Juan de Esquivel el 19 de julio de 1639, confirman la tesis que he sostenido en mis investigaciones sobre “la Infundada fundación de Maracaibo” por Ambrosio Alfinger en 1529.

-         El “escudo”, odiosa e inexplicablemente en uso, es el premio de la monarquía al triunfo de las armas invasoras, alcanzada con la captura de Nigale en junio de 1607 por el hijo de Alonso Pacheco (invasor español que huyó derrotado por los añú en la Primera Batalla Naval del Lago en noviembre de 1573), el Capitán Juan Pacheco Maldonado; fue a partir de ese acto bélico, que España se apoderó de nuestra patria lacustre, tras 108 años de resistencia desde la llegada de los primeros invasores el 24 de agosto de 1499.

-         En el “escudo”, el barco entre las columnas representa la definitiva posesión del Lago Maracaibo por el Imperio Hispano. La inscripción “muy noble y leal” es una injuria a la República, al sentimiento Patrio, al honor de la ciudadanía, y gravísima ofensa contra la sangre derramada por las huestes patriotas que dieron su vida en las Batallas de Sinamaica, Salina Rica, Juana de Ávila, Río Manglar, Los Puertos de Altagracia, La Villa de Perijá, y la gloriosa Batalla de Maracaibo con su magnífico combate naval del 24 de julio de 1823.

-         Se sigue rindiendo pleitesía a los asesinos de los Caciques Tomaengüola, Telinogaste, “Camiseto”, “Matagüelo” y Nigale, que al frente del pueblo añú de Paraute, Toa, Zapara, Maracaibo, Moján, Misoa, resistieron la embestida del poderoso Imperio.

-         Se enarbola el “escudo” de los torturadores de las martirizadas heroínas Ana María Campos y Domitila Flores.

-         El muy ofensivo título de “noble y leal” presente en el actual “escudo”, fue otorgado el 21 de marzo de 1813 por España en “reconocimiento” de que la provincia no se plegó al movimiento independentista iniciado en 1810-1811; parece toda una cínica provocación que haya individuos reivindicando alguna virtud perdida en esa frase grotesca por obsoleta y vacua, que es sin duda una  bofetada a los Libertadores que combatieron y derrotaron la bota extranjera: esos entrañables y leales amigos que fueron Simón Bolívar y Rafael Urdaneta.

En verdad no sé con qué argumentos se atreverán las viudas del colonialismo a defender esa bazofia de “escudo”; cambiarlo es apenas un acto de justicia tardío. No se trata de una medida arbitraria ni negadora de los elementos culturales heredados, quienes esto arguyen, pretenden imponer una coerción dogmática de la creatividad popular de la grey maracaibera, al querer impedir que se genere una simbología acorde con la idiosincrasia libertaria e igualitaria del colectivo maracaibero/zuliano/venezolano; chantajean a la ciudadanía con la falacia de que ese “escudo” es un patrimonio cultural de arraigo popular, cuando se trata –todo lo contrario- de una marca opresiva con énfasis en el poderío militar del imperio y la supremacía de la única casta social con plenos derechos, los llamados blancos peninsulares, que la Colonia impuso para segregar a las personas por su color de piel, por su origen humilde, incluso discriminando a los mantuanos, esos criollos españoles que no tenían la “suerte” de haber nacido en España.

Es sencillamente descabellado pretender la perpetuidad de unos símbolos coloniales que recuerdan un pasado oprobioso. La reacción virulenta de la derecha ideológica está esencialmente ligada a su arremetida antibolivariana a nivel local e internacional, por eso es nuestro deber, derrotarla con argumentos contundentes e irrebatibles, los cuales hay que compartir respetuosamente con nuestro pueblo, para que más nunca se repitan situaciones tan absurdas como ésta de enmascarar los agravios a nuestra propia épica, con camuflaje de proxenetas versallescos.   

 

Inconstitucionalidad de los símbolos coloniales

Este “escudo” es abiertamente inconstitucional. Toda su concepción y sus inscripciones son negadores del legado constitucional de la República. Su vigencia quedó derogada desde 1819, cuando el fundador Constituyente en Angostura proclamó: “Nos el Pueblo de Venezuela, por la gracia de Dios y por la Leyes de la Naturaleza, independiente, libre, soberano, queriendo conservar estos dones inestimables, felizmente recobrados por nuestro valor y constancia en resistir a la tiranía, y deseando promover nuestra felicidad particular, y contribuir activamente a la del género humano, decretamos y establecemos la siguiente Constitución Política, formada por nuestros Representantes, Diputados al efecto por las Provincias de nuestro territorio que se han libertado ya del despotismo Español”.

En primer lugar debemos rescatar y subrayar el Artículo 7º de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, que establece la supremacía constitucional como norma fundante de la República y la obligatoriedad de su acatamiento para toda la ciudadanía y las instituciones. Dice: “La Constitución es la norma suprema y el fundamento del ordenamiento jurídico. Todas las personas y los órganos que ejercen el Poder Público están sujetos a esta Constitución”.

Por tanto, la primera fuente de legalidad de cualquier instrumento de valor jurídico en este país es la Constitución, primera en el mundo con un aval popular refrendario cercano al 80% de la votación nacional. Tanto las ordenanzas como quienes las legislan, están bajo mandato expreso de la Carta Magna, cuyos principios y disposiciones rigen con prelación su legitimidad y vigencia.

Existen una serie de premisas principistas en el Preámbulo constitucional, síntesis de autoría colectiva de toda la Nación, que nos ofrecen el perfil de los contenidos esenciales de la Patria, mismos que la simbología colonialista del denominado “escudo de Maracaibo”, violan flagrantemente:

-       “El Pueblo de Venezuela, en ejercicio de sus poderes creadores”. No los de un dibujante de la monarquía española o cualquier otra, cuyos trazos se nos quieren imponer como sagrados y eternos.

-       “El ejemplo histórico de nuestro Libertador Simón Bolívar”, cuya Doctrina tiene por núcleo duro el anticolonialismo.

-       “El heroísmo y sacrificio de nuestros antepasados aborígenes”, negado por esa “historia oficial” pro colonial, racista, patriarcal, que inculcó en las masas el culto a la dominación extranjera, justificando el genocidio de nuestros pueblos originarios.

-       “Los precursores y forjadores de una patria libre y soberana”, contra quienes se blande irrespetuosamente un “escudo” del enemigo al que combatieron durante tres lustros de Guerra Patria, estableciendo un nuevo orden geopolítico mundial y suprimiendo el derecho colonial que algunos aún invocan.

-       “El fin supremo de refundar la República para establecer una sociedad democrática, participativa y protagónica, multiétnica y pluricultural”; pero la derecha ideológica no desea que lo multiétnico y pluricultural tenga acceso a la democracia, menos a la participación y al protagonismo.

En el Capítulo X, De los deberes, en su Artículo 130º, se establece que toda la ciudadanía de este país tiene el deber de:

-       “honrar y defender a la patria, sus símbolos y valores culturales”…evidentemente los símbolos de la Patria son aquellos que soberanamente nos hemos dado como República, y no los impuestos por el oprobioso régimen colonial que subyugó a nuestras naciones por tres siglos y ante el cual se levantaron en armas las huestes patriotas de 1821 y 1823 en Maracaibo, cruelmente reprimidos por los realistas, a los que hubo que responder con la guerra y la victoria que tanta sangre costó.

-       “resguardar y proteger la soberanía, la nacionalidad, la integridad territorial, la autodeterminación y los intereses de la Nación”. El “escudo” en cuestión es negador de todo el texto constitucional, al exaltar el dominio de un poder extranjero y la imposibilidad de la provincia de sumarse a la insurrección emancipadora de 1810-1811 por la exagerada presencia militar realista en Maracaibo.

La condición anticolonial, antiimperialista e igualitaria de Venezuela, quedó muy claramente definida en el Artículo 1º constitucional de 1999, que establece: “La República Bolivariana de Venezuela es irrevocablemente libre e independiente y fundamenta su patrimonio moral y sus valores de libertad, igualdad, justicia y paz internacional en la doctrina de Simón Bolívar, el Libertador. Son derechos irrenunciables de la Nación la independencia…”.

¿Cómo se pueden mantener “vigentes” los símbolos coloniales extranjeros que contradicen en lo más medular la existencia misma de la República?

Los únicos símbolos válidos en este país son aquellos que se acojan a los principios constitucionales, tal como quedó explícito en el Artículo 8º de la Carta Magna, el cual no deja ranura por donde se pueda colar un gazapo colonialista: “La bandera nacional con los colores amarillo, azul y rojo; el himno nacional Gloria al bravo pueblo y el escudo de armas de la República son los símbolos de la patria”.

Por ningún lado aparece en nuestra arquitectura constitucional que un clavo de los Borbones ni un ladrillo de los Austrias, formen parte de la iconografía soberana de la República.

¿Se preguntarán los defensores del “escudo” de Francisco Tomás Morales y Ángel Laborde, por qué el Constituyente de 1999 elevó a la categoría de símbolos patrios sólo a creaciones artísticas representativas del Ejército Libertador, y no las que enarbolaron las fuerzas colonialistas?

Bolívar, Sucre, Urdaneta, Manrique, Padilla, Las Heras, Delgado, Urribarrí, Andrade, no juraron otra bandera que la tricolor de Miranda; ellos cantaron Gloria al Bravo Pueblo y portaron muy altivos los estandartes de la República, que mártires como Girardot y Negro Primero no arriaron ni cuando sus venerables cuerpos cayeron exánimes.    

Si la CRBV no fue tan específica en derogar todo vestigio de la simbología político-militar colonialista (lo que parece ser un vacío a la luz de la realidad actual), sin embargo, el Artículo 21º en su numeral 4, rechaza toda figura similar al deplorable inciso “muy noble y leal”, al sentenciar que “no se reconocen títulos nobiliarios ni distinciones hereditarias”. Indistintamente de que el rey en cuestión no tuviese cualidades morales para distinguir a nadie de “noble y leal”, la petición que provocó el otorgamiento real, vino de quienes en los inicios de la Gesta Independentista, precisamente, se pusieron del lado de la opresión colonial.

Y digo más, ese “escudo” ni siquiera encajaba en el modelo constitucional de 1961 vigente al momento de aprobarse la resurrección de la momia heráldica, ya que aquella Constitución declaraba “el propósito de mantener la independencia…respeto de las soberanías, la autodeterminación de los pueblos…repudio de la guerra, de la conquista” ¡Y vaya que ese “escudo de armas” es un símbolo de guerra y de conquista!

Por algo acuñé en alguno de mis artículos y discursos a finales de los noventa, durante las luchas por la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente, que la Constitución nacida del Pacto de Punto Fijo se había convertido en un “cementerio de buenas intenciones”.

Conociendo el contenido del Artículo 5º del anterior esquema constitucional, relativo a los símbolos, los ediles de entonces debían deducir que por extensión los símbolos de cualquier entidad político territorial de la República debían concebirse a partir de la Independencia, y que por ende, los emblemas coloniales quedaron derogados de hecho y de derecho las primeras décadas del siglo XIX.

También debo expresar que los significados contemporáneos de esa simbología colonial son contrarios a los principios y propósitos de la Carta de Naciones Unidas y demás instrumentos internacionales reconocidos por la República Bolivariana de Venezuela, como el Comité por la Descolonización que se instauró desde 1961 y la Doctrina desarrollada por la UNESCO en derechos culturales de los pueblos que luchan por la descolonización.

 

Ideas para los nuevos símbolos

Por último, al reiterar el contenido de mi Carta Abierta al Concejo Municipal del 16 de enero del año en curso, expresar mi apoyo al llamado hecho por el ciudadano Alcalde el 8 de septiembre, y a la sesión de Cámara del pasado viernes 11 de los corrientes, quiero aportar algunas ideas para las pautas del nuevo Escudo y demás símbolos de la ciudad:

Un nuevo escudo de Maracaibo debería tomar en cuenta:

-       al pueblo originario añú en la figura del Cacique Nigale,

-       la gesta de Independencia en la figura de Rafael Urdaneta,

-       el significado de Maracaibo que este Cronista descifró como TINAJA DEL SOL a partir de la etimología del añún nukú, idioma original de la región lacustre,

-       el paisaje acuático con sus manglares,

-       la gaita como expresión más genuina de nuestra cultura popular,

-       las fechas Noviembre de 1573 de la Primera Batalla Naval de Maracaibo y/o 23/06/1607 como referencias de la resistencia indígena; el 28/01/1821 por la adhesión a la Independencia; el 24/10/1788 Natalicio de Urdaneta; o la del 24 de julio de 1823.

-       El verso de Baralt que define a Maracaibo: “Tierra del Sol Amada”.

La convocatoria pública a participar del debate de estos asuntos y a proponer posibles diseños va en consonancia con el espíritu democrático y reivindicador de esta iniciativa ciudadana para rescatar la verdadera memoria histórica del gentilicio maracaibero.

 

Yldefonso Finol

Cronista de Maracaibo

15 de septiembre de 2020