El 25 de septiembre de 1828: historia de traición y asesinato en Colombia
Introito
¿Qué novedad podría agregarse a un tema tan lejano en
el tiempo, que ha sido relatado en muchas obras escritas y audiovisuales? La respuesta:
un análisis histórico-jurídico.
Propondré en este artículo un nuevo enfoque que trabaja
cuatro hipótesis:
-
Que la
culpabilidad de Santander en el intento de magnicidio contra El Libertador
durante la noche del 25 de septiembre de 1828, no sólo quedó demostrada en el
juicio sumario llevado impecablemente por el General en Jefe Rafael Urdaneta,
sino también en las declaraciones y actuaciones posteriores del traidor.
-
Que
más allá de la envidia enfermiza que Santander engendró contra Bolívar, la
acción criminal de esa noche fue concebida como parte de un plan político para
revertir los contenidos emancipatorios, igualitarios y antiimperialistas de la
revolución de independencia concebida por El Libertador.
-
Que
este movimiento retrógrado pro oligárquico y pro imperialista, es el mismo que
ejecuta en Berruecos el vil asesinato del Mariscal de Ayacucho, Antonio José de
Sucre, inaugurando la práctica terrorista del sicariato y las masacres aplicada
hasta la actualidad contra quienes representan en Colombia la opción popular
progresista.
-
Que al
tomar el poder tras la muerte del Padre de la Patria, este grupo de megalómanos
serviles de la Doctrina Monroe, aplicó el terrorismo de Estado contra el pueblo
trabajador de la ciudad y el campo, favoreciendo la acumulación de las tierras
y las riquezas en muy pocas familias oligarcas, mientras en el plano
internacional servía como peón de los peores intereses estadounidenses.
Reitero sí, que lo repetitivo pero necesario respecto
de esta fecha, es nunca olvidar el suceso por constituir una marca muy profunda
en el devenir de los pueblos de Nuestra América, que debería ser estudiada en
todos los niveles educativos para que cada nueva generación comprenda la
podredumbre espiritual que representa la traición, y las consecuencias nefastas
de mezclar el delito de asesinato con las ambiciones de poder.
I
Santander tuvo tres versiones sobre su vinculación al
suceso de la “Noche Septembrina”, en que se intentó asesinar al Libertador
Simón Bolívar:
-
Primero
dijo que no sabía nada del complot.
-
Cuando
algunos testigos manifestaron haberle informado el plan al susodicho, entonces
dijo que si supo algo pero que se opuso…
-
Luego
que las evidencias lo fueron acorralando, fue soltando fragmentos de veracidad
como ese de haber sugerido que no era el momento oportuno y que mejor
pospusieran la acción hasta después de emprender su viaje a Estados Unidos,
para que no se pensase que él tenía algo que ver...¡vaya descaro!
Lo que no hizo fue cumplir su deber ciudadano, ni su
obligación de militar y funcionario diplomático recién nombrado por el Gobierno
Bolivariano. Porque Santander decía en privado objetar la dictadura (en la
acepción romana) impuesta circunstancialmente por Bolívar, pero no se negó a
aceptar ufano que esa “dictadura” lo nombrase embajador ante el gobierno
gringo.
Un individuo tan soterrado y ladino, que nunca fue
frontal sino intrigante, acostumbrado a usar plumíferos imberbes como espadachines
entintados para verter opiniones ocultas, apenas se atrevió a mostrar sus verdaderos
sentimientos al confirmarse la muerte del Libertador.
Otra fábula que pretendió argumentar hablaba de una
supuesta carta anónima enviada por él a Bolívar advirtiendo de la inminente
conspiración. Todo un creativo de la farsa el señor. En el viaje a la costa
Caribe para salir expatriado, sostuvo este diálogo donde el oficial italiano que
le acompañó y que reportaba a Manuela Sáenz los pormenores del recorrido, lo
interpela sagazmente:
-
Montebrune. “Y sabiendo usted que se intentaba contra la
persona que sostiene la república, deduzco que conocía fácilmente que se
seguiría la destrucción del edificio; era, pues, un deber de usted delatar
claramente al gobierno el plan que se formaba para lograr su exterminio, y este
deber es tanto más positivo cuanto que usted, además de ser un general, acababa
de recibir de su excelencia las pruebas de la más alta confianza con el destino
que se le había conferido”.
-
Santander. “Siempre he creído que todo delator se envilece”.
-
Montebrune. “Mas no se envilece aquel ciudadano que salva a
su patria; además yo, en lugar de usted, nunca aduciría o diría tal cuento de
anónimo, porque usted sabe que en el reglamento de correos hay un artículo, y
creo que no está anulado, por el cual se previene que todas las cartas que se
introducen en el buzón y son dirigidas a individuos que habiten el lugar, deben
quemarse y no dárseles curso; ahora mucho menos a una dirigida a su excelencia,
por mil razones que no acabaría nunca de explicar si me pusiese a detallarlas”.
-
Santander. Yo
ignoraba tal cosa (¿Cómo así? ¿el “Hombre de las Leyes” ignoraba un simple reglamento?),
y como observé el silencio de París que me invitó la noche del 23, toqué el
mismo negocio aunque en términos generales y Herrán estaba presente.
-
Montebrune. ¿Usted dijo a Herrán y a París el contenido del
anónimo?
-
Santander. “No, pero les hice entender que estábamos
amenazados de una revolución, y París despreció mi proposición, riéndose de
ella, sabiendo sin embargo yo que hablaba de buena fe”.
-
Montebrune. Señor, todas estas razones lo hacen a mis ojos más
criminal; usted perdió la ocasión de probar a Colombia que desea su felicidad;
usted tuvo en sus manos los medios de destruir la larga serie de cosas que se
han escrito sobre usted y de dar pruebas al Libertador de que era digno de su
confianza.
-
Santander. “Yo jamás creía que los conspiradores fueran capaces de
llevar adelante tal locura”.
-
Montebrune. ¿Y por qué les daba consejos?
El análisis de esta personalidad tan ponzoñosa queda
para más estudio y reflexión. El derecho penal de todos los tiempos le señala
por actuar con simulación, saña, alevosía, nocturnidad, y reincidencia.
II
Debo hacer una advertencia previa como investigador de
procesos históricos: desde que fue captado por el aparato de inteligencia
yanqui, Santander no trazaba línea sin calcular su efecto en el futuro, y en
las comunicaciones con sus cómplices utilizó codificaciones y palabras claves
cuyo significado sólo ellos manejaban; también está comprobado que ordenó el
robo de correspondencia de Bolívar y de leales bolivarianos como Lara, Urdaneta,
Manuela; y usó a expertos falsificadores para adulterar documentos, por lo que
ninguna carta de algún prócer –especialmente las de Bolívar- proveniente de su
archivo personal es confiable; lo más seguro es que haya sido manipulada con la
agregación de alguna frase inadecuada para el remitente o favorable al tenedor.
Dicho esto, pasemos a revisar algunas expresiones que
reflejan el odio exhalado por Santander contra el hombre que lo sacó del
anonimato y lo subió con generosidad sincera al carruaje de la Historia.
La noticia de la muerte del Libertador es recibida por
Santander el 1º de marzo de 1831 en Génova, Italia. Al día siguiente escribe a
Francisco Soto con despreciable cinismo: “muerto Bolívar, ya no queda ni
pretextos para estar echando abajo las constituciones y nombrando dictadores”.
A Vicente Azuero, le habla con abierta fruición: “¿Con que al fin murió don
Simón? El tiempo nos dirá si su muerte ha sido útil o no a la paz y a la
libertad; para mí tengo que no sólo ha sido útil, sino necesaria”. Son
las palabras de un asesino. Luego a Herrán, en otra fecha desde Londres: “la
muerte del general Bolívar ha allanado los dos tercios del camino para resolver
(diferencias políticas) sin acudir a las armas”.
El tiempo lo desmintió categóricamente: la muerte de
Bolívar y el ascenso de esos canallas al poder, sólo trajo ausencia de paz y
libertad al pueblo colombiano, que aún hoy es masacrado por las armas, habiendo
sufrido dos siglos de indetenible guerra interna.
¿Con quiénes gobernó Santander al regresar a Bogotá,
luego que Estados Unidos cuadrara su llegada triunfal como (sub) presidente de
la Nueva Granada?
Al primero que premió con el cargo de Ministro de Guerra
fue al asesino de Sucre. El 1º de junio de 1830 los santanderistas publicaron
una arenga al magnicidio contra el Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre:
“Puede ser que Obando haga con Sucre lo que no hicimos con Bolívar”. ¿Díganme si
esto no es una apología del magnicidio?. El periódico de los sicarios ostentaba
el nombre de “El Demócrata”. Son los mismos matones de septiembre 1828 y junio
1830 que hasta hoy se hacen llamar “demócratas”. La lista sigue con Azuero, los
“Pachos” Soto y González, Lorenzo María, el primero de la antivenezolana
familia Lleras, y una pandilla de asesinos en serie, antecesores de tipos como
el alias “Popeye”, típicos en la Colombia secuestrada por ese santanderismo.
III
En la acera de la justicia y el honor, perfectamente
hilada con las razones y evidencias que hemos expuesto, estuvo la Sentencia de
Urdaneta, en cuyo numeral 3º dictaba:
-
Que el
expresado general no sólo se manifiesta sabedor de una conspiración, sino
también de aconsejador y auxiliador de ella, sin que pueda valerle de ningún
modo el que no haya estado en su ánimo la conspiración del 25, pues él mismo confiesa
haber aprobado una rebelión, y aun haber aconsejado los medios de realizarla
por el establecimiento de la sociedad republicana, circunstancia que le
califica de cómplice en la conjuración del 25, pues poco importa para su
defensa que haya estallado en aquél día o en cualquiera otro la revolución que
aconsejaba y caracterizaba de justa, porque lo que se deduce es que abortó su
plan por la opinión del capitán Benedicto Triana, cuyo acontecimiento no dio
lugar a que se efectuase cuando el general Santander se pusiese en marcha para
los Estados Unidos del Norte, según él lo deseaba. Por estos fundamentos, y lo
más que resulta de cierto, se concluye que el general Francisco de Paula
Santander ha infringido el artículo 26 del tratado 8, título 10, de las ordenanzas
del ejército, que impone pena de horca a los que intentasen una conjuración, y
a los que sabiéndola, no la denunciaren; ha infringido el artículo 4 del
decreto de 24 de noviembre del año 26, por el que se prohíben las reuniones
clandestinas; y con más eficacia el decreto de 20 de febrero del presente año
contra los conspiradores. En esta virtud se declara que el general Santander se
halla incurso en la clasificación que comprende el segundo inciso del artículo
4 de este último decreto, y se le condena, a nombre de la República y por autoridad de dicho decreto, a
la pena de muerte y confiscación de bienes en favor del estado, previa
degradación conforme a ordenanza; consultándose esta sentencia para su
aprobación o reforma con su excelencia el Libertador presidente.
La consulta implicó que el Consejo de Ministros
sugiriera la conmutación de la pena por el exilio, y Bolívar, siempre elevado
por encima de las miserias humanas, pensando en no echar más leña a la hoguera
donde se avivaban rivalidades xenófobas contra los venezolanos fieles al
Proyecto Bolivariano, lo aprobó, aunque después tuviera que exclamar: “Yo he
conservado el título de magnánimo y la Patria se ha perdido”, reconociendo
amargamente la imprudencia de “haber salvado a Santander”.
Y para más detalles de lo acontecido aquella noche
trágica para la historia ejemplar que se venía escribiendo de la mano del Gran
Genio de América, dejemos que sea Manuela Sáenz, quien nos relate lo sucedido,
de primera mano:
-
“Serían
las doce de la noche cuando latieron mucho dos perros del Libertador, y a más
se oyó un ruido extraño que debe haber sido al chocar con los centinelas (...).
Desperté al Libertador, y lo primero que hizo fue tomar su espada y una pistola
y tratar de abrir la puerta. Le contuve y le hice vestir, lo que verificó con
mucha serenidad y prontitud. Me dijo: “Bravo, vaya, pues, ya estoy vestido; y
ahora ¿qué hacemos? ¿Hacernos fuertes?” volvió a querer abrir la puerta y lo
detuve. Entonces se me ocurrió lo que había oído al mismo general un día:
“¿Usted no dijo a Pepe París que esta ventana era muy buena para un lance de estos?”
“Dices bien”, me dijo, y fue a la ventana. Yo impedí el que se botase, porque
pasaban gentes, pero lo verificó cuando no hubo gente, y porque ya estaban
forzando la puerta. Yo fui a encontrarme con ellos para darle tiempo a que se
fuese; pero no tuve tiempo para verle saltar, ni cerrar la ventana. Desde que
me vieron me agarraron: “¿Dónde está Bolívar?” Les dije que en Consejo, que fue
lo primero que se me ocurrió; registraron la primera pieza con tenacidad,
pasaron a la segunda, y viendo la ventana abierta exclamaron: “¡Huyó; se ha
salvado!” Yo les decía: “No, señores, no ha huido, está en el Consejo”. “¿Y por
qué está abierta la ventana?” “Yo la acabo de abrir porque deseaba saber qué
ruido había”. Unos me creían y otros no. Pasaron al otro cuarto, tocaron a cama
caliente, y más se desconsolaron, por más que yo les decía que estuve acostada
en ella esperando que saliese del Consejo para darle un baño (…). El Libertador
se fue con una pistola y con el sable que no se quien le había regalado en
Europa. Al tiempo de caer en la calle iba pasando su repostero y lo acompañó.
El general se quedó en el río (bajo las arcadas del puente del Carmen) y mandó
a éste a saber cómo andaban los cuarteles; con el aviso que le llevó, salió y
fue para el Vargas (al cuartel del batallón Vargas) (…). Por no ver curar a
Ibarra me fui hasta la plaza, y allí encontré al Libertador a caballo, entre
mucha tropa que daba vivas al Libertador. Cuando regresó a la casa me dijo: “Tu
eres la Libertadora del Libertador” (…). Su primera opinión fue que se
perdonase a todos; pero usted sabe que para esto tenía que habérselas con el
general Urdaneta y Córdoba, que eran los que entendían en estas causas”. (Carta
a O’Leary, 10 de agosto de 1850)
A juzgar por los hechos recientes, a 192 años del
crimen histórico, podemos concluir que el régimen antibolivariano surgido de
aquellas traiciones, es culpable de haber impuesto la cultura de la muerte como
fuente de poder y de riqueza.
Los pueblos tenemos la palabra. Bolívar espera
justicia, reparación y –sobre todo- que sus sueños de máxima felicidad, truncados
por la manada sanguinaria, se hagan realidad.
Yldefonso Finol
Economista e
historiador bolivariano
DEA en Historia
Contemporánea de los Derechos Humanos
Experto en Derecho
Internacional de los Refugiados
Constituyente de 1999
Cronista de Maracaibo
Esa es la realidad histórica, amigo Chonchi,siempre te sigo. Cordial saludo.Nemesio.
ResponderEliminarSaludos amigo.
EliminarSu escrito refuerza mi bolivarianismo y corrobora el comportamiento actual de los herederos de la ladina y traicionera genética santanderiana. Gracias profesor. Siempre lo he admirado a ud. Bolivarianos somos!
ResponderEliminarCompañero favor puede identificarse si quiere, gracias
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