viernes, 31 de julio de 2020

OBRA GANADORA DEL CERTAMEN MARACAIBO CIUDAD DE CRONISTAS Y BARDOS



Datos del autor:
Nombre: Heberto Antonio González  Ferrer
Cédula de identidad: 4.147.551
Obra: Décimas 


1.    MALDITO IMPERIO ASESINO
(Décima Acróstica con sílabas)

Maldito   Imperio asesino
Difusor   de la maldad
Tortura   la humanidad
Imponiendo   un cruel destino.
Pero   ese gran pueblo chino
Rió   ante sus agresiones
Anuló   aquellas sanciones
Sentido,   Trump le atacó
Si   viral guerra ordenó
No   pensó en repercusiones.

2.    RETOÑA EL MUNDO

Ahora que se están cayendo
Todas las bolsas del mundo
Tiembla el Imperio iracundo
Su sistema se está hundiendo.
Y el ambiente renaciendo
Pues la contaminación
Merma por esa inacción
De industrias y capitales
Un mundo sin esos males
Retoña en Revolución.

3.  CUMPLIENDO CON CHAVEZ
     (Décima Tautograma)

Cubreboca colocado
Cumpliendo conscientemente
Compatriota consecuente
Colabora con cuidado.
Cualquier caso contagiado
Comunícalo corriendo
Con cautela, conteniendo
Cuarentena cumpliremos
Casa cerrada cuidemos
Con Chávez, coño,...cumpliendo.

martes, 28 de julio de 2020


Este es mi país. Este es mi mapa. Mis desvelos por un mundo mejor ocurren en este mapa. Mi amor mis entregas mis frutos mis dolores mis alegrías mis sueños mis muertos mis recuerdos mis anhelos mis cuentas pendientes mis cafés mañaneros mis arepas mis hamacas mis rones y cocuy mis pabellones mis caimaneras mis amistades mis detractores mis vigilias mis venganzas mis serenatas mis libros mis poetas mis heroinas mis ancestros mis cepillaos mis guarapos mis mareos en el páramo mis hipnosis frente al mar mis delirios bajo el sol mis manías mis llantos mis espíritus mis pesadillas mis batallas mis historias mis compromisos mi vida. Todo está aqui, en este mapa: mi afinque para construir una nueva humanidad.

viernes, 24 de julio de 2020




El Cronista de Maracaibo
informa a la colectividad sobre los resultados del certamen literario
MARACAIBO CIUDAD DE BARDOS Y CRONISTAS

Ganador único en el renglón Décimas
Heberto González
Quien presentó una alta coherencia temática, creatividad, adecuado uso del lenguaje, exigencia métrica y discurso poético, además de agregar composiciones gráficas y de compleja elaboración que engalanaron sus décimas.

Mención Especial a
Joaquín Carrasquero
Por el compromiso social latente en sus versos y la adecuada utilización de la exigente métrica de la espinela.

Diploma Honorífico (Post Mortem) a:
Mario Villasmil
Maestro decimista prolijo y comprometido, que dedicó toda una vida al cultivo de los valores humanos que exaltan la venezolanidad. Poeta nato con fuerte vocación popular y patriótica, quien hasta sus últimos días colaboró con la concepción y realización de diversos eventos decimeros nacionales e internacionales, incluido este certamen.

Las otras menciones se declararon desiertas, y en vista de la poca participación, no se cumplieron las expectativas para realizar una publicación antológica. La obra ganadora será difundida por los mismos medios a través de los cuales se hizo la convocatoria.
Agradecemos a todas las personas que participaron y les animamos a continuar haciendo sus aportes literarios y solidarios en pro de una mejor sociedad.

Yldefonso Finol
En Maracaibo, a los 24 días del mes de julio de 2020
A 237 del Natalicio del Libertador Simón Bolívar

La Primera Batalla de Maracaibo la libró el pueblo Añú en noviembre de 1573 derrotando al invasor español Alonso Pacheco que huyó a Trujillo. La Segunda fue en julio de 1823, donde trunfaron las tropas bolivarianas de Manuel Manrique y José Padilla sobre el último tirano extranjero Francisco Morales. Hoy se cumplen 197 años de esa victoria que selló la Independencia de las actuales Repúblicas de Colombia y Venezuela. 

Bolívar hoy: 237 años derrotando imperios
Epígrafe
“Por él son independientes Colombia y el Perú, a él debe su existencia política Bolivia.  Por el respeto que infunden sus virtudes morales y militares, gozan las tres repúblicas de seguridad, y de la confianza que inspira su confianza pública a los monarcas, puede esperar su existencia futura el Gobierno republicano en América. Digan los pueblos, pues, y díganlo, sin temor de ser desmentidos, porque no exageran, que todo lo ha hecho Bolívar o lo ha hecho hacer y que sólo sus obras han tenido y pueden tener consistencia”. (Simón Rodríguez, 1828)

Prefacio
Como fenómeno histórico universal, las miradas e interpretaciones que existen sobre la vida y obra del Libertador Simón Bolívar son diversas y dependen de cuatro elementos fundamentales:
-       El nivel de conocimiento de la verdadera historia de la emancipación americana
-       El enfoque ideológico, la perspectiva política, los intereses que se defiendan en la contienda mundial entre la opresión y la liberación de los pueblos
-       El grado de mezquindad o de magnanimidad con que se vean los hechos y sus protagonistas
-       La honestidad intelectual de quien estudia y analiza la historia no sólo para “contarla”, sino también –y fundamentalmente- para formular lecturas interpretativas de la misma.
No hablo de “objetividad” porque no creo que se pueda sostener tal característica en el análisis de acontecimientos de contenidos esencialmente socioeconómicos y político-culturales, que además por haber ocurrido en el pasado, requerimos obligatoriamente de fuentes que según su procedencia implican determinadas subjetividades, toda vez que muchos de los autores de la crónica histórica ejercieron simultáneamente algún protagonismo en aquellos procesos, y en la historiografía nadie se escapa de tener “su corazoncito”.
Quienes nos adentramos en el estudio de sucesos con varios siglos de haberse desarrollado, no tenemos la opción de modificar desenlaces consumados. No valen las elucubraciones caprichosas sobre si tal o cual detalle hubiese cambiado el curso de la historia, ni las ficciones maravillosas de insertarse en el terreno de los acontecimientos; mucho menos en el astuto y recurrente recurso de erigirse en juez y fiscal a la vez, para emitir acusaciones infundadas y sentencias truculentas, jalonando para la tergiversación, unos argumentos extraídos de las vísceras despechadas de los detractores del heroísmo, esos que dan por sentado que los latinoamericanos somos “idiotas”, o, en el mejor de los casos, “buenos salvajes”.
Miguel Acosta Saignes sostiene que la historia no es lo que hubiera podido ocurrir sino “lo inexorablemente sucedido, imborrable en los anales de la humanidad”. Ésta bien pudiera ser una máxima de la “objetividad” de la historia. Según su perspectiva “existen graves dificultades para juzgar por los errores posibles de los grandes conductores del pasado, porque consiguieron su objetivo. Eso basta e impide censurarles los pormenores del proceso. Pero tampoco es posible enmendar la plana a quienes hayan fracasado. El historiador ha de analizar las correlaciones de factores, los movimientos colectivos, las fuerzas productivas, las correlaciones de clase y sólo así podrá formar un juicio no sobre lo que hubiera podido o debido pasar, sino sobre la irreversible realidad que existió”.
Otro enfoque, desde el humanismo caribeño, nos invita a valorar con generosidad a los próceres de nuestra independencia, más allá de las críticas que pudieran recaer sobre algunas de sus actuaciones. Releamos el clásico de Martí que introduce su texto Tres Hombres en la revista La Edad de Oro: “Hay hombres que viven contentos aunque vivan sin decoro. Hay otros que padecen como en agonía cuando ven que los hombres viven sin decoro a su alrededor. En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana… Se les deben perdonar sus errores, porque el bien que hicieron fue más que sus faltas. Los hombres no pueden ser más perfectos que el sol. El sol quema con la misma luz con que calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz”.
El tema “Bolívar”, sin embargo, nos lleva mucho más allá de una simple valoración del individuo (por muy genial que haya sido), en un tiempo que ya pasó y que sólo puede verse en la distancia de los siglos…porque Bolívar es el símbolo de una épica colectiva, un movimiento sociopolítico necesario e inevitable en sus circunstancias históricas concretas, que implicaron la interacción de fuerzas nacionales e internacionales, ascenso de nuevas clases y facciones hegemónicas, incluso, choques geopolíticos entre los imperios dominantes, y hasta incipientes potencias emergentes que pugnaban por ubicarse privilegiadamente en el reacomodo del mundo.
Además, y para cerrar esta obertura, Bolívar no ha sido nunca pasado, porque su obra quedó inconclusa manteniendo absoluta pertinencia, y porque su ideario constituye hoy en nuestros días una Doctrina válida para la transformación de la realidad latinoamericana y caribeña. Es esa vigencia lo que mantiene vivo al Libertador, razón por la cual sus enemigos se empeñan con tanto encono en atacarlo abierta o solapadamente, rumiando las calumnias que en su momento difundieron los intrigantes, o achacándole con argumentos baladís todos los males de la sociedad hispanoamericana actual. En palabras del maestro Prieto Figueroa “a Bolívar no podemos mirarlo los venezolanos, los americanos, como una figura histórica que realizó una obra, sino como un germen de pensamiento, creciendo, floreciendo y fructificando siempre…las ideas de Bolívar tienen un contenido que trasciende su época y su tierra, porque pensó con la vista puesta en el porvenir”. Tal como se lo dijo a Páez en una carta antológica el General Rafael Urdaneta: “Su nombre es ya propiedad de la historia, que es el provenir de los héroes”.
En su defensa de Bolívar, titulada “El Libertador del mediodía de América y sus compañeros de armas defendidos por un amigo de la causa social”, el maestro Simón Rodríguez le enrostra a los malagradecidos quién sacó de la nada la libertad que ahora disfrutan: “Si algunos hombres que, ahora pocos años, erraban en tinieblas, gozan hoy de la inesperada fortuna de figurar en el mundo político; si otros, que la suerte condenaba a un olvido perpetuo, ven sus nombres contados entre los materiales de la historia de América; si tantos, de los que, ni en secreto se atrevían a decir lo que pensaban, hablan hoy, sin pensar e impunemente, más de lo que la decencia permite; si los que creían morirse pensando, tienen hoy la libertad de publicar impresas sus ideas, ¿a quién deben estas satisfacciones? ¿Por quién, las insípidas tertulias de Seminario y de Convento, se han convertido en sociedades pensantes? ¿Por quién, los claustros se han transformado en Asambleas Políticas? ¿Por quién, tantos hombres, perdidos en ocupaciones insignificantes, se ven hoy reunidos en Congreso, tratando del bien público? ¿Quién los sacó de su mediocridad, para elevarlos a la dignidad de Legisladores? En fin... ¿quién ha obrado el prodigio de hacer hablar de Política? ¡¡¡En las colonias españolas!!! Responded militares ¡Hombres estimables! ¡Dignos compañeros del ilustre Bolívar!”
Entonces no nos conformamos con narrar una secuencia de hechos consumados, con más o menos estilo y profusión, exaltando dotes extraordinarios de los héroes y heroínas, como si se tratase de seres fantásticos; sino que nos adentramos en las esencias de los fenómenos en el intento de contribuir a desarrollar comprensiones colectivas del devenir de los pueblos. Esa es la tarea que tanto el oficio de historiador como el compromiso del científico social nos exigen cumplir.
I
Perfiles de Bolívar
Bolívar es un hombre en guerra. Su tiempo histórico está marcado por la confrontación anticolonial de las sociedades forjadas en tres siglos de invasión y opresión española. El modelo de Estado monárquico, con un rey y una metrópolis cada vez más lejanos y parasitarios, castrador de la iniciativa mercantil en los dominios coloniales, entra en crisis con las aspiraciones económicas y políticas de una parte de la élite local. El sector social integrado por la incipiente burguesía agrícola, terrateniente y esclavista, más los segmentos comerciales y artesanales emergentes, aportaron la mayoría de la avanzada que emprendió la rebelión por la ruptura con el sistema colonial.
La consecución de la independencia interesaba a las clases propietarias de medios de producción, para asumir en forma directa el poder que se reservó la metrópoli. Los criollos blancos se cansaron de ser mandados por los blancos peninsulares.
Visto así pareciera reducirse a un simplismo, pero el proceso que se inició a partir de esa contradicción fundamental, adquirió en su desarrollo tal nivel de complejidad, que removió todos los cimientos de la sociedad continental que comenzó a imponerse desde 1492. Los cambios logrados, sin embargo, sólo alcanzaron remover la estructura jerárquica interna y la organización política de los territorios respecto de la sujeción a la autoridad española; lo que no necesariamente se tradujo en cambios sociales significativos, y mucho menos, en una descolonización del modelo cultural-ideológico dominante.
La gesta del movimiento independentista hispanoamericano, donde descuella la suprema obra bolivariana por su magnitud y trascendencia, consistió en arrebatarle el continente al Imperio Español, fundando un “archipiélago” de repúblicas donde antes hubo un solo gobierno bajo inconmovibles dogmas políticos y religiosos. “El mundo de Colón ha dejado de ser español. Tal ha sido nuestra audacia”, decía Bolívar en el clímax de su gloria militar.
Era éste uno de los retos avizorados por El Libertador cuando intentó poner en marcha un nuevo modelo de Estado republicano y democrático, pero con la suficiente gobernabilidad y fortaleza para sostenerse en medio de la turbulencia que representaba la invención de una nueva geografía política en América, más las acechanzas de fuerzas con pretensiones hegemónicas tanto de la rancia Europa como del vecindario continental.
Los grandes temas de debate en medio de la guerra, le reclamaban profundas reflexiones para ver entre la ensangrentada polvareda de la batallas, la imagen de la nueva gobernabilidad requerida para emprender, tras el triunfo definitivo sobre las armas enemigas, la construcción de una sociedad radicalmente original. “Sólo la Democracia, en mi concepto, es susceptible de una absoluta libertad; pero, ¿cuál es el Gobierno Democrático que ha reunido a un tiempo, poder, prosperidad, y permanencia?”, afirma con absoluta convicción a la vez que se cuestiona con base en la experiencia buscando descifrar la viabilidad del mejor sistema de gobierno.
La angustia de su entrega al éxito de la revolución americana está justificada en las advertencias que dejó anotadas durante toda su gesta. Bolívar desarrolló un vibrante talento predictivo por el mismo hecho de comprometer su vida con la causa abrazada. El 4 de agosto de 1829, en carta dirigida al General Mariano Montilla, advertía con asombrosa lucidez: “Si la América no se llama al orden y la razón, bien poco hay que esperar respecto a la consolidación de sus gobiernos, y un nuevo coloniaje será el patrimonio que leguemos a la posteridad”.

De allí ideas como aquella de darle sostenibilidad a la jefatura de Estado en la doctrina constitucional boliviana, que tanto usaron sus enemigos para manipular la opinión pública tildándolo de tirano y acusándolo falsamente de querer coronarse; pero también ideas como aquella del Congreso de Angostura para confederar una poderosa alianza de pueblos libres; la propia creación de Colombia como país de países que permitiera garantizar la independencia alcanzada con tantos sacrificios, en fin, la idea del Equilibrio Universal que más allá de concebir contrapesos a los polos hegemónicos internacionales, proponía la defensa y promoción de los valores de cooperación, solidaridad y justicia que debían regir la convivencia de las naciones en el concierto mundial.
Estamos hablando del genio militar que concibió y condujo la campaña libertadora que derrotó al imperio más poderoso de la Tierra, Bolívar es un estudioso del pensamiento más avanzado de su época y de los clásicos; conocedor amante del espacio geográfico y constructor de nuevas geografías; escritor, incansable trabajador del pensamiento, creador de un ideario expuesto en diversos géneros como artículos, proclamas, epístolas, discursos, manifiestos, leyes; seguidor agudo de la realidad internacional, estadístico, comunicador tenaz, cultivador de la memoria histórica, expositor coherente de los principios y formulaciones fundamentales de su doctrina: anticolonialismo, igualdad social, república, democracia, buen gobierno, propiedad nacional de los bienes estratégicos; promotor de la educación popular y las ciencias como vías emancipadoras y progresistas; predicador de la unidad, cooperación y convivencia fraterna entre las naciones, con su idea original del Equilibrio del Universo.
Su maestro Simón Rodríguez lo definió así de carácter: “Hombre perspicaz y sensible... por consiguiente delicado. Intrépido y prudente a propósito... contraste que arguye juicio. Generoso al exceso, magnánimo, recto, dócil a la razón... propiedades para grandes miras. Ingenioso, activo, infatigable... por tanto, capaz de grandes empresas. Esto es lo que importa decir de un hombre, a todas luces distinguido, y… lo solo que llegará de él a la posteridad…El día y la hora de su nacimiento son de pura curiosidad. Los bienhechores de la humanidad, no nacen cuando empiezan a ver la luz; sino cuando empiezan a alumbrar ellos”.
Rodríguez percibe ya en 1828 la necesidad de salir en defensa del Libertador porque sus enemigos desataron una gigantesca campaña de infamias que pronto encontró eco en las editoriales, la prensa aristocrática y los círculos diplomáticos más influyentes de la época. Los agentes estadounidenses e ingleses se esmeraban en difundir cuantas calumnias se podían imaginar. Individuos carentes de todo honor, reunidos en el club de resentidos que incluye piratas franceses, militares peruanos fracasados, publicaron textos repletos de mentiras, mientras la corte de zánganos del traidor mayor Santander inundaban el ambiente con toda clase de intrigas.
“El derrotado invencible”, lo llama el historiador Salcedo Bastardo, que le atribuye tener un espíritu indoblegable, recio y tenaz;  este autor dice que Bolívar “se yergue sobre sí mismo, suelta toda su energía y reitera su entusiasta pasión por el pueblo y por la libertad”. Por otra parte, el historiador cubano Francisco Pividal considera que “Bolívar se crece frente al infortunio y con energía y confianza soslaya su presente adverso para vislumbrar el futuro y personificar con lenguaje visionario el espíritu nacional de nuestra América”.
Su edecán por muchos años, Daniel Florencio O’leary –coincidiendo con Páez-, observó en El Libertador “el don de la persuasión”, atributo insustituible en líderes de grandes hazañas, que debía traducirse en saber ganarse la confianza de la gente. Según el cronista, en gran parte se debe a esas cualidades “los asombrosos triunfos que obtuvo en circunstancias tan difíciles, que otro hombre sin esas dotes y sin su temple de alma se habría desalentado. Genio creador por excelencia, sacaba recursos de la nada”.
Su enemigo en la guerra, el General español Pablo Morillo, al informar al Rey sobre la entrevista con Bolívar en Santa Ana de Trujillo para refrendar los tratados de regularización de la guerra, expresa: “Nada es comparable a la incansable actividad de este caudillo. Su arrojo y su talento son sus títulos para mantenerse a la cabeza de la revolución y de la guerra; pero es cierto que tiene de su noble estirpe española rasgos y cualidades que le hacen muy superior a cuantos le rodean. Él es la revolución”.
En ese encuentro trascendental, el realista General La Torre, devolvió al Libertador las pistolas que había perdido en la espectacular hazaña de Casacoima.
Pero cuando queramos definir en lenguaje coloquial a Bolívar, lejos del elegante discurso y la exigente academia, digamos que es un venezolano 100%, buena gente,  comedor de arepas y sancochos, enamorado de la vida, buen bailador y cantador; y que como pocos en la historia, fue predictivo y perseverante, de los que viven para honrar la palabra empeñada.

II
Dificultades del “Hombre de las Dificultades”
La vida de Simón Bolívar fue un torbellino de golpes desde su infancia. Súbitas pérdidas familiares lo marcaron. Huérfano de padre y madre. Líos con su tío tutor. Esposa amada arrebatada precozmente por enfermedad repentina. Su hermano y camarada Juan Vicente cae trágicamente sirviendo a la Patria en los primeros días de la gesta libertaria.
Emprendida la guerra por la independencia, sufre la traición de subordinados en Puerto Cabello perdiéndose la fortaleza y los pertrechos. La Capitulación de Miranda marca la caída de la I República de Venezuela trayendo consigo las críticas internas y divisiones en el seno de la vanguardia. Mal momento en que junto a un grupo de patriotas inconformes apresan al Generalísimo, con el terrible desenlace de quedar atrapado al caer en manos realistas la plaza. La salida de Venezuela con pasaporte que le tramita un amigo español, y que fue posible conseguir por tratarse de un mantuano prestigiado.
Sobre los señalamientos sembradores de sombras que se han vertido en torno al capítulo de la captura de Miranda, el historiador Francisco Pividal da luces para una mejor comprensión de la verdad histórica: “La prisión de Miranda no obedeció a sentimientos innobles como pretenden los calumniadores del Libertador. Si esta imputación hubiera sido cierta, no se explica que Leandro y Francisco, los propios hijos de Miranda, viajaran desde Inglaterra para servir lealmente bajo las órdenes del ilustre caraqueño. Ellos vieron en Bolívar la continuación de la obra de su progenitor”.
Siguió el exilio vía las Antillas a Cartagena. Bolívar emprende su vertiginosa carrera militar liberando pueblos desde el Caribe a Cúcuta siguiendo la ruta del Magdalena. Pasa a Venezuela pese a obstáculos de Castillo y Santander. En 1813 cumple exitosamente la Campaña Admirable con la colaboración de prohombres como Urdaneta y Girardot. Pero también ha de caer la II República frente a un pueblo humilde aún controlado políticamente por los colonialistas, en particular por el sanguinario Boves que logra captar al campesinado llanero con demagógicas promesas. Viene la evacuación y éxodo a Oriente. Insubordinación, aprensión y amagues de fusilamiento.
Es histórico que las derrotas paren divisiones.
El pirata italiano Bianchi, cuyos servicios como navegante habían utilizado los patriotas, se alza con los pocos fondos y útiles de la República caída. Bolívar y Mariño se atreven a abordar la nave para detenerlo, pero el experimentado corsario logra zarpar con los dos héroes por rehenes. El propio Bolívar nos relata: “Logramos conducir a Margarita a este infame pirata para hacernos justicia y aprovechar los únicos restos de nuestra expirante existencia. La fatalidad, entonces anexa a Venezuela, quiso que se hallase el general Piar en Margarita. El general Mariño y yo, jefes de la República, no pudimos desembarcar porque el faccioso Piar se había apoderado de la fuerza y nos obligó a ponernos a merced de un pirata”. Las raras andanzas de Piar fueron muy tempranas.
Mientras, Ribas envalentonado en tierra firme, en complicidad con Piar, levanta expediente contra Bolívar y Mariño; los tilda de traidores y ordena públicamente su expulsión de Venezuela. En Carúpano han llegado los generales expatriados para entregar lo que pudieron salvar de manos de Bianchi. Un bravucón Ribas al frente del ejército los hace presos sin derecho a ser escuchadas sus defensas. En la oprobiosa cárcel de nuevo su prestigio lo salva -a él, a Mariño y otros cuarenta y dos reos- de la visceral discordia. Durante la fuga, con ayuda del oficial encargado de la custodia que reconoce a Bolívar como su legítimo jefe, se apoderan de armas y de una nave anclada en puerto. Simultáneamente deja sus hondas reflexiones conocidas como Manifiesto de Carúpano que escribió en el aire con la tinta de sus arrojos.
Problemas con caudillos orientales hubo todos esos primeros años, incluso luego de la Expedición de los Cayos, y hasta consolidar su mando en Angostura. Con otros como Páez, los conflictos serían más soterrados, aunque más letales; claro, nada comparado con lo vivido en Bogotá por la patológica envidia de Santander, hombre de ingénita vocación traicionera.
Los varios exilios, los debates hasta hacerse jefe del alto mando en Haití, la prolongada problemática con Piar, los magnicidios frustrados en Rincón de los Toros, Kingston y Bogotá, la milagrosa escapada en Casacoima, el caos estructural del Perú signado por enésimas intrigas y traiciones, el invento oligarca de La Cosiata que envenenó el alma de Páez, tener que venir desde Perú con urgencia a intentar detener la división, retornar a la guerra con Perú por la manía expansionista de su engreída aristocracia, derrotarlos a todos a la vez, pero quedando exhausto de cuerpo y ánimo. Estocada fatal con el cobarde asesinato de Sucre. Tormentosa campaña internacional de descrédito con matrices de opinión sobre supuestas intenciones de coronarse y otras calumnias viles.
Pero en la conciencia de los pueblos se fue sembrando una verdad proverbial como la luz del sol: que el venezolano Simón Bolívar es sinónimo de libertad. Es así como, pese a la poderosa maquinaria desplegada por los poderes fácticos, surgieron voces en todo el mundo que se identificaron con la causa bolivariana; por citar un caso, el combatiente internacionalista francés, Alejandro Lameth, otorgó al Libertador un nuevo título honorífico: primer ciudadano del mundo.

III
Rebelde con causa: la vocación ser útil
Detesto las comparaciones de nuestros héroes con figurones de la historia europea y norteamericana, como me fastidian las apelaciones bíblicas y de otras mitologías para supuestamente engrandecer a los libertadores de nuestra patrias indoamericanas. No se puede comparar a Bolívar con Napoleón. El corso no luchó por la independencia, ni siquiera de su patria insular, y sus frustrados planes de reconquista en el Caribe tenían el propósito de perpetuar la esclavitud. 
Las luchas de Simón Bolívar tenían una intencionalidad social revolucionaria, progresista, igualitaria, solidaria. En palabras de “Robinson” su proyecto se orientaba a realizar una “reforma que nunca se ha hecho: la social”. Abolir la esclavitud como lo decretó y pidió insistentemente a los legisladores; reivindicar los derechos de los pueblos originarios como lo intentó dictando varias normas pioneras; establecer sistemas económicos soberanos y productivos; fortalecer las propiedades y rentas nacionales para ponerlas al servicio de la ciudadanía; fomentar la educación en todos sus niveles para toda la población, y las ciencias para el progreso colectivo; establecer relaciones laborales formales, con salarios justos y contratos estables para la clase trabajadora; implementar políticas públicas de protección a sectores vulnerables como viudas, huérfanos, enfermos crónicos; gestar una ciudadanía activa plena de virtudes, participando de la vida política nacional y ejerciendo responsablemente las libertades de expresión, opinión y creación; todo ello en el marco de la autodeterminación, sin injerencias imperialistas y en armónicas relaciones con el entorno internacional. 
Por algo una de sus novedades semánticas fue la categoría “familia de ciudadanos”.
Desde muy temprano en la lucha por la independencia de Venezuela, el Libertador Simón Bolívar dio muestras claras de su vocación solidaria y justiciera. Mención especial merece la Ley de Honores a Girardot,  dada en el Cuartel General de Valencia el 30 de septiembre de 1813, donde Bolívar, colmado de Gloria en la inigualable Campaña Admirable, nos mostró con dolor sublime su espíritu fraterno al consagrar el eterno agradecimiento de la Patria a aquéllos héroes tan osados en el combate como generosos en la entrega, donde el martirio del antioqueño Atanasio Girardot, brillaba fulgurante en los cielos de la epopeya latinoamericana.
Obsérvese como el Artículo 7º de dicha Ley es enfático en la protección familiar del soldado caído: “La familia Girardot disfrutará por toda su posteridad de los sueldos que gozaba este mártir de la Libertad de Venezuela, y de las demás gracias y preeminencias que debe erigir el reconocimiento de este gobierno”.
Otro de los actos reparadores de justicia social dictados por Simón Bolívar fue la “Repartición de bienes como recompensa a oficiales y soldados”. Esta Ley creada en octubre de 1817 por el Jefe Supremo de la República y Capitán General de los Ejércitos de Venezuela y de Nueva Granada, partía de considerar “que el primer deber del Gobierno es recompensar los servicios de los virtuosos defensores de la república, que sacrificando generosamente sus vidas y propiedades por la libertad y felicidad de la patria, han sostenido y sostienen la desastrosa guerra de la Independencia, sin que ni ellos ni sus familias tengan los medios de subsistencia…”.
Evidentemente, inspira al Libertador el elevado sentimiento de resarcir a quienes con ejemplar desprendimiento lo estaban arriesgando todo por la causa más pertinente de su tiempo, que era –y sigue siendo- la liberación nacional; pero además, sentando las bases de la nueva sociedad que necesariamente tenía que revertir el predominio de privilegios que oprimían a las mayorías en beneficio de una elite ociosa y avara, representada en los terratenientes protegidos por el régimen colonial.
Estamos en presencia de un acto de redistribución de la riqueza, pionero de la reforma agraria y la justicia social en el continente.
Consecuentemente con la Ley, y para que no quedase en letra muerta, Bolívar pasa a acciones concretas que viabilicen su implementación, para lo cual dicta el “Reglamento para la comisión especial encargada de la repartición de bienes secuestrados”, estableciendo en su Artículo 2º: “El objeto de la Comisión es asignar a cada individuo una propiedad, con arreglo a las cantidades señaladas por dicha ley a cada grado; pero siendo la intención y deseos del Gobierno recompensar por este medio los servicios de los militares, proveer a la subsistencia de sus familiares y a las necesidades de ellos mismos; atenderá la Comisión para hacer las asignaciones: 1) a los servicios y méritos de cada uno; 2) a sus necesidades, es decir, a la falta de otros medios para ocurrir a ellas; 3) al número y situación de su familia”.
Como puede observarse en las negrillas que nos hemos permitido destacar, la preocupación del Libertador por la situación de las familias es una constante, así como su determinación de acudir en su auxilio en casos de penuria e indefensión.
Esta verdad bolivariana, la encontramos también en las disposiciones a favor de la viuda del coronel irlandés James Rooke, señora Anna Rooke, quien por orden del Libertador disfrutó de una pensión vitalicia y recibió una suma de dinero como indemnización, junto a los reconocimientos que la Patria rinde al internacionalista que ofrendó su vida heroica por nuestra independencia.
No descuidó Bolívar la atención a los huérfanos. En su Cuartel General de Santa Fe, a 17 de septiembre de 1819, triunfante en Pantano de Vargas y Boyacá, luego de realizar su espectacular plan estratégico cruzando los Llanos inundados y saltando los gélidos Andes, se apresuró a decretar la protección de los “niños desgraciados, por haber sido sus virtuosos padres inmolados en las aras de la Patria”, para quienes modeló un sistema educativo y de manutención público, gratuito y paternal.
Es conclusivo entonces, a la luz de la Doctrina Bolivariana, que el Estado tiene la obligación moral de priorizar la protección social de las viudas y familias de patriotas caídos en el cumplimiento de su deber, propendiendo en todo momento a favorecerles con la satisfacción de sus necesidades básicas, incluidos el derechos a la vivienda y la manutención.
Bolívar estaba pendiente de todo, siempre atento a tomar decisiones a favor de la gente. En sus dos viajes a Maracaibo en 1821 (tras el triunfo en Carabobo) y 1826 (viniendo del Perú para atender la emergencia del separatismo paecista), atravesó el Lago tres veces: del sureste rumbo noroeste hacia la ciudad-puerto, luego de ésta al suroeste rumbo a Cúcuta, y por último, en diciembre de 1826, pasó desde Maracaibo a la costa oriental a Los Puertos de Altagracia. 
En esta travesía de despedida, pudo ver más de cerca una isla solitaria que llamaban “de Burros”, la cual habría de destinar –dos años después- para los enfermos de lepra.
El encabezado del Decreto emitido por el Presidente de Colombia, Libertador Simón Bolívar, dice: “En vista del informe que me ha dirigido el intendente del departamento del Zulia manifestando la necesidad que hay de que se establezca un hospital de leprosos en la isla de Burros, y considerando que es urgente la necesidad de aquella medida, decreto: Artículo 1°. Se establecerá en la isla de Burros un hospital de leprosos al cual serán trasladados todos los que haya en el departamento del Zulia.  Artículo 2°. Se aplican para rentas de aquel lazareto el producto del derecho de anclaje de buques que fondeen en el puerto de La Vela de Coro, el de las galleras en todos los cantones del mismo departamento y cualesquiera otras rentas que estén destinadas a éstos establecimientos. Artículo 3°. El intendente del departamento del Zulia queda autorizado para dictar todas las providencias convenientes a fin de que pueda llevarse a efecto este establecimiento aunque sea con pocos leprosos por ahora, aumentando el número según el ingreso de las rentas. El ministro Secretario de Estado en el despacho del interior queda encargado de la ejecución de este decreto. Dado en Bogotá a 5 de septiembre de 1828. Simón Bolívar”.
Esta vena solidaria le brotó a Bolívar desde niño. Siguiendo el relato biográfico de Augusto Mijares, “ocurrió que el 23 de julio de 1795 -por consiguiente, el día anterior al de cumplir sus doce años- Bolívar, ya huérfano de padre y madre, se fugó de la casa de su tío y tutor don Carlos Palacios, solterón hosco y de limitados alcances con quien jamás logró congeniar el futuro Libertador. La intención del niño era refugiarse en el hogar de su hermana María Antonia, pero don Carlos tenía la ley a su favor, y después de muchos y dolorosos incidentes el pupilo fue llevado a la fuerza al domicilio de su representante legal. Según el expediente levantado por las autoridades, el niño Bolívar manifestó entonces con sorprendente firmeza: “que los Tribunales bien podían disponer de sus bienes, y hacer de ellos lo que quisiesen, mas no de su persona; y que si los esclavos tenían libertad para elegir amo a su satisfacción, por lo menos no debía negársele a él la de vivir en la casa que fuese de su agrado”.
Consecuente con esos sentimientos e ideas, fue el principal promotor de la abolición de la esclavitud durante toda la gesta independentista, proclamando decretos que la propia dinámica de la guerra y el modo de producción colonial impidieron materializar. Aún treinta años después de su “fuga” rebelde, esgrime argumentos similares a favor de los esclavos en el Perú: “Todos los esclavos que quieran cambiar de señor, tengan o no tengan razón, y aun cuando sea por capricho, deben ser protegidos y debe obligarse a los amos a que les permitan cambiar de señor concediéndoles el tiempo necesario para que lo soliciten”; con fuerte tono indignado increpa al Prefecto de Trujillo: “dispense a los pobres esclavos toda la protección imaginable del Gobierno, pues es el colmo de la tiranía privar a estos miserables del triste consuelo de cambiar de dominador”.
El hombre adulto en la cima de su gloria, no dejó de ser el niño que con su candidez enfrentó injusticias y soñó la libertad.
IV
Bolívar, inmortal
Paisano caraqueño: te extiendo mi abrazo desesperado como el náufrago a la sensación de vida.
A tu inmensidad me aferro como el marino al horizonte de puertos fantasmas.
Preguntarte por tempestades sé que me tapiará de nuevas ansias de saber.
Unos campos de sangre alfombran la ruta del retorno.
General invicto: sólo la causa humana te apartó del lecho divino donde Manuela te abrazó al paraíso de sus batallas, esas -únicas- en las que siempre venciste rindiéndote
Patriota Camarada: deseo leer tus sueños en la borra del café, aprender de tu inocencia cuando la jauría de traidores te martirizó.
Yo te sigo desde mis tiempos ancestrales, soy un soldado anónimo que alza su lanza a los picos andinos como rayo del Inti.
Voy en el humo del tabaco jamaiquino que te inspiró aquella Carta, y antes fuí Manifiestos de derrotas fertilizantes.
Nunca una espada cortó tantas cadenas, ni ejército cosechó la gloria sin mancharse en el fango de la avaricia.
Por tus luchas brotaron libros entre los pobres, y luces para los ciegos.
Te odiaron y temieron los imperios, los viejos que derrumbaste, los engendros cobardes que te acecharon.
Tu nombre resuena en la orquesta del tiempo como rara sinfonía que nunca cesa.
Tu rostro inspira honores en todos los idiomas.
Canta a tu gesta la poesía universal, porque de sólo nombrarte el mundo entiende tu fértil inmortalidad.

Yldefonso Finol
Economista e Historiador Bolivariano
Cronista de Maracaibo
Julio 24 de 2020


miércoles, 22 de julio de 2020


Aida Avella: un homenaje pendiente a la mujer colombiana

Durante muchos años mi vida ha estado vinculada a Colombia; no sólo por la vivencia cotidiana con la masiva migración colombiana presente en nuestro país desde la década de los 70’ y por la enorme frontera que compartimos, como puede ocurrir en el caso de cualquier persona en Venezuela, sino porque en mi desempeño como luchador social y servidor público, me ha tocado atender el tema colombiano como fenómeno sociopolítico de alto impacto en la región, con todos sus efectos en la población de ambos países “siameses”.
También mi vocación por el estudio de la Historia –la común y la antagónica- fortaleció el conocimiento de esa compleja realidad, tan determinada en sus problemáticas sui géneris por hechos que ocurrieron en el tiempo terrible que la canalla destruyó el proyecto original del Libertador Simón Bolívar. 
Puedo afirmar sin aspavientos, pero contundentemente, que el devenir de mis días me llevó de manera muy particular a conocer, valorar, comprender y hasta padecer, la cruel historia contemporánea de Colombia.
Una de esas conclusiones nacidas en el camino de contactar, observar, constatar, sentir, estudiar y analizar la personalidad colectiva del ser colombiano, a la que llegué tras muchas experiencias compartidas y muchos testimonios recogidos, es que la mujer colombiana posee –entre otras- dos admirables cualidades: valentía y tenacidad, rayanas en la heroicidad si nos concentramos en aquellas que han sido víctimas de la prolongada violencia sistémica.   
II
Entre diciembre de 2009 y enero de 2017 tuve el honor de trabajar oficialmente con la población refugiada en Venezuela, aunque ya lo venía haciendo desde años atrás como voluntario. En el afán por cumplir honrosamente la tarea encomendada, y sensible como soy a la suerte de esas personas vulnerables que aspiran toparse con una mano amiga, desplegamos un intenso trabajo en equipo para abrirle rutas esperanzadoras a miles de seres humanos de distintos países, donde más del 90% de las solicitudes de refugio recibidas eran de ciudadanía colombiana.
Inmediatamente llamó nuestra atención el dato de que más de la mitad de las solicitantes eran mujeres cuyas vidas lograron salvar en medio de situaciones atroces: quedar viudas, perder hijos en masacres y en esa práctica horrenda de “falsos positivos”, ser perseguidas por sus ideas políticas, ser estigmatizadas y discriminadas, sufrir la violencia de género en grados espeluznantes, al extremo de ser atacadas con agresiones sexuales como arma de guerra.
Los traumas, desgarraduras, rupturas afectivas lacerantes, que han experimentado las mujeres colombianas víctimas del sistema oligárquico-imperialista dominante, no tienen parangón en la historia reciente de América latina y el Caribe.
Escuchándolas, releyendo sus relatos, y acompañándolas solidariamente, aprendí –muchas veces en silencio por no invadir sus biografías- a valorarlas altamente. Sus nombres y sus rostros, que no debo mencionar ni dibujar pero que suenan en mis recuerdos con nitidez cinematográfica, me colocan frente a la historia de aquellas patriotas que brillaron en medio de la opresión colonial-patriarcal con un arrojo que demolió muros dogmáticos: Policarpa Salavarrieta, Manuela Sáenz, Josefa Camejo, Luisa Cáceres, Juana Ramírez, Ana María Campos, Juana Azurduy. Mujeres bolivarianas que aún reclaman su espacio pleno en una sociedad más igualitaria por construir.
III
Conocí a Aida Avella en octubre de 2010 en la ciudad de Ginebra. Sabía de sus luchas por la misma cercanía al pueblo colombiano que ya dejé comentado. Exiliada junto a su familia, la señora de aspecto modesto y sereno, develaba en su conversación un compromiso latente, nunca cesado, con la causa social en Colombia. Su diálogo reflexivo, como si impartiera cátedra, nos mostró a una persona que había asimilado con madurez y sabiduría, las terribles enseñanzas de un proceso político signado por el exterminio de quienes contradijeron al sistema opresor y soñaron una patria mejor.
Ella misma expuso su grácil humanidad a los tentáculos del poder establecido a costa de la sangre del pueblo trabajador, campesino, educador, sindicalista, cultor, creador. La lejanía de su terruño no hacía más que ponerle un toque nostálgico a la angustia permanente por retornar a dar las mejores energías, los aprendizajes, los proyectos, las iniciativas por un país que no pueden arrancarlo de su alma. Supe en esos primeros instantes que Aida Avella es una guerrera con luz propia; que si la palabra dignidad buscaba un nuevo sinónimo para enriquecer el idioma de Cervantes y Bello, su nombre estaría allí para significarla.
IV
Los atentados de la aberración machista contra la mujer ocurren con más frecuencia e intensidad de la que pueden enfrentar instituciones incipientes en medio de tradiciones y jerarquías perversas que los justifican. Autoridades llamadas a sostener la legalidad incurren impunemente en atropellos bestiales. Ni las niñas indefensas e inocentes escapan al monstruo social que es el machismo-patriarcal. El esquema de antivalores predominantes en mentes colonizadas y catequizadas en doctrinas clasistas y racistas, se refuerza en discursos que exaltan una simbología criminal como el paramilitarismo, mientras imponen sus ambiciones políticas con dineros del narcotráfico y el más vil ejercicio de manipulación de segmentos éticamente castrados.
Aida Avella es la antítesis de esa mala estirpe, por eso la quisieron asesinar porque le temen a su virtud, y por eso la ven con desdén, pretendiendo descalificarla con alusiones peyorativas que se revierten a quien las profirió. Ella representa en la política colombiana al cisne de Rubén Darío atravesando los pantanos sin haber perdido ni una pluma de su honorabilidad.

Yldefonso Finol
Un amigo del pueblo colombiano
  

martes, 14 de julio de 2020


Blas Perozo: el ñángara que no cesa
En 2009 reorganizamos el Comité de Solidaridad con Palestina junto a Blas Perozo, Dia Nader, Nabil El Safadi, Neida Atencio, Rodríguez Mota, entre otras buenas gentes. Yo andaba con una escultura de Bolívar que quería (y quiero todavía y querré siempre) por mi cuenta donarla a Palestina, el plan era ir hasta Gaza por el aeropuerto egipcio de El Arif y seguir por tierra hacia Rafah. La obra es uno de los bocetos originales que el compadre José Fajardo hizo en yeso y marmolina para el proyecto del Bolívar de El Moján; y Blas me dijo: “si no me lleváis tenemos un verguero”.
Con Blas dimos (leninistamente) mucho qué hacer. Lo conocí en La Universidad del Zulia, en el pasillo rodeado de árboles cuyas hojas alfombraban el acceso desde Economía (donde yo estudiaba) a Humanidades (donde Blas dictaba cátedra). Era 1981 o por ahí cerquita. Nos presentó Francisco Godoy que llegaba a buscar a la Negra Edna Medina. Me habló de su tesis doctoral y me prestó una copia de la versión en castellano para que la revisara a propósito de la carta de Fabricio Ojeda renunciando al Congreso.
En esas caminatas por la vida y la utopía conocimos de las letras insurgentes que latían en los lápices de Esther María Osses, Bertha Vega, Iliana Morales, Adelfa Giovanni, Julito Miranda, Aníbal Rodríguez, y no dejamos de saborear las exquisiteces de vates bien trajeados como César David Rincón y Esnor Rivera, que en eso de éticamente amar la estética no somos nada sectarios. Mucho habría que decir de Enrique Arenas y José Quintero, en nuevos capítulos de estas crónicas sinceras, porque tanta luz no creo que aguante Paris después de habérsela mamado el gran Blas Perozo.  
En adelante conversábamos frecuentemente. Su humor -por veces ácido- golpeaba un poco la circunspección con que yo asumía las lides políticas. En ese tiempo casi nadie en la izquierda estaba de buen ánimo, y yo cargaba encima el doble martirio de la rabia y la tristeza por la muerte de mamá.
Más adelante Blas se entusiasmó mucho con la posibilidad que la alianza de grupos estudiantiles contestatarios ganásemos la Federación de Centros Universitarios. Luego en los días de represión lusinchista que nos buscaba la DISIP, fuimos a enconcharnos en su apartamento de los edificios Zapara (mi mar, salado mar en lengua añú).
Allí nació la idea del magnífico homenaje universal a la poetisa Lydda Franco, que hubimos de materializar (y espiritualizar) en el auditorio Alí Primera de la Facultad de Ingeniería en 1987.
Gran amigo amante de la tertulia culta, eso sí, sin poses elocuentes. Militante del “maracuchismo leninismo” como de la utopía socialista, Blas prefiere el hablar coloquial que es verdadero en carne y hueso, alma y semántica. La crítica va de frente, también el abrazo fraterno y la sonrisa pícara con la redondez de un rostro y unos versos capaces de cubrirse del sol con una frondosa melena encanecida.
Blas, ciudadano de la región biomágica y geotelúrica del estuario maracaibero, sabedor de su nacionalidad cosmogónica de herradura terrestre en torno al inmenso corazón de agua, que va de península (paraguanera) en península (guajira) como arenas del Sahara iluminadas por el relámpago loco que obsesiona los viajes piragüeros de Alexis Fernández.
En Coro –buen refugio de soledades-, camino de Pantano Abajo a La Panela, brindamos en medio de una garúa con lagrimeo que parecía garuar cuando la Chiche Cuauro y Cheo González el vacío asfaltado las máquinas odiadas por Chaplin en Tiempos Modernos nos dieron aquél coñazo. ¡Ah mundo, golpe bajo!
Blas tenía un parecido subjetivo con Astolfo Romero. En la rockola de la China Roja con una moneda cortesía de Orlando Chirinos, Blas marcaba una de Julio Jaramillo y otra de Víctor Alvarado, y de ñapa, para complacer al Vikingo Fernández Oviol, ponía un tango de Gardel.
El maracuchismo leninismo tendía barricadas poéticas al enemigo de clase con un pasito para adelante y dos pasitos para atrás como el cangrejo bailando porro. Es la ideología de la revolución de la palabra que no se resigna a ser adorno para elites decadentes, ni excusa existencial de egos insatisfechos. No es mamadera de gallos, aunque Blas lo pregone a carcajadas, pero “la poesía es un arma cargada de futuro”.
Si no, recordemos tan sólo uno de sus textos arbolarios y atolondraos: “en la linealidad de esa cuerda que se abre qués la palabra del poema yo los acuso a ellos más que a nadie a los más jóvenes poetas de mi ciudad porque siguen teniendo miedo de la palabra que han dicho a diario porque tienen miedo a la noción del ridículo a la chabacanería al folklore y sobre todo porque todavía tiemblan ante esta ciudad llamada Maracaibo” (*).

Yldefonso Finol
Cronista de Maracaibo
(*) fragmento del poema “Eso que llaman teoría poética es mentira”, del libro Date por muerto que sois hombre perdido, 1974)