Blas
Perozo: el ñángara que no cesa
En 2009 reorganizamos el Comité de Solidaridad con
Palestina junto a Blas Perozo, Dia Nader, Nabil El Safadi, Neida Atencio,
Rodríguez Mota, entre otras buenas gentes. Yo andaba con una escultura de Bolívar
que quería (y quiero todavía y querré siempre) por mi cuenta donarla a Palestina,
el plan era ir hasta Gaza por el aeropuerto egipcio de El Arif y seguir por
tierra hacia Rafah. La obra es uno de los bocetos originales que el compadre
José Fajardo hizo en yeso y marmolina para el proyecto del Bolívar de El Moján;
y Blas me dijo: “si no me lleváis tenemos un verguero”.
Con Blas dimos (leninistamente) mucho qué hacer. Lo
conocí en La Universidad del Zulia, en el pasillo rodeado de árboles cuyas
hojas alfombraban el acceso desde Economía (donde yo estudiaba) a Humanidades
(donde Blas dictaba cátedra). Era 1981 o por ahí cerquita. Nos presentó
Francisco Godoy que llegaba a buscar a la Negra Edna Medina. Me habló de su
tesis doctoral y me prestó una copia de la versión en castellano para que la
revisara a propósito de la carta de Fabricio Ojeda renunciando al Congreso.
En esas caminatas por la vida y la utopía conocimos de
las letras insurgentes que latían en los lápices de Esther María Osses, Bertha
Vega, Iliana Morales, Adelfa Giovanni, Julito Miranda, Aníbal Rodríguez, y no
dejamos de saborear las exquisiteces de vates bien trajeados como César David
Rincón y Esnor Rivera, que en eso de éticamente amar la estética no somos nada
sectarios. Mucho habría que decir de Enrique Arenas y José Quintero, en nuevos
capítulos de estas crónicas sinceras, porque tanta luz no creo que aguante
Paris después de habérsela mamado el gran Blas Perozo.
En adelante conversábamos frecuentemente. Su humor -por
veces ácido- golpeaba un poco la circunspección con que yo asumía las lides
políticas. En ese tiempo casi nadie en la izquierda estaba de buen ánimo, y yo
cargaba encima el doble martirio de la rabia y la tristeza por la muerte de
mamá.
Más adelante Blas se entusiasmó mucho con la
posibilidad que la alianza de grupos estudiantiles contestatarios ganásemos la
Federación de Centros Universitarios. Luego en los días de represión lusinchista
que nos buscaba la DISIP, fuimos a enconcharnos en su apartamento de los
edificios Zapara (mi mar, salado mar en lengua añú).
Allí nació la idea del magnífico homenaje universal a la
poetisa Lydda Franco, que hubimos de materializar (y espiritualizar) en el
auditorio Alí Primera de la Facultad de Ingeniería en 1987.
Gran amigo amante de la tertulia culta, eso sí, sin
poses elocuentes. Militante del “maracuchismo leninismo” como de la utopía
socialista, Blas prefiere el hablar coloquial que es verdadero en carne y
hueso, alma y semántica. La crítica va de frente, también el abrazo fraterno y
la sonrisa pícara con la redondez de un rostro y unos versos capaces de
cubrirse del sol con una frondosa melena encanecida.
Blas, ciudadano de la región biomágica y geotelúrica
del estuario maracaibero, sabedor de su nacionalidad cosmogónica de herradura
terrestre en torno al inmenso corazón de agua, que va de península
(paraguanera) en península (guajira) como arenas del Sahara iluminadas por el
relámpago loco que obsesiona los viajes piragüeros de Alexis Fernández.
En Coro –buen refugio de soledades-, camino de Pantano
Abajo a La Panela, brindamos en medio de una garúa con lagrimeo que parecía
garuar cuando la Chiche Cuauro y Cheo González el vacío asfaltado las máquinas
odiadas por Chaplin en Tiempos Modernos nos dieron aquél coñazo. ¡Ah mundo, golpe
bajo!
Blas tenía un parecido subjetivo con Astolfo Romero. En
la rockola de la China Roja con una moneda cortesía de Orlando Chirinos, Blas
marcaba una de Julio Jaramillo y otra de Víctor Alvarado, y de ñapa, para
complacer al Vikingo Fernández Oviol, ponía un tango de Gardel.
El maracuchismo leninismo tendía barricadas poéticas
al enemigo de clase con un pasito para adelante y dos pasitos para atrás como
el cangrejo bailando porro. Es la ideología de la revolución de la palabra que
no se resigna a ser adorno para elites decadentes, ni excusa existencial de egos
insatisfechos. No es mamadera de gallos, aunque Blas lo pregone a carcajadas,
pero “la poesía es un arma cargada de futuro”.
Si no, recordemos tan sólo uno de sus textos arbolarios
y atolondraos: “en la linealidad de esa cuerda que se abre qués la palabra del
poema yo los acuso a ellos más que a nadie a los más jóvenes poetas de mi
ciudad porque siguen teniendo miedo de la palabra que han dicho a diario porque
tienen miedo a la noción del ridículo a la chabacanería al folklore y sobre
todo porque todavía tiemblan ante esta ciudad llamada Maracaibo” (*).
Yldefonso Finol
Cronista de Maracaibo
(*) fragmento del poema “Eso que llaman teoría poética
es mentira”, del libro Date por
muerto que sois hombre perdido, 1974)
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