martes, 14 de julio de 2020


Blas Perozo: el ñángara que no cesa
En 2009 reorganizamos el Comité de Solidaridad con Palestina junto a Blas Perozo, Dia Nader, Nabil El Safadi, Neida Atencio, Rodríguez Mota, entre otras buenas gentes. Yo andaba con una escultura de Bolívar que quería (y quiero todavía y querré siempre) por mi cuenta donarla a Palestina, el plan era ir hasta Gaza por el aeropuerto egipcio de El Arif y seguir por tierra hacia Rafah. La obra es uno de los bocetos originales que el compadre José Fajardo hizo en yeso y marmolina para el proyecto del Bolívar de El Moján; y Blas me dijo: “si no me lleváis tenemos un verguero”.
Con Blas dimos (leninistamente) mucho qué hacer. Lo conocí en La Universidad del Zulia, en el pasillo rodeado de árboles cuyas hojas alfombraban el acceso desde Economía (donde yo estudiaba) a Humanidades (donde Blas dictaba cátedra). Era 1981 o por ahí cerquita. Nos presentó Francisco Godoy que llegaba a buscar a la Negra Edna Medina. Me habló de su tesis doctoral y me prestó una copia de la versión en castellano para que la revisara a propósito de la carta de Fabricio Ojeda renunciando al Congreso.
En esas caminatas por la vida y la utopía conocimos de las letras insurgentes que latían en los lápices de Esther María Osses, Bertha Vega, Iliana Morales, Adelfa Giovanni, Julito Miranda, Aníbal Rodríguez, y no dejamos de saborear las exquisiteces de vates bien trajeados como César David Rincón y Esnor Rivera, que en eso de éticamente amar la estética no somos nada sectarios. Mucho habría que decir de Enrique Arenas y José Quintero, en nuevos capítulos de estas crónicas sinceras, porque tanta luz no creo que aguante Paris después de habérsela mamado el gran Blas Perozo.  
En adelante conversábamos frecuentemente. Su humor -por veces ácido- golpeaba un poco la circunspección con que yo asumía las lides políticas. En ese tiempo casi nadie en la izquierda estaba de buen ánimo, y yo cargaba encima el doble martirio de la rabia y la tristeza por la muerte de mamá.
Más adelante Blas se entusiasmó mucho con la posibilidad que la alianza de grupos estudiantiles contestatarios ganásemos la Federación de Centros Universitarios. Luego en los días de represión lusinchista que nos buscaba la DISIP, fuimos a enconcharnos en su apartamento de los edificios Zapara (mi mar, salado mar en lengua añú).
Allí nació la idea del magnífico homenaje universal a la poetisa Lydda Franco, que hubimos de materializar (y espiritualizar) en el auditorio Alí Primera de la Facultad de Ingeniería en 1987.
Gran amigo amante de la tertulia culta, eso sí, sin poses elocuentes. Militante del “maracuchismo leninismo” como de la utopía socialista, Blas prefiere el hablar coloquial que es verdadero en carne y hueso, alma y semántica. La crítica va de frente, también el abrazo fraterno y la sonrisa pícara con la redondez de un rostro y unos versos capaces de cubrirse del sol con una frondosa melena encanecida.
Blas, ciudadano de la región biomágica y geotelúrica del estuario maracaibero, sabedor de su nacionalidad cosmogónica de herradura terrestre en torno al inmenso corazón de agua, que va de península (paraguanera) en península (guajira) como arenas del Sahara iluminadas por el relámpago loco que obsesiona los viajes piragüeros de Alexis Fernández.
En Coro –buen refugio de soledades-, camino de Pantano Abajo a La Panela, brindamos en medio de una garúa con lagrimeo que parecía garuar cuando la Chiche Cuauro y Cheo González el vacío asfaltado las máquinas odiadas por Chaplin en Tiempos Modernos nos dieron aquél coñazo. ¡Ah mundo, golpe bajo!
Blas tenía un parecido subjetivo con Astolfo Romero. En la rockola de la China Roja con una moneda cortesía de Orlando Chirinos, Blas marcaba una de Julio Jaramillo y otra de Víctor Alvarado, y de ñapa, para complacer al Vikingo Fernández Oviol, ponía un tango de Gardel.
El maracuchismo leninismo tendía barricadas poéticas al enemigo de clase con un pasito para adelante y dos pasitos para atrás como el cangrejo bailando porro. Es la ideología de la revolución de la palabra que no se resigna a ser adorno para elites decadentes, ni excusa existencial de egos insatisfechos. No es mamadera de gallos, aunque Blas lo pregone a carcajadas, pero “la poesía es un arma cargada de futuro”.
Si no, recordemos tan sólo uno de sus textos arbolarios y atolondraos: “en la linealidad de esa cuerda que se abre qués la palabra del poema yo los acuso a ellos más que a nadie a los más jóvenes poetas de mi ciudad porque siguen teniendo miedo de la palabra que han dicho a diario porque tienen miedo a la noción del ridículo a la chabacanería al folklore y sobre todo porque todavía tiemblan ante esta ciudad llamada Maracaibo” (*).

Yldefonso Finol
Cronista de Maracaibo
(*) fragmento del poema “Eso que llaman teoría poética es mentira”, del libro Date por muerto que sois hombre perdido, 1974)

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