martes, 7 de julio de 2020


Vidal Atencio: el viaje a Jepira de un pastorcito wayúu
Me parece escuchar el saguagua de Salvador Montiel silbando rebaños menores en el espejismo que afila el sol sobre los resecos arenales de la Guajira. Veo al niño Worona que busca entre cardones erguidos y cujíes peinados por el viento una escuela donde vivir la aventura de las letras. Es la cátedra de Ramón Paz Ipuana enviando lecciones y saberes desde Juyot, aquella pequeña estrella como ojo de agua que vemos en Yaguasirü en noches de jayeshi y chirrinchi. Siento la casha del Chicho Montiel vibrando en los Filuos, donde degustamos el mejor ovejo asado en Kasápanaipa. Escuchar la sapiencia verbal de Jusayú y leer versos del maestro José Antonio Uriana, con la luna wayúu en el oscuro azul que arropa a Porchoure. También es placentero hundir los pies en el mar de Cojoro, soñar con las tortugas que cuidaba la maestra Dalia Durán, mientras conversamos con la joven poesía de José Ángel Fernández, aferrados a la crónica fundamental del juglar Juan Pushaina.
Percibo el andar del amigo Vidal en su vuelo a Jepira. La ciudad no lo puede retener de su peregrinación ancestral. De joven se enamoró del sacerdocio en Cristo, y se entregó con fuerza a su fe. Estudió intensamente para servir con convicciones. Luchó con dogmas medievales. Abrazó ideas disidentes de las cúpulas. Lo señalaron por amar con la libertad que su Dios le confirió. Es padre como manda la vida y fue cura en el ritual de sus creencias. No se doblegó, ni se sumó al fariseísmo. No ofendió a la humanidad por ser humano. Anduvo de frente, con la frente altiva. Y se puso al lado de los humildes.
Lo veíamos con ánimo de crecer. Comunicando con pasión las verdades de su verdad. Respetando la contradicción. Abriéndose paso en la urbe de complejas cotidianidades. Ansioso por atrapar al futuro.
Lo llamaban “Padre Vidal”, y fue estudiante en colegios barriales y universidades populares. Se mezcló con las barricadas juveniles en el canto protesta y las tertulias culturales. Sabía escuchar y era sabio en la palabra.
Te despido con el idioma de mi pueblo añú, que visitaste en nuestra casa del Moján, por allá cuando los caminos mozos comenzaban a transitar la búsqueda de la luz.
Aka iima ti mou (tenemos tiempos malos)
Ayaawa Yoúgheyeen (peleamos contra la gran serpiente)
Ayaawa oú-dagá (luchamos contra la muerte)  
Ayaawa kayingh (enfrentamos la oscuridad)
Shikï we (somos fuego)
Mïkaïña we (somos humo)

Yldefonso Finol

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