Vidal Atencio: el viaje a Jepira de un pastorcito
wayúu
Me parece
escuchar el saguagua de Salvador Montiel silbando rebaños menores en el espejismo
que afila el sol sobre los resecos arenales de la Guajira. Veo al niño Worona
que busca entre cardones erguidos y cujíes peinados por el viento una escuela
donde vivir la aventura de las letras. Es la cátedra de Ramón Paz Ipuana
enviando lecciones y saberes desde Juyot, aquella pequeña estrella como ojo de
agua que vemos en Yaguasirü en noches de jayeshi y chirrinchi. Siento la casha
del Chicho Montiel vibrando en los Filuos, donde degustamos el mejor ovejo
asado en Kasápanaipa. Escuchar la sapiencia verbal de Jusayú y leer versos del
maestro José Antonio Uriana, con la luna wayúu en el oscuro azul que arropa a
Porchoure. También es placentero hundir los pies en el mar de Cojoro, soñar con
las tortugas que cuidaba la maestra Dalia Durán, mientras conversamos con la
joven poesía de José Ángel Fernández, aferrados a la crónica fundamental del
juglar Juan Pushaina.
Percibo
el andar del amigo Vidal en su vuelo a Jepira. La ciudad no lo puede retener de
su peregrinación ancestral. De joven se enamoró del sacerdocio en Cristo, y se
entregó con fuerza a su fe. Estudió intensamente para servir con convicciones. Luchó
con dogmas medievales. Abrazó ideas disidentes de las cúpulas. Lo señalaron por
amar con la libertad que su Dios le confirió. Es padre como manda la vida y fue
cura en el ritual de sus creencias. No se doblegó, ni se sumó al fariseísmo. No
ofendió a la humanidad por ser humano. Anduvo de frente, con la frente altiva. Y
se puso al lado de los humildes.
Lo veíamos
con ánimo de crecer. Comunicando con pasión las verdades de su verdad. Respetando
la contradicción. Abriéndose paso en la urbe de complejas cotidianidades. Ansioso
por atrapar al futuro.
Lo llamaban
“Padre Vidal”, y fue estudiante en colegios barriales y universidades
populares. Se mezcló con las barricadas juveniles en el canto protesta y las
tertulias culturales. Sabía escuchar y era sabio en la palabra.
Te despido con el
idioma de mi pueblo añú, que visitaste en nuestra casa del Moján, por allá
cuando los caminos mozos comenzaban a transitar la búsqueda de la luz.
Aka iima ti mou (tenemos
tiempos malos)
Ayaawa Yoúgheyeen (peleamos
contra la gran serpiente)
Ayaawa oú-dagá (luchamos
contra la muerte)
Ayaawa kayingh (enfrentamos
la oscuridad)
Shikï we (somos
fuego)
Mïkaïña we (somos humo)
Yldefonso Finol
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