Aida
Avella: un homenaje pendiente a la mujer colombiana
Durante muchos años mi vida ha estado vinculada a
Colombia; no sólo por la vivencia cotidiana con la masiva migración colombiana
presente en nuestro país desde la década de los 70’ y por la enorme frontera
que compartimos, como puede ocurrir en el caso de cualquier persona en
Venezuela, sino porque en mi desempeño como luchador social y servidor público,
me ha tocado atender el tema colombiano como fenómeno sociopolítico de alto
impacto en la región, con todos sus efectos en la población de ambos países
“siameses”.
También mi vocación por el estudio de la Historia –la
común y la antagónica- fortaleció el conocimiento de esa compleja realidad, tan
determinada en sus problemáticas sui géneris por hechos que ocurrieron en el
tiempo terrible que la canalla destruyó el proyecto original del Libertador
Simón Bolívar.
Puedo afirmar sin aspavientos, pero contundentemente,
que el devenir de mis días me llevó de manera muy particular a conocer,
valorar, comprender y hasta padecer, la cruel historia contemporánea de
Colombia.
Una de esas conclusiones nacidas en el camino de
contactar, observar, constatar, sentir, estudiar y analizar la personalidad
colectiva del ser colombiano, a la que llegué tras muchas experiencias
compartidas y muchos testimonios recogidos, es que la mujer colombiana posee –entre
otras- dos admirables cualidades: valentía y tenacidad, rayanas en la
heroicidad si nos concentramos en aquellas que han sido víctimas de la
prolongada violencia sistémica.
II
Entre diciembre de 2009 y enero de 2017 tuve el honor
de trabajar oficialmente con la población refugiada en Venezuela, aunque ya lo
venía haciendo desde años atrás como voluntario. En el afán por cumplir
honrosamente la tarea encomendada, y sensible como soy a la suerte de esas
personas vulnerables que aspiran toparse con una mano amiga, desplegamos un
intenso trabajo en equipo para abrirle rutas esperanzadoras a miles de seres
humanos de distintos países, donde más del 90% de las solicitudes de refugio
recibidas eran de ciudadanía colombiana.
Inmediatamente llamó nuestra atención el dato de que
más de la mitad de las solicitantes eran mujeres cuyas vidas lograron salvar en
medio de situaciones atroces: quedar viudas, perder hijos en masacres y en esa
práctica horrenda de “falsos positivos”, ser perseguidas por sus ideas
políticas, ser estigmatizadas y discriminadas, sufrir la violencia de género en
grados espeluznantes, al extremo de ser atacadas con agresiones sexuales como
arma de guerra.
Los traumas, desgarraduras, rupturas afectivas lacerantes,
que han experimentado las mujeres colombianas víctimas del sistema
oligárquico-imperialista dominante, no tienen parangón en la historia reciente
de América latina y el Caribe.
Escuchándolas, releyendo sus relatos, y acompañándolas
solidariamente, aprendí –muchas veces en silencio por no invadir sus biografías-
a valorarlas altamente. Sus nombres y sus rostros, que no debo mencionar ni
dibujar pero que suenan en mis recuerdos con nitidez cinematográfica, me
colocan frente a la historia de aquellas patriotas que brillaron en medio de la
opresión colonial-patriarcal con un arrojo que demolió muros dogmáticos:
Policarpa Salavarrieta, Manuela Sáenz, Josefa Camejo, Luisa Cáceres, Juana
Ramírez, Ana María Campos, Juana Azurduy. Mujeres bolivarianas que aún reclaman
su espacio pleno en una sociedad más igualitaria por construir.
III
Conocí a Aida Avella en octubre de 2010 en la ciudad
de Ginebra. Sabía de sus luchas por la misma cercanía al pueblo colombiano que
ya dejé comentado. Exiliada junto a su familia, la señora de aspecto modesto y
sereno, develaba en su conversación un compromiso latente, nunca cesado, con la
causa social en Colombia. Su diálogo reflexivo, como si impartiera cátedra, nos
mostró a una persona que había asimilado con madurez y sabiduría, las terribles
enseñanzas de un proceso político signado por el exterminio de quienes
contradijeron al sistema opresor y soñaron una patria mejor.
Ella misma expuso su grácil humanidad a los tentáculos
del poder establecido a costa de la sangre del pueblo trabajador, campesino,
educador, sindicalista, cultor, creador. La lejanía de su terruño no hacía más
que ponerle un toque nostálgico a la angustia permanente por retornar a dar las
mejores energías, los aprendizajes, los proyectos, las iniciativas por un país
que no pueden arrancarlo de su alma. Supe en esos primeros instantes que Aida
Avella es una guerrera con luz propia; que si la palabra dignidad buscaba un
nuevo sinónimo para enriquecer el idioma de Cervantes y Bello, su nombre
estaría allí para significarla.
IV
Los atentados de la aberración machista contra la
mujer ocurren con más frecuencia e intensidad de la que pueden enfrentar instituciones
incipientes en medio de tradiciones y jerarquías perversas que los justifican. Autoridades
llamadas a sostener la legalidad incurren impunemente en atropellos bestiales. Ni
las niñas indefensas e inocentes escapan al monstruo social que es el
machismo-patriarcal. El esquema de antivalores predominantes en mentes colonizadas
y catequizadas en doctrinas clasistas y racistas, se refuerza en discursos que
exaltan una simbología criminal como el paramilitarismo, mientras imponen sus
ambiciones políticas con dineros del narcotráfico y el más vil ejercicio de
manipulación de segmentos éticamente castrados.
Aida Avella es la antítesis de esa mala estirpe, por
eso la quisieron asesinar porque le temen a su virtud, y por eso la ven con
desdén, pretendiendo descalificarla con alusiones peyorativas que se revierten
a quien las profirió. Ella representa en la política colombiana al cisne de
Rubén Darío atravesando los pantanos sin haber perdido ni una pluma de su honorabilidad.
Yldefonso Finol
Un amigo del pueblo
colombiano
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