Bolívar
hoy: 237 años derrotando imperios
Epígrafe
“Por él son independientes Colombia y el Perú, a él
debe su existencia política Bolivia. Por
el respeto que infunden sus virtudes morales y militares, gozan las tres
repúblicas de seguridad, y de la confianza que inspira su confianza pública a
los monarcas, puede esperar su existencia futura el Gobierno republicano en
América. Digan los pueblos, pues, y díganlo, sin temor de ser desmentidos,
porque no exageran, que todo lo ha hecho Bolívar o lo ha hecho hacer y que sólo
sus obras han tenido y pueden tener consistencia”. (Simón Rodríguez, 1828)
Prefacio
Como fenómeno histórico universal, las miradas e
interpretaciones que existen sobre la vida y obra del Libertador Simón Bolívar
son diversas y dependen de cuatro elementos fundamentales:
-
El nivel
de conocimiento de la verdadera historia de la emancipación americana
-
El
enfoque ideológico, la perspectiva política, los intereses que se defiendan en
la contienda mundial entre la opresión y la liberación de los pueblos
-
El
grado de mezquindad o de magnanimidad con que se vean los hechos y sus
protagonistas
-
La
honestidad intelectual de quien estudia y analiza la historia no sólo para
“contarla”, sino también –y fundamentalmente- para formular lecturas
interpretativas de la misma.
No hablo de “objetividad” porque no creo que se pueda
sostener tal característica en el análisis de acontecimientos de contenidos
esencialmente socioeconómicos y político-culturales, que además por haber
ocurrido en el pasado, requerimos obligatoriamente de fuentes que según su
procedencia implican determinadas subjetividades, toda vez que muchos de los
autores de la crónica histórica ejercieron simultáneamente algún protagonismo
en aquellos procesos, y en la historiografía nadie se escapa de tener “su
corazoncito”.
Quienes nos adentramos en el estudio de sucesos con
varios siglos de haberse desarrollado, no tenemos la opción de modificar
desenlaces consumados. No valen las elucubraciones caprichosas sobre si tal o
cual detalle hubiese cambiado el curso de la historia, ni las ficciones
maravillosas de insertarse en el terreno de los acontecimientos; mucho menos en
el astuto y recurrente recurso de erigirse en juez y fiscal a la vez, para
emitir acusaciones infundadas y sentencias truculentas, jalonando para la
tergiversación, unos argumentos extraídos de las vísceras despechadas de los
detractores del heroísmo, esos que dan por sentado que los latinoamericanos
somos “idiotas”, o, en el mejor de los casos, “buenos salvajes”.
Miguel Acosta Saignes sostiene que la historia no es
lo que hubiera podido ocurrir sino “lo inexorablemente sucedido, imborrable en
los anales de la humanidad”. Ésta bien pudiera ser una máxima de la
“objetividad” de la historia. Según su perspectiva “existen graves dificultades
para juzgar por los errores posibles de los grandes conductores del pasado,
porque consiguieron su objetivo. Eso basta e impide censurarles los pormenores
del proceso. Pero tampoco es posible enmendar la plana a quienes hayan
fracasado. El historiador ha de analizar las correlaciones de factores, los
movimientos colectivos, las fuerzas productivas, las correlaciones de clase y
sólo así podrá formar un juicio no sobre lo que hubiera podido o debido pasar,
sino sobre la irreversible realidad que existió”.
Otro enfoque, desde el humanismo caribeño, nos invita
a valorar con generosidad a los próceres de nuestra independencia, más allá de
las críticas que pudieran recaer sobre algunas de sus actuaciones. Releamos el
clásico de Martí que introduce su texto Tres Hombres en la revista La Edad de
Oro: “Hay hombres que viven contentos aunque vivan sin decoro. Hay otros que
padecen como en agonía cuando ven que los hombres viven sin decoro a su
alrededor. En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber
cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros
que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con
fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es
robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un
pueblo entero, va la dignidad humana… Se les deben perdonar sus errores, porque
el bien que hicieron fue más que sus faltas. Los hombres no pueden ser más
perfectos que el sol. El sol quema con la misma luz con que calienta. El sol
tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los
agradecidos hablan de la luz”.
El tema “Bolívar”, sin embargo, nos lleva mucho más
allá de una simple valoración del individuo (por muy genial que haya sido), en
un tiempo que ya pasó y que sólo puede verse en la distancia de los
siglos…porque Bolívar es el símbolo de una épica colectiva, un movimiento
sociopolítico necesario e inevitable en sus circunstancias históricas
concretas, que implicaron la interacción de fuerzas nacionales e internacionales,
ascenso de nuevas clases y facciones hegemónicas, incluso, choques geopolíticos
entre los imperios dominantes, y hasta incipientes potencias emergentes que
pugnaban por ubicarse privilegiadamente en el reacomodo del mundo.
Además, y para cerrar esta obertura, Bolívar no ha
sido nunca pasado, porque su obra quedó inconclusa manteniendo absoluta
pertinencia, y porque su ideario constituye hoy en nuestros días una Doctrina
válida para la transformación de la realidad latinoamericana y caribeña. Es esa
vigencia lo que mantiene vivo al Libertador, razón por la cual sus enemigos se
empeñan con tanto encono en atacarlo abierta o solapadamente, rumiando las
calumnias que en su momento difundieron los intrigantes, o achacándole con
argumentos baladís todos los males de la sociedad hispanoamericana actual. En
palabras del maestro Prieto Figueroa “a Bolívar no podemos mirarlo los
venezolanos, los americanos, como una figura histórica que realizó una obra,
sino como un germen de pensamiento, creciendo, floreciendo y fructificando
siempre…las ideas de Bolívar tienen un contenido que trasciende su época y su
tierra, porque pensó con la vista puesta en el porvenir”. Tal como se lo dijo a
Páez en una carta antológica el General Rafael Urdaneta: “Su nombre es ya
propiedad de la historia, que es el provenir de los héroes”.
En su defensa de Bolívar, titulada “El Libertador del
mediodía de América y sus compañeros de armas defendidos por un amigo de la causa
social”, el maestro Simón Rodríguez le enrostra a los malagradecidos quién sacó
de la nada la libertad que ahora disfrutan: “Si algunos hombres que, ahora
pocos años, erraban en tinieblas, gozan hoy de la inesperada fortuna de figurar
en el mundo político; si otros, que la suerte condenaba a un olvido perpetuo,
ven sus nombres contados entre los materiales de la historia de América; si
tantos, de los que, ni en secreto se atrevían a decir lo que pensaban, hablan
hoy, sin pensar e impunemente, más de lo que la decencia permite; si los que
creían morirse pensando, tienen hoy la libertad de publicar impresas sus ideas,
¿a quién deben estas satisfacciones? ¿Por quién, las insípidas tertulias de
Seminario y de Convento, se han convertido en sociedades pensantes? ¿Por quién,
los claustros se han transformado en Asambleas Políticas? ¿Por quién, tantos
hombres, perdidos en ocupaciones insignificantes, se ven hoy reunidos en
Congreso, tratando del bien público? ¿Quién los sacó de su mediocridad, para
elevarlos a la dignidad de Legisladores? En fin... ¿quién ha obrado el prodigio
de hacer hablar de Política? ¡¡¡En las colonias españolas!!! Responded
militares ¡Hombres estimables! ¡Dignos compañeros del ilustre Bolívar!”
Entonces no nos conformamos con narrar una secuencia
de hechos consumados, con más o menos estilo y profusión, exaltando dotes
extraordinarios de los héroes y heroínas, como si se tratase de seres
fantásticos; sino que nos adentramos en las esencias de los fenómenos en el
intento de contribuir a desarrollar comprensiones colectivas del devenir de los
pueblos. Esa es la tarea que tanto el oficio de historiador como el compromiso
del científico social nos exigen cumplir.
I
Perfiles
de Bolívar
Bolívar es un hombre en guerra. Su tiempo histórico
está marcado por la confrontación anticolonial de las sociedades forjadas en
tres siglos de invasión y opresión española. El modelo de Estado monárquico,
con un rey y una metrópolis cada vez más lejanos y parasitarios, castrador de
la iniciativa mercantil en los dominios coloniales, entra en crisis con las
aspiraciones económicas y políticas de una parte de la élite local. El sector
social integrado por la incipiente burguesía agrícola, terrateniente y
esclavista, más los segmentos comerciales y artesanales emergentes, aportaron
la mayoría de la avanzada que emprendió la rebelión por la ruptura con el
sistema colonial.
La consecución de la independencia interesaba a las
clases propietarias de medios de producción, para asumir en forma directa el
poder que se reservó la metrópoli. Los criollos blancos se cansaron de ser
mandados por los blancos peninsulares.
Visto así pareciera reducirse a un simplismo, pero el
proceso que se inició a partir de esa contradicción fundamental, adquirió en su
desarrollo tal nivel de complejidad, que removió todos los cimientos de la
sociedad continental que comenzó a imponerse desde 1492. Los cambios logrados,
sin embargo, sólo alcanzaron remover la estructura jerárquica interna y la
organización política de los territorios respecto de la sujeción a la autoridad
española; lo que no necesariamente se tradujo en cambios sociales
significativos, y mucho menos, en una descolonización del modelo
cultural-ideológico dominante.
La gesta del movimiento independentista
hispanoamericano, donde descuella la suprema obra bolivariana por su magnitud y
trascendencia, consistió en arrebatarle el continente al Imperio Español,
fundando un “archipiélago” de repúblicas donde antes hubo un solo gobierno bajo
inconmovibles dogmas políticos y religiosos. “El mundo de Colón ha dejado de
ser español. Tal ha sido nuestra audacia”, decía Bolívar en el clímax de su
gloria militar.
Era éste uno de los retos avizorados por El Libertador
cuando intentó poner en marcha un nuevo modelo de Estado republicano y
democrático, pero con la suficiente gobernabilidad y fortaleza para sostenerse
en medio de la turbulencia que representaba la invención de una nueva geografía
política en América, más las acechanzas de fuerzas con pretensiones hegemónicas
tanto de la rancia Europa como del vecindario continental.
Los grandes temas de debate en medio de la guerra, le
reclamaban profundas reflexiones para ver entre la ensangrentada polvareda de
la batallas, la imagen de la nueva gobernabilidad requerida para emprender,
tras el triunfo definitivo sobre las armas enemigas, la construcción de una
sociedad radicalmente original. “Sólo la Democracia, en mi concepto, es
susceptible de una absoluta libertad; pero, ¿cuál es el Gobierno Democrático
que ha reunido a un tiempo, poder, prosperidad, y permanencia?”, afirma con
absoluta convicción a la vez que se cuestiona con base en la experiencia buscando
descifrar la viabilidad del mejor sistema de gobierno.
La angustia de su entrega al éxito de la revolución
americana está justificada en las advertencias que dejó anotadas durante toda
su gesta. Bolívar desarrolló un vibrante talento predictivo por el mismo hecho
de comprometer su vida con la causa abrazada. El 4 de agosto de 1829, en carta
dirigida al General Mariano Montilla, advertía con asombrosa lucidez: “Si la
América no se llama al orden y la razón, bien poco hay que esperar respecto a
la consolidación de sus gobiernos, y un nuevo coloniaje será el patrimonio que
leguemos a la posteridad”.
De allí ideas como aquella de darle sostenibilidad a
la jefatura de Estado en la doctrina constitucional boliviana, que tanto usaron
sus enemigos para manipular la opinión pública tildándolo de tirano y
acusándolo falsamente de querer coronarse; pero también ideas como aquella del
Congreso de Angostura para confederar una poderosa alianza de pueblos libres;
la propia creación de Colombia como país de países que permitiera garantizar la
independencia alcanzada con tantos sacrificios, en fin, la idea del Equilibrio
Universal que más allá de concebir contrapesos a los polos hegemónicos
internacionales, proponía la defensa y promoción de los valores de cooperación,
solidaridad y justicia que debían regir la convivencia de las naciones en el
concierto mundial.
Estamos hablando del genio militar que concibió y
condujo la campaña libertadora que derrotó al imperio más poderoso de la Tierra,
Bolívar es un estudioso del
pensamiento más avanzado de su época y de los clásicos; conocedor amante del
espacio geográfico y constructor de nuevas geografías; escritor, incansable
trabajador del pensamiento, creador de un ideario expuesto en diversos géneros
como artículos, proclamas, epístolas, discursos, manifiestos, leyes; seguidor
agudo de la realidad internacional, estadístico, comunicador tenaz, cultivador
de la memoria histórica, expositor coherente de los principios y formulaciones
fundamentales de su doctrina: anticolonialismo, igualdad social, república,
democracia, buen gobierno, propiedad nacional de los bienes estratégicos;
promotor de la educación popular y las ciencias como vías emancipadoras y
progresistas; predicador de la unidad, cooperación y convivencia fraterna entre
las naciones, con su idea original del Equilibrio del Universo.
Su maestro Simón Rodríguez lo definió así de carácter:
“Hombre perspicaz y sensible... por consiguiente delicado. Intrépido y prudente
a propósito... contraste que arguye juicio. Generoso al exceso, magnánimo,
recto, dócil a la razón... propiedades para grandes miras. Ingenioso, activo,
infatigable... por tanto, capaz de grandes empresas. Esto es lo que importa
decir de un hombre, a todas luces distinguido, y… lo solo que llegará de él a
la posteridad…El día y la hora de su nacimiento son de pura curiosidad. Los
bienhechores de la humanidad, no nacen cuando empiezan a ver la luz; sino
cuando empiezan a alumbrar ellos”.
Rodríguez percibe ya en 1828 la necesidad de salir en
defensa del Libertador porque sus enemigos desataron una gigantesca campaña de
infamias que pronto encontró eco en las editoriales, la prensa aristocrática y
los círculos diplomáticos más influyentes de la época. Los agentes
estadounidenses e ingleses se esmeraban en difundir cuantas calumnias se podían
imaginar. Individuos carentes de todo honor, reunidos en el club de resentidos
que incluye piratas franceses, militares peruanos fracasados, publicaron textos
repletos de mentiras, mientras la corte de zánganos del traidor mayor Santander
inundaban el ambiente con toda clase de intrigas.
“El derrotado invencible”, lo llama el historiador
Salcedo Bastardo, que le atribuye tener un espíritu indoblegable, recio y tenaz;
este autor dice que Bolívar “se yergue
sobre sí mismo, suelta toda su energía y reitera su entusiasta pasión por el
pueblo y por la libertad”. Por otra parte, el historiador cubano Francisco
Pividal considera que “Bolívar se crece frente al infortunio y con energía y
confianza soslaya su presente adverso para vislumbrar el futuro y personificar
con lenguaje visionario el espíritu nacional de nuestra América”.
Su edecán por muchos años, Daniel Florencio O’leary
–coincidiendo con Páez-, observó en El Libertador “el don de la persuasión”,
atributo insustituible en líderes de grandes hazañas, que debía traducirse en
saber ganarse la confianza de la gente. Según el cronista, en gran parte se
debe a esas cualidades “los asombrosos triunfos que obtuvo en circunstancias
tan difíciles, que otro hombre sin esas dotes y sin su temple de alma se habría
desalentado. Genio creador por excelencia, sacaba recursos de la nada”.
Su enemigo en la guerra, el General español Pablo
Morillo, al informar al Rey sobre la entrevista con Bolívar en Santa Ana de
Trujillo para refrendar los tratados de regularización de la guerra, expresa:
“Nada es comparable a la incansable actividad de este caudillo. Su arrojo y su
talento son sus títulos para mantenerse a la cabeza de la revolución y de la
guerra; pero es cierto que tiene de su noble estirpe española rasgos y
cualidades que le hacen muy superior a cuantos le rodean. Él es la revolución”.
En ese encuentro trascendental, el realista General La
Torre, devolvió al Libertador las pistolas que había perdido en la espectacular
hazaña de Casacoima.
Pero cuando queramos definir en lenguaje coloquial a
Bolívar, lejos del elegante discurso y la exigente academia, digamos que es un
venezolano 100%, buena gente, comedor de
arepas y sancochos, enamorado de la vida, buen bailador y cantador; y que como
pocos en la historia, fue predictivo y perseverante, de los que viven para
honrar la palabra empeñada.
II
Dificultades
del “Hombre de las Dificultades”
La vida de Simón Bolívar fue un torbellino de golpes
desde su infancia. Súbitas pérdidas familiares lo marcaron. Huérfano de padre y
madre. Líos con su tío tutor. Esposa amada arrebatada precozmente por
enfermedad repentina. Su hermano y camarada Juan Vicente cae trágicamente
sirviendo a la Patria en los primeros días de la gesta libertaria.
Emprendida la guerra por la independencia, sufre la
traición de subordinados en Puerto Cabello perdiéndose la fortaleza y los
pertrechos. La Capitulación de Miranda marca la caída de la I República de
Venezuela trayendo consigo las críticas internas y divisiones en el seno de la
vanguardia. Mal momento en que junto a un grupo de patriotas inconformes
apresan al Generalísimo, con el terrible desenlace de quedar atrapado al caer
en manos realistas la plaza. La salida de Venezuela con pasaporte que le
tramita un amigo español, y que fue posible conseguir por tratarse de un
mantuano prestigiado.
Sobre los señalamientos sembradores de sombras que se
han vertido en torno al capítulo de la captura de Miranda, el historiador
Francisco Pividal da luces para una mejor comprensión de la verdad histórica:
“La prisión de Miranda no obedeció a sentimientos innobles como pretenden los
calumniadores del Libertador. Si esta imputación hubiera sido cierta, no se
explica que Leandro y Francisco, los propios hijos de Miranda, viajaran desde
Inglaterra para servir lealmente bajo las órdenes del ilustre caraqueño. Ellos
vieron en Bolívar la continuación de la obra de su progenitor”.
Siguió el exilio vía las Antillas a Cartagena. Bolívar
emprende su vertiginosa carrera militar liberando pueblos desde el Caribe a
Cúcuta siguiendo la ruta del Magdalena. Pasa a Venezuela pese a obstáculos de
Castillo y Santander. En 1813 cumple exitosamente la Campaña Admirable con la
colaboración de prohombres como Urdaneta y Girardot. Pero también ha de caer la
II República frente a un pueblo humilde aún controlado políticamente por los
colonialistas, en particular por el sanguinario Boves que logra captar al
campesinado llanero con demagógicas promesas. Viene la evacuación y éxodo a
Oriente. Insubordinación, aprensión y amagues de fusilamiento.
Es histórico que las derrotas paren divisiones.
El pirata italiano Bianchi, cuyos servicios como
navegante habían utilizado los patriotas, se alza con los pocos fondos y útiles
de la República caída. Bolívar y Mariño se atreven a abordar la nave para
detenerlo, pero el experimentado corsario logra zarpar con los dos héroes por
rehenes. El propio Bolívar nos relata: “Logramos conducir a Margarita a este infame
pirata para hacernos justicia y aprovechar los únicos restos de nuestra
expirante existencia. La fatalidad, entonces anexa a Venezuela, quiso que se
hallase el general Piar en Margarita. El general Mariño y yo, jefes de la
República, no pudimos desembarcar porque el faccioso Piar se había apoderado de
la fuerza y nos obligó a ponernos a merced de un pirata”. Las raras andanzas de
Piar fueron muy tempranas.
Mientras, Ribas envalentonado en tierra firme, en
complicidad con Piar, levanta expediente contra Bolívar y Mariño; los tilda de
traidores y ordena públicamente su expulsión de Venezuela. En Carúpano han
llegado los generales expatriados para entregar lo que pudieron salvar de manos
de Bianchi. Un bravucón Ribas al frente del ejército los hace presos sin
derecho a ser escuchadas sus defensas. En la oprobiosa cárcel de nuevo su
prestigio lo salva -a él, a Mariño y otros cuarenta y dos reos- de la visceral
discordia. Durante la fuga, con ayuda del oficial encargado de la custodia que
reconoce a Bolívar como su legítimo jefe, se apoderan de armas y de una nave
anclada en puerto. Simultáneamente deja sus hondas reflexiones conocidas como
Manifiesto de Carúpano que escribió en el aire con la tinta de sus arrojos.
Problemas con caudillos orientales hubo todos esos
primeros años, incluso luego de la Expedición de los Cayos, y hasta consolidar
su mando en Angostura. Con otros como Páez, los conflictos serían más
soterrados, aunque más letales; claro, nada comparado con lo vivido en Bogotá
por la patológica envidia de Santander, hombre de ingénita vocación
traicionera.
Los varios exilios, los debates hasta hacerse jefe del
alto mando en Haití, la prolongada problemática con Piar, los magnicidios
frustrados en Rincón de los Toros, Kingston y Bogotá, la milagrosa escapada en
Casacoima, el caos estructural del Perú signado por enésimas intrigas y
traiciones, el invento oligarca de La Cosiata que envenenó el alma de Páez,
tener que venir desde Perú con urgencia a intentar detener la división,
retornar a la guerra con Perú por la manía expansionista de su engreída
aristocracia, derrotarlos a todos a la vez, pero quedando exhausto de cuerpo y
ánimo. Estocada fatal con el cobarde asesinato de Sucre. Tormentosa campaña
internacional de descrédito con matrices de opinión sobre supuestas intenciones
de coronarse y otras calumnias viles.
Pero en la conciencia de los pueblos se fue sembrando
una verdad proverbial como la luz del sol: que el venezolano Simón Bolívar es
sinónimo de libertad. Es así como, pese a la poderosa maquinaria desplegada por
los poderes fácticos, surgieron voces en todo el mundo que se identificaron con
la causa bolivariana; por citar un caso, el combatiente internacionalista
francés, Alejandro Lameth, otorgó al Libertador un nuevo título honorífico:
primer ciudadano del mundo.
III
Rebelde
con causa: la vocación ser útil
Detesto las comparaciones de nuestros héroes con
figurones de la historia europea y norteamericana, como me fastidian las
apelaciones bíblicas y de otras mitologías para supuestamente engrandecer a los
libertadores de nuestra patrias indoamericanas. No se puede comparar a Bolívar
con Napoleón. El corso no luchó por la independencia, ni siquiera de su patria
insular, y sus frustrados planes de reconquista en el Caribe tenían el
propósito de perpetuar la esclavitud.
Las luchas de Simón Bolívar tenían una intencionalidad
social revolucionaria, progresista, igualitaria, solidaria. En palabras de
“Robinson” su proyecto se orientaba a realizar una “reforma que nunca se ha
hecho: la social”. Abolir la esclavitud como lo decretó y pidió insistentemente
a los legisladores; reivindicar los derechos de los pueblos originarios como lo
intentó dictando varias normas pioneras; establecer sistemas económicos soberanos
y productivos; fortalecer las propiedades y rentas nacionales para ponerlas al
servicio de la ciudadanía; fomentar la educación en todos sus niveles para toda
la población, y las ciencias para el progreso colectivo; establecer relaciones
laborales formales, con salarios justos y contratos estables para la clase
trabajadora; implementar políticas públicas de protección a sectores
vulnerables como viudas, huérfanos, enfermos crónicos; gestar una ciudadanía
activa plena de virtudes, participando de la vida política nacional y
ejerciendo responsablemente las libertades de expresión, opinión y creación;
todo ello en el marco de la autodeterminación, sin injerencias imperialistas y
en armónicas relaciones con el entorno internacional.
Por algo una de sus novedades semánticas fue la
categoría “familia de ciudadanos”.
Desde muy temprano en la lucha por la independencia de
Venezuela, el Libertador Simón Bolívar dio muestras claras de su vocación
solidaria y justiciera. Mención especial merece la Ley de Honores a
Girardot, dada en el Cuartel General de
Valencia el 30 de septiembre de 1813, donde Bolívar, colmado de Gloria en la
inigualable Campaña Admirable, nos mostró con dolor sublime su espíritu
fraterno al consagrar el eterno agradecimiento de la Patria a aquéllos héroes
tan osados en el combate como generosos en la entrega, donde el martirio del
antioqueño Atanasio Girardot, brillaba fulgurante en los cielos de la epopeya
latinoamericana.
Obsérvese como el Artículo 7º de dicha Ley es enfático
en la protección familiar del soldado caído: “La familia Girardot disfrutará
por toda su posteridad de los sueldos que gozaba este mártir de la Libertad de
Venezuela, y de las demás gracias y preeminencias que debe erigir el
reconocimiento de este gobierno”.
Otro de los actos reparadores de justicia social
dictados por Simón Bolívar fue la “Repartición de bienes como recompensa a
oficiales y soldados”. Esta Ley creada en octubre de 1817 por el Jefe Supremo
de la República y Capitán General de los Ejércitos de Venezuela y de Nueva
Granada, partía de considerar “que el primer deber del Gobierno es recompensar
los servicios de los virtuosos defensores de la república, que sacrificando
generosamente sus vidas y propiedades por la libertad y felicidad de la patria,
han sostenido y sostienen la desastrosa guerra de la Independencia, sin que ni
ellos ni sus familias tengan los medios de subsistencia…”.
Evidentemente, inspira al Libertador el elevado
sentimiento de resarcir a quienes con ejemplar desprendimiento lo estaban
arriesgando todo por la causa más pertinente de su tiempo, que era –y sigue
siendo- la liberación nacional; pero además, sentando las bases de la nueva
sociedad que necesariamente tenía que revertir el predominio de privilegios que
oprimían a las mayorías en beneficio de una elite ociosa y avara, representada
en los terratenientes protegidos por el régimen colonial.
Estamos en presencia de un acto de redistribución de
la riqueza, pionero de la reforma agraria y la justicia social en el
continente.
Consecuentemente con la Ley, y para que no quedase en
letra muerta, Bolívar pasa a acciones concretas que viabilicen su
implementación, para lo cual dicta el “Reglamento para la comisión especial
encargada de la repartición de bienes secuestrados”, estableciendo en su
Artículo 2º: “El objeto de la Comisión es asignar a cada individuo una
propiedad, con arreglo a las cantidades señaladas por dicha ley a cada grado;
pero siendo la intención y deseos del Gobierno recompensar por este medio los
servicios de los militares, proveer a la subsistencia
de sus familiares y a las necesidades de ellos mismos; atenderá la Comisión
para hacer las asignaciones: 1) a los servicios y méritos de cada uno; 2) a sus necesidades, es decir, a la falta de
otros medios para ocurrir a ellas; 3) al número y situación de su familia”.
Como puede observarse en las negrillas que nos hemos
permitido destacar, la preocupación del Libertador por la situación de las
familias es una constante, así como su determinación de acudir en su auxilio en
casos de penuria e indefensión.
Esta verdad bolivariana, la encontramos también en las
disposiciones a favor de la viuda del coronel irlandés James Rooke, señora Anna
Rooke, quien por orden del Libertador disfrutó de una pensión vitalicia y
recibió una suma de dinero como indemnización, junto a los reconocimientos que
la Patria rinde al internacionalista que ofrendó su vida heroica por nuestra
independencia.
No descuidó Bolívar la atención a los huérfanos. En su
Cuartel General de Santa Fe, a 17 de septiembre de 1819, triunfante en Pantano
de Vargas y Boyacá, luego de realizar su espectacular plan estratégico cruzando
los Llanos inundados y saltando los gélidos Andes, se apresuró a decretar la
protección de los “niños desgraciados, por haber sido sus virtuosos padres
inmolados en las aras de la Patria”, para quienes modeló un sistema educativo y
de manutención público, gratuito y paternal.
Es conclusivo entonces, a la luz de la Doctrina
Bolivariana, que el Estado tiene la obligación moral de priorizar la protección
social de las viudas y familias de patriotas caídos en el cumplimiento de su
deber, propendiendo en todo momento a favorecerles con la satisfacción de sus
necesidades básicas, incluidos el derechos a la vivienda y la manutención.
Bolívar estaba pendiente de todo, siempre atento a
tomar decisiones a favor de la gente. En sus dos viajes a Maracaibo en 1821
(tras el triunfo en Carabobo) y 1826 (viniendo del Perú para atender la
emergencia del separatismo paecista), atravesó el Lago tres veces: del sureste
rumbo noroeste hacia la ciudad-puerto, luego de ésta al suroeste rumbo a Cúcuta,
y por último, en diciembre de 1826, pasó desde Maracaibo a la costa oriental a
Los Puertos de Altagracia.
En esta travesía de despedida, pudo ver más de cerca
una isla solitaria que llamaban “de Burros”, la cual habría de destinar –dos
años después- para los enfermos de lepra.
El encabezado del Decreto emitido por el Presidente de
Colombia, Libertador Simón Bolívar, dice: “En vista del informe que me ha
dirigido el intendente del departamento del Zulia manifestando la necesidad que
hay de que se establezca un hospital de leprosos en la isla de Burros, y
considerando que es urgente la necesidad de aquella medida, decreto: Artículo
1°. Se establecerá en la isla de Burros un hospital de leprosos al cual serán
trasladados todos los que haya en el departamento del Zulia. Artículo 2°. Se aplican para rentas de aquel
lazareto el producto del derecho de anclaje de buques que fondeen en el puerto
de La Vela de Coro, el de las galleras en todos los cantones del mismo
departamento y cualesquiera otras rentas que estén destinadas a éstos
establecimientos. Artículo 3°. El intendente del departamento del Zulia queda
autorizado para dictar todas las providencias convenientes a fin de que pueda
llevarse a efecto este establecimiento aunque sea con pocos leprosos por ahora,
aumentando el número según el ingreso de las rentas. El ministro Secretario de
Estado en el despacho del interior queda encargado de la ejecución de este
decreto. Dado en Bogotá a 5 de septiembre de 1828. Simón Bolívar”.
Esta vena solidaria le brotó a Bolívar desde niño. Siguiendo
el relato biográfico de Augusto Mijares, “ocurrió que el 23 de julio de 1795
-por consiguiente, el día anterior al de cumplir sus doce años- Bolívar, ya
huérfano de padre y madre, se fugó de la casa de su tío y tutor don Carlos
Palacios, solterón hosco y de limitados alcances con quien jamás logró
congeniar el futuro Libertador. La intención del niño era refugiarse en el
hogar de su hermana María Antonia, pero don Carlos tenía la ley a su favor, y
después de muchos y dolorosos incidentes el pupilo fue llevado a la fuerza al
domicilio de su representante legal. Según el expediente levantado por las
autoridades, el niño Bolívar manifestó entonces con sorprendente firmeza: “que
los Tribunales bien podían disponer de sus bienes, y hacer de ellos lo que
quisiesen, mas no de su persona; y que si los esclavos tenían libertad para
elegir amo a su satisfacción, por lo menos no debía negársele a él la de vivir
en la casa que fuese de su agrado”.
Consecuente con esos sentimientos e ideas, fue el
principal promotor de la abolición de la esclavitud durante toda la gesta
independentista, proclamando decretos que la propia dinámica de la guerra y el
modo de producción colonial impidieron materializar. Aún treinta años después
de su “fuga” rebelde, esgrime argumentos similares a favor de los esclavos en
el Perú: “Todos los esclavos que quieran cambiar de señor, tengan o no tengan
razón, y aun cuando sea por capricho, deben ser protegidos y debe obligarse a los
amos a que les permitan cambiar de señor concediéndoles el tiempo necesario
para que lo soliciten”; con fuerte tono indignado increpa al Prefecto de
Trujillo: “dispense a los pobres esclavos toda la protección imaginable del
Gobierno, pues es el colmo de la tiranía privar a estos miserables del triste
consuelo de cambiar de dominador”.
El hombre adulto en la cima de su gloria, no dejó de
ser el niño que con su candidez enfrentó injusticias y soñó la libertad.
IV
Bolívar,
inmortal
Paisano caraqueño: te extiendo mi abrazo desesperado
como el náufrago a la sensación de vida.
A tu inmensidad me aferro como el marino al horizonte
de puertos fantasmas.
Preguntarte por tempestades sé que me tapiará de
nuevas ansias de saber.
Unos campos de sangre alfombran la ruta del retorno.
General invicto: sólo la causa humana te apartó del
lecho divino donde Manuela te abrazó al paraíso de sus batallas, esas -únicas-
en las que siempre venciste rindiéndote
Patriota Camarada: deseo leer tus sueños en la borra
del café, aprender de tu inocencia cuando la jauría de traidores te martirizó.
Yo te sigo desde mis tiempos ancestrales, soy un
soldado anónimo que alza su lanza a los picos andinos como rayo del Inti.
Voy en el humo del tabaco jamaiquino que te inspiró
aquella Carta, y antes fuí Manifiestos de derrotas fertilizantes.
Nunca una espada cortó tantas cadenas, ni ejército
cosechó la gloria sin mancharse en el fango de la avaricia.
Por tus luchas brotaron libros entre los pobres, y
luces para los ciegos.
Te odiaron y temieron los imperios, los viejos que
derrumbaste, los engendros cobardes que te acecharon.
Tu nombre resuena en la orquesta del tiempo como rara
sinfonía que nunca cesa.
Tu rostro inspira honores en todos los idiomas.
Canta a tu gesta la poesía universal, porque de sólo
nombrarte el mundo entiende tu fértil inmortalidad.
Yldefonso Finol
Economista e
Historiador Bolivariano
Cronista de Maracaibo
Julio 24 de 2020
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