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sobre Rafael Urdaneta: a 232 años de su nacimiento
Epígrafe
“Un libertador de Venezuela y de Colombia, un fundador
de la libertad Suramericana, que con su espada nos dio patria y derechos de
hombres libres”. (Editorial del Liberal. Noviembre de 1845)
Introito
Tres puntos previos:
-
La
historia como estudio científico tiene retos inmensos, uno de ellos, superarse
permanentemente, porque la concatenación de los hechos pasados teje una red en
espiral que se complejiza en la medida que avanzamos en la búsqueda de
documentación y soportes para el análisis y conocimiento del proceso estudiado.
La comprensión y construcción del saber histórico no tiene límites, es dinámico
y dialéctico como las realidades que se busca interpretar, y como las ideas que
desde la filosofía y la epistemología van moldeando y acerando su cientificidad.
-
La
persistencia en nuestras sociedades indoamericanas de una ideología
conservadora que enarbola con agresividad las simbologías colonialistas,
constituye un alegato negador del proceso independentista que emergió
precisamente contra aquel “orden colonial” tan injusto y discriminador, que
hasta las clases propietarias eran consideradas castas inferiores sino habían
tenido la suerte de nacer en territorio de la metrópoli imperial.
-
En
nuestro enfoque historiográfico, el estudio del héroe se centra en el análisis
puntual de su participación en el proceso emancipador, sus luchas, aportes y
realizaciones, enmarcado en las contradicciones fundamentales de su tiempo y el
devenir de sus acciones como parte del colectivo político que llevó a cabo la
proeza. En este sentido, sólo quienes mantuvieron de por vida sus principios
con lealtad al proyecto de liberación, merecen el título de héroes.
I
Rafael Urdaneta no se alzó contra el Imperio Español
en Caracas ni en su Maracaibo natal, ni necesitó que nadie lo invitara o
convenciera: por convicción propia y a pesar de su condición de funcionario
real, el joven Urdaneta se suma voluntario al movimiento que estalla en Bogotá el
20 de julio de 1810 y cinco días después se inaugura como oficial de la fuerza
independentista con el grado de Teniente; gracias a su capacidad, valentía y
entrega, inspiradas en el amor por la patria y la libertad, desarrolla una vida
de luchas hasta alcanzar el 17 de julio de 1821 el rango de General en Jefe del
Ejército Libertador.
Esa primera década de la guerra anticolonialista fue
sin duda la más dura, plagada de enormes sacrificios, donde por ofrendar la vida
competían los osados patriotas, legándonos un venerable diccionario de
mártires; la más desigual frente a ejércitos superiores en todo lo material,
aunque impertinentes y decadentes por la causa injusta que representaban. Los
nuestros abrazaron el peligroso oficio militar siendo civiles, jóvenes,
campesinos, trabajadores, pero con la mayor fortaleza que forja titanes desde
la entraña del pueblo: la conciencia de servir al cambio para una mejor
sociedad, combatiendo el oprobioso régimen colonial.
Urdaneta fue un servidor público a tiempo completo;
durante treintaicinco años continuos estuvo a la orden del ideal que asumió
desde muchacho; eso se llama perseverancia, desprendimiento, altruismo. Sin
buscar comodidades ni privilegios, pertenece a la estirpe de los
imprescindibles y modélicos que no abundan en la historia política. Participó
en veintisiete batallas campales desde 1811 hasta 1818, obteniendo el triunfo
en veinte, y en siete sitios de plazas desde 1813 a 1819; defendió dos plazas
sitiadas por el enemigo en 1814, incluida la defensa suicida de Valencia contra
un invasor cien veces superior (280 patriotas contra 3.000 sitiadores
resistieron cinco días de combate día y noche, rechazando varios asaltos y
obligando al enemigo a retirarse). La orden dada por Bolívar fue defender la
plaza hasta el exterminio antes que rendirla, “porque si se perdía Valencia, se
perdía la República”, así lo dijo el Libertador desde San Mateo. Durante la
Campaña de Oriente y Guayana, estuvo en dos asaltos a fortalezas artilladas en
Barcelona y Cumaná; después sufrió graves heridas en la perdida Batalla del Río
Semen, el 16 de marzo de 1818; y –como él mismo lo relata- en 1820 “marchando
con tropas por la montaña inundada de San Camilo, y durmiendo sobre el lodo por
más de diez noches, contraje un reumatismo del que sufrí por seis años los más
acerbos dolores”, sin que ello lo frenara de participar en todas las campañas de
1820 a 1822.
El Rafael Urdaneta que se había alzado contra España
en Bogotá a los 21 años, vino presuroso con su propia tropa y sus amigos
granadinos Girardot, D’Elhuyar y Ricaurte, a gestar el Ejército Bolivariano en
aquella campaña que admirablemente quedó consagrada en nuestra historia patria.
Su lealtad no conocía oportunismos, era entre sus múltiples valores esenciales,
un modo de vida. Se sabe que en los inicios de la Campaña Admirable, ante la
insubordinación de algunos oficiales granadinos, le prometió a Bolívar
acompañarlo hasta el final, pero no se ha valorado con exactitud el impacto que
tuvo esa determinación de Urdaneta en el protagonismo que Simón Bolívar
llegaría a tener en la historia: debe anotarse -porque es históricamente
incuestionable- que ese gesto firme fue el primero que otorgó al Libertador la
condición de jefe del movimiento independentista, que tanto trataron de esquilmarle
los envidiosos.
Sólo la lealtad forjada en la camaradería de
pensamiento, acción y vida, conlleva a seres tan virtuosos a tal comunión: “Porque
nada me hubiera sido más sensible que adelantar un paso que pareciese siquiera
opuesto a la voluntad de Usted, con quien siempre quiero ir de acuerdo”, le
escribía desde Maracaibo en junio de 1826 cuando comenzó la crisis del Proyecto
Bolivariano provocada por Páez y la oligarquía centralista venezolana.
Es el mismo Urdaneta que la noche del 25 de septiembre
de 1828 se pone al frente de la toma de Bogotá ante el intento de magnicidio y
revuelta de los santanderistas, y dos años después, con 41 años de edad, asume
el poder en un último intento por salvar la República de Colombia, retornar al
Libertador a la Presidencia, y defender la vida e integridad de los
bolivarianos que comenzaban a ser perseguidos por los nuevos godos. Aunque
militarmente no lo pudieron derrotar, Urdaneta declina continuar gobernando
ante la negativa de Bolívar de investirse por un acto de fuerza sin sustento
legal (aunque legítimo), y para evitar un baño de sangre entre conciudadanos. (Recordemos
que Rafael Urdaneta dio un golpe de Estado el 5 de septiembre de 1830,
asumiéndose como Jefe Provisorio del Gobierno de Colombia, hasta el 30 de abril
de 1831. Esta acción revolucionaria tenía la intención de mantener la unidad
colombiana y su orden constitucional original, pidiéndole a Bolívar que
regresara al mando de la República. Al morir el Libertador el 17 de diciembre,
el plan dejó de tener sentido. Rafael Urdaneta renunció en favor de la
conciliación y la paz, y entregó el gobierno el 2 de mayo de 1831).
Yo tengo la conjetura que en la decisión de Rafael
Urdaneta de tomarse el poder en Bogotá aquél 5 de septiembre de 1830, influyó
políticamente la carta que Bolívar le había escrito el 18 de abril, antes de
emprender viaje a su último destino, donde le expresaba su resolución de formar
“un partido que salve la patria” con todos los “hombres influyentes” para
discutir qué hacer, y junto al gobierno enfrentar de la mejor manera la crisis
severa que afectaba el proceso emancipador. Esta idea subyace en las
motivaciones de Urdaneta para dar el golpe: salvar la vida de los bolivarianos
amenazados por los oligarcas, la suya propia y de su familia, pero más aún, salvar
la unidad, que era salvar a Bolívar.
II
Expatriado por ser un verdadero patriota; calumniado
por los santanderistas profesionales del chisme; retornado en medio de
incertidumbres, pasó de mandatario de Colombia a humilde granjero en la
provincia de Coro.
En sus memorias se resume ese tránsito: “Disuelta la
República de Colombia, muerto el Libertador, y habiendo hecho dimisión del
Poder en virtud del convenio de Apulo, hubo de abandonar el General Urdaneta el
territorio de la patria, perseguido, cargado de familia, pobre y abrumado por
los desengaños, para ir a buscar un asilo en la vecina isla de Curazao. Allí
permaneció más de un año apurando los sinsabores de su situación y en la
necesidad de auxiliar, con sus escasos medios, a muchos de los compañeros que
recalaban a aquella isla, lanzados por la tempestad que se había desencadenado
sobre los amigos de Bolívar”.
En tan penosa coyuntura personal, sólo quería el
consuelo de volver a Venezuela. Sus antiguos compañeros de armas le aconsejan
que escribiera a Páez. El llanero, ahora Presidente de Venezuela, artífice de
la proscripción de Bolívar y sus leales camaradas, le responde con el zigzagueo
típico del político ladino que era: “En cuanto a la pregunta que me hace de si
podrá caber duda en caso de solicitar Usted permiso para venir a Venezuela,
debo decirle que por lo que a mí hace, no tengo la menor objeción para su
venida; pero el permiso depende de la calificación del Consejo, y como no tengo
seguridad de que él lo califique, ni de que no lo califique, sería aventurada
una respuesta terminante, porque no dependiendo exclusivamente de mí la
resolución, se quejaría Usted en el caso de una negativa. Resuelva pues, lo que
tenga por más conveniente, y cuente siempre por mi parte con los buenos oficios
de su antiguo amigo y compañero”.
De esa actitud paecista se creó en Venezuela el
término “guabinoso”, para referirse a personas de dudosa convicción,
acomodaticios, oportunistas, indignos de tenerles confianza.
Entre los amigos que animaron a Urdaneta a pedir al
gobierno por su vuelta, destacan nombres ilustres como los de Francisco Javier
Yánez, José Revenga y Tomás de Heres. El primero, camagüeyano de nacimiento y
destacado patriota venezolano, le escribía desde Caracas el 30 de abril de 1832:
“…ni el tiempo ni la distancia podrán disminuir ni alterar nuestra
amistad…siempre estoy pendiente de la suerte de mis amigos y compañeros en la
causa de la Independencia; sin embargo ignoraba las estrechas circunstancias en
que se halla en esa Isla con su familia, que ciertamente me son muy sensibles,
aunque no dudo que su prudencia y constancia será igual en esta época a otras
más apuradas que se superaron con aquellas virtudes…No faltan aquí patriotas
muy interesados en la suerte de los ausentes, y no dudo que se consiga todo lo
que se desea. En cuanto a mí, ni el tiempo, ni la distancia, ni ningunas
adversas circunstancias deben detenerle en emplearme en lo que fuere de su
agrado, pues siempre soy su verdadero estimador e invariable amigo”.
Revenga se solidariza: “¿Y por qué es que se le niega
a Ud. permiso para restituirse a su suelo natal? Lo he preguntado a muchos, y
nadie ha sabido satisfacer a mi duda. El hecho naturalmente me ha hecho acordar
de que preguntando lo mismo con respecto a mí en 1830 no tuve mejor resultado,
y si Usted no tuviese en su compañía a su señora y niños, tal vez yo le
aconsejaría que, como yo, viniese personalmente a preguntar la causa. No
respondo de que el fruto fuese el mismo; pero es claro que el embarazo sería
igual o mayor”.
En carta fechada en Caracas el 8 de agosto de 1831,
Heres le dice: “Desde que llegué a Venezuela he sido víctima de una constante,
ciega y atroz persecución por los destinos que había obtenido al lado del
Libertador y por la adhesión a su persona que se me suponía. He sido peloteado
de un lado para otro, calificado para ser expulsado, calumniado en los papeles
públicos, en fin, he sido una de las víctimas del día, y hubiera padecido más,
y andaría viajando fuera del país, si algunos buenos amigos, si mi
comportamiento, y si el mismo General Páez no me hubiesen servido. Por una
desgraciada combinación de circunstancias he sido el blanco de dos partidos,
del de los aspirantes y del de los enemigos del Libertador. Del primero porque
han creído, bien sin fundamento por cierto, que podía hacer sombra a
aspiraciones; y del segundo, por espíritu de partido, también sin fundamento...El
Gobierno parece que se propone abrir las puertas de Venezuela a todos aquellos
que lo pretendan, sean hijos del país o extranjeros, y hasta españoles; pero
según el miedo que le han cobrado a Usted desde la revolución de Bogotá, temo
mucho que haya sus dificultades para su entrada en el país”.
Véase las graves advertencias que formula Heres en su
comunicación, particularmente en este último párrafo, poniendo en evidencia la
persecución a que se sometió a los bolivarianos, especialmente a aquellos con
más lealtad reconocida hacia El Libertador, y en eso el máximo exponente de
mayor jerarquía político-militar lo era -sin lugar a dudas- el General en Jefe
Rafael Urdaneta.
III
Habiendo logrado entrar a Venezuela, se residenció en
la provincia de Coro, en un pequeño hato del sector Turupía, donde trabajó la
cría y la agricultura, “labrando con sus propias manos la tierra, después de
haber regido los destinos de Colombia”. La población se mostró muy privilegiada
de recibir al prócer más meritorio entre los vivos, mismo que libertó aquellos
pueblos en 1821 junto a las huestes locales encabezadas por la heroína
paraguanera Josefa Camejo. Múltiples y cotidianas muestras de afecto le fueron
consignadas por aquellas gentes tan hospitalarias. Lo que la alcurnia usaba
como motivo de burla, por ver al bolivariano en la pobreza, sudoroso entre
chivos y tomatales, hacía crecer la admiración de los humildes por este hombre
que de tan decente había aparecido entre ellos como salido de espectaculares
leyendas, para ser uno más en la comarca. Y de la mano de ese pueblo volvió a
la actividad pública.
Grata sorpresa recibió en una nota oficial del 12 de
agosto de 1834 emitida por el Juzgado Político accidental de Cumarebo. En ella
se lee: “Excelentísimo Señor General Rafael Urdaneta. Tengo la honra de
anunciar a Vuestra Excelencia que en el escrutinio de los votos de todos los
sufragantes de este Cantón, ha resultado Usted elector, para que el día 1 de
octubre de este año pase a la capital de esta provincia a unirse con los demás
que deben componer el Colegio Electoral, a los efectos que persuade el decreto
de la materia. Él que suscribe no puede disimular lo grato que le ha sido esta
elección, creyendo, que al decidirse los sufragantes a nombrarlo miembro para
la Asamblea Electoral, han consultado el bien general de la República. Estos sentimientos
deben animarle a proseguir sus servicios a la libertad, en la cual ha mostrado
siempre el más vivo y particular interés. Le deseo, pues, el mejor éxito en su comisión.
Manuel Flores”.
Ese mismo año tuvo la ocasión de visitar Maracaibo en calidad
de comisionado para “restablecer con su influencia el orden constitucional”; y
en junio de 1835 a petición del Gobierno acudió a defender la Constitución
contra el alzamiento de su archienemigo Carujo, quien derrocó al presidente
José María Vargas. El General Urdaneta actuó como 2º Jefe del Ejército
constitucional, momentos que aprovechó el veterano Páez para un acercamiento,
expresándole que estimaba mucho su colaboración “siendo Usted un antiguo
patriota que goza de mucho prestigio” (Caracas, 29 de julio de 1835).
Por ese prestigio bien ganado en batallas y
magisterios, persuadió a varios jefes militares del occidente para que no se
sumasen a la aventura golpista, prestando gran servicio a la paz y
gobernabilidad que recién despertaba. En esa tarea estaba en Caracas cuando
sufrió el accidente que lesionó severamente su capacidad visual, obligándolo a
tratarse con estricta vigilancia médica.
Una vez más la ciudadanía de Coro lo elige como su
representante en 1837, esta vez al Senado. Su amigo, el General Carlos
Soublette, habiendo sido escogido Presidente de la República, le llama a
acompañarle con estas palabras: “Mi querido General y amigo: Muy reservadamente
le comunico que he pensado en Usted para Secretario de Guerra; pero encontrándolo
a tan lejos y de Senador no he podido hacerlo. Su enfermedad no me hubiera
detenido porque pienso que conmigo se hubiera acomodado fácilmente. ¿No podría
Ud. renunciar esa senaduría y quedar expedito para que este Poder Ejecutivo tan
amigo de Usted pueda buscarle algún descanso? Es verdad que la Secretaría no
parecería descanso; pero yo le ayudaría con mil amores. Si Usted aprueba mi
pretensión, haga su renuncia ante ese Gobernador y que la comunique volando por
si aún estuviere reunido el Congreso…no comunique a nadie esta carta, hasta
lograr el resultado” (Caracas, abril 5 de 1837).
III
Ni la enfermedad pudo impedir su heroísmo. El hombre
del que hablamos soportó por largos años la tortura de un cálculo de 7 centímetros
y un peso de 134 gramos en la vejiga urinaria, dolencia que frustró su
presencia en la Batalla de Carabobo del 24 de junio de 1821. Pero ese mal agudo
no evitó su protagonismo en las campañas militares que ganaron nuestra
Independencia, ni en el desempeño cabal de los destinos que se le encomendaron
en el Gobierno Revolucionario.
En noviembre de 1839 escribe con amargura al gobierno
solicitando su pensión por el deterioro de su salud, particularmente la
inminente ceguera que lo acechaba: “Es verdad que cuando terminó la guerra de
la Independencia no la había perdido y pero el rigor de las estaciones, la vida
agitada y penosa de nuestras campañas, las enfermedades sufridas entonces y el
tratamiento médico, me habían predispuesto a cegar: tal fue la opinión del
señor Doctor José María Vargas en 1835. En este mismo año fui llamado al
servicio activo, a consecuencia de la revolución de julio, y me presenté en
Caracas al mismo Señor Vargas, Presidente de la República, el cual reconoció
que la vista del ojo izquierdo empezaba a sufrir, pero me manifestó que aún
podía yo servir a la Nación. Fui destinado a Guarenas a organizar un cuerpo de
ejército y concluida mi comisión, volví a los quince días a esta capital,
perdido del todo el ojo izquierdo, pero dispuesto a cumplir las nuevas órdenes
que había recibido del Gobierno. El Presidente declaró la gravedad de mi mal,
me ordenó separarme del servicio y tuvo la bondad de prestarme sus auxilios
como médico, para impedir si posible fuera, que progresara el mal, ya comunicado
al ojo derecho. Desde entonces he vivido sujeto a un régimen curativo que
alternativamente me da esperanzas de no acabar de cegar, y me las quita luego;
pero perdiendo siempre, viendo cada vez menos. Hoy me encuentro en uno de esos
momentos de amargura, que me hacen temer no ver más la luz; apenas puedo firmar;
mi mal sigue su curso, y en la opinión de los médicos debo cegar del todo”.
¿Pero se retiró definitivamente?
No. Ahora es que había Urdaneta para servir a su amada
Patria y a las mejores causas de la humanidad. Todavía la República de
Venezuela le exigiría sus abnegados servicios: en 1842 los enconos entre
partidos amenazaban devorar las entrañas de la patria. La horrible muerte de
Heres obliga a implementar un conjunto de decisiones extremas para apaciguar a
la región de Guayana que se halla en riesgo serio de guerra civil. Una vez más
se apela al liderazgo de Urdaneta, único en aquella circunstancia que ostentaba
la estatura moral y política para conducir la nave guayanesa a la calma. En palabras
de Soublette: “no conozco otro que pueda en la República calmar, aliviar, y
quizás curar los graves males que han afligido y afligen a Guayana”.
Cumplida tan difícil misión -como reconocería el
propio José Antonio Páez- “por su respetabilidad y buen tino”, Urdaneta regresa
a Caracas para encabezar la parada militar que rendirá honores al Padre de la
Patria, su amado compañero Simón, ahora que sus restos inmortales pudieron
tornar a la cuna caraqueña. En medio de tan emotiva ceremonia, las miradas de
quienes con el alma desean paz y bonanza para la sacrificada Venezuela, señalan
al magnánimo bolivariano que luce espléndido su uniforme colmado de honores más
que merecidos. Lo eligen para presidir la original Sociedad Bolivariana y
desean hacerlo para más altas funciones.
IV
En el cenit de la consagración a la Patria, a 35 años
de aquella decisión primaria de abrazar la causa independentista, Rafael
Urdaneta se aproxima al último servicio quedando truncada su ascensión a la Presidencia
de la República de Venezuela.: “Departamento de Relaciones Exteriores. Caracas:
junio 13 de 1845. Al Excelentísimo Señor General en Jefe Rafael Urdaneta.
Deseando el Gobierno llevar cumplido
efecto el canje de las ratificaciones del tratado de Reconocimiento, Paz y Amistad
entre la República y Su Majestad la Reina de España, celebrado en Madrid el 30
de marzo de este año y aprobado por las Cámaras en decreto de 27 de mayo del
mismo; y dar al mismo tiempo al Gobierno y a la Nación Española una prueba
solemne del aprecio o interés con que el Gobierno y la Nación Venezolana ven un
acto por el cual se establecen relaciones pacíficas y amistosas entre ambos
países; confiando en la capacidad, ilustración y patriotismo de Vuestra
Excelencia, ha venido en nombrarle, como en efecto le nombra, con previo
acuerdo y consentimiento del Consejo de Gobierno, Enviado Extraordinario y
Ministro Plenipotenciario cerca de Su Majestad Católica, para que con tal
carácter, sin Secretario por no creerse necesario, pase Usted a la Corte de
Madrid encargado especialmente de canjear las ratificaciones de dicho tratado,
y de presentar a la Reina Isabel II, una carta de felicitación dirigida por el
Presidente de la República. El Gobierno pone una gran confianza en las distinguidas
cualidades de Vuestra Excelencia para el éxito de esta alta misión, toda de paz
y de reconciliación y cuyos resultados no pueden menos que ser honrosísimos
para Usted y altamente satisfactorios al Gobierno y pueblo de Venezuela”.
Ni sus enemigos internos pudieron mellar la talla del
egregio Prócer zuliano. Alejo Fortique, acérrimo antibolivariano que en 1830
arengó la proscripción del Libertador y de Urdaneta, actuando como el
diplomático que había negociado el tratado con España, le escribía -sin embargo-
al Embajador de Chile en Madrid: “mandan al más antiguo y más benemérito
guerrero de la Independencia a canjearlo. Si Usted ha visto algo de nuestra pequeña
historia habrá encontrado a cada página el nombre del General Urdaneta, y es
precisamente el mismo señor, la persona que me tomo la libertad de recomendar a
la amistad de Usted”.
No se podía perder un instante en tan delicada misión:
representar a la Patria Bolivariana ante el Imperio al que nuestras armas
habían demolido. Ante Europa y el mundo, Urdaneta personificaba en aquella
trascendental ocasión, la dignidad americana. Él lo sabía, por eso no aceptó
ser intervenido en Londres donde lo evaluaron los mejores doctores de aquel Reino.
El deber que se le encomendó le insuflaba energías que sólo el espíritu de la
historia sabría transcribir. Pasó raudo el Canal de la Mancha para caer
agobiado en Paris.
Acudieron a acompañarlo todos los latinoamericanos que
se hallaban en la Ciudad Luz. Habían viajado con él desde La Guaira sus dos
hijos mayores Rafael y Luciano, y su fiel asistente Clemente Gómez. En Paris
acudieron a asistirlo los prestigiosos galenos Civiale, Marjeaulin y Velpau,
que aunque hicieron todo lo posible por mitigar la recaída para poderlo operar,
no lograron salvarlo. Expiró el 23 de agosto de aquel infausto 1845.
Cuentan los testigos, que al acercársele uno de sus
amigos presentes a recomendarle que debía dar testamento ante la inminencia de
un desenlace fatal, el heróico General en Jefe le contestó: “no dejo en el
mundo sino una viuda y once hijos en la mayor pobreza”, y llamando a Rafaelito
y a Luciano, les ordenó que devolviesen al Gobierno de Venezuela la parte
restante de los sueldos que le habían anticipado.
Un relato de primera mano del trance nos legó el erudito
granadino Diego Tanco: “Hay sin embargo un incidente que Venezuela deberá
estimar en lo que valga, y es la consagración del General a servir a su Patria
aun en los últimos momentos de su vida, a costa de su propia salud, y con un
celo tan exagerado que tal vez le ha llevado al sepulcro; él pasó el Atlántico
sin ninguna novedad, llegó a Londres y se hizo examinar allí por un médico
hallándose todavía en bastante buen estado de salud; dicho médico o cirujano
encontró que todo su mal era una enorme piedra que tenía en la vejiga, y quiso
triturársela o extraerla en el momento por medio de la operación de la talla;
pero esto exigía tiempo, y el General se resistió a pesar de los consejos de
sus amigos, a demorar su misión cerca de España; y resolvió no ponerse en cura
hasta su vuelta”.
¿Por qué se ha dicho que Rafael Urdaneta murió en el
momento que todas las buenas voluntades de Venezuela lo querían en el cargo de Presidente
de la República?
El célebre sacerdote, militar patriota e historiador José
Félix Blanco, escribe en Valencia el 28 de noviembre de 1845: “Respecto del
fallecimiento del General Urdaneta hay dos cosas que lamentar: la falta notable
a su numerosa familia, que ha quedado pobre y aun sin una casa que habitar; y
las turbulencias que van a sucederse, o que comienzan ya, por motivo de las
aspiraciones a la Presidencia de la República, a que él estaba llamado para el
próximo período constitucional, y en cuyo empleo deseábamos verlo todos sus
amigos, y le habríamos ayudado de corazón. ¡Pero ese decreto inefable del
Altísimo ha venido a trastornarlo todo, y a ponernos, tal vez, en un precipicio
de horroroso abismo!”.
Había dicho el 7 de octubre el presidente en funciones
Carlos Soublette: “Para agravar más mis penas, ha venido ahora la muerte del
General Urdaneta, que veo como una calamidad para Venezuela”.
Uno de los periódicos más importantes de entonces,
redactado por el escritor y estadista José María de Rojas, reseñaba lo
siguiente: “En cualesquiera circunstancias en que hubiese ocurrido la muerte
del General Urdaneta, habría sido profunda y generalmente sentida, como la de un
ilustre caudillo de la Independencia, un Prócer de la República, que desde su más
lozana juventud se consagró a la patria, defendiéndola en cien batallas y
sirviéndola sin interrupción en el Ejército y en el Gobierno; pero en la
actualidad un concurso de incidentes ha venido a hacer más acerbo este dolor,
pues el ilustre General estaba previsto para Presidente de la República en el
próximo período, y su elección era casi evidente, como que estaba favorecida
por la opinión de una gran mayoría, que veía en aquél guerrero y político un
resto monumental y precioso de la guerra de la Independencia; un modelo de
fidelidad a la causa santa de la América, jamás interrumpida ni alterada, un
ejemplo heroico de lealtad amistosa al Gran Bolívar, a quien acompañó en todas
las situaciones desde el primero hasta el último día, y en fin un Jefe que
reunía la firmeza con la amabilidad, una probidad política nunca desmentida,
con una moral privada intachable, y había llegado a inspirar por su moderación,
por su accesibilidad y carácter comunicativo, la más alta confianza a todos los
partidos; situación feliz que con dificultad se alcanza en política,
especialmente cuando las pasiones ocupan el lugar de la razón y el justo medio
es rechazado por todos…este héroe ha muerto pobre, dejando una virtuosa y
respetabilísima viuda con once hijos, dignos vástagos de sus ilustres
progenitores. Ocupado en el mando de los ejércitos, en el de los Departamentos,
y en los Ministerios de Estado, única y exclusivamente de los intereses de la
patria, olvidó los suyos y los de su posteridad; desprendimiento sublime a la
par que raro”.
El 23 de noviembre llegaron los restos inmortales de
Rafael Urdaneta a La Guaira en el bergantín Nancy procedente de Burdeos con
escala en Saint Thomas, cuyo desembarco se hizo el 25 con su familia al frente
y con la presencia multitudinaria del pueblo que acudió a rendir honores a tan
venerado benefactor de la Patria.
Conclusiones
-
Es un
error calificar a Rafael Urdaneta como “héroe regional” del Zulia, en razón de
lo cual se hizo tradición conmemorar su Natalicio sólo como efemérides estadal.
Esta desviación historiográfica devino de la imperante visión centralista que redujo
lo nacional a lo capitalino, minimizando los aportes de extraordinarios
patriotas no nacidos en Caracas. Esto también ha abarcado otras áreas como la
científica, cultural, política y muchos etcéteras.
-
La obra
de Urdaneta trasciende ampliamente lo local o nacional para abarcar la plenitud
de la Independencia continental, al haber realizado operaciones militares en
los campos de batalla, en los preparativos logísticos tan imprescindibles, y
las gestiones de gobierno orientadas a garantizar las victorias patrióticas
desde el grito de libertad en la Bogotá de 1810 pasando por la Campaña
Admirable, hasta la gestación del Primer Gobierno Bolivariano en Angostura, la
liberación de Nueva Granada, Venezuela y las Campañas del Sur con los triunfos
de Bomboná, Junín y Ayacucho.
-
La consideración
de haber sido “el más leal bolivariano”, si bien constituye un emblema
honorífico insuperable, no alcanza para definir la personalidad de este Prócer
indoamericano que brilló con luz propia desde los primeros días de la gesta
independentista. Urdaneta trae a Sucre al bando bolivariano, auxilia a Manuela
Sáenz asediada por la canalla santanderista, disciplina y moraliza la División
de Piar tras la insubordinación de este valiente pero problemático jefe,
instruye las legiones extranjeras en Margarita que ganaron la gloria en Pantano
de Vargas y Boyacá, enfrenta y derrota al santanderismo criminal el 25 de
septiembre de 1828, asume el gobierno de Colombia interinamente y trata de
sostener a toda costa el Proyecto Bolivariano cuando ya su inspirador no tenía
fuerzas para vivir. Y aún hubo de ser perseguido, expatriado, retornado, reivindicado
y exaltado por sus virtudes insuperables.
Yldefonso
Finol
Economista. Historiador
Bolivariano.
Investigador de
Etnohistoria de la Maracaibo Ancestral
Cronista de Maracaibo
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