Sólo
la verdad histórica hace libre a los pueblos
Hacer
una revolución es revisar a fondo la historia y el lenguaje
A
Maracaibo le cantan sueños
el
Beni y
Billo
y Ricardo
Armando
descosiendo acordes
Felipe
desangrado ausencias
muertos
y mudos
los
corazones todos
Maracaibo
canta sola
cuando
se abre el pecho mustio
para
alimentar al mundo
moribundo
.
(del poemario Como la raíz del mangle, 1997)
Índice
Presentación
Glosario de la
autoflagelación colonialista
La ocupación del territorio
ancestral por los invasores
El racismo anti-indígena
La “fundación” de Maracaibo:
estafa histórica que encubre el etnocidio contra el pueblo añú
Estrategia colonial de
invasión al Lago Maracaibo
El criterio del Centro de
Historia del Estado Zulia de 1965
La declaración de Esteban
Martín: un documento clave sobre la falsa “fundación” de Maracaibo en 1529.
El paso de Alfinger por el
Lago Maracaibo
Alonso Pacheco y su Ciudad
Rodrigo
La palabra Maracaibo
El poblamiento original de
Maracaibo
Mapas y Planos: Ruta de
Alfinger, Incursión Invasora, Pueblos Originarios, Plano de Maracaibo 1639,
Mapa de la Cosa, otros.
A manera de Epílogo
Documentos fundamentales
Glosario de la
autoflagelación colonialista
Las
palabras crean la existencia en la mente humana. Nombrar es dar vida. Las
culturas dominantes basan su poder en la posibilidad de decir las cosas desde
su mirada, con sus palabras y en función de sus intereses.
Lo
paradójico se pasea como bufonada idiomática en la nombradía invasora.
Aparentemente nos llamaron “Indias” por equivocación. El continente fue
bautizado en honor de Américo Vespucci y no de Colón. Los venezolanos Francisco
de Miranda y Simón Bolívar propusieron el nombre de Colombia y al final le
quedó a la Nueva Granada. Venezuela disque significa “Pequeña Venecia”, pero el
sufijo zuela es despectivo no diminutivo. Argentina viene de argento que es
plata, y así se designó al Río de la Plata porque por allí sacaban los
españoles la plata de Potosí, Bolivia.
Sean
enredos casuales o no, el colonialismo no desmaya en reproducirse y
eternizarse, y se vale de cualquier argucia para dominar.
Pero
más allá de lo anecdótico y curioso, el asunto de fondo es la dominación
cultural que se extiende en el tiempo a través de la ideología dominante, vale
decir, la ideología de los imperios.
En
el caso de las naciones sojuzgadas por las potencias coloniales, se impone a
través de instituciones como la religión y la escuela, un ideario signado por
la superioridad racial del invasor, la exaltación de lo foráneo y la
justificación de ese “destino” que tocó vivir. Es la clásica alienación que
reduce al oprimido a ser reproductor del sistema que lo oprime.
Por
la otra cara de la moneda, se manifiestan el desinterés por conocer la verdad
histórica y el desprecio por todo lo que nos recuerde quiénes somos realmente,
es decir, por todo lo indígena.
La
ideología dominante –y la capitalista es continuación de la colonial- se
encarga de fijar los códigos de expresión de las realidades en función de los
intereses del sistema que la sustenta. Como decía un teórico del lenguaje: “Sin
signos, no hay ideología”.
En
fin que, parafraseando a El Libertador, podríamos concluir que por las palabras
nos han dominado más que por la fuerza; de allí nuestra aportación del concepto
de Mitos Alienantes, que
“son estructuras culturales de dominación ideológica, basadas generalmente en
falacias históricas y costumbres impuestas desde los centros de poder, para
inocular la sumisión y la desmemoria a los pueblos”.
Algunas
de esas palabras convertidas en Mitos Alienantes, son:
- Descubrimiento.
Es la palabra clave en la dominación colonial que instauró el Imperio Español
contra los pueblos originarios de Abya Yala. La trampa ideológica se centra en
que todo comienza al llegar el invasor. Se trasmitió de generación en
generación la enseñanza de que el Imperio nos descubrió, como si antes no
hubiésemos existido, o peor aún, no tuviésemos conciencia de nuestra propia
existencia. Por siglos se consolidó la “verdad” colonialista que garantiza la
sujeción al poderío imperial. “Colón descubrió América”, se nos dijo apenas
soltábamos el biberón. El Reino de España celebra el 12 de Octubre su día
nacional, el Día de la Hispanidad. El Rey encabeza un desfile militar.
Ciertamente aquello fue el triunfo de las armas. Para el imperio se trató del “descubrimiento”
de riquezas infinitas para sus arcas insaciables. Para nuestros pueblos
significó el descubrimiento de la guerra cruel, la esclavitud y el saqueo. El discurso
colonialista se impone como verdad inobjetable. Los pueblos vencidos entran en
el enigmático mundo de la invisibilidad. El invasor no sólo nos descubrió,
también “fundó” los lugares donde aún vivimos.
- Fundación. Una tendencia permanente de las sociedades
coloniales, ha sido la de celebrar las fechas de ocupación violenta por parte
de los invasores, de las ciudades y poblados indígenas, rebautizados con
pomposa nomenclatura imperial. Es lo que se conoce coloquialmente como
“fundación”. Los gobernantes de Maracaibo le parten una torta al cumpleaños de
la ciudad. Sus voceros no saben explicar las razones para la celebración, pero
hay que cumplir con el ritual. Lo mismo ocurre en todos los municipios del
país. Las alcaldías se esmeran en rebuscar una fecha y se compite por sumar más
años haciendo gastos superfluos en ferias ridículas y alienantes. Cuánta fuerza
tienen las costumbres que sembró la colonia. Aún quienes se dicen
revolucionarios siguen rumiando la paja colonialista, pese al enorme esfuerzo de
concienciación hecho al respecto por el Comandante Chávez, y por la obligación
que tenemos de desentrañar las verdades históricas de nuestro proceso
liberador. Esta especie de manía de autoflagelación colonialista, lleva a sus
cruzados a un insolente intento por restaurar el catastro toponímico de los
Reyes Católicos. Es así como insisten neciamente en llamar a Coro, Santa Ana, y
a Caracas, Santiago de León. Por ese camino llegaremos a rebautizar al país,
sustituyendo República Bolivariana por Capitanía General. Atribuirle a Ambrosio
Alfinger la fundación de Maracaibo es un disparate gigantesco. El alemán sólo
pasó por allí unos meses y siguió tierra adentro a saquear oro hasta que las
flechas patrióticas de los guerreros del suroeste del Lago Maracaibo lo bajaron
de su caballo con la garganta destrozada. Para seguir con el ejemplo de
Maracaibo, basta leer las crónicas de los propios invasores, donde se puede
constatar, que a su llegada estos lugares estaban “pobladísimos”.
- Poblamiento.
Es éste otro concepto muy manoseado por los presuntos historiadores que sirven
a la ideología imperialista. Se habla de poblamiento de las regiones y
ciudades, cuando lo que realmente ocurrió fue un terrible despoblamiento. El
padre dominico Gustavo Gutiérrez acuñó el término “catástrofe demográfica” para
definir el genocidio cometido por el invasor europeo en nuestro continente. Las
estimaciones científicas realizadas bajo diversos enfoques metodológicos cifran
en unos ochenta millones las víctimas fatales de la invasión. Autores serviles
a los imperios alaban este “poblamiento” como un proceso de mejoría de la
“raza”.
- Raza. Una
de las mayores atrocidades culturales conocidas fue haber establecido el 12 de
Octubre como “El Día de la Raza”. ¿De cuál raza? Suponemos que será la “española” o la “europea”, es decir, la
“raza blanca”, que fue la que salió ganando con el negocio de la “conquista”. Esta
visión de la sociedad es la esencia de fenómenos extravagantes de la perversión
explotadora como el fascismo y el nazismo. Quienes se creen superiores a los
otros necesitan justificar su dominio. El color de piel es una “razón” sencilla
de explicar y fácil de imponer a sangre y fuego. Esa gente de piel pálida y
cabellos rubios venida de sociedades oscurantistas dominadas por prejuicios
religiosos, que temen y odian la libertad de lo diverso, requieren pisar al
otro y explotarlo para poder existir. Es su lógica civilizatoria.
- Civilización. El invasor pretende “civilizar” al
vencido. Se considera a sí mismo un civilizador. Quiere llevar la “cultura” a
los “bárbaros”. Sepúlveda justifica la guerra de la Corona de Castilla contra
los pueblos originarios de “Las Indias”. Las Casas lo rebate. Pero la Corona
necesita oro y bastimentos. Los infieles deben acogerse a la religión católica
o conocerán el filo de las espadas. Civilización es ser como el invasor. Ser
diferente de piel y de idioma es barbarie. Es no tener “cultura”. Así era en
los siglos anteriores y lo sigue siendo en el XXI. La OTAN bombardeará a quien
no encuadre en su modo de vida. La supuesta “democracia occidental” y la
falacia imperialista de los derechos humanos, servirán de pretextos para
civilizar a quienes se atrevan a salirse del carril.
- Lengua. El
francés es un idioma elegante, seductor, el habla diplomática por excelencia.
El inglés es el idioma internacional por ser el que habla el patrón
imperialista. El castellano es el idioma de Isabel la Católica. Pero los
idiomas de los pueblos originarios de nuestro continente son dialectos o
lenguas a lo sumo. Muchos de esos idiomas desaparecieron por el exterminio de
sus hablantes o por la feroz erosión cultural que causa la vergüenza étnica. Es
el caso de nuestro idioma ancestral el añún-kunu, hablado por el pueblo Añú,
población mayoritaria del Lago de Maracaibo, diezmada tras un largo siglo de
resistencia armada y otros cuatro de silente sobrevivencia.
- Prehispánico o precolombino.
La academia colonialista se empeña en llamar
“precolombino” o “prehispánico” a todo lo ancestral de nuestro continente. Se
escuchará a oradores en estas efemérides invasoras, mencionar “los palafitos
precolombinos que le dieron el nombre a Venezuela”. Yo me pregunto: “Entonces
los palafitos actuales, donde viven la mayoría de los descendientes del cacique
Nigale, son qué, ¿post-colombinos? Las pirámides Incas o Mayas que aún se
yerguen vetustas por sobre las edades, las cerámicas del Caribe, la orfebrería
muisca, no son “prehispánicas”, trascenderán con creces a España, que a Colón
ya lo vieron enterrar hace rato. Tener que apelar a una ubicación temporal con
hito en la invasión, es también una forma de darle supremacía al momento
histórico en que comenzó la destrucción de nuestros pueblos originarios. Es
reafirmar ese núcleo ideológico duro de la Colonia, de que con la llegada de
los invasores comenzó todo. Pero, además, es negar los avances científicos de
los últimos dos siglos, cuando la antropología, la arqueología y ciencias
conexas, han desarrollado teorías y prácticas suficientes para determinar la
edad de las presencias biológicas y culturales milenarias. Nuestro arte
indígena antiguo, no es “pre” nada, es sencillamente nuestro arte.
- Indios. ¿Nos
llamaron indios por error geográfico de Colón que creyó haber llegado a la
India o por decir que no teníamos dios? Por raíz latina in es un prefijo que
denota “carencia de”, abriéndose paso a la especulación de que “indios” pudiera
significar “sin dios”. Indígena en cambio se refiere a la población que es nativa
ancestral de un sitio en particular. En todo caso, nunca se nos nombró por
nuestros propios gentilicios, si no, con las deformaciones que el invasor
impuso desde su ignorancia de nuestro mundo material y, sobre todo, espiritual.
La ocupación del territorio
ancestral por los invasores
Llegaron por Coro: génesis
del etnocidio
Una
de las herencias absurdas que nos dejó el colonialismo es esa de contar
nuestras vidas a partir de la llegada de los invasores europeos. La dominación
cultural, muchas veces disfrazada de costumbre, se manifiesta en esa manera
suicida de negarnos. Nos negamos como pueblo raigal dependiendo siempre de que
otros nos hagan existir. Nos dijeron que vinimos por el estrecho de Bering, sin
embargo acá mismo en Taima Taima esa teoría de poblamiento exógeno quedó
descartada. Somos de aquí y nos generamos como especie humana autónoma e
independiente desde hace catorce mil años.
Ni
que decir de la existencia de esta tierra y sus especies animales. Se cuentan
en millones los años que llevan fosilizados los restos de roedores gigantes,
perezosos y cachicamos encontrados en esta mágica región. Los petroglifos
indígenas nos hablan a través de la roca desde la distancia de tres mil años o
más. Ese mensaje ancestral debe movernos a buscar el comienzo de lo que somos.
Y, ¿quién se interesa en preservarlos y celebrarlos?
¿Cómo
podemos seguir hablando de “fundación” si lo que hubo realmente fue una
invasión cruel y genocida? ¿Dónde están los descendientes de los caquetíos y
los jiraharas? ¿dónde sus creencias? ¿dónde sus idiomas? Sólo los nombres de
pueblos irredentos quedaron como testigos silentes de aquellas culturas. ¿Por
qué no reivindicamos a Todariquiva como sede política de una nación
exterminada?
Coro
o Curiana, como Maracaibo y Coquivacoa, son palabras ancestrales que al llegar
aquí los europeos ya sonaban en los labios de la población originaria. Pero no
nos preguntamos a dónde fueron a parar los habitantes autóctonos. ¿Qué significó la presencia permanente del
invasor europeo para las etnias nativas? Topónimos como Paraguachoa, Paraguaná,
Guaivacoa, Miraca, Maraca, Zapara, Moján, se pueden leer en las crónicas de los
conquistadores al referirse a esta región. Es tiempo de revalorizar nuestra
historia originaria rompiendo los muros de la dependencia cultural
recolonizante.
¿Quién
ha dicho que nuestras ciudades cumplen años a partir de la invasión? La más
seria y documentada investigación sobre esa historia que va desde la invasión
europea hasta el establecimiento del dominio español en nuestra tierra, la ha
realizado sin ninguna duda el Hermano Nectario María. Su trabajo tenaz en el
Archivo de Indias lo llevó a revisar todos los documentos relativos a
Venezuela, al punto de haber elaborado un manual que es guía obligada de todo
aquél que pretenda estudiar esos añejos papeles. Su conclusión es clara: Ampíes
llegó a estas tierras en noviembre de 1528 y no fundó ciudad alguna, porque
sencilla y llanamente, se residenció en Todariquiva, en casa de Manaure.
Alfinger
llegó a Maracaibo en septiembre de 1529 y a los siete meses volvió a Coro,
regresando al Lago por dos meses más en 1531, cuando se fue rumbo oeste
buscando la ruta de Pamplona donde presumían que encontrarían oro en
abundancia. Lo que halló fue la muerte en las flechas de los indígenas del Sur
del Lago de Maracaibo. Días después se cometió el primer acto de canibalismo
cuando los soldados de Alfinger que regresaban a Todariquiva con el oro robado,
perdidos y hastiados de alimentarse de puros vegetales silvestres, asesinaron a
unos indígenas para saciar su ansias de comer carne.
Así
empezó aquella historia de crímenes de lesa humanidad. Naciones enteras de
cientos de miles de caquetíos, jiraharas, añú, desaparecieron por completo.
Ocurrió lo que el padre Gustavo Gutiérrez llama una “catástrofe demográfica”.
Fundadores
sí, pero de bases militares extranjeras
Fue
Colón quien instaló la primera base militar extranjera en Nuestra América. En
diciembre de 1492, después de navegar varias islas de El Caribe, la nao Santa
María, la más grande de aquel primer viaje, quedó encallada y maltrecha a
orillas de lo que hoy conocemos como Haití y República Dominicana.
El
Almirante ordenó desbaratarla y construir con sus maderas una fortaleza donde
dejó 39 efectivos mientras regresaba a España con las noticias del hallazgo
recién encontrado. La bautizaron La Navidad, por haberla concluido para esa
fecha.
En
el Lago de Maracaibo fue el alemán Ambrosio Alfinger quien intentó, por primera
vez, ocupar militarmente la plaza. Durante su incursión con génesis en Coro, en
1529, encargó a una parte de la tropa española a su mando, que montaran base en
la costa oeste del estuario, en un lugar cercano a lo que es actualmente la
ciudad de Maracaibo
Ya
es suficientemente sabido lo que devino de aquellas bases extranjeras en
nuestra tierra. Aunque ambas fueron eliminadas por la acción defensiva de los
pueblos originarios, ellas fueron apenas el preámbulo del despliegue de fuerzas
superiores en destrucción, que luego se apoderaron de todo cuanto pudieron
robar.
Fueron
aquéllas expresión de la vieja dominación colonial que nos impuso Europa con su
secuela de esclavitud, saqueo, pobreza y atraso.
Se
ha despertado la necesidad de conocer nuestra historia pasada. Hoy, la gente de
este país, tiene un interés en conocer la historia patria como nunca antes.
Pero esa historia está trenzada por una historiografía deformadora y alienante.
¿Quiénes cuentan la historia? Dime quien la cuenta y te diré qué tan genuina
es.
Por
ejemplo, el proceso de invasión europea lo dejaron escrito los invasores.
Nuestros antepasados originarios en general no usaban la escritura, y las
formas de lenguaje gráfico que llegaron a desarrollar fueron en su mayoría
destruidas por el conquistador. Por eso debemos poner en duda y leer con ojo
crítico, a la luz del materialismo histórico que es el único enfoque científico
que nos permite ver verdades entre las sombras, los manuscritos de los llamados
cronistas de indias. Incluso los
nombres de los personajes indígenas y los lugares pudieran estar equivocados.
Más aún los asuntos de fondo. Las razones esgrimidas para hacer las guerras y
establecer la esclavitud contra las naciones indígenas. Las leyendas falaces
sobre la antropofagia. La supuesta superioridad de la cultura de la metrópolis
mercantilista.
También
los historiadores criollos, de profunda vocación oligárquica, repitieron como
loros –con el perdón de los loros- esos prejuicios y, balbucearon las verdades
cristalizadas por la sociedad predominante del colonialista siglo XVIII, del
azaroso XIX y el proimperialista y cambalache siglo XX. Se cultivó el
centralismo histórico y se rumió las enmohecidas páginas de la denominada historia oficial. Mientras, el pueblo
siempre pueblo volvía a intentar reescribirla.
Más,
como no hay mal que dure trescientos años, comenzó el despertar de la historia. La región del Lago de Maracaibo, que
tanto ha aportado a esa historia verdadera de lucha, de resistencia, de
combate, que es la historia del pueblo venezolano, tiene que dar el salto
cualitativo a la búsqueda de esa nueva verdad histórica.
Por
eso hacemos estos esfuerzos, y estamos rescatando la figura épica más
representativa de nuestra estirpe: el cacique Nigale, para que se sepa de una
vez por todas, que no hubo fundación de Maracaibo. Hubo una guerra de más de
cien años. Desde el 24 de agosto de 1499 hasta el 23 de junio de 1607, en que
murió ahorcado ese último líder de nuestra resistencia armada, caído en combate
defendiendo la Patria Añú: Maracaibo.
El racismo anti-indígena
Las
categorías históricas impuestas por el “vencedor”, que luego fueron repetidas
por el criollo alienado, se generalizaron a través del sistema educativo y el
discurso oficial. La sociedad burguesa dependiente de los centros hegemónicos
imperialistas, tiene como paradigma de vida los valores mercantilistas de un
capitalismo espiritualmente decadente. El racismo es sólo la secuela dialéctica
de la explotación del trabajo y el complejo de superioridad de la “raza
blanca”, que tanto daño ha causado a la humanidad.
Mitos
alienantes como el del “descubrimiento”, encubren la negación de la condición
humana de los habitantes originarios del continente americano, hacho que se
explica por el interés colonial de apoderarse de sus territorios y riquezas, en
calidad de primer “poblador”. Este elemento es clave en el proceder invasor, ya
que la primera posesión es fuente fundamental del derecho privado español.
Lo
común ha sido pregonar el “descubrimiento” de todo lo originario de Abya Yala,
a partir de la mirada del europeo. Como si en estas tierras y aguas no
viviesen, desde tiempos inmemoriales, seres humanos constituidos en sociedades
de diverso grado de desarrollo económico y cultural, igual que en cualquier
otra parte del mundo.
La
repetición durante siglos de las falsas fundaciones y descubrimientos, se han
metido de tal manera en las conciencias de las gentes, que hasta el sector
científico las rumia sin plantearse cuestionamientos que lucen obvios.
Tarre
Muzi, por ejemplo, cae en esa visión racista sin mayores recatos. Veamos
algunas de sus afirmaciones en este sentido:
- “Cuando
Alonso de Ojeda descubrió nuestro lago de Maracaibo”. [1]
- “Alonso
de Ojeda, descubridor del lago”. [2]
- “El
indio del Zulia era cerril, atrasado, salvaje, y en algunas tribus, era
antropófago”. [3]
- “Era
difícil cristianizar estos salvajes, cuyas elementales creencias convertían en
dioses los animales, los astros, ríos y árboles…Adoraban sobre todo el sol, la
luna y el terrible jaguar”. [4]
Terrible
herencia de los prejuicios que el colonizador erigió contra los pueblos
autóctonos para justificar el robo y la esclavitud, ya que lo consideraban poco
menos que un ser humano, al calificarlo con tan despreciativa opinión: “…porque
su principal intento era comer, beber, folgar, lujuriar, e idolatrar, y ejercer
muchas suciedades bestiales… el matrimonio que usaban…que los cristianos
tenemos por sacramento, como los es, se puede decir en estos indios
sacrilegio…Ved qué abominación inaudita (el pecado nefando contra natura) la cual
no pudo aprender sino de tales animales…Esta gente de su natural es ociosa y
viciosa, de poco trabajo, melancólicos, cobardes, viles y mal inclinados,
mentirosos y de poca memoria, y de ninguna constancia. Muchos de ellos, por su
pasatiempo, se mataron con ponzoña por no trabajar, y otros se ahorcaron por
sus manos propias”. [5]
O
esta acusación de Fray Tomás Ortiz: “Los hombres de tierra firme de Indias
comen carne humana y son sodométicos más que generación alguna. Ninguna
justicia hay entre ellos, andan desnudos, no tienen amor ni vergüenza, son como
asnos, abobados, alocados, insensatos; no tienen en nada matarse ni matar; no
guardan verdad si no es en su provecho; son inconstantes, no saben qué cosa sea
consejo, son ingratísimos y amigos de novedades, précianse de borrachos, tienen
vinos de diversas yerbas, frutas, raíces y grano; emborráchanse también con
humo… son hechiceros, agoreros, nigrománticos…cobardes como liebres, sucios
como puercos…no quieren mudar costumbres ni dioses…en fin, digo que nunca crió
dios tan cocida gente en vicios y bestialidades…Juzguen ahora las gentes para
qué puede ser cepa de tan malas mañas y artes”. [6]
Por
cierto el autor de esta bazofia involucra a Fray Pedro de Córdoba como
copartícipe de sus opiniones, pero si se trata del dominico que llegó junto a
Antonio Montesino a la isla Española en 1510, sería una vulgar manipulación, ya
que como veréis en el Epílogo, estos dos sacerdotes de la Orden de Santo
Domingo, fueron los primeros defensores de los derechos humanos en el continente.
Fueron
ellos quienes con su esfuerzo valiente iniciaron la era de los derechos y
convirtieron para su causa a ese gigante de humanidad que es Bartolomé de Las
Casas, el superhombre que enfrentó al racista Sepúlveda, aquél que formuló
“Cuatro Razones” para justificar las guerras invasoras y de exterminio del
Imperio Español contra nuestros ancestros.
Según
Sepúlveda, las guerras eran necesarias: “1. Por la gravedad de los pecados que
los indios habían cometido, en especial sus idolatrías y sus pecados contra la
naturaleza. 2) A causa de la rudeza de su naturaleza que les obligaba a servir
a personas que tuvieran una naturaleza más refinada, tales como los españoles.
3) A fin de difundir la fe, cosa que se haría con más facilidad mediante la
previa sumisión de los naturales. 4) Para proteger a los débiles contra los
mismos indígenas.” [7]
Evidentemente,
la impronta religiosa persigue al indígena más allá de la simple
evangelización, la misma que impusieron con la cruz y con la espada, sobre todo
con esta última. Los llamados “requerimientos”, constituyeron la intimación a
través de la cual se conminaba al indígena a aceptar la religión del invasor,
so pena de ser castigado con la guerra y la esclavización. Es un elemento
esencial del esquema civilizatorio colonialista.
Según
Rafael Fernández Heres “al Requerimiento se acude para justificar la
intervención, y allí, están expuestas las razones teológicas y políticas que a
juicio del invasor le dan legitimidad, y ordenados los procedimientos para
actuar”. [8]
Este
autor resume en pocas líneas el balance de la aplicación de los Requerimientos:
“¿Cooperó el Requerimiento a la deseada pacificación de los indígenas? La
experiencia revela que no. ¿Ayudó a la cristianización de los indígenas? La
respuesta es también no, y aún más, que fue causa de hazmerreír entre éstos, y
un estimulante al odio a los españoles que los hacía irreductibles”. [9]
El
maltrato físico y moral al indígena trasciende largamente el momento colonial,
heredando a la República los desmanes contra “los legítimos dueños de estos
territorios”. [10]
Los
siglos XIX y XX vieron repetirse las aberraciones coloniales contra el
indígena. Son notorias por escandalosas, las matanzas organizadas por ingleses,
españoles, alemanes y otros europeos, en la Patagonia; el hecho dantesco de
llevar cuerpos de las víctimas para exhibirlos como trofeos de cacería. En los
llanos venezolanos y colombianos se acuñaron términos como “guajibear”, que se
usaba para referirse a salir de caza contra los guajibos. Deporte criminal que
rebaza la imaginación de los hacedores de ficción de terror, toda vez que en el
fondo, el interés de estas prácticas genocidas era apropiarse de las tierras
ancestrales de los pueblos originarios.
Historias
recientes avergüenzan la especie humana, que ha presenciado el etnocidio contra
el pueblo maya-quiché a manos de militares fanáticos del imperialismo en
Guatemala, o el sistemático exterminio del pueblo árabe-palestino por el impune
genocida israelí.
Podemos
hablar entonces de otras “Conquistas” que se fueron reproduciendo cual mala
hierba, según se iban “descubriendo” los potenciales económicos de los predios
indígenas. Casos de estos tenemos frente a nosotros a diario, en la Araucaria
mapuche o en nuestra Sierra de Perijá. Ni qué hablar de mis abuelos añú, que
sobrevivieron apenas de la razzia que se inició en 1529, y aún hubieron de ser
los más afectados con la explotación petrolera que destruye el Lago, la
cementera que demolió a Toas, toda la basura de un proceso urbanizador
desquiciado, más los agroquímicos mortales vertidos sin escrúpulos en nuestra
patria acuática.
También
el olvido gubernamental y el desprecio social se juntaron para casi desaparecer
el gentilicio lacustre. Remoquetes como “patarrajá”, “huelepescao”,
sustituyeron el más mínimo respeto a la dignidad de un pueblo generoso. Todavía
a comienzos del siglo XX, un cura italiano los llama “indios ilusos”, “indios
chinos”. [11]
Es
la idea dominante, enarbolada por los ideólogos de la burguesía, de un indio
“flojo” y “bruto”, al que había que domesticar y civilizar. Así se justifica el
despojo y se fundamenta la necesidad de identificarse con lo europeo, al punto
de andar por allí rebuscando apellidos de abolengo, para decir “desciendo de”
invasores.
La “fundación” de Maracaibo:
estafa histórica que encubre el etnocidio contra el pueblo añú
No
hubo “fundación” el 8 de septiembre de 1529. En esa fecha comenzó el genocidio
contra los pueblos originarios de la región del Lago Maracaibo.
¿Qué pasó el 8 de septiembre de 1529?
El agente alemán Ambrosio Alfinger,
quien había llegado en marzo a Coro en calidad de Gobernador de la Provincia de
Venezuela, comenzó su primera invasión contra la nación Añú, que duró 7 meses y
25 días. Vino al frente de 180 soldados armados de arcabuces, cañones, espadas,
lanzas, escudos, armaduras, caballos y perros de guerra.
Asaltó y saqueó varios poblados
lacustres, obteniendo 7.000 pesos oro. Regresó con el botín a Coro, para luego
irse el 9 de junio de 1530 a Santo Domingo, donde residía desde 1526. Allá se
quedó hasta el 27-01-1531: 7 meses y 18 días; y al regresar a Coro pasó allí 4
meses y 13 días, hasta que el 9 de junio de 1531 volvió a salir rumbo al Lago,
a donde debió arribar el 16, ya que ese viaje tardaba una semana.
En esta segunda invasión, que dura dos
meses y medio, explora durante 20 días el río Macomite (Limón). El 1º de septiembre
de 1531, abandona para siempre la región del Lago. Fue dado de baja por una
flecha envenenada el 31 de mayo de 1533, tras haber sembrado de terror las
comunidades indígenas de la parte oeste de Perijá, el Magdalena Medio y el
Catatumbo, donde en buena hora lo mataron.
Del lado de la actual Colombia pasó más
del doble del tiempo (21 meses) que estuvo en aguas maracaiberas (sumadas las
dos invasiones dan 10 meses y 1 semana).
¿Qué
celebran, entonces, las autoridades políticas de Maracaibo y el Zulia en esta
fecha? Coinciden dos posturas en esta celebración:
1- La
ignorancia extravagante de la clase política zuliana.
2- El
mito de envejecer a juros la ciudad para competir por la primacía en servilismo
colonial.
Esta visión contiene dos
premisas: a) La máxima nazista sobre la repetición de una mentira, y b) El
desprecio por nuestras raíces étnicas e históricas.
En
el fondo de esta actitud se esconde un profundo racismo que tiende a
menospreciar todo lo indígena, incluida la gesta épica de resistencia contra un
invasor que abusó de su superioridad bélica y su maña para saquear y destruir
nuestros pueblos originarios.
La
cacareada “fundación” de Maracaibo es un disparate histórico encubridor del
genocidio indígena ejecutado por los europeos a partir del Siglo XVI. No hubo “fundación”, hubo invasión.
No
debe celebrarse ninguna “fundación” de Maracaibo, y mucho menos el 8 de
septiembre. Ni debería celebrarse ninguna fundación de ciudad alguna del
continente, atribuida al proceso de invasión europea. Todas esas fechas
corresponden a la ejecución de brutales genocidios, crímenes de lesa humanidad
que provocaron dolor extremo y destrucción de seres humanos y culturas
ancestrales, todo por la ambición patológica de monarquías mercantilistas
decadentes.
En
primer lugar, Maracaibo, como lugar de residencia de una comunidad humana,
existe desde el establecimiento de la nación arahuaca en la región del Lago. No
es casual que los primeros conquistadores europeos oyeran de los indígenas la
palabra Maracaibo en diversos puntos de la geografía lacustre.
La
primera vez que la escucharon fue en la esquina oeste de la barra, hoy conocida
como San Carlos. Maracaibo le decían al estuario, en ambas orillas de la bahía
del Tablazo; incluso, también en el sur del Lago volvieron a encontrarse con el
topónimo.
Los
españoles especularon que se trataba de un “gran señor” que gobernaba toda la
comarca, y a partir de allí se tejió la leyenda del Cacique Mara o Maracaíbo,
pronunciado con acento en la i.
Lo
cierto es que ese término mágico que se les atravesaba por doquier, era el
nombre con que los añú (etnia fundamental del Lago actualmente diezmada y
reducida al epíteto “paraujanos”) llamaban a su patria acuática. Es la correcta
designación histórica de la región del Lago y sus alrededores: Maracaibo.
En
segundo lugar, si se trata de ubicar el momento en que los invasores logran
construir un poblado con su gente y sus viviendas, ello no se le puede atribuir
a la empresa de Ambrosio Alfinger, que fue quien llegó el 8 de septiembre de
1529 y anduvo por estos lares en dos ocasiones, con una estadía total que
apenas suma diez meses.
El
agente alemán de la compañía Welser, nunca fundó ciudad alguna. Lo que si
estableció en nuestro Lago fue la primera base militar extranjera en territorio
venezolano. Alfinger sabe de Maracaibo por los viajes de Alonso de Ojeda, se
vale de los mapas de Juan de la Cosa y los escritos de Américo Vespucio, y al
llegar a Coro, lo primero que hace es organizar su expedición hacia la “gran
laguna”. También tuvo a mano las informaciones que los caquetíos de Todariquiva
y españoles de Juan de Ampíes que allí se hallaban, le dieron sobre la
presencia de otras naciones en el poniente.
Su
mayor interés era encontrar oro y la ruta fluvial hacia “los mares del sur”.
Estrategia colonial de
invasión al Lago Maracaibo
Toda
invasión imperialista encierra un interés económico. La geopolítica de los
centros hegemónicos en todos los tiempos, gira en torno a los negocios de la
clase dominante.
Para
entender el afán de la Corona de Castilla por apoderarse del Lago de Maracaibo,
tenemos que ubicar tres elementos definitorios de su estrategia:
1) El oro como principal mercancía y patrón
del valor de cambio
2) La navegación como principal transporte de
carga de la época
3) El carácter geocéntrico de la metrópolis
colonial
Por
esas cosas extrañas de la economía, un mineral sin ningún valor de uso, terminó
siendo la mercancía más preciada por su elevado valor de cambio. Con el oro se
podía comprar todo lo demás en la Europa del siglo XVI, desde las mejores lanas
de Flandes hasta los ascensos dentro de la jerarquía católica y las monarquías.
En palabras de Eduardo Galeano “el oro y la plata eran las llaves que el
Renacimiento empleaba para abrir las puertas del paraíso en el cielo y las
puertas del mercantilismo capitalista en la tierra”. [12]
En
un segundo plano la plata, y a falta de ambos, las perlas. Ninguna de las tres
riquezas abundaba en nuestro Lago Añú.
¿Por
qué entonces tanto interés del invasor de apoderarse del Coquibacoa?
El
traslado de las mercancías por tierra se hacía más difícil en tanto se tratase
de sitios adentrados a tierra firme. La necesidad de puertos era crucial para
la sobrevivencia del sistema colonial. Sin ellos no hubiese sido posible la
conquista.
A
mayor carga más ganancias, pero con las dificultades del medio, accidentado por
montañas, grandes ríos, selvas inhóspitas, la navegación era la única opción
posible de transporte masivo. Había que buscar las rutas fluviales más
accesibles. Siempre pensando en el mar océano que conducía a Castilla.
Una
de las características esenciales del sistema colonial mercantilista implantado
por Europa en Nuestra América, fue el saqueo o extracción de todas las riquezas
para ser gastadas o invertidas en la metrópoli. Nunca se pensó en desarrollar
economías autónomas que echaran raíces en las tierras conquistadas, si no por
el contrario, el modelo explotador perseguía repatriar los beneficios de la
invasión, bien para las arcas monárquicas bajo la figura del quinto real, bien
como recompensa de los financistas de los viajes colonizadores, bien como
ganancia del militar invasor.
La
importancia de la cuenca lacustre queda expuesta en este texto de la
antropóloga Nelly Velázquez, en su obra Población Indígena y Economía: “La
fundación de la provincia de Sierras Nevadas fue el resultado de una serie de
expediciones realizadas con fines de explotación y búsqueda de metales
preciosos durante la primera mitad del siglo XVI. Las expediciones fueron
organizadas simultáneamente desde el reino de Nueva Granada y la provincia de
Venezuela, por cuanto en ambas entidades administrativas, además del móvil
aurífero, predominaba el interés por establecer un intercambio comercial que se
aprovecharía de la privilegiada ubicación geográfica del lago de Maracaibo con
relación a las islas caribeñas y la metrópoli. A raíz de estos intentos, pudo
consolidarse una actividad comercial que se afianzaba en el sistema fluvial y
lacustre formado por las cuencas hidrográficas del lago de Maracaibo, del río
Zulia y sus afluentes”.[13]
Para
graficar la compleja operación militar emprendida por los invasores para
apoderarse del Lago Maracaibo, revisaremos algunos de los hitos históricos que
precedieron la consumación de este hecho.
1498 Colón
En
su tercer viaje, Cristóbal Colón llega a tierra firme de Nuestra América,
concretamente en el oriente de la actual República Bolivariana de Venezuela, a
la que llamó “Tierra de Gracia”, en una emotiva carta dirigida a su reina
Isabel de Castilla. Este fue el inicio de las incursiones europeas en nuestra
patria, fuesen éstas de aventureros saqueadores o de misiones oficiales de la
Corona; en ambos casos, causaron estragos en la población originaria.
24 de agosto de 1499
Alonso
de Ojeda comandó la expedición siguiendo la ruta del Tercer Viaje colombino,
arribando por el Golfo de Venezuela al Lago Maracaibo el 24 de agosto de 1499.
El 9 de junio de 1501 Ojeda es nombrado Gobernador de Coquibacoa, que así
escucharon que llamaban los indígenas la zona en torno al golfo. En 1502 tratan
de ocupar algún lugar de la península actualmente denominada Guajira, dándole
el nombre de Santa Cruz. La aventura duró muy poco y se hubieron de tornar a la
ínsula dominicana. De estos viajes quedaron la versión más común del nombre de
Venezuela, las Cartas de Ojeda y Vespucio, que pudieran considerarse las
primeras crónicas escritas sobre la región de Maracaibo, y el primer mapa del
Lago que hizo el cartógrafo Juan de La Cosa.
Todariquiva. Ampíes1527. Es
harto conocida la historia de la llegada a la región de Coriana, del español
Juan de Ampíes, quien entabló relaciones amistosas con Manaure, líder de los
caquetíos, quien más que un cacique guerrero, era el guía de la comunidad. (Por
eso diferimos de cierta leyenda hipercrítica que condena al Manaure por la
diplomacia con que trató a Ampies y no haberlo enfrentado por las armas) Lo
cierto es que ambos, el español y el caquetío, fueron víctimas de un pionero
“encuentro de dos mundos”, que era utópico en las condiciones determinantes de
la conquista, por el afán de lucro que obviamente ésta tenía. Ampíes estaba
convencido, por influencia de las tesis dominicas enarboladas por los frailes
Antonio Montesino, Pedro de Córdoba y Bartolomé de las Casas, de que debía
respetarse a la población originaria, reconociéndole sus derechos legítimos
sobre sus territorios, y que la colonización tenía que partir de la
evangelización pacífica de los pueblos indígenas. Manaure, por su parte, acogió
al español amigable con mutua cordialidad en su Todariquiva, porque era
costumbre sana corresponder un gesto amable con reciprocidad. Pero tanto el uno
como el otro, actuando en su buena fe, pronto se tropezarían con la esencia
verdadera de la conquista, cuando Carlos V dio Venezuela a los banqueros
alemanes.
Coro 1529. Alfinger.
Si
el arribo de Juan de Ampíes a Coro tuvo la justificación de “proteger” a los
indios de los “malos españoles” que los asaltaban para esclavizarlos, la
presencia de Ambrosio Alfinger en 1529 representa todo lo contrario. El
representante de la compañía de los Welser, a quien el emperador Carlos V
entregó Venezuela como forma de pago por deudas monárquicas, no vino a
conversar ni compartir inquietudes espirituales o antropológicas; su lógica es
la del capital financiero y transnacional en su fase germinal, que sabe que “el
tiempo es oro”, y no está dispuesto a perder un centavo en diplomacias.
Rápidamente reprime las libertades naturales de los caquetíos, les pretende
imponer su autoridad forzosa, la cual rechazan de plano. Alfinger apresa a Juan
de Ampíes por oponerse a sus métodos criminales, y causa la diáspora chaquetía
que llevó a Manaure a morir en Capatárida y al resto a refugiarse en otros
territorios. Hubo alzamientos, como el de Bacoa y de los propios hijos de
Manaure, pero todos fueron destrozados por el poder bélico del alemán.
Podríamos
afirmar científicamente, que la primera invasión militar en la región fue ésta
de Alfinger. La llegada de Ojeda al Lago en 1499, se puede considerar como
exploratoria, pero la incursión de Alfinger viene con todos los hierros a
cobrar la empresa de sus patrones y sus propios beneficios. Su paso por el Lago
será efímero, pero abrirá fauces sedientas de oro, rutas para la avaricia, y
alimentará con sangre, una estrategia colonizadora más acabada, más
criminal.
Tunja 1543.
Este
año de 1453, en ese lugar de la actual Colombia, departamento de Boyacá, el
entonces corregidor Juan López, expuso ante su cabildo la idea de aprovechar la
navegabilidad del río Zulia, para llevar sus mercancías hasta el Lago
Maracaibo, incorporando la enorme pista acuática a la ruta comercial que partía
de Bogotá a España rumbo Caribe mar. Se puede fijar este hecho como el inicio
serio por parte de los invasores de apropiarse del Lago, no ya de aparecer en
él esporádicamente como había ocurrido anteriormente, sino de establecerse en
él para controlar la navegación, y por tanto, los negocios coloniales en la
cuenca transmarina. Serían estos invasores en particular, los que provocarían
más tarde, las ocupaciones coloniales de diversas posiciones estratégicas en
los Andes venezolanos, el sur del Lago y la Maracaibo añú.
Tocuyo 1545
Juan
de Carvajal “Nuestra Señora de la Concepción del Tocuyo”.
Como
casi todas las ocupaciones violentas que hicieron los invasores europeos en el
siglo XVI, la del Tocuyo terminó en un baño de sangre, incluso, entre los
propios conquistadores.
Sentencia del 16 de septiembre de 1546 contra
Juan de Carvajal: "Condenamos al dicho Juan de Carvajal, reo acusado, a
que sea sacado de la cárcel pública donde está, atado a la cola de un caballo,
e por la plaza de este asiento sea llevado arrastrando hasta la picota e horca,
e allí sea colgado del pescuezo con una soga de esparto o de cáñamo, de manera
que muera muerte natural, e ninguno de allí sea osado de le quitar sin licencia
de mí, el dcho. Gobernador, so pena de muerte." Juan Pérez de Tolosa.
El enfrentamiento
con von Hutten, que terminó con la muerte de éste más Bartolomé Welser y tres
españoles, marcó el fin del llamado “fundador de El Tocuyo”.
Este lugar del pie
de monte andino, de una geografía privilegiada, con abúndate agua dulce,
tierras fértiles y mano de obra indígena con destrezas especiales para las artes
manuales, fue uno de los primeros asientos coloniales del territorio, y desde
donde salieron los invasores a tomarse paulatinamente el país; una vez allí
consolidados, los europeos tomaron Barquisimeto, Borburata, Cubiro, Guarico,
Trujillo, Valencia y Caracas.
Se puede afirmar que
El Tocuyo fue epicentro de una operación geopolítica de gran envergadura, que
se tradujo en la formación político-administrativa de lo que luego fue la
Provincia y Capitanía General de Venezuela.
Particularmente,
para la materia de interés de esta investigación, significó la antesala de una
hegemonía colonial en el Lago Maracaibo, puesto que desde Trujillo, engendro
directo del usurpador extranjero del Tocuyo, se organiza la expedición que en
1569 asentó un poblado hispano en las riberas maracaiberas.
Pamplona 1549.
La
palabra Pamplona suena en labios de los conquistadores del Lago como una
obsesión, sólo superada por aquélla que desató locuras auríferas: El Dorado.
Todas las incursiones expansionistas tienen como objetivo geopolítico abrir la
ruta hacia Pamplona. ¿Cuál sería la razón?
Según
Velázquez (1995) “a partir de la fundación de Pamplona se restablecieron las
expediciones que intentarían inaugurar la nueva ruta comercial que operaría
desde el interior del Nuevo Reino de Granada, sirviéndose fundamentalmente del
Lago de Maracaibo. Las fundaciones de Mérida, San Cristóbal, La Grita, Altamira
de Cáceres, Pedraza y Gibraltar tuvieron lugar como resultado de la actividad
exploradora y de otras que se realizaron hacia la cordillera de Los Andes, el
pie de monte de Barinas y la cuenca del lago, motivadas por la consolidación
económica de Pamplona (minería) y el establecimiento de vías de comercio y
comunicación permanente”. [14]
El
asunto clave para los invasores era cómo sacar el oro y otros minerales
preciosos, desde las interioridades andinas donde lo hallaron en grandes
cantidades, para llevarlo a su soñada metrópoli castellana, donde les esperaban
sus sedientos monarcas y donde se mostrarían ufanos de riquezas mal habidas
pero riquezas al fin. Era la mayor motivación de los conquistadores.
Recordemos
que por esas tierras anduvo el Alfinger saqueando oro abundante y asesinando a
diestra y siniestra a la población originaria. Fue él quién cometió el primer
secuestro, las primera masacres y los primeros “falsos positivos” en esa zona
colombiana que, cinco siglos después, sufrió duramente estos flagelos a manos
paramilitares. También de antropofagia se registran abominaciones cometidas por
las turbas invasoras.
Trujillo 1558
Trujillo
fue invadida desde El Tocuyo entre marzo y abril de 1558 por la tropa del
Capitán Diego García de Paredes. El lugar tomado se conocía como valle de los
Escuques. Llamó su villa Nueva Trujillo.
Nectario
María anota este resumen: “Trujillo, 1558, por Diego García Paredes. Después de
varias mutaciones, en 1559 los Alcaldes Hernán Vázquez y Juan Rodríguez de
Porras la trasladaron definitivamente al sitio que hoy ocupa”. [15]
Entre
los 81 europeos –mayoría españoles, pero en ese grupo hubo portugueses y
venecianos- que invadieron la paz cuica, estaba el capitán Alonso Pacheco…quien
diez años después fue designado para conquistar el Lago Maracaibo.
Mérida 1558
La
ocupación de este punto estratégico de nuestra geografía, que también es parte
de la Cuenca Maracaibo y desde donde se programó la invasión definitiva del
Lago, vino dada por el plan de expansión minera diseñada en Tunja y Pamplona a
finales de mil quinientos cuarenta. “En el año 1558 el Cabildo de Pamplona
concede autorización al Capitán Juan Rodríguez Suárez, para organizar una
expedición con el propósito de organizar nuevas minas; éste, acompañado por 59
hombres, penetra los valles de Cúcuta, prosigue el curso de los ríos y después
de una larga jornada se encuentra en el valle de Los Mocotíes”. [16]
El 9
de octubre de 1558, Rodríguez Suárez establece Cabildo en un lugar cercano a la
actual Lagunillas, dándole el nombre de la ciudad extremeña que los romanos
bautizaron Emérita Augusta, es decir, Mérida. En poco tiempo muda su campamento
a cuatro leguas más arriba, el 1º de noviembre. Situaciones conflictivas entre
los españoles, terminan con la destitución de Rodríguez Suarez por parte de la
Audiencia de Santa Fe (Bogotá), sustituyéndolo por Juan de Maldonado, quien parte
de Pamplona con 80 soldados bien apertrechados en marzo de 1559. El 12 de julio
se reubican en el medio de la meseta merideña, frente a las Sierras Nevadas, y
nombran al sitio Santiago de Los Caballeros.
En
este corto tiempo, se produjeron al menos diez batallas con los pueblos originarios
del Ande nacional. Los nombres de Bailadores, Guazábara, El Realejo (hoy
Lagunillas), Los Estanques, Jamuén, y toda la ribera del río Chama rememoran
los sitios regados por la sangre autóctona, que no por haber sido derrotada
militarmente, dejó de resistir con coraje y dignidad por siglos.
Hasta
1607 Mérida dependió administrativamente de Tunja, a partir de ese año se crea
un nuevo corregimiento que la une a Pedraza, Barinas, y las villas de San
Cristóbal y Gibraltar, con La Grita como cabecera. Esta unidad
político-territorial pasó a ser gobernación, y su gobernador fijó residencia en
Mérida, convirtiéndola en la capital.
Centros de poder coloniales
- Real Audiencia de Santo Domingo 1511.
- Nuevo Reino de Granada 1528.
- Provincia de Venezuela 1528
- Corregimiento de Tunja 1535.
- Gobernación de Venezuela
- Capitanía General
Armas estratégicas
Virus y Bacterias
“Las
bacterias y los virus fueron los aliados más eficaces. Los europeos traían
consigo, como plagas bíblicas, la viruela y el tétanos, varias enfermedades
pulmonares, intestinales y venéreas, el tracoma, el tifus, la lepra, la fiebre
amarilla, las caries que pudrían las bocas. La viruela fue la primera en
aparecer. ¿No sería un castigo sobrenatural aquella epidemia desconocida y
repugnante que encendía la fiebre y descomponía las carnes?” [17]
“El
desarrollo histórico del mundo, en particular la conquista y dominio del Nuevo
Mundo por parte de los europeos desde finales del siglo XV, no podría
entenderse si no se tuviera en cuenta de qué lado luchaban los pequeños
asesinos y por qué…Las bacterias y los virus eran las armas más importantes de
los europeos (sin que estos tuvieran la menor idea de la existencia de estos
aliados), y durante la conquista del continente americano asumieron casi todo
el trabajo sucio. Entre los siglos XVI y XIX los conquistadores y colonos
llevaron a América la viruela, la tosferina, el sarampión, la gripe, el tifus,
la difteria, la malaria, las paperas, la peste, la tuberculosis y la fiebre
amarilla, mientras que los indios –aparte de la sífilis cuyo origen es
incierto- no tenían de su lado ni un solo agente que provocase la muerte. Américo
Vespucio hablaba sobre su viaje a Brasil en el año 1501 en estos términos: como
he dicho, allí las personas llegan a ser muy viejas, no conocen enfermedades,
epidemias ni vapores febriles, y no mueren de
muerte natural, sino a mano de otra persona o por su propia culpa. Es
decir, que los médicos allí lo tienen difícil”. [18]
- Caballos y perros
- Armas de hierro: espadas, lanzas,
armaduras, ballestas
- Pólvora: cañones, arcabuces, bombas de
fuego, mosquetes
- Visión geopolítica
- La codicia y el engaño
- La experiencia bélica
La declaración de Esteban
Martín: un documento clave sobre la falsa “fundación” de Maracaibo en 1529.
Esteban
Martín fue un militar español que se desempeñó en cargos de confianza durante
la invasión encabezada por los alemanes de la empresa Welser. El primer
gobernador europeo en Venezuela, Ambrosio Alfinger, lo tuvo por su Maestre de
Campo, y le encomendó gran parte de las operaciones para ejecutar el saqueo y
genocidio que dejaron a su paso.
En
1537, todavía Esteban Martín sigue a las órdenes de los welser, esta vez bajo
el mando de Jorge Espira, al lado de quien fallece en un enfrentamiento con
indígenas del río Apure. Su muerte impactó negativamente en la tropa
castellana, ya que le tenían por diestro en el combate y acertado en la
comandancia. Entre otros atributos, le endilgaban la facultad de “lengua”, vale
decir, persona con facilidad para comunicarse con los indígenas, una especie de
traductor improvisado, que más logró en perjuicios por su don de engaño, que el
haber aprendido realmente los idiomas de nuestros ancestros.
El
18 de agosto de 1534, Martín escribe su testimonio sobre las andanzas de
Alfinger, bajo el título: “Relación de la expedición de Ambrosio Alfinger desde
el 9 de junio de 1531 hasta el 2 de noviembre de 1533”; es ésta una fuente
documental de valor inestimable para hacerle seguimiento a los primeros días de
la invasión europea en Venezuela y –particularmente- en la patria añú: la
región del Lago de Maracaibo.
Una
lectura somera de esta “Relación” y de la biografía de Alfinger, nos permiten
observar que:
- En
1526 Alfinger está en Santo Domingo al frente de la factoría de los Welser. A
raíz de las Capitulaciones de Carlos V a favor de los banqueros alemanes el 27
de marzo de 1528, es designado primer Gobernador y Capitán General de
Venezuela.
- Llegó
a Coro (Todariquiva) en marzo de 1529 con una armada de trescientos hombres,
sorprendiendo al español Juan de Ampíes, que se había establecido en predios
caquetíos con la esperanza de recibir un nombramiento como mandatario colonial.
- Con
180 soldados salió a principios de agosto de 1529 en dirección oeste, buscando
la “gran laguna” que le informaron estaba hacia el poniente, y que consideraban
erróneamente una vía interior al “mar del sur”. El 8 de septiembre llegó a la
orilla oriental del Lago.
- El
3 de mayo de 1530 volvió a Coro con 70 hombres y un botín de 7.000 pesos oro.
Esta primera incursión de Alfinger lo mantuvo siete meses y veinticinco días
explorando el estuario y asaltando los pueblos añú.
- El
1º de agosto de 1530 zarpó a Santo Domingo con 9.586 pesos oro y 6 tomines para
las arcas welser, regresando a “Tierra Firme” el 27 de enero de 1531.
- El
9 de junio de 1531 inicia Alfinger su segunda entrada contra los pueblos del
Lago de Maracaibo; con un bergantín y dos embarcaciones menores, navega el
Macomiti (actual rio Limón), atacando y saqueando los poblados añú de las
riberas, particularmente, según lo narra Esteban Martín, “tres pueblos de
onotos en la boca de este rio”, refiriéndose a las comunidades palafíticas de
Moján y sus alrededores.
- Pero
ya el 1º de septiembre del mismo año de 1531, Alfinger se va definitivamente
del Lago, en su famosa “jornada que hizo a los pacabueyes”, su última aventura
criminal que lo llevó a cruzar los Montes de Oca hacia el actual Valledupar,
siguiendo la ruta sur y bordeando las faldas occidentales de la Sierra de
Perijá hacia la cuenca del Catatumbo, donde murió flechado el 31 de mayo de
1533.
- Vale
decir que, su segunda “visita” al Lago (tomando en cuenta que salió de Coro el
1º de septiembre, y que el viaje de “50 leguas” les llevaba hacerlo –por lo
menos- una semana) duró alrededor de dos meses, de los cuales veinte días se le
fueron en la expedición al norte del lago y el rio Macomiti.
¿En
qué momento, entonces, pudo este invasor “fundar” una ciudad a orillas del Lago
de Maracaibo? ¿En qué parte de las memorias y crónicas documentales de ese
nefasto período de nuestra historia, se relata la “fundación” de ciudad alguna?
¿Qué otras autoridades coloniales dieron continuidad a la presencia invasora en
el Lago de Maracaibo tras la partida de Alfinger?
A
los efectos del objetivo principal de este trabajo, estas preguntas
fundamentales para la búsqueda de la verdad histórica, están resueltas hace
rato: ¡Alfinger no fundó un carajo!
Para
más detalles, dejaremos aquí plasmado un resumen de la “Relación” de Estaban
Martín, con el propósito de precisar el itinerario del alemán a quien voces y
letras colonialistas, alcahuetas del genocidio, le atribuyen la grandeza de
haber “fundado” Maracaibo:
- Salió
Alfinger de Coro hacia Maracaibo que está a cincuenta leguas el 09-VI-1531 (no
indica el día de llegada).
- Con
un bergantín y dos barcos más salió a “descubrir” el rio Macomiti que está a
diez leguas. En la boca del rio había tres pueblos onotos (así le dijeron estos
primeros invasores a los añú por su costumbre de untarse la piel con onoto o
achote). Jornada que duró 20 días.
- El
1º de septiembre salió con 40 de a caballo y 130 peones, caminando 20 leguas
hasta unas sierras donde nace el rio Macomiti, allí encontraron indígenas que
llamaron “bugures”, no guerreros, “oronados como frailes”, cuyas mujeres usaban
vestidos; también habían otros de lengua y forma de vida parecida llamados
“buredes”, ambos usaban oro.
- Siguieron
sierra abajo y hallaron un valle muy hermoso con indios buredes y caonabos, a
unas 25 leguas al sur del Cabo de la Vela (al que no fueron) y 30 de Maracaibo
(15 por sierras y 15 por tierra llana).
- Habían
muchos conucos e “hicieron paz”, aprovechándose de los alimentos y la
hospitalidad de los nativos. Éstos practicaban el trueque de oro por sal con
otros indígenas, y se vestían con mantas y bonetes de algodón.
- Rumbo
al sur y 25 leguas andadas llegan donde los “iriguanas, cuyas mujeres se
tatúan”. Obtienen información sobre la presencia de unos indios pequeños
llamados “dubeys” en la parte este de las sierras (Perijá) y “haruacanas” en la
parte oeste (posiblemente Sierra Nevada). A unos y otros acusan de comer carne
humana.
- Menciona
haber llegado a los pueblos pacabueyes de Macoco y Pavxot, así como a un rio
denominado Iriri.
- El
día de Reyes enviaron para Coro a un tal Vasconia con el oro robado en la
travesía.
- El
welser continúa su avanzada al sur y llega a la ciudad pacabuey de Tamara,
cercana al rio Xiriri o Iriri, con más de mil bohíos, y una laguna de cuatro o
cinco leguas. Allí se quedó Alfinger durante dos meses y medio.
- El
2 de abril salieron a otro pueblo llamado Conipaza a tres leguas, pasando a
territorio de los cindahuas, en la comunidad de Cinpachay, donde se topan con
el rio Yuma, que inunda las sabanas vecinas.
- Recorren
Cincilloa, Cenmoa, Ijara y tornan a Pavxoto, donde antes habían estado. Por lo
visto, en parte los invasores anduvieron en círculos, extraviados en esas
nuevas tierras “descubiertas”.
- El
24 de junio en 1532 mandó al propio Esteban Martín para averiguar si Vasconia y
el oro habían llegado a su destino, a la vez que trajese cosas de su uso
personal y más soldados.
- Tardaron
34 días en llegar “al pueblo de Maracaibo”, donde “le entraron a los onotos que
estaban en guerra”. (Este dato es muy importante, por cuanto evidencia la
resistencia permanente del pueblo añú ante la invasión de los extraños). Martín
recibió cinco flechazos, aunque se salvó. Los refuerzos de Coro tardaron 32
días en llegar.
- Regresaron
a encontrarse con Alfinger en Zomizaca, rio Comiti, territorio cindahua (a 140
leguas de Coro y setenta del Cabo de la Vela).
- Reseña
la presencia de unos indios “pemeos” que usan el cobre por moneda; unos indios
que les hicieron guerra y no supieron qué grupo era, vestían de mantas de
algodón muy pintadas.
- Luego
de avanzar muchos días por sierras difíciles y despobladas llegaron a un pueblo
de 50 bohíos llamado El Mene, lugar frío, con nieves, cuyos indios eran los
“araugos”, que tenían labranzas de maíz y caraotas.
- En
una zona de sierras le hacen guerra a los indígenas del lugar, los que hieren a
Alfinger de un flechazo envenenado en la garganta. Muere a los cuatro días.
- Los
españoles nombraron a Pedro de San Martín Capitán General y Justicia Mayor,
dirigiéndose en dirección noreste, por la ruta de tres ríos que se juntan y
forman uno grande llamado Tatare que desemboca en el Lago (probablemente el
Catatumbo).
- En
el sur del Lago, en tierra de “pemones”, hallaron a uno de los españoles que
vino con Vasconia a traer el oro, viviendo en un pueblo con los indígenas que
lo habían rescatado y salvado. Cuando Martín preguntó cómo era el nombre de ese
pueblo, le respondieron: Maracaibo. Y allí nunca llegó ese bestial invasor que
fue Ambrosio Alfinger.
- Los
europeos sobrevivientes de esta Primera Guerra de Maracaibo, llegaron de
regreso a Coro el lunes 2 de noviembre de 1533.
El paso de Alfinger por el
Lago Maracaibo
Alfinger
cayó en las flechas de Sabaseba
como todo el que se atreva a burlarte
Pacheco
murió de insomnios
como
todo el que te robe el sueño
Maldonado
se fue al olvido
como
todo el que te manche el recuerdo
Al
Olonés le comieron el corazón
los
indios de Centroamérica
porque
nadie que nos haya mancillado
se
salvará
será
perseguido
hasta
saldar sus deudas
por
los siglos de la sangre.
(Como la raíz del mangle, 1997)
Abundan
los testimonios sobre el carácter despótico y la crueldad con que Ambrosio Alfinger
trataba a las personas. El propio Juan de Ampíes, un reconocido súbdito
castellano que aspiraba al nombramiento de Gobernador cuando se vino a Coro
desde Santo Domingo con la idea de una evangelización pacífica de los
indígenas, apenas arribó a tierra, Alfinger lo apresó y colocó grilletes,
mandándolo a confinar en el depósito de un barco. También fueron notables las
palizas y latigazos que personalmente daba el alemán al soldado que le fallara
en alguna de sus órdenes. Hubo incluso protestas contra su autoridad, y sólo un
puñado de privilegiados gozó de sus favores a fuerza de sumisión y servilismo.
El
historiador psiquiatra venezolano Francisco Herrera Luque, en su novela La Luna
de Fausto, coloca con sutileza una perla, durante el arribo de Jorge Spira a
Coro, al momento de recibir informes de sus subordinados: “Al parecer –agregó
Pérez de La Muela-, Ambrosio Alfinger fue un monstruo. Despobló esta tierra
matando miles de indios y también cristianos”. [19]
Fray
Pedro Aguado, narra con gráfica diafanidad, un pasaje que habla del presunto
“fundador” de Maracaibo, al que llama Micer Ambrosio, “…un hombre imitador de
abominables crueldades con indios...traía este hombre por criado, que no le
servía de otra cosa sino de traer a cargo una cadena, en la cual venían
aprisionados cierta cantidad de indios que traían cargada la munición y el
demás fardaje que era de rancho y tienda del gobernador, y están puestos por
tal orden de collares al pescuezo que aunque vayan caminando y cargando nunca
se les quita la cadena, y como los indios sienten también hambre como los
españoles e iban cargados, cansábanse, y faltándoles las fuerzas, de flaquezas
se caían y sentábanse en el camino. Este alcaide o verdugo del demonio de micer
Ambrosio, por no detenerse y abrir la cadena y sacar al indio que se cansaba, y
por otros diabólicos respetos que lo movían, cortábale luego la cabeza para
quitarlo de la collera, y dejábaselo allí muerto”. [20]
Uno
de esos esbirros de Alfinger fue Luis González de Leiva, Teniente de Gobernador
en Maracaibo, quien inició formalmente la esclavitud indígena en esta parte de
Venezuela. La primera acción traicionera de los invasores en la ribera del Lago
fue sin duda la captura de la gente de Parepi y Cumari, dos poblados de la
costa oriental, a los que vendieron como esclavos en Coro, Santo Domingo y
otros mercados. Fueron doscientas veintidós las víctimas, por las que ganaron
dos mil pesos oro los criminales.
Los
de Parepi y Cumari –como muchos indígenas a la llegada de los europeos- habían
sido generosos con los recién llegados. Obsequiaron a los visitantes el oro que
poseían, ya que lo pedían con tal insistencia, que prácticamente se los
arrancaban de sus manos. También los proveyeron de los alimentos almacenados en
sus hogares: carnes de cacería, pescado, yuca y maíz.
Pero
esa cordialidad sería pagada con la rapiña invasora. Los ingenuos anfitriones
no tenían ni ligeras sospechas de las verdaderas intenciones de los
extranjeros.
El
16 de noviembre de 1530, Luís González de Leiva declaraba ante el escribano
Juan de Carvajal, la bestial sentencia con la que quiso darle visos de
legalidad a tan horrendo crimen: "Visto este presente proceso, las
informaciones dadas por lñigo de Vasconia y las escrituras e informaciones y
cédula de Su Majestad en él presentadas, y el voto y parecer de los dichos
religiosos y presbíteros, atendiendo a la calidad de los indios de los pueblos
de Parepi y Cumari, hoy presos, siendo sus tierras tan cercanas a Maracaibo,
pudieran hacer mucho daño si no fuesen castigados oportunamente; visto que han
querido alzarse y alborotar otros muchos pueblos que estaban en paz, cometiendo
traición y llegando a amacanear la Santa Cruz, rectamente sentencio: Fallo que
debo condenar y en esta mi sentencia condeno, a los dichos doscientos veinte y
dos piezas de indios e indias, pequeños y grandes, las veinte y dos indias
paridas sin contar sus criaturas de leche como piezas naturales, de los pueblos
Parepi y Cumari, y a todos los otros indios y caciques como esclavos perpetuos,
sujetos a perpetua servidumbre y que todos sean herrados con fuego en la
barbilla, con la V griega que es la marca de esta provincia, tanto hombres como
mujeres, para que sean llevados fuera de aquí y vendidos públicamente ante un
escribano que dé razón de lo que por ellos dieren, y así lo pronuncio y mando
por esta mi sentencia definitiva. Luis González de Leiva."
Todo
fue una farsa para justificar el sucio negocio. Dificultades meteorológicas
hicieron desviar las naves esclavistas, y los caquetíos y añú de Parepi y
Cumari, fuero a dar a Jamaica y Santa Marta. Los ingresos debían entregarlos al
factor de los Bélsares en Santo Domingo, Sebastián Rentz. El precio de venta fue
de siete pesos y medio por “pieza”.
Esta
fue una de las consecuencias de los actos del incestuoso Papa Rodrigo de Borgia
(Alejandro VI) que entregó "en nombre de Dios" estas tierras a los
Reyes Católicos de España, de quienes heredó el emperador Carlos V el poder
para entregarle Venezuela a los banqueros alemanes el 27 de marzo de 1528 (Welser
o Belsares), para “conquistar, explotar, poblar y gobernar”, desde Maracapana
hasta el Cabo de La Vela. La concesión incluía licencia para esclavizar los
indios rebeldes e introducir esclavos negros, inaugurándose así el régimen
esclavista en este continente.
En
1528 se otorgó la capitulación a los alemanes Enrique Einguer y Jerónimo
Sayller, que dio paso a la invasión welser, a quienes dijo el Rey: “doy
licencia y facultad para que a los indios rebeldes, siendo amonestados y
requeridos, los podáis tomar por esclavos”. [21]
“Muchos
pueblos indígenas serían arrasados por esta injusta situación. La resistencia
se hizo única vía para la sobrevivencia. La guerra de ocupación muestra del
europeo su rostro y alma desalmados por la ambición. La guerra de resistencia
indígena es la cara y el espíritu de la dignidad humana. En la medida que
llegaban, los hombres de Alfinger, de Federmán, de Spira, del Obispo Rodrigo de
Bastidas, iban saqueando más poblados en busca del oro, que por ser muy escaso
en la zona, fue rápidamente sustituido por la trata de esclavos como medio de
fortuna. Al "indio", como erróneamente llamaron los invasores a todo
el que hallaron en estas tierras y aguas, lo esclavizaron para venderlo, para
obligarlo a fungir como bestia de carga, o para cualquier trabajo fuerte que
requiriesen los intereses del imperio. El modo no importaba mucho a los
refinados señores, sólo los saldos. Cuando los usaban como cargadores en las
expediciones de saqueo llamadas "entradas", los llevaban encadenados
por los pies o por los cuellos. Si alguno, en la marcha, se agotaba o enfermaba
por la falta de agua y alimentos a que eran sometidos por largos días, le
cortaban la cabeza y lo dejaban tirado a flor de tierra. Se dio la alevosa
modalidad de secuestrar comunidades enteras para forzar a sus familiares a
pagar rescate, bajo amenaza de quemarlos vivos si no veían satisfechas sus
malvadas aspiraciones. Hasta 40.000 castellanos reunieron con esta práctica en
un mes. Hubo familias a las que dejaron morir de hambre y sed encerradas por no
haberles suministrado más oro. Ese fue el frecuente comportamiento de Alfinger
y sus mercenarios en Maracaibo y en sus correrías por el hermoso valle que
bañan las aguas del Guatapurí, por donde pasó dejando una estela de muerte,
hasta que se topó con la suya entre las heroicas flechas de los recios
guerreros Barí, descendientes Chibchas que habitan las riberas de los ríos
Zulia y Catatumbo, y todas las aguas y montañas del sur de Perijá”. [22]
Tarre
Murzi nos recuerda que Guillermo Morón llama a Alfinger “El Exterminador”, y
refiere que “El genocida Alfinger no se cansa de exterminar aborígenes, mujer y
niños”. [23]
Y, aunque trata de ser más benévolo con Pacheco, reseña un informe de Fray
Lorenzo de Bienvenida al príncipe Felipe, en el que afirma que éste “no fue un
santo…se divertía ahogando las mujeres en el lago y cortando las orejas a los
indios”. [24]
Las
tropelías contra la paz y la dignidad en la zona, no cesaban. En 1532, algunos soldados de la base militar creada
por Alfinger en Maracaibo, Juan de Ávila, Juan de Acero, Enrique Sailer,
Gonzalo Ribera, entre otros, raptaron un grupo de muchachas Añú que se bañaban
en Parahedes, predios del cacique Cabromare, en la desembocadura del río
Macomiti (Socuy o Limón). Se llevaron seis, para abusarlas junto con el alcalde
Francisco Venegas, quien los instruyó a volver con veinte hombres más por otras
chicas. Los familiares de las secuestradas esperaron a los sádicos con una
lluvia de flechas envenenadas que mató a trece, Juan de Ávila entre ellos, y
dejó siete heridos. Los seis restantes huyeron despavoridos a reportarle las
bajas al alcalde Venegas, quien en venganza, organizó una embestida contra los
Añú de Parahedes, atacándolos con todos sus hombres de a caballo, reforzados
con perros de guerra. Secuestraron cerca de ochocientas personas por las que
ganaron muchos miles de pesos. Una de las retenidas fue la hija del cacique
Mopaure, otro de los invisibilizados héroes de nuestra primera gesta
independentista. Las ganancias se las repartieron el alcalde Venegas, Hernando
Beteta, Hernando de Castrillo y el capitán Diego Martínez. Fue el inicio del
genocidio de los grupos indígenas que habitaban el Lago Maracaibo; por lo que
afirmamos que no se puede hablar de la “fundación” de ninguna ciudad por parte
de los banqueros alemanes llamados Welser o Belsares.
Alfinger
murió el 31 de mayo de 1533. Sus tropas retornaron a Coro el 2 de noviembre. El
cambio de gobierno ocurrió en febrero de 1535 con la llegada de Jorge Spira,
mismo que el 11 de mayo ordenó a Federman levantar el campamento que tenían en
Maracaibo, hecho que se consumó en octubre de ese año de 1535.
Rumbo
al cabo de la Vela, se llevaron consigo setecientos indígenas como esclavos.
Los añú que quedaron escondidos entre el follaje, prendieron fuego a los tres
barcos anclados en el puerto, quedando dos totalmente calcinados, y el otro
sirvió de refugio temporal a una docena de soldados de la retaguardia invasora.
En un par de horas fueron dados de baja por guerreros de la resistencia.
Así
tuvo su final el efímero pero destructivo paso de los primeros invasores del
Lago, que no fundaron otra cosa que no fuera: a) una base militar, b) el
genocidio, y c) la era de la esclavitud, desconocida hasta entonces por los
originarios y libres habitantes de Maracaibo.
El
Hermano Nectario María, con creces el investigador más serio y aplicado de la
historia maracaibera, a pesar de defender la tesis de la “fundación” y de
sesgar sus opiniones a favor de los “descubridores”, tuvo que concluir que
“Maracaibo no fue ciudad en el sentido lato que entonces daban a las
fundaciones de esta índole, por carecer de Cabildo, por cuya razón no gozaba de
propia autonomía”. [25]
Igualmente,
en el Capítulo XIII de su Historia de Venezuela, referida a la “fundación de
las primeras ciudades”, el Hermano Nectario concluye: “Ciudad Rodrigo de
Maracaibo (hoy Maracaibo) por Alonso Pacheco en 1569. En 1574, Pedro Maldonado
la repobló con el nombre de Nueva Zamora de Maracaibo”. [26] Sin
mencionar para nada a Alfinger en este tema.
Casi
todos los cronistas hispanos se esmeraron en demonizar a los alemanes,
colocando sus desmanes muy por encima de los que fueran capaces los nacidos en
los Reinos de Castilla y Aragón. Citando
a Fernández de Oviedo, Gustavo Pereira, anota que “como no traen la intención
guiada a la conversión de los indios ni a poblar y permanecer en la tierra más
de hasta alcanzar oro y poder tener hacienda en cualquier forma que les pueda
venir, posponen la vergüenza, y la conciencia, y la verdad, y se aplican a todo
fraude y homicidio, y cometen innumerables faltas”. [27]
Bartolomé
de Las Casas, lo denuncia así: “Entraron en ellas, más pienso sin comparación
cruelmente que ninguno de los otros tiranos que hemos dicho, y más irracional y
furiosamente que crudelísimos tigres y que rabiosos lobos y leones. Porque con
mayor ansia y ceguedad rabiosa de avaricia, y más exquisitas maneras e
industria para haber y robar plata y oro que todos los de antes, pospuesto todo
temor a Dios y al rey y vergüenza de las gentes, olvidados que eran hombres
mortales, como más libertados, poseyendo toda la jurisdicción de la tierra,
tuvieron”. [28]
José
Oviedo y Baños, por su parte, resume con elogiosa brevedad, el paso de Alfinger
por nuestra Patria acuática: “Taló cuanto encerraba la laguna en su contorno
sin hacer asiento en parte alguna”. [29]
De
ese andar bestial de Alfinger, nuestro Juan Bessón dice: ”En verdad, había
pasado por la comarca como un ciclón. Robó a los indios, saqueó sus pueblos,
degolló a los que resistieron y esclavizó al resto, enviando a Coro todos los
productos del saqueo”. [30]
Cuando
en 1545 se realizaron las pesquisas de Pérez de Tolosa, muchas de las
sanguinarias acciones de Alfinger salieron a luz, cuando testigos de excepción
respondieron bajo juramento, las cuestiones planteadas por el magistrado: “22.
Si saben que el dicho Ambrosio de Alfinger, siendo tal gobernador e yendo contra
la instrucción que tenía, en la primera jornada que hizo a Maracaibo trajo
muchos esclavos e naturales sin haber causa para ello, no guardando la orden
que S.M. manda, e los vendió en pública almoneda a los conquistadores, e no
acudió con el quinto de los dichos esclavos que pertenecía a S.M.; fue en
fraude de la hacienda real, aliende de haberse despoblado por dicha causa la
dicha tierra”. [31]
La
instrucción que Alfinger se había tragado, cual luz roja de semáforo, tenía que
ver con esto: “soy informada que vos, el nuestro gobernador…habéis ido a hacer
ciertas entradas de donde habéis traído cantidad de indios y los habéis
pronunciado por esclavos, no guardando la forma e orden que por la dicha
nuestra provisión e instrucción tenemos dada”. [32]
Nos
cabe la duda razonable de si a S.M. le preocupaban esos seres humanos llamados
indios que sus enviados esclavizaban, o eso de guardar las formas y orden que
sus majestades tenían dadas por el Papa, por lo cual debían recibir sus
“quintos” reales.
Alonso Pacheco y su Ciudad
Rodrigo
Es
importante destacar, que los invasores tenían dos razones fundamentales para
establecerse en un lugar determinado: la primera y más inmediata, era
aprovecharse de la presencia de una población originaria a la que sometían para
ponerla a su servicio; y la segunda, cuando surgía la necesidad de establecer
puertos –en agua como en tierra- para el tránsito de las mercancías extraídas
de los territorios conquistados.
En
cuanto a la primera razón, la de valerse de los indígenas para su manutención y
negocios, como mano de obra no remunerada (que Tarre Murzi llama “mano de obra
útil”), como medio de transporte de carga o como simple “pieza” para el mercado
esclavista, es obvio que en los comienzos de la invasión, los europeos no
tenían conocimiento de los productos vernáculos comestibles, medicinales o de
otro provecho, así como de las rutas de recolección, cacería y comercio
existentes antes de su llegada. Por eso la estrategia invasora consistía en
levantar sus campamentos –en el estricto sentido militar de la palabra-
adosados a las poblaciones indígenas o a distancia “prudente”, donde lograban
mantenerse valiéndose de su superioridad bélica o por el engaño, como ocurrió
en muchos lugares donde los enviados de la Corona de Castilla, fingieron ser
amistosos para luego dar el zarpazo.
En
las Elegías de Juan de Castellanos, Pacheco es exaltado cual varón notable, pero sin poder esconder
su derrota en Maracaibo.
“Un
Pacheco que fue varón notable, fundó ciudad de gente castellana, en parte bien
dispuesta y agradable, aunque siempre duró de buena gana, pero como halló gran
resistencia, convino del lugar hacer ausencia”. [33]
Si,
como afirman algunos políticos e historiadores, Alfinger fundó la ciudad de
Maracaibo, ¿por qué tuvo que venir Alonso Pacheco a cumplir esa misma misión 40
años después?
En
1569 los invasores llevan setenta y siete años en todo el continente; han
desarrollado una vasta experiencia expropiando a los pueblos originarios de sus
tierras, destruyendo sus culturas y modos de vida, con engaños religiosos, exterminio
bélico y mala maña. El saqueo es la garantía de su provecho económico, ya que el invasor es alérgico al trabajo, que
dejaban sólo para los siervos y esclavos.
La
segunda invasión de Maracaibo se organizó en Trujillo, desde donde el
gobernador Pedro Ponce de León dio instrucciones de fundar una ciudad en la
laguna de Maracaibo. Al frente de esta campaña colocaron al capitán Alonso
Pacheco, por venir de él la iniciativa y por contar con respaldo financiero de sus
conocidos comerciantes merideños. Necesitó varios meses para emprender la
aventura que no le resultaría fácil ni rentable.
Respecto
de haber “fundado” Maracaibo algún “Don” de estirpe europea, el mismo Nectario
María cae en tremendas contradicciones, cuando en la página 329 de su libro Los orígenes de Maracaibo cierra el
Capítulo XXX con la optimista afirmación: “Alonso Pacheco es, pues, el
verdadero fundador de Maracaibo”; pero ya en la siguiente cuartilla que da
inicio al Capítulo XXXI, sentencia: “Pacheco, después de su rotundo fracaso en
el intento de poblar la laguna de Maracaibo, resolvió radicarse en Trujillo”. [34]
En
nuestra tesis resaltamos que todavía a finales del siglo XVI los españoles no
habían consolidado su predominio en el Lago de Maracaibo, y por tanto, no se
puede hablar de que hubiesen “fundado” ninguna ciudad hispana en la Patria Añú.
Tan
es así, que “en noviembre de 1573 las comunidades AÑÚ… Cien canoas partieron de
Toas con el asomar del alba. Hombres, mujeres y niños formaban la armada que
avanzaba tensa... Las canoas se sentían más pesadas que de costumbre por la
cantidad de piedras que traían, recogidas en los cerros de la isla. Cada
guerrero llevaba suficientes flechas como para abrirle heridas al cielo mismo.
Los arcos, todos nuevos, se hicieron de madera del curarire que se viste de
amarillo en primavera. Las macanas de mangle rojo recién cortado aún destilaban
cera. Las treinta casas que componían la arquitectura de Ciudad Rodrigo miraban
todas hacia el Lago. Se hallaban unas de otras separadas por unos quince pasos
de distancia, rodeadas por el frente y por el fondo de unos muros improvisados
con sacos llenos de arena La tranquilidad del amanecer fue truncada… El ataque
fue duro, como la lluvia de piedras que terminó de despertar a los hispanos que
dormían. La orden dada al batallón de pedreros era tirar la mayor cantidad que
pudieran en el menor tiempo posible una vez que las canoas tocaran la ribera, y
así lo hicieron hasta vaciar las bolsas repletas de pedazos de Toa. La batalla
continuó mientras hubo pertrechos. Sólo cuando las flechas se agotaron, la
tropa indiana comenzó la retirada. Los españoles no pudieron reprimir la
partida de las canoas porque tenían muchos heridos... La estocada fue severa.
Jaque a Ciudad Rodrigo. Cuando los caciques de las diferentes comunidades que
participaron de aquella gesta se despedían para retornar a sus habituales
actividades, los españoles comenzaban sus preparativos para huir del lugar.
Pacheco ni siquiera esperó al grupo. Su golpeado ánimo se terminó de desmoronar
con la derrota sufrida”. [35]
Bessón, un
historiador muy prolijo y acucioso, establece el año de 1571 para la empresa de
Alonso Pacheco. “Don Alonso Pacheco, natural de Talavera la Vieja, llegó al
Lago de Maracaibo, para entonces Laguna de Coquivacoa, el año de 1571 y
resolvió fundar allí una ciudad, para facilitarse la expedición de los
alrededores, donde sospechaba poder conseguir oro”. [36]
“Escogió la orilla
izquierda del lago –prosigue Bessón- viniendo de su fondo, y realizó el viernes
20 de enero sus deseos con los poderes que le había dado don Pedro Ponce de
León, poniéndole el nombre de Ciudad Rodrigo…”. [37]
Todo parece indicar
un error en el texto de Bessón, tal vez atribuible a edición o imprenta, ya que
también ubica la llegada de Pedro Maldonado en 1674 en la página 55 del Tomo I
de su extensa y muy respetada obra, que bien debería ocupar un sitio
privilegiado en todos los hogares y escuelas del país.
Nueva Zamora con Pedro Maldonado
Somos
Nueva Zamora y Gibraltar saqueados
sobrevivientes
de Nau y Morgan
fugitivos
de Pacheco y de Limpias
rehenes
de Gramont vendidos como bestias
la
villa inconsolable de huérfanos y viudas sin apellido
aquí
no queda balaustre sino carbón como serpiente al rojo vivo
aquí
el humo de la destrucción
opacó
las chimeneas de la revolución industrial
y la
última guerra del Golfo Pérsico
los
zaparas vinieron en doscientas canoas
a
salvarnos del smog y la contaminación decibélica
aunque
fueron engañados por una ruinosa campaña publicitaria
y
ciertas raciones anticuadas
nuestra
cultura se hizo polvo los caballos pisaron el pan rallado
las
pestañas se destiñeron y la nobleza se vino a menos
aquí
estuvo un botalón de almas
afinque
de un gentilicio extraviado cuando fundaron
tras
un siglo de gentil resistencia
un
cementerio llamado Maracaibo. (Como la raíz del mangle,
1997)
El
gobernador de la Provincia de Venezuela, Diego de Mazariegos, ordenó una nueva
invasión contra Maracaibo al Capitán Pedro Maldonado, vecino y encomendero de
Mérida, quien estuvo con el grupo de Pacheco.
Maldonado,
conocedor de la zona y de las tácticas de guerra indígena, como de la
idiosincrasia de sus paisanos, ofreció a los que habían huido de Maracaibo, la
reconquista de sus encomiendas. Dio publicidad a su aventura en Trujillo,
Mérida y Carora. Encomenderos con cierto poder acumulado, como Rodrigo de
Argüelles, aportaron dinero, hombres y caballos.
Maldonado
llegó nuevamente a Maracaibo, liderando a lo que quedaba del grupo que invadió
en 1569 con Alonso Pacheco. Ahora eran el doble en cantidad de aquellos
primeros, y venían armados hasta los dientes con todos los fierros de que
pudieron disponer.
Necesitaron
una jornada completa para limpiar los escombros de la ranchería que habían
abandonado, haciéndose necesario un poco de fuego para espantar la gran familia
de reptiles, animales y vegetales, que habían repoblado el lugar. El segundo
paso fue renombrarla Nueva Zamora de La Laguna de Maracaibo, para congraciarse
con el gobernador Mazariegos.
De
inmediato comenzaron los ataques al pueblo añú para capturar esclavos. Era la
más rápida forma de retornar la inversión para cubrir los costos de la
invasión. Maldonado se planteó realizar ofensivas extraordinarias en uso de la
fuerza mostrando la superioridad bélica que poseían; también aumentó la
frecuencia de los asaltos a poblados indígenas. Estaba convencido que el terror
era su mejor método en la “pacificación” de la región.
“Con
gran deseo de venganza hacia esos que consideraba bestias salvajes, que en
noviembre pasado humillaron en combate el honor de los hidalgos hijos de
España, desbarató a fuego cerrado pueblos enteros, persiguiendo a caballo a los
indígenas hasta reducir a la esclavitud a los que no morían en la refriega. El
despotismo instaurado por Pedro Maldonado durante su gobierno causó graves
daños a la población aborigen que se vio obligada a refugiarse en lugares
apartados de sus asientos tradicionales, sobre todo los que vivían más cerca de
la villa de los hispanos denominada Nueva Zamora. A los grupos indígenas que
colaboraron con el plan invasor, como los de Moporo y Tomoporo, oriundos del
sureste del lago, los trasladaron a caseríos cercanos, para que les siguieran
suministrando los alimentos que estos producían y sirvieran de carne de cañón
en las entradas contra los AÑÚ. La llegada del nuevo gobernador Juan Pirnentel,
que al principio le habría apoyado, se convirtió en el fin de la estadía de
Maldonado en Maracaibo, no así de sus negocios con las encomiendas, de las que
siguió percibiendo beneficios hasta los días de su muerte ocurrida en Mérida en
1581. Estando Pimentel en visita de inspección en Nueva Zamora de Maracaibo, en
1577, le abrió juicio al capitán merideño por la injusta muerte de un soldado
portugués a quien por poca cosa Maldonado pasó por las armas. De su enérgica
tiranía no se salvaron ni los de su estirpe. Habiéndole destituido se designó Teniente
de Gobernador a Juan Guillén, quien permaneció al frente de los ocupantes de
Maracaibo hasta haber sido dado de baja por las flechas de la resistencia hacia
ese mismo año de quinientos ochenta y uno. Ahora la presencia española en la
región se hizo permanente y creciente. Se fortaleció la pequeña ciudad de Nueva
Zamora de Maracaibo y se ocuparon nuevos poblados. Llegaron muchas
embarcaciones con colonos y mercaderías provenientes de las islas antillanas en
poder de España y de ciudades del área como Coro, Santo Domingo, y más
recientemente, Cartagena. Habían pasado cincuenta y dos años desde el intento
de invasión dirigido por los agentes alemanes welser y ochenta y dos de la
llegada de los primeros europeos con Alonso de Hojeda, mientras la etnia AÑÚ era
sistemáticamente exterminada en la prolongada guerra de invasión y esclavitud
que resistía”. [38]
Tarre
Murzi tiene su versión –muy distinta a la nuestra- de esta página de la
historia regional y nacional: “Un teniente de Pacheco llamado don Pedro Maldonado
fue utilizado por el gobernador Mazariegos para realizar un nuevo intento de
llevar gentes, soldados y colonos para crear una villa a orillas del
Coquivacoa. Maldonado tenía experiencia…en marzo de 1574 llega al lago con 35
hombres. Refundó la ciudad malograda y la bautizó Nueva Zamora…repartió tierras
entre sus hombres y entró en contacto con los indios con buenas diplomacias…La
tarea de poblamiento prosperó porque variaron los métodos y las políticas.
Desde Mérida, antes que desde Caracas, y por la vía de Gibraltar –aquí si
coincidimos- al sur del lago, fue creciendo el poblado en importancia, economía
y habitantes…Ya no se buscó afanosamente el oro…sino el sitio apropiado para
sembrar –lo que no es cierto- y crear riqueza agropecuaria…Se instalaron misiones
y cabildos, escribanos y registros públicos, se hicieron repartimientos de
tierras y se dieron encomiendas, con indígenas como mano de obra útil”. [39]
En pocas palabras,
comenzó la real ocupación imperial de nuestra Patria Añú: Maracaibo, el lago y
su región.
Nótese que nuestro
respetado Tarre Murzi reincide en usar eso que yo he llamado “glosario de la
autoflagelación colonialista” y “mitos alienantes”, muy a pesar de ser este
ciudadano un docto de muchas materias, pero aún así, es víctima de los códigos
intangibles con que los imperios dominan nuestras conciencias más allá de “la
larga aurora de los tiempos”.
Frases como “llevar gentes”,
denotan que no había humanos en el lago y su región, por tanto había que
llevarlos; términos como “poblamiento” insisten en lo mismo y lo hemos abordado
al inicio de este libro, porque se hace entender que hallaron un territorio
desierto, ante el cual, era necesario ocuparlo; y, por último, menciona el
autor in comento las susodichas “encomiendas”, asunto más complejo que habrá
que abordar en otras páginas, pero que vale la aclaración de que se trata de
una institución colonial que sirvió para esclavizar y destruir las naciones
originarias.
Al respecto el
profesor Eduardo Arcila Farías, en su obra El
régimen de la encomienda en Venezuela activa una obertura magistral, al
afirmar que “pocas instituciones han promovido mayores inquietudes y polémicas
en América como la encomienda de indios. Durante el siglo XVI ella dio origen a
la famosa controversia iniciada por Montesino y sostenida luego por Las casas,
polémica que llegó a conmover las bases jurídicas de la dominación española en
el Nuevo Mundo”. [40]
A cerca de la
encomiendas otorgadas en la región de Maracaibo, el autor Arcila indica que “el
medio más generalizado para resistir la encomienda era el de la fuga…se
marchaban individualmente o en grupos…fueron muchas las encomiendas que
fenecieron por haber quedado desoladas…las de Maracaibo estaban perdidas en su
mayoría y a muchas les quedaban apenas muy pocos indios por andar alzados y
huidos en los Aliles desde hacía mucho tiempo 8abril de 1662)”. [41]
La palabra Maracaibo
Según
Jahn: “Todos los cronistas que han descrito los grupos aborígenes del Lago,
están de acuerdo en reconocer que la denominación de Maracaibo fue tomada por
los españoles del nombre de un importante cacique o principal que tenía dominio
sobre la mayoría de las poblaciones indígenas del Lago (Simón, 1882, pp.37.
Oviedo y Baños, 1940, pp. 22. Aguado, 1950, pp. 37. Arguellez y Párraga, 1579,
pp. 157. Oviedo y Valdez, 1959, pp.) Según otros autores como Crevaux, la
denominación de Maracaibo provendría del vocablo indígena “Maracai”, el cual
significa “tigre” (Crevaux, 1883, pp. 446). Por su parte, Ernst sugiere que el
término podría derivar del vocablo indígena “Maracayar-mbo”, el cual significa
“pie de tigre” (Ernst, 1914, pp. 7)”. [42]
Adolfo
Salazar Quijada señala que “no se conoce a ciencia cierta el motivo, ni el
significado exacto de esta voz que, desde sus comienzos sirvió de nombre a la
actual capital del estado Zulia. La versión de Mara…cayó, no es más que una
especulación popular, que ha tomado fuerza por la dificultad de la ciencia
toponímica para explicar su etimología con precisión. El nombre de Maracaibo,
aparece en la cartografía histórica del Zulia desde el año 1552, con una
ortografía casi invariable. Un estudio toponímico a profundidad es necesario
para saber el origen y significado del enigmático nombre de Maracaibo; sin
embargo, existe la versión del doctor Adolfo Ernst, quien señala que esta voz significa
en lengua guaraní y Caribe mano de tigre,
cuestión que se habrá de precisar mejor”. [43]
Este
autor presenta dos posibles significados de “Mara”: “Mara es voz Caribe con que
se denomina a un árbol maderable, cuyas ramas gruesas y tronco están casi todo
el año desnudos de hojas, por lo que se le conoce más comúnmente con el nombre
de indio desnudo (bursera simaruba). Mara, también es voz Caribe con que se
denomina a una especie de canasto”. [44]
Esta
palabra mágica tiene 33.100.000 entradas en internet, contra 11.300.000 de
Nueva York, Moscú 4.600.000, y Bogotá 31.000.000.
El
Hermano Nectario, escribe: “Sobre el origen del nombre de Maracaibo, los
historiadores han emitido opiniones en las cuales la imaginación campea a veces
más que la documentación histórica”. [45]
Dice
nuestro dilecto informante: “Algunos han creído acertar en el significado de
“Mano de Tigre” que dan al vocablo Maracaibo, al apuntar que Maracayar, en
idioma Guaraní, significaría tigre o jaguar, y el sufijo bo, mano; mientras
otros, con Juan de O’Leary, citado por Carlos Medina Chirinos, afirman que en
Guaraní la voz Maracaibo quiere decir “río de los loros”…Esto evidencia que,
para poder acertar en la recta interpretación de este y otros nombres, el
conocimiento de la lengua de los Onotos sería requisito indispensable”. [46]
El
muy sabio Nectario da con la clave del asunto: el conocimiento del idioma del
pueblo originario de Maracaibo, que él reincide en llamar Onotos, pero que son
los Añú, alias Paraujanos. En cierto modo reconoce la imposibilidad de
descifrar el asunto: “Por carecer totalmente de documentos y bases para el
estudio de este idioma, no podemos formular un criterio acertado, lo cual nos
obliga a reservar nuestro asentimiento sobre el valor de las interpretaciones
expuestas, que sólo se dan con carácter informativo”. [47]
Respecto
del lago, el primer nombre hispano con que lo bautizó Ojeda, fue San Bartolomé.
La palabra Maracaibo –en términos de la escritura invasora- comenzó a sonar
tras la llegada del carnicero Alfinger.
“En
la boca del lago estaba una isla situada más arriba de la de Toas, y a la cual
los indios decían Maracaibo, por ser el nombre del jefe o cacique principal de
aquella isla”. [48]
Esta descripción señala en concreto a San Carlos, pequeña ínsula o península
según le cuadre a las mareas, situada justo en la margen occidental del estrecho
que junta al Caribe con Maracaibo.
El
grupo de Alfinger llamó al lago “de Nuestra Señora”, por la coincidencia del 8
de septiembre con la Natividad de la Virgen. Sigue Nectario: “con el nombre de
Maracaibo, los Pemones-Bubures del sur del lago designaban a una de sus
poblaciones situada a la orilla de un río principal, probablemente el Zulia”. [49]
Detengamos
un momento la atención en estos dos últimos párrafos, y destaquemos el hecho de
que los españoles escucharon la palabra Maracaibo en diversos lugares del lago.
Primero la oyeron entrando por la actual islita de San Carlos, luego en la
angostura del estuario donde están Santa Cruz de Mara o Santa Rosa de Agua, y,
para rematar, también se las pronunciaron en el sur del lago a orillas del río
Zulia. ¿Qué deberíamos inferir de estas “coincidencias”? Que Maracaibo es el
nombre ancestral de la región del Lago.
¿Qué
significa? Esa es otra tarea pendiente, por demás interesante y apasionante.
Encontrar las fuentes misteriosas que dan origen a las palabras.
Las
versiones legendarias, por demás mediocres y ofensivas, como aquélla de “Mara
cayó”, que aún repiten autoridades, medios y ¿educadores?, llegan a un nivel de
ridiculez, que pareciera necio rebatirlas, toda vez que nadie se imagina a los
indígenas de fines del siglo XV, conjugando en perfecto pretérito el verbo
caer.
Quizá
si en vez de relacionarla con un gran jefe “Maracaibo” indagáramos en la
etimología de la palabra y en la complejidad del término, pudiéramos notar su
aproximación al vocablo “Maraca”, cuyo toponímico guarda gran relación con
Maracay y Maracapana.
La
voz Maraca tiene una similar
connotación en guaraní y taíno: instrumento musical de percusión hecho con
cáscara de calabaza y rellena de semillas secas. Es la imitación humana del
cascabel de la serpiente del mismo nombre.
Por
eso versioné en el año 2000 la tesis que vincula el nombre de Maracaibo con la
abundancia de especies ofídicas en el bosque seco tropical de la planicie
maracaibera. “Al sur horizonte iba aquella expedición comercial entusiasta
guiada serenamente por el gran cacique Maarak, líder de la lacustre nación Añú,
que gobernaba bajo el influjo del tótem de la serpiente cascabel, en nombre del
clan Maarak’iwo, que daba el nombre a la región de los que viven sobre el agua”.
[50]
Mara
o Maraca son vocablos cuyo estudio debemos seguir profundizando a la luz de las
últimas investigaciones sobre el añúnkunu, idioma de los añú. Un hallazgo que
me ha sorprendido gratamente, lo encontré recientemente en los apuntes de
Alfredo Jahn, laborioso antropólogo que visitó los pueblos “paraujanos” como
jefe de una comisión del gobierno nacional entre 1910 y 1912, regresando por
voluntad propia en los lapsos 1914-1917 y 1921-1922.
Jahn
realizó un cuadro comparativo de los idiomas indígenas del occidente, y en el
caso añú logró recoger la palabra “Mara-Hara”, que traduce vasija de barro. Este
aporte ha trastocado toda mi apreciación del verdadero significado de
Maracaibo, ya que el prefijo “Mara” tiene una conexión directa con el topónimo
lacustre que nos ocupa; pero aún si tomásemos los dos fonemas como una sola
palabra compuesta, el sonido “Marahara”, mal escuchado, mal pronunciado y mal
recordado por los invasores –que no eran precisamente lingüistas ni
antropólogos- bien pudiera ser el origen de Maracaibo.
Si
hiciésemos un ejercicio interpretativo y nos adentrásemos en la arqueología
etimológica de la palabra, nos asombraríamos con la causalidad –que no
casualidad- de que en la cosmovisión añú, civilización acuática que tiene por hábitat
ancestral al Lago, la forma cóncava de la vasija y su función vital como
recipiente de agua y alimento, reproduce artísticamente la forma y función del
Lago, como receptáculo de todas las aguas: las que le alimentan su dulzura con
fluvial inyección, las que penetran salobres desde el inmenso mar, las que lo
riegan a capricho con millones de gotas desde el azul infinito; y dador de todo
sustento material y espiritual.
Esta
raíz “Mara” la encontraremos relacionada a Maracay, lugar adosado al lago que
llaman “de los Tacariguas”, y a Maracapana, extremo oriental de la Provincia de
Venezuela que Carlos V dio en concesión a los Belsares, que también es un sitio
pegado a un reservorio de aguas, en este caso al Golfo de Paria.
¿Son
solo coincidencias, o estamos en presencia de un prefijo venido del tronco
común de los idiomas originarios de la fachada marina de nuestro país, vale
decir el arahuaco, más los aportes caribe-amazónicos y tupi-guaraní?
El poblamiento original de
Maracaibo
La
presencia de cinco pueblos indígenas en el Zulia actual, hecho por demás
sorprendente después de las guerras y olvidos a que fueron sometidos, es la
prueba viviente de un poblamiento originario en la región del Lago Maracaibo.
Estos pueblos, añú, barí, japreria, wayúu y yukpa, son los herederos de
aquéllos que enfrentaron en el siglo XVI, la invasión europea. Los añú en
particular, son la nación acuática que recibió en forma directa la ofensiva militar
extranjera, por vivir en la mitad norte del lago Maracaibo, donde precisamente
llegaron los intrusos y donde ambicionaron establecer puerto para sus negocios.
Son los añú quienes aparecen mencionados en las crónicas de la conquista como
onotos, zaparas, aliles, toas, arubaes, eneales, alíles, alcojolados,
sinamaicos, y otros remoquetes con que los nombraban los invasores. De tronco
lingüístico arauaco, casi desaparece su idioma por efecto de la embestida
político-miliar y cultural de la Corona Española, y por el racismo que
predominó en nuestra sociedad todos estos siglos.
Situación
similar vivió el pueblo barí, a quienes llamaban quiriquires o zulias, y
posteriormente, confundiéndolos con los yukpa, les dijeron motilones mansos o
bravos según reaccionaran frente al extraño. Los barí son la única
reminiscencia de tronco lingüístico chibcha en Venezuela, que abarcaban la zona
sur de la Serranía de Perijá, así como la ribera del sur del Lago, por donde
los españoles ocuparon el puerto de Gibraltar.
Los
yukpa y japreria (o sapreyes) son de origen Caribe, y han vivido ancestralmente
en las partes media y norte de Perijá, organizados en torno a las diversas
cuencas hídricas que forman los ríos perijaneros.
Los
wayúu, también de tronco arauaco, no tenían poblados en el Lago, ya que su
hábitat original se centra en las sabanas noroestes de la península Guajira,
hacia la actual ciudad de Río Hacha. En la cosmovisión wayúu, Jespira es el
sitio de mayor relevancia mítica, que está situado en el copete peninsular en
el Cabo de la Vela. Con la división político-territorial entre Colombia y
Venezuela, la mayoría wayúu quedó en el lado colombiano. Este distanciamiento
de los lugares de interés económico de los conquistadores, facilitó la
preservación física y cultural del wayúu, que conserva su idioma y otras
manifestaciones en muy buen resguardo.
Los
hermanos Esteban Emilio y Jorge Mosonyi, a quienes tantos aportes les debemos,
en un trabajo de 2001, ofrecieron estos datos: “La población indígena en Venezuela
a la llegada de los españoles fue estimada por Julian Steward y Angel Rosenblat
en 350.000 y Acosta Saignes dice que eran 500.000; mientras que el Censo de
1950 arrojó 98.682, y la Oficina Ministerial de Asuntos Fronterizos e Indígenas
del Ministerio de Educación para 1977 calcula 145.23. El Censo del 92 estimó
308.762 personas pertenecientes a pueblos indígenas”. [51]
Sobre
la originalidad de procedencia de los habitantes autóctonos de nuestro
continente hubo siempre muchas teorías y conjeturas, algunas de ellas buscando
soporte científico, otras, totalmente traídas por los cabellos; y hay que
apuntar, que las concepciones dominantes penetraron el discurso académico con
sus mitos alienantes y lugares comunes, más falseadores de la realidad que la
mitología misma de las culturas ancestrales. Al decir de Rivet: “El problema
del origen de los indios de América se remonta al descubrimiento del Nuevo
Mundo. Desde esta época lejana se han propuesto infinidad de soluciones para
explicar la presencia del hombre en las tierras vastísimas que Cristóbal Colón
y sus sucesores abrieron a la expansión europea. La mayoría de dichas
soluciones nos parecen hoy singularmente pueriles; ninguna ha llegado a
imponerse, pudiendo decirse que, hasta nuestra época, el misterio del
poblamiento americano he permanecido en pie. Mientras tanto, los múltiples
estudios de que han ido siendo objeto las poblaciones indias han puesto a la
disposición de los investigadores un conjunto de hechos que permiten
actualmente abordar el problema desde un punto de vista estrictamente objetivo
y científico”. [52]
Nótese el uso de términos encubridores del genocidio, como “descubrimiento”,
que era lo “normal”, incluso en las ciencias que se preciaban de indagar
verdades inéditas.
“La
moderna investigación arqueológica ha revelado, en forma científica y técnica,
que los indios del lago de Maracaibo estaban allí desde tiempos inmemoriales,
alrededor de 15.000 años antes de Cristo. Los arqueólogos Cruxent y Rouse
estuvieron dieciséis años investigando en diversos sitios de Venezuela, y
después de examinar fósiles, objetos cerámicos, artefactos líticos, manufactura
de conchas, calzadas y montículos de piedra, figurines de piedra y barro, urnas
funerarias y trabajos ornamentales de metal, llegaron a aquella conclusión
sobre la edad del indio venezolano. La madera fósil al norte de Maracaibo,
demostró que los aborígenes tenían miles de años allí”. [53]
Así
lo recoge en su Biografía de Maracaibo, el autor Tarre Murzi, quien destaca en
su libro lo siguiente: “el moderno historiador francés Georges Baudot… afirma
que un balance demográfico de los siglos XVI y XVII registra más de cuarenta
millones de indios muertos en la guerra, ajusticiados, masacrados o como
consecuencia de enfermedades trasmitidas por el invasor”. [54]
Según
Tarre, “en el Zulia murieron por estas causas más de veinte mil”.
Los
densos estudios del dominico peruano Gustavo Guriérrez, siguiendo la ruta
teologal de liberación de Montesino y Las Casas, concluyen que “es muy difícil
hacer un cálculo exacto de la población de estas tierras antes de Colón. Es un
terreno en el que no podemos movernos con certezas por falta de datos
suficientes, y que, además, resulta sumamente emocional para muchos…Los
cálculos son muy variados. Las estimaciones más bajas las dan Kroeber
(8.400.000), Rosemblat (13.380.000), y Steward (15.500.000). Las más altas
Dobyns (de 90 a 112.000.000) y la escuela de Berkeley (100.000.000). Saper
(37.000.000) y P. Rivet (entre 40 y 45.000.000) se sitúan entre las posiciones
medias. W. Denevan…opta por 57.300.000 personas”. [55]
Las opiniones del Centro de
Historia del Estado Zulia
“…la
historia es maestra de la vida y vida de la memoria”. Las Casas.
“El
fundador de la ciudad de Maracaibo fue el Adelantado Ambrosio Alfinger. Fecha
de fundación: 8 de septiembre de 1529. Fueron refundadores de la ciudad de
Maracaibo: el Capitán Alonso Pacheco en 1569 y el Capitán Pedro de Maldonado en
1574”.
Al
citar este párrafo, Alfredo Tarre Murzi deja colar un comentario cargado de
nostalgia, que bien pudiera haber orientado su tesis sobre la “fundación” de
Maracaibo, aunque no fue así exactamente; dice este cronista: “Tal vez de esa
manera terminó la discusión académica, pero yo sigo pensando que Maracaibo
estaba allí, con sus miles indios, hermosas mujeres, viviendas y palafitos,
ritos y culturas, es decir, con una indiscutible identidad autóctona, cuando
llegaron Ojeda, Vespucio, Alfinger, Pacheco y Maldonado. Con esto queremos
decir que Maracaibo es inmemorial en la larga aurora de los tiempos”. [56]
El
veredicto atribuido al Centro de Historia del Zulia, tiene como antecedente –o
debería decir, detonante- una carta firmada por el presidente de la Sociedad de
Amigos de Maracaibo, donde solicitan al Cronista de la Ciudad, esclarecer
“fundador” y fecha de “fundación”, el añejo enigma de la “Partida de
Nacimiento” de Maracaibo. He aquí la misiva:
“Sociedad
Amigos de Maracaibo. Abril 9 de 1964
Señor
Fernando Guerrero Matheus, Cronista de la Ciudad
Muy
señor nuestro y distinguido amigo:
La
sociedad Amigos de Maracaibo, preocupada por todo cuanto atañe a nuestra
ciudad, tiene el honor de dirigirse a usted en su condición de Cronista de la
Ciudad para rogarle que, dada la proximidad de la celebración del 4º Centenario
de la fundación de Maracaibo y no teniendo, a pesar de los intentos efectuados
hasta el momento, seguridad de la fecha exacta de su fundación, ya que unos la
sitúan en el día de San Sebastián (20 de enero) y otros sin precisar día, en
los meses de junio o julio del año de 1567, se tome la molestia de investigar
concienzudamente sobre el asunto, al objeto de averiguar con seguridad
inequívoca la fecha de la referida fundación.
Estamos
seguros de que sus profundos conocimientos referentes a la historia de nuestra
ciudad lo llevarán a precisar con relativa facilidad la fecha en cuestión.
Muy
agradecidos de antemano en nombre de Maracaibo y en el de la S.A.M. le
reiteramos los votos de nuestra más profunda consideración.
Atentamente,
Dr.
Pedro A. Barboza de la Torre
Presidente”.
[57]
La
respuesta de Guerrero Matheus fue amplia, documentada y seria, más allá que no
me sienta identificado con su discurso eurocentrista, como lo era el de todos
los involucrados en la controversia. De hecho, las “bases” a que se refiere el
título del compendio, incluyen unas extensas argumentaciones de Medina Chirinos
y Briceño Iragorry, el primero apologista de Alfinger, y el trujillano,
empeñado en un panegírico para su “paisano” Pacheco. Difiero radicalmente de
ambas visiones.
El
Cronista maracaibero del momento, Fernando Guerrero Matheus, prudentemente,
sopesa todas las razones de estos autores, ambos fallecidos para entonces,
imprimiéndole a su respuesta datos y apreciaciones de uno y otro, pero marcando
terreno con sus propias conclusiones.
Veamos
algunos pasajes de lo que dijo el Cronista:
“Del
Cuatricentenario de Maracaibo. Hace algún tiempo, ante la reiterada insistencia
del Muy Ilustre Consejo Municipal de Maracaibo y de la prensa de festejar y
destacar el 20 de marzo, día de San Sebastián, como día del Patrono y de la
Fundación de Maracaibo, escribí y publiqué algunos artículos relacionados con
el tema.
Como
nada nuevo se ha dicho ni encontrado, en pro ni en contra de lo escrito en ese
entonces, correspondo a la importante solicitud de Uds. Remitiéndome a esos
testimonios y a ese criterio.
Antes
de entrar en materia debo aclarar que ese año 1567 de la referencia de Uds. no
existe, no se contempla en el controvertido proceso cronológico de la fundación
de Maracaibo. Los años cuestionados son: 1529 – 1569 o 1574.
La
data de fundación y el fundador de la ciudad de Maracaibo, no obstante
conocerse extensa, auténtica y bien cuidada documentación al respecto, continua
siendo hoy como ayer, motivo de controversia y materia de encontradas
opiniones. En realidad el caso se plantea en tal forma y en términos tales que
no creo sea fácil llegar a una conclusión satisfactoria y definitiva, a menos
que una autoridad competente –la Academia Nacional de la Historia o un Jurado
de Historiadores integrado al efecto, por ejemplo- dicte fallo aceptable e
inapelable.
Tres
aguerridos, temerarios conquistadores, se disputan el primer plano en el
discutido caso de la fundación de Maracaibo. Ellos son, en orden cronológico,
base sustantiva de la controversia:
Ambrosio
Alfinger 1529
Alonso
Pacheco 1569
Pedro
Maldonado 1574
Y
así comienza la historia y el heroico debate:
Ambrosio
Alfinger.
Hacia
fines de agosto, principios de septiembre de 1529, Ambrosio Alfinger,
Dalfinger, Talhfinger o Alfingen, que con estos apellidos se le conoce,
danubiano de Ulm, obrando en su carácter de Gobernador del territorio arrendado
por Carlos V a los Belsares, comprendido entre Maracapana, en la región oriental
de Venezuela y el cabo de La Vela, en la península de la Guajira, llega con su
cuerpo expedicionario por la vía de los Puertos de Altagracia, procedente de
Coro, a un sitio no determinado aún de la costa nororiental y allí establece su
cuartel general o centro de operaciones para la conquista del territorio
lacustre. Fray Pedro de Aguado, primer historiador de Venezuela, dice: “y allí
hizo luego (Alfinger) una manera de alojamiento, que comúnmente llaman
ranchería, donde se alojó él y su campo, para de ella dar mejor orden en lo que
había de hacer tocante al descubrimiento y pacificación de aquella laguna y sus
provincias, y porque consigo llevaba mujeres cansadas, criaturas y otros
géneros de carruajes que en semejantes jornadas causan estorbo y embarazo, haciendo
ciertas maneras de casas en que habitar el tiempo que allí estuvieron, que son
unos bohíos pequeños hechos con varas delgadas y paja. En esta forma y por
estos respectos –agrega fray Pedro Aguado- hizo Micer Ambrosio su ranchería en
aquella parte de la laguna, conjunta al agua, para de allí hacer sus salidas,
entradas y descubrimientos que por el agua y la tierra fuesen menester. Esta
ranchería o alojamiento, que hizo Micer Ambrosio, permaneció después algunos
años en forma de pueblo y fue sustentado y habitado por algunas gentes
españolas y llamado el pueblo de Maracaibo…”. [58]
En
su carta de respuesta a la Sociedad de Amigos de Maracaibo, Guerrero no se casa
con ninguna de las fechas y personajes aludidos, dejando abierta una razonable
duda científica, que habla bien de su talante profesional. Sin embargo, no
ocultó su simpatía con un posible reconocimiento del emprendimiento de Pedro de
Maldonado en 1574.
“Señor
Dr. Pedro Barboza de La Torre. Presidente de la Sociedad de Amigos de
Maracaibo.
Sr.
Presidente y muy distinguido amigo:
Lo
publicado en anteriores capítulos de esta serie substancia –hasta donde
alcanzan mis modestos conocimientos- lo que hoy se conoce y se ha logrado
comprobar con relación al fundador y a la fecha de fundación de la ciudad de
Maracaibo. Lamentablemente, como ha podido Ud. verificar, los elementos de
juicio disponibles no alcanzan a fijar un criterio definido, indubitable,
satisfactorio. Y ello contempla tanto en el sector de los simplemente
interesados o curiosos del dato histórico controvertible, como en el campo de
los profesionales de la investigación y de los historiógrafos.
… El
otro punto, mi distinguido amigo, el de la data de fundación de la ciudad
resulta, como Ud. ha visto, prácticamente intocable, imposible de fijarla –como
no sea en forma inaceptablemente arbitraria- hasta tanto no se llegue a un
acuerdo, a un entendimiento formal que precise a quien debe atribuirse, real y
definitivamente, la fundación de la ciudad de Maracaibo”. [59]
Un testimonio vivo de la polémica de 1965, nos lo
ofrece el médico y filósofo zuliano Roberto Jiménez Maggiolo, en su artículo
“La historia falsificada: Maracaibo no fue fundada en 1529, ni Alfinger es su
fundador”, tomado de la página web Aporrea: “Creo ser el único historiador
sobreviviente, de los que pertenecemos a la institución académica desde que era
Centro Histórico del Estado Zulia, pues quedábamos solamente tres i
relativamente reciente, murieron Gastón Montiel Villasmil i Pedro Alciro
Barboza de la Torre. Sin embargo, cuando el Centro Histórico, después de
reunirse en el mes de agosto de 1965, decreta el día 25, como fecha de la
fundación de Maracaibo el 8 de septiembre de 1529 i ser su fundador el
Adelantado Ambrosio Alfinger, i “refundadores” los capitanes Alonso Pacheco
(1569) i Pedro Maldonado (1574) afirmados en los datos aportados en una
polémica entre los historiadores Carlos Medina Chirinos i Mario Briceño
Iragorry; no estuve presente...Además, con anterioridad, no me habían anunciado
nada de ese simposio, para haber dejado por escrito mi opinión que, muchos
sabían que era desfavorable a Alfinger”.
García Mac Gregor lo atestigua de esta
manera: “La polémica sobre la fecha de la fundación y su verdadero fundador
continuó hasta que el 24 de agosto de 1965, después de una exhaustiva
investigación, el Centro de Historia del Zulia (hoy Academia de Historia)
determinó en un simposio que el verdadero fundador de Maracaibo había sido
Ambrosio Alfinger el 8 de septiembre de 1529 y refundadores de la ciudad:
capitanes Alonso Pacheco en 1569 y Pedro Maldonado en 1574. Sin embargo, por
razones prácticas y de tradición, el “Cuatricentenario” de Maracaibo fue celebrado
el 8 de septiembre de 1969. Ya que el “verdadero” cuatricentenario
correspondiente a la fundación de Alfínger se había cumplido en 1929”.
Mientras,
Atenógenes Olivares (hijo), en una breve semblanza de Medina Chirinos, informa:
“Los aspectos históricos tratados por Medina Chirinos sobre la fundación de
Maracaibo, al sostener la tesis de que había sido fundada por Ambrosio Alfinger
en 1529, originaron una encendida polémica, cuyos fundamentos fueron expuestos
en una obra titulada “La Fundación de Maracaibo”, original del gran historiador
venezolano, Dr. Mario Briceño Iragorri, dada la luz en 1929 y reeditada en
1957, en la cual, con lujo de detalles históricos irrefutables, se establece
que no hubo tal fundación ni colonización en 1529 en Maracaibo, pues llegado
Alfinger al Lago Coquibacoa “se dio a recorrer la laguna con el fin de
esclavizar a los naturales, para lo cual estaba autorizado por la capitulación
de sus mandantes”. [60]
Posición de Carlos Medina
Chirinos
Carlos
Medina Chirinos es un maracaibero atrapado por una intensa pasión
historiográfica. Siendo hombre de tipografía, se hace periodista y editor. Su
obra no la conocen las actuales generaciones, como pasa con casi toda la obra
científica y literaria vernácula. Si acaso un puñado de eruditos, la mayoría de
anciana edad, sabría responder quién es este autodidacta que llegó a colarse en
las academias locales y lejanas. Grave problema heredado de una mala educación
que cuenta décadas y suma siglos. Pero no seré yo quien le esquilme a aquéllos
que me antecedieron en el aturdimiento de “hurgar en los baúles” -muy pese a
contradecirles en enfoque, filosofía y precisiones- sus aportaciones, sin las
cuales, no sería posible dar tan interesante debate.
Medina
Chirinos podría catalogarse como el apologista de Ambrosio Alfinger, o tal vez,
su reivindicador, toda vez que las sentencias vertidas en legajos de historia,
lo condenan como el genocida cruel que realmente fue. Aunque a este autor, se
le podrá calificar de “pro-teutón”, más no de perezoso en el estudio del
pasado, que lamentablemente es lo que abunda entre los que hoy se jactan de
“historiadores” y “académicos”, con honrosas excepciones.
Él
mismo lo critica así en 1924: “En Historia son muy pocos los que se dan a la
cansada tarea de computar fechas, averiguar nombres, analizar el conjunto
después de revisar cada una de las partes; dentro de una intensa haraganería se
lee la fábula, la mala fe, la burla y la calumnia van de generación en
generación, con los hombres, en una permanente complicidad”. [61]
Esto
lo afirma en el entorno de su cuestionamiento a la celebración que se hacía por
entonces de la “fundación” de Maracaibo el 20 de enero, día de San Sebastián,
por haberla fundado Alonso Pacheco en 1571, según la costumbre establecida. La
tesis de Medina busca sostener “la existencia plena de Maracaibo desde 1529,
cuyos cimientos fueran obra del formidable teutón Mícer Ambrosio Alfinger”. [62]
Aunque
en escritos anteriores, le otorga a Alonso de Ojeda, ser el primer “fundador”:
“Pero en Costa Firme la primogénita fue la Nueva Andalacía de Ojeda, a
orillas de la Venecia tropical, i fundada en el propio litoral de los
Zaparas, aquellos fieros ribereños que defendieron su laguna, desde Mara
hasta Nigales, con inaudito coraje; con una resistencia asombrosa,
que sólo cedió en 1607 con la traición de Alonso Pacheco Graterol,
cuando el alevoso puñal venció en la emboscada al último Cacique guagiro”.
[63]
Pese
a conocer de la gesta de Nigale truncada en 1607, Medina se muestra mal
informado sobre los pueblos indígenas de la región, confundiendo al cacique añú
como “guajiro”. Lástima que los “académicos” que le siguieron en el disparate
de la “fundación” de 1529, no mostraron el más mínimo interés en sus precarios
apuntes etnológicos, quizá hubiesen ahondado en nuestra verdadera historia de
resistencia originaria, que apenas comenzamos a visualizar.
A
lo largo de su densa disertación, Medina contrasta las (supuestas) tres
“fundaciones” de Maracaibo, a partir de las tres denominaciones con que las
bautizaron los caudillos europeos que la invadieron: ranchería o pueblo
Maracaibo por Alfinger, Ciudad Rodrigo por Alonso Pacheco, y Nueva Zamora por
Pedro de Maldonado; donde, “las dos últimas, nada tienen que hacer con la
primera”.
El
panegírico medinista “eleva” a Alfinger al rango de los más poderosos invasores
de las grandes civilizaciones rotiginarias de nuestro continente. “Este
Conquistador Alemán, –nos dice- de la misma tenacidad olímpica, y heroísmo sin
límite de Hernán Cortés y de Jiménes de Quesada”, que “aquí en Maracaibo
exterioriza más su diplomacia...y les ofrece la paz a los indios”, [64] siendo “distinguido soldado y hábil
legislador y arrojado como Alemania católica”. [65]
El
autor de Los Vericuetos de la Historia defiende a su héroe teutón de quienes
denunciaron sus crueldades, como lo hizo Fray Bartolomé de Las Casas, a quien
Medina descalifica como “pasional, exagerado en sus acusaciones contra el heroico
germano”; mientras exalta las nada objetivas Elegías de Juan de Castellanos,
que siendo literatura épica de la invasión, las toma como fuentes serias de
valor científico.
Medina
Chirinos milita en el positivismo criollo que magnifica, a través de la necesidad
de orden y progreso, la importancia de una autoridad civilizadora, que debe
vencer la tendencia genética del pueblo a la flojera, la dispersión y la
ignorancia. Visión por demás reaccionaria, justificadora del genocidio contra
los pueblos indígenas y propiciadora del “blanqueo” como forma de “mejorar la
raza” para hacer más grande al país.
Comparte
con Uslar Pietri y Guillermo Morón, esa perspectiva histórica que indilga a la
herencia indígena ser la causa del atraso de nuestra sociedad. Repite en frecuentes
párrafos que “los españoles, que son los precursores de ese admirable
florecimiento agrícola de la América hispana, tuvieron que combatir, primero
que nada, la haraganería orgánica y sistemática del aborigen”. [66]
Son
estas opiniones plagadas de prejuicios racistas, que la verdad histórica ha
demolido una y mil veces, las que el autor caracteriza como “análisis
desapasionado y exacta sociología”; la de Augusto Comte, la misma que
“apasionadamente” cita Medina para darse argumentos falaces rayanos en el
terrorismo intelectual: “Los Conquistadores son dos veces héroes, por el que
los envía, pueblo hidalgo, y por el que los recibe, pueblo valeroso. Porque no
se completaría la Epopeya si al lado de aquélla hidalguía, que ofrendó a la
Conquista el esfuerzo viril de una raza, se mermase este valor, que va
consagrando en cada encuentro de armas...Para que haya de ser fecundo, se
necesita el bélico ardimiento de la lidia, la exornación marcial del escenario,
el fúnebre pendón de la matanza...La lucha a muerte es a menudo el principio de
la Civilización”. [67]
Una
apología de la guerra como ésta no creí nunca leer. Medina se place de
presentarla, como aval de los “héroes de la conquista... que con casi unánime
injusticia...aparecen como esclavizadores y expoliadores”; o como lo pinta Gil
Fortoul en un cuadro dantesco de su Historia Constitucional de Venezuela: “El
guerrero sin tregua, la visión constante del peligro y la muerte, la tenaz
esperanza de El Dorado que se desvanecía todas las tardes en el horizonte de ignoradas
soledades, las vigilias en campamentos insalubres, la ausencia de mujeres de la
propia raza que hubieran endulzado el temple de aquellas ásperas almas, donde
con el valor heroico habitaban la codicia y el despecho, la ira y la venganza,
apenas tenían como distracción efímeros sensuales amoríos con alguna india
cautiva, o el cuento picaresco referido en noches de descanso, por algún
soldado poeta”. [68]
Para
coronar las loas con este bodrio de Jules Mancini: “La gesta de los
Conquistadores es la epopeya sin ejemplo de la energía humana. Ningún poema
podrá nunca cantar debidamente su excelsitud, ninguna descripción podrá
pintarnos su heroísmo”. [69]
¡Qué
molleja de adulantes! Esto es lo que han enseñado, con tonalidades explícitas,
encubiertas o matizadas, los programas educativos oficiales y libros de
historia a la ciudadanía de nuestros países, inoculando todo el racismo,
eurocentrismo y pro-imperialismo del que aún somos víctimas.
No
perdería más mi tiempo con estos proxenetas de la historia, si no fuera por mi
deber de desenmascararlos para éstas y las nuevas generaciones: “fundada la
ciudad de Maracaibo por Alfinger –esto es el barrio europeo, porque existía la
ranchería aborigen- ...no obstante el recelo de las tribus contra los
invasores, él les ofreció la paz, les repartió tierras y les pobló más su
caserío”. [70]
Anotemos que en esta parte Medina acepta la (pre) existencia de un poblado
indígena llamado Maracaibo, aunque lo llame “ranchería”. Lo inaceptable, es que
una persona de su (aparente) inteligencia, tan alienado por una posición
ideológica dominante, afirme que Alfinger “les ofreció la paz”, cuando infestó
de violencia y guerras injustas un área que va desde Coro hasta los Santanderes
colombianos; que “les repartió tierras”, pero cuáles tierras puede “repartir”
un recién llegado extranjero que ni siquiera conoce el suelo que pudre con su
planta insolente; que “les pobló más sus caseríos”, el que sanguinariamente
inició el fin de los caquetíos corianos y añú maracaiberos, y desoló centenares
de pueblos serranos en Perijá y el Ande catatumbense. Es el colmo del nazismo
cultural que sufrieron esos autores positivistas que en el umbral del Siglo XX
borraron la huella y el honor del anónimo héroe ancestral.
Si
la concepción conservadora de la sociedad, lleva a Medina Chirinos por el
barranco de las apreciaciones equivocadas, las debilidades ideológicas y los
errores conceptuales, así como la falta de formación en disciplinas
fundamentales para una correcta interpretación de la historia, tales como la
antropología, la etnología y la lingüística, lo hacen preso de su terquedad de
querer imponer una crónica falaz.
Observemos
los gazapos que intenta pasar como “cabras” en dominó, para hacer creer que aún
en 1540 se mantenía en pié su Maracaibo alemana. “Tenemos pues, que hasta 1540,
por lo menos, existía la población de Maracaibo, la fundada por Ambrosio
Alfinger”; y lo soporta en el siguiente “argumento”: “En 1540 el Obispo Rodrigo
de la Bastida, Gobernador de Venezuela a la muerte del Gobernador alemán Jorge Spira,
mandó a Pedro de Limpias a que pasara a la población de Maracaibo y sus
contornos y los limpiara de indios, fuerte recluta que vendió en los mercados
de Santo Domingo”. [71]
Medina
falsea el capítulo del Obispo Rodrigo de Bastidas, cayendo en su propia trampa,
ya que sabemos por las versiones originales de todos los cronistas de Indias –y
particularmente de los que escribieron sobre Venezuela, comenzando por Las
Casas- que la instrucción dada al experto esclavista Pedro de Limpias, fue ir a
raptar indígenas en el Lago Maracaibo, sin especificar ningún poblado en
concreto. Este hecho vergonzoso, lo
traté suficientemente en mi libro “El Cacique Nigale y la ocupación europea de
Maracaibo”, y en páginas previas de este trabajo.
Entra
en tremenda contradicción, al reconocer que, aún en 1581 “los indios continuaban
apoderados de Maracaibo”. [72] Esta sola frase tumba la rebuscada tesis de
Medina Chirinos, sobre la (infundada) fundación de Maracaibo en 1529.
Sin darse cuenta, el autor, por el afán obsesivo
que tiene de polemizar con quienes defienden la tesis de una “fundación” por
manos de Alonso Pacheco o Pedro de Maldonado, lanza esa tajante afirmación que
confirma mi teoría de que no hubo fundación de Maracaibo, sino una invasión
colonialista que tardó más de un siglo en derrotar la resistencia del pueblo
originario del Lago, los Añú, los mismos que destruyeron el campamento militar
que dejó Alfinger en 1531, hicieron huir a Pacheco y su gente hacia Trujillo en
noviembre de 1573, y todavía en 1607 no permitían que los españoles se
enseñorearan de su patria lacustre: Maracaibo. Tal es la verdad histórica que
venimos a rescatar.
Mario Briceño Iragorri
contraataca
El
hispanismo eurocentrista de Mario Briceño se dejó ver en su artículo “Los corsarios en Venezuela. Las empresas de
Grammont en Trujillo y Maracaibo en 1678”, donde elogiaba la invasión ibérica con lisonja: “Mientras España
realizando el más generoso y noble plan de colonización que jamás ha puesto un
Estado civilizado al servicio de naciones bárbaras, destruía por imprevisión
sus propios recursos interiores, los colonos de Nueva Inglaterra limitaban su
obra a una tímida expansión que, sin la heroicidad leyendaria de los
conquistadores españoles, realizó actos de suprema barbarie”.
De manera que, al atacar la posición de Medina
Chirinos, el docto trujillano no hizo sino reafirmarse en su hispanofilia
civilizatoria.
Briceño reedita los conceptos emitidos en su texto de
1929 “La Fundación de Maracaibo”, al que él mismo valora así: “Este trabajo
tiene para mí un precio entrañable. No sólo me adelanté con él a defender una
verdad histórica, sino además gané con su publicación mi primera batalla en el
campo defensivo de los valores de la nacionalidad hispanoamericana”. [73]
Su posición la resume en cuatro líneas: “La Maracaibo
pujante de hoy, arranca como ciudad de empresa confiada en 1568 al Capitán
Alonso Pacheco Maldonado. El Maracaibo de Alfinger fue apenas un paso de
ranchería para saltear indios”. [74]
La respuesta de Briceño Iragorri al pronunciamiento de
Medina Chirinos es severa, donde el polemista no escatima cinismos y desdenes,
a veces subrepticios, elegantes siempre. “El hecho de haber salido al público
un nuevo estudio del señor Medina Chirinos y la circunstancia de hallarse acá y
allá las pruebas por nosotros presentadas a favor de la tesis clásica de haber
sido fundada la ciudad de Maracaibo por el conquistador español Don Alonso
Pacheco Maldonado, nos obliga, en resguardo de la verdad histórica y a pesar de
nuestro propósito de no insistir en esta materia, por haberlo creído
innecesario, a presentar una síntesis de la cuestión debatida, no con el fin de
convencer al señor Medina Chirinos del error en que persevera, sino de evitar
que lectores poco prevenidos hagan las aseveraciones del escritor maracaibero”.
[75]
Briceño arremete contra la insistencia de Medina en
querer prolongar la duración del campamento de Alfinger, y es uno de los
flancos débiles a los que disparará su ráfaga implacable: “...consta que fue
breve su existencia y obscura si vida, dedicadas como estaban sus autoridades,
no a ejercicios de república, sino a la dolorosa operación de saltear los
naturales, con lo que se ocasionó la despoblación de aquél territorio”. X-60
El otro tema fuerte en el discurso de Briceño
Iragorri, es la permanente apología españolista, justificadora de la invasión
como obra grandiosa y necesaria para civilizarnos. Es visión compartida con
Medina, sólo que éste último la idealiza germánica y catalana, mientras Briceño
la canta con las Elegías castellanas.
“Pero si a los españoles –afirma el abogado
trujillano- se les puede imputar crueldad, rudeza, falta de sentimientos
blandos para el indígena, en muchas ocasiones; en cambio, les debe nuestra
Patria las bases de nuestra nacionalidad, hija, no del menguado aborigen, sino
del criollo que amó el suelo nativo”. [76]
Si, en cierta parte del debate, Briceño desliza la
sospecha de que Medina actuaba por influencia de la “pudiente” colonia alemana
de Maracaibo, éste no se quedó corto cuando dejó colar que la intencionalidad
del querellante pro hispano, fluía desde pretensiones sociales elitistas que
rumiaban abolengos castizos.
Lo cierto es que Briceño hace hincapié en la
“fundación” desde su natal Trujillo: “Rezan los documentos de la época que
finalizada la empresa de reducir los indios cuicas e instalada definitivamente
la ciudad de Trujillo, el Gobernador Ponce de León dio comisión al Teniente
Gobernador de la nueva ciudad, que lo era el Capitán Alonso Pacheco Maldonado,
para que saliera a la conquista y población de la Laguna de Maracaibo, y en la
probanza de méritos y servicios que levantó en Trujillo el capitán Francisco
Camacho en diciembre de 1568, habla de que estaba ocupado en los preparativos
de aquélla, y por enero del año siguiente aparece Camacho obrando en la causa
probatoria por medio de apoderado, de donde se deduce que ya se había ausentado
la gente de Trujillo”. [77]
Luego continúa narrando que “la entrada al lago la
hicieron aguas abajo del río Motatán, en bergantines armados para tal fin, y
delantero de ellos, como persona baquiana en esta clase de empresas, iba el
capitán Miguel de Trejo y Paniagua quien en la probanza de sus servicios y
méritos, levantada en Mérida en 1586, describe las peripecias de la empresa, en
la que padecieron continuo agotamiento de vituallas, guasábaras con los
naturales”. [78]
Como prueba de su tesis, Briceño menciona una carta
del cabildo maracaibero de agosto del 1569 dirigida al rey, donde solicitan se
mantengas los poderes otorgados a Pacheco para continuar al frente de la
conquista del Lago Maracaibo. Y sigue: “Por septiembre del año siguiente de 70
se trasladó Pacheco a la ciudad de El Tocuyo y desde allí escribió al rey
respecto a la fundación que tenía hecha y a estar ocupándose en el
descubrimiento de una vía fluvial para el Nuevo Reino de Granada”. [79]
Al igual que el resto
de los historiadores de ese tiempo –y parece que el de ahora también- Briceño
transcribe los escritos del invasor tal como los dejaron sus cronistas y funcionarios,
sin mediar reflexión alguna en torno, no sólo a la veracidad, que la dan por
cierta apriorísticamente, sino también al fondo del asunto, que son los
intereses de clase de los conquistadores y la metrópoli colonial.
Pareciera entonces que
la función del “historiador”, es contar unos hechos pasados, sumar referencias
documentales, grabar fechas, memorizar anécdotas, en fin, servir de escolta
letrado al fardo imperialista que se esmeran en reivindicar. Estos guardianes
de la autoflagelación colonialista, sienten, piensan y hablan desde el alma
invasora; nosotros invitamos a revolucionar la historia, reescribiéndola desde
los no descubiertos ni fundados.
Ellos representan la
tendencia mecanicista que escudada en la ignorancia y desprecio por la épica de
los pueblos originarios, pretende restaurar nomenclaturas retrógradas, como es
el caso de los topónimos monárquicos al estilo Santiago de León de Caracas o
Santa Ana de Coro, que algunos evocan con nostalgia “Malinche”.
Briceño Iragorri entra
al combo de aquél a quien critica tan encarnizadamente, al vibrar desde el
pellejo del ejército invasor: “Penosa debió ser la vida de los conquistadores
en esta nueva ciudad: escasos sustentos, tenían que practicar largas
excursiones en solicitud del maíz para su alimentación, en las cuales los
indios les mataban muchos soldados; pobres de oro y de algodón, por no darles
la tierra y puesta fuera de la ley la saca de esclavos, que dio pingues
granjerías a Alfinger en 1529, era de miserables resultados la dura tarea de reducir
los naturales. Pero empeñado Pacheco en sostener su ciudad y en hacer más
intensa su conquista, se pasó al cabo de la Vela en solicitud de auxilios del
Mariscal Miguel Castellanos, quien no pudo prestárselos, por falta de
ganancia”. [80]
Qué manera más
infamante de asumirse en la hueste invasora, manifestando tal desprecio por los
seres humanos que habitaban ancestralmente nuestra Patria, a los que Bolívar
llamó “legítimos dueños de esta tierra”, al que estos autores ni siquiera se
atreven a llamar personas.
Decir que “penosa” fue
la vida de los conquistadores, es algo casi delictivo frente al genocidio de
que fueron víctimas aquéllos a quienes Briceño dice que había que “reducir”.
Lamentarse de que esos “indios” matasen soldados invasores, es sencillamente
ponerse a favor de las guerras injustas, desiguales y traicioneras que los
gendarmes Alfinger, Pacheco, Maldonado o como se llamen, le hicieron a nuestros
antepasados para robarlos, esclavizarlos y exterminarlos.
Briceño se lamenta, con envidia, de que Alfinger si
pudo obtener ganancias esclavizando indígenas, y su amado Pacheco no. Además de
ser obsceno, esto es falso, porque el rapto masivo de personas en la región del
Lago Maracaibo, continuó por muchos años más, como lo hemos demostrado.
Pues, según el distinguido Mario Briceño Iragorri, por
culpa de los indios belicosos y salvajes, por no poder esclavizarlos, y por
haberse acabado el oro (en 74 años de saqueo), Pacheco tuvo que evacuar su
Ciudad Rodrigo: “Lo duro de la empresa y su poca utilidad llevaron al
Gobernador Mazariego a pedir al Rey orden de que no se continuase tal
conquista, por ser pobre la tierra y mucha la ferocidad (la hidalguía dijera en
caso de españoles) de su naturales, lo que vino a coincidir, por diciembre de
aquél propia año de 1573, con la ausencia que Pacheco hizo de su ciudad, por
haberle matado los indios cuarenta hombres”. [81]
Tras haber cuestionado duramente el apasionamiento de
su opositor, Briceño lo supera al tratar de disfrazar a capricho el fracaso de
Pacheco, con una supuesta continuidad por Maldonado, llegando a afirmar que no
hubo nueva “fundación” con éste, a pesar que hasta un nuevo nombre utilizó el
líder de Nueva Zamora.
Añadiremos a esta reseña un párrafo más, que ilustra
sobre el españolismo fanático de Briceño y su ácido ego eurocéntrico; se trata
de un condensado racista de su tesis de la “fundación” de Maracaibo. Al
respecto sostiene: “...fue la obra civilizadora de España y de sus Reyes lo que
dio nacimiento a la ciudad, aún contra la opinión utilitarista de sus
representantes en el país, que pedían el abandono de la empresa, por no haber
oro ni algodón en aquella provincia. Se fundó la ciudad para reducir los
naturales, para enseñarles el evangelio de Cristo, para echar en aquella región
los cimientos de instituciones nuevas, que mejorasen la raza y trajesen mayor
gloria a la nación conquistadora”. [82]
A manera de Epílogo
Defensa
de los derechos humanos en la Conquista
El sermón pronunciado
por fray Antonio Montesino durante la misa del cuarto domingo de Adviento el 21
de diciembre de 1511 en Santo Domingo, constituye el primer hito de la lucha
por los Derechos Humanos en América. La llegada de los frailes de la Orden de
Predicadores en septiembre de 1510 a la isla, entonces llamada La Española,
hoy República Dominicana y Haití, dio lugar al primero y más trascendental
enfrentamiento en el seno de las fuerzas conquistadoras, desde el punto de
vista ideológico. Debate sin precedentes donde quedaba cuestionada la presencia
misma de los españoles en “las Indias”, y que tuvo además un impacto
fundamental en el desarrollo del pensamiento español y europeo del siglo XVI.
Constatada
la gravísima situación que vivían los originales habitantes del “Nuevo Mundo” o
“Indias”, como genéricamente denominaban a las tierras halladas por Colón, y
escuchadas las historias que eran vox pópuli en la isla sobre la reciente
destrucción, por parte de las armas invasoras que comandaba Nicolás de Ovando,
de los cinco cacicatos en que se organizaba la sociedad indígena tahína, este
primer grupo de dominicos se ve obligado a tomar partido en defensa del derecho
a la vida y a la libertad de los “indios”.
“Decid,
¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre
a estos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas
gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas,
con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan
opresos y fatigados, sin darles de comer ni curarlos en sus enfermedades, que
de los excesivos trabajos que les dais, incurren y se os mueren, y por mejor
decir, los matáis, por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de
quien los adoctrine, y conozcan a su Dios y criador, sean bautizados, oigan
misa, guarden las fiestas y domingos?...¿Estos, no son hombres? ¿No tienen
ánimas racionales? ¿No sois obligados a amarlos como a vosotros mismos? ¿Esto
no entendéis? ¿Esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan
letárgico dormidos? Tened por cierto que en el estado que estáis no podéis más
salvar que los moros o turcos que carecen y no quieren la fe de Jesucristo”.(1)
Más
allá del anecdotario desatado a partir de la versión que de los hechos dieran
los presentes en aquel histórico acto y, muy particularmente, uno que no estuvo
en el templo ese día, pero que ha resultado ser el mejor testigo para la
historia, como lo ha sido Bartolomé de Las Casas, el mismo que luego dio los
frutos más jugosos y efectivos de esa lucha original; queda para la indagación
y reflexión científica, lo concerniente a ciertos asuntos claves:
- 1)
Tal sería de inhumano el trato que daban los conquistadores a la población
indígena, que llevó, en menos de un año, a los frailes dominicos a tomar una
actitud militante en su defensa, al punto de enfrentarse a las propias
autoridades reales en La Española.
- 2)
¿Tenían los Predicadores un plan preconcebido antes de marchar al Nuevo
Mundo, fundado en la convicción de que todo hombre al nacer es libre e
igual a los demás sin distingos de condición social o de sus creencias
religiosas?
- 3)
¿Ponían en duda los de la Orden de Santo Domingo de Guzmán la capacidad del
Papa para dar en donación las tierras descubiertas al reino de Castilla?
En
todo caso, sea cual fuere la solución o interpretación que se le dé a estos
tres planteamientos, y que no alcanzaremos resolver en este modesto artículo,
el contenido del Sermón de Adviento pronunciado por Montesino, y
suscrito por todos los miembros de la Orden bajo la conducción de Pedro
de Córdoba, sienta las bases de lo que habría de convertirse en el debate
fundamental de la época, con repercusiones incuestionables en la elaboración de
las doctrinas de Francisco de Vitoria con su arsenal de cimientos del Derecho
Internacional, de la llamada Escuela de Salamanca y todo el bagaje del
yusnaturalismo clásico español, así como en otras tantas aportaciones al
pensamiento europeo de aquel momento y los tiempos que le sucedieron.
En
el fondo de estas turbias aguas, se trataba de definir con suma claridad, en
primer lugar, la condición humana de los aborígenes americanos y su estatus
jurídico-político, y, como consecuencia de ello, la razón o sinrazón de las
guerras de conquista que se llevaron a cabo para esclavizarlos y arrebatarles
sus territorios. ¿Estos no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No
sois obligados a amarles como a vosotros mismos?. Es el clamor que desde el
púlpito empuja a estos hombres de fe a optar por una medida ciertamente
desesperada, colocándose en la acera de enfrente de los señores que detentaban
el poder, que a partir de ese tremendo desafío, los convertirían en blanco de
sus ataques. Para el conquistador in situ, el indio sólo representaba un
imprescindible instrumento de trabajo a sus fines últimos de enriquecimiento.
El instaurado régimen de repartimientos y encomiendas, de esclavitud
disfrazada, al encontrar natural resistencia en los aborígenes, exige la
dominación forzosa. ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras
a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan
infinitas de ellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido?
El
supuesto “derecho aristotélico” de dominación de los pueblos inferiores y
atrasados, subyacente en todas las guerras de conquista emprendidas por los
imperios occidentales de entonces, quedaba abiertamente cuestionado con el
discurso militante de los dominicos que, además de haber escuchado de los
sobreviviente de las campañas militares anteriores a 1510 en La Española, las
barbaridades cometidas por los conquistadores, veían a diario la explotación
extrema a que eran sometidos los indígenas en las minas, faenas agrícolas y
todo tipo de trabajos pesados, las más de las veces, en condiciones
degradantes.
Retar
en su propia cara a la máxima autoridad terrenal de aquellos predios, el virrey
Diego Colón, y a todos los hombres de armas y gobierno de las islas bajo su mando,
con la única arma de que disponían los dominicos de 1511 que era la razón de su
fe, constituye de por sí un acto de heroicidad.
Pero
si ello no bastara para comprender en aquel suceso su carácter pionero y su
poder desencadenante de una Nueva Humanidad, llamaríamos entonces a continuar
tras los pasos que inmediatamente emprendieron los precursores de los Derechos
Humanos en América, en los que queda explícitamente definida su aportación al
proceso de surgimiento de un discurso y una acción en la defensa de los
derechos del género humano.
Después
de aquel primer grito de justicia, a todas luces revolucionario, las andanzas
de los dominicos de La Española estuvieron marcadas por enormes esfuerzos
siempre rayanos en el sacrificio extremo. La esperada reacción represiva del
virrey, los funcionarios y los religiosos adeptos a las prácticas oficiales,
que veían en la postura de los dominicos a un enemigo aún más peligroso que la
propia resistencia indígena -prácticamente ya doblegada por la superioridad
bélica y las artimañas del invasor- se activó de forma inmediata. Abandonar sus
asientos en la iglesia principal de Santo Domingo y acudir a la choza que
servía de convento a los frailes ocurrió en un abrir y cerrar de ojos. Que se
retractaran les exigieron. Más la firmeza de la decisión tomada fue un muro
inexpugnable ante el cual hubieron de tropezarse, en la serena pero convencida
voz del joven prior Pedro de Córdoba, que apenas contaba 29 años. El siguiente
domingo que coincidía con el de los Santos Inocentes, el mismo predicador
incisivo que siete días antes les recriminó, señalándoles el camino de
perdición por el que transitaban por la opresión en que mantenían a “sus
iguales”, reiteró una a una las graves denuncias y advertencias formuladas en
el sermón anterior.
El
siguiente paso fue enviar a las Cortes los respectivos emisarios. Los
funcionarios y encomenderos, que es lo mismo decir, enviaron al franciscano
Alonso de Espinal, con la prisa, altas recomendaciones y abundantes recursos,
que la gravedad de los hechos imponía. Los dominicos, tras reunir las escasas
limosnas que los más escasos y pobres fieles les concedieron, encargaron su
alegación al tenaz y bien formado discípulo del convento de San Esteban de
Salamanca, fray Antonio Montesino.
La
lucha dominica iniciada en 1510
Las
primeras dos décadas de presencia española en el Nuevo Mundo estuvieron
circunscritas al espacio insular del Mar Caribe. (Siempre, para invocar el
espíritu de la inquietud por la verdad histórica, hay que dejar en el aire la
pregunta de ¿por qué en estas islas no quedaron sobrevivientes de aquellos
originarios pueblos indígenas?). En ese paisaje exuberante que sedujo de pleno
y perenne verdor a los recién llegados, se produjeron las más terribles
masacres que hasta entonces conociera el género humano.
Términos
como catástrofe demográfica o colapso demográfico, acuñados de
manera particular en la magnífica obra de Gustavo Gutiérrez En busca de los
pobres de Jesucristo, no hacen si no, tratar de ilustrar dentro de las
humanas posibilidades del lenguaje, la vertiginosa desaparición de los
originarios habitantes caribeños. “Según los historiadores hay datos
confiables para decir que hacia 1510 había de 20.000 a 30.000 indios en La
Española. Los cálculos sobre la población taína original varían naturalmente,
los primeros misioneros dominicos hablaban de 2.000.000; Las Casas (basándose
en una apreciación de Colón) de 3.000.000..... la célebre escuela de Berkeley
la estima en 8.000.000 ... y, hacia 1540 no había más de 300 indígenas en La Española”.
(2) Ello, sin contar que, muchos pobladores de las islas vecinas,
llamadas “inútiles”, desde 1508 eran llevados por la fuerza a “trabajar” en La
Española.
Fue
ésta la inexorable consecuencia de la conjunción de diversas causas que
actuando simultáneamente y en forma combinada potenciaron al máximo su terrible
poder destructor. Gutiérrez menciona cuatro, a saber: “la
desnutrición y el cambio del régimen alimentario, la presencia de enfermedades
(viruela, sarampión, tifus, gripe, y otras) que no encontraban inmunizada a la
población indígena, las guerras de conquista y el trabajo forzado” (3).
Habría que agregar dos más, relacionadas con todo el entramado del sistema de
opresión instaurado por los conquistadores, y cuyos efectos en la caída de la
población tienen sus manifestaciones específicas. En primer lugar y como
resultado de esas guerras de conquista, la esclavización del indígena, que en
muchas ocasiones implicó la extracción de grandes grupos de personas de su
lugar de residencia para ser trasladados forzosamente a las minas o a los
mercados de esclavos. Y, en segundo lugar, la ruptura violenta y traumática del
núcleo familiar, con la separación de los padres y de los hijos, de las mujeres
y varones, que generó una abrupta disminución de las tasas de natalidad entre
la población autóctona. Le tocaría a una historia de la sicología social, el
estudio de lo que ya en aquellos tiempos, los primeros dominicos de América y
Las Casas en particular, identificaron como el desgano y desapego por
la vida misma, que la perplejidad, decepción y tristeza generalizada del
indio ante los increíbles maltratos de que era víctima, provocaron.
La
primera concreción formal de la lucha dominica, devino de las gestiones que
fray Antonio Montesino, a duras penas, logró realizar ante el Rey en aquel
histórico primer viaje redentor. Fueron las Leyes de Burgos de 1512. Tras
escuchar el testimonio y argumentos del luchador fraile, el Rey Fernando
convoca a miembros del Consejo Real, y a connotados juristas y teólogos, a discutir
la situación planteada. Montesino, que no tiene acceso al seno de la reunión,
tiene que convencer de sus alegaciones al mismísimo fray Alonso de Espinal,
emisario del virrey y los encomenderos. Prácticamente se trató de una difícil
negociación en la que ambos hubieron de ceder parte de sus pretensiones. Sin
embargo, si bien las Leyes de Burgos no recogieron el planteamiento fundamental
de los dominicos de La Española, cual era ponerle fin a los
repartimientos y encomiendas, éstas introdujeron un conjunto de ordenanzas
reguladoras del gobierno que, al definir el trato que los españoles debían
darle a los indígenas, reconocían legalmente los derechos subjetivos de los
mismos. Es el momento que algunos historiadores y filósofos del derecho señalan
como el comienzo del derecho hispano-indiano o la génesis legislativa del Nuevo
Mundo.
El
“buen trato” al indio, contenido en las conclusiones firmadas en Burgos el 27
de diciembre de 1512, venía a tratar de suavizar una cruenta realidad que en la
metrópoli conocieron por la denuncia y diligencias de los dominicos de La
Española, y son ellos los responsables del surgimiento de ese compendio de
normas que dieron en llamar el derecho hispano-indiano. Más, son precisamente
Montesino y Pedro de Córdoba, quienes desde el primer momento ven la inutilidad
de las novísimas normas. Este último, avisado por su emisario Montesino sobre
cómo marchaban las cosas en España, apresuró su paso en venir personalmente a
entregarle sus pareceres al Rey. Ya en enero de 1513, a escasas semanas de
dársele el ejecútese a las Leyes de Burgos, el joven superior de los dominicos
de La Española, está en España en busca de una entrevista con su Soberano, a
quien antes del mes de julio le manifiesta su decepción por la ineficacia e
inutilidad de unas leyes que no abolieron los repartimientos de indios
en encomiendas, y por tanto, dejaban las cosas como estaban o peor que
como estaban.
A
los reparos hechos por Pedro de Córdoba, el rey respondió convocando de nuevo
una junta para que redactara unos pareceres complementarios, que se
hicieron leyes en 28 de julio de 1513. De los cinco pareceres redactados, el
rey sancionó cuatro, dejando de lado aquel por el cual los letrados dejaban
abierta la posibilidad de que los servicios que los indios debían prestar al
monarca, pudiesen ser dados por cierto tiempo a los privados. Pero a los
dominicos de La Española no les bastaban las normas sobre el “buen
trato”, y una vez más, hubieron de quedar decepcionados y proseguir una lucha
que habría de durar lo que de vida les quedaba.
Por
entonces, fue que a Pedro de Córdoba, se le ocurrió la idea de llevar a cabo
una evangelización pacífica en tierras no ocupadas aún por españoles, y surgió
aquel primer intento en la Costa de las Perlas, en el oriente de Venezuela, con
el conocido desenlace fatal por la muerte de los primeros mártires de esta dura
y primera batalla por los derechos humanos en continente americano: fray
Francisco de Córdoba y Juan Garcés. Lista de mártires que engrosarían muchos
como aquel fray Antonio Valdivieso, obispo de Managua, muerto a manos del
propio gobernador español en su templo en 1545, cuya historia tiene un parecido
estremecedor con la del célebre defensor de los pobres de El Salvador,
Oscar Arnulfo Romero.
Así,
se fueron sucediendo un conjunto de hechos que dan testimonio de la acción
dominica en defensa del Hombre durante la conquista de América. Supresión de
los repartimientos y encomiendas en las Instrucciones dadas a Diego Velásquez
en 1518 para la incursión sobre territorio cubano. Lo instruido a Hernán Cortés
el 23 de junio de 1523. Las Ordenanzas de Granada de 1526, en cuyo prólogo, se
resume el discurso creado por los dominicos de La Española: “Nos
somos informados, y es notorio, que por la desordenada codicia de algunos de
nuestros súbditos que pasaron a las nuestras Indias, islas y tierra firme del
mar Océano, y por el mal tratamiento que hicieron a los indios naturales de las
dichas islas y tierra firme del mar Océano, así en los grandes y excesivos
trabajos que les daban, teniéndolos en las minas para sacar oro y en las
pesquerías de las perlas y en otras labores y granjerías, haciéndoles trabajar
excesiva e inmoderadamente, no les dando el vestir ni el mantenimiento que les
era necesario para sustentación de sus vidas, tratándoles con crueldad y desamor,
mucho peor que si fueran esclavos, lo cual todo ha sido y fue causa de la
muerte de gran número de los dichos indios, en tanta cantidad que muchas de las
islas y parte de tierra firme quedaron yertas y sin población alguna de los
dichos indios naturales de ellas, y de que otros huyesen y se ausentasen de sus
propias tierras y naturaleza y se fuesen a los montes y a otros lugares para
salvar sus vidas y salir de la dicha sujeción y mal tratamiento...” (4)
Pasando
por la simbólica institución en 1516 del Protector de los Indios, y por
la creación en 1524 del Consejo Real y Supremo de Las Indias, todavía en 1542,
cuando son sancionadas en Barcelona el 20 de noviembre, las llamadas Leyes
Nuevas, la “negligencia y descuido” en la aplicación de las disposiciones
reales por parte de las autoridades españolas en América, y la “desordenada
codicia” que mueve a los conquistadores, harían menos que letra muerta
el compendio de Leyes y Cédulas Reales, que, por iniciativa tenaz de los
frailes dominicanos y sus seguidores en otros lugares y en otras órdenes
religiosas, se dictaron a favor del derecho a la vida, a la libertad y la
dignidad de los originales habitantes del Nuevo Mundo.
Los
históricos sermones de Montesino, los domingos 21 y 28 de diciembre de
1511, y las sucesivas gestiones de éste y de fray Pedro de Córdoba, son sólo el
comienzo de una labor infatigable que continuaron muchos otros, en particular,
uno que de tanto andar se hizo leyenda: Bartolomé de Las Casas.
La
vida y obra de este sevillano empedernido, merece mención aparte y como se
sabe, ha sido objeto de una prolija investigación y producción literaria, no
exentas de apasionamientos y prejuicios. Y no podía ser de otra forma, porque
las increíbles energías desplegadas por éste en sus andanzas justicieras,
fueron de tal magnitud, que difícilmente quien se aproximara a ellas, en
cualquier tiempo y lugar, podría evadirse de su telúrica fuerza de gravedad.
Un hombre que a los treinta años renuncia voluntaria e irrevocablemente a
una inmensa fortuna acumulada en sus encomiendas indianas de oro y granjerías,
que su amigo el gobernador de Cuba, Diego Velásquez calificó como envidiables
por cualquier caballero castellano, para dedicarse de por vida, a la lucha
por la abolición de la conquista y las encomiendas. Que atravesó diez veces el
nada pacífico océano Atlántico, no en los cómodos y modernos vuelos de hoy, si
no, en las muy vulnerables embarcaciones de madera que como aquella Rábida
de la primera expedición de Nicolás de Ovando cuando el mozo Las Casas fue por
vez primera a América, naufragó antes de llegar a costas canarias. Ese Las
Casas que escribió decenas de miles de folios sin bolígrafo ni máquina de
escribir, ni mucho menos un ordenador, para defender los derechos humanos, que
recorrió islas caribeñas y nuevo continente sin yates ni automóviles,
que rectificó de tal manera su error sobre la esclavización de los
africanos que llegó a ser el primero en enfrentar públicamente la esclavitud;
que todo lo que hizo fue siempre pensando en salvar el alma de su amada patria
española, en fiel servicio de su pueblo, sus monarcas y su fe, no puede,
evidentemente, pasar desapercibido. Un Las Casas que ejerció por lo menos diez
y siete oficios: desde ayudante de la tahona familiar, monaguillo, soldado, clérigo,
encomendero, minero, productor agrícola, cronista, naturalista, jurista,
litigante, propagandista, fraile, hasta tratadista, obispo, consejero e
historiador, y que, en las Juntas de Valladolid de 1550-1551, como polemista
formidable, venció con sus ya doctos y maduros argumentos al tristemente
célebre Juan Ginés de Sepúlveda, el influyente eclesiástico afecto a las
guerras de conquista, que entre otras importantes posiciones, hizo de cronista
de Carlos V.
En
fin, que no se entiende cómo algunos que se dicen pertenecer a las nuevas
generaciones de historiadores interesados en el tema americano, se las
arreglan para soslayar a Las Casas; y como, los teóricos de los Derechos
Humanos, ni saben quién fue. Él también es consecuencia de la lucha de los
primeros dominicos de La Española. En parte se le debe que hoy sobrevivan los
descendientes de aquellos indios, y aún no ha sido canonizado.
Citas Bibliográficas
-
(1) Bartolomé
de Las Casas: “Historia de Las Indias”, Tomo III. Biblioteca Ayacucho. Caracas,
1986. Pags. 13-14.
-
(2) Gustavo
Gutiérrez: “En busca de los pobres de Jesucristo”, Ed. Sígueme. Salamanca,
1993. Pag. 653.
-
(3) Gustavo
Gutiérrez: Ob. Cit., pag. 654.
-
(4) Isacio
Pérez Fernández: “El Derecho Hispano-Indiano”, Ed. San Esteban, Salamanca, 2001.
Pag.103.
Bibliografía
consultada
-
María Eugenia Corvalán: “El
pensamiento indígena en Europa”, Planeta, Bogotá 1999.
-
Ignacio Ara Pinilla: “Las
transformaciones de los derechos humanos”, Tecnos, Madrid 1990.
-
Norberto Bobbio: “El tiempo
de los derechos”, Sistema, Madrid 1994.
-
Rafael Fernández Heres:
“Conquista espiritual de tierra firme”, Biblioteca de la Academia Nacional de
la Historia, Caracas 1999.
-
Antonio Osuna
Fernández-Largo: “Teoría de los derechos humanos”, Ed. San Esteban-Edibesa,
Salamanca 2001.
-
Isacio Pérez Fernández:
“Fray Bartolomé de Las Casas, O.P. de defensor de los indios a defensor de los
negros”, Ed. San Esteban, Salamanca 1995.
-
Antonio Enrique Pérez Luño:
“La polémica sobre el Nuevo Mundo”, Ed. Trotta, 2a edición, Madrid
1995.
Anexos
Primer Viaje (de las Cartas
de Américo Vespucio)
Acordamos
partir e ir más adelante costeando de continuo la tierra, en la cual hicimos
muchas escalas y tuvimos trato con mucha gente, y al fin de varios días, fuimos
a dar a un puerto donde tuvimos grandísimo peligro, pero plugo al Espíritu
Santo salvarnos, y fue de esta manera.
Bajamos a
tierra en un puerto donde encontramos una población edificada sobre el agua
como Venecia; eran cerca de 44 casas grandes, en forma de cabañas, asentadas
sobre palos muy gruesos y teniendo sus puertas o entradas de las casas a modo
de puentes levadizos, y de una casa se podía ir a todas, pues los puentes
levadizos se tendían de casa en casa, y así como las gentes de ellas nos
vieron, mostraron tenernos miedo y súbitamente izaron todos los puente, y
mientras veíamos esta maravilla, vimos venir por el mar unas 22 canoas, que son
la clase de sus navíos, fabricadas de un solo árbol, las cuales venían
alrededor de nuestros bateles; como se maravillasen de nuestra figura y
vestidos, se alejaron de nosotros, y estando así les hicimos señales de que
viniesen hacia nosotros, dándoles confianza con señas de amistad; y visto que
no venían, fuimos hacia ellos, y no nos esperaron, sino que se fueron a tierra
y con señas nos dijeron que esperásemos, y que pronto volverían.
Fueron
detrás de un monte y no tardaron mucho, y cuando volvieron traían consigo 16 de
sus hijas y entraron con ellas en sus canoas, y vinieron a los bateles y en
cada uno dejaron cuatro, que tanto nos maravillamos de este acto, cuanto puede
comprender Vuestra Magnificencia; y se metieron con sus canoas entre nuestros
bateles, hablando con nosotros, de modo que lo juzgamos signo de amistad. Y
andando en esto, vimos venir mucha gente nadando por el mar, que venían de las
casas, y como si viniesen acercándose a nosotros sin malicia alguna; en esto se
asomaron a las puertas de las casas algunas mujeres viejas dando grandísimos
gritos y mesándose los cabellos en señal de tristeza; lo que nos hizo sospechar
y recurrimos cada uno a las armas; de pronto las mozas que teníamos en los
bateles se arrojaron al mar, y los de las canoas se alejaron de nosotros y
comenzaron a tirarnos flechas con sus arcos, y los que venían nadando, cada uno
traía una lanza bajo el agua, lo más escondida que podía; de modo que
reconocida la traición, comenzamos no sólo a defendernos, sino a ofenderlos
vigorosamente, e hicimos zozobrar con los bateles muchas de sus almadías o
canoas, que así las llaman, hicimos estragos y todos huyeron a nado, dejando
desamparadas sus canoas, y con mucho daño de su parte se fueron nadando a tierra,
y murieron de ellos cerca de 15 o 20 y muchos quedaron heridos; y de los
nuestros fueron heridos 5, y todos se salvaron gracias a Dios; nos apoderamos
de dos de las muchachas y de dos hombres, y fuimos a sus casas y entramos en
ellas, y en todas no encontramos otra cosa que dos viejas y un enfermo. Les
tomamos muchas cosas, pero de poco valor, y no quisimos incendiar las casas
porque nos parecía cargo de conciencia; y volvimos a nuestros bateles con cinco
prisioneros, y nos fuimos a las naves, y les pusimos a cada uno de los presos
un trozo de hierro en los pies, menos a las mozas; y llegada la noche se
huyeron las dos muchachas y uno de los hombres, de la manera más sutil del
mundo. Al día siguiente acordamos salir de este puerto y seguir más adelante; anduvimos
continuamente a lo largo de la costa, hasta que vimos otras gentes, distantes
de las anteriores unas 80 leguas; las encontramos muy diferentes en su lengua y
en sus costumbres.
Acordamos
surgir, y fuimos con los bateles a tierra, viendo en la playa muchísima gente,
que podían ser al pie de 4000 almas; y cuando nos acercamos a tierra no nos
esperaron, y se pusieron a huir por los bosques, desamparando sus casas.
Saltamos a tierra y nos fuimos por un camino que conducía al bosque, y a un
tiro de ballesta encontramos sus cabañas, en donde habían hecho grandes
hogueras, y dos de ellos estaban cocinando sus viandas y asando muchos animales
y varias clases de peces; donde vimos que asaban un cierto animal que parecía
una serpiente, salvo que no tenía alas, y de aspecto tan feo que nos
maravillamos mucho de su deformidad.
Caminamos
así por sus casas o mejor cabañas, y encontramos muchas de estas serpientes
vivas que estaban amarradas por los pies y tenían una cuerda alrededor del
hocico, que no podían abrir la boca, como se hace a los perros alanos para que
no muerdan; tenían tan fiero aspecto que ninguno de nosotros se atrevía a
tocarlas, pensando que eran venenosas; son del tamaño de un cabrito y de braza
y media de longitud; tienen los pies largos y gruesos y armados de fuertes
uñas; tienen la piel dura y son de diversos colores; el hocico y la cara la
tienen de serpiente y de la nariz les sale una cresta como una sierra, que les
pasa por el medio del lomo hasta la punta de la cola; en conclusión juzgamos
que eran serpientes y venenosas, y se las comen. Encontramos que hacían panes
de pequeños peces que sacaban del mar, dándoles primero un hervor, amasándolos
y haciendo con ellos una pasta o pan que tostaban sobre las brasas y así lo
comían; lo probamos y encontramos que era bueno. Tenían tanta clase de
manjares, principalmente de frutas y raíces, que sería cosa larga contarlos
minuciosamente.
Y visto
que la gente no volvía, acordamos no tocarles ni tomarles cosa alguna para
darles confianza, y dejamos en sus cabañas muchas cosas de las nuestras, en
lugares a propósito para que las viesen y a la noche nos volvimos a las naves.
Al día siguiente al amanecer, vimos innumerables gentes en la playa; y fuimos a
tierra y aunque aún se mostraban temerosos de nosotros se atrevieron a
acercarse y a hablarnos, dándonos cuanto les pedíamos y mostrándose muy amigos.
Nos
dijeron que esas no eran sus habitaciones y que habían venido aquí a pescar; y
nos rogaron que fuéramos a sus casas y poblaciones, porque querían recibirnos
como amigos. Y nos hicimos tan amigos a causa de dos hombres que nosotros
traíamos presos, porque eran sus enemigos; de modo que vista su mucha
insistencia, habiendo hecho consejo, acordamos ir con ellos 28 cristianos de
los nuestros bien prevenidos, y con el firme propósito de morir si fuese
necesario.
Después
de haber estado allí casi tres días, fuimos con ellos tierra adentro, y a tres
leguas de la playa dimos con una población de mucha gente y de pocas casas,
porque no eran más de nueve, donde fuimos recibidos con tantas y tan bárbaras
ceremonias, que no basta la pluma para describirlas; que fue con danzas, cantos
y lamentos mezclados con regocijo, y con muchas viandas. Nos quedamos allí la
noche, donde nos ofrecieron a sus mujeres [de tal manera] que no nos podíamos
defender de ellas; y después de haber estado allí la noche y la mitad del día
siguiente fueron tantos los pueblos que por maravilla nos venían a ver, que
eran incontables; y los más viejos nos rogaban que fuésemos con ellos a otras
poblaciones que estaban más hacia el interior de la tierra, mostrando que nos
harían grandes honores; por lo tanto acordamos ir, y no es posible decir cuántos
honores nos hicieron.
Y fuimos
a muchas poblaciones, tanto que empleamos nueve días en el viaje, de modo que
nuestros cristianos que habían quedado en las naves, estaban con recelo por
nosotros; y estando como a 18 leguas tierra adentro, determinamos tornarnos a
las naves, y a la vuelta era tanta la gente que venía con nosotros hasta el
mar, así hombres como mujeres, que fue cosa admirable. Y si alguno de los
nuestros se cansaba en el camino, lo llevaban en sus redes muy descansadamente;
y al cruzar los ríos, que son muchos y muy grandes, los pasábamos con sus
artificios con tanta seguridad que no teníamos peligro ninguno, y muchos de
ellos venían cargados con las cosas que nos habían dado, que estaban en sus
redes para dormir: plumajes muy ricos, muchos arcos y flechas e innumerables
papagayos de variados colores. Y otros traían la carga de sus alimentos y de
animales; y aún diré una maravilla mayor, y es que se tenían por
bienaventurados aquellos que, teniendo que pasar un río, nos podían llevar a
cuestas.
Y cuando
llegamos al mar y a nuestros bateles, entramos en ellos, y era tanta la lucha
que hicieron para meterse en ellos e ir a ver nuestras naves que nos quedamos
asombrados; llevamos de ellos cuantos pudimos en los bateles y fuimos a las
naves, pero vinieron nadando tantos, que nos tuvimos por locos al ver tanta
gente en las naves, que eran más de mil almas, todos desnudos y sin armas; se
maravillaron de nuestros aparejos e instrumentos, y de la grandeza de las
naves; y con éstos sucedieron cosas que dieron risa, y fue que acordamos
disparar algunas piezas de artillería, y cuando salió el estampido la mayor
parte de ellos se arrojó de miedo al agua, no de otro modo que como lo hacen
las ranas que están en las orillas, que viendo algo temeroso, se tiran en el
pantano, tal hizo aquella gente; y los que quedaron en las naves estaban tan
asustados que nos arrepentimos de haberlo hecho; también los tranquilizamos
diciéndoles que con aquellas armas matábamos a nuestros enemigos.
Y
habiendo holgado todo el día en las naves, les dijimos que se fuesen, porque
queríamos partir esa noche y así se separaron de nosotros con mucha amistad y
cariño y se fueron a tierra. Y en esta tierra y su gente conocí y vi tantas
costumbres suyas y modos de vivir, que no me preocupo de extenderme en ellas,
porque sabrá V. M. que en cada uno de mis viajes he apuntado las cosas más notables
y con todas he escrito un volumen en forma de geografía, y lo llamo "Las
cuatro jornadas", en cuya obra se encuentran las cosas en detalle, y aún
no lo he publicado porque necesito revisarlo. Esta tierra está pobladísima y
llena de gente, y de infinitos ríos; pocos animales son semejantes a los
nuestros, salvo los leones, panteras, ciervos, cerdos, cabras y gamos, y éstos
también tienen diferencia; no tienen caballos, ni mulas, ni, con perdón, asnos,
ni perros, ni clase alguna de ganado ovino ni vacuno; pero son tantos los otros
animales que tienen, aunque son salvajes y no se sirven de ellos, que no se
pueden contar. Qué diremos de otros pájaros, que son tantos y de tantas clases
y colores de plumaje que maravilla verlos.
La tierra
es muy amena y fructífera, llena de grandísimas selvas y bosques siempre
verdes, que nunca pierden las hojas. Las frutas son tantas que son innumerables
y completamente diferentes de las nuestras. Esta tierra está dentro de la zona
tórrida, cerca o debajo del paralelo que describe el trópico de Cáncer, donde
el polo de su horizonte se eleva 23 grados, al extremo del segundo clima.
Vinieron a vernos muchas gentes, y se maravillaban de nuestra figura y de
nuestra blancura, y nos preguntaron de dónde veníamos, y les dábamos a entender
que veníamos del cielo y que andábamos viendo el mundo, y lo creían.
En esta
tierra pusimos pila bautismal e infinita gente se bautizó; y en su lengua nos
llamaban carabi, que quiere decir varones de gran sabiduría. Partimos de este
puerto; la provincia se llama Lariab; y navegamos a lo largo de la costa
siempre a vista de la tierra, tanto que recorrimos de ella 870 leguas, siempre
hacia el maestral, haciendo en ella muchas escalas y tratando con mucha gente;
en muchos lugares rescatamos oro, pero no mucha cantidad, que ya hicimos mucho
con descubrir la tierra y saber que tenían oro.
Llevábamos
ya 13 meses de viaje y los navíos y los aparejos estaban muy maltrechos y los
hombres cansados; acordamos de común acuerdo, arrimar las naves a la orilla y
examinarlas para repararlas porque hacían mucha agua, y calafatearlas y
embrearlas de nuevo y tornarnos de vuelta a España, y cuando deliberábamos esto
estábamos en un puerto, el mejor del mundo, en el que entramos con nuestras
naves, encontrando mucha gente, que nos recibió con muestras de gran amistad;
hicimos en tierra un bastión con nuestros bateles, y con toneles y cubas y
nuestra artillería, que lo dominaba todo; y descargadas y aligeradas nuestras
naves, las llevamos a tierra, y les arreglamos todo aquello que era necesario;
y la gente de tierra nos prestó grandísima ayuda y continuamente nos proveía
con sus alimentos, que en este puerto poco gustamos de los nuestros, que nos
hicieron gran servicio, porque teníamos el mantenimiento para la vuelta poco y
pobre. Allí estuvimos 37 días, y fuimos muchas veces a sus poblaciones, donde
nos hacían grandes honores.
Y
queriéndonos partir para nuestro viaje, se nos quejaron de que en ciertas
épocas del año venían por la vía del mar a su tierra una gente muy cruel que
eran sus enemigos y con traiciones o por violencia mataban a muchos de ellos y
se los comían y capturaban a algunos, y los llevaban presos a sus casas o
tierra, y apenas se podían defender de ellos, haciéndonos señales de que eran
gentes isleñas y podían estar a 100 leguas mar adentro; y con tanta emoción nos
decían esto, que los creímos y prometimos vengarlos de tantas injurias; se
quedaron muy contentos con esto y muchos ofrecieron venirse con nosotros, pero
no quisimos por muchas razones, salvo siete que llevamos, a condición de que se
viniesen después en canoa, porque no nos quisimos obligar a volverlos a su
tierra, y estuvieron contentos, y así nos separamos de esa gente dejándolos muy
amigos nuestros.
Remediadas
nuestras naves, navegamos siete días por el mar por el viento entre greco y
levante, y al cabo de los siete días nos encontramos en las islas, que eran
muchas, algunas pobladas y otras desiertas, y surgimos en una de ellas donde
vimos mucha gente, que la llamaban Iti, y equipados nuestros bateles con gente
capaz y en cada uno tres tiros de bombarda, fuimos a tierra, donde encontramos
al pie de 400 hombres y muchas mujeres, y todos desnudos como los anteriores.
Eran de
buen cuerpo y parecían hombres belicosos, porque estaban armados con sus armas,
que son arcos, saetas y lanzas, y la mayor parte de ellos tenían unas tablas
cuadradas que se las colocaban de tal modo que no les impedía tirar del arco;
cuando estuvimos cerca de tierra con los bateles a un tiro de arco, todos
saltaron al agua a tirarnos saetas y a impedirnos que saltáramos a tierra.
Todos tenían su cuerpo pintado de diversos colores y emplumados con plumas, y
nos decían los lenguas que iban con nosotros, que cuando así se mostraban
pintados y emplumados, que daban señales de querer combatir.
Y tanto
perseveraron y nos impidieron desembarcar, que nos vimos forzados a hacer fuego
con nuestra artillería, y cuando oyeron el estampido y vieron caer muertos a
algunos de los suyos, se recogieron todos en tierra; por lo cual, después de
hacer consejo, acordamos saltar a tierra 42 de nosotros, y si nos esperasen
combatir con ellos; así cuando llegamos a tierra con nuestras armas, se
lanzaron sobre nosotros y combatimos cerca de una hora, llevándoles poca
ventaja, salvo que nuestros ballesteros y espingarderos mataban algunos, y
ellos hirieron algunos nuestros; y esto era porque no nos esperaban ni a tiro
de lanza ni de espada, y tanto ímpetu pusimos finalmente que estuvimos a tiro
de espada, y como probasen nuestras armas se pusieron en fuga por los montes y
los bosques y nos dejaron vencedores en el campo con muchos de los suyos
muertos y muchos heridos.
En este
día no intentamos seguirlos de otro modo, porque estábamos muy fatigados, y nos
volvimos a las naves con mucha alegría de aquellos siete hombres que vinieron
con nosotros, que no cabían en sí. Y llegado el otro día vimos venir por la
tierra gran número de gente, todavía en actitud de pelea, tocando cuernos y
otros varios instrumentos que ellos usan en la guerra, y todos pintados y
emplumados, que era cosa muy extraña de ver.
Por eso
todas las naves hicieron consejo y se decidió que ya que esa gente quería
enemistad con nosotros que fuésemos a vernos con ellos, y hacer cualquier cosa
por hacerlos amigos; en caso que no quisiesen nuestra amistad, que los
tratásemos como enemigos, y que cuantos pudiésemos tomar de ellos, todos fuesen
nuestros esclavos. Y armados como mejor pudimos, fuimos hacia tierra, y no nos
impidieron saltar a ella, creo que por miedo de las bombardas.
Saltamos
a tierra 57 hombres, en cuatro escuadras, cada capitán con su gente, y fuimos a
las manos con ellos, y después de una larga batalla, muertos muchos de ellos,
los pusimos en fuga, y los perseguimos hasta una población, habiendo apresado
cerca de 250 de ellos, e incendiamos la población; y nos volvimos victoriosos a
las naves con 250 prisioneros, dejándoles muchos muertos y heridos, y de los
nuestros no murió más que uno, y veintidós heridos, que todos sanaron, gracias
a Dios.
Ordenamos
nuestra partida, y los siete hombres de los que cinco estaban heridos, tomaron
una canoa de la isla, y con siete prisioneros que les dimos, cuatro mujeres y
tres hombres, se tornaron a su tierra, muy alegres, maravillándose de nuestras
fuerzas. Y nosotros también hicimos vela hacia España, con 222 prisioneros
esclavos. Llegamos al puerto de Cádiz a 15 días de octubre de 1498, donde
fuimos bien recibidos y vendimos nuestros esclavos. Esto es lo que me ocurrió
de más notable, en este mi primer viaje.
Brevísima relación de la
destrucción de las Indias. Del reino de Venezuela, Bartolomé de las Casas
En
el año de 1526, con engaños y persuasiones dañosas que se hicieron al rey nuestro
señor, como siempre se ha trabajado de le encubrir la verdad y perdiciones que
Dios y las ánimas y su estado recibían en aquellas Indias, dio y concedió un
gran reino, mucho mayor que toda España, que es el de Venezuela, con la
gobernación y jurisdicción total, a los mercaderes de Alemania, con cierta
capitulación y concierto o asiento que con ellos se hizo. Estos, entrados con
300 hombres o más en aquellas tierras, hallaron aquellas gentes mansísimas
ovejas, como y mucho más que los otros las suelen hallar en todas las partes de
las Indias antes que les hagan daño los españoles. Entraron en ellas, más
pienso sin comparación cruelmente que ninguno de los otros tiranos que hemos
dicho, y más irracional y furiosamente que crudelísimos tigres y que rabiosos
lobos y leones. Porque con mayor ansia y ceguedad rabiosa de avaricia, y más
exquisitas maneras e industria para haber y robar plata y oro que todos los de
antes, pospuesto todo temor a Dios y al rey y vergüenza de las gentes,
olvidados que eran hombres mortales, como más libertados, poseyendo toda la
jurisdicción de la tierra, tuvieron.
Han
asolado, destruido y despoblado estos demonios encranados más de cuatrocientas
leguas de tierras felicísimas, y en ellas grandes y admirables provincias,
valles de cuarenta leguas, regiones amenísimas, poblaciones muy grandes
riquísimas de gentes y oro. Han muerto y despedazado totalmente grandes y
diversas naciones, muchas lenguas, que no han dejado persona que las hable, si
no son algunos que se habrán metido en las cavernas y entrañas de la tierra,
huyendo de tan extraño y pestilencial cuchillo. Más han muerto y destruido y
echado a los infiernos de aquellas inocentes generaciones, por extrañas y
varias y nuevas maneras de cruel iniquidad e impiedad (a lo que creo) de cuatro
y cinco cuentos de ánimas; y hoy en este día no cesan actualmente de las echar.
De infinitas e inmensas injusticias, insultos y estragos que han hecho y hoy
hacen, quiero decir tres o cuatro no más, por los cuales se podrán juzgar lo
que, para efectuar las grandes destrucciones y despoblaciones que arriba
decimos, pueden haber hecho.
Prendieron
al señor supremo de toda aquella provincia sin causa alguna, más de por sacarle
oro dándole tormentos. Soltóse y huyó, y fuese a los montes y alborotóse, y
amedrentóse toda la gente por tierra, escondiéndose por los montes y breñas.
Hacen entradas los españoles contra ellos para irlos a buscar; hállanlos; hacen
crueles matanzas, y todos los que toman a vida véndenlos en públicas almonedas
por esclavos. En muchas provincias y en todas dondequiera que llegaban, antes
que prendiesen al universal señor, los salían a recibir con cantares y bailes,
y con muchos presentes de oro en gran cantidad. El pago que les daban, por
sembrar su temor en toda aquella tierra, hacianlos meter a espada y hacerlos
pedazos. Una vez, saliéndoles a recibir de la manera dicha, hace el capitán
alemán tirano meter en una gran casa de paja mucha cantidad de gente y hácelos
hacer pedazos. Y porque la casa tenía una vigas en lo alto, subiéronse en ellas
mucha gente huyendo de las sangrientas
manos de aquellos hombres o bestias sin piedad, y de sus espadas. Mandó
el infernal hombre prender fuego a la casa, donde todos los que quedaron fueron
quemados vivos. Despoblóse por esta causa gran número de pueblos, huyéndose
toda la gente por las montañas, donde pensaban salvarse.
Llegaron
a otra grande provincia, en los confines de la provincia y reino de Santa
Marta. Hallaron los indios en sus casas, en sus pueblos y haciendas, pacíficos
y ocupados. Estuvieron mucho tiempo con ellos comiéndoles sus haciendas, y los
indios sirviéndoles como si las vidas y salvación les hubieran de dar, y
sufriéndoles sus continuas opresiones e importunidades ordinarias, que son
intolerables, y que come más un tragón de un español en un día que bastaría un
mes en una casa donde haya diez personas de indios. Diéronles en este tiempo
mucha suma de oro de su propia voluntad, con otras innumerables buenas obras
que les hicieron. Al cabo que ya se quisieron los tiranos ir, acordaron de
pagarles las posadas por esta manera. Mandó el tirano alemán gobernador (y
también, a lo que creemos, hereje, porque no oía misa ni la dejaba de oir a
muchos, con otros indicios de luterano que se le conocieron) que prendiesen a
todos los indios con sus mujeres e hijos que pudieron, y métenlos en un corral
grande o cerca de palos que para ello se hizo. E hízoles saber que el que
quisiese salir y ser libre, que se había de rescatar de voluntad del inicuo
gobernador, dando tanto oro por sí y tanto por su mujer y por cada hijo. Y por
más los apretar, mandó que no les metiesen alguna comida hasta que le trajesen
el oro que les pedía por su rescate. Enviaron muchos a sus casas por oro y
rescatábanse según podían; soltábanlos e íbanse a sus labranzas y casa a hacer
su comida; enviaba el tirano ciertos ladrones salteadores españoles que
tornasen a prender los tristes indios rescatados una vez; traíanlos al corral,
dábanles el tormento de el hambre y sed hasta que otra vez se rescatasen. Hubo
de estos muchos que dos o tres veces fueron presos y rescatados; otros que no
podían ni tenían tanto, porque lo habían dado todo el oro que poseían, los dejó
en el corral perecer hasta que murieron de hambre.
De
esta acción dejó perdida y asolada y despoblada una provincia riquísima de
gente y oro, que tiene un valle de cuarenta leguas, y en ella quemó pueblo que
tenía mil casas.
Acordó
este tirano infernal de ir la tierra adentro, con codicia y ansia de descubrir
por aquella parte el infierno del Perú. Para este infeliz viaje llevó él y los
demás infinitos indios cargados con cargas de tres o cuatro arrobas, ensartados
en cadenas. Cansábase alguno o desmayaba de hambre y del trabajo y flaqueza.
Cortábanle luego la cabeza por la collera de la cadena, por no pararse a
desensartar los otros que iban en las colleras de más afuera, y caía la cabeza
de una parte y el cuerpo a otra, y repartían la carga de éste sobre las que
llevaban los otros.
Decir
las provincias que asoló, las ciudades y lugares que quemó, porque son todas
las casas de paja, las gentes que mató, las crueldades que en particulares
matanzas que hizo perpetró en este camino, no es cosa creíble, pero espantable
y verdadera. Fueron por allí después por aquellos caminos otros tiranos que
sucedieron de la misma Venezuela, y otros de la provincia de Santa Marta, con
la misma santa intención de descubrir aquella casa santa de oro del Perú, y
hallaron toda la tierra más de doscientas leguas tan quemada y despoblada y
desierta, siendo pobladísima y felicísima como es dicho, que ellos mismos,
aunque tiranos y crueles, se admiraron y espantaron de ver el rastro por donde
aquél había ido, de tan lamentable perdición.
Todas
estas cosas están probadas con muchos testigos por el fiscal del Consejo de las
Indias, y la probanza está en el mismo Consejo, y nunca quemaron vivos a
ninguno de aquéllos tan nefandos tiranos. Y no es nada lo que está probado con
los grandes estragos y males que aquéllos han hecho, porque todos los ministros
de la justicia que hasta hoy han tenido en las Indias, por su grande y
mortífera ceguedad, no se han ocupado en examinar los delitos y perdiciones y
matanzas que han hecho y hoy hacen los tiranos de las Indias, sino en cuanto
dicen que por haber fulano y fulano hecho crueldades a los indios. Ha perdido
el rey de sus rentas tantos mil castellanos; y para argüir esto, poca probanza
y harto general y confusa les basta. Y aún esto no saben averiguar, ni hacer,
ni encarecer como deben, porque si hiciesen lo que deben a Dios y al rey,
hallarían que los dichos tiranos alemanes más han robado al rey de tres
millones de castellanos de oro. Porque aquellas provincias de Venezuela, con
las que más han estragado, asolado y despoblado más de cuatrocientas leguas
(como dije), es la tierra más rica y más próspera de oro y era de población que
hay en el mundo. Y más renta le han estorbado y echado a perder que tuvieran
los reyes de España de aquel reino, de dos millones, en diez y seis años que ha
que los tiranos enemigos de Dios y del rey las comenzaron a destruir. Y estos
daños, de aquí a la fin del mundo no hay esperanza de ser recobrados, si no hiciese
Dios por milagro resucitar tantos cuentos de ánimas muertas. Estos son los
daños temporales del rey; sería bien considerar qué tales y qué tantos son los
daños, deshonras, blasfemias, infamias de Dios y de su Ley, y con qué se
recompensarán tan innumerables ánimas como están ardiendo en los infiernos por
la codicia e inhumanidad de aquellos tiranos animales o alemanes.
Con
sólo esto quiero su infelicidad y ferocidad concluir: que desde que en la
tierra entraron hasta hoy, conviene a saber, estos diez y seis años, han
enviado muchos navíos cargados y llenos de indios por la mar a vender a Santa
Marta y a la isla Española y Jamaica y la isla de San Juan por esclavos más de
un cuento de indios, y hoy es este día los envían, año de mil y quinientos y cuarenta
y dos, viendo y disimulando el Audiencia Real de la isla Española, antes
favoreciéndose como todas las otras tiranías y perdiciones (que se han hecho en
toda aquella costa de Tierra Firme, que son más de cuatrocientas leguas que han
estado y hoy están éstas de Venezuela y Santa Marta debajo de su jurisdicción)
que pudieran estorbar y remediar. Todos estos indios no ha habido más causa
para los hacer esclavos de sola la perversa, ciega y obstinada voluntad, por
cumplir con su insaciable codicia de dineros de aquellos avarísimos tiranos,
como todos los otros siempre en todas las Indias han hecho, tomando aquellos
corderos y ovejas de sus casas y a sus mujeres e hijos por las maneras crueles
y nefarias ya dichas, y echarles el hierro del rey para venderlos por
esclavos.
[1] Biografía de Maracaibo, Alfredo Tarre Murzi, pag 40
[2] Idem, pag 43
[3] Idem, pag 30
[4] Idem, pag 32.
[5] La irracionalidad del indio, Gonzalo Fernández de Oviedo.
[6] Antología documental de Venezuela, Santos Rodulfo Cortés, 1960, pag.
21-22
[7] Idem, pag. 25.
[8] Conquista Espiritual de Tierra Firme, Rafael Fernández Heres, ANH
1999, pag 113
[9] Idem, 113
[10] Carta de Jamaica, Simón Bolívar.
[11] Recuerdos y apuntes históricos de El Moján, José María Grazzini.
Paedica-Numen Marense 2007.
[12] Las venas abiertas de América Latina, Eduardo Galeano.
[13] Población indígena y economía, Nelly Velázquez, Ediciones ULA
[14] Población Indígena y Economía,
Velázquez, ULA
[15] Historia de Venezuela, H.N.M.
[16] Diccionario de Historia de Venezuela, Fundación Polar, 1997.
[17] Las venas abiertas de América Latina, Eduardo Galeano.
[18] Vida, Naturaleza y Ciencia, Detlev Ganten, Thomas Deichmann y Thilo
Spahl, 2005.
[19] La Luna del
Fausto, Francisco Herrera Luque. Alfaguara 2012, pag 165.
[20] Citado por Gustavo Pereira
[21] La encomienda en Venezuela, Eduardo Arcila Farías, FACES-UCV, 1966,
pag 27.
[22] “El cacique Nigale y la ocupación europea de Maracaibo”, Yldefonso
Finol, Fondo Nigale, 2001
[23] Biografía de Maracaibo, pag. 51
[24] Idem, pag. 53
[25] Los orígenes
de Maracaibo, Nectario María, Junta Cultural de La Universidad del Zulia, 1960.
[26] Historia de Venezuela, Hermano Nectario María, pag, 57-58.
[27] Historias del paraíso, Gustavo Pereira, Primer Libro, pag. 61
[28] Brevísima relación de la destrucción de las Indias, Bartolomé de las
Casas.
[29] Historia de la conquista y población de la Provincia de Venezuela, José
Oviedo y Baños.
[30] Historia del Zulia, Tomo I, Juan Bessón, pag, 48
[31] La encomienda en Venezuela, Arcila Farías, pag 30
[32] Real Cédula de 1535 citada por Arcila Farías, pag. 29
[33] Elegía de varones, Juan de Castellanos
[34] Los orígenes de Maracaibo, Nectario María.
[35] El cacique
Nigale y la ocupación europea de Maracaibo, Yldefonso Finol.
[36] Historia del
Zulia, Juan Bessón, pag. 54
[37] Idem.
[38] El cacique
Nigale y la ocupación europea de Maracaibo, Yldefonso Finol. 2001.
[39] Biografía de
Maracaibo, Tarre Murzi, pag. 54.55
[40] El régimen
de la encomienda en Venezuela, Eduardo Arcila Farías. 1966. FACES-UCV.
[41] Idem, pag 130-131.
[42] Los aborígenes del occidente de Venezuela, Alfredo Jahn, Monte Ávila
1973.
[43] Origen de los
nombres de los estados y municipios de Venezuela, Adolfo Salazar-Quijada, UCV,
1994.
[44] Idem, pag 403
[45] H.N.M. pag. 409.
[46] Idem 411
[47] Idem 411-412
[48] Idem 409
[49] Idem, pag. 411
[50] El cacique Nigale y la ocupación europea de Maracaibo, Yldefonso
Finol, 2001.
[51] Esteban y Jorge Mosonyi, Manual de Lenguas Indígenas de Venezuela,
Tomo I, 2001.
[52] Los orígenes del hombre americano, Paul Rivet, edición de 1976, pag.
11
[53] Biografía de Maracaibo, Alfredo Tarre Murzi, 1986, pag. 29
[54] Tarre Murzi, pag. 37
[55] En busca de los
pobres de Jesucristo, Gustavo Gutiérrez, 1993.
[56] Biografía de Maracaibo, Alfredo Tarre Murzi, pag. 47-48
[57] Bases para el simposio sobre el fundador y fecha de fundación de
Maracaibo, Centro Histórico del Zulia, Agosto de 1965.
[58] Centro de Historia del Zulia, 1965.
[59] Idem, pag 201-203
[60] Siluetas
Ilustres del Zulia, Tomo II, 1965, ALEZ, pag. 60
[61] Centro de
Historia del Zulia, pag. 1
[62] Idem
[63] Por los
vericuetos de la historia, Medina Chirinos, 1925.
[64] Centro de
Historia del Zulia, 1965.
[65] Idem, pag 5
[66] Idem, pag. 9
[67] Idem, pag. 10
[68] Idem, pag.11
[69] Idem, pag. 11
[70] Idem, pag. 19
[71] Idem, pag. 25
[72] Idem, pag. 21
[73] Idem, pag. 55
[74] Idem, pag. 56
[75] Idem, pag. 59
[76] Idem, pag. 61
[77] Idem, pag. 63
[78] Idem, pag. 64
[79] Idem, pag. 65
[80] Idem, pag.65
[81] Idem, pag.67
[82] Idem, pag. 72
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