LA
BATALLA DE PICHINCHA: DOS SIGLOS DESPUÉS
La
espiral bolivariana entre los laberintos del parto independentista
Yldefonso
Finol
“No es que los hombres hacen los pueblos, sino que los
pueblos, en su hora de génesis, suelen ponerse, vibrantes y triunfantes, en un
hombre.” José Martí
I
Definiciones
fundamentales
La Campaña del Sur -esa que el mismo Libertador
resumió tan gráficamente en la frase: “redondear Colombia”-, fue una compleja
operación político-militar de múltiples movimientos tácticos y estratégicos,
que tenía como propósito principal completar la derrota del ejército realista
que sostenía el régimen colonial en el suroeste de la Nueva Granada y el
departamento de Quito, países que formaban, junto a Venezuela y por iniciativa
de la Presidencia de ésta, desde el 17 de diciembre de 1819, la República de
Colombia.
Estaban imbricados en esta Campaña del Sur, ciertos
asuntos muy complicados, de cuya resolución dependían los derroteros que tomase
el devenir de la guerra y de la configuración socioeconómica y
político-territorial de nuestras naciones:
-
La
cuestión de Guayaquil: tenía que quedar tajantemente definido a qué república
se incorporaba la ciudad-puerto. La elite peruana la apetecía y Colombia la
reclamaba como parte de la Nueva Granada y de la audiencia de Quito en su
momento. Bolívar en esto no tenía la más mínima duda, y sus cavilaciones y
decisiones durante la Campaña siempre tuvieron en el tablero esta cuestión como
prioritaria. Guayaquil era el sur del sur de Colombia.
-
La
aclaración del modelo de régimen a establecer en las naciones liberadas con el
héroe argentino José de San Martín: o monarquías o repúblicas. El Libertador
tenía muy claro que debían ser gobiernos republicanos y democráticos, en los
términos que se entendía el concepto por entonces. Nunca monarquías, a pesar
que luego sus detractores lo acusaron falsamente de querer coronarse, cosa que
él repudió en todo momento.
-
El
problema peruano en sí, que, pese a los esfuerzos y logros militares alcanzados
por San Martín en Lima, continuaba siendo el asiento de una significativa
fuerza realista que, si no era liquidada en un lapso perentorio, representaba
un peligro latente contra la estabilidad de la Independencia en la región, peor
si se sumaban las diatribas internas de aquel país que se mostraba ingobernable;
por lo que no le era posible al Libertador permanecer indiferente, ya que después
de su triunfo en Bomboná, el de Sucre en Pichincha y de una victoria poco
mencionada que obtuvo Bolívar contra los realistas pastusos en la Batalla de Ibarra
el 17 de julio de 1823, más la Batalla Naval de Maracaibo ganada por la armada
republicana una semana después, Perú era “el único campo de batalla que quedaba
en América”.
-
Estaba
latente otro debate, entre la visión unionista e integradora del Libertador (Equilibrio
del Universo) que buscaba hacernos fuertes frente a potencias extranjeras, y la
visión conservadora que privilegiaba los intereses localistas de las elites,
que a la larga se impuso haciendo gran daño a la soberanía y el desarrollo de
nuestras naciones.
A su vez, cada uno de estos problemas macros,
presentaban complejidades internas que debían ser entendidas (y atendidas) para
abordar la totalidad:
-
Guayaquil
a su vez presentaba divisiones internas que, aunque la llegada de Sucre disipó
en lo militar, era una incógnita a resolver, y pronto. Bolívar así lo manejó.
Tres tendencias se movían con más o menos ruido o en las sombras, según fuera
el caso, sobre la ubicación de Guayaquil en los mapas que la guerra iba
dibujando: ser un país independiente, incorporarse al Perú, o ser parte, como
era de lógica histórica y legal, de la Colombia creada en Angostura. No
ignoremos que estos problemas de división territorial sobrevinieron en las
nacientes repúblicas por la herencia colonial. Guayaquil, particularmente,
había sido usada por España como bisagra de una región ultramarina intrincada,
lejana y rica, que a capricho adosaban al Perú o a la Nueva Granada, de manera
que su centro de gravedad política, su “identidad” de pertenencia regional,
anduvo como pelota de pingpong saltando un poquito arriba y abajo de la línea
ecuatorial.
-
Perú,
ahora sin el Protector, sería un maremágnum difícil de asumir para unos recién
llegados, necesitados con urgencia por la elite criolla para que hicieran la
guerra que ellos no eran capaces de librar, pero una vez concluida ésta, las
contradicciones insalvables entre la oligarquía esclavista y feudal,
mercantilista y usurera, y el pueblo hecho ejército conducido por prestigiados
jefes revolucionarios, estallarían como granada fragmentaria en la anquilosada
sociedad limeña. A estas consideraciones sociales y políticas había que añadir
las apetencias territoriales de esa elite ociosa, primero con el despecho nunca
superado de poseer el Alto Perú (que no es ni quiere ser “Perú), y la ambición
expansionista sobre Guayaquil y el resto de Ecuador.
-
Las
formas políticas, unas más de fondo, otras apenas cálculos “geométricos”
mezquinos (econométricos diría un economista), todas chocantes para un líder
que veía la anchura del continente y la profundidad de los retos históricos
planteados, que si monarquía o repúblicas, que si centralismo o federalismos
(de hecho había tantas modalidades de federalismos como caudillos avaros), que
si militarismo o civilismo; todos esos enredos irritaban el espíritu de los
héroes que estaban entregados a las luchas concretas, como la guerra y el
diseño de una sociedad que debía ser unidad en la diversidad y ¿continuidad en
la discontinuidad?; ruptura radical con el régimen colonial, sin experiencias
previas de auto-gobernanza, pero con la claridad (“inventamos o erramos”) de
ser originales (“nuestro códigos no son los de Washington”).
II
Determinación
irreductible
Digan lo que digan los antibolivarianos, sin Venezuela
no habría triunfado la causa independentista. Es Bolívar quien concibe en su
mente las estrategias correctas. Son sus generales quienes van ejecutándolas
según sus instrucciones precisas. Es el Ejército Libertador, que él construyó
sorteando toda clase de limitaciones y realizando un esfuerzo titánico por la
unidad, la fuerza medular de todas las victorias.
El plan bolivariano de adelantar a Sucre, y antes
enviar a Mires con pertrechos para apoyar la Guayaquil emancipada de España,
fracturando el propio Libertador la muralla realista de los pastusos en
Bomboná, hizo posible el triunfo en la Batalla de Pichincha apenas once meses
después de la Batalla de Carabobo.
¿Cuántas situaciones heroicas debieron ocurrir para
llegar a este episodio fundamental de nuestra épica libertaria?
“Cavilar noche y día, soñando y pensando sin cesar”,
declaraba Bolívar sobre su dedicación cotidiana a concebir y planificar las
acciones a emprender en cada momento crucial de la gesta emancipadora.
Sucre dirige exitosamente la Batalla de Pichincha a la
edad de 27 años, estaba en las armas patriotas desde los quince, cuando fue
aceptado como subteniente de Infantería por la Junta de Cumaná. Ganó esa
batalla a más de 3000 metros de altura, ese joven que nació un 3 de febrero de
1795 a 15 metros sobre el nivel del Mar Caribe en el extremo oriental de
Venezuela.
Sucre fue electo por la Provincia de Cumaná como
Diputado al Congreso de Cúcuta, pero no se incorporó a las sesiones porque El
Libertador Presidente tenía otros planes para él: su norte sería el Sur.
En enero de 1821 en Bogotá, Bolívar le planteó la que
sería su misión más trascendental para los pueblos de este continente. Le
confirió el mando del Ejército de Popayán, para intentar ir sobre Pasto y –siguiendo
por Ibarra- libertar a Quito, o, en caso de no hacerse viable esta opción,
viajar por mar hasta Guayaquil, territorio declarado libre del dominio español
desde octubre de 1820.
Este “detalle” desmonta las versiones un tanto
superficiales que nos hablan de un Bolívar que sale de Carabobo como
improvisado triunfalista a emprender la Campaña del Sur. Nada más equivocado.
No conocen al estratega experto en la prognosis geopolítica. Debe comprenderse
claramente este acontecimiento, de lo contrario no se entenderá la doctrina
militar bolivariana, ni la importancia que el análisis situacional de los
escenarios posibles tenía en la estrategia final de la guerra concebida por
Simón Bolívar.
Él se desprende de uno de sus oficiales más
destacados, del cual ya ha emitido elevados juicios valorativos, como cuando
dijo en 1820 a O’Leary: “Es uno de los mejores oficiales del ejército”. Se trataba nada menos que del negociador de
los Tratados de Regularización de la Guerra y de Armisticio acordados por
Bolívar y Morillo en noviembre de aquel mismo año. Es decir, en enero de 1821
cuando en Bogotá hablan El Libertador y Antonio José de Sucre del plan sureño,
estaban en fresca y plena vigencia estos instrumentos emblemáticos del derecho
internacional humanitario inaugurado por la visión bolivariana de la nueva
sociedad.
Ni se preveía la abrupta ruptura de la tregua que
provocaría el Pronunciamiento de la Provincia de Maracaibo el 28 de enero
emancipándose del coloniaje hispano y proclamando su adhesión a la República
con énfasis en el carácter democrático y unitario de la misma (Venezuela tiene
pendiente la deuda de incluir una novena estrella en la Bandera Nacional, como
se previó en nuestra primera Carta Magna, representativa del terruño de Rafael
Urdaneta). En este contexto es que se desatan los acontecimientos que llevan a
Carabobo. Podríamos decir, en simultáneo.
Pero mucho antes la idea estaba en estado etéreo y
quedó plasmada en letras sobre pergaminos sublimes: Angostura, 17 de diciembre
de 1819. Ley Fundamental de Colombia. Art. 5° La República de Colombia se
dividirá en tres grandes departamentos, Venezuela, Quito y Cundinamarca, que
comprenderá las provincias de la Nueva Granada, cuyo nombre queda desde hoy
suprimido. Las capitales de estos departamentos serán las ciudades de Caracas,
Quito y Bogotá, quitada la adición de Santa Fe.” (Interesante significado
trasmite esta reivindicación de la nomenclatura originaria sin aditivos
colonialistas)
Nada fue improvisado ni resultado de aciertos
fortuitos. No hubo ruletas ni monedas al aire: cara o cruz, para decidir la
empresa: “empresas destinadas a dar a la revolución lineamientos continentales”,
dice Liévano. La Campaña del Sur estuvo siempre implícita en las proclamas,
manifiestos y actos legislativos firmados o aupados por Bolívar. La liberación
de Quito (que fue una Campaña en sí misma), fue pregonada con bastante
anticipación, como el arribo de las armas libertadoras a Lima y el Potosí.
Guayaquil tuvo su rebelión endógena como Maracaibo,
tres meses antes que la “Tinaja del Sol”, activada durante la noche del 8 de octubre
de 1820. La dirigencia social guayaquileña adoptó el proyecto independentista y
la ciudadanía más comprometida asumió salir a enfrentar el poder realista
acantonado en la plaza. Casualmente (y siempre causalmente) estaban en la
movida anticolonial tres patriotas venezolanos, a saber, Luís Urdaneta, de
Maracaibo precisamente, León Febres Cordero, de los Puertos de Altagracia, por
tanto también maracaibero, y Miguel de Letamendi, nacido en la isla de Trinidad
cuando ésta pertenecía a la Capitanía General de Venezuela. Los tres jugaron un
papel determinante por su formación militar profesional en el célebre Batallón
Numancia. Sus firmas figuran en la declaración de independencia guayaquileña y
son considerados próceres en la historia local de esa provincia.
En ese territorio liberado debía instalarse Sucre.
Sigámosle la pista con Pérez Vila: “El 17 de enero, Sucre estaba ya en Neiva, y
el 24 en Popayán, de donde pasó a Mercaderes y al Trapiche, para regresar luego
a Popayán. A comienzos de abril se embarcó con 300 hombres a bordo del buque
Ana, en la bahía de Buenaventura; un mes después estaba en Guayaquil. Allí, de
acuerdo con la Junta que presidía José Joaquín de Olmedo, preparó la ofensiva,
y avanzó hacia Quito. Triunfador en Yaguachi el 15 de agosto, resultó vencido
en los campos de Huachi, cerca de Ambato, el 12 de septiembre, y hubo de
retroceder. Esta fue, en verdad, la única derrota que como General en Jefe del
Ejército sufrió Sucre, quien recibió fuertes contusiones en la acción. Pero su
temple pareció acerarse aún más en la adversidad. Apelando a sus dotes de
diplomático, logró contener por un tiempo a los realistas triunfantes, y salvó
a Guayaquil. Estamos ya en 1822. Sucre ha reorganizado al Ejército,
aumentándolo con los refuerzos recibidos de la Gran Colombia y del Perú: estos
últimos los mandaba el Coronel, luego General, Andrés de Santa Cruz. El General
cumanés reemprendió la ofensiva, mientras Bolívar acometía a Pasto desde el
Norte. Las fuerzas unidas, al mando de Sucre, pasaron por Cuenca y Alausi, rechazaron
en Ríobamba el 21 de abril a la caballería realista y avanzaron por Ambato,
Latacunga y Chillogallo hasta situarse al norte de Quito donde se dio, el 24 de
mayo de 1822, la batalla de Pichincha, con la cual Sucre decidió la libertad
del Ecuador. La campaña había sido un verdadero modelo de estrategia y de
táctica. El Libertador, entusiasmado y justo, ascendió a Sucre, el 18 de junio
de ese año, a General de División.”
Sostenemos con suficientes razones, argumentos y
documentación, la valoración histórica de la Batalla de Pichincha como fruto de
la estrategia de Simón Bolívar en su concepción de la lucha emancipadora para
todo el continente, pues consideraba efímeros los triunfos parciales que se
pretendían autosuficientes, cuando el enemigo era un imperio con presencia
hegemónica de tres siglos y con capacidades bélicas que no debían subestimarse
en ningún momento del proceso independentista.
Dicha concepción quedó palmariamente plasmada en la
Proclama a la división de Urdaneta, antes de salir a retomar Bogotá y
reunificar Cundinamarca: “Para nosotros, la patria es América; nuestros
enemigos, los españoles; nuestra enseña, la independencia y libertad”. Esto es
Doctrina Bolivariana vigente contra todos los imperialismos, que continuaron
(el primero) Rafael Urdaneta, Manuela Sáenz, Flora Tristán, Abreu de Lima,
Morazán, Ezequiel Zamora, José Martí, Augusto César Sandino, Eloy Alfaro, entre
otros.
El Libertador no se embriagaba con victorias que para
él eran sólo parciales, cuando otros las creían definitivas: “Desde el primer
momento, la preocupación fundamental de Bolívar fue crear en el ánimo de los
santafereños y de los granadinos todos la conciencia de que el triunfo de
Boyacá no significaba el fin de la guerra, sino un primer y feliz paso para alcanzar
la victoria final, que debía ganarse en el propio corazón de la provincia de
Caracas, ocupada todavía por las tropas de Morillo. Por eso, nunca llegó en su
entusiasmo hasta atribuir públicamente a esta acción el carácter decisivo que
ella tenía para el conde de Cartagena, por ejemplo, quien al enterarse de la
derrota de Barreiro y la toma de Santa Fe, escribió al gobierno de Madrid: El
sedicioso Bolívar ha ocupado a Santa Fe y el fatal éxito de esta batalla ha
puesto a su disposición todo el reino y los inmensos recursos de un país muy
poblado, rico y abundante, de donde sacará cuanto necesite para continuar la
guerra en estas provincias, pues los insurgentes, y menos este caudillo, no se
detienen en fórmulas ni consideraciones. Esta desgraciada acción entrega a los
rebeldes, además del Nuevo Reino de Granada, muchos puertos en el mar del Sur,
donde se acogerán sus piratas; Popayán, Quito, Pasto y todo el interior de este
continente hasta el Perú quedan a la merced del que domina a Santa Fe, a quien,
al mismo tiempo, se abren las casas de moneda, arsenales, fábricas de armas,
talleres y cuanto poseía el rey nuestro señor en el virreinato. Bolívar en un
solo día acaba con el fruto de cinco años de campaña, y en una sola batalla
reconquista lo que las tropas del rey ganaron en muchos combates.” (Liévano
Aguirre)
Esto decía el consagrado jefe militar español Pablo
Morillo, mismo que afirmó sobre Bolívar: “Él es la revolución”. Agudo observador
el Conde de Cartagena.
III
El laberinto
de las contradicciones
Ciertamente, acertó en las dos conclusiones, de las que
el naciente imperialismo estadounidense tomó nota muy en serio: se afanaron en
controlar Bogotá con sus agentes de inteligencia e infiltrados como Santander (cosa
que lograron hasta el día de hoy), para desde allí pretender dominar toda
Suramérica (panamericanismo pro-imperialista, terrorismo de Estado, narco-paramilitarismo,
bases militares); y se dedicaron, al más alto nivel del gobierno en Washington,
a espiar y destruir el Proyecto Bolivariano, persiguiendo al Libertador,
dividiendo el movimiento independentista y hasta aplicando técnicas terroristas
como el magnicidio, frustrado por suerte en septiembre de 1828, pero consumado
en junio de 1830 contra el héroe de Pichincha y Mariscal de Ayacucho Antonio
José de Sucre, a quien Bolívar perfilaba como su sucesor.
No es nada casual que la Doctrina Monroe haya sido
expuesta en diciembre de 1823; ella fue la reacción del naciente imperialismo
anglosajón en Norteamérica, ante las sucesivas victorias bolivarianas de
Boyacá, Carabobo, Bomboná, Pichincha, Ibarra, que “redondearon a Colombia” como
núcleo duro de la unidad (confederación) que Bolívar se proponía construir
entre nuestros pueblos una vez liberados del colonialismo español.
Desde 1821, tras la victoria de Carabobo, Bolívar
promueve una serie de tratados bilaterales con las principales repúblicas de
Hispanoamérica, con la idea fuerte “de entrar en un pacto de unión, liga y
confederación perpetua”.
Los enemigos internos y externos de Bolívar, lo eran
esencialmente por oponerse a su doctrina del bien común por sobre el
individualismo capitalista. Manuel Vicente Magallanes sintetiza su pensamiento
como “demócrata formado en las ideas
liberales. Su filosofía política estaba fundada en los principios de libertad
individual, soberanía popular e igualdad social”; era, según este autor, un “revolucionario
idealista y estadista ejemplar”.
Dice Magallanes que El Libertador tuvo “un concepto
lato de la revolución. Para él ésta comprendía la emancipación, como idea pura
mente política: la autonomía. Pero a la vez abarcaba la independencia
económica, social, jurídica, histórica y hasta espiritual de los pueblos de
América. En este sentido buscaba, a la vez que la separación de España, el
cambio de las estructuras económicas; la igualdad sin esclavitud, sin privilegios
ni estamentos; la creación de un derecho americano; la paz y armonía universales;
el triunfo de la moral.” (Historia Política de Venezuela, Tomo 1)
Acosta Saignes nos habla de la creación colectiva que
fue la Revolución de Independencia, definiéndola como un “inmenso proceso
político en cuyo fondo estaban las fuerzas productivas, cuyo dominio se
convirtió en objetivo de lucha entre los colonialistas españoles y los criollos
propietarios de tierra y esclavos y de capitales mercantiles. Tal rivalidad se
desenvolvió en medio de factores internacionales, constituidos por oposiciones
entre las grandes potencias europeas, en escala mundial, y por sus rivalidades
seculares en el Caribe…”
Sin embargo, califica al Libertador como el líder que
fue capaz de sortear las diferencias de criterios que provocaron a veces confrontaciones internas álgidas en el
bando patriota, por la miopía política de algunos caudillos que no
comprendieron ni la concepción de la guerra total hasta expulsar al ejército
colonialista, ni mucho menos el modelo de sociedad de tendencia igualitaria
propuesta por el Libertador. “Bolívar fue un extraordinario ser humano, de
inagotable energía y capacidades increíbles, al servicio de una causa
históricamente progresiva. Vivió los ideales de su clase, impulsó algunos y
entró en contradicción con otros, como cuando se convirtió en el gran líder de
la libertad de los esclavos, decretada por él en Carúpano y en Ocumare, y
pedida a los congresos constituyentes, desde Angostura en 1819, hasta Bolivia
en 1826, sin éxito”. (Acosta Saignes. Acción y utopía del hombre de las dificultades)
El Libertador tenía una lucha ideológica gigantesca,
porque sabía que la revolución social y la independencia económica no emergían
espontáneamente de la independencia política, ella era apenas el piso sobre el
que debía levantarse un mundo nuevo en el “Nuevo Mundo”. Así lo expresa en
Bogotá al Congreso Constituyente el 20 de enero de 1830: “La Independencia es
el único bien que hemos adquirido a costa de los demás. Pero ella nos abre la
puerta para reconquistarlos…con todo el esplendor de la gloria y de la
libertad”.
El maestro Simón Rodríguez lo advertía ese mismo año:
“La América Española pedía dos revoluciones a un tiempo: la Pública (o
Política) y la Económica. Las dificultades que presentaba la primera eran
grandes: el general Bolívar las ha vencido, ha enseñado o excitado a otros a
vencerlas. Los obstáculos que oponen las preocupaciones a lo segundo, son enormes”.
Esas ideas poderosas por la emancipación humanista de
aquella sociedad trescientos años oprimida, eran la mayor mortificación del hipócrita
enemigo que se erigía como gendarme y saqueador sustituto del Imperio Español: “Durante
algún tiempo han fermentado en la imaginación de muchos estadistas teóricos los
propósitos flotantes e indigestos de esa Gran Confederación Americana”, decían
en instrucciones del 27 de mayo de 1823 al enviado de Estados Unidos en Bogotá.
Tres días después de la Batalla de Pichincha.
Pánico le tenían a la abolición de la esclavitud, una
de las banderas de la igualdad social que integra como eje transversal la
Doctrina Bolivariana. Una revolución que incluyera con derechos a los
afrodescendientes, era lo más odiado y temido por los esclavistas del mundo, y
todos supieron tempranamente, que Bolívar iba de frente contra esta afrenta a
la dignidad humana.
Le temían a estas “locas e indigestas” ideas:
“Legisladores, la infracción de todas las leyes es la esclavitud. La ley que la
conservara sería la más sacrílega. ¿Qué derecho se alegaría para su
conservación? Mírese este delito por todos los aspectos, y no me persuado que
haya un solo boliviano tan depravado, que pretenda legitimar la más insigne
violación de la dignidad humana, ¡Un hombre poseído por otro! ¡Un hombre
propiedad!”.
Hacia las entrañas del movimiento independentista,
vibraban esas contradicciones que hicieron entrar la espiral bolivariana
desatada en Pichincha para todo el continente, en un laberinto de pasadizos
nebulosos, donde la puja por el poder comenzó a deshacer las hechuras más
preciosas de la gesta.
La visión constitucional de San Martín tenía matices
irreconciliables con la Doctrina Bolivariana: “Creo que es necesario que las
constituciones que se den a los pueblos estén en armonía con su grado de
instrucción, educación, hábitos y género de vida, y que no se les deben dar las
mejores leyes, pero sí las más apropiadas a su carácter, manteniendo las
barreras que separan las diferentes clases de la sociedad, para conservar la
preponderancia de la clase instruida y que tiene que perder”.
“La voz de la revolución política de esta parte del
Nuevo Mundo y el empeño de las armas que la promueven, no han sido ni pueden
ser contra vuestros verdaderos privilegios”, proclamaba al patriciado de Lima,
un San Martín que buscaba unir la elite criolla con la española para coronar
príncipes europeos en nuestros países.
Y mientras Bolívar y Sucre con sus leales compañeros vencían
a los ejércitos realistas y fundaban repúblicas con raíces justas e
igualitarias en el Ande profundo, Santander en Bogotá y Páez en Venezuela, Luna
Pizarro y La Mar en Perú, cooptados por los agentes estadounidenses y convertidos
en verdaderos títeres pitiyanquis, deshacían el sueño de libertad más benigno
que alguna vez esperanzaron a Nuestra América Abya Yala.
El Vencedor de Pichincha, Antonio José de Sucre,
hombre de virtudes infinitas, sirvió desde muy jovencito a las órdenes de los
caudillos orientales, primero con Santiago Mariño y luego con José Francisco Bermúdez; con éste
último estaba en Cartagena cuando junto a Manuel Castillo, le negaron el apoyo
a Bolívar (Castillo y Bermúdez) para la campaña que quería ejecutar sobre Santa Marta y Maracaibo
para liberar Venezuela en 1815. Fue cuando El Libertador, para evitar una
confrontación entre patriotas, se exilió a Jamaica. Luego, cuando Mariño
intentó aquella patraña del “Congresillo de Cariaco” para desconocer la
autoridad de Bolívar y autoerigirse en Jefe Supremo, Sucre fue convencido por
Rafael Urdaneta de no seguir esa jugarreta divisionista. Es Urdaneta quien trae
a Sucre al partido bolivariano. Y Bolívar lo valoró tanto, que lo quiso como a
un hijo, le escribió una breve pero solemne biografía, y lo consideró la persona
ideal para sucederle.
Muchas aguas corrieron por el Orinoco, el Magdalena y
el Napo, desde aquellos primeros gritos de libertad el 10 de agosto de 1809 en
Quito, el 19 de abril de 1810 en Caracas y el 20 de julio ese mismo año en
Bogotá, para llegar a la falda oriental del Pichincha el 24 de mayo de 1822 la
victoria esplendorosa del Ejército Libertador comandado por el invencible
Antonio José de Sucre.
¡Viva el Bicentenario de la Batalla de Pichincha!
¡Viva el bolivarianismo!
Yldefonso
Finol
Anexo
1
PARTE DE LA BATALLA DE PICHINCHA, DIRIGIDO POR EL
GENERAL SUCRE AL MINISTRO DE LA GUERRA Y MARINA DEL GOBIERNO, EN BOGOTA
Quito el 28 de mayo de 1822
Señor Ministro:
Después de la pequeña victoria de nuestros Granaderos
y Dragones sobre toda la caballería enemiga en Riobamba, ninguna cosa había
ocurrido particular. Los cuerpos de la División se movieron el 28 [de abril], y
llegaron a Tacunga el día 2. Los españoles estaban situados en el pueblo de
Machachi, y cubrían los inaccesibles pasos de Jalupana y la Viudita. Fue
necesario excusarlos haciendo una marcha sobre su flanco izquierdo, y
moviéndonos el 13 llegamos el 17 a los valles de Chillo (cuatro leguas de la
capital), habiendo dormido y pasado los helados del Cotopaxi. El enemigo pudo
penetrar nuestra operación, y ocupó a Quito el mismo 16 en la noche.
La Colina de Puengasi que divide el valle de Chillo de
esta ciudad, es de un difícil acceso; pero pudimos burlar los puntos del
enemigo y pasarla el 20. El 21 bajamos al llano de Turubamba (que es el ejido
de la capital), y presentamos una batalla, que creíamos aceptarían los
españoles por la ventaja del terreno en su favor; pero ellos ocupaban
posiciones impenetrables, y después de algunas maniobras fue preciso situar la
División en el pueblo de Chillogallo, una milla distante del enemigo. El 22 y
23 los provocamos nuevamente a un combate y desesperado de conseguirlo, resolví
marchar por la noche a colocarnos en el ejido del Norte de la ciudad, que es el
mejor terreno, y que nos ponía entre Quito y Pasto; adelantando, al efecto, al
señor Coronel Córdova con las dos Compañías del Batallón Magdalena. Un
escabroso camino nos retardó mucho la marcha; pero a las ocho de la mañana
llegamos a las alturas del Pichincha que dominan a Quito dejando muy atrás
nuestro parque cubierto con el batallón Albión. La compañía de Caza dores de
Paya fue destinada a reconocer las avenidas, mientras que las tropas re
posaban, y luego fue seguida por el Batallón de Trujillo (del Perú) dirigido
por el señor Coronel Santa Cruz, Comandante General de la División del Perú. A
las nueve y media dio la Compañía de Cazadores con toda la División española,
que marchaba por nuestra derecha hacia la posición que teníamos; y roto el
fuego, se sostuvo mientras conservó municiones; pero en oportunidad llegó el
Batallón Trujillo, y se comprometió el combate: muy inmediatamente las dos
Compañías de Yaguachi reforzaron este Batallón conducido por el señor Coronel
Morales, en persona. El resto de nuestra infantería a las órdenes del señor
General Mires, seguía el movimiento, excepto las dos Compañías del Magdalena,
con que el señor Coronel Córdova marchó a situarse por la espalda del enemigo;
pero encontrando obstáculos invencibles, tuvo que revolverse. El Batallón Paya
pudo estar formado cuando consumidos los cartuchos de estos dos cuerpos
tuvieron que retirarse, no obstante su brillante comportamiento. El enemigo se
adelantó por consiguiente, algún poco; y como el terreno apenas permitiese
entrar más de un Batallón al combate, se dio orden a Paya que marchase a
bayoneta, y lo ejecutó con un brío que hizo perder al enemigo en el acto, la
ventaja que había obtenido; y comprometido nuevamente el fuego, la maleza del
terreno permitió que los españoles aún se sostuviesen. El enemigo destacó tres
Compañías de Aragón a flanquearnos por la izquierda, y a favor de la espesura
del bosque conseguía estar ya sobre la cima, cuando llegaron las tres Compañías
de Albión (que se habían atrasado con el parque) y entrando con la bizarría que
siempre ha distinguido a este cuerpo, puso en completa derrota a los de Aragón.
Entre tanto el señor Coronel Córdova tuvo la orden de relevar a Paya, con las
dos compañías del Magdalena; y este Jefe, cuya intrepidez es muy conocida,
cargó con un denuedo admirable, y desordenado el enemigo y derrotado, la
victoria coronó a las doce del día a los soldados de la libertad. Reforzado
este Jefe con los Cazadores de Paya, con una Compañía de Yaguachi, y con las
tres de Albión, persiguió a los españoles entrándose hasta la capital y
obligando a sus restos a encerrarse en el fuerte del Panecillo. Aprovechando
este momento pensé ahorrar la sangre que nos costaría la toma del fuerte, y la
defensa que permitía aún la ciudad, e intimé verbalmente al General Aymerich
por medio del Edecán O'Leary, para que se rindiese; y en tanto me puse en
marcha con los cuerpos y me situé en los arrabales, destinando antes al señor
Coronel Ibarra (que había acompañado en el combate a la infantería) que fuese
con nuestra caballería a perseguir la del enemigo, que yo observaba se dirigía
hacia Pasto. El General Aymerich ofreció entregarse por una capitulación que
fue convenida y ratificada al siguiente día en los términos que verá Usted por
la adjunta copia que tengo el honor de someter a la aprobación de Su
Excelencia. Los resultados de la jornada de Pichincha, han sido la ocupación de
esta ciudad y sus fuertes el 25 por la tarde, la posesión y tranquilidad de
todo el Departamento, y la toma de 1.100 prisioneros de tropa, 160 oficiales,
14 piezas de artillería, 1.700 fusiles, fornituras, cornetas, banderas, cajas
de guerra, y cuantos elementos de guerra poseía el ejército español.
Cuatrocientos cadáveres enemigos y doscientos nuestros
han regado el campo de batalla: además tenemos 190 heridos de los españoles y
140 nuestros. De los primeros contamos al Teniente Molina, y al Subteniente
Mendoza, y entre los segundos a los Capitanes Cabal, Castro y Alzuro, Tenientes
Calderón y Ramírez, Subtenientes Borrero y Arango.
Los cuerpos, todos, han cumplido su deber: Jefes,
Oficiales y tropa se disputaban la gloria del triunfo. El Boletín que dará el
Estado Mayor recomendará a los Jefes subalternos que se hayan distinguido; y yo
me haré el deber de ponerlos en la consideración del Gobierno; en tanto, hago
una particular memoria de la conducta del Teniente Calderón, que habiendo
recibido consecutivamente cuatro heridas, jamás quiso retirarse del combate.
Probablemente morirá; pero el Gobierno de la República sabrá compensar a su
familia los servicios de este Oficial heroico.
La caballería española va dispersa, y perseguida por
el cuerpo del Comandante Cestari, que antes había yo interpuesto entre Quito y
Pasto. El 26 han salido comisionados de ambos Gobiernos para intimar la
rendición a Pasto, que creo será realizada por el Libertador; otros Oficiales
marchan para Esmeraldas y Barbacoas, de manera que en breve el reposo y la paz
serán los primeros bienes que gozarán estos países, después que la República
les ha dado independencia y libertad.
La División del Sur ha dedicado sus trofeos y sus
laureles al Libertador de Colombia.
Cuartel General en Quito, a 28 de mayo de 1822
A. J. DE SUCRE
Anexo 2
Cuando
Rafael Urdaneta trajo a Sucre al partido bolivariano
“En el pueblo de Santa Ana quedó Urdaneta cuando Mariño
emprendió su marcha. El llano de Barcelona era el teatro de operaciones de Monagas
con su cuerpo franco que se hallaba a la sazón en Santa Ana; pero encontrándose Urdaneta dispuesto a seguir los
movimientos de una guerrilla, se decidió a seguir detrás de Mariño acompañado
del Comandante Jugo, enfermo, y a quien Mariño había dejado una escolta de 10 o
12 hombres para que le cargasen en hamaca. Atravesaron a salir al pueblo de Urica,
ya en la provincia de Cumaná, y continuaron buscando la entrada al valle de
Cumanacoa, Llegaron a San Francisco y allí encontró Urdaneta una comunicación
del Coronel Antonio José Sucre, en que le decía que tenía orden del General
Mariño para ponerse a sus órdenes con las tropas que mandaba, si quería
encargarse de ellas y obrar en el sitio que se hacía a Cumaná. Estas tropas
eran el batallón que había traído Mariño consigo y otro batallón de indígenas
llamado el Batallón de Colombia. No sabía Urdaneta, cuándo ni por dónde podía
ir a Guayana a reunirse con el Libertador, pues que por todas partes necesitaba
escolta que lo llevase y no la tenía. Tomó, pues, el mando de la fuerza, juzgando
que lo mismo era servir a la Patria en un cuerpo que en otro, quedando Sucre de
Jefe de Estado Mayor. Allí permaneció algunos días hasta que formado en
Cariaco un nuevo Gobierno, en que se desconocía la autoridad del Libertador, se
declaraba a Mariño Jefe Supremo y se convocaba un Congreso; habiéndole prestado
obediencia el Almirante Brión con su escuadra, vino a Cumanacoa el Comandante
Antonio Alcalá con pliegos de Mariño a exigirle a Urdaneta su reconocimiento;
pero éste se negó a ello, protestando no reconocer otra autoridad que la del
Libertador que aceptaban los pueblos y el ejército. El Comisionado llevaba
órdenes secretas de Mariño para entenderse con los jefes de los cuerpos, y en
fuerza de ellas desertó esa noche todo el batallón de Güiria con dirección a
Cariaco: el otro estaba mandado por el Comandante Jerónimo Sucre y por el Mayor
Francisco Portero, y siendo éstos, así como el Coronel A. J. de Sucre, hombres
de razón, entró Urdaneta en conferencia con ellos y les manifestó lo indebido de
aquel proceder y las nuevas dificultades que traería al país una revolución que
no era otra cosa, cuando el objeto de todos debía ser el de unirse para
destruir a los españoles. Convenidos todos en no reconocer el nuevo gobierno,
decidieron también irse en busca del Libertador, diciéndoselo así al
comisionado; pero como en ese momento pasaba el Coronel Salcedo por
Cariaco, con pliegos del Libertador para el Almirante, llamándolo al Orinoco
para bloquear los puertos de Guayana, resolvieron aguardar el resultado que
produjesen estas órdenes. Brión, que tenía un fondo de honradez y estimaba al
Libertador personalmente, volvió sobre sus pasos y se resolvió a ir al Orinoco.
No así Marino, que continuó en su Jefatura Suprema, convocando miembros para
reunir un Congreso. Vuelto, pues, Salcedo a Cumanacoa, é instruido Urdaneta de
la resolución de Brión, decidió su marcha con los oficiales que quisieron
acompañarle, y como un medio de contener la revolución de Cariaco quiso
llevarse el batallón de indígenas; pero se tocó el inconveniente de que siendo
todos de aquel valle, desertarían y era mejor no empeñarlos en cometer un
crimen. Abandonáronlo, pero todos los oficiales siguieron con Urdaneta a
Maturín y de allí a Guayana.
Sabedor Mariño de la resolución de Urdaneta por su
comisionado Alcalá, resolvió venir a detenerlo y persuadirlo a que se quedará
con él; y por el camino de
Caripe, se dirigió hacia Guanaguana, escoltado por un escuadrón al mando del
Comandante León Prado. Desde el pueblo de Guanaguana se observaba el camino
que traía Mariño y se vela descenderla tropa de caballería; los oficiales que
acompañaban a Urdaneta temieron que llegasen en persecución de todos ellos;
pero Urdaneta les indicó que podían seguir para Maturín y que él se quedaría a
esperar a Mariño, el que llegado en efecto, manifestó que su intención no era
otra que la de decidirlos por las buenas, y que se quedasen con él y apoyasen
el pronunciamiento. Recibió contestaciones negativas, y habiendo pasado la
noche en aquel pueblo, al día siguiente retrocedió Mariño a Cariaco y Urdaneta
siguió a Maturín en alcance de los oficiales.
El resultado del pronunciamiento de Cariaco fue, como
debía ser, funesto a las armas de la República, porque en la ausencia que
acababa de hacer Mariño y sabedores los españoles de la ida de la escuadra para
el Orinoco, atacaron las tropas de Cumaná, derrotaron la división que estaba en
Cariaco, y tomaron prisionero a su Comandante, Jugo, a quien después fusilaron.” (Memorias de Urdaneta, p 160-163)
EL ECUADOR A BOLIVAR
Yo vi cruzar mi suelo por los Libertadores
que a redimirme vienen vengando así a Capac;
a Sucre vi cubierto de irídeos resplandores
que preludian sus glorias hasta el Apurimac.
Y a Sucre el heroico que vence los desmanes
acrecentar su fama que el rudo volcán bincha;
su acero victorioso templaron los volcanes
brilla la cimera nevada del Pichincha.
Tengo para los héroes que libertad me dieron
las flores de mis campos y un ramo de laurel;
los predios de mi tierra que alegres florecieron
hoy son para Bolívar y el colombiano Abel.
Mis hijos no conocen jamás si existe el miedo,
mis fértiles comarcas se cubren de verdor,
mis épicos poetas se inspiran en Olmedo
y cantan la epopeya del gran Libertador.
LEOPOLDO CONDE.
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