lunes, 23 de mayo de 2022

BICENTENARIO DE LA BATALLA DE PICHINCHA


 

LA BATALLA DE PICHINCHA: DOS SIGLOS DESPUÉS

La espiral bolivariana entre los laberintos del parto independentista

Yldefonso Finol



“No es que los hombres hacen los pueblos, sino que los pueblos, en su hora de génesis, suelen ponerse, vibrantes y triunfantes, en un hombre.” José Martí

I

Definiciones fundamentales

La Campaña del Sur -esa que el mismo Libertador resumió tan gráficamente en la frase: “redondear Colombia”-, fue una compleja operación político-militar de múltiples movimientos tácticos y estratégicos, que tenía como propósito principal completar la derrota del ejército realista que sostenía el régimen colonial en el suroeste de la Nueva Granada y el departamento de Quito, países que formaban, junto a Venezuela y por iniciativa de la Presidencia de ésta, desde el 17 de diciembre de 1819, la República de Colombia.

Estaban imbricados en esta Campaña del Sur, ciertos asuntos muy complicados, de cuya resolución dependían los derroteros que tomase el devenir de la guerra y de la configuración socioeconómica y político-territorial de nuestras naciones:

-       La cuestión de Guayaquil: tenía que quedar tajantemente definido a qué república se incorporaba la ciudad-puerto. La elite peruana la apetecía y Colombia la reclamaba como parte de la Nueva Granada y de la audiencia de Quito en su momento. Bolívar en esto no tenía la más mínima duda, y sus cavilaciones y decisiones durante la Campaña siempre tuvieron en el tablero esta cuestión como prioritaria. Guayaquil era el sur del sur de Colombia.

-       La aclaración del modelo de régimen a establecer en las naciones liberadas con el héroe argentino José de San Martín: o monarquías o repúblicas. El Libertador tenía muy claro que debían ser gobiernos republicanos y democráticos, en los términos que se entendía el concepto por entonces. Nunca monarquías, a pesar que luego sus detractores lo acusaron falsamente de querer coronarse, cosa que él repudió en todo momento.

-       El problema peruano en sí, que, pese a los esfuerzos y logros militares alcanzados por San Martín en Lima, continuaba siendo el asiento de una significativa fuerza realista que, si no era liquidada en un lapso perentorio, representaba un peligro latente contra la estabilidad de la Independencia en la región, peor si se sumaban las diatribas internas de aquel país que se mostraba ingobernable; por lo que no le era posible al Libertador permanecer indiferente, ya que después de su triunfo en Bomboná, el de Sucre en Pichincha y de una victoria poco mencionada que obtuvo Bolívar contra los realistas pastusos en la Batalla de Ibarra el 17 de julio de 1823, más la Batalla Naval de Maracaibo ganada por la armada republicana una semana después, Perú era “el único campo de batalla que quedaba en América”.

-       Estaba latente otro debate, entre la visión unionista e integradora del Libertador (Equilibrio del Universo) que buscaba hacernos fuertes frente a potencias extranjeras, y la visión conservadora que privilegiaba los intereses localistas de las elites, que a la larga se impuso haciendo gran daño a la soberanía y el desarrollo de nuestras naciones.  

A su vez, cada uno de estos problemas macros, presentaban complejidades internas que debían ser entendidas (y atendidas) para abordar la totalidad:

-       Guayaquil a su vez presentaba divisiones internas que, aunque la llegada de Sucre disipó en lo militar, era una incógnita a resolver, y pronto. Bolívar así lo manejó. Tres tendencias se movían con más o menos ruido o en las sombras, según fuera el caso, sobre la ubicación de Guayaquil en los mapas que la guerra iba dibujando: ser un país independiente, incorporarse al Perú, o ser parte, como era de lógica histórica y legal, de la Colombia creada en Angostura. No ignoremos que estos problemas de división territorial sobrevinieron en las nacientes repúblicas por la herencia colonial. Guayaquil, particularmente, había sido usada por España como bisagra de una región ultramarina intrincada, lejana y rica, que a capricho adosaban al Perú o a la Nueva Granada, de manera que su centro de gravedad política, su “identidad” de pertenencia regional, anduvo como pelota de pingpong saltando un poquito arriba y abajo de la línea ecuatorial.  

-       Perú, ahora sin el Protector, sería un maremágnum difícil de asumir para unos recién llegados, necesitados con urgencia por la elite criolla para que hicieran la guerra que ellos no eran capaces de librar, pero una vez concluida ésta, las contradicciones insalvables entre la oligarquía esclavista y feudal, mercantilista y usurera, y el pueblo hecho ejército conducido por prestigiados jefes revolucionarios, estallarían como granada fragmentaria en la anquilosada sociedad limeña. A estas consideraciones sociales y políticas había que añadir las apetencias territoriales de esa elite ociosa, primero con el despecho nunca superado de poseer el Alto Perú (que no es ni quiere ser “Perú), y la ambición expansionista sobre Guayaquil y el resto de Ecuador.  

-       Las formas políticas, unas más de fondo, otras apenas cálculos “geométricos” mezquinos (econométricos diría un economista), todas chocantes para un líder que veía la anchura del continente y la profundidad de los retos históricos planteados, que si monarquía o repúblicas, que si centralismo o federalismos (de hecho había tantas modalidades de federalismos como caudillos avaros), que si militarismo o civilismo; todos esos enredos irritaban el espíritu de los héroes que estaban entregados a las luchas concretas, como la guerra y el diseño de una sociedad que debía ser unidad en la diversidad y ¿continuidad en la discontinuidad?; ruptura radical con el régimen colonial, sin experiencias previas de auto-gobernanza, pero con la claridad (“inventamos o erramos”) de ser originales (“nuestro códigos no son los de Washington”).

II

Determinación irreductible

Digan lo que digan los antibolivarianos, sin Venezuela no habría triunfado la causa independentista. Es Bolívar quien concibe en su mente las estrategias correctas. Son sus generales quienes van ejecutándolas según sus instrucciones precisas. Es el Ejército Libertador, que él construyó sorteando toda clase de limitaciones y realizando un esfuerzo titánico por la unidad, la fuerza medular de todas las victorias.

El plan bolivariano de adelantar a Sucre, y antes enviar a Mires con pertrechos para apoyar la Guayaquil emancipada de España, fracturando el propio Libertador la muralla realista de los pastusos en Bomboná, hizo posible el triunfo en la Batalla de Pichincha apenas once meses después de la Batalla de Carabobo.

¿Cuántas situaciones heroicas debieron ocurrir para llegar a este episodio fundamental de nuestra épica libertaria?

“Cavilar noche y día, soñando y pensando sin cesar”, declaraba Bolívar sobre su dedicación cotidiana a concebir y planificar las acciones a emprender en cada momento crucial de la gesta emancipadora.

Sucre dirige exitosamente la Batalla de Pichincha a la edad de 27 años, estaba en las armas patriotas desde los quince, cuando fue aceptado como subteniente de Infantería por la Junta de Cumaná. Ganó esa batalla a más de 3000 metros de altura, ese joven que nació un 3 de febrero de 1795 a 15 metros sobre el nivel del Mar Caribe en el extremo oriental de Venezuela.

Sucre fue electo por la Provincia de Cumaná como Diputado al Congreso de Cúcuta, pero no se incorporó a las sesiones porque El Libertador Presidente tenía otros planes para él: su norte sería el Sur.

En enero de 1821 en Bogotá, Bolívar le planteó la que sería su misión más trascendental para los pueblos de este continente. Le confirió el mando del Ejército de Popayán, para intentar ir sobre Pasto y –siguiendo por Ibarra- libertar a Quito, o, en caso de no hacerse viable esta opción, viajar por mar hasta Guayaquil, territorio declarado libre del dominio español desde octubre de 1820.

Este “detalle” desmonta las versiones un tanto superficiales que nos hablan de un Bolívar que sale de Carabobo como improvisado triunfalista a emprender la Campaña del Sur. Nada más equivocado. No conocen al estratega experto en la prognosis geopolítica. Debe comprenderse claramente este acontecimiento, de lo contrario no se entenderá la doctrina militar bolivariana, ni la importancia que el análisis situacional de los escenarios posibles tenía en la estrategia final de la guerra concebida por Simón Bolívar.

Él se desprende de uno de sus oficiales más destacados, del cual ya ha emitido elevados juicios valorativos, como cuando dijo en 1820 a O’Leary: “Es uno de los mejores oficiales del ejército”.  Se trataba nada menos que del negociador de los Tratados de Regularización de la Guerra y de Armisticio acordados por Bolívar y Morillo en noviembre de aquel mismo año. Es decir, en enero de 1821 cuando en Bogotá hablan El Libertador y Antonio José de Sucre del plan sureño, estaban en fresca y plena vigencia estos instrumentos emblemáticos del derecho internacional humanitario inaugurado por la visión bolivariana de la nueva sociedad.

Ni se preveía la abrupta ruptura de la tregua que provocaría el Pronunciamiento de la Provincia de Maracaibo el 28 de enero emancipándose del coloniaje hispano y proclamando su adhesión a la República con énfasis en el carácter democrático y unitario de la misma (Venezuela tiene pendiente la deuda de incluir una novena estrella en la Bandera Nacional, como se previó en nuestra primera Carta Magna, representativa del terruño de Rafael Urdaneta). En este contexto es que se desatan los acontecimientos que llevan a Carabobo. Podríamos decir, en simultáneo.

Pero mucho antes la idea estaba en estado etéreo y quedó plasmada en letras sobre pergaminos sublimes: Angostura, 17 de diciembre de 1819. Ley Fundamental de Colombia. Art. 5° La República de Colombia se dividirá en tres grandes departamentos, Venezuela, Quito y Cundinamarca, que comprenderá las provincias de la Nueva Granada, cuyo nombre queda desde hoy suprimido. Las capitales de estos departamentos serán las ciudades de Caracas, Quito y Bogotá, quitada la adición de Santa Fe.” (Interesante significado trasmite esta reivindicación de la nomenclatura originaria sin aditivos colonialistas)

Nada fue improvisado ni resultado de aciertos fortuitos. No hubo ruletas ni monedas al aire: cara o cruz, para decidir la empresa: “empresas destinadas a dar a la revolución lineamientos continentales”, dice Liévano. La Campaña del Sur estuvo siempre implícita en las proclamas, manifiestos y actos legislativos firmados o aupados por Bolívar. La liberación de Quito (que fue una Campaña en sí misma), fue pregonada con bastante anticipación, como el arribo de las armas libertadoras a Lima y el Potosí.

Guayaquil tuvo su rebelión endógena como Maracaibo, tres meses antes que la “Tinaja del Sol”, activada durante la noche del 8 de octubre de 1820. La dirigencia social guayaquileña adoptó el proyecto independentista y la ciudadanía más comprometida asumió salir a enfrentar el poder realista acantonado en la plaza. Casualmente (y siempre causalmente) estaban en la movida anticolonial tres patriotas venezolanos, a saber, Luís Urdaneta, de Maracaibo precisamente, León Febres Cordero, de los Puertos de Altagracia, por tanto también maracaibero, y Miguel de Letamendi, nacido en la isla de Trinidad cuando ésta pertenecía a la Capitanía General de Venezuela. Los tres jugaron un papel determinante por su formación militar profesional en el célebre Batallón Numancia. Sus firmas figuran en la declaración de independencia guayaquileña y son considerados próceres en la historia local de esa provincia.

En ese territorio liberado debía instalarse Sucre. Sigámosle la pista con Pérez Vila: “El 17 de enero, Sucre estaba ya en Neiva, y el 24 en Popayán, de donde pasó a Mercaderes y al Trapiche, para regresar luego a Popayán. A comienzos de abril se embarcó con 300 hombres a bordo del buque Ana, en la bahía de Buenaventura; un mes después estaba en Guayaquil. Allí, de acuerdo con la Junta que presidía José Joaquín de Olmedo, preparó la ofensiva, y avanzó hacia Quito. Triunfador en Yaguachi el 15 de agosto, resultó vencido en los campos de Huachi, cerca de Ambato, el 12 de septiembre, y hubo de retroceder. Esta fue, en verdad, la única derrota que como General en Jefe del Ejército sufrió Sucre, quien recibió fuertes contusiones en la acción. Pero su temple pareció acerarse aún más en la adversidad. Apelando a sus dotes de diplomático, logró contener por un tiempo a los realistas triunfantes, y salvó a Guayaquil. Estamos ya en 1822. Sucre ha reorganizado al Ejército, aumentándolo con los refuerzos recibidos de la Gran Colombia y del Perú: estos últimos los mandaba el Coronel, luego General, Andrés de Santa Cruz. El General cumanés reemprendió la ofensiva, mientras Bolívar acometía a Pasto desde el Norte. Las fuerzas unidas, al mando de Sucre, pasaron por Cuenca y Alausi, rechazaron en Ríobamba el 21 de abril a la caballería realista y avanzaron por Ambato, Latacunga y Chillogallo hasta situarse al norte de Quito donde se dio, el 24 de mayo de 1822, la batalla de Pichincha, con la cual Sucre decidió la libertad del Ecuador. La campaña había sido un verdadero modelo de estrategia y de táctica. El Libertador, entusiasmado y justo, ascendió a Sucre, el 18 de junio de ese año, a General de División.”

Sostenemos con suficientes razones, argumentos y documentación, la valoración histórica de la Batalla de Pichincha como fruto de la estrategia de Simón Bolívar en su concepción de la lucha emancipadora para todo el continente, pues consideraba efímeros los triunfos parciales que se pretendían autosuficientes, cuando el enemigo era un imperio con presencia hegemónica de tres siglos y con capacidades bélicas que no debían subestimarse en ningún momento del proceso independentista.

Dicha concepción quedó palmariamente plasmada en la Proclama a la división de Urdaneta, antes de salir a retomar Bogotá y reunificar Cundinamarca: “Para nosotros, la patria es América; nuestros enemigos, los españoles; nuestra enseña, la independencia y libertad”. Esto es Doctrina Bolivariana vigente contra todos los imperialismos, que continuaron (el primero) Rafael Urdaneta, Manuela Sáenz, Flora Tristán, Abreu de Lima, Morazán, Ezequiel Zamora, José Martí, Augusto César Sandino, Eloy Alfaro, entre otros.

El Libertador no se embriagaba con victorias que para él eran sólo parciales, cuando otros las creían definitivas: “Desde el primer momento, la preocupación fundamental de Bolívar fue crear en el ánimo de los santafereños y de los granadinos todos la conciencia de que el triunfo de Boyacá no significaba el fin de la guerra, sino un primer y feliz paso para alcanzar la victoria final, que debía ganarse en el propio corazón de la provincia de Caracas, ocupada todavía por las tropas de Morillo. Por eso, nunca llegó en su entusiasmo hasta atribuir públicamente a esta acción el carácter decisivo que ella tenía para el conde de Cartagena, por ejemplo, quien al enterarse de la derrota de Barreiro y la toma de Santa Fe, escribió al gobierno de Madrid: El sedicioso Bolívar ha ocupado a Santa Fe y el fatal éxito de esta batalla ha puesto a su disposición todo el reino y los inmensos recursos de un país muy poblado, rico y abundante, de donde sacará cuanto necesite para continuar la guerra en estas provincias, pues los insurgentes, y menos este caudillo, no se detienen en fórmulas ni consideraciones. Esta desgraciada acción entrega a los rebeldes, además del Nuevo Reino de Granada, muchos puertos en el mar del Sur, donde se acogerán sus piratas; Popayán, Quito, Pasto y todo el interior de este continente hasta el Perú quedan a la merced del que domina a Santa Fe, a quien, al mismo tiempo, se abren las casas de moneda, arsenales, fábricas de armas, talleres y cuanto poseía el rey nuestro señor en el virreinato. Bolívar en un solo día acaba con el fruto de cinco años de campaña, y en una sola batalla reconquista lo que las tropas del rey ganaron en muchos combates.” (Liévano Aguirre)

Esto decía el consagrado jefe militar español Pablo Morillo, mismo que afirmó sobre Bolívar: “Él es la revolución”. Agudo observador el Conde de Cartagena.

III

El laberinto de las contradicciones

Ciertamente, acertó en las dos conclusiones, de las que el naciente imperialismo estadounidense tomó nota muy en serio: se afanaron en controlar Bogotá con sus agentes de inteligencia e infiltrados como Santander (cosa que lograron hasta el día de hoy), para desde allí pretender dominar toda Suramérica (panamericanismo pro-imperialista, terrorismo de Estado, narco-paramilitarismo, bases militares); y se dedicaron, al más alto nivel del gobierno en Washington, a espiar y destruir el Proyecto Bolivariano, persiguiendo al Libertador, dividiendo el movimiento independentista y hasta aplicando técnicas terroristas como el magnicidio, frustrado por suerte en septiembre de 1828, pero consumado en junio de 1830 contra el héroe de Pichincha y Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre, a quien Bolívar perfilaba como su sucesor.  

No es nada casual que la Doctrina Monroe haya sido expuesta en diciembre de 1823; ella fue la reacción del naciente imperialismo anglosajón en Norteamérica, ante las sucesivas victorias bolivarianas de Boyacá, Carabobo, Bomboná, Pichincha, Ibarra, que “redondearon a Colombia” como núcleo duro de la unidad (confederación) que Bolívar se proponía construir entre nuestros pueblos una vez liberados del colonialismo español.

Desde 1821, tras la victoria de Carabobo, Bolívar promueve una serie de tratados bilaterales con las principales repúblicas de Hispanoamérica, con la idea fuerte “de entrar en un pacto de unión, liga y confederación perpetua”.

Los enemigos internos y externos de Bolívar, lo eran esencialmente por oponerse a su doctrina del bien común por sobre el individualismo capitalista. Manuel Vicente Magallanes sintetiza su pensamiento como  “demócrata formado en las ideas liberales. Su filosofía política estaba fundada en los principios de libertad individual, soberanía popular e igualdad social”; era, según este autor, un “revolucionario idealista y estadista ejemplar”.

Dice Magallanes que El Libertador tuvo “un concepto lato de la revolución. Para él ésta comprendía la emancipación, como idea pura mente política: la autonomía. Pero a la vez abarcaba la independencia económica, social, jurídica, histórica y hasta espiritual de los pueblos de América. En este sentido buscaba, a la vez que la separación de España, el cambio de las estructuras económicas; la igualdad sin esclavitud, sin privilegios ni estamentos; la creación de un derecho americano; la paz y armonía universales; el triunfo de la moral.” (Historia Política de Venezuela, Tomo 1)

Acosta Saignes nos habla de la creación colectiva que fue la Revolución de Independencia, definiéndola como un “inmenso proceso político en cuyo fondo estaban las fuerzas productivas, cuyo dominio se convirtió en objetivo de lucha entre los colonialistas españoles y los criollos propietarios de tierra y esclavos y de capitales mercantiles. Tal rivalidad se desenvolvió en medio de factores internacionales, constituidos por oposiciones entre las grandes potencias europeas, en escala mundial, y por sus rivalidades seculares en el Caribe…”

Sin embargo, califica al Libertador como el líder que fue capaz de sortear las diferencias de criterios que provocaron  a veces confrontaciones internas álgidas en el bando patriota, por la miopía política de algunos caudillos que no comprendieron ni la concepción de la guerra total hasta expulsar al ejército colonialista, ni mucho menos el modelo de sociedad de tendencia igualitaria propuesta por el Libertador. “Bolívar fue un extraordinario ser humano, de inagotable energía y capacidades increíbles, al servicio de una causa históricamente progresiva. Vivió los ideales de su clase, impulsó algunos y entró en contradicción con otros, como cuando se convirtió en el gran líder de la libertad de los esclavos, decretada por él en Carúpano y en Ocumare, y pedida a los congresos constituyentes, desde Angostura en 1819, hasta Bolivia en 1826, sin éxito”. (Acosta Saignes. Acción y utopía del hombre de las dificultades)

El Libertador tenía una lucha ideológica gigantesca, porque sabía que la revolución social y la independencia económica no emergían espontáneamente de la independencia política, ella era apenas el piso sobre el que debía levantarse un mundo nuevo en el “Nuevo Mundo”. Así lo expresa en Bogotá al Congreso Constituyente el 20 de enero de 1830: “La Independencia es el único bien que hemos adquirido a costa de los demás. Pero ella nos abre la puerta para reconquistarlos…con todo el esplendor de la gloria y de la libertad”. 

El maestro Simón Rodríguez lo advertía ese mismo año: “La América Española pedía dos revoluciones a un tiempo: la Pública (o Política) y la Económica. Las dificultades que presentaba la primera eran grandes: el general Bolívar las ha vencido, ha enseñado o excitado a otros a vencerlas. Los obstáculos que oponen las preocupaciones a lo segundo, son enormes”.

Esas ideas poderosas por la emancipación humanista de aquella sociedad trescientos años oprimida, eran la mayor mortificación del hipócrita enemigo que se erigía como gendarme y saqueador sustituto del Imperio Español: “Durante algún tiempo han fermentado en la imaginación de muchos estadistas teóricos los propósitos flotantes e indigestos de esa Gran Confederación Americana”, decían en instrucciones del 27 de mayo de 1823 al enviado de Estados Unidos en Bogotá. Tres días después de la Batalla de Pichincha.

Pánico le tenían a la abolición de la esclavitud, una de las banderas de la igualdad social que integra como eje transversal la Doctrina Bolivariana. Una revolución que incluyera con derechos a los afrodescendientes, era lo más odiado y temido por los esclavistas del mundo, y todos supieron tempranamente, que Bolívar iba de frente contra esta afrenta a la dignidad humana.

Le temían a estas “locas e indigestas” ideas: “Legisladores, la infracción de todas las leyes es la esclavitud. La ley que la conservara sería la más sacrílega. ¿Qué derecho se alegaría para su conservación? Mírese este delito por todos los aspectos, y no me persuado que haya un solo boliviano tan depravado, que pretenda legitimar la más insigne violación de la dignidad humana, ¡Un hombre poseído por otro! ¡Un hombre propiedad!”.

Hacia las entrañas del movimiento independentista, vibraban esas contradicciones que hicieron entrar la espiral bolivariana desatada en Pichincha para todo el continente, en un laberinto de pasadizos nebulosos, donde la puja por el poder comenzó a deshacer las hechuras más preciosas de la gesta.

La visión constitucional de San Martín tenía matices irreconciliables con la Doctrina Bolivariana: “Creo que es necesario que las constituciones que se den a los pueblos estén en armonía con su grado de instrucción, educación, hábitos y género de vida, y que no se les deben dar las mejores leyes, pero sí las más apropiadas a su carácter, manteniendo las barreras que separan las diferentes clases de la sociedad, para conservar la preponderancia de la clase instruida y que tiene que perder”.

“La voz de la revolución política de esta parte del Nuevo Mundo y el empeño de las armas que la promueven, no han sido ni pueden ser contra vuestros verdaderos privilegios”, proclamaba al patriciado de Lima, un San Martín que buscaba unir la elite criolla con la española para coronar príncipes europeos en nuestros países.

Y mientras Bolívar y Sucre con sus leales compañeros vencían a los ejércitos realistas y fundaban repúblicas con raíces justas e igualitarias en el Ande profundo, Santander en Bogotá y Páez en Venezuela, Luna Pizarro y La Mar en Perú, cooptados por los agentes estadounidenses y convertidos en verdaderos títeres pitiyanquis, deshacían el sueño de libertad más benigno que alguna vez esperanzaron a Nuestra América Abya Yala.

El Vencedor de Pichincha, Antonio José de Sucre, hombre de virtudes infinitas, sirvió desde muy jovencito a las órdenes de los caudillos orientales, primero con Santiago Mariño y luego con José Francisco Bermúdez; con éste último estaba en Cartagena cuando junto a Manuel Castillo, le negaron el apoyo a Bolívar (Castillo y Bermúdez) para la campaña que quería ejecutar sobre Santa Marta y Maracaibo para liberar Venezuela en 1815. Fue cuando El Libertador, para evitar una confrontación entre patriotas, se exilió a Jamaica. Luego, cuando Mariño intentó aquella patraña del “Congresillo de Cariaco” para desconocer la autoridad de Bolívar y autoerigirse en Jefe Supremo, Sucre fue convencido por Rafael Urdaneta de no seguir esa jugarreta divisionista. Es Urdaneta quien trae a Sucre al partido bolivariano. Y Bolívar lo valoró tanto, que lo quiso como a un hijo, le escribió una breve pero solemne biografía, y lo consideró la persona ideal para sucederle.

Muchas aguas corrieron por el Orinoco, el Magdalena y el Napo, desde aquellos primeros gritos de libertad el 10 de agosto de 1809 en Quito, el 19 de abril de 1810 en Caracas y el 20 de julio ese mismo año en Bogotá, para llegar a la falda oriental del Pichincha el 24 de mayo de 1822 la victoria esplendorosa del Ejército Libertador comandado por el invencible Antonio José de Sucre.

¡Viva el Bicentenario de la Batalla de Pichincha!

¡Viva el bolivarianismo!

Yldefonso Finol



Anexo 1

PARTE DE LA BATALLA DE PICHINCHA, DIRIGIDO POR EL GENERAL SUCRE AL MINISTRO DE LA GUERRA Y MARINA DEL GOBIERNO, EN BOGOTA

Quito el 28 de mayo de 1822

Señor Ministro:

Después de la pequeña victoria de nuestros Granaderos y Dragones sobre toda la caballería enemiga en Riobamba, ninguna cosa había ocurrido particular. Los cuerpos de la División se movieron el 28 [de abril], y llegaron a Tacunga el día 2. Los españoles estaban situados en el pueblo de Machachi, y cubrían los inaccesibles pasos de Jalupana y la Viudita. Fue necesario excusarlos haciendo una marcha sobre su flanco izquierdo, y moviéndonos el 13 llegamos el 17 a los valles de Chillo (cuatro leguas de la capital), habiendo dormido y pasado los helados del Cotopaxi. El enemigo pudo penetrar nuestra operación, y ocupó a Quito el mismo 16 en la noche.

La Colina de Puengasi que divide el valle de Chillo de esta ciudad, es de un difícil acceso; pero pudimos burlar los puntos del enemigo y pasarla el 20. El 21 bajamos al llano de Turubamba (que es el ejido de la capital), y presentamos una batalla, que creíamos aceptarían los españoles por la ventaja del terreno en su favor; pero ellos ocupaban posiciones impenetrables, y después de algunas maniobras fue preciso situar la División en el pueblo de Chillogallo, una milla distante del enemigo. El 22 y 23 los provocamos nuevamente a un combate y desesperado de conseguirlo, resolví marchar por la noche a colocarnos en el ejido del Norte de la ciudad, que es el mejor terreno, y que nos ponía entre Quito y Pasto; adelantando, al efecto, al señor Coronel Córdova con las dos Compañías del Batallón Magdalena. Un escabroso camino nos retardó mucho la marcha; pero a las ocho de la mañana llegamos a las alturas del Pichincha que dominan a Quito dejando muy atrás nuestro parque cubierto con el batallón Albión. La compañía de Caza dores de Paya fue destinada a reconocer las avenidas, mientras que las tropas re posaban, y luego fue seguida por el Batallón de Trujillo (del Perú) dirigido por el señor Coronel Santa Cruz, Comandante General de la División del Perú. A las nueve y media dio la Compañía de Cazadores con toda la División española, que marchaba por nuestra derecha hacia la posición que teníamos; y roto el fuego, se sostuvo mientras conservó municiones; pero en oportunidad llegó el Batallón Trujillo, y se comprometió el combate: muy inmediatamente las dos Compañías de Yaguachi reforzaron este Batallón conducido por el señor Coronel Morales, en persona. El resto de nuestra infantería a las órdenes del señor General Mires, seguía el movimiento, excepto las dos Compañías del Magdalena, con que el señor Coronel Córdova marchó a situarse por la espalda del enemigo; pero encontrando obstáculos invencibles, tuvo que revolverse. El Batallón Paya pudo estar formado cuando consumidos los cartuchos de estos dos cuerpos tuvieron que retirarse, no obstante su brillante comportamiento. El enemigo se adelantó por consiguiente, algún poco; y como el terreno apenas permitiese entrar más de un Batallón al combate, se dio orden a Paya que marchase a bayoneta, y lo ejecutó con un brío que hizo perder al enemigo en el acto, la ventaja que había obtenido; y comprometido nuevamente el fuego, la maleza del terreno permitió que los españoles aún se sostuviesen. El enemigo destacó tres Compañías de Aragón a flanquearnos por la izquierda, y a favor de la espesura del bosque conseguía estar ya sobre la cima, cuando llegaron las tres Compañías de Albión (que se habían atrasado con el parque) y entrando con la bizarría que siempre ha distinguido a este cuerpo, puso en completa derrota a los de Aragón. Entre tanto el señor Coronel Córdova tuvo la orden de relevar a Paya, con las dos compañías del Magdalena; y este Jefe, cuya intrepidez es muy conocida, cargó con un denuedo admirable, y desordenado el enemigo y derrotado, la victoria coronó a las doce del día a los soldados de la libertad. Reforzado este Jefe con los Cazadores de Paya, con una Compañía de Yaguachi, y con las tres de Albión, persiguió a los españoles entrándose hasta la capital y obligando a sus restos a encerrarse en el fuerte del Panecillo. Aprovechando este momento pensé ahorrar la sangre que nos costaría la toma del fuerte, y la defensa que permitía aún la ciudad, e intimé verbalmente al General Aymerich por medio del Edecán O'Leary, para que se rindiese; y en tanto me puse en marcha con los cuerpos y me situé en los arrabales, destinando antes al señor Coronel Ibarra (que había acompañado en el combate a la infantería) que fuese con nuestra caballería a perseguir la del enemigo, que yo observaba se dirigía hacia Pasto. El General Aymerich ofreció entregarse por una capitulación que fue convenida y ratificada al siguiente día en los términos que verá Usted por la adjunta copia que tengo el honor de someter a la aprobación de Su Excelencia. Los resultados de la jornada de Pichincha, han sido la ocupación de esta ciudad y sus fuertes el 25 por la tarde, la posesión y tranquilidad de todo el Departamento, y la toma de 1.100 prisioneros de tropa, 160 oficiales, 14 piezas de artillería, 1.700 fusiles, fornituras, cornetas, banderas, cajas de guerra, y cuantos elementos de guerra poseía el ejército español.

Cuatrocientos cadáveres enemigos y doscientos nuestros han regado el campo de batalla: además tenemos 190 heridos de los españoles y 140 nuestros. De los primeros contamos al Teniente Molina, y al Subteniente Mendoza, y entre los segundos a los Capitanes Cabal, Castro y Alzuro, Tenientes Calderón y Ramírez, Subtenientes Borrero y Arango.

Los cuerpos, todos, han cumplido su deber: Jefes, Oficiales y tropa se disputaban la gloria del triunfo. El Boletín que dará el Estado Mayor recomendará a los Jefes subalternos que se hayan distinguido; y yo me haré el deber de ponerlos en la consideración del Gobierno; en tanto, hago una particular memoria de la conducta del Teniente Calderón, que habiendo recibido consecutivamente cuatro heridas, jamás quiso retirarse del combate. Probablemente morirá; pero el Gobierno de la República sabrá compensar a su familia los servicios de este Oficial heroico.

La caballería española va dispersa, y perseguida por el cuerpo del Comandante Cestari, que antes había yo interpuesto entre Quito y Pasto. El 26 han salido comisionados de ambos Gobiernos para intimar la rendición a Pasto, que creo será realizada por el Libertador; otros Oficiales marchan para Esmeraldas y Barbacoas, de manera que en breve el reposo y la paz serán los primeros bienes que gozarán estos países, después que la República les ha dado independencia y libertad.

La División del Sur ha dedicado sus trofeos y sus laureles al Libertador de Colombia.

Cuartel General en Quito, a 28 de mayo de 1822

A. J. DE SUCRE

 

Anexo 2

Cuando Rafael Urdaneta trajo a Sucre al partido bolivariano

“En el pueblo de Santa Ana quedó Urdaneta cuando Mariño emprendió su marcha. El llano de Barcelona era el teatro de operaciones de Monagas con su cuerpo franco que se hallaba a la sazón en Santa Ana; pero  encontrándose Urdaneta dispuesto a seguir los movimientos de una guerrilla, se decidió a seguir detrás de Mariño acompañado del Comandante Jugo, enfermo, y a quien Mariño había dejado una escolta de 10 o 12 hombres para que le cargasen en hamaca. Atravesaron a salir al pueblo de Urica, ya en la provincia de Cumaná, y continuaron buscando la entrada al valle de Cumanacoa, Llegaron a San Francisco y allí encontró Urdaneta una comunicación del Coronel Antonio José Sucre, en que le decía que tenía orden del General Mariño para ponerse a sus órdenes con las tropas que mandaba, si quería encargarse de ellas y obrar en el sitio que se hacía a Cumaná. Estas tropas eran el batallón que había traído Mariño consigo y otro batallón de indígenas llamado el Batallón de Colombia. No sabía Urdaneta, cuándo ni por dónde podía ir a Guayana a reunirse con el Libertador, pues que por todas partes necesitaba escolta que lo llevase y no la tenía. Tomó, pues, el mando de la fuerza, juzgando que lo mismo era servir a la Patria en un cuerpo que en otro, quedando Sucre de Jefe de Estado Mayor. Allí permaneció algunos días hasta que formado en Cariaco un nuevo Gobierno, en que se desconocía la autoridad del Libertador, se declaraba a Mariño Jefe Supremo y se convocaba un Congreso; habiéndole prestado obediencia el Almirante Brión con su escuadra, vino a Cumanacoa el Comandante Antonio Alcalá con pliegos de Mariño a exigirle a Urdaneta su reconocimiento; pero éste se negó a ello, protestando no reconocer otra autoridad que la del Libertador que aceptaban los pueblos y el ejército. El Comisionado llevaba órdenes secretas de Mariño para entenderse con los jefes de los cuerpos, y en fuerza de ellas desertó esa noche todo el batallón de Güiria con dirección a Cariaco: el otro estaba mandado por el Comandante Jerónimo Sucre y por el Mayor Francisco Portero, y siendo éstos, así como el Coronel A. J. de Sucre, hombres de razón, entró Urdaneta en conferencia con ellos y les manifestó lo indebido de aquel proceder y las nuevas dificultades que traería al país una revolución que no era otra cosa, cuando el objeto de todos debía ser el de unirse para destruir a los españoles. Convenidos todos en no reconocer el nuevo gobierno, decidieron también irse en busca del Libertador, diciéndoselo así al comisionado; pero como en ese momento pasaba el Coronel Salcedo por Cariaco, con pliegos del Libertador para el Almirante, llamándolo al Orinoco para bloquear los puertos de Guayana, resolvieron aguardar el resultado que produjesen estas órdenes. Brión, que tenía un fondo de honradez y estimaba al Libertador personalmente, volvió sobre sus pasos y se resolvió a ir al Orinoco. No así Marino, que continuó en su Jefatura Suprema, convocando miembros para reunir un Congreso. Vuelto, pues, Salcedo a Cumanacoa, é instruido Urdaneta de la resolución de Brión, decidió su marcha con los oficiales que quisieron acompañarle, y como un medio de contener la revolución de Cariaco quiso llevarse el batallón de indígenas; pero se tocó el inconveniente de que siendo todos de aquel valle, desertarían y era mejor no empeñarlos en cometer un crimen. Abandonáronlo, pero todos los oficiales siguieron con Urdaneta a Maturín y de allí a Guayana.

Sabedor Mariño de la resolución de Urdaneta por su comisionado Alcalá, resolvió venir a detenerlo y persuadirlo a que se quedará con él; y por el camino de Caripe, se dirigió hacia Guanaguana, escoltado por un escuadrón al mando del Comandante León Prado. Desde el pueblo de Guanaguana se observaba el camino que traía Mariño y se vela descenderla tropa de caballería; los oficiales que acompañaban a Urdaneta temieron que llegasen en persecución de todos ellos; pero Urdaneta les indicó que podían seguir para Maturín y que él se quedaría a esperar a Mariño, el que llegado en efecto, manifestó que su intención no era otra que la de decidirlos por las buenas, y que se quedasen con él y apoyasen el pronunciamiento. Recibió contestaciones negativas, y habiendo pasado la noche en aquel pueblo, al día siguiente retrocedió Mariño a Cariaco y Urdaneta siguió a Maturín en alcance de los oficiales.

El resultado del pronunciamiento de Cariaco fue, como debía ser, funesto a las armas de la República, porque en la ausencia que acababa de hacer Mariño y sabedores los españoles de la ida de la escuadra para el Orinoco, atacaron las tropas de Cumaná, derrotaron la división que estaba en Cariaco, y tomaron prisionero a su Comandante, Jugo, a quien después fusilaron.” (Memorias de Urdaneta, p 160-163)


EL ECUADOR A BOLIVAR

Yo vi cruzar mi suelo por los Libertadores

que a redimirme vienen vengando así a Capac;

a Sucre vi cubierto de irídeos resplandores

que preludian sus glorias hasta el Apurimac.

 

Y a Sucre el heroico que vence los desmanes

acrecentar su fama que el rudo volcán bincha;

su acero victorioso templaron los volcanes

brilla la cimera nevada del Pichincha.

 

Tengo para los héroes que libertad me dieron

las flores de mis campos y un ramo de laurel;

los predios de mi tierra que alegres florecieron

hoy son para Bolívar y el colombiano Abel.

 

Mis hijos no conocen jamás si existe el miedo,

mis fértiles comarcas se cubren de verdor,

mis épicos poetas se inspiran en Olmedo

y cantan la epopeya del gran Libertador.

 

LEOPOLDO CONDE.

 

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