jueves, 30 de marzo de 2023

¿Corrupción eterna?

 

¿Corrupción eterna?

Introito

Juan Vives Suriá hablaba de la “deuda eterna”, otro mal del capitalismo dependiente que afinca sus secuelas sobre los pueblos.

La corrupción es un flagelo terrible que degrada la moral social, frustra el acceso a derechos, trata de perpetuarse en la complicidad general y la impunidad estatal, y es, antagónicamente incompatible con el proyecto bolivariano.

Si la corrupción campea a sus anchas, como aquí lo ha hecho intensivamente por largos períodos, es sencillamente imposible plantearse la construcción del socialismo. La intersección de ambas variables es el conjunto vacío.

Un líder adeco que pontificaba desde el alma pervertida de aquel partido, llegó a declarar públicamente que: “en este país se roba porque no hay razones para no robar”.

¡Qué dolor de Patria! ¡Qué triste y vergonzoso ver tipos que se autocalifican de “revolucionarios” siguiendo el culto por el lucro que predicaba aquél degenerado!

I

En los Considerandos del Decreto dictado por El Libertador Simón Bolívar el 12 de enero de 1824 en Lima, se resume sucintamente el impacto negativo de la corrupción sobre la sociedad, y el camino a seguir para evitarlo. Para Bolívar la corrupción administrativa es “una de las principales causas de los desastres en que se ha visto envuelta la República”, por “la escandalosa dilapidación de sus fondos, por algunos funcionarios”.

Nuestro Guía Fundacional sabe, por la peligrosa influencia que ejerce esta desviación contraria al proyecto societario de la Revolución Bolivariana, que “el único medio de extirpar radicalmente este desorden, es dictar medidas fuertes y extraordinarias”.

Tanto la caracterización como el tratamiento concebidos por Bolívar, tienen una vigencia sorprendente, como toda su Doctrina.   

Por eso la primera línea estratégica del Plan Simón Bolívar (Plan de la Patria) reza: “Nueva Ética Socialista: Propone la refundación de la Nación Venezolana, la cual hunde sus raíces en la fusión de los valores y principios de lo más avanzado de las corrientes humanistas del Socialismo y de la herencia histórica del pensamiento de Simón Bolívar.”

Estamos claros por qué el Comandante Chávez dio tal prioridad a este asunto vital, y por qué una década después, el Presidente Nicolás Maduro, con gestualidad irascible maldijo la corrupción.

Pero la ética, como el resto de valores y virtudes, no pertenecen al reino de la biología y anatomía humana; no se adquieren genéticamente ni por azarosos sortilegios: se aprenden colectivamente como pautas de comportamiento.

La racionalidad de las sociedades opresoras, léase esclavismo, feudalismo, capitalismo, y éste último llevado a su fase imperialista bajo la óptica neoliberal que exacerba el individualismo, el afán de lucro como única vía de realización exitosa, la competencia desleal para aplastar al otro, la sacralización de la propiedad privada y la acumulación de privilegios, no pueden sino traer consigo la carencia generalizada de escrúpulos en la obsesión por enriquecerse.  

Tres monstruos se juntan para ponernos de rodillas ante la corrupción: avaricia, mediocridad e impunidad. La avaricia es el espíritu del modelo civilizatorio decadente, pero que no se suicida, hay que “ayudarlo” a morir. La mediocridad es esa falta de impulso para ser mejores personas, esa flojera hacia el estudio y el trabajo creativo, que lleva a tener como meta de vida acomodarse con el menor esfuerzo posible. La impunidad es la criminal dejación de justicia en que incurren el Estado y la sociedad.    

Estos tres monstruos, alimentan cierta especie de parásitos que viven adheridos a sus pelambres: el oportunismo y el arribismo.  

II

Hace diez y ocho años Fidel alertó en la Universidad de La Habana sobre los riesgos de la corrupción y la pérdida de valores, y dijo que eran más peligrosos para la Revolución que el propio imperialismo. “Si la revolución cubana corre hoy el riesgo de derrumbarse no es por causa de una invasión militar de Estados Unidos, sino por el cáncer de la corrupción, el robo generalizado al Estado y los errores de gobierno de los propios dirigentes cubanos”, fueron las gravísimas reflexiones del sabio conductor revolucionario. Y, para más contundencia, sentenció: “O derrotamos estas desviaciones, o vencemos estos problemas, o morimos”.

Recientemente, en un trino de su cuenta en twitter, el Presidente de Cuba, Díaz-Canel, rememoraba otra acertada máxima fidelista sobre el mismo tema: “La filosofía y la moral del imperialismo es la filosofía y la moral de la corrupción, del egoísmo y el individualismo. Y esas son poderosas armas de las que se vale en su lucha ideológica contra la Revolución”.

Seriamos ingenuos si creyéramos que los gravísimos problemas de corrupción que padecemos son sólo obra de una pandilla de malandros de cuello blanco y alma mugre. Fomentar la corrupción es una de las varias formas de injerencia imperialista, como también lo es aparentar la lucha contra ella a nivel global. Ya conocemos su hipocresía incorregible y su falta de moral. No es para nada casual que Estados Unidos sea el receptor de la inmensa mayoría de los corruptos huidos del país, y bajo su mando, actuaron los delincuentes de lesa patria que robaron nuestros activos en el exterior para tratar de quebrar el apoyo popular al gobierno de Nicolás Maduro. ¡Fracasaron estrepitosamente y hoy son cartuchos quemados abandonados en la escena del crimen!

Estados Unidos es el país más corrupto del mundo; lo es con exagerada crueldad: hacer la guerra por negocio, invadir pueblos para robar sus recursos, lanzar armas de destrucción masiva para aterrorizar, experimentar con miles vidas sus nuevos juguetes de guerra, chantajear a placer el Sistema de Naciones Unidas, imponer a la humanidad el veneno de la contaminación universal y sus transgénicos productos agrícolas, hacer de su política una podrida subasta de ambiciosos, haber impuesto las peores dictaduras violadoras de Derechos Humanos, ser capital planetaria del narcotráfico donde se realiza la ganancia de este negocio que mantiene en jaque a los países productores de materia prima y tránsito de la mercancía; ¿qué más se puede esperar del Estado genocida y ladrón engendrado por el Albión?

Esta condición de Estado mafioso con irrenunciable aspiración de “gendarme” internacional, le viene desde cuando practicaban puntería con millones de habitantes originarios en el norte de nuestra Abya Yala. Cuando se propusieron impedir la consagración del Proyecto de Simón Bolívar en la tercera década del siglo XIX, lo primero que hicieron fue corromper cuadros que eran partidarios de la Independencia, pero no militantes bolivarianos. Esperaban –y así ocurrió- que la traición fuese la sepulturera del aquélla causa justa de construir una Patria Grande soberana, libre e igualitaria.

William Henry Harrison, representante gringo en Bogotá, escribía en 1829 al Secretario de Estado: “Obando (José María) se encuentra en el campamento de Bolívar seduciendo a sus tropas. Córdova (tocayo de Obando) ha seducido al batallón que está en Popayán y se ha ido al Cauca y Antioquia, las cuales están maduras para la revuelta…Se distribuye dinero entre las tropas, sin que el gobierno tenga todavía conocimiento de estos movimientos”.

Ese Obando fue el autor intelectual del vil asesinato del Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre; Córdoba tiró al basurero las glorias que alcanzó al lado de Bolívar y Sucre, terminando sus días como títere de los yanquis y santanderistas.

La corrupción es un arma de uso arcaico por los gringos. Uno de sus primeros cachorros en esa práctica fue Santander, de allí que su sólo nombre es sinónimo de traidor y del más ruin pillaje.

III

El advenimiento de la era “Chávez” en el principal almacén de energía para la insaciable máquina imperialista, no podía suceder sin que se activasen todos los mecanismos para frustrar el proyecto bolivariano.

Autocríticamente afirmo que el modelo implementado desde 1999 adoleció de tres errores conceptuales gravísimos:

1)     Adoptar la visión liberal burguesa de que el ingreso petrolero que percibe el país es “una renta que nadie produce” (Giordani y un montón de mediocres copiando a Batista); cuestión que nunca explicaron científicamente, conformándose con invocar un fulano “rentismo”, que ni quienes lo cacarean saben realmente qué significa. Esta noción metafísica de “rentismo”, echa por tierra toda la concepción del valor trabajo, puesto que niega la existencia de la plusvalía y de la ganancia como resultado de la combinación de los factores de producción, donde la tierra (el petróleo en el subsuelo) es sólo uno de ellos, que no adquiere la forma de mercancía sin el trabajo (capital humano) y el capital (industrial, financiero, tecnológico).

2)     Se impuso una concepción “sentimental”, voluntarista, según la cual “la empresa socialista no requiere producir ganancias”, porque los bienes son derechos y no mercancías, que deben llegar al pueblo a toda costa. Este disparate esotérico dejó en el camino un montón de fábricas quebradas, cerradas, destruidas; capital dilapidado, por tanto, trabajo previo desperdiciado y causa de pobreza.

3)     Con la idea loca de que “en Caracas cabe otra Caracas”, se dedicaron ingentes recursos a inversiones improductivas para el confort de una capital capitalista cada vez más atosigada como mercado cautivo de la parasitaria burguesía comercial importadora.

Estos tres gazapos –junto a confusiones ideológicas idealistas- complicaron la fórmula del modelo productivo que la revolución estaba obligada a crear y desarrollar; confusionismo que aún observamos en consignas como “Venezuela potencia” y “la Venezuela post petrolera” o “post rentista”, que parecen ingenuas pero que verdaderamente son nocivas para la necesaria comprensión del sistema económico nacional, toda vez que se contradicen con la fanfarria de la “primera reserva petrolífera del mundo”.

Lo lógico, racional, conveniente, es convertirnos en potencia petrolera, con aspiraciones a incorporar la mayor cantidad y mejor calidad de valor agregado a nuestra materia prima.

Este propósito soberanista implica la implementación de audaces alianzas que a la vez fortalezcan a Venezuela como actor protagónico del bloque anti hegemónico internacional, como observo que lo viene haciendo Nicolás.

¿Qué habría que sumarle al plan de ser una potencia petrolera, gasífera y petroquímica? Un ingrediente que nunca debió descuidarse: la producción suficiente de alimentos, para lo cual tenemos inmensas ventajas comparativas y una ancestralidad digna de reinventarse, creando las condiciones que viabilicen el reto.

Nuestro proyecto político se erige sobre los tres pilares fundamentales de la Doctrina Bolivariana: el antiimperialismo, la igualdad social y la democracia popular. Si no hemos alcanzado la “mayor suma de felicidad y de estabilidad” es precisamente porque la confrontación con el enemigo histórico ha implicado la distracción de grandes esfuerzos en sostener el poder político, retrasando las grandes transformaciones.

El reto del socialismo en la fase reformista que trata de hacer una mejor distribución de la riqueza social sin afectar a fondo el modo de producción capitalista, es un camino pedregoso, zigzagueante y resbaladizo, del que ningún experimento ha salido ileso. Equidad sin productividad: la ecuación imposible. La misma producción que requiere sobreexplotar al ser humano como fuerza productora y como masa consumidora -par dialéctico que es el núcleo de las crisis de sobreproducción típicas del capitalismo- no alcanza para satisfacer al colectivo en la distribución socialista, porque obligatoriamente la producción debe dar un salto cualitativo a la nueva forma de relacionarnos. Bolívar acusó al colonialismo de pretender eternizarnos en la condición de “siervos para el trabajo y simples consumidores”, tal como lo plantea hoy el neoliberalismo.

 

Conclusión

La lucha contra el flagelo de la corrupción debe ser cotidiana, obedecer a una política criminal que aborde integralmente el problema, desde los ámbitos educativos, culturales, comunicacionales, contralores, preventivos, legales y judiciales.

El Proyecto Bolivariano es radicalmente antagónico a la corrupción. No habrá sociedad de iguales, mientras una elite empoderada en las instituciones tenga como cultura el afán de lucro. Un partido revolucionario debe ser semilla y modelo de la nueva sociedad que pregona, lo contrario es caer en la demagogia que es la causa del descrédito, la ilegitimidad y la frustración colectiva. Quienes caen en estas prácticas nefastas, no quieren el socialismo, no desean que seamos iguales, porque realmente quieren ser –y se creen- superiores. El centralismo y el verticalismo organizativo alientan estas desviaciones.

Sólo la rigurosa formación de valores éticos y políticos basados en la Gesta y la Doctrina Bolivariana, impedirán que la corrupción y otras desviaciones ideológicas, destruyan desde dentro la Revolución Bolivariana.

Episodios escandalosos como el que actualmente se ventila, han ocurrido ya demasiados, algunos de sus ejecutores fugados “a tiempo”, y muchos casos han quedado en las sombras. Las acciones emprendidas gozan de amplio respaldo popular. La vigilancia ciudadana y la denuncia oportuna, deben ser valoradas por las instituciones, no marginadas, o peor aún, estigmatizadas.

La misión de elevar a la máxima potencia la ética patriótica es de carácter urgente y permanente. Bien podría llamarse “Misión Rafael Urdaneta”.

 

Yldefonso Finol

 

1 comentario:

  1. Señalar a la corrupción solo como producto del corruptor, parece condescendencia con el corrompido.
    ¿Acaso que aquel que vende el alma, ¿no se hace cómplice del comprador?
    Y ¿Qué decir de aquel que solamente observa?
    ¡Un abrazo!

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