¿Corrupción eterna?
Introito
Juan Vives
Suriá hablaba de la “deuda eterna”, otro mal del capitalismo dependiente que afinca
sus secuelas sobre los pueblos.
La corrupción
es un flagelo terrible que degrada la moral social, frustra el acceso a
derechos, trata de perpetuarse en la complicidad general y la impunidad
estatal, y es, antagónicamente incompatible con el proyecto bolivariano.
Si la
corrupción campea a sus anchas, como aquí lo ha hecho intensivamente por largos
períodos, es sencillamente imposible plantearse la construcción del socialismo.
La intersección de ambas variables es el conjunto vacío.
Un líder
adeco que pontificaba desde el alma pervertida de aquel partido, llegó a declarar
públicamente que: “en este país se roba porque no hay razones para no robar”.
¡Qué
dolor de Patria! ¡Qué triste y vergonzoso ver tipos que se autocalifican de “revolucionarios”
siguiendo el culto por el lucro que predicaba aquél degenerado!
I
En los
Considerandos del Decreto dictado por El Libertador Simón Bolívar el 12 de
enero de 1824 en Lima, se resume sucintamente el impacto negativo de la
corrupción sobre la sociedad, y el camino a seguir para evitarlo. Para Bolívar
la corrupción administrativa es “una de las principales causas de los desastres
en que se ha visto envuelta la República”, por “la escandalosa dilapidación de
sus fondos, por algunos funcionarios”.
Nuestro
Guía Fundacional sabe, por la peligrosa influencia que ejerce esta desviación
contraria al proyecto societario de la Revolución Bolivariana, que “el único
medio de extirpar radicalmente este desorden, es dictar medidas fuertes y
extraordinarias”.
Tanto la
caracterización como el tratamiento concebidos por Bolívar, tienen una vigencia
sorprendente, como toda su Doctrina.
Por eso
la primera línea estratégica del Plan Simón Bolívar (Plan de la Patria) reza: “Nueva
Ética Socialista: Propone la refundación de la Nación Venezolana, la cual hunde
sus raíces en la fusión de los valores y principios de lo más avanzado de las
corrientes humanistas del Socialismo y de la herencia histórica del pensamiento
de Simón Bolívar.”
Estamos claros
por qué el Comandante Chávez dio tal prioridad a este asunto vital, y por qué
una década después, el Presidente Nicolás Maduro, con gestualidad irascible
maldijo la corrupción.
Pero la ética, como el resto de valores y virtudes, no pertenecen
al reino de la biología y anatomía humana; no se adquieren genéticamente ni por
azarosos sortilegios: se aprenden colectivamente como pautas de comportamiento.
La racionalidad de las sociedades opresoras, léase
esclavismo, feudalismo, capitalismo, y éste último llevado a su fase
imperialista bajo la óptica neoliberal que exacerba el individualismo, el afán
de lucro como única vía de realización exitosa, la competencia desleal para
aplastar al otro, la sacralización de la propiedad privada y la acumulación de
privilegios, no pueden sino traer consigo la carencia generalizada de
escrúpulos en la obsesión por enriquecerse.
Tres monstruos se juntan para ponernos de rodillas ante
la corrupción: avaricia, mediocridad e impunidad. La avaricia es
el espíritu del modelo civilizatorio decadente, pero que no se suicida, hay que
“ayudarlo” a morir. La mediocridad es esa falta de impulso para ser mejores
personas, esa flojera hacia el estudio y el trabajo creativo, que lleva a tener
como meta de vida acomodarse con el menor esfuerzo posible. La impunidad es la
criminal dejación de justicia en que incurren el Estado y la sociedad.
Estos tres
monstruos, alimentan cierta especie de parásitos que viven adheridos a sus
pelambres: el oportunismo y el arribismo.
II
Hace diez y ocho años Fidel alertó en
Recientemente,
en un trino de su cuenta en twitter, el Presidente de Cuba, Díaz-Canel,
rememoraba otra acertada máxima fidelista sobre el mismo tema: “La filosofía y
la moral del imperialismo es la filosofía y la moral de la corrupción, del
egoísmo y el individualismo. Y esas son poderosas armas de las que se vale en
su lucha ideológica contra la Revolución”.
Seriamos
ingenuos si creyéramos que los gravísimos problemas de corrupción que padecemos
son sólo obra de una pandilla de malandros de cuello blanco y alma mugre. Fomentar
la corrupción es una de las varias formas de injerencia imperialista, como también
lo es aparentar la lucha contra ella a nivel global. Ya conocemos su hipocresía
incorregible y su falta de moral. No es para nada casual que Estados Unidos sea
el receptor de la inmensa mayoría de los corruptos huidos del país, y bajo su
mando, actuaron los delincuentes de lesa patria que robaron nuestros activos en
el exterior para tratar de quebrar el apoyo popular al gobierno de Nicolás
Maduro. ¡Fracasaron estrepitosamente y hoy son cartuchos quemados abandonados
en la escena del crimen!
Estados Unidos
es el país más corrupto del mundo; lo es con exagerada crueldad: hacer la
guerra por negocio, invadir pueblos para robar sus recursos, lanzar armas de
destrucción masiva para aterrorizar, experimentar con miles vidas sus nuevos juguetes
de guerra, chantajear a placer el Sistema de Naciones Unidas, imponer a la
humanidad el veneno de la contaminación universal y sus transgénicos productos
agrícolas, hacer de su política una podrida subasta de ambiciosos, haber
impuesto las peores dictaduras violadoras de Derechos Humanos, ser capital
planetaria del narcotráfico donde se realiza la ganancia de este negocio que
mantiene en jaque a los países productores de materia prima y tránsito de la
mercancía; ¿qué más se puede esperar del Estado genocida y ladrón engendrado
por el Albión?
Esta
condición de Estado mafioso con irrenunciable aspiración de “gendarme”
internacional, le viene desde cuando practicaban puntería con millones de habitantes
originarios en el norte de nuestra Abya Yala. Cuando se propusieron impedir la
consagración del Proyecto de Simón Bolívar en la tercera década del siglo XIX,
lo primero que hicieron fue corromper cuadros que eran partidarios de la
Independencia, pero no militantes bolivarianos. Esperaban –y así ocurrió- que
la traición fuese la sepulturera del aquélla causa justa de construir una
Patria Grande soberana, libre e igualitaria.
William Henry
Harrison, representante gringo en Bogotá, escribía en 1829 al Secretario de
Estado: “Obando (José María) se encuentra en el campamento de Bolívar
seduciendo a sus tropas. Córdova (tocayo de Obando) ha seducido al batallón que
está en Popayán y se ha ido al Cauca y Antioquia, las cuales están maduras para
la revuelta…Se distribuye dinero entre las tropas, sin que el gobierno
tenga todavía conocimiento de estos movimientos”.
Ese Obando
fue el autor intelectual del vil asesinato del Mariscal de Ayacucho Antonio
José de Sucre; Córdoba tiró al basurero las glorias que alcanzó al lado de
Bolívar y Sucre, terminando sus días como títere de los yanquis y
santanderistas.
La corrupción
es un arma de uso arcaico por los gringos. Uno de sus primeros cachorros en esa
práctica fue Santander, de allí que su sólo nombre es sinónimo de traidor y del
más ruin pillaje.
III
El
advenimiento de la era “Chávez” en el principal almacén de energía para la
insaciable máquina imperialista, no podía suceder sin que se activasen todos
los mecanismos para frustrar el proyecto bolivariano.
Autocríticamente
afirmo que el modelo implementado desde 1999 adoleció de tres errores
conceptuales gravísimos:
1)
Adoptar la visión liberal burguesa de que el
ingreso petrolero que percibe el país es “una renta que nadie produce”
(Giordani y un montón de mediocres copiando a Batista); cuestión que nunca
explicaron científicamente, conformándose con invocar un fulano “rentismo”, que
ni quienes lo cacarean saben realmente qué significa. Esta noción metafísica de
“rentismo”, echa por tierra toda la concepción del valor trabajo, puesto que
niega la existencia de la plusvalía y de la ganancia como resultado de la
combinación de los factores de producción, donde la tierra (el petróleo en el
subsuelo) es sólo uno de ellos, que no adquiere la forma de mercancía sin el trabajo
(capital humano) y el capital (industrial, financiero, tecnológico).
2)
Se impuso una concepción “sentimental”,
voluntarista, según la cual “la empresa socialista no requiere producir
ganancias”, porque los bienes son derechos y no mercancías, que deben llegar al
pueblo a toda costa. Este disparate esotérico dejó en el camino un montón de
fábricas quebradas, cerradas, destruidas; capital dilapidado, por tanto,
trabajo previo desperdiciado y causa de pobreza.
3)
Con la idea loca de que “en Caracas cabe otra
Caracas”, se dedicaron ingentes recursos a inversiones improductivas para el
confort de una capital capitalista cada vez más atosigada como mercado cautivo
de la parasitaria burguesía comercial importadora.
Estos
tres gazapos –junto a confusiones ideológicas idealistas- complicaron la
fórmula del modelo productivo que la revolución estaba obligada a crear y
desarrollar; confusionismo que aún observamos en consignas como “Venezuela
potencia” y “la Venezuela post petrolera” o “post rentista”, que parecen ingenuas
pero que verdaderamente son nocivas para la necesaria comprensión del sistema
económico nacional, toda vez que se contradicen con la fanfarria de la “primera
reserva petrolífera del mundo”.
Lo
lógico, racional, conveniente, es convertirnos en potencia petrolera, con
aspiraciones a incorporar la mayor cantidad y mejor calidad de valor agregado a
nuestra materia prima.
Este propósito
soberanista implica la implementación de audaces alianzas que a la vez fortalezcan
a Venezuela como actor protagónico del bloque anti hegemónico internacional,
como observo que lo viene haciendo Nicolás.
¿Qué
habría que sumarle al plan de ser una potencia petrolera, gasífera y
petroquímica? Un ingrediente que nunca debió descuidarse: la producción
suficiente de alimentos, para lo cual tenemos inmensas ventajas comparativas y
una ancestralidad digna de reinventarse, creando las condiciones que viabilicen
el reto.
Nuestro
proyecto político se erige sobre los tres pilares fundamentales de la Doctrina
Bolivariana: el antiimperialismo, la igualdad social y la democracia popular.
Si no hemos alcanzado la “mayor suma de felicidad y de estabilidad” es
precisamente porque la confrontación con el enemigo histórico ha implicado la
distracción de grandes esfuerzos en sostener el poder político, retrasando las
grandes transformaciones.
El reto
del socialismo en la fase reformista que trata de hacer una mejor distribución
de la riqueza social sin afectar a fondo el modo de producción capitalista, es
un camino pedregoso, zigzagueante y resbaladizo, del que ningún experimento ha
salido ileso. Equidad sin productividad: la ecuación imposible. La misma
producción que requiere sobreexplotar al ser humano como fuerza productora y
como masa consumidora -par dialéctico que es el núcleo de las crisis de
sobreproducción típicas del capitalismo- no alcanza para satisfacer al
colectivo en la distribución socialista, porque obligatoriamente la producción
debe dar un salto cualitativo a la nueva forma de relacionarnos. Bolívar acusó
al colonialismo de pretender eternizarnos en la condición de “siervos para el trabajo
y simples consumidores”, tal como lo plantea hoy el neoliberalismo.
Conclusión
La lucha
contra el flagelo de la corrupción debe ser cotidiana, obedecer a una política criminal
que aborde integralmente el problema, desde los ámbitos educativos, culturales,
comunicacionales, contralores, preventivos, legales y judiciales.
El Proyecto
Bolivariano es radicalmente antagónico a la corrupción. No habrá sociedad de
iguales, mientras una elite empoderada en las instituciones tenga como cultura
el afán de lucro. Un partido revolucionario debe ser semilla y modelo de la
nueva sociedad que pregona, lo contrario es caer en la demagogia que es la
causa del descrédito, la ilegitimidad y la frustración colectiva. Quienes caen
en estas prácticas nefastas, no quieren el socialismo, no desean que seamos
iguales, porque realmente quieren ser –y se creen- superiores. El centralismo y
el verticalismo organizativo alientan estas desviaciones.
Sólo la
rigurosa formación de valores éticos y políticos basados en la Gesta y la Doctrina
Bolivariana, impedirán que la corrupción y otras desviaciones ideológicas,
destruyan desde dentro la Revolución Bolivariana.
Episodios
escandalosos como el que actualmente se ventila, han ocurrido ya demasiados, algunos
de sus ejecutores fugados “a tiempo”, y muchos casos han quedado en las sombras.
Las acciones emprendidas gozan de amplio respaldo popular. La vigilancia
ciudadana y la denuncia oportuna, deben ser valoradas por las instituciones, no
marginadas, o peor aún, estigmatizadas.
La misión
de elevar a la máxima potencia la ética patriótica es de carácter urgente y
permanente. Bien podría llamarse “Misión Rafael Urdaneta”.
Yldefonso
Finol
Señalar a la corrupción solo como producto del corruptor, parece condescendencia con el corrompido.
ResponderEliminar¿Acaso que aquel que vende el alma, ¿no se hace cómplice del comprador?
Y ¿Qué decir de aquel que solamente observa?
¡Un abrazo!