La constelación del Pabellón Tricolor y la
importancia estratégica de lo simbólico en el campo de batalla sensible-cognitivo
Epígrafes
“Nuestras
discordias tienen su origen en las dos más copiosas fuentes de calamidad pública:
la ignorancia y la debilidad”.
“Libertad
es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado, y a pensar y a hablar sin
hipocresía.” (José Martí)
“Mantenemos
la Bandera de Libertad para toda Hispanoamérica.” Augusto César Sandino
I
La lucha
por ocupar el espectro sentipensante de las personas, es cada vez más intensa y
sofisticada. En eso la Colonia fue muy eficaz, llegando a sembrar sus valores
de sumisión-yugo tan hondo, que aún sus mitos alienantes colman las almas de
millones de seres humanos en Nuestra América. El relato justificador de la
opresión invadió la cultura colectiva con la religión, la “educación”, y el
discurso dominante, surgiendo el culto a la colonialidad que aún rige el
pensamiento criollo mayoritario.
En la
escuela nos decían que el azul de la Bandera representaba “el mar que nos
separa de la Madre Patria, España”, mientras las maestras organizaban la
celebración del “Día de la Raza” el 12 de octubre. Eso sí, cuando se referían a
la franja roja, entonces era “la sangre derramada por nuestros libertadores”,
sin aclarar que lo primeros en derramarla como ríos púrpuras, fueron los
pueblos originarios, los “indios”, quienes primero enfrentaron -en una guerra
sorpresiva, desigual, injusta, saqueadora- las invasiones europeas.
Por cierto,
esa guerra de resistencia en el Lago Maracaibo duró ciento ocho años (más de un
siglo), desde el 24 de agosto de 1499 cuando se enfrentaron nuestros ancestros
contra los cañones y las espadas al mando de Alonso de Ojeda y Américo Vespucio
en las playas del Archipiélago Añú en el Golfo de Venezuela, hasta el 23 de
junio de 1607, fecha en que es atrapado el Cacique Nigale y su pequeña guerrilla
añú. Pero esa historia no importó a la “historia oficial” de la república
pro-imperialista.
En el
idioma de aquellos “libertadores” no reconocidos, la palabra estrella es jatüge.
(Kéirate jatüge: novena estrella)
La versión
impuesta “con la espada y la cruz”, indica que el invasor “descubrió”, porque
antes nadie había visto nuestros lugares de existencia milenaria, o al menos,
nadie considerado “ser humano”; ellos “fundaron” los pueblos y ciudades, no fue
que hicieron un genocidio; ellos “poblaron”, no causaron una “catástrofe
demográfica” (Gustavo Gutiérrez); ellos trajeron la “civilización”, porque los “indios”
ni siquiera eran “racionales”, no tenían “alma”, menos podían gobernarse y
aprovechar el paraíso en que vivían como salvajes.
¿Cuánto
de ese racismo arcaico persiste en el imaginario social y la mente de actores
de poder? Es frecuente observar el estilo “John Wayne” en la conducción de
funcionarios encargados de los asuntos indígenas.
En la
formación político-territorial de las repúblicas que nacieron de la Guerra de
Independencia, quedaron entronizados los resabios colonialistas, y la
capitalidad adoptó mucho del esquema colonial en el trato dado por el poder
central a las provincias. No olvidemos que hasta una Guerra Federal de contenidos
socializantes conmovió los cimientos del dominio oligárquico en la segunda
mitad del siglo XIX.
Apelaremos
a la definición del experto Fernando Buen Abad, para una mejor comprensión del
fenómeno de la “guerra simbólica”: “Es la lucha de clases que (también) se
libra con valores, con ideas y con signos… en la cabeza y en los corazones. Es
la pugna asimétrica de intereses que se confrontan históricamente por ganar el
terreno de los imaginarios simbólicos donde se yerguen los principios, las
ideas, los afectos… es uno de los escenarios de la batalla de las ideas (que
también debemos ganar)”.
Muy esclarecedor
aporte que nos remite a la necesidad de rearmarnos ideológicamente, saber
construir los contenidos de nuestros mensajes liberadores frente a la masiva y
despiadada invasión propagandística de los imperialismos, y utilizar todas las
herramientas comunicacionales –clásicas, alternativas o de vanguardia tecnológica-
a las que tengamos acceso, para sembrar el pensamiento emancipatorio en el
colectivo social; teniendo claro que luchamos contra una poderosa maquinaria
transnacional, cuyo propósito es destruir las conexiones épicas y afectivas de
los pueblos respecto de su Estado Nación, para despejar el camino de
resistencias a su proyecto recolonizador.
Por tanto,
la tarea más urgente de la militancia contra-hegemónica, es recuperar en las
mayorías el amor por la Patria (la Chica y la Grande), el orgullo de nuestros
gentilicios rebeldes y creativos, la conexión con nuestras ancestralidades, la
revalorización de las gestas independentistas y las expresiones más sublimes de
la cultura popular indoamericana, en fin, reconstruir con sólidos fundamentos
la estima de las diversas nacionalidades, abrazadas en lo común y también en las
especificidades, sin marginaciones grupales ni estigmatizaciones regionales, tan
nocivas a la unidad que requerimos para ser fuertes y soberanos.
II
En
Bárbula cayó el Prócer de la Independencia Atanasio Girardot cuando se
arriesgaba a colocar nuestra Bandera en la cima del campo recién liberado.
Miranda
soñó mil veces nuestra libertad acariciando las telas que con sus propias manos
cosían la utopía. Solía añorar su Patria viendo en cada estrella del firmamento
un pedacito de Ella.
Según el
cantor Milanés, “Bolívar lanzó una estrella que junto a Martí brilló”.
Estrellas
poéticas y cantoras formaron el alma musical de Venezuela, donde todo
sentimiento patriótico “es como el titilar de una estrella de amor” (Antonio
Carrillo); sea cuando nos presta su claridad un “lucero de la mañana” (Simón
Díaz), o “cuando la estrella novia del Lago deja su estela por la mañana” (Mejías
Palazzi)
Un irreverente
Trino Mora “va en busca de una estrella, pero cae en el mar”, mientras Alí
Primera canta “Tu solitaria estrella” por la libertad de Puerto Rico.
Julio Cortázar,
en un lamento sureño, así se despedía del Che: “Mi hermano mostrándome detrás
de la noche su estrella elegida”.
No es
difícil conseguir estrellas cuando se ama la causa que la pide.
Hay que
amar la acción temprana del pueblo originario del Lago Maracaibo que se
insurreccionó al llegar el primer invasor a nuestra Patria. Amar la gesta del
Cacique Nigale, su segundo comandante Telinogaste (1607), y los héroes añú de
la Primera Batalla del Lago Maracaibo que expulsaron al invasor Alonso Pacheco
en noviembre de 1573; se debe amar la recia resistencia del pueblo barí en la
defensa de sus territorios en la región del Catatumbo, Sur del Lago y valles
cucuteños, como cuando destruyeron a los invasores en Gibraltar, y se unieron a
Nigale contra los españoles que ambicionaban nuestra pista lacustre.
Una estrella
quiere bordar el azul de la patria desde el Golfo de Venezuela al Relámpago del
Catatumbo, tejiendo con hilos de veneración nacionalista seiscientos ochenta kilómetros de dignidad y
paz desde Castilletes al Río de Oro, con nudos de cariño en las nacientes del
Guasare y el Socuy, hasta completar el verde biodiverso de Perijá. Esa estrella
justiciera se bañará en las aguas lastimadas de nuestro Lago, para rendir
homenaje al obrero que dejó su vida ordeñando entrañas oscuras, y pedir perdón
a las víctimas del imperialismo petrolero (el mismo Lago en primer lugar),
aquellas de Paraute –hermanos añú- que murieron en las llamas provocadas por
los yanquis de la Gulf Oil y sus agentes criollos mandados por el pusilánime entreguista
López Contreras.
Por qué
no amar el alzamiento de José Leonardo Chirinos al frente de los “indios” y
afros esclavizados en la Sierra Coriana en 1795, enarbolando las banderas
libertarias radicales que su causa asumía como parte de las revoluciones
caribeñas anticoloniales; esa latencia luminosa regresó en la valentía de
Josefa Camejo y la canción solidaria de Alí Primera, que merecen todo el amor
de la más raigal venezolanidad. Una estrella querrá adentrarse en los haitones
para beber de los profundos manantiales de Curimagua las historias negadas de
los subalternizados.
Ya lo
decía El Libertador, “el gran poder existe en la fuerza irresistible del amor”.
III
Bandera
tricolor -amarillo, azul y rojo- tuvimos desde que el Precursor Francisco de
Miranda la diseñó como símbolo fundante de nuestra Emancipación, la izó en su
barco El Leander el 12 de marzo en Jacmel, Haití, y la hizo ondear en la Vela
de Coro al desembarcar su Expedición Libertadora. Las franjas de aquella
bandera eran desiguales, decreciendo el ancho de la azul respecto de la amarilla,
y la roja en relación a la azul. Esta bandera de 1806 no tenía estrellas.
Sí las
tuvo la bandera de Manuel Gual y José María España de 1797, en cuya franja
inferior de color azul claro aparecían cuatro estrellas blancas representando
las provincias de Caracas, Cumaná, Guayana y Maracaibo.
La
bandera aprobada en julio de 1811 no tenía estrellas. La República se inaugura
ese año con siete provincias: Barcelona, Barinas, Caracas, Cumaná, Margarita,
Mérida, y Trujillo. La Constitución estableció en el Artículo 128º lo
siguiente: “Luego que libres de la opresión que sufren las Provincias de Coro,
Maracaibo y Guayana, puedan y quieran unirse a la Confederación, serán
admitidas a ella, sin que la violenta separación en que a su pesar y el nuestro
han permanecido, pueda alterar para con ellas los principios de igualdad,
justicia y fraternidad, de que gozarán luego como todas las demás Provincias de
la unión”.
Hasta
ese momento el tema de la Bandera y las estrellas no aparece por ningún lado.
La simbología sideral se introduce por primera vez en mayo de 1817 por los
actores del llamado “Congresillo de Cariaco”, ese al que Bolívar comparó con un
pedazo de cazabe en caldo caliente.
Recordemos
que esta jugada de Mariño y el cura Madariaga invocando la Constitución de
1811, se planteó restituir el frágil sistema federal que El Libertador demolió
con su contundente crítica en el Manifiesto de Cartagena. Pero, ni aquella
Carta Magna fundante, ni las efímeras acciones de los “congresistas” de Cariaco,
excluían a las provincias que seguían bajo el yugo español.
A la
Bandera tricolor le agregaron siete estrellas azules colocadas en línea recta
en la franja amarilla. Bolívar no objetó esa iniciativa, y en noviembre decretó
que se sumara una octava estrella para representar a la Guayana recién liberada,
cuya capital Angostura era sede del Gobierno de la República.
Precisamente
en esa histórica ciudad, el Congreso aprobó la Constitución Política del Estado
de Venezuela el 15 de agosto de 1819, la
cual, en el Título 2, Sección 1, Artículo 2º, establecía que: “El Territorio de
la República de Venezuela se divide en diez Provincias, que son: Barcelona,
Barinas, Caracas, Coro, Cumaná, Guayana, Maracaibo, Margarita, Mérida, y
Trujillo. Sus límites y demarcaciones se fijarán por el Congreso”.
El
historiador Pedro Calzadilla, propone una interpretación de profundo soporte
historiográfico, al preguntarse por qué el Libertador no decretó la
incorporación de la novena y décima estrellas; él mismo nos explica: “Cuando se
liberan las provincias de Maracaibo (enero 1821) y Coro (mayo 1821) la
República de Venezuela no existe. Lo que existe desde el 17 de diciembre de
1819 es la República de Colombia. Era otra realidad político constitucional;
otra bandera había sido aprobada y las estrellas habían desaparecido de nuestro
estandarte.”
Así
ocurrió. El 4 de octubre de 1821 el Congreso reunido en Cúcuta adoptó para la
Colombia original, aquella bandera que había sido creada por Miranda para
Venezuela, vigente desde el 9 de julio de 1811. Esa Bandera tricolor –sin estrellas-
encabezó los ejércitos que Bolívar llevó victoriosos hasta el Potosí; y cuando
su Proyecto Emancipador fue truncado, la traición, la opresión oligárquica, los
caudillismos ambiciosos, estrellaron contra el abismo el futuro de nuestros
pueblos.
Diversas
modificaciones experimentó la Bandera Nacional de Venezuela, quedando
establecida la de tres franjas de igual tamaño con siete estrellas en arco
dentro del azul, desde julio de 1930, y la de ocho, a partir de marzo de 2006,
con las novedades pertinentes sugeridas por el Presidente Hugo Chávez, que
incluyeron cambios en el Escudo de la Patria.
IV
El
pueblo no necesita permiso para soñar lo suyo y luchar por alcanzarlo.
El
Derecho de Petición existe positivamente desde el siglo XVII. La Doctrina
indica que este Derecho se ejerce en forma libre y espontánea, sin mediar
formalismos, por escrito motivado o a través de la voz pública, representando
aspiraciones colectivas de índole reivindicativo, material o intangible.
En
nuestra Constitución de 1999 está recogido en el Artículo 51º: “Toda persona
tiene el derecho de representar o dirigir peticiones ante cualquier autoridad,
funcionario público o funcionaria pública sobre los asuntos que sean de la
competencia de éstos o éstas, y de obtener oportuna y adecuada respuesta.
Quienes violen este derecho serán sancionados o sancionadas conforme a la ley,
pudiendo ser destituidos o destituidas del cargo respectivo.”
Por
ser –junto a nuestro pueblo- coautor y firmante de la Constitución de la
República Bolivariana de Venezuela, tengo el deber de seguir aportando a la
construcción de la democracia participativa y protagónica, más allá de que la
perversa herencia “representativa” se niegue a abrir el paso.
Mucho
menos me amilana la resistencia al cambio que suele contagiar la atmósfera que
ronda el “poder”. Esos temores los conocí de cerca cuando en la ANC de 1999 se
negó en primera discusión caracterizar como Bolivariana a la República de
Venezuela. No son caprichos las ideas que proponen transformar el tedio
espiritual.
Terror
le provoca a las autoridades municipales, por muy revolucionarias que se
declaren, cambiar un Escudo de terrible simbología colonialista que, en el caso
de Maracaibo, otorgado en 1635 cuando ya los españoles se habían apoderado del
lago, muestra de manera oprobiosa la supremacía imperial y se burla del Proceso
de Independencia iniciado autónomamente por nuestro pueblo, al mantener la frase
“muy noble y leal”, impuesta por la elite realista en los albores de la Primera
República. Aún en el municipio Lagunillas del Zulia hay un alcalde español
(prohibido en zonas fronterizas) que aborrece el nombre de Rafael Urdaneta y
rinde pleitesía al de Alonso de Ojeda. Paradojas insolentes.
En
enero de 2021 hice público por primera vez, el documento contentivo de los
argumentos sociales, históricos, políticos, simbólicos y geopolíticos que
justifican la incorporación de una Novena Estrella para representar al Zulia en
el Pabellón Tricolor. También solicité, con escritos y videos difundidos en
medios alternativos y redes, la Décima Estrella para la región Coriana, y llamé
a considerar la Undécima para nuestro Territorio Esequibo.
¿Por
qué no hice el planteamiento los años precedentes? ¿Por qué esperé el 2021?
En
primer lugar por la muy clara intención política de no entregar esta “bandera”
a la Asamblea Nacional electa en 2015 que se prestó para la más oprobiosa
conspiración contra Venezuela. Imaginemos por instante que aquellos diputados
quinta columnas se hubiesen apropiado de esta iniciativa. Por eso mantuvimos en
la mayor discreción el plan de solicitar la reforma de la Ley de Símbolos, y
nos activamos, con suma lealtad nacionalista, cuando nuestro pueblo sacó a los
criminales de lesa patria y eligió en 2020 un Poder Legislativo de mayoría
patriota.
En
segundo lugar, el año 2021 lucía como el momento más propicio, ya que
conmemorábamos el Bicentenario del Pronunciamiento de la Provincia de Maracaibo
a favor de la República (28 de enero 1821), la salida de la División Urdaneta (30
de abril) a liberar Coro y engrosar el Ejército triunfante en Carabobo, la
primera visita del Libertador a Maracaibo (30 de agosto a 19 de septiembre) y
la creación del Departamento Zulia el 3 de octubre de aquel glorioso 1821.
Por
eso me apresuré a publicar el 5 de enero el documento Nueve Razones por la
Novena Estrella, que tuvo excelente acogida entre la ciudadanía bolivariana del
Zulia, al punto que el Gobernador Omar Prieto, se pronunció a favor en el acto
de celebración del Día de las Maestras y los Maestros. Lo mismo hizo en la
ceremonia conmemorativa del 28 de Enero, donde centró su discurso en exponer la
sentida aspiración del pueblo de Urdaneta. En esa memorable ocasión, el Orador
de Orden, diputado Diosdado Cabello, se mostró solidario y anunció su apoyo a
la petición.
En el
mes de mayo de 2021, acompañamos al Gobernador Prieto Fernández, quien hizo
entrega formal –en el Museo Urdaneta- del Proyecto de Reforma parcial de la Ley
de Símbolos al diputado Pedro Carreño, en ese momento presidente de la Comisión
de Política Interior de la AN.
Como
se puede apreciar, actuamos con sentido patriótico, con estrategia frente al
enemigo, con espíritu inclusivo y de trascendencia. La importancia estratégica
de esta propuesta es simbólica y política. El Zulia, con su inmenso corazón de
aguas, es una zona neurálgica en el contexto geopolítico internacional. Intereses
enemigos de Venezuela (gringos y santanderistas) han buscado azuzar
secesionismos impertinentes que nuestro pueblo siempre ha rechazado. Tenemos la
población más golpeada por la guerra económica, el bachaquerismo fronterizo, la
incursión narco-paramilitar, y somos la primera plaza electoral con cerca de
tres millones de votantes registrados.
No se
puede descalificar la petición con señalamientos infundados. Este no es un
asunto de falsos regionalismos, ni tampoco un ruego por favores burocráticos, ¡no
faltaba más!; quien lo vea así, cae en un plano trivial y manipulador, para
esconder su falta de comprensión del profundo significado histórico del
planteamiento.
Si no
hay amor por lo telúrico que somos, no puede haber empatía con nuestros sueños.
Pero si, en cambio, se lee el traslúcido sentimiento patrio que nos anima, y se
acercan los decisores al alma del pueblo que lo profesa, todas las energías
fluirán en armonía para que se haga concreta la utopía de alcanzar las
estrellas con las manos.
Yldefonso
Finol
Ahora todo se entiende y es más que justo. Gracias por exponerlo
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