miércoles, 5 de julio de 2023

La constelación del Pabellón Tricolor y la importancia estratégica de lo simbólico

 


La constelación del Pabellón Tricolor y la importancia estratégica de lo simbólico en el campo de batalla sensible-cognitivo

 

Epígrafes

“Nuestras discordias tienen su origen en las dos más copiosas fuentes de calamidad pública: la ignorancia y la debilidad”.

“Libertad es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresía.” (José Martí)

“Mantenemos la Bandera de Libertad para toda Hispanoamérica.” Augusto César Sandino

I

La lucha por ocupar el espectro sentipensante de las personas, es cada vez más intensa y sofisticada. En eso la Colonia fue muy eficaz, llegando a sembrar sus valores de sumisión-yugo tan hondo, que aún sus mitos alienantes colman las almas de millones de seres humanos en Nuestra América. El relato justificador de la opresión invadió la cultura colectiva con la religión, la “educación”, y el discurso dominante, surgiendo el culto a la colonialidad que aún rige el pensamiento criollo mayoritario.

En la escuela nos decían que el azul de la Bandera representaba “el mar que nos separa de la Madre Patria, España”, mientras las maestras organizaban la celebración del “Día de la Raza” el 12 de octubre. Eso sí, cuando se referían a la franja roja, entonces era “la sangre derramada por nuestros libertadores”, sin aclarar que lo primeros en derramarla como ríos púrpuras, fueron los pueblos originarios, los “indios”, quienes primero enfrentaron -en una guerra sorpresiva, desigual, injusta, saqueadora- las invasiones europeas.

Por cierto, esa guerra de resistencia en el Lago Maracaibo duró ciento ocho años (más de un siglo), desde el 24 de agosto de 1499 cuando se enfrentaron nuestros ancestros contra los cañones y las espadas al mando de Alonso de Ojeda y Américo Vespucio en las playas del Archipiélago Añú en el Golfo de Venezuela, hasta el 23 de junio de 1607, fecha en que es atrapado el Cacique Nigale y su pequeña guerrilla añú. Pero esa historia no importó a la “historia oficial” de la república pro-imperialista.

En el idioma de aquellos “libertadores” no reconocidos, la palabra estrella es jatüge. (Kéirate jatüge: novena estrella)

La versión impuesta “con la espada y la cruz”, indica que el invasor “descubrió”, porque antes nadie había visto nuestros lugares de existencia milenaria, o al menos, nadie considerado “ser humano”; ellos “fundaron” los pueblos y ciudades, no fue que hicieron un genocidio; ellos “poblaron”, no causaron una “catástrofe demográfica” (Gustavo Gutiérrez); ellos trajeron la “civilización”, porque los “indios” ni siquiera eran “racionales”, no tenían “alma”, menos podían gobernarse y aprovechar el paraíso en que vivían como salvajes.

¿Cuánto de ese racismo arcaico persiste en el imaginario social y la mente de actores de poder? Es frecuente observar el estilo “John Wayne” en la conducción de funcionarios encargados de los asuntos indígenas.

En la formación político-territorial de las repúblicas que nacieron de la Guerra de Independencia, quedaron entronizados los resabios colonialistas, y la capitalidad adoptó mucho del esquema colonial en el trato dado por el poder central a las provincias. No olvidemos que hasta una Guerra Federal de contenidos socializantes conmovió los cimientos del dominio oligárquico en la segunda mitad del siglo XIX.  

Apelaremos a la definición del experto Fernando Buen Abad, para una mejor comprensión del fenómeno de la “guerra simbólica”: “Es la lucha de clases que (también) se libra con valores, con ideas y con signos… en la cabeza y en los corazones. Es la pugna asimétrica de intereses que se confrontan históricamente por ganar el terreno de los imaginarios simbólicos donde se yerguen los principios, las ideas, los afectos… es uno de los escenarios de la batalla de las ideas (que también debemos ganar)”.

Muy esclarecedor aporte que nos remite a la necesidad de rearmarnos ideológicamente, saber construir los contenidos de nuestros mensajes liberadores frente a la masiva y despiadada invasión propagandística de los imperialismos, y utilizar todas las herramientas comunicacionales –clásicas, alternativas o de vanguardia tecnológica- a las que tengamos acceso, para sembrar el pensamiento emancipatorio en el colectivo social; teniendo claro que luchamos contra una poderosa maquinaria transnacional, cuyo propósito es destruir las conexiones épicas y afectivas de los pueblos respecto de su Estado Nación, para despejar el camino de resistencias a su proyecto recolonizador.

Por tanto, la tarea más urgente de la militancia contra-hegemónica, es recuperar en las mayorías el amor por la Patria (la Chica y la Grande), el orgullo de nuestros gentilicios rebeldes y creativos, la conexión con nuestras ancestralidades, la revalorización de las gestas independentistas y las expresiones más sublimes de la cultura popular indoamericana, en fin, reconstruir con sólidos fundamentos la estima de las diversas nacionalidades, abrazadas en lo común y también en las especificidades, sin marginaciones grupales ni estigmatizaciones regionales, tan nocivas a la unidad que requerimos para ser fuertes y soberanos.

II

En Bárbula cayó el Prócer de la Independencia Atanasio Girardot cuando se arriesgaba a colocar nuestra Bandera en la cima del campo recién liberado.

Miranda soñó mil veces nuestra libertad acariciando las telas que con sus propias manos cosían la utopía. Solía añorar su Patria viendo en cada estrella del firmamento un pedacito de Ella.

Según el cantor Milanés, “Bolívar lanzó una estrella que junto a Martí brilló”.

Estrellas poéticas y cantoras formaron el alma musical de Venezuela, donde todo sentimiento patriótico “es como el titilar de una estrella de amor” (Antonio Carrillo); sea cuando nos presta su claridad un “lucero de la mañana” (Simón Díaz), o “cuando la estrella novia del Lago deja su estela por la mañana” (Mejías Palazzi)

Un irreverente Trino Mora “va en busca de una estrella, pero cae en el mar”, mientras Alí Primera canta “Tu solitaria estrella” por la libertad de Puerto Rico.

Julio Cortázar, en un lamento sureño, así se despedía del Che: “Mi hermano mostrándome detrás de la noche su estrella elegida”.

No es difícil conseguir estrellas cuando se ama la causa que la pide.

Hay que amar la acción temprana del pueblo originario del Lago Maracaibo que se insurreccionó al llegar el primer invasor a nuestra Patria. Amar la gesta del Cacique Nigale, su segundo comandante Telinogaste (1607), y los héroes añú de la Primera Batalla del Lago Maracaibo que expulsaron al invasor Alonso Pacheco en noviembre de 1573; se debe amar la recia resistencia del pueblo barí en la defensa de sus territorios en la región del Catatumbo, Sur del Lago y valles cucuteños, como cuando destruyeron a los invasores en Gibraltar, y se unieron a Nigale contra los españoles que ambicionaban nuestra pista lacustre.

Una estrella quiere bordar el azul de la patria desde el Golfo de Venezuela al Relámpago del Catatumbo, tejiendo con hilos de veneración nacionalista  seiscientos ochenta kilómetros de dignidad y paz desde Castilletes al Río de Oro, con nudos de cariño en las nacientes del Guasare y el Socuy, hasta completar el verde biodiverso de Perijá. Esa estrella justiciera se bañará en las aguas lastimadas de nuestro Lago, para rendir homenaje al obrero que dejó su vida ordeñando entrañas oscuras, y pedir perdón a las víctimas del imperialismo petrolero (el mismo Lago en primer lugar), aquellas de Paraute –hermanos añú- que murieron en las llamas provocadas por los yanquis de la Gulf Oil y sus agentes criollos mandados por el pusilánime entreguista López Contreras.

Por qué no amar el alzamiento de José Leonardo Chirinos al frente de los “indios” y afros esclavizados en la Sierra Coriana en 1795, enarbolando las banderas libertarias radicales que su causa asumía como parte de las revoluciones caribeñas anticoloniales; esa latencia luminosa regresó en la valentía de Josefa Camejo y la canción solidaria de Alí Primera, que merecen todo el amor de la más raigal venezolanidad. Una estrella querrá adentrarse en los haitones para beber de los profundos manantiales de Curimagua las historias negadas de los subalternizados.

Ya lo decía El Libertador, “el gran poder existe en la fuerza irresistible del amor”.

III

Bandera tricolor -amarillo, azul y rojo- tuvimos desde que el Precursor Francisco de Miranda la diseñó como símbolo fundante de nuestra Emancipación, la izó en su barco El Leander el 12 de marzo en Jacmel, Haití, y la hizo ondear en la Vela de Coro al desembarcar su Expedición Libertadora. Las franjas de aquella bandera eran desiguales, decreciendo el ancho de la azul respecto de la amarilla, y la roja en relación a la azul. Esta bandera de 1806 no tenía estrellas.

Sí las tuvo la bandera de Manuel Gual y José María España de 1797, en cuya franja inferior de color azul claro aparecían cuatro estrellas blancas representando las provincias de Caracas, Cumaná, Guayana y Maracaibo.

La bandera aprobada en julio de 1811 no tenía estrellas. La República se inaugura ese año con siete provincias: Barcelona, Barinas, Caracas, Cumaná, Margarita, Mérida, y Trujillo. La Constitución estableció en el Artículo 128º lo siguiente: “Luego que libres de la opresión que sufren las Provincias de Coro, Maracaibo y Guayana, puedan y quieran unirse a la Confederación, serán admitidas a ella, sin que la violenta separación en que a su pesar y el nuestro han permanecido, pueda alterar para con ellas los principios de igualdad, justicia y fraternidad, de que gozarán luego como todas las demás Provincias de la unión”.

Hasta ese momento el tema de la Bandera y las estrellas no aparece por ningún lado. La simbología sideral se introduce por primera vez en mayo de 1817 por los actores del llamado “Congresillo de Cariaco”, ese al que Bolívar comparó con un pedazo de cazabe en caldo caliente.

Recordemos que esta jugada de Mariño y el cura Madariaga invocando la Constitución de 1811, se planteó restituir el frágil sistema federal que El Libertador demolió con su contundente crítica en el Manifiesto de Cartagena. Pero, ni aquella Carta Magna fundante, ni las efímeras acciones de los “congresistas” de Cariaco, excluían a las provincias que seguían bajo el yugo español.  

A la Bandera tricolor le agregaron siete estrellas azules colocadas en línea recta en la franja amarilla. Bolívar no objetó esa iniciativa, y en noviembre decretó que se sumara una octava estrella para representar a la Guayana recién liberada, cuya capital Angostura era sede del Gobierno de la República.

Precisamente en esa histórica ciudad, el Congreso aprobó la Constitución Política del Estado de Venezuela el 15 de agosto de 1819,  la cual, en el Título 2, Sección 1, Artículo 2º, establecía que: “El Territorio de la República de Venezuela se divide en diez Provincias, que son: Barcelona, Barinas, Caracas, Coro, Cumaná, Guayana, Maracaibo, Margarita, Mérida, y Trujillo. Sus límites y demarcaciones se fijarán por el Congreso”.

El historiador Pedro Calzadilla, propone una interpretación de profundo soporte historiográfico, al preguntarse por qué el Libertador no decretó la incorporación de la novena y décima estrellas; él mismo nos explica: “Cuando se liberan las provincias de Maracaibo (enero 1821) y Coro (mayo 1821) la República de Venezuela no existe. Lo que existe desde el 17 de diciembre de 1819 es la República de Colombia. Era otra realidad político constitucional; otra bandera había sido aprobada y las estrellas habían desaparecido de nuestro estandarte.”

Así ocurrió. El 4 de octubre de 1821 el Congreso reunido en Cúcuta adoptó para la Colombia original, aquella bandera que había sido creada por Miranda para Venezuela, vigente desde el 9 de julio de 1811. Esa Bandera tricolor –sin estrellas- encabezó los ejércitos que Bolívar llevó victoriosos hasta el Potosí; y cuando su Proyecto Emancipador fue truncado, la traición, la opresión oligárquica, los caudillismos ambiciosos, estrellaron contra el abismo el futuro de nuestros pueblos.

Diversas modificaciones experimentó la Bandera Nacional de Venezuela, quedando establecida la de tres franjas de igual tamaño con siete estrellas en arco dentro del azul, desde julio de 1930, y la de ocho, a partir de marzo de 2006, con las novedades pertinentes sugeridas por el Presidente Hugo Chávez, que incluyeron cambios en el Escudo de la Patria.

IV

El pueblo no necesita permiso para soñar lo suyo y luchar por alcanzarlo.

El Derecho de Petición existe positivamente desde el siglo XVII. La Doctrina indica que este Derecho se ejerce en forma libre y espontánea, sin mediar formalismos, por escrito motivado o a través de la voz pública, representando aspiraciones colectivas de índole reivindicativo, material o intangible.

En nuestra Constitución de 1999 está recogido en el Artículo 51º: “Toda persona tiene el derecho de representar o dirigir peticiones ante cualquier autoridad, funcionario público o funcionaria pública sobre los asuntos que sean de la competencia de éstos o éstas, y de obtener oportuna y adecuada respuesta. Quienes violen este derecho serán sancionados o sancionadas conforme a la ley, pudiendo ser destituidos o destituidas del cargo respectivo.”

Por ser –junto a nuestro pueblo- coautor y firmante de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, tengo el deber de seguir aportando a la construcción de la democracia participativa y protagónica, más allá de que la perversa herencia “representativa” se niegue a abrir el paso.

Mucho menos me amilana la resistencia al cambio que suele contagiar la atmósfera que ronda el “poder”. Esos temores los conocí de cerca cuando en la ANC de 1999 se negó en primera discusión caracterizar como Bolivariana a la República de Venezuela. No son caprichos las ideas que proponen transformar el tedio espiritual.

Terror le provoca a las autoridades municipales, por muy revolucionarias que se declaren, cambiar un Escudo de terrible simbología colonialista que, en el caso de Maracaibo, otorgado en 1635 cuando ya los españoles se habían apoderado del lago, muestra de manera oprobiosa la supremacía imperial y se burla del Proceso de Independencia iniciado autónomamente por nuestro pueblo, al mantener la frase “muy noble y leal”, impuesta por la elite realista en los albores de la Primera República. Aún en el municipio Lagunillas del Zulia hay un alcalde español (prohibido en zonas fronterizas) que aborrece el nombre de Rafael Urdaneta y rinde pleitesía al de Alonso de Ojeda. Paradojas insolentes.

En enero de 2021 hice público por primera vez, el documento contentivo de los argumentos sociales, históricos, políticos, simbólicos y geopolíticos que justifican la incorporación de una Novena Estrella para representar al Zulia en el Pabellón Tricolor. También solicité, con escritos y videos difundidos en medios alternativos y redes, la Décima Estrella para la región Coriana, y llamé a considerar la Undécima para nuestro Territorio Esequibo.

¿Por qué no hice el planteamiento los años precedentes? ¿Por qué esperé el 2021?

En primer lugar por la muy clara intención política de no entregar esta “bandera” a la Asamblea Nacional electa en 2015 que se prestó para la más oprobiosa conspiración contra Venezuela. Imaginemos por instante que aquellos diputados quinta columnas se hubiesen apropiado de esta iniciativa. Por eso mantuvimos en la mayor discreción el plan de solicitar la reforma de la Ley de Símbolos, y nos activamos, con suma lealtad nacionalista, cuando nuestro pueblo sacó a los criminales de lesa patria y eligió en 2020 un Poder Legislativo de mayoría patriota.

En segundo lugar, el año 2021 lucía como el momento más propicio, ya que conmemorábamos el Bicentenario del Pronunciamiento de la Provincia de Maracaibo a favor de la República (28 de enero 1821), la salida de la División Urdaneta (30 de abril) a liberar Coro y engrosar el Ejército triunfante en Carabobo, la primera visita del Libertador a Maracaibo (30 de agosto a 19 de septiembre) y la creación del Departamento Zulia el 3 de octubre de aquel glorioso 1821.

Por eso me apresuré a publicar el 5 de enero el documento Nueve Razones por la Novena Estrella, que tuvo excelente acogida entre la ciudadanía bolivariana del Zulia, al punto que el Gobernador Omar Prieto, se pronunció a favor en el acto de celebración del Día de las Maestras y los Maestros. Lo mismo hizo en la ceremonia conmemorativa del 28 de Enero, donde centró su discurso en exponer la sentida aspiración del pueblo de Urdaneta. En esa memorable ocasión, el Orador de Orden, diputado Diosdado Cabello, se mostró solidario y anunció su apoyo a la petición.

En el mes de mayo de 2021, acompañamos al Gobernador Prieto Fernández, quien hizo entrega formal –en el Museo Urdaneta- del Proyecto de Reforma parcial de la Ley de Símbolos al diputado Pedro Carreño, en ese momento presidente de la Comisión de Política Interior de la AN.

Como se puede apreciar, actuamos con sentido patriótico, con estrategia frente al enemigo, con espíritu inclusivo y de trascendencia. La importancia estratégica de esta propuesta es simbólica y política. El Zulia, con su inmenso corazón de aguas, es una zona neurálgica en el contexto geopolítico internacional. Intereses enemigos de Venezuela (gringos y santanderistas) han buscado azuzar secesionismos impertinentes que nuestro pueblo siempre ha rechazado. Tenemos la población más golpeada por la guerra económica, el bachaquerismo fronterizo, la incursión narco-paramilitar, y somos la primera plaza electoral con cerca de tres millones de votantes registrados.

No se puede descalificar la petición con señalamientos infundados. Este no es un asunto de falsos regionalismos, ni tampoco un ruego por favores burocráticos, ¡no faltaba más!; quien lo vea así, cae en un plano trivial y manipulador, para esconder su falta de comprensión del profundo significado histórico del planteamiento.

Si no hay amor por lo telúrico que somos, no puede haber empatía con nuestros sueños. Pero si, en cambio, se lee el traslúcido sentimiento patrio que nos anima, y se acercan los decisores al alma del pueblo que lo profesa, todas las energías fluirán en armonía para que se haga concreta la utopía de alcanzar las estrellas con las manos.

 

Yldefonso Finol

  

 

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