ANALISIS
DEL CONFLICTO LIMITROFE CON GUYANA A LA LUZ DE LA DOCTRINA BOLIVARIANA
Yldefonso Rafael Finol Ocando
Introito
En la controversia territorial
de Venezuela con Guyana se entrecruzan un conjunto de complejos elementos
histórico-jurídicos, que deben tomarse en cuenta para una concienzuda
comprensión del problema:
-
Resabios colonialistas vinculados al proceso de
formación del territorio de ambos países, en particular, las ilegítimas
ocupaciones de hecho consumadas en el siglo XIX por el Imperio Británico en el
oeste del río Esequibo, que corresponden históricamente a Venezuela; vale
decir, nuestra Guayana Esequiba.
-
La aplicación de la Doctrina Monroe, donde Estados
Unidos se erige en único poder representativo de América frente a Inglaterra y
resto de Europa, asumiendo para sí el rol de ser la voz válida de un continente
que considera su “patio trasero”.
-
Irrupción del capital monopolista, los cárteles y
trust, anunciando el advenimiento del imperialismo (1870) como etapa superior
del capitalismo clásico, con la tendencia definitoria de esta fase signada por
el reparto del mundo entre las potencias dominantes. (Hobson, 1902; Lenin,
1905; Hilferding, 1910)
-
La conspiración de estos poderes fácticos para
repartirse zonas geográficas que consideran de su interés geopolítico
específico, como fueron los casos de Cuba y Puerto Rico para Estados Unidos y
nuestra Guayana Esequiba para Inglaterra, entre otras por todo el planeta.
-
La imposición del fraudulento Laudo Arbitral de
París como resultado de ese acuerdo existencial entre Estados Unidos e
Inglaterra, en el que se le pretendió dar forma jurídica a un acto pirático.
-
El rechazo histórico de Venezuela a dicho adefesio y
la defensa sostenida de nuestra territorialidad en el Esequibo, que se plasmó
en el Acuerdo de Ginebra, como único instrumento reconocido soberanamente por
las partes para una solución satisfactoria, pacífica y dialogada, sin
injerencia de factor externo alguno.
-
En la situación actual del conflicto se debe
destacar el desconocimiento del Acuerdo de Ginebra por parte de Guyana, el
empeño obcecado en la validación unilateral del Laudo Arbitral, su arrogante
incursión en aguas marinas no delimitadas (y hasta en otras que son
exclusivamente venezolanas), todo ello a raíz de la cooptación de ciertas
elites políticas guyanesas por la transnacional petrolera EXXOM MOVIL y la
notoria presencia de agentes del Pentágono, la jefa del Comando Sur,
incrementándose el armamentismo y militarismo estadounidense en la República
Cooperativa de Guyana.
- Desde 2015 el gobierno de Guyana se prestó como aliado de posibles escenarios belicistas contra Venezuela, en esquemas calificados como “Operación Tenaza” en conjunción con los gobiernos colombianos involucrados en la guerra multiforme aplicada por el imperialismo yanqui a Venezuela.
I
La posición bolivariana en
el proceso del despojo
La Doctrina Bolivariana sobre
la primacía de lo territorial en el amplio concepto emancipatorio de la
soberanía popular, está contenida, entre otros tantos documentos emitidos por
El Libertador, en una carta a Andrés Santa Cruz,
fechada en Popayán el 26 de octubre de 1826: “Primero el suelo nativo que nada;
él ha formado, con sus elementos nuestro ser; nuestra vida no es otra cosa que
la esencia de nuestro pobre país. Allí se encuentran los testigos de nuestro
nacimiento, los creadores de nuestra existencia y los que nos han dado alma por
la educación. Los sepulcros de nuestros padres yacen allí y nos reclaman
seguridad y reposo; todo nos recuerda un deber, todo nos excita sentimientos
tiernos y memorias deliciosas; allí fue el teatro de nuestra inocencia, de
nuestros primeros amores, de nuestras primeras sensaciones y de cuanto nos ha
formado. ¿Qué títulos más sagrados al amor y a la consagración?”. [1]
Pero el pensamiento de Bolívar nunca fue sólo idea y
letras; es una de sus condiciones más destacadas como jefe revolucionario y
estadista: siempre su pensamiento va acompañado de la acción transformadora. En
el Cuartel General de Angostura, en fecha 15 de octubre de 1817, decreta
formalmente la incorporación de Guayana a la República, basado en el territorio
que nos disputábamos a sangre y fuego con el Imperio Hispano, constituido desde
1777 como Capitanía General de Venezuela: “Debiendo incorporarse a la República
la Provincia de Guayana tomada últimamente por la primera vez bajo la
protección de nuestras armas y leyes, he tenido a bien decretar y decreto lo
siguiente. Artículo 1º - La Provincia de Guayana en toda su extensión queda
reunida al territorio de Venezuela, y formará desde hoy una parte integrante de
la República.” [2]
El 17
de diciembre de 1819, el Congreso de Venezuela, reunido en Angostura del
Orinoco, declaró formalmente creada la República de Colombia. El Artículo 6° de
la Constitución de la República de Colombia de 1821, sancionada en Cúcuta, estableció
que: “El territorio de Colombia es
el mismo que comprendía el antiguo Virreinato de Nueva Granada y de la
Capitanía General de Venezuela.”
De manera que, para el movimiento independentista
liderado por Simón Bolívar y una pléyade de próceres de toda Nuestra América,
no había ninguna duda sobre la soberanía territorial que asistía a la República
sobre el área geográfica correspondiente a la Guayana Esequiba, desde tiempos
coloniales, desde la creación de la Capitanía General y desde la fundación
temprana de la Venezuela independiente en 1810.
Francisco Antonio Zea, quien ejerciera la
vicepresidencia en Angostura y otras importantes misiones patrióticas,
hallándose en Londres por órdenes del Libertador Presidente, dirige una nota a
Lord Castlreagh, Primer Ministro de Gran Bretaña, el 20 de febrero de 1821, para
precisar los límites de Colombia (la original); a tal efecto señala que su
frontera oriental “termina en el Esequibo, siendo la ribera izquierda de este
río la frontera con la Guayana holandesa”.
José Rafael Revenga, representante del Libertador
Presidente Simón Bolívar en Londres, para negociar el reconocimiento oficial de
Colombia (la original) por parte de Inglaterra, remite a los ingleses un oficio
que precisaba muy nítidamente la soberanía sobre nuestro territorio Esequibo:
“Séame lícito, sin embargo, llamar particularmente la atención de usted al
artículo 2° del Proyecto de Tratado en punto de límites. Los ingleses poseen en
el día la Guayana Holandesa, por cuya parte son nuestros vecinos. Convenga
usted, tan exactamente como sea posible, sobre fijar la línea divisoria de uno
y otro territorio según los últimos tratados entre España y Holanda. Los
colonos de Demerara y Bérbice tienen usurpada una gran porción de tierra que
según aquéllos nos pertenece, del lado del río Esequibo. Es absolutamente
indispensable que dichos colonos o se pongan bajo la protección y obediencia de
nuestras leyes, o que se retiren a sus antiguas posesiones. Al efecto se les
dará el tiempo necesario según se establece en el proyecto”.
Este documento, citado por
varios autores, alguno de los cuales atribuye su autoría al Libertador (el año 1822, el Libertador Simón Bolívar protesta de
manera enérgica: “Es absolutamente indispensable que dichos colonos, o se
pongan bajo la protección y obediencia de nuestras leyes, o que se retiren a
sus antiguas posesiones”) [3], reviste una importancia crucial, porque además de indicar
indudablemente cuál es el límite con las posesiones coloniales al este -mismo país
con el que se está tratando el reconocimiento de la República-, se reclama el
ingreso ilegal de colonos a nuestro territorio y se conmina a dejar esta
práctica, o acogiéndose a la jurisdicción exclusiva de la República o saliendo
inmediatamente de ella.
Estas negociaciones alcanzaron su propósito en agosto de 1824 y abril de
1825, cuando la Corona británica reconoció a la República de Colombia y se
suscribió el Tratado de amistad, navegación y comercio. En el marco de esa
nueva circunstancia diplomática, el entonces ministro Manuel José Hurtado,
reiteró que el límite “se extiende por la Mar del Norte desde el río Esequibo,
o confines de la provincia de Guayana, hasta el río de las Culebras que la
separa de Guatemala”; límites aceptados por Gran Bretaña, como consta en el
artículo 2° del Tratado de Reconocimiento: “la reconoció como Nación libre,
soberana e independiente, compuesta de las provincias y territorios expresados
en su Constitución y demás leyes posteriores, a saber: Margarita, Guayana,
Cumaná, Barcelona, Caracas, Carabobo, Barquisimeto, Barinas, Apure, Mérida,
Trujillo, Coro y Maracaibo y otros cualesquiera territorios e islas que puedan
corresponderle”.
Luego se procedió a aprobar el Tratado de amistad,
navegación y comercio el 1º de abril de 1825, cuyo espíritu expresado en el Artículo
1º que rezaba: “Habrá perpetua, firme y sincera amistad entre la República y
pueblo de Colombia, y los dominios súbditos de Su Majestad el Rey del Reino
Unido de la Gran Bretaña e Irlanda, sus herederos y sucesores” [4],
fue burlado cínica e incisivamente por los británicos.
Pero el empeño de Bolívar de
mantener una alianza táctica con Inglaterra durante todo el periodo de la
Guerra de Independencia contra España y formación de las nuevas repúblicas, que
algunos confunden con un sentimiento pro-británico, no cegó al Libertador para
ver, saber y advertir los riesgos de la relación con aquél imperio: “Por ahora me parece que nos dará una grande
importancia y mucha respetabilidad la alianza de la Gran Bretaña, porque bajo
su sombra podremos crecer, hacernos hombres, instruirnos y fortalecernos para
presentarnos entre las naciones en el grado de civilización y de poder, que son
necesarios a un gran pueblo. Pero estas ventajas no disipan los temores de que
esa poderosa nación sea en lo futuro soberana de los consejos y decisiones de
la asamblea: que su voz sea la más penetrante, y que su voluntad y sus
intereses sean el alma de la confederación, que no se atreverá a disgustarla
por no buscar ni echarse encima un enemigo irresistible. Este es, en mi
concepto, el mayor peligro que hay en mezclar a una nación tan fuerte con otras
tan débiles.” [5]
Y ese peligro ya se cernía
sobre nuestra Guayana Esequiba de manera subrepticia y traicionera.
II
Nuestra
obligación con la Doctrina Bolivariana
En el
caso venezolano en particular, he insistido en tres razones que nos obligan a
profundizar en la Doctrina Bolivariana:
1) La
primera es de carácter constitucional (condición necesaria y suficiente), de
acuerdo al Artículo 1° de la Constitución de 1999 vigente, que textualmente
establece: “La República Bolivariana de Venezuela es irrevocablemente libre e
independiente y fundamenta su patrimonio moral y sus valores de libertad,
igualdad, justicia y paz internacional en la doctrina de Simón Bolívar, el
Libertador. Son derechos irrenunciables de la Nación la independencia, la
libertad, la soberanía, la inmunidad, la integridad territorial y la
autodeterminación nacional.” Esta disposición fundacional constituye un
planteamiento sin precedente en el constitucionalismo latinoamericano, prueba
de la transformación paradigmática que implicó desde sus inicios el proceso
venezolano de la Revolución Bolivariana. El sólo salto a los tiempos históricos
de la lucha de emancipación, volteando la mirada de la ciudadanía al ideario
del más elevado Héroe Nacional, debían provocar una poderosa incitación a
recuperar la memoria colectiva sobre nuestros orígenes como nación soberana. No
quiere decir que bastara con enunciar estos principios normativos, porque los
cambios culturales no se producen de manera instantánea ni mecánicamente; ellos
son el resultado de complejos procesos sistemáticos de educación, debate,
comunicación, praxis social, y realizaciones concretas en el plano de los
derechos, con políticas públicas afinadas al ritmo de las exigencias
históricas. Tampoco debemos soslayar la acción de los contrarios. La tradición
política de las elites se veía amenazada por los nuevos contenidos
revolucionarios que invocaban el Pensamiento Bolivariano. El sistema de
dominación establecido desde 1830 se cimentaba sobre los hombros de un pueblo
excluido del empoderamiento –y de su propio protagonismo- de nuestra Historia.
Bolívar estaba en las plazas, era recordado en algunas efemérides, la
intelectualidad al servicio de aquellos regímenes lo manoseaba y se extasiaba
en su fastuosa erudición; pero los pueblos eran apartados de los centros del
conocimiento historiográfico, y en general de las ciencias. Se mostraba un
Bolívar cosificado, aristocrático, lejano, inalcanzable. La reversión del
status quo sobrevino del agotamiento del modelo partidista-representativo que
secuestraba la soberanía popular. Las insurrecciones populares de 1989 y
militares de 1992 marcaron el punto de quiebre. El bolivarianismo se
materializó en un proyecto político de mayorías que se propuso refundar la
República sobre los cimientos de su pensamiento nacional revolucionario por
excelencia.
2) La
segunda razón se manifiesta en el plano de lo cultural-espiritual-simbólico y
está esencialmente ligada a lo que considero una necesidad urgente: la
reconstrucción del mito fundante de la venezolanidad. En las raíces históricas
e ideológicas de la épica ancestral (originaria y republicana), están las
mejores energías para revalorizar el sentido de pertenencia a una nación
(plurinacional), la que parió al Precursor y al Libertador, y que ha sido
sometida a la campaña de linchamiento más bestial e indignante que contra
pueblo alguno del continente se haya realizado. Nuestra historia es nuestra
mayor riqueza, y cultivarla como memoria colectiva de la ciudadanía, es
dotarnos de las dos armas más poderosas de los pueblos: conciencia de
pertenecer a una estirpe heroica, y amor por esa construcción almática llamada
Patria.
3) La
tercera razón es de orden político-moral: si nuestra revolución se autocalifica
de bolivariana, lo menos que debemos es conocer la Gesta y el Pensamiento del
Libertador Simón Bolívar, para que, sobre esa base doctrinaria, formemos el
modelo de sociedad, de Estado y de servidores públicos que requiere el
país.
Consideramos
al bolivarianismo como el ideario para la emancipación antiimperialista de
nuestros pueblos, que busca el establecimiento de sociedades democráticas
populares, para la consolidación de la paz como condición ideal de las
realizaciones creativas y productivas de la comunidad internacional; la
construcción de un mundo en equilibrio, con relaciones internacionales e
intercambios económicos basados en la cooperación y no en el ánimo de
dominación; todo ello considerando la protección de la naturaleza como única
garante de la vida y el acceso igualitario a la educación como vía
democratizadora del conocimiento y –por ende- de la sociedad.
El
pensamiento de Simón Bolívar abarca con coherencia aspectos ético-filosóficos,
socio-políticos, socioeconómicos, militares y geopolíticos, que, como
construcciones teóricas, trascendieron a su tiempo, con un alto impacto en la
transformación radical de las condiciones coloniales del continente y del mapa
geopolítico mundial que vio desmoronarse aquel poderoso Imperio Hispano que
sojuzgó por más de tres siglos a los pueblos de Abya Yala.
Las
ideas del Libertador Bolívar fueron premonitorias respecto de lo nuevo que
debía nacer sobre las cenizas de un orden establecido que se suponía eterno por
designios divinos; y que aún en la actualidad, sus proposiciones programáticas
son válidas para las más anheladas causas por realizarse.
Los
tres contenidos esenciales de la Doctrina Bolivariana -transversales a toda su
obra teórica y su gesta- tienen una vigencia sorprendente, y los encontramos en
las bases políticas de todos los movimientos patrióticos de Latinoamérica y el
Caribe desde el mismo siglo XIX hasta nuestros días; esas razones expuestas por
Bolívar en el primer número del Correo del Orinoco: “se pelea contra el
monopolio y el despotismo, por la libertad del comercio universal y los
derechos del mundo”.
Esa
“pelea” la seguimos dando los pueblos contra la obsesión imperialista por
monopolizar el “comercio universal”, para lo cual ejerce toda clase de medidas
coercitivas, llámense guerras económicas, cercos diplomáticos, “sanciones” y
bloqueos, que burlan las más consensuadas normas del Derecho Internacional,
esos “derechos del mundo”, que Bolívar visualizaba a finales de la segunda
década del siglo XIX.
Hoy
observamos un llamado de la historia a relanzar el bolivarianismo como herencia
sintetizadora del pensamiento emancipador por excelencia de Nuestra América,
frente a las pretensiones imperialistas de desempolvar las doctrinas de la
opresión que le sirvieron de bitácora geoestratégica en el predominio que
Estados Unidos impuso “a sangre y fuego” en la región.
La
Doctrina Bolivariana no es un asunto del pasado ni debe confundirse con una
antología de “frases célebres” para recordar mecánicamente en las efemérides.
No es una lectura aburrida, no es una filosofía enmarañada, no es un recetario
ni una fórmula mágica. El bolivarianismo (o bolivarismo como preferían llamarlo
Vasconcelos y Liévano Aguirre) es ante todo una lección de vida para emular lo
más altruista del hombre y la mujer que quieren vivir sin las cadenas
ideológicas del individualismo a que nos conmina el globalismo neoliberal, como
“pensamiento único" en el “fin de la historia”; es un mensaje retador y
estimulante, un aliciente para darle sentido a una vida de servicio por el bien
común.
Porque
debemos recordar que el modelo social propuesto en la Doctrina Bolivariana, se
resume a su vez en tres paradigmas fundamentales:
-
El anticolonialismo como causa principal de los
revolucionarios de comienzos del siglo XIX, que se concatena con el
antiimperialismo de finales de esa centuria y los siguientes siglos XX y XXI.
-
La igualdad social (“establecida y practicada”) como
propósito irrenunciable del ser humano en sus luchas por una mejor humanidad,
recogido en la contemporaneidad por el proyecto socialista.
-
El buen gobierno, ese que debe conjugar sabiamente el
bien común con el buen vivir, para alcanzar la mayor suma de felicidad,
estabilidad y seguridad social para los pueblos.
Con
estos principios es que hemos enfrentado las doctrinas imperialistas que han
enarbolado los distintos gobiernos de los Estados Unidos para “plagar la
América de miserias en nombre de la Libertad”.
En
resumen, podemos afirmar que la Doctrina Bolivariana contiene:
-
La raíz anticolonialista y antiimperialista
latinoamericana
-
Un método de análisis situacional para la
transformación sociopolítica
-
La valoración suprema de la educación popular como vía
democratizadora de la sociedad
-
El abolicionismo de la esclavitud como cuestión previa
de la emancipación anticolonial
-
El carácter pionero de los derechos indígenas
-
La nueva ética ciudadana como base del sistema de
valores republicanos
-
El ecologismo raigal recogido en el contacto con las
culturas originarias andinas
-
La unidad latinoamericana como núcleo del Equilibrio
del Universo
-
El desarrollo de economías soberanas
II
La lucha actual por nuestra Guayana Esequiba
La convocatoria a Referéndum Consultivo por el Esequibo
significa la reafirmación de soberanía nacional-popular contra neocolonialismo
transnacional. Venezuela activa, por vías institucionales legítimas, un
instrumento democrático participativo, y la transnacional que recolonizó a
Guyana (EXXOM MOVIL-Pentágono) reaccionó pagando bufetes para que la Corte
Internacional de Justicia le impida a nuestro pueblo el ejercicio de su
soberano derecho a pronunciarse sobre una materia de altísimo interés nacional.
¿Qué tipo de jurisprudencia crearía la CIJ
entrometiéndose en la democracia venezolana para limitarla, coartarla,
truncarla? Ya sabemos que la presidenta de la CIJ es una agente del
Departamento de Estado gringo. Venezuela no reconoce esa instancia para tratar
el asunto de fondo que es la controversia con la vecina República Cooperativa
de Guyana (por culpa del Imperio Británico) sobre nuestra Guayana Esequiba;
mucho menos para meterse en una decisión legítima del Poder Legislativo de
convocar al referéndum constitucional.
Aplicando la Doctrina Monroe los yanquis urdieron -con
sus congéneres del Albión- el fraudulento Laudo Arbitral de París: allí no
podían participar los venezolanos; es lo mismo que pretenden recrear con el
exabrupto de un recurso en la CIJ: la nulidad los carcome a la luz del Derecho
Internacional.
Venezuela es hoy una inmensa escuela de aulas abiertas a
la Historia y la Filosofía Política. El Presidente Nicolás Maduro ha ejercido
un magisterio nacional ante toda nuestra ciudadanía. En las calles se conversa
de un concepto de doble significado, fundamental en la existencia del Estado: a)
Soberanía nacional sobre nuestro territorio constituido en un proceso histórico
de luchas ancestrales y republicanas. B) Soberanía para autodeterminarnos. C) Soberanía
popular para expresarnos y decidir nuestro destino.
Hoy Venezuela es una sola conciencia de su valor como
núcleo duro de los Derechos por una Humanidad liberada de coloniajes y presta a
coexistir solidaria, pacífica, fraterna con todas las naciones; pero, eso sí,
nunca sometida.
III
Apunte
final
Por
cortesía del profesor Víctor Reyes accedimos a este interesante aporte de
Carlos Marx titulado El pago por la Guayana que constituye -de seguro-
parte de esos intríngulis que la historia oficial no ha registrado, y que sólo
la mirada crítica desde el campo revolucionario es capaz de develar: “Entre
Inglaterra, Holanda y Rusia existió antaño un curioso convenio, el llamado
préstamo ruso-holandés. Durante la guerra antijacobina el zar Alejandro obtuvo
un empréstito de los señores Hope & Co. en Amsterdam. Tras la caída de
Bonaparte, el rey de Holanda, “deseoso de retribuir adecuadamente a las
potencias aliadas por haber liberado su territorio” y asimismo por la anexión
de Bélgica -a la cual no tenía derecho alguno- se comprometió a formalizar un
acuerdo con Rusia, por el cual convenía en pagar a plazos los 25 millones de
florines adeudados por aquélla a los señores Hope & Co.; las otras
potencias habían renunciado en favor de Rusia -entonces en grandes dificultades
financieras- a sus reclamaciones. Para cohonestar su robo de las colonias
holandesas en el Cabo de Buena Esperanza, así como de Demerara, Esequibo y
Berbice, Inglaterra se adhirió a este acuerdo y se comprometió a pagar cierta
proporción de los subsidios que correspondían a Rusia.” [6]
Con
razón el agente ruso en la trama que generó el Laudo Arbitral de París, profesor
F. de Martens, “distinguido autor de Derecho Internacional”, jugó un oprobioso
papel similar a un proxeneta, durante los lleva y trae de la espuria
negociación.
Ahora
lo sabemos por el póstumo Memorándum del jurista Severo Mallet-Prevost, quien
nos legó para la historia (y la justicia), verdades que el mundo debe conocer y
que nuestra lucha por la Guayana Esequiba logrará hacer valer, referidas a la fraudulenta decisión plasmada en el
Laudo Arbitral: “fue injusta para Venezuela y la despojó de un
territorio muy extenso e importante, sobre el cual la Gran Bretaña no tenía en
mi opinión, la menor sombra de derecho”.
Yldefonso
Finol
[1]
José Díaz Bermúdez: El pensamiento vivo de los libertadores de esta América.pdf,
mayo 2011, p 12
[2] http://www.archivodellibertador.gob.ve/
Dcto. 2197
[3]
Ministerio del Poder Popular para
Relaciones Exteriores: Guayana Esequiba: Historia de un Despojo, Caracas 2015/
Al momento de realizar este artículo no se encontró dicho texto ni en el
archivodellibertador.gob.ve ni en otra fuente original. Lo he utilizado en
razón de las muy frecuentes referencias que se hace del mismo en múltiples
publicaciones, incluida ésta del MPPRE de carácter oficial.
[5]
Carta fechada en Magdalena (Perú), 11 de febrero de 1826 a José Rafael Revenga
a propósito de la convocatoria del Congreso Anfictiónico de Panamá. DOCUMENTO
1033 archivodellibertador.gob.ve
[6] Del
tercer artículo de la serie Lord Palmerston, publicado el 5 de noviembre de
1853 en The People's Paper. Traducción del original inglés según Revelations,
etc., and The Story of the Life of Lord Palmerston, ed. cit., p. 190-191/Karl
Marx y Federico Engels: Materiales para la historia de América Latina.
Cuadernos Pasado y Presente 30, Córdoba, Argentina, 1972.
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