BOLÍVAR
Y LA GUERRA POPULAR Y POLONGADA
Preámbulo
El
Hofburg de Viena
“Aquellos
días se celebraron bailes, carnavales, justas, que atrajeron al mundo elegante
de Viena. Ninguno esperó con mayor ansiedad la apertura del Congreso que el Zar
Alejandro de Rusia. Su participación en las guerras napoleónicas, cuando el
frío de las estepas paralizó las armas en manos de las tropas francesas, hacía
de él, el árbitro de Europa y del Congreso. Las dos figuras centrales en el
manejo de la política de entonces fueron Talleyrand y Metternich. El último,
alma del sistema emanado de Viena es considerado por los historiadores como el
eje de la política en la primera mitad del Siglo XIX. Si el Zar Alejandro fue
el inspirador del Congreso de Viena y el creador de la Santa Alianza, el
príncipe Clemente Lotario de Metternich fue el árbitro entre emperadores y
reyes, el defensor de la monarquía como el mejor y único sistema para gobernar
a los pueblos, enemigo de las repúblicas como forma política y por ende el
opositor de la naciente independencia americana; se creía entonces en Europa
que las nuevas repúblicas eran la amenaza más seria para cualquier monarquía.
Por ello la figura del Libertador no pasó desapercibida en los ambientes del
antiguo continente, como lo prueban los vivas a Bolívar en las calles de París
en la revolución del treinta, cuando Benjamín Constant lo critica por sus actos
durante la dictadura. ¿Qué pensó el mismo Bolívar de la ideología de la Santa
Alianza y de su oposición a la Independencia de Suramérica?” [1]
La
hegemonía de la Santa Alianza, con Austria, Prusia, Francia, incluso
Inglaterra, abanderadas por el victorioso Zar de Rusia Alejandro I, dejó atrás
los tormentosos tiempos napoleónicos y abrió las puertas a las monarquías
absolutistas, que no se resignaban a perder de sus dominios las tierras
americanas, ni descuidaban los pasos del líder que inspiró la emancipación del
Nuevo Mundo: Simón Bolívar.
Las
rivalidades comerciales y otros recelos entre el cónclave conservador,
restaurador del absolutismo, no impedían en mantener claridad común sobre considerar
a la liberada América mestiza una amenaza, así que sobre los escritorios
coronados siempre estaba marcado con íconos especiales el mapa de las nacientes
repúblicas desprendidas en quince años de guerra.
De
este lado del globo terráqueo, el hombre de mirada telescópica, también los
observaba y, como era usual en su método exitoso de comprensión de la realidad
internacional, consideraba todos los actores, todos los escenarios y todas las
posibilidades para vencer.
I
Siglo
XX
Era
el año 1938 cuando el camarada Mao Zedong se explayó a exponer el tema de la
Guerra Prolongada. Ya en 1936 había adelantado algunas apreciaciones en
entrevistas concedidas a corresponsales extranjeros, pero básicamente sobre la
particular Guerra de Resistencia que libraba el heroico pueblo chino bajo la
conducción del glorioso Partido Comunista de China. [2]
Mao,
el mismo que acuñó “del fusil nace el poder”, aclarando que es el Partido
(Comunista de China) quien manda al fusil, también nos legó de la sabiduría de
las luchas de su pueblo, que “es el Ejército (entendido como la Fuerza Armada
en todas sus partes) es el principal componente del poder Estatal”, (p 303), y
corresponde a la dirección político-militar la armonización táctica de las
formas de la Guerra de Resistencia: sea de movimientos, adquiriendo modalidades
guerrilleras, la guerra de posiciones, menos probable en estos casos de
asimetría bélica y logística, pero no descartable en una fase de ofensiva
final.
Nuestro
Libertador lo supo cada instante de aquellos tres lustros de guerra inédita: “De
la paz se deben esperar todos los bienes y de la guerra nada más que
desastres”. [3]
Sólo
la causa de la liberación contra un opresor extranjero que buscaba la
subyugación del ser nacional, apropiándose del “suelo nativo” e imponiendo el
colonialismo y la esclavitud (como nos había ocurrido aquí en Hispanoamérica
por tres siglos), justificaba asumir la decisión extrema de ir a la guerra.
Mao
habla de “guerra sin precedentes” refiriéndose a la que China libraba entra el
imperialismo japonés, tal cual “sin precedentes” fue la gesta dirigida por
Bolívar contra España a comienzos del siglo XIX. Para el venerable líder histórico chino, los
pueblos del mundo estaban atentos al desarrollo de esa guerra. Divide las
opiniones entre dos bandos igualmente errados: los derrotistas (y entreguistas)
que aseguraban que China sería inexorablemente tomada por Japón, dada su
superioridad militar y otras ventajas de su poderío y debilidades de la
Resistencia china. También estaban los optimistas (idealistas, superfluos) que,
ante cualquier avance chino, apostaban por una victoria rápida y sin mayores
esfuerzos.
El
Gran Timonel se hace la autocrítica de no haber hecho la suficiente propaganda
y ofrecido más explicaciones a los pueblos sobre la situación y sus posibles
escenarios futuros. Critica fuertemente la falta de formación ideológica,
porque ella constituye el espíritu de la Doctrina y la victoria. Mao no tiene
duda sobre la victoria, pero sabe que será costosa, que ameritará todos los
sacrificios. Siempre tuvo claro que había que dotar a la Guerra Prolongada de
una dirección (estrategia) firme y bien definida; y unir todas las fuerzas
posibles para “vencer a los abominables invasores”.
La
milenaria sabiduría china se presenta como majestuoso prólogo de las ideas del
camarada Mao, quien nunca dudó en combinar el acervo ancestral de su pueblo con
el marxismo-leninismo como filosofía política por excelencia de la revolución
en el siglo XX: “La vía significa que habrá de preocuparse que el propósito del
mando y el de las tropas sea el mismo, para que al compartir la vida y la
muerte no se tenga miedo al peligro”. [4]
Un
elemento vital de la guerra es la Doctrina Político-Militar que la justifica,
explica y la orienta. Nunca será lo mismo una invasión militar imperialista que
una guerra de liberación nacional. Hay
guerras y “guerras”, hoy las hacen desde salas tecnológicas como si se tratara
de un juego de videos, donde artefactos sofisticados pero manejables (drones),
en muchos casos desechables, “cazan” líderes o bombardean instalaciones con una
precisión que no exageramos en calificar de exacta.
Pero
es la conciencia del pueblo de la nación el primer campo de batalla. La
propaganda y la formación ideológica siguen siendo insustituibles, es más, hoy
resultan determinantes en los desenlaces de procesos históricos que conducen a
la guerra. Por eso la “vía”, que es el alma de la Doctrina, debe fundir un solo
sentimiento nacional en torno a la jefatura de la Guerra de Resistencia.
Venezuela
en este aspecto crucial es un país privilegiado: tenemos un pensamiento
revolucionario por excelencia, que, a su vez, representa el mito fundante más
interiorizado por las mayorías populares: el bolivarianismo. (Insistimos en la
necesidad de un Plan Integral Nacional de Bolivarianizar la República)
Nunca
como hoy tiene vigencia lo afirmado por Bolívar en 1822 desde Quito: “Las
enemistades entre naciones nacen del deseo de preponderancia y no del sistema
de gobierno”. [5]
El
afán del gobierno estadounidense en manos de fascistas ególatras, cuando ya al
imperialismo no les basta poner en la presidencia a lobistas de sus empresas,
sino que van ellos -los capitalistas monopólicos transnacionales- en persona a asumir
el mando en directo, es una sintomatología de decadencia y desesperación por el
cambio en la correlación de fuerzas a nivel internacional.
Y
son tres los aspectos a tomar en cuenta en las conferencias de Mao sobre la
Guerra Prolongada: 1) la cohesión interna del pueblo trabajador, los estratos
medios y empresariales nacionalistas en torno a la estrategia de la vanguardia
revolucionaria, 2) el máximo apoyo internacional, no sólo en términos
logísticos sino en la formación de una opinión pública favorable a la causa de
la liberación nacional, y 3) la correlación de fuerzas y el apoyo que logremos
dentro del país imperialista invasor.
Es
un tema para otro debate, pero Estados Unidos no sólo lanzó las bombas atómicas
sobre Hiroshima y Nagasaki por asombrar al mundo, también lo hizo para detener
el movimiento revolucionario que se surgiría en Japón al influjo del triunfo
comunista en China y el agotamiento de las clases populares de seguir pisados
por la misma bota imperial que los sometió al hambre y al deshonor.
El
presidente Ho Chi Minh declaró ante su pueblo como preámbulo a la resistencia
antifrancesa: “En el pasado, solo luchábamos en el ámbito militar, pero hoy
luchamos en todos los frentes: militar, económico, político e
ideológico; por eso la gente la llama una guerra integral. La guerra hoy es
compleja y extremadamente difícil. Sin usar toda la fuerza del pueblo en todos
los aspectos para responder, no podemos ganar”. [6]
Siguiendo
las enseñanzas de los maestros que desde lejanos países asiáticos nos legaron
tanta virtud y valor, recordemos al mariscal Vo Nguyen Giap: “Desde el punto de
vista material el enemigo era indiscutiblemente más fuerte que nosotros.
Nuestras tropas recibieron, pues, la orden de combatirlo en todas partes donde
tuviera guarnición, para debilitarlo e impedirle desplegarse demasiado
rápidamente; seguidamente, cuando las condiciones llegasen a ser desfavorables
para nosotros, replegar la mayor parte de nuestros efectivos hacia la
retaguardia para preservar nuestras fuerzas con el objetivo de una resistencia
prolongada”. [7]
(Su prologuista Ernesto Che Guevara, en 1962, calificó la obra de Vo Nguyen
Giap -muy al estilo bolivariano- como de una “actualidad permanente”)
II
En
una carta de Simón Bolívar a Santander del 11 de marzo de 1825, El Libertador
plantea el tema de la Guerra Prolongada y va más allá, al considerar el
escenario -muy probable en esos días- de una invasión francesa apoyada en la
llamada Santa Alianza: “Según el historiador inglés Robertson, la intervención
de Francia en favor de España y contra la independencia hispanoamericana fue
una posibilidad concreta debatida en el gabinete, y Chateaubriand en su nota al
embajador francés en Madrid en 1823, consideró específicamente esta
eventualidad.” [8]
La
amenaza se había dejado colar desde un par de años cuando se estableció la
fuerza conservadora llamada “Cien Mil Hijos de San Luís”, con la que Francia
amenazaba reinstalar coronas afines en Europa e Hispanoamérica. Así que la
eventualidad de una flota superior incluso a la de Pablo Morillo, no era una
especulación en los círculos del poder europeo. La Santa Alianza era la base
política de semejante incursión bélica, sostenida fundamentalmente por el
poderoso zar de Rusia, Alejandro I.
Lo
que al comienzo de las especulaciones parecía un rumor, llegó a manejarse de
manera oficial por Francia entre ministros y diplomáticos, lo que llevó al
Libertador a concebir unos movimientos tácticos también en esos terrenos de la
política internacional: “Francia y la Santa Alianza están resueltas a
combatirnos a causa de nuestra democracia. Si el ministerio británico
encontrare por conveniente para evitarnos una guerra, ofrecer a los aliados mis
ideas políticas, como medio de impedir una ruptura de hostilidades y un
principio de negociación, que lleve por objeto…la Independencia de América,
modificada por gobiernos mixtos de aristocracia y democracia, Usted está
autorizado por mí para instruir al gobierno británico de determinación (…) Todo
esto en la suposición de que se considere…como inevitable la guerra -con
Francia-, de otro modo no, no, no”. [9]
La
presencia de la agresiva flota francesa, envalentonada por el poderío de las
monarquías absolutistas restauradas y pactadas en la Santa Alianza, quedó
plasmada para la historia en el humillante y expoliador pago impuesto a la
República de Haití por 150 millones de francos como indemnización por los
negocios en plantaciones y propiedades esclavistas perdidos por la elite gala en
la guerra de independencia.
Mientras,
en Europa el representante del Libertador, Ignacio Sánchez Tejada, hacía
malabarismos diplomáticos entre la reticencia española apoyada con firmeza por
Rusia y Francia- a reconocer la Independencia y establecer relaciones con las
Repúblicas Bolivarianas, y la ligera posibilidad del apoyo del Vaticano y otros
países menos influyentes, salvo Inglaterra que jugaba pragmáticamente a
favorecer sus intereses comerciales.
Los
años 1824 y 1825 el Libertador Bolívar andaba más que ocupado en consolidar un
Ejército Unido para concluir la liberación del Perú y Alto Perú, fundar nuevas
repúblicas, desarrollar instituciones, inventar y poner en ejecución políticas
públicas que ayudaran a superar tres siglos de colonialismo. Pero también tenía
que estar atento al movimiento geopolítico de Estados enemigos de la
Independencia y aliados circunstanciales dispuestos a sacar la mayor tajada de
su nula solidaridad y soberbia intromisión.
De
manera que todo el año 1825 lo pasó Bolívar pendiente de los movimientos
internos y militares de la Santa Alianza; para lo primero hizo mandar agentes
secretos que se mantuvieran al tanto de todas las noticias de la Alianza y sus
partes, y para lo segundo, no descuidó mantener aceitado el aparato de guerra
de su Colombia original y de las recién liberadas naciones andinas, de las que
aspiraba gratitud para con los sacrificios de la primera y consecuencia con su
propia libertad. Tal vez algo de sosiego sobre este peligro inminente obtuvo al
enterarse de la muerte del sostén de la Santa Alianza, el zar de Rusia
Alejandro I, ocurrida el 1° de diciembre de aquel año, noticia que le llegó por
lo menos un mes y medio después del suceso.
Al
respecto, Bolívar tomó un punto a favor: “Se ha confirmado la muerte de
Alejandro… Yo he considerado esta muerte como una fortuna para nosotros y que
va a sernos muy útil… y, en fin, que podrá destruir la Santa Alianza, ya que no
existe el alma que la animaba”. [10]
Sin
embargo, Fernando VII restaurado por Francia en el trono, aspiraba que ésta le
tornase sus antiguas colonias americanas a la gobernanza de España. por eso la
máxima atención que Bolívar concentró en vigilar los cabildeos europeos y los
barcos galos en el Atlántico.
Salvo
algunos detalles de otra índole también interesantes, nos concentraremos en el
debate de la concepción de Guerra Prolongada y la previsión de la Guerra
Universal manejadas en forma pionera por El Libertador frente a la amenaza de
la invasión francesa con el patrocinio de la Santa Alianza.
Esta
carta de Bolívar fechada en Lima, el 11 de marzo de 1825, analiza ampliamente
esa posible invasión francesa y la guerra popular prolongada como única
respuesta estratégica de las repúblicas recién independizadas, y esa guerra
originalmente concebida por Bolívar en esta complicada telaraña geopolítica,
abriría cauces a la Guerra Universal, dada la dimensión de los Estados (y sus
colonias) e intereses geoeconómicos involucrados, que en su análisis llegaban
hasta Turquía.
Decía
Bolívar en esa carta donde se trata por primera vez el concepto de Guerra
Prolongada: “Acabamos de recibir las comunicaciones del 6 de enero y del 27 y
28 de noviembre en Maracay del general Páez, en que anuncia la aproximación de
fuerzas marítimas francesas a Venezuela. Todo esto es muy creíble en el estado
de las cosas, siempre que sean genuinas las instrucciones dadas a Chasseriau
por el ministro francés, en que le habla del empleo de la fuerza en caso de
resistencia. Si la batalla de Ayacucho no contiene a los franceses, debemos
prepararnos a una brillante guerra, digo brillante, porque sin duda, lo será a
la larga; pero siempre muy costosa.” [11]
Bolívar
se tomó muy en serio la potencial amenaza de la Santa Alianza, por eso
encontramos documentos suyos muy importantes de finales de 1824 y todo el año
1825 refiriéndose a las diferentes movidas de las monarquías aliadas, y sus
probables acechanzas concretas sobre nuestras frágiles pero aguerridas
Repúblicas, al menos mientras tuviésemos un Jefe de la genialidad y entrega del
Libertador Simón Bolívar, el único que entendía el carácter vital de la unidad
de la ex colonias en una federación defensiva.
Desde
el Sur se comprometía a movilizar 10.000 o 12.000 hombres dispuestos a marchar
donde lo determinara el Gobierno, una vez que se dispusiera de su transporte desde
el Istmo panameño hacia las costas de la fachada caribeña-atlántica de la
Colombia original.
La
alta moral de las tropas en general por los recientes triunfos de Junín y
Ayacucho, insuflaban una disposición combativa al Ejército Unido que lo hacía
capaz de enfrentar la fuerza que se le opusiera. Y Bolívar, como Jefe Militar
de aquella nueva protagonista mundial recién nacida, con un prestigio ganado en
quince años de lucha admirable, cuando la mayoría de esas elites europeas no
creían en nuestra victoria, sentenció con irrefutable firmeza: Yo tomaré
medidas capaces de auxiliar extraordinariamente a Colombia.
El
Libertador estaba dispuesto a dar todos los pasos con tal de salvar a Colombia
de los efectos destructivos de otra guerra cuando apenas salía de haber
liberado al Perú y Alto Perú. Continuaba exponiendo sus ideas al vicepresidente
sus ideas que no descartaban la simulación de devaneos diplomáticos y hasta
acuerdos parciales que detuvieran o pospusieran la conflagración: “Yo creo
que se debe hacer entender a la Francia que yo no estoy muy distante de
prestarme a combinar nuestras ideas con las que tiene la Santa Alianza, y que
por medio de mi influencia se puede lograr la reforma de nuestro gobierno, sin
sacrificio de una guerra que debe decidir de la suerte del universo. En
efecto yo no tengo el menor inconveniente en ponerme a la cabeza de una
negociación que paralice las furias de los franceses en este momento. Aun
cuando sacrifique mi popularidad y mi gloria, quiero salvar a Colombia de su
exterminio en esta nueva guerra. Si salgo bien, quedaré contento, y si salgo
mal, también, porque habré dado el último paso de salvación.” [12]
Como
decimos en criollo, “mano zurda, mano derecha”, Bolívar no descartaba los
escenarios políticos y diplomáticos mientras ordenaba sus medidas para preparar
la guerra de resistencia. Sabía del desgaste sufrido por el pueblo estos quince
años, y no se fiaba ni de los recursos provenientes de los ricos criollos ni de
los auxilios de nuestros supuestos países amigos. Tal como repitió
insistentemente toda su vida, la salvación de la Patria estaba muy por encima
de su propia gloria.
El
Libertador estableció cuatro elementos que podrían salvar la Independencia: “Yo
creo que se puede salvar la América con estos cuatro elementos: primero, un
grande ejército para imponer y defendernos; segundo, política europea
para quitar los primeros golpes; tercero, con la Inglaterra; y cuarto,
con los Estados Unidos. Pero todo muy bien manejado y muy bien combinado,
porque sin buena dirección, no hay elemento bueno. Además, insto
sobre el congreso del Istmo de todos los estados americanos, que es el quinto
elemento.” [13]
El
instrumento principal de la estrategia era una grande y moralizado ejército, y
era lo único que podíamos garantizar con nuestros propios esfuerzos, incluso
trayendo tropa andina de la que venció en Ayacucho; porque si esta victoria esplendorosa
no disuadía a la Santa Alianza de atacarnos, necesariamente debíamos mover
todas las fichas del tablero, incluida la diplomacia pragmática de los ingleses
y las pautas geopolíticas de los estadounidenses de no aceptar reconquistas
europeas en este continente. No olvidemos que de este año 1825 es la definición
más clara que Bolívar ofrece del concepto geoestratégico del Equilibrio del
Universo, y que él no espero solidaridad de los anglosajones, sólo que en la
confrontación con los otros poderes europeos, sin ninguna duda iba a requerir
sino el apoyo por acuerdo de conveniencia, al menos evitar que estos factores apoyasen
al enemigo concreto: la Santa Alianza representada en este caso por Francia.
Le
decía convencido a su interlocutor: “Crea Usted, mi querido general, que salvamos
el Nuevo Mundo si nos ponemos de acuerdo con la Inglaterra en materias
políticas y militares. Esta simple cláusula debe decirle a Usted más que
dos volúmenes. Yo creo que Usted debe mandar inmediatamente a saber a
Inglaterra qué se piensa en el gabinete británico en orden a gobiernos
americanos.” [14]
Bolívar
estaba en Lima, tratando de dotar aquellos países de una institucionalidad no
colonial, es decir, estaba creando para Perú y Bolivia gobiernos fuertes,
estables, justos, inclusivos. Pero le urgía saber qué se estaba pensando en los
círculos ingleses, por eso decía sobre el último subrayado nuestro: “estas dos
líneas merecen una inmensa explicación que no puedo dar por la distancia y por
la inseguridad de las comunicaciones escritas.
Sobre
el enfrentamiento propiamente dicho, el Libertador tenía una concepción muy
particular y original: “En fin, con todo lo que he dicho antes de ayer y hoy,
puede entender el espíritu que yo tengo para lograr paralizar la invasión
francesa. Yo creo que toda resistencia que se les haga a esos señores de
frente al llegar, es destructiva para nosotros. Puerto Cabello y Cartagena,
deben ser defendidos a todo trance, y meterles 6 u 8.000 hombres a cada uno, no
debiendo haber ningún inconveniente para suministrarles víveres, debiendo tener
nosotros favorables a los ingleses y americanos (cálculo optimista en base a
los intereses opuestos de estos dos países con la Europa continental) que
protegerán a nuestros convoyes por mar, en todo caso. El territorio que se
evacue, debe cubrirse por guerrillas y mandadas por oficiales muy determinados.
Nuestra guerra activa no debe comenzar sino uno o dos años después que el
ejército francés esté casi destruido. Lo que se llama guerra de posiciones
es inútil con ellos; porque son muy atrevidos, y con su artillería hacen
prodigios. La guerra de Rusia y la de Haití, debe servirnos de modelo en
algunas cosas; pero no en el género horrible de destrucción que, adoptaron,
pues, aunque allí fue útil, aquí no sirve para nada, porque lo que se destruye
es inútil a todo. Los franceses recibirán refuerzos de fuera, y nosotros no
recibiríamos otros que los de casa. Además, cuando el país se destruye, el
enemigo lo evacúa, y el amigo perece en él… En una palabra, lo que se
destruye es nuestro y ya nos queda poco por destruir.” [15]
La
experiencia le enseñaba que, en un caso como este, de enfrentarse a un enemigo
poderoso que llegaba por el mar: “debemos saber perder al principio para saber
ganar después. Dejémosles a los enemigos las costas porque son enfermizas y las
que deben utilizar los ingleses y americanos. Muy a lo interior debemos hacer
nuestra defensa: primero, porque los alejamos de sus bases de operaciones que
es la costa; segundo, porque es más provisto de víveres, más sano de
temperamento, y al llegar a tanta distancia sus fuerzas deben haberse
disminuido mucho. Además, debemos dar tiempo a nuestros aliados, si los
tenemos, a que se armen y los utilicen de concierto con nosotros.” [16]
En
base a estas convicciones concluyó que: “a los franceses se les vence muy
fácilmente con las demoras, las privaciones, los obstáculos, el clima, el
fastidio, y cuanto trae consigo una guerra prolongada. Pero al contrario
son invencibles en el ataque, en el asalto y en cuanto lleva por divisa la
prontitud. Todo esto es muy sabido, pero no debemos olvidar lo sabido”. [17]
En
carta anterior, El Libertador ya olfateaba las posibles intenciones
reaccionarias de la Santa Alianza, y demarcó nítidamente los intereses que cada
uno representaba en el tablero de la lucha mundial por quienes pretendían
sostener el establecimiento monárquico colonialista y quienes luchábamos por la
utopía de la independencia y la igualdad, reconociendo que debíamos elevarnos a
las capacidades de seguridad política y estabilidad que representaba la Santa
Alianza: “La diferencia no debe ser otra que la relativa a los
principios de justicia. En Europa todo se hace por la tiranía, acá por la
libertad…ellos sostienen a los tronos, a los reyes; nosotros a los pueblos, a
las repúblicas; ellos quieren la dependencia, nosotros la independencia… La
opresión está reunida en masa bajo un sólo estandarte, y si la libertad se
dispersa no puede haber combate”. [18]
Bolívar
hace mucho énfasis en utilizar todos los elementos de propaganda, hasta los
religiosos, en el sentido de contraponer al clero criollo contra los “herejes”
franceses.
Para
Bolívar lo principal, y lo que en cierta forma lo descolocaba, era que
habiéndose sabido en Europa el triunfo patriota de Ayacucho y la terminación de
la guerra en América, los franceses emprendieran sus operaciones contra
nosotros. El Libertador llamaba a prepararnos “para sostener la contienda más
importante, más ardua y más grande de cuantas han ocupado y afligido a los
hombres hasta ahora. Esta debe ser la guerra universal. Estas son mis
razones: la Francia, suponiéndonos ocupados en el Perú, y poseyendo en el
Brasil un gran poder auxiliar, ha podido pensar distraernos con operaciones
falsas, o ciertas”. [19]
Si
la iniciativa era puramente francesa, la victoria de Ayacucho debía persuadirla
de parar todas sus conspiraciones. Pero si después de una batalla tan decisiva
en el orden americano (y español), los Santa Alianza insistiera en su plan de
hostilidad, y desoyesen igualmente nuestras proposiciones políticas, es una
prueba evidente de que el plan definitivo es librar en una contienda general (Guerra
Universal) el triunfo de los tronos contra la libertad. Esta lucha no puede
ser parcial de ningún modo, porque se cruzan intereses inmensos esparcidos en
todo el mundo. Desde luego, todo nuevo hemisferio queda de hecho
comprometido, la Inglaterra con sus colonias e influencias en las tres partes
del mundo, y por auxiliar a esta contienda tenemos el espíritu constitucional
de los pueblos de Portugal, España, Italia, Grecia, Holanda, Suecia y el
imperio Turco, por salvarse de las garras de la Rusia. Los aliados tendrán a
todos los gobiernos del continente europeo, y, por consiguiente, a sus
ejércitos. Así el fin de este litis político y militar depende de tales
combinaciones y sucesos que ninguna probabilidad ni penetración humana puede
señalarle el término final. Luego podemos concluir por mi proposición de
prepararnos para una lucha muy prolongada, muy ardua, muy importante. El
remedio paliativo a todo esto -si se encuentra- es el gran congreso de
plenipotenciarios en el Istmo, bajo un plan vigoroso estrecho y extenso, con un
ejército de 100.000 hombres a lo menos, mantenido por la confederación e
independiente de las partes constitutivas. Además de las chucherías de una
política refinada a la europea, una marina federal, y una alianza íntima y
estrechísima con la Inglaterra y la América del Norte. Después de esta guerra
horrible, en que quedaremos asolados, sacaremos por toda ventaja gobiernos bien
constituidos y hábiles, y naciones americanas unidas de corazón y estrechas por
analogías políticas, a menos que quede nuestra nueva Grecia como la vieja
después de la guerra del Peloponeso, en estado de ser conquistada por un nuevo
Alejandro, lo que tampoco se puede prever ni adivinar.” [20]
Así
quedó para la Historia esta incursión conceptual bolivariana en la definición
de Guerra Popular Prolongada; hubo otras cartas como la del 27 de octubre,
donde Bolívar se muestra inquieto por la falta de precisión en la información
que le trasmite Santander, que sólo le habla de cosas burocráticas, a pesar que
ya él sabe de un desembarco importante (cerca de 6 mil franceses en La Habana).
Los
conceptos de Pueblo y soberanía según Bolívar ya habían sido expuestos años
antes, parte de las razones porqué las oligarquías se opusieron a su proyecto
de una nueva sociedad “Esos señores piensan que la voluntad del pueblo es la
opinión de ellos, sin saber que en Colombia el pueblo está en el ejército,
porque realmente está, y porque ha conquistado este pueblo de mano de los
tiranos; porque además es el pueblo que quiere, el pueblo que obra y el pueblo
que puede; todo lo demás e gente que vegeta con más o menos malignidad, o con
más o menos patriotismo, pero todos sin ningún derecho a ser otra cosa que
ciudadanos pasivos. Esta política, que ciertamente no es la de Rousseau, al fin
será necesario desenvolverla para que no nos vuelvan a perder esos
señores...Piensan esos caballeros que Colombia está cubierta de lanudos,
arropados en las chimeneas de Bogotá, Tunja y Pamplona. No han echado sus
miradas sobre los caribes del Orinoco, sobre los pastores del Apure, sobre los
marineros de Maracaibo, sobre los bogas del Magdalena, sobre los bandidos de
Patía, sobre los indómitos pastusos, sobre los guajibos de Casanare y sobre
todas las hordas salvajes de África, de América, que, como gamos, recorren las
soledades de Colombia.” (De una carta de Bolívar a Santander del 13 de junio de
1821, rumbo a Carabobo)
Fue
así como nuestro amado Libertador Simón Bolívar habló de la Guerra Prolongada
ciento trece años antes que el venerable camarada Mao.
Yldefonso
Finol
Estudiante
Bolivariano
[1]
José Arboleda, SJ: Bolívar y la Santa Alianza. UNIV. HUM. Bogotá. Vol. 15, Nº
26-Jul. -Dic. 1986
[2] Para
este artículo estaré utilizando como fuente la selección de escritos militares
de Mao Tse Tung, una Primera Edición de 1967 de Ediciones en Lenguas
Extranjeras.
[3] Simón
Bolívar: carta a Tomás de Heres, Pativilca, 9 de enero de 1824
[4] Sun
Tzu: El Arte de la Guerra, Editorial Elektra, 1993, p 27
[5] Bolívar
en carta a Santander, Quito, 6 de diciembre de 1822
[6] Ho
Chi Ming: https://www.vietnam.vn/es/tu-tuong-ho-chi-minh-ve-chien-tranh-toan-dan-coi-nguon-suc-manh-dai-thang-mua-xuan-1975-y-nghia-trong-nhiem-vu-bao-ve-to-quoc-hien-nay
[7] Vo
Nguyen Giap: Guerra del Pueblo, Ejército del Pueblo. Primera edición popular,
1971. Prólogo de Ernesto Che Guevara. pofile:///C:/Users/Yldefonso%20Finol/Desktop/Guerra_del_pueblo_ejrcito_del_pueblo-K.pdf
[9] Simón
Bolívar, Carta a Manuel José Hurtado, Lima, 12-03-1825
[11]
Simón Bolívar: carta del 11 de marzo de 1825 desde Lima al vicepresidente F. P.
Santander en www.archivodellibertador.gob.ve
[12]
Idem
[13]
Idem
[14]
Misma carta
[15]
Idem
[16]
Idem
[17]
Idem
[18] Carta
a Santander del 23 de febrero de 1825
[19] José
Arboleda, Ob. Cit. p 164
[20]
Misma carta a Santander del 11 de marzo de 1825


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