Declaración
de amor por nuestra Historia
Epígrafes
“Payaso de la noche, payaso; enamorado de la luna”
(Guaraguaos)
“Ah, la Historia. Impartirla ahora es un lacerante
sufrimiento.” (César Rengifo, 1979)
I
Obertura en re menor para desvelos sin orquesta
La historia se estudia. Hay mucho por estudiar en los
folios del tiempo. Mucha crónica instantánea de valor histórico. Tradición oral
por saberse y valorarse. Escrudiñar entre líneas la historia oficial. Hurgar en
los baúles de los pueblos las verdades que nos fueron negadas. La historia se
vive. Se hace. Se proyecta. Se investiga. Se escribe.
O se ignora. Se deja pasar desapercibida. Se esconde.
Se niega. Se deshace. Se manipula. Se tergiversa. Hasta se desconoce su
existencia. Y estamos en el ojo de ese huracán que todo lo arrasa sin sabernos
siquiera instrumento de su incesante gestación.
Hay historia en lo grandilocuente. Lo epopéyico. Lo
noticioso. Lo notable. Pero la historia también está en lo discreto. Lo local.
Lo oculto. Hay mucha historia que quedó atrapada en los secretos de alcobas y
despachos. En los caminos de arena y piedras anduvo la historia, como fluye
etérea en las redes tecnológicas, navega el firmamento invadido de satélites
artificiales y acomete vertiginosa en el microscópico mundo de la
nanotecnología.
En la cotidianidad se tejen muchas historias. Los
continentes encierran grandes sucesos históricos. Y hay eventos minúsculos en
lugares modestos que desatan la historia. Los pueblos son la historia. La
hacen, la padecen, la reinterpretan y le cambian el rumbo.
Las artes andan -y desandan- en la historia. Los mitos
invaden la historia. Las guerras de invasión se roban la historia. Las de
liberación quieren terminar las guerras. La opresión y el afán de poder han
provocado los capítulos más terribles de la historia. Los ideales igualitarios
han orientado los cambios históricos a sociedades más justas y progresistas.
La humanidad no es homogénea. Sigue siendo utópico
hablar de “humanidad”. Los imperios belicosos y avaros surgidos hace
seiscientos años en Europa al influjo del mercantilismo y el monoteísmo
bíblico, mortificaron a los demás pueblos del mundo para enriquecimiento de sus
parasitarias monarquías y clases privilegiadas. Ellos impusieron la versión de
historia del vencedor como dogma alienante para eternizar su hegemonía. Las
conquistas y el sometimiento destruyeron culturas y vidas por todo lo ancho y
largo del planeta. Nuestras historias son una antología de genocidios y
saqueos. También de resistencias heroicas y gestas sorprendentes.
Tal es el caso venezolano.
II
Despecho a dúo con Rengifo
El esfuerzo por la memoria colectiva del pueblo
bolivariano no es por adicción al pasado, es por el futuro de las nuevas
generaciones, para que siempre sepan y recuerden de dónde vienen. ¿Y qué es el
presente en términos históricos, sino el breve tránsito del pasado de los
pueblos hacia el futuro que seamos capaces de construir? Esta labor cotidiana
de estudiar, investigar, producir conocimiento y compartirlo, lo realizo como
misión militante que busca contribuir a la formación del pueblo trabajador para
la defensa de sus genuinos intereses de clase y de Patria, “tanto en lo
material como en los más elevados sitiales del espíritu”.
En los términos más sencillos, comenzamos el ejercicio
de mirar el pasado histórico al cuestionarnos: ¿Quiénes somos? ¿De dónde
venimos? ¿Hacia dónde vamos? Y las respuestas a esas preguntas nos conducirán a
una espiral de búsquedas laberínticas por conocer, por aprehender e interpretar
los contenidos, a veces nebulosos, otras, marmóreos, de eso que se ha dado en
llamar Historia, que es la memoria colectiva del devenir de la humanidad.
Como dijera César Rengifo, la tarea de historiador
comprometido social y éticamente con las causas de los pueblos, es una ruta
“llena de peligros, tentaciones obscuras, sordas acritudes y dolorosas frustraciones”.
El culto a la colonialidad y su engendro el
neocolonialismo, invisibilizan nuestra historia ante las multitudes desvalidas
de épica. Se niega a los pueblos el conocimiento de su gesta nacional para que
no vibren de estima por la pertenencia de un colectivo telúrico.
Durante siglos se conspiró meticulosamente desde las
elites dominantes para dejarnos sin historia, sin “lo más sólido y sustantivo”
de nuestro pasado. Para dominarnos a través de la cultura de la sumisión y la
apatía, nos negaron nuestro ancestro heroico. Borraron nuestra memoria
colectiva porque en ella habita la épica más hermosa. Nos quitaron primero la
tradición oral de nuestros ancestros, los pueblos originarios; para luego
arrebatarnos también la narrativa de las proezas continentales que hicieron
nuestros bisabuelos descalzos y sin camisa.
Se nos niega nuestra gloria popular, superponiendo en
primacía lo foráneo, lo que vino con la invasión eurocéntrica: “que la gloria
del antiguo conquistador abone para la exaltación del conquistador nuevo y que
se pueblen nuestras calles y avenidas con sus sonoros y exóticos nombres”.
Poblaron los resquicios del inconsciente social con
protagonismos aristocráticos: sólo lo fastuoso es patrimonial, sólo la
burguesía es digna de biografías y genealogías. Se rebusca un solo gen europeo
para tener “identidad”. Nadie quiere ver su origen “indio”.
El imperialismo requiere despojar al humano de su
patria, para convertirla en insumos de la insaciable máquina del capital. Tener
patria soberana se ha convertido en un Derecho Humano primordial: de ello
depende el derecho a luchar por todos los demás.
Pero la Historia ni se comprende ni se hace
reduciéndola a un listado de efemérides, con reseñas institucionales más o
menos repetitivas y aburridas.
¡Oh, tiempo Bicentenario! ¡Cuánta espera por tu
llegada! ¡Qué pronto se irá tu fama!
III
La heroicidad cotidiana
“Sólo el pueblo salva al pueblo”, se decía en
Solentiname a inicios de los 70’.
El pueblo bolivariano es la reserva moral, la
fortaleza de nuestra soberanía. Se lanzó a las calles a salvar a Chávez el 13
de abril de 2002. Aguantó estoico el “paro petrolero”, las “guarimbas”, la
depravación “cadivista”, el “bachaquerismo”, y otras manifestaciones del Estado
burgués que se recicla y muta para perpetuarse. Luchamos a diario contra todas
las adversidades. Las materiales y las anímicas. Hemos visto surgir las
esperanzas, aferrándonos al icono que las inspiraba y hemos constatado que la
avaricia lleva a la traición, y ambas al desencanto y la ruina espiritual de
sus perpetradores. Presenciamos -y combatimos- las arremetidas de poderosos
enemigos. Padecemos las penurias del sabotaje imperialista y la merma de las
arcas comunes –antes ostentosas, ahora anémicas- por acción de corruptos y esa “cultura”
del despilfarro heredada de CAP I que no se supo sortear.
“No hay enemigo pequeño, ni fuerza desdeñable”, nos decía
el Ché a inicios de los 60’.
El liderazgo opositor se arrastra al imperialismo. Reniega
de su patria. Se coaliga con piratas para robarnos y maldecirnos. Es torpe por
arrogante, e inepto por flojo. No por ello se debe subestimar. A la orden de su
patrón pueden reagruparse y atacar.
El heroísmo venezolano conmemora el Ciclo Bicentenario
que tanto pregonó Hugo Chávez. Bicentenario del bolivarianismo como doctrina de
la emancipación. Tiempos pandémicos y críticos nos ha tocado asumir junto a
Nicolás. Y aquí estamos.
El pueblo trabajador sigue cargando en sus lomos el
peso de la Historia, alimentado con las misteriosas energías que nos vienen de
esa misma Historia. En ella nos amamantamos y por ella damos la vida. República,
democracia y socialismo sólo son posibles entre iguales. Elites y privilegiados
impiden la “igualdad establecida y practicada” que invocó El Libertador.
La Patria es la Historia: un amor difícil, sublime y
sacrificado, vivificante e irrenunciable.
Yldefonso
Finol
Amante
de la Historia Patria
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