Colombia:
capitalismo bestial y masacre de Estado
Lo más triste de la alienación capitalista, es ver
cómo hombres del pueblo en funciones de agentes represores al servicio de la
opresión, maltratan, torturan y asesinan a mansalva a sus iguales (socialmente
hablando).
Confieso que es un tema que lacera mi alma y que me
cuesta comprender -desde la sensibilidad- por su irracional desenfreno. Las escenas
de carabineros chilenos lanzados como fieras contra la juventud, las mujeres,
los adultos mayores, se repiten en cada gobierno derechista; pero es que en el
caso colombiano esta práctica viene a ser el complemento de una violencia
estatal y paraestatal cotidiana, continuada, sistemática, selectiva contra el
liderazgo popular, y, en esta ocasión, masiva contra toda la clase popular.
Tienen mucho trabajo por delante las ciencias de la
sociología, la psiquiatría, la psicología –sobre todo la social- para explicar
este fenómeno donde unos seres humanos dotados de autoridad, uniforme y
armamento por la sociedad para protegerla, se convierten en abusadores,
maltratadores y masacradores de la ciudadanía trabajadora, a las órdenes de una
elite inescrupulosa, estúpida, avara, maldita, pero que tiene el poder. Por un
sueldo miserable un hijo de su mamá sufre mutación a sicario institucional del
sistema.
La maestra historia nos ha demostrado que el terrorismo
de Estado es el único modelo político posible en la Colombia que usurparon
Santander, Obando, López, y sus seguidores liberales y conservadores,
mandaderos de la oligarquía y el imperialismo gringo.
A propósito de conmemorarse el 5 de mayo el nacimiento
de Carlos Marx, se presenta Colombia como un caso extremo de lucha de clases y
del papel opresor del Estado como instrumento de dominación del capital. Luego no
culpen al “barbudo de Tréveris” de la vigencia de sus ideas.
El gobierno de Álvaro Uribe y su marioneta Duque,
pretendiéndose omnipotentes quisieron imponer una reforma fiscal extremadamente
regresiva, para seguir extrayendo plusvalía de las clases trabajadoras y poder
financiar –precisamente- la represión institucionalizada sobre la que descansa
la opresión brutal contra el pueblo colombiano, y esos ofensivos privilegios de
que gozan los explotadores oligarcas, en el país con las desigualdades más
insolentes del vecindario.
¿Subestimaron al pueblo o sobreestimaron su hegemonía?
¿Lanzaron un globo de ensayo para medir la respuesta social? ¿Crearon una
provocación adrede para arremeter contra los movimientos sociales oponentes al
uribismo a fin de estigmatizar la protesta y reagrupar la derecha ideológica en
torno al proyecto fascista-neoliberal?
Los desenlaces se verán a mediano plazo. El fascismo
colombiano, encabezado por ese criminal psicopático llamado Álvaro Uribe Vélez
y su partido Centro Democrático, ha demostrado en eventos electorales
recientes, contar con un importante apoyo; otros actores de esa franja pro-imperialista,
con matices engañosos, como la alcaldesa de Bogotá, y diversos caudillismos
regionales alimentados por las mafias narcoparamilitares, terminan tributando
al mismo proyecto santanderista de eternizar en Colombia la adhesión perpetua a
los intereses de Estados Unidos y la burguesía neogranadina.
La esperanza de que pueda surgir una fuerza política
unitaria, patriótica, leal al pueblo humilde, pasa a convertirse en una
necesidad urgente y vital para evitar la continuidad del negocio de la guerra y
el terrorismo de Estado a costa de la muerte, la pobreza, el desplazamiento
forzoso, y la entrega de soberanía.
Es admirable la valentía, la tenacidad, el arrojo, la
dignidad de ese pueblo hermano, indígena, afrodescenciente, campesino,
trabajador, creativo, irreverente, bolivariano.
Vaya esa mano solidaria, ese abrazo fraterno, ese
corazón amigo al pueblo que luchó junto al nuestro en Boyacá y Carabobo, en
Bomboná y Junín, en Ayacucho y en Tarqui.
Que por fin “en surcos de dolores”, el bien germine
ya. Es hora de vencer.
Yldefonso Finol
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