12 de octubre de 2021
La
honda herida del colonialismo: derecha ideológica re-victimiza a los pueblos
originarios con apología del genocidio
Por: Yldefonso
Finol
I
La derecha mundial anda desatada ensalzando la invasión
europea contra los pueblos originarios de Abya Yala como una forma de
reafirmación racista, supremacista, imperialista. Ni las víctimas son
mínimamente resarcidas, ni los victimarios sacian su cinismo.
El que justifica sus crímenes con argucias
“inteligentes” da argumentos a todos los criminales, propugnando la impunidad
de todas las atrocidades; en la práctica, crea una metodología de la
exculpación para avivar en los imperialismos la sed de poder a costa de sangre ajena.
La derecha ideológica es profundamente (pro)
colonialista. Desde su sillón en Londres o New York el consultor neoliberal
cuestiona los nacionalismos (latinoamericanos) que frenan la sacrosanta
globalización. Pero no le toquen su nacionalismo a los fascistas europeos, ahí
sí que pegan el grito al cielo. Literalmente. Ser un patriota en Venezuela,
Cuba o Nicaragua es para ellos un arcaísmo tercermundista. Nada dicen del
exaltado patrioterismo españolista que reivindica el genocidio en la conquista
de América como un hecho positivo. Dicen que “civilizaron”, nos obligaron a
hablar de una supuesta “madre patria”, misma que muchas personas en la propia
España consideran mala madrastra.
Ni nos “descubrieron”, ni “fundaron” nuestras
ciudades, ni nos “civilizaron”. Destruyeron civilizaciones, descubrimos su
avaricia. No somos “precolombinos” ni “prehispánicos”. Somos pueblos
originarios, descendientes de los que sobrevivieron el primer holocausto.
El bolivarianismo no es antiespañol. Somos anticolonialistas.
El 24 de enero de 1821 Bolívar, haciendo gestos sinceros por la terminación de
la guerra y la solución pacífica, escribe a Fernando VII: “La existencia de
Colombia es necesaria, Señor, al reposo de Vuestra Majestad y a la dicha de los
colombianos. Es nuestra ambición ofrecer a los españoles una segunda patria,
pero erguida, pero no abrumada de cadenas. Vendrán los españoles a recoger los
dulces tributos de la virtud, del saber, de la industria; no vendrán a arrancar
los de la fuerza.”
No fue entendida su pía intención, y tuvo España que
sucumbir a la fuerza invencible de los pueblos en armas conducidos por el Genio
de América.
Bolívar estaba muy claro sobre lo que estaba
comentando, cada una de sus palabras llevaba el contenido exacto de su
significado en nuestra historia.
En la Carta de Jamaica El Libertador Simón Bolívar
conversa sobre el asunto moral de la conquista: “Tres siglos ha, dice usted,
que empezaron las barbaridades que los españoles cometieron en el grande Hemisferio
de Colón. Barbaridades que la presente edad ha rechazado como fabulosas, porque
parecen superiores a la perversidad humana; y jamás serian creídas por los
críticos modernos, sí constantes y repetidos documentos no testificasen estas
infaustas verdades. El filántropo Obispo de Chiapas, el Apóstol de la América
Las Casas, ha dejado a la posteridad una breve relación de ellas, extractada de
las sumarias que siguieron en Sevilla a los Conquistadores, con el testimonio
de cuantas personas respetables había entonces en el nuevo mundo, y con los
procesos mismos que los tiranos se hicieron entre sí: como consta por los más
celebres historiadores de aquel tiempo. Todos los imparciales han hecho
justicia al celo, verdad y virtudes de aquel amigo de la humanidad, que, con
tanto fervor y firmeza, denunció ante su gobierno y sus contemporáneos los
actos más horrorosos de un frenesí sanguinario.”
El sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez acuñó el
término “catástrofe demográfica”, para definir lo ocurrido con el desplome
poblacional de ese territorio que los invasores europeos llamaron al principio “Las
Indias”. En su libro “En busca de los pobres de Jesucristo”, Gutiérrez resume
las estadísticas de población estimadas por diversas escuelas antropológicas: “Los
cálculos son muy variados. Las estimaciones más bajas las dan Kroeber (8.400.000),
Rosenblat (13.380.000) y Steward (15.500.000). Las más altas Dobyns (de 90 a
112.000.000) y la escuela de Berkeley (100.000.000). Sapper (37 a 48.000.000) y
P. Rivet (entre 40 y 45.000.000) se sitúan entre las posiciones medias. W.
Denevan presenta un estado de la cuestión haciendo un acucioso balance de los
estudios dedicados al tema; después de una revisión de los criterios usados
para calcular la población precolombina de las Indias, el autor opta por
57.300.000 personas (con un margen de error que va de 43.000.000 a 72.000.000).”
En su voluminosa investigación sobre el devenir de las
luchas dominicas, el predicador llega a la siguiente conclusión: “Es claro que
todo esto tiene un carácter de aproximación y que es necesario estar abierto a
ulteriores precisiones y correcciones. Digamos, eso sí, que ante los enfoques
contemporáneos, con toda la imprecisión que ellos inevitablemente arrastran, la
cifra de 20 a 25.000.000 de muertos que avanza Las Casas hacia 1552 para el
conjunto de las Indias resultaría más bien mediana, teniendo en cuenta sobre
todo que la caída demográfica se produjo mayormente en las primeras décadas que
son las que Bartolomé conoció. Su estimación resulta pues cercana, pero por
debajo de ellas, a las conjeturas actuales; lo que es tanto más notable cuanto
que en la época no se disponía de los medios que hoy se tienen para hacer esos
cálculos. Pero se trata, qué duda cabe, de un asunto sobre el que se seguirá
discutiendo por mucho tiempo.”
Esas millones de muertes es lo que celebran en España y
Europa con el fulano “Día de la Hispanidad”.
II
Cartas
de humanidad
Vicente Rubio era natural de Béjar (11-02-1923),
provincia de Salamanca, comunidad autónoma de Castilla y León. Más español,
imposible. Siguió la vocación del sacerdocio en la Orden de Predicadores (O.
P.), sirviendo por sesenta años a su Iglesia. Doctor en Teología, Filosofía, y
en Historia, filólogo y políglota con dominio pleno de francés, italiano,
latín, griego y hebreo, tradujo textos originales del Viejo Testamento para la
Biblia que preparó el padre Colunga. Más católico, imposible.
Tuve el privilegio de conocerle y hacerme su amigo, a
pesar de todas las distancias: espaciales, temporales, religiosas. Nos unió la
pasión por el conocimiento de la historia y las luchas por la dignidad humana.
Lo visité por primera vez en el Convento Dominico de
Santo Domingo, referido por el padre Antonio Bueno, de la capilla de La Hoyada,
Caracas, cuando yo andaba buscando información sobre los frailes Pedro de
Córdoba y Antonio Montesinos, para terminar mi libro El Cacique Nigale y la
ocupación europea de Maracaibo. Era el año 2000.
El padre Vicente ya estaba bastante mayor y tenía
serios problemas de audición, por eso en la primera conversación telefónica que
tuvimos, cuando logré a gritos presentarme y decirle en lo que andaba, su única
respuesta fue: “venga a visitarme”. Lo visité tres veces en su residencia, fui
a Béjar a conocer su familia, y nos vimos por última vez en Plasencia (2003-2004),
cuando él pasaba allí unos días en el Convento de Encierro de las Dominicas.
Algún día debo escribir completa la crónica de esa
bonita amistad, pero hoy lo que importa es trasmitir que sé de quién estoy
hablando: de un predicador sabio, erudito, que dominó cinco idiomas, que formó
generaciones de discípulos, que hurgó en los papeles del Archivo de Indias y
todos los demás de la España imperial. Más culto, imposible. Sólo ignoraba una
cosa que le inquietaba mucho: la realidad de los pueblos indígenas de Nuestra
América, porque allí en las islas donde él residía no quedaron sobrevivientes
de la invasión de conquista. Me preguntaba cómo vivían, cuántos quedaban en
tierra firme, y le brillaban sus ojos ya casi apagados cuando le contaba mis
vivencias con varios grupos originarios de Venezuela. “Hay que protegerlos”, me
decía.
Y esta minúscula presentación de Vicente Rubio, el
valiente orador que enfrentó con sus Siete Palabras los desmanes dictatoriales
en República Dominicana, es para que no quede duda alguna sobre la fuente
original y transparente del documento escrito más antiguo denunciando las
barbaridades cometidas por la invasión española desde la llegada de Colón al
actual territorio americano, especialmente en el archipiélago que llamaron
erráticamente “Las Indias”.
Esta carta -y otros testimonios que aportaremos- echan
por el suelo el invento colonialista de “La leyenda negra”, gestado para
desacreditar a Bartolomé de Las Casas, considerándolo un loco y exagerado
antiespañol; con ese remoquete (racista por demás) se intenta –por extensión- anular
cualquier estudio u opinión crítica sobre el proceso de conquista del “Nuevo
Mundo” por parte de Europa.
Fechada en Santo Domingo el 23 de febrero de 1512, la
misiva es muy anterior a la conversión de Las Casas a la causa de los derechos
humanos de los pueblos originarios. En esos días, el que llegaría a ser Obispo
de Chiapas, vivía entre Cuba y Dominicana, siendo clérigo presbítero y
potentado encomendero, con lucrativos negocios agrícolas y mineros.
También es precedente el sermón del cuarto domingo de
Adviento pronunciado en Santo Domingo por fray Antonio Montesino el 21 de
diciembre de 1511, al que considero el primer hito (grito de la voz que clama
en el desierto) en la lucha por los Derechos Humanos asumida por un par de
buenos españoles: Montesino y Pedro de Córdoba.
Bartolomé de Las Casas -que llegó en la flota invasora
de Nicolás de Obando en 1502 y durante doce años, junto a su socio Pedro de
Rentería, acumuló una riqueza envidiada hasta por su amigo Diego Velázquez,
gobernador de Cuba- decidió renunciar a sus encomiendas y repartimientos el 15
de agosto de 1514, anunciándolo en su sermón el “Día de la Asunción de Nuestra
Señora”, en la villa de Sancti Spíritus, región central de la isla cubana. Así
se selló la “primera conversión” de Las Casas que, según Isacio Pérez
Fernández, consistió “en la toma de conciencia fuerte de los deberes cristianos
con el prójimo –en este caso con los indios- y en la decisión consiguiente de
ponerlos en práctica antes de predicarlos a los demás, como era su deber de
sacerdote”.
El padre Las Casas se hallaba muy consternado por ser
testigo, en los tres meses que van de Pentecostés al día de la Asunción, de la
muerte por hambre de “siete mil niños y niñas”, por haber sido sus familias
separadas, sus padres y madres confinados en los trabajos forzosos, o
simplemente asesinados en las cacerías humanas que hacían los españoles para
esclavizarles.
La “segunda conversión” ocurriría entre septiembre y
diciembre de 1522 cuando se ordenó fraile dominico; y aun su “Brevísima
relación de la destrucción de las Indias” apenas sería redactada en 1542 (“en
Valencia, a ocho de diciembre de mil quinientos cuarenta y dos”, escribe al
final de la obra) e impresa una década después. Ya por entonces, los frailes
defensores de la humanidad habían entrado en tal contradicción con los
invasores de conquista, que la lista de mártires se inauguró con el cruel
asesinato del Obispo de Nicaragua fray Antonio de Valdivieso a manos del
gobernador español Hernando de Contreras y una pandilla de avaros colonos de la
peor calaña que pululaban desde España hacia nuestros territorios ancestrales.
Podrán ahora leer la carta autógrafa de fray Domingo
de Mendoza, O. P., dirigida al Cardenal de España, Francisco Jiménez de
Cisneros, Arzobispo de Toledo, previa -como hemos visto- a las denuncias del
padre Bartolomé de las Casas que tratan de desvirtuar llamándolas “Leyenda
negra”.
No es leyenda, es terrible verdad, que narra sucintamente
en una carta el genocidio, las violaciones, el canibalismo (sí, como lo ven,
canibalismo cometido por los españoles), esclavitud, crímenes de lesa humanidad
masivos, continuados e impunes a la fecha de hoy, que fueron prácticas comunes
en esa guerra no declarada, traicionera e injusta hecha por España contra
pueblos que no le representaban ninguna amenaza, sólo para saquear riquezas y
acumular poder.
Para quienes duden de la autenticidad de este
documento más antiguo denunciando las aberraciones de la conquista, pueden
ubicarlo en el Tomo 62 de la Colección Muñoz, como se conoce la recopilación
ordenada por el rey Carlos III a Juan Bautista Muñoz para documentar su
Historia de América (1779).
Los fascistas Aznar, Rabascal y Cantó pueden pasarse
por la Biblioteca de la Academia de la Historia en Madrid a verificar la copia
certificada oficialmente.
CARTA AUTOGRAFA DE FRAY DOMINGO DE MENDOZA, O.P. AL
CARDENAL DE ESPAÑA, ARZOBISPO DE TOLEDO, FECHA DE LA ISLA Y PUEBLO Y CASA DE
SANTO DOMINGO, XXIII DE FEBRERO DE 1512.
“Reverendísimo Señor: No ceso de acordarme cómo
Vuestra Reverendísima Señoría hablándome de esta tierra me dijo que este
negocio, cuanto a lo que toca al servicio de Dios, era una burla, que por
cierto, Señor, tal se halla; burla, a mi ver, la más perniciosa y cruel que se ha
visto después que se comenzó el mundo; burla que a tantos cuentos de ánimas
como Nuestro Señor ha descubierto en esta tierra burla y ha burlado; burla que
tantas gentes de los reinos de España ha comido y come matando los cuerpos
y condenando las ánimas; burla que a tantos siervos de Dios tiene a todos impedidos
(para) que no hagan fruto ninguno.
Por cierto, señor, el mal es tan grande y tan
incomportable e inaudito que, de verdad, yo me embazo en pensar en él, ni creo
que haya términos con que bien se exprima su gran grandeza: ver un mundo tan
grande o mayor que el mundo en que allá nacimos, tan apto para segar su trigo y
guardarlo en el hórreo, y verle tan cercado y murado, que postigo ni agujero
queda por donde Cristo pueda hacer mella en él.
Por pecado venial tenía yo que hayan metido a sacomano
esta isla, que y tan grande como Usted sabe, y hayan muerto cuantas gentes
Dios en el crio, exceptuados los pocos que todavía viven, si no hubiesen
cerrado puerta y tapiado el camino para que la salud de Cristo no pueda pasar
ni a la tierra firme ni a las islas comarcanas, que son casi infinitas. Porque,
señor, las obras de los cristianos que acá han pasado han sido tales y han
derramado tal olor por todo este mundo nuevamente hallado que den (de) hasta aquí
cuando algún navío de Cristianos asomaba a tierra firme o a alguna de las islas,
(los indios) los salían a ver y a recibir como a ángeles y les daban cuanto tenían
y no sabían ya qué agrados hacerles: ahora en viendo asomar el navío, aparejan
arcos y flechas como para personas que saben que han muerto las gentes de esta
isla.
Nunca acabaría de hablar sobre esta materia, según la
muchedumbre y grandeza de los males y el muy gran dolor que mi corazón de ellos
tiene. Allá enviamos al padre portador de la presente, para que Vuestra Señoría
dé fe a lo que ora y para que ahora ésta haya algún remedio. Bien sé que no es
menester encomendar a Vuestra Señoría a persona que en tales pasos anda ni
encargarle semejantes negocios, porque sé que no es otro su oficio sino
despachar y ayudar tales negocios. Esto digo porque si la intercesión eficaz de
Vuestra Reverendísima Señoría para con el rey sobre este negocio nos falta, que
espero en la mía de Dios que habrá remedio; y si por medio de Vuestra Señoría,
el tal remedio se da, no creo que Prelado de la iglesia de Dios, después que la
iglesia se comenzó, tan gran servicio hizo a Cristo ni tan gran bien a la república
humana como en ello hará Vuestra Señoría, ya que ve como mejor sabio qué para
su Santa Iglesia es menester. Amén, amén.
De esta isla y pueblo y casa de Santo Domingo, XXIII
de febrero 1512.
Continuo y muy obligado capellán,
Fray Domingo de Mendoza.
No escribo de la capacidad muy experimentada de esta
gente y de otras muchas particularidades, así porque no oso ser más prolijo,
como también porque el portador basta para informar muy bien de todo.
El consenso
de los frailes
Para que no se piense –ya que de malpensados está
repleto el reino del neofascismo cultural- que fray Domingo de Mendoza era un
suplicante solitario, a quien Vargas Llosa calificaría de “castrochavista”, dejaremos
a continuación para vuestra lectura una carta colectiva de todos los dominicos
y franciscanos presentes en la isla La Española (República Dominicana y Haití)
en el año 1517. La suscriben 21 sacerdotes el 27 de mayo de ese año y el
encargado de llevarla a los reyes era fray Bartolomé de las Casas.
Un hecho inédito que llama poderosamente la atención;
tal sería de grave la situación que se generó un consenso de las órdenes
religiosas no siempre con posiciones compartidas.
Pero, ¿qué cosas tan terribles presenciaron estos
hombres de varias nacionalidades, al punto de aprobar unánimemente un texto que
sería enviado nada menos que a sus señores monarcas?
Un pequeño párrafo nos puede dar luces del sentimiento
reinante en el cónclave sacerdotal: “De ahí que, como en estas islas y tierras
de indios se han cometido delitos y pecados de crueldad, violencia y otras
muchas maldades como no habían acontecido, según creemos, en todo el orbe de la
tierra hasta nuestros días, debemos contar la verdad a vuestras reverencias en
esta carta y hacerlo de forma tal puedan conocer todo aquello que debe ser
corregido.”
Dada la cantidad –y calidad- de firmantes, podemos
estimar que para entonces ya existía un movimiento en el seno de la sociedad
española que no estaba de acuerdo con la conquista o con los métodos criminales
aplicados por los invasores a los pueblos ocupados. Ciertamente era un
movimiento minoritario, aunque muy activo. Las Casas, por ejemplo, atravesó
nueve veces el Atlántico en tareas relativas a la causa defensora de derechos
humanos de los indígenas. Su único viaje por aventura y ambición fue el primero
en la flota de Nicolás de Obando, donde vino en calidad de clérigo.
Estos esfuerzos no impidieron que los tainos de las
islas fuesen exterminados, las medidas paliativas y las legislaciones
provocadas por las denuncias chocaban con los intereses económicos del Reino y
de los encomenderos y funcionarios reales en el terreno que se lucraban de la
sobreexplotación indígena.
El debate llega a la Metrópoli removiendo el piso de lo
que se consideraba derecho divino de España a conquistar estos territorios. Las
Juntas de Burgos son consecuencia del Sermón de Montesino y otras iniciativas
como la carta de Mendoza. No faltaron las persecuciones a aquellos pioneros,
con campañas calumniosas y asesinato selectivo de algunos de sus más destacados
voceros.
Entre los que a posteriori se acercaron a las
posiciones progresistas de los precursores de los derechos humanos, estuvo fray
Francisco de Vitoria, quien con sus disertaciones sobre el problema de la
conquista española en territorios ajenos pertenecientes a los “indios”, llegó a
ser considerado uno de los fundadores del Derecho Internacional.
CARTA LATINA DE DOMINICOS Y FRANCISCANOS
(Traducción al castellano por Vicente Rubio, O. P.)
Reverendísimos señores y dignísimos gobernadores de
los reinos de España:
Como vuestras Señorías Reverendísimas han sido
nombradas rectores y jueces de la tierra para promover el bien y corregir el
mal, para que se alabe a los justos y se castigue a los injustos: Es digno que
aquellos a quienes compete corregir todo no ignoren lo que se debe corregir: y
por tanto deben escuchar benignamente a todos y cada uno de los que exponen y
declaran lo que acontece y se hace en pueblos y lugares. Con mayor razón se
debe hacer esto con los hombres religiosos, ya que no buscan su propio provecho
sino el de Cristo, la verdad, la justicia y la caridad. De ahí que, como en
estas islas y tierras de indios se han cometido delitos y pecados de crueldad,
violencia y otras muchas maldades como no habían acontecido, según creemos, en
todo el orbe de la tierra hasta nuestros días, debemos contar la verdad a
vuestras reverencias en esta carta y hacerlo de tal forma que puedan conocer
todo aquello que debe ser corregido.
Pero, porque sabemos que vuestras Señorías ya conocen
todos estos males, por otros testimonios, no tenemos necesidad de exponer
extensamente todos y cada uno de los abusos. Ello nos llevaría no una carta,
sino un libro. Mayormente porque no pretendemos enumerar los delitos sino
procurar sus remedios. Es suficiente decir que al principio del descubrimiento
de estas islas hubo en ellas innumerables gentes y pueblos, bastante dóciles a
la fe, mansos, humildes y obedientes. Ahora en tan breve tiempo muchas de ellas
se ha quedado totalmente sin gente, otras muchas casi del todo. Y se dice casi porque
apenas unos pocos han podido librarse de la muerte y daños escondidos en antros
y cavernas, pues también de allí fueron expulsados quienes las habitaban:
porque han sido llevados por nuestros cristianos (si se les puede llamar
cristianos) a otras islas habitadas por ellos como es la Española y otros a
trabajar en las minas de oro: más aún a perder sus vidas y sus almas: y casi se
han extinguido trabajando en esas minas. Aún los habitantes de estas islas que no
han sido trasladados a otras y los que a ellas han venido de otras partes van siendo
destruidos y aniquilados por la violencia: tanto que se les puede aplicar el
pasaje de Isaías: se les han destruido los caminos y ya no existe el que pasaba
por sus sendas. Y por callar otras cosas hablaremos, brevemente, de lo que ocurre
en la Española en la que ahora habitamos.
¿Dónde están, Reverendísimos señores, las innumerables
gentes que en ella se descubrieron, cuyo número compararon los descubridores
con las hierbas del campo? De todos ellos no quedan en la isla más de diez o
doce mil entre hombres y mujeres; y éstos quebrantados y debilitados, y por
decirlo así, en la agonía. No han desaparecido por la esterilidad de la tierra,
sino por los trabajos insoportables que les han impuesto ¿cómo es esta espada o
esta peste?
¿Qué hambre ha sobrevenido sobre estas gentes que les
ha erradicado de la tierra? Se les ha privado de la propagación natural (porque
han sido debilitados por los trabajos): ¿nadie les recordará jamás? Ni el
faraón ni el pueblo egipcio maltrató tan cruelmente a los hijos de Israel, ni
los perseguidores de los mártires a los hijos de la Iglesia. Pues ellos, ni
siquiera han perdonado al sexo débil, a las mujeres, como muchas naciones
acostumbran a hacer.
Estos cristianos nuestros, o mejor no corderos de
Cristo sino crueles enemigos, han hecho trabajar igual a las mujeres, a los hombres
y a los niños; e igual que los hombres, tenían que soportar desnudos el calor
todo el día, el verano, las lluvias y la intemperie. Como los hombres recibían,
como remuneración por su trabajo y como descanso temporal al final del día, la
dura tierra.
Como los hombres padecían sed y hambre. Igual que
ellos, en las enfermedades contraídas por el trabajo, después de un fiel y
continuo servicio, eran abandonados y despreciados y tenidos por inferiores a
las bestias. ¿Quién de ellos o ellas después de tan malos tratos y fatigas
corporales podría ser apto para la procreación, y no más bien para ser
encomendados a la madre tierra deseosa de consumir sus cuerpos moribundos?
Después de esto, indaguemos y preguntémonos con el profeta Job: estos hombres
cuando mueran desnudos y consumidos, ¿dónde irán a parar? Para que el dolor por
la pérdida de los cuerpos reciba algún consuelo, siempre y cuando sus espíritus
sean recibidos en un lugar aceptable, pero, ¡ay! sus espíritus desaparecieron
ciertamente en Endor (Salmo 82, 11), es decir, sin la fuente de regeneración
espiritual, al no recibir ésta (el bautismo) como convenía, porque no fueron
instruidos ni sabían lo que se les administraba. Y del mismo modo que no fueron
instruidos en lo concerniente al culto cristiano tampoco se les permitió
realizar algunas cosas que ya hacían. Sus cuerpos son maltratados con tanta
dureza como el estiércol que se pisa en la tierra. Estuvieron encomendados y
asociados a los cristianos, no para imbuirles la fe, ni para tratarles con
caridad, sino para perder sus cuerpos y no obtener beneficio para sus almas.
¿Qué ganamos diciendo esto? Ello no nos es posible ni lícito. Con esto
concluimos todo lo dicho. El rey cristianísimo ha perdido a su gente. La tierra
ha sido privada de sus habitantes y cultivadores. Las almas que Cristo había
redimido y nos había encomendado para librarlas del poder del diablo, las ha
perdido irreparablemente. Los cristianos quizá se hubiesen salvado de otra
forma, pero por los males que han hecho están sufriendo en el infierno.
Ahora bien, pensando en el remedio, decimos a sus
Reverendísimas señorías, aunque se han propuesto algunos remedios, incluso por
nosotros los abajo firmantes, que se han de rechazar todos aquellos remedios
que impliquen cualquier tipo de trabajo al servicio de algún cristiano.
Considerando mejor las cosas, vemos que estas gentes han sido destruidas, que
se les ha pegado la piel a los huesos y está seca, que han perdido todas sus
fuerzas; por ello entendemos y creemos que si se les impone cualquier trabajo,
ya sea en las minas o en otros trabajos, morirán necesariamente y caerán como
las hojas de los árboles cuando les falta la savia. Ahora, después de la
llegada de los Jerónimos, mueren igual que antes y aún más y más aprisa. Si
alguien no pone fin a su perdición y destrucción, y se les ayuda rápidamente a
recuperar su salud corporal, no se podrá evitar ese mal inminente: el que sean
destruidos totalmente.
Colóqueseles en comunas o pueblos cristianos o ellos
solos y no sirvan por ahora a nadie, ni aún al rey. No se les imponga ningún
trabajo, a no ser que sea casi recreativo y para su sustento (para lo cual
necesitan poquísimo) y lo acepten voluntariamente. Se preocupen sólo de su vida
y salud, recuperen sus fuerzas y descansen sus fatigados cuerpos, se les
permita respirar e intentar su propagación natural. El tiempo enseñará si se
puede hacer con ellos otra cosa mejor. Por ahora intentemos esto: que no
desaparezcan. Van a la muerte en manadas y si no se les ayuda inmediatamente, y
de forma voluntaria, aunque a estas horas casi no es posible hacerlo ya,
ocurrirá que cuando se quiera no se pueda. No nos parece congruente. Están en
necesidad extrema, por lo que vuestras Señorías parece están obligadas a lo
dicho antes. Por eso hay que olvidarse de las cosas temporales. Con eso
intentamos hacer un servicio al rey y a la salvación de su alma. Si incardinarlos
en un pueblo cristiano tiene algún inconveniente, al menos permítaseles
marcharse a sus lugares nativos, que en su lengua llaman yucayeques.
Quedan por resolver dos dudas. Primera: ¿Quién cuidará
de sus almas? ¿Quién los enseñará e instruirá? Segunda: ¿qué comerán? ¿Quién
les alimentará mientras obtienen frutos de la tierra mediante ese trabajo
recreativo? Y a la primera se dice que será grande y nueva esta duda, es decir,
que asegurada su supervivencia temporal se tenga gran cuidado de su salvación
espiritual, pues durante todo el tiempo pasado en el que temporalmente han sido
destruidos, los cristianos que los poseían no se han acordado nada o casi nada
de sus almas. Además, se dice que para eso han venido varones religiosos a
estas islas para iluminar e instruir a aquellos más dispuestos a recibir la
doctrina. A ellos competerá el trabajar en eso. Ellos expondrán y llevarán
adelante lo propuesto y conseguirán, espiritualmente, más en una semana que lo
que se ha hecho durante un año hasta ahora, y esto es muy necesario y
conveniente y será competencia de los clérigos a quienes se encomiende la cura
de almas. A la segunda duda se dice que se les alimente con los bienes del rey y
de los cristianos, dejándoles y dándoles campos del rey y de los cristianos de
donde recojan lo necesario, ya que han trabajado en todos ellos. Y aun concediendo
les todo esto no se les da todo lo que se les debe, ya que todo lo que tiene y
ha adquirido cualquier cristiano aquí ha salido de las vísceras, sudor y sangre
de los indios.
Cierto clérigo llamado Bartolomé de las Casas fue a
España para pedir por ellos remedio y justicia y volvió con los frailes
Jerónimos como procurador de los indios; ahora vuelve a Vuestras Señorías con
el mismo problema. Este suplirá de palabra lo que hemos omitido en este
escrito. Es un varón bueno y religioso y, creemos, elegido por Dios para este
ministerio: por lo que queda claro que esté tan encendido por el celo de la
caridad y la justicia, que haya despreciado las comodidades terrenas, que se
vea empujado por la voluntad de Dios, que procure y persiga la salvación
temporal y espiritual de estas gentes.
Por último, que no esté libre de persecuciones y
ofensas y que pertenezca al número de aquellos de quienes se dijo: si me
persiguen a mi os perseguirán también a vosotros. Es digno de fe y vuestras
Señorías pueden y deben darle crédito.
Estas son las cosas que pensamos debían ser dichas
para tranquilidad y seguridad de nuestras conciencias: pidiendo perdón a
vuestras Señorías reverendísimas si en algo hemos errado o les hemos ofendido.
La misericordia del Señor les mantenga la salud y aún se la aumente: la luz
divina ilumine a sus personas: el amor las inflame para que examinen con
cuidado todo aquello que crean que se debe hacer y procuren que se realice en
la práctica.
En la ciudad de Santo Domingo, el día 27 de mayo
(1517).
Sus siervos, presbíteros de la Orden de Predicadores
fray Pedro de Córdoba, Vicario provincial (Rúbricas)
fray Tomás de Berlanga, superior (Rúbricas)
fray Juan de Tavira (Rúbricas)
fray Bernardo de Santo Domingo (Rúbricas)
fray Tomás de Santiago (Rúbricas)
fray Tomás de Toro (Rúbricas)
fray Pablo de Santa Maria (Rúbricas)
fray Pablo de Trujillo (Rúbricas)
fray Domingo de Betanzos (Rúbricas)
fray Pedro de la Magdalena (Rúbricas)
Los humildes siervecillos de vuestras Señorias, los la
observancia, reunidos en capitulo, subscribimos:
Yo frater Tomás Infante, Provincial inmérito, lorenés
Yo frater Juan Flamenco, Guardián indigno, picardo
Yo frater Rodrigo Gani de propia mano, inglés
Yo frater Jacobo Herinio, picardo
Yo frater Remigio de Faulx, picardo
Yo frater Jacobo Scoto, bachiller en sagrada teología
Yo frater Juan de Guadalajara de propia mano,
castellano
Yo frater Guillermo Hebert, normando
Yo frater Nicolás Desiderio, picardo
Yo frater Laterano de Beauit pave (Beaurepaire),
picardo
Yo frater Juan Verlonis y yo fray Juan Flamenco,
guardián de Santo Domingo, arriba firmante, por mandato de nuestro reverendo
Padre Provincial de las Indias, arriba firmante, y con el consejo y voto común
de los arriba firmantes padres sacerdotes y predicadores de la palabra de Dios,
que con el máximo celo de la salvación de las almas fuimos enviados por todo
nuestro Capítulo General, hago saber a vuestras Señorías reverendísimas que a
no ser que (como se pide arriba) se ponga remedio rapidísimamente a estos
males, todos nos volveremos a países cristianos, pues con gran dificultad
podremos encontrar alguna isla para predicar en la que los cristianos no hayan
hecho oler mal.
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