jueves, 13 de enero de 2022

LA TAREA DESCOLONIZADORA. DUELO A MUERTE DE URDANETA VS ALONSO DE OJEDA. SEGUNDO ASALTO.

 


La tarea descolonizadora: de cuando el General en Jefe de los Ejércitos de la República, Rafael Urdaneta, tuvo un duelo a muerte con un tal Alonso de Ojeda (II)

Segundo asalto: la “banalidad del mal”

La mentalidad colonizada, en la inmensa mayoría de casos, no sabe su estado, es inconsciente de los juicios que emite por seguir una tradición que asimiló del entorno cultural dominante. Repite lo que le “enseñaron” (inculcaron) y suscribe sin indagación o la más elemental reflexión, todo cuanto le ate al sistema de nociones vacías que “normalizan” su existencia. Parte importante de esa “normalidad” consiste en rechazar -con más o menos virulencia- toda propuesta que invite a revisar o cuestionar lo establecido.  

Interesante echar una mirada a las disquisiciones de Hannah Arendt acerca de la “banalidad del mal”, explicada a partir de la falta de pensamiento (autónomo) de la persona. “En la semántica arentiana el pensamiento corresponde a la actividad espiritual de la autorreflexión”, enfocándose en el ámbito ético-político del pensamiento individual por su función preventiva. “Arendt no considera que el pensamiento garantice actuar bien, ni siquiera considera que nos pueda garantizar alguna definición universal del bien y del mal, ni la máxima altura de algún otro ideal, sea la verdad absoluta, la felicidad perfecta, el bien público, la paz perpetua o cualquier otro; más bien supone que por falta de pensamiento el hombre puede caer en la estupidez, que puede ser tanto o más peligrosa que el sadismo declarado.” (Sissi Cano, Horizonte, Belo Horizonte, v. 3, n. 5, p. 101-130, 2º sem. 2004)

Según la filósofa de origen judío-alemán, nacionalizada estadounidense, la falta de reflexión hace a las personas fácilmente manipulables “por cualquier concepto frívolo de lo bueno y de lo malo; banalidad que no minimiza la crueldad de sus efectos”. (Idem)

En el asunto que nos ocupa de la lucha descolonizadora, la capacidad de discernir no sólo dependerá de la reflexión espontánea de los individuos, si no que exigirá también la investigación del proceso histórico que nos trajo a la realidad oprobiosa que queremos modificar. 

La tarea descolonizadora de la conciencia colectiva tiene varias características que la complejizan per se:

-       Es necesaria, pertinente e impostergable. Porque habiéndose implantado los dogmas colonizadores a través de diversos mitos alienantes (historiográficos, idiomáticos, culturales, religiosos, estéticos), durante un larguísimo periodo de medio milenio, con instituciones profundamente instaladas socialmente, y ante la evidencia contundente de la inviabilidad de la construcción de una nueva civilización (ética, ecológica, humanista-igualitaria, independiente de imperialismos), bajo el predominio de los antivalores impuestos: racismo, supremacismo, sectarismos religiosos, eurocentrismo, sacralización del mercado, dependencia, subdesarrollo, neocolonialismo, consumismo, individualismo, mercantilización de las personas, enajenación capitalista; es urgente la puesta en práctica de una masiva pedagogía liberadora, que comienza por el viejo debate de si los originarios habitantes de este continente son o no seres humanos; o incluso, si este continente estaba o no habitado a la llegada de los barcos de Colón, para que se hayan acuñado como incuestionables los títulos de “descubridores” y “fundadores” otorgados a los recién llegados.

-       Es parte inseparable de la “batalla de ideas”. Estamos ante una contradicción ideológica que no se resuelve ni a tiros ni a votos: se trata de una tarea estrictamente educativa, comunicacional, cultural. Quienes promulgamos la descolonización de las conciencias no buscamos vencer, estamos obligados a convencer; aunque hay que decirlo claramente, porque no somos ingenuos, quienes nos adversan sí pueden llegar al extremo de ejercer la violencia en defensa de lo que consideran verdades pétreas, eternas, incuestionables, sagradas. El olvido y la negación del genocidio contra los pueblos originarios juegan como “excusas” para la arremetida de nuevo cuño intentada por una derecha ideológica transnacional, con sus expresiones específicas en nuestras latitudes.  

-       Es una lucha de largo plazo. La urgencia de emprenderla ya, no implica que sus resultados se obtendrán de inmediato. Toda transformación cultural conlleva periodos de debate, propagación de las nuevas ideas, redefinición de conceptos, desmontaje de mitos alienantes, argumentación de razones, modificación de sentires, despertares ante la perplejidad, en fin, rupturas epistemológicas, como dirían mis amigos sociólogos. Y todo eso requiere de mucha labor docente por parte del liderazgo que propone la descolonización.

-       El derecho de los pueblos a la memoria histórica. Cada vez más contingentes de personas se unen en la convicción de que es importante el conocimiento de los hechos pasados que definieron el presente de la humanidad. Pero seguimos siendo una pequeña minoría. Coinciden en ello teóricos de la historia, experimentados estadistas, la doctrina contenida en Resoluciones de Naciones Unidas y hasta el Papa Francisco. Como dice Saramago: “Hay que recuperar, mantener y transmitir la memoria histórica, porque se empieza por el olvido y se termina en la indiferencia”. Las crónicas locales y de movimientos sociales, las historias de conflagraciones o del desarrollo tecnológico, todo interesa a un mundo donde la información fluye vertiginosa entre una colectividad más exigente y acuciosa. Comprender e interpretar los fenómenos socioeconómicos y geopolíticos son una necesidad concreta de millones de seres humanos en el planeta, a pesar de la absorbente cotidianidad material. De allí que sectores retrógrados apuesten a la “banalidad del mal”, mientras ocurren microrrevoluciones resemantizadoras como la que hemos presenciado recientemente en una frase lapidaria de López Obrador: “Me dio gusto constatar la decadencia de Vargas Llosa”.    

-       Autocrítica. La tarea descolonizadora debe partir del reconocimiento que hemos llegado muy tarde y con poco brío a emprenderla. En el caso venezolano no se asumió con valentía desmontar las falacias colonialistas. La flojera intelectual y el relajo frente a costumbres enajenantes, características típicas de una burocracia capitalina paquidérmica, dejó que la inercia gobernara el sistema educativo-cultural, con la excepción de reductos críticos las más de las veces marginados. No se implementaron programas para documentar al profesorado ni se elaboraron materiales formativos para el alumnado. Los medios públicos despilfarran horas que son décadas rumiando estilos enlatados, sin atreverse a proponer contenidos y estéticas revolucionarios más allá de la cobertura a la pauta gubernamental.

Por estas realidades, un hecho de tanta trascendencia como el rescate del nombre originario del pueblo añú Paraute, incendiado por el imperialismo petrolero el 13 de noviembre de 1939, que el pitiyanqui López Contreras había suplantado oprobiosamente por “Ciudad Ojeda”, y haber renombrado la capital del municipio Lagunillas del estado Zulia en la República Bolivariana de Venezuela, con el honroso epónimo del Prócer de la Independencia Rafael Urdaneta, no tuvo ningún eco en las mediática regional y nacional, ni se hicieron los esfuerzos propagandísticos y educativos necesarios para posicionar la nueva nomenclatura.     

Retomando el concepto de la “banalidad del mal”, al observar la intención autómata de restaurar la humillante nombradía colonialista-imperialista, propongo estas preguntas para pensar:

¿Qué hizo el tal Alonso de Ojeda que merezca llevar su nombre una ciudad a la orilla del Lago Maracaibo? ¿Si este personaje “descubrió” el Lago, “quedando maravillado”, por qué nunca volvió por estas aguas? ¿Alguien que “descubre” este gigantesco reservorio de agua dulce, con todas las maravillas paisajísticas que ya han cantado cientos de poetas y juglares, de verdad preferiría irse de “gobernador” del Cabo de la Vela?

¿Por qué López Contreras, que fanfarroneaba patrioterismo, prefirió el nombre de un total desconocido al de alguna figura egregia del país o la región? ¿Por qué no pensó en Pedro Lucas Urribarrí, marino y guerrero patriota, héroe de la Batalla Naval del Lago, nativo de la Costa Oriental, por ejemplo? ¿Qué ideología dominaba las conciencias de aquel absurdo dictador que parecen compartir respetables ciudadanos en la actualidad?

¿Nos parecería “normal” que Rusia bautizara alguna de sus ciudades con el nombre de Wilhelm Ritter von Leeb?  ¿O que China nombrara “Nueva Japón” a la región invadida por los nipones en su afán de expansión a partir de 1937? ¿O que la plaza principal de Israel se llamara Adolf Hitler?

El ser humano se diferencia del resto de los animales por la capacidad de pensar. No desperdiciemos ese “don” natural. Pensar es existir. La máxima de Descartes nos convida a pensar para ser. Hannah Arendt nos pide pensar para salvarnos de las “banalidades del mal”.

 

Yldefonso Finol

 

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