La paz de Colombia: racionalidad y
sensibilidad en clave bolivariana
I
Como
hombre de frontera, que desde niño conoció la existencia de una realidad tan
cercana pero a la vez tan específica como la colombiana, y que en mi vida
adulta como profesional y servidor público, me ha tocado estudiarla a fondo
desde la historia común hasta las particularidades diferenciadas, marcadas por
la violencia sistémica, las desigualdades terribles, más el morbo de la
economía criminal del narcotráfico, no puedo menos que alegrarme por el cambio
de situación que se respira desde la ascensión del nuevo gobierno con el
economista Gustavo Petro como Presidente y la abogada Francia Márquez en la
vicepresidencia de Colombia.
Nadie que
ame a Colombia puede evitar sentirse alegre con el cambio que en forma
acelerada comenzó en el mismo acto de toma de posesión cuando esa espada
legendaria fue invocada como símbolo de futuro, de gloria, de bonanzas
populares, de poder dignificante.
Confieso
que el domingo 7 de agosto muchas emociones se agolparon en mi corazón
bolivariano, recordando tanto camino recorrido, asumiendo riesgos y aportando
con entrega por el bien del pueblo humilde de Colombia.
No puede
confundirse con injerencia que un venezolano de fronteras, que ha militado en
la solidaridad permanente, llegando a ser perseguido por los factores
paramilitares que azotaron al país hermano, se exprese amorosamente por el
destino esperanzador que se siente venir en las mayorías bienintencionadas que
se han agrupado en torno al dúo Petro-Francia.
Desde los
años 90’ del siglo pasado, siendo legislador del estado Zulia, trabajé por la
unidad de los pueblos fronterizos, en esfuerzos de enfoque social por las
reivindicaciones, tanto tiempo postergadas. Luego la vida me dio la oportunidad
de servirle a las víctimas del conflicto interno colombiano como presidente de
la Comisión Nacional para los Refugiados, donde, bajo la consigna “una mano
amiga, un corazón solidario”, guiados por el inolvidable Comandante Presidente
Hugo Chávez y el entonces Canciller camarada Nicolás Maduro, pudimos dar el
estatus de refugiados a más de diez mil personas necesitadas de protección
internacional.
Muchas vivencias
conmovedoras guardo en mi alma de esos años compartiendo con los más pobres de
Colombia, los que llegaban por trochas, por ríos, con dolorosas pérdidas en sus
querencias.
Hay que
reconocer sin mezquindades que la Revolución Bolivariana con Chávez en primer
lugar, y ahora con Nicolás, ha sido la más generosa amiga de la paz de
Colombia.
Como garante
por nuestro país en la mesa de diálogos del Gobierno de Colombia y el Ejército de
Liberación Nacional (ELN), durante los años 2017-2018, fui testigo de excepción
de los esfuerzos casi siempre silenciosos que Venezuela ha hecho por esa paz
que todas las gentes decentes anhelamos.
Por eso
celebramos la celeridad con que se viene reconstruyendo esa posibilidad de
negociación con voluntad política a favor de la vida.
II
Hablo
desde la poesía. La paz es un horizonte de azules que me llama a vivir para el
amor. Doy prioridad a la vida. La vida es un regalo de tiempo indeterminado. Ilusión
finita. De alcance impreciso. De giros azarosos. Cómo vivirla es la pregunta
que agota su existencia en letanía de dogmas y miedos. Cada vida es una hoja
que caerá al secarse o aun verde si un viento inesperado la desprende del árbol.
Y el árbol también caerá algún día sobre la tierra. O será nave surcando aguas
hasta fundirse en la luz del horizonte. La Vida es ese viaje que se mueve en la
hoja en el árbol en las aguas y en la línea inalcanzable de la imaginación. Somos
el leve éter que emana de la fábula. La efímera sorpresa de cada día naciendo.
La paz
es el río que nos dará agua para vivir, y senda para fluir hacia lo posible, que
es cada pedazo de utopía que logramos arrancar a las dentelladas de la muerte.
III
Podemos
hablar con la palabra de Bolívar. “La confianza ha de darnos la paz. No basta
la buena fe, es preciso mostrarla…”, dejó dicho en carta al jefe enemigo Miguel
de la Torre, un 25 de enero de 1821, cinco meses antes de la Batalla de
Carabobo que casi extinguió al ejército español en Venezuela.
¿Acaso
no ha quedado diáfanamente expresada la confianza y buena fe del nuevo gobierno
colombiano en la visita reparadora que ha realizado a Cuba el Excelentísimo
Canciller Leyva Durán? Gestos de este talante despiertan admiración en una
diplomacia que los pueblos de Abya Yala reclamaban.
Porque
“lo que el pueblo quiere es una libertad segura y una paz duradera”, sentenciaba
El Libertador en carta a Tomás Cipriano de Mosquera, como si lo hubiese dicho
para el día de hoy.
Por eso
es Bolívar, porque supo leer las realidades de su tiempo transformándolas e
interpretar las aspiraciones de la ciudadanía plasmándolas en sus creaciones
teóricas y prácticas. No es sólo una espada que levanta revuelo mundial. Es el
proyecto emancipatorio contenido en su Doctrina que está más vigente que nunca
y representa la fe de nuestros pueblos en su victoria sobre la opresión y la
miseria.
“Aunque
me cueste la vida voy a evitar la guerra civil”, declaraba a Bartolomé Salom
desde Maracaibo el 17 de diciembre de 1826, cuando tornó apresurado desde Perú
para calmar las divisiones en Venezuela que ya se habían caldeado
peligrosamente. Y pagó con su vida exactamente cuatro años después.
Bolívar nos
une inexorablemente más que las arenas guajiras, las montañas perijaneras, las
dinámicas comerciales, los potenciales negocios binacionales, los ríos comunes,
y las selvas amazónicas.
Si no me
creen, miren no más esta pieza preciosa, la más sublime, la más profética, la
más bolivariana, expresada al Congreso de la República reunido en Cúcuta, el 3
de octubre de 1821, luego de navegar el Lago Maracaibo bajo el faro del
Catatumbo: “nada más que la paz nos puede faltar para dar a Colombia todo:
dicha, reposo y gloria”
Santa palabra.
Yldefonso
Finol
Economista
e historiador bolivariano
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