Defender a Bolívar: ¿por qué? ¿de quienes? ¿de qué? (I)
A
pocos años del bicentenario de su fallecimiento, Simón Bolívar sigue siendo
vilipendiado con furia por una elite intelectual agrupada en torno al
pensamiento derechista global, particularmente en la industria comunicacional
amarrada al centro hegemónico estadounidense-europeo, que actúa con énfasis
apuntando al público latinoamericano.
¿Por
qué? ¿Cuál es la razón de ser de esta transnacional antibolivariana en los
albores del Tercer Milenio? ¿Por qué se ocupan tanto en desacreditar la obra y
persona de un hombre cuyo protagonismo ocurrió las décadas segunda y tercera
del siglo XIX?
Cierto
es que los ataques más burdos se intentan masificar entre personas a quienes el
cartel antibolivariano considera ignorantes de la historia; ya hemos sido
testigos de los planes imperialistas por borrar el estudio de nuestras
Historias Patrias de los programas educativos. Muchos gobiernos sumisos así lo
hicieron.
Los
neoliberales nos conminan a olvidar el pasado, mientras la maquinaria
ideológica del capital transnacional nos atiborra los espacios cognitivos con
la versión supremacista que favorece la hegemonía eurocéntrica, blanca,
patriarcal, burguesa; esa donde las clases trabajadoras y campesinas no
protagonizan, y los sectores subalternizados se presentan como masa inerme,
prescindible, invisible.
Quisiera
no incurrir en simples adjetivaciones para calificar a los personajes que
atacan al Libertador con versiones rayanas en lo absurdo; no debo caer en la
provocación de devolver ofensa con insultos; necesito saltar esas trampas del
debate propias de la canalla fascista, y entrar al fondo de la cuestión: que en
pleno siglo XXI las derechas proimperialistas están urgidas de destruir toda
conexión sentipensante de los pueblos con su épica emancipatoria.
Un
ejemplo de las barrabasadas que difunden los agentes del hegemonismo es acusar
a Bolívar de “traidor de España”, por haber liderado la lucha anticolonial y
antimonárquica. Esta acusación recaería contra todos los próceres de la
Independencia americana, y -por extensión- contra toda persona que se rebele
ante un sistema injusto y opresor; los esclavos que se hicieron cimarrones y
que se alzaron contra la oprobiosa esclavitud serían -de acuerdo a esta lógica-
“traidores” de sus amos que les obligaban a trabajar como bestias, aplicándoles
torturas insufribles, dándoles azotes, latigazos, y condenando a sus familias y
pueblos al mismo destino de extremas penurias.
Aclaremos
que, al referirnos a detractores, no incluimos a los enemigos en la contienda
militar que fueron subordinados del régimen colonial monárquico español; estos
fueron contendores circunstanciales por el oficio de las armas al que servían;
al decir detractores -en este artículo-, estamos hablando de individuos que por
diversas motivaciones y en épocas distintas, se dieron a la tarea de proferir
toda clase de descalificaciones contra Simón Bolívar, las más de las cuales,
resultaron de un odio personal o componenda conspirativa, hoy devenidas en
campaña sistemática concebida por laboratorios reproductores de las doctrinas
de la opresión.
Una
metodología de esta temática nos llevaría a considerar varias generaciones de
antibolivarianos, como también encontraríamos una curiosa clasificación de
ataques, según la perspectiva específica del atacante de turno.
Los
detractores de Bolívar que fueron sus contemporáneos, tuvieron generalmente por
motivación la envidia, desavenencias personales puntuales y, en pocos casos,
explícitas diferencias ideológicas contra el proyecto que El Libertador
propugnaba.
Algunos
detractores posteriores, se movieron en torno al localismo patriotero por
defender a algún personaje de su nacionalidad que llegó a tener conflictos con
Bolívar; en algunos de estos casos, por defender emocionalmente al “héroe” de
preferencia, se desfiguran hechos históricos que están suficientemente claros
en documentación de la época.
Otros
–que llegaron a escribir voluminosas biografías- fueron cronistas, periodistas
o aventureros intelectuales contratados por agencias estadounidenses y
españolas con el propósito de posicionar el tema “Bolívar” y generar una
opinión pública internacional susceptible de aceptar los elegantes descréditos
que querían “legitimar” contra el Libertador; todo ello mientras pregonaban y
construían el Panamericanismo sumiso a los dictados de Estados Unidos,
absolutamente opuesto al Proyecto Bolivariano de la Unidad de Nuestra América.
Una
tercera generación de estos detractores podemos ubicarla en la etapa más
reciente, última década del siglo XX y comienzos del XXI, donde la carga
ideológica antibolivariana se muestra muy agresiva, al punto de alcanzar
relevancia en las posiciones neoliberales pro-imperialistas.
No
debemos pasar por alto -y menos subestimar- el estilo refinado, ladino,
camaleónico, de determinados autores que hasta simulan simpatizar con lo
“bolivariano”, mientras dejan colar, entre loas al genio militar, insinuaciones
de perturbación psicológica, o repiten como si fuesen travesuras críticas, los
chismes infundados que el antibolivarianismo primitivo ha difundido desde su
gestación.
Otros
menos inteligentes, apelan a comparaciones ridículas de la capacidad militar de
Bolívar con los oficiales que actuaron bajo su mando y en cumplimiento de las
tácticas y estrategias por él diseñadas. Suelen usar figuras sobresalientes
como la de Sucre, para cacarear que el Mariscal de Ayacucho era "superior
al Libertador", ocultando la inapelable verdad histórica que fue Bolívar
quien escogió a Sucre como adelantado para la Campaña del Sur, y le encomendó
hacer todo que con tanta efectividad realizó su gran amigo y fiel compañero;
ese a quien los primeros antibolivarianos asesinaron cobardemente.
Entre
las acusaciones más comunes contra El Libertador figuran actitudes y ambiciones
que Él siempre despreció, y que toda su trayectoria desmiente con hechos
contundentes.
De eso
estaremos conversando en las próximas entregas de este ensayo libre que
esperamos sea útil a la nueva militancia bolivariana para defender al inmortal
líder de la emancipación.
A
Bolívar lo defenestraron quienes robaron y destruyeron su obra en el siglo XIX,
y luego quisieron petrificar su legado y cooptarlo en el siglo XX como pieza
del engranaje oligárquico e imperialista.
Pero
la batalla más complicada que le toca librar a nuestro Simón Bolívar es ésta
del siglo XXI, ahora que el pueblo venezolano -al influjo del liderazgo
histórico de Hugo Chávez- rescató la esencia liberadora de su pensamiento y su
gesta, para construir la verdadera independencia y la igualdad.
Defender
a Bolívar: ¿de qué? ¿de quienes? ¿por qué? (II)
Desde
hace dos décadas he sostenido que, si requiriéramos una razón adicional para
estar convencidos de la vigencia del pensamiento emancipatorio de Simón
Bolívar, sólo tendríamos que observar los enemigos que aún lo persiguen con
toda clase de calumnias.
El
cartel antibolivariano selecciona algunas de sus voces más conspicuas en los
gremios de historiadores y escritores, y cuando alguno se propone comenzar su
monólogo descalificador, lo primero de que acusa a Bolívar es de ser humano;
si, como lo leen, los verán anunciar con una gestualidad inocentona, casi que
descubriendo el agua tibia: “Simón Bolívar tuvo sus defectos como todo ser
humano”. ¡Vaya aporte tan significativo a las ciencias!
Pues,
dicho el hallazgo sorprendente, comienzan a descargar la ráfaga de las mil y
una imprecaciones. Hubo un escritor venezolano (buena pluma, eh) que derramó un
río de inteligencia al aseverar que Bolívar era “de carne y hueso”. Luego
destrozó el código deontológico de la psiquiatría atando al diván a un espíritu
sin derecho a descansar en paz, descuartizando su psicología post mortem y
exponiéndola al arbitrio del vecindario: cero ética y pudor, en la más impúdica
y desaforada violación de la confidencialidad.
Una
periodista neogranadina llegó a sostener que Bolívar fue un padre
irresponsable, porque “dejó más de treinta hijos regados en los pueblos a
orillas del Bajo Magdalena”, cuando pasó por ahí en diciembre de 1812, antes de
realizar la Campaña Admirable. ¡Caramba, qué ampulosa fertilidad! (Y qué
capacidad de esta señora para recopilar el realismo mágico en la tradición oral
de dos siglos).
Un
laureado escritor peruano, al recibir en España el premio Planeta 2002, no
declaró a la prensa sobre su obra favorecida, sino que dedicó entrevistas a
pregonar que el culpable del “subdesarrollo y la corrupción en América Latina”
era (adivinen quién): nada más y nada menos que el venezolano Simón Bolívar.
De
modo que Bolívar (“de esos muertos que nunca mueren”, al poetizar de Tomás
Borges), fue vilipendiado en su vida terrenal y en la otra, la que aún hoy vive
con tanta intensidad como la primera.
Algunos
de sus primeros detractores menospreciaron la formación intelectual del
Libertador, y llegaron a tildarlo de ser un pésimo militar. Hay que tener mucho
despecho para afirmar semejante disparate; reconcomio enajenante como padeció
el oficial aventurero Henri Louis
Ducoudray-Holstein, quien difundió con rabia desde 1828 unas memorias donde se
lanza en denuestos de todo calibre: que Bolívar no lee, que es flojo, que sólo
trabaja un par de horas por día, que es adicto al baile y la hamaca, que su
formación militar es muy escasa, que sólo disfruta leyendo historias simplistas
y cuentos; que no tiene una biblioteca o colección de libros que sea
apropiada para su rango y lugar que ha ocupado por los últimos quince años,
y ocupa muy poco tiempo estudiando las artes militares. Él no entiende la
teoría y muy rara vez hace una pregunta o mantiene una conversación relacionada
con esto.
Imaginemos
por un instante la amargura, la envidia sufrida por este hombre
(Ducoudray-Holstein, el que ambicionó ser jefe donde sólo estorbaba con su
impostura supremacista europea), que escribió estas alucinantes opiniones sobre
Simón Bolívar en 1828, cuando ya nuestro líder político-militar, con su
estrategia de unidad y guerra continental había logrado destruir hasta el
último reducto del ejército enemigo, tejiendo un cordón de victorias desde el
Mar Caribe al Perú y Alto Perú: Pantano de Vargas y Boyacá, Carabobo, Bomboná,
Pichincha, Ibarra, Batalla Naval de Maracaibo, Junín, Ayacucho.
Sin
embargo, no nos sorprendamos, el asombro ante la capacidad de odio de los
despechados superará cualquier extremo imaginable. Las almas envenenadas
disponen en su ponzoña de mucha tinta que encajar en las páginas de la
maledicencia antibolivariana.
Uno
que comenzó muy joven su diatriba contra El Libertador, pupilo del traidor mayor
(aquel que fue perdonado por el exceso de magnanimidad bolivariana) acusó a
Bolívar de “crímenes atroces”. Lo hizo desde Estados Unidos con profusa
difusión, al tiempo que su mentor disfrutaba un exilio dorado en Europa.
Es que
los detractores de Bolívar le achacaban los vicios y pretensiones que ellos si
tenían: que se quería coronar, que se beneficiaba de los dineros públicos. Personajes
que se jactaban de legalistas, “demócratas”, liberales, pero que no vacilaban
en asesinar oponentes, como mataron en forma vil y cobarde al Coronel José
Bolívar (primo del Libertador) durante la fuga de José Padilla en la
conspiración magnicida del 25 de septiembre de 1828; esos que llamaron públicamente
a asesinar al Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre en el periódico “El
Demócrata”, mientras acusaban al Simón Bolívar de ser enemigo de la libertad de
expresión. (No descuidemos recordar hechos recientes, donde se llamaba por
televisión gringa a asesinar al Comandante Chávez, y en la prensa colombiana
los uribistas pidieron abiertamente que se cometiera homicidio contra el
Presidente Nicolás Maduro).
Aquellos
individuos fueron los que se apropiaron y despilfarraron empréstitos de la
República, cuando El Libertador requería con urgencia recursos que no llegaban
para la Campaña del Sur. Son los mismos que se enfilaron en las nuevas
oligarquías que mantuvieron el negocio de la esclavitud y se apropiaron de las
tierras otorgadas por Decretos del Libertador a los pueblos indígenas y las
tropas populares.
Bajo el
pseudónimo Pruvonema, un señor que odió mucho a Bolívar -y todo lo que con él
se relacionase-, pudiera ser premiado como el campeón de la chismografía
antibolivariana, aunque ello haga arder de celos a varios de sus laureados escritores
coterráneos. Este Pruvonema, cuyas memorias suman millar y medio de folios
agrupados en dos tomos, son parte de la mitología de la xenofobia
antivenezolana profesada por parte de la elite peruana, que en determinados
periodos llegó a ostentar rango de política de Estado, incluso en la educación
formal.
Pues tomemos
nota que, entre las acusaciones más graves divulgadas en la distancia por
Pruvonema, estuvo esa de decir: “él es un zambo”.
Yldefonso
Finol
Estudiante
Bolivariano
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