viernes, 14 de junio de 2024

DEFENDER A BOLÍVAR (I) (II)

 




Defender a Bolívar: ¿por qué? ¿de quienes? ¿de qué? (I) 

A pocos años del bicentenario de su fallecimiento, Simón Bolívar sigue siendo vilipendiado con furia por una elite intelectual agrupada en torno al pensamiento derechista global, particularmente en la industria comunicacional amarrada al centro hegemónico estadounidense-europeo, que actúa con énfasis apuntando al público latinoamericano.

¿Por qué? ¿Cuál es la razón de ser de esta transnacional antibolivariana en los albores del Tercer Milenio? ¿Por qué se ocupan tanto en desacreditar la obra y persona de un hombre cuyo protagonismo ocurrió las décadas segunda y tercera del siglo XIX?

Cierto es que los ataques más burdos se intentan masificar entre personas a quienes el cartel antibolivariano considera ignorantes de la historia; ya hemos sido testigos de los planes imperialistas por borrar el estudio de nuestras Historias Patrias de los programas educativos. Muchos gobiernos sumisos así lo hicieron.

Los neoliberales nos conminan a olvidar el pasado, mientras la maquinaria ideológica del capital transnacional nos atiborra los espacios cognitivos con la versión supremacista que favorece la hegemonía eurocéntrica, blanca, patriarcal, burguesa; esa donde las clases trabajadoras y campesinas no protagonizan, y los sectores subalternizados se presentan como masa inerme, prescindible, invisible.

Quisiera no incurrir en simples adjetivaciones para calificar a los personajes que atacan al Libertador con versiones rayanas en lo absurdo; no debo caer en la provocación de devolver ofensa con insultos; necesito saltar esas trampas del debate propias de la canalla fascista, y entrar al fondo de la cuestión: que en pleno siglo XXI las derechas proimperialistas están urgidas de destruir toda conexión sentipensante de los pueblos con su épica emancipatoria.

Un ejemplo de las barrabasadas que difunden los agentes del hegemonismo es acusar a Bolívar de “traidor de España”, por haber liderado la lucha anticolonial y antimonárquica. Esta acusación recaería contra todos los próceres de la Independencia americana, y -por extensión- contra toda persona que se rebele ante un sistema injusto y opresor; los esclavos que se hicieron cimarrones y que se alzaron contra la oprobiosa esclavitud serían -de acuerdo a esta lógica- “traidores” de sus amos que les obligaban a trabajar como bestias, aplicándoles torturas insufribles, dándoles azotes, latigazos, y condenando a sus familias y pueblos al mismo destino de extremas penurias.

Aclaremos que, al referirnos a detractores, no incluimos a los enemigos en la contienda militar que fueron subordinados del régimen colonial monárquico español; estos fueron contendores circunstanciales por el oficio de las armas al que servían; al decir detractores -en este artículo-, estamos hablando de individuos que por diversas motivaciones y en épocas distintas, se dieron a la tarea de proferir toda clase de descalificaciones contra Simón Bolívar, las más de las cuales, resultaron de un odio personal o componenda conspirativa, hoy devenidas en campaña sistemática concebida por laboratorios reproductores de las doctrinas de la opresión.

Una metodología de esta temática nos llevaría a considerar varias generaciones de antibolivarianos, como también encontraríamos una curiosa clasificación de ataques, según la perspectiva específica del atacante de turno.      

Los detractores de Bolívar que fueron sus contemporáneos, tuvieron generalmente por motivación la envidia, desavenencias personales puntuales y, en pocos casos, explícitas diferencias ideológicas contra el proyecto que El Libertador propugnaba.

Algunos detractores posteriores, se movieron en torno al localismo patriotero por defender a algún personaje de su nacionalidad que llegó a tener conflictos con Bolívar; en algunos de estos casos, por defender emocionalmente al “héroe” de preferencia, se desfiguran hechos históricos que están suficientemente claros en documentación de la época.

Otros –que llegaron a escribir voluminosas biografías- fueron cronistas, periodistas o aventureros intelectuales contratados por agencias estadounidenses y españolas con el propósito de posicionar el tema “Bolívar” y generar una opinión pública internacional susceptible de aceptar los elegantes descréditos que querían “legitimar” contra el Libertador; todo ello mientras pregonaban y construían el Panamericanismo sumiso a los dictados de Estados Unidos, absolutamente opuesto al Proyecto Bolivariano de la Unidad de Nuestra América.

Una tercera generación de estos detractores podemos ubicarla en la etapa más reciente, última década del siglo XX y comienzos del XXI, donde la carga ideológica antibolivariana se muestra muy agresiva, al punto de alcanzar relevancia en las posiciones neoliberales pro-imperialistas.

No debemos pasar por alto -y menos subestimar- el estilo refinado, ladino, camaleónico, de determinados autores que hasta simulan simpatizar con lo “bolivariano”, mientras dejan colar, entre loas al genio militar, insinuaciones de perturbación psicológica, o repiten como si fuesen travesuras críticas, los chismes infundados que el antibolivarianismo primitivo ha difundido desde su gestación.

Otros menos inteligentes, apelan a comparaciones ridículas de la capacidad militar de Bolívar con los oficiales que actuaron bajo su mando y en cumplimiento de las tácticas y estrategias por él diseñadas. Suelen usar figuras sobresalientes como la de Sucre, para cacarear que el Mariscal de Ayacucho era "superior al Libertador", ocultando la inapelable verdad histórica que fue Bolívar quien escogió a Sucre como adelantado para la Campaña del Sur, y le encomendó hacer todo que con tanta efectividad realizó su gran amigo y fiel compañero; ese a quien los primeros antibolivarianos asesinaron cobardemente.

Entre las acusaciones más comunes contra El Libertador figuran actitudes y ambiciones que Él siempre despreció, y que toda su trayectoria desmiente con hechos contundentes.

De eso estaremos conversando en las próximas entregas de este ensayo libre que esperamos sea útil a la nueva militancia bolivariana para defender al inmortal líder de la emancipación.

A Bolívar lo defenestraron quienes robaron y destruyeron su obra en el siglo XIX, y luego quisieron petrificar su legado y cooptarlo en el siglo XX como pieza del engranaje oligárquico e imperialista.

Pero la batalla más complicada que le toca librar a nuestro Simón Bolívar es ésta del siglo XXI, ahora que el pueblo venezolano -al influjo del liderazgo histórico de Hugo Chávez- rescató la esencia liberadora de su pensamiento y su gesta, para construir la verdadera independencia y la igualdad. 

 

Defender a Bolívar: ¿de qué? ¿de quienes? ¿por qué? (II)

Desde hace dos décadas he sostenido que, si requiriéramos una razón adicional para estar convencidos de la vigencia del pensamiento emancipatorio de Simón Bolívar, sólo tendríamos que observar los enemigos que aún lo persiguen con toda clase de calumnias.

El cartel antibolivariano selecciona algunas de sus voces más conspicuas en los gremios de historiadores y escritores, y cuando alguno se propone comenzar su monólogo descalificador, lo primero de que acusa a Bolívar es de ser humano; si, como lo leen, los verán anunciar con una gestualidad inocentona, casi que descubriendo el agua tibia: “Simón Bolívar tuvo sus defectos como todo ser humano”. ¡Vaya aporte tan significativo a las ciencias!

Pues, dicho el hallazgo sorprendente, comienzan a descargar la ráfaga de las mil y una imprecaciones. Hubo un escritor venezolano (buena pluma, eh) que derramó un río de inteligencia al aseverar que Bolívar era “de carne y hueso”. Luego destrozó el código deontológico de la psiquiatría atando al diván a un espíritu sin derecho a descansar en paz, descuartizando su psicología post mortem y exponiéndola al arbitrio del vecindario: cero ética y pudor, en la más impúdica y desaforada violación de la confidencialidad.  

Una periodista neogranadina llegó a sostener que Bolívar fue un padre irresponsable, porque “dejó más de treinta hijos regados en los pueblos a orillas del Bajo Magdalena”, cuando pasó por ahí en diciembre de 1812, antes de realizar la Campaña Admirable. ¡Caramba, qué ampulosa fertilidad! (Y qué capacidad de esta señora para recopilar el realismo mágico en la tradición oral de dos siglos). 

Un laureado escritor peruano, al recibir en España el premio Planeta 2002, no declaró a la prensa sobre su obra favorecida, sino que dedicó entrevistas a pregonar que el culpable del “subdesarrollo y la corrupción en América Latina” era (adivinen quién): nada más y nada menos que el venezolano Simón Bolívar.

De modo que Bolívar (“de esos muertos que nunca mueren”, al poetizar de Tomás Borges), fue vilipendiado en su vida terrenal y en la otra, la que aún hoy vive con tanta intensidad como la primera.

Algunos de sus primeros detractores menospreciaron la formación intelectual del Libertador, y llegaron a tildarlo de ser un pésimo militar. Hay que tener mucho despecho para afirmar semejante disparate; reconcomio enajenante como padeció el oficial aventurero  Henri Louis Ducoudray-Holstein, quien difundió con rabia desde 1828 unas memorias donde se lanza en denuestos de todo calibre: que Bolívar no lee, que es flojo, que sólo trabaja un par de horas por día, que es adicto al baile y la hamaca, que su formación militar es muy escasa, que sólo disfruta leyendo historias simplistas y cuentos; que no tiene una biblioteca o colección de libros que sea apropiada para su rango y lugar que ha ocupado por los últimos quince años, y ocupa muy poco tiempo estudiando las artes militares. Él no entiende la teoría y muy rara vez hace una pregunta o mantiene una conversación relacionada con esto.

Imaginemos por un instante la amargura, la envidia sufrida por este hombre (Ducoudray-Holstein, el que ambicionó ser jefe donde sólo estorbaba con su impostura supremacista europea), que escribió estas alucinantes opiniones sobre Simón Bolívar en 1828, cuando ya nuestro líder político-militar, con su estrategia de unidad y guerra continental había logrado destruir hasta el último reducto del ejército enemigo, tejiendo un cordón de victorias desde el Mar Caribe al Perú y Alto Perú: Pantano de Vargas y Boyacá, Carabobo, Bomboná, Pichincha, Ibarra, Batalla Naval de Maracaibo, Junín, Ayacucho.

Sin embargo, no nos sorprendamos, el asombro ante la capacidad de odio de los despechados superará cualquier extremo imaginable. Las almas envenenadas disponen en su ponzoña de mucha tinta que encajar en las páginas de la maledicencia antibolivariana.

Uno que comenzó muy joven su diatriba contra El Libertador, pupilo del traidor mayor (aquel que fue perdonado por el exceso de magnanimidad bolivariana) acusó a Bolívar de “crímenes atroces”. Lo hizo desde Estados Unidos con profusa difusión, al tiempo que su mentor disfrutaba un exilio dorado en Europa.

Es que los detractores de Bolívar le achacaban los vicios y pretensiones que ellos si tenían: que se quería coronar, que se beneficiaba de los dineros públicos. Personajes que se jactaban de legalistas, “demócratas”, liberales, pero que no vacilaban en asesinar oponentes, como mataron en forma vil y cobarde al Coronel José Bolívar (primo del Libertador) durante la fuga de José Padilla en la conspiración magnicida del 25 de septiembre de 1828; esos que llamaron públicamente a asesinar al Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre en el periódico “El Demócrata”, mientras acusaban al Simón Bolívar de ser enemigo de la libertad de expresión. (No descuidemos recordar hechos recientes, donde se llamaba por televisión gringa a asesinar al Comandante Chávez, y en la prensa colombiana los uribistas pidieron abiertamente que se cometiera homicidio contra el Presidente Nicolás Maduro).

Aquellos individuos fueron los que se apropiaron y despilfarraron empréstitos de la República, cuando El Libertador requería con urgencia recursos que no llegaban para la Campaña del Sur. Son los mismos que se enfilaron en las nuevas oligarquías que mantuvieron el negocio de la esclavitud y se apropiaron de las tierras otorgadas por Decretos del Libertador a los pueblos indígenas y las tropas populares.

Bajo el pseudónimo Pruvonema, un señor que odió mucho a Bolívar -y todo lo que con él se relacionase-, pudiera ser premiado como el campeón de la chismografía antibolivariana, aunque ello haga arder de celos a varios de sus laureados escritores coterráneos. Este Pruvonema, cuyas memorias suman millar y medio de folios agrupados en dos tomos, son parte de la mitología de la xenofobia antivenezolana profesada por parte de la elite peruana, que en determinados periodos llegó a ostentar rango de política de Estado, incluso en la educación formal.  

Pues tomemos nota que, entre las acusaciones más graves divulgadas en la distancia por Pruvonema, estuvo esa de decir: “él es un zambo”.

Yldefonso Finol

Estudiante Bolivariano  

 

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