LA DEFENSA
DE BOLÍVAR EN EL SIGLO XXI
A
pocos años del bicentenario de su fallecimiento, Simón Bolívar sigue siendo
vilipendiado con furia por una elite intelectual agrupada en torno al
pensamiento derechista global (con algún sector académico “progresista” -neoliberal-
coreando bajito), particularmente en la industria comunicacional amarrada al
centro hegemónico estadounidense-europeo, que actúa con énfasis apuntando al
público latinoamericano.
¿Por
qué? ¿Cuál es la razón de ser de esta transnacional antibolivariana en los
albores del Tercer Milenio? ¿Por qué se ocupan tanto en desacreditar la obra y
persona de un hombre cuyo protagonismo ocurrió las décadas segunda y tercera
del siglo XIX?
Cierto
es que los ataques más burdos se intentan masificar entre personas a quienes el
cartel antibolivariano considera ignorantes de la historia; ya hemos sido
testigos de los planes imperialistas por borrar el estudio de nuestras
Historias Patrias de los programas educativos. Muchos gobiernos sumisos así lo
hicieron.
Los
neoliberales nos conminan a olvidar el pasado, mientras la maquinaria
ideológica del capital transnacional nos atiborra los espacios cognitivos con
la versión supremacista que favorece la hegemonía eurocéntrica, blanca,
patriarcal, burguesa; esa donde las clases trabajadoras y campesinas no
protagonizan, y los sectores subalternizados se presentan como masa inerme,
prescindible, invisible.
Quisiera
no incurrir en simples adjetivaciones para calificar a los personajes que
atacan al Libertador con versiones rayanas en lo absurdo; no debo caer en la
provocación de devolver ofensa con insultos; necesito saltar esas trampas del
debate propias de la canalla fascista, y entrar al fondo de la cuestión: que en
pleno siglo XXI las derechas proimperialistas están urgidas de destruir toda
conexión sentipensante de los pueblos con su épica emancipatoria.
Un
ejemplo de las barrabasadas que difunden los agentes del hegemonismo es acusar
a Bolívar de “traidor de España”, por haber liderado la lucha anticolonial y
antimonárquica. Esta acusación recaería contra todos los próceres de la
Independencia americana, y -por extensión- contra toda persona que se rebele
ante un sistema injusto y opresor; los esclavizados que se hicieron cimarrones
y que se alzaron contra la oprobiosa esclavitud serían -de acuerdo a esta
lógica- “traidores” de sus amos que les obligaban a trabajar como bestias,
aplicándoles torturas insufribles, dándoles azotes, latigazos, y condenando a
sus familias y pueblos al mismo destino de extremas penurias.
Aclaremos
que, al referirnos a detractores, no incluimos a los enemigos en la contienda
militar que fueron subordinados del régimen colonial monárquico español; estos
fueron contendores circunstanciales por el oficio de las armas al que servían;
al decir detractores -en este artículo-, estamos hablando de individuos que por
diversas motivaciones y en épocas distintas, se dieron a la tarea de proferir
toda clase de descalificaciones contra Simón Bolívar, las más de las cuales,
resultaron de un odio personal o componenda conspirativa, hoy devenidas en
campaña sistemática concebida por laboratorios reproductores de las doctrinas
de la opresión.
Una
metodología de esta temática nos llevaría a considerar varias generaciones de
antibolivarianos, como también encontraríamos una curiosa clasificación de
ataques, según la perspectiva específica del atacante de turno.
Los
detractores de Bolívar que fueron sus contemporáneos, tuvieron generalmente por
motivación la envidia, desavenencias personales puntuales y, en pocos casos,
explícitas diferencias ideológicas contra el proyecto que El Libertador
propugnaba.
Algunos
detractores posteriores, se movieron en torno al localismo patriotero por
defender a algún personaje de su nacionalidad que llegó a tener conflictos con
Bolívar; en algunos de estos casos, por defender emocionalmente al “héroe” de
preferencia, se desfiguran hechos históricos que están suficientemente claros
en documentación de la época.
Otros
–que llegaron a escribir voluminosas biografías- fueron cronistas, periodistas
o aventureros intelectuales contratados por agencias estadounidenses y
españolas con el propósito de posicionar el tema “Bolívar” y generar una
opinión pública internacional susceptible de aceptar los elegantes descréditos
que querían “legitimar” contra el Libertador; todo ello mientras pregonaban y
construían el Panamericanismo servil a los dictados de Estados Unidos,
absolutamente opuesto al Proyecto Bolivariano de la Unidad de Nuestra América.
Una
tercera generación de estos detractores podemos ubicarla en la etapa más
reciente, última década del siglo XX y comienzos del XXI, donde la carga
ideológica antibolivariana se muestra muy agresiva, al punto de alcanzar
relevancia en las posiciones neoliberales pro-imperialistas.
No
debemos pasar por alto -y menos subestimar- el estilo refinado, ladino,
camaleónico, de determinados autores que hasta simulan simpatizar con lo
“bolivariano”, mientras dejan colar, entre loas al genio militar, insinuaciones
de perturbación psicológica, o repiten como si fuesen travesuras críticas, los
chismes infundados que el antibolivarianismo primitivo ha difundido desde su
gestación.
Otros
menos inteligentes, apelan a comparaciones ridículas de la capacidad militar de
Bolívar con los oficiales que actuaron bajo su mando y en cumplimiento de las
tácticas y estrategias por él diseñadas. Suelen usar figuras sobresalientes
como la de Sucre, para cacarear que el Mariscal de Ayacucho era "superior
al Libertador", ocultando la inapelable verdad histórica que fue Bolívar
quien escogió a Sucre como adelantado para la Campaña del Sur, y le encomendó
hacer todo que con tanta efectividad realizó su gran amigo y fiel compañero;
ese a quien los primeros antibolivarianos asesinaron cobardemente.
Entre
las acusaciones más comunes contra El Libertador figuran actitudes y ambiciones
que Él siempre despreció, y que toda su trayectoria desmiente con hechos
contundentes.
De eso
estaremos conversando en las próximas líneas de este ensayo libre, que
esperamos sea útil a la nueva militancia bolivariana para defender al inmortal
líder de la emancipación.
A
Bolívar lo defenestraron quienes robaron y destruyeron su obra en el siglo XIX,
y luego quisieron petrificar su legado y cooptarlo en el siglo XX como pieza
del engranaje oligárquico e imperialista.
Pero
la batalla más complicada que le toca librar a nuestro Simón Bolívar es ésta
del siglo XXI, ahora que el pueblo venezolano -al influjo del liderazgo
histórico de Hugo Chávez- rescató la esencia liberadora de su pensamiento y su
gesta, para construir la verdadera independencia y la igualdad.
Desde
hace dos décadas he sostenido que, si requiriéramos una razón adicional para
estar convencidos de la vigencia del pensamiento emancipatorio de Simón
Bolívar, sólo tendríamos que observar los enemigos que aún lo persiguen con
toda clase de calumnias.
El
cartel antibolivariano selecciona algunas de sus voces más conspicuas en los
gremios de historiadores y escritores, y cuando alguno se propone comenzar su
monólogo descalificador, lo primero de que acusa a Bolívar es de ser humano;
si, como lo leen, los verán anunciar con una gestualidad inocentona, casi que
descubriendo el agua tibia: “Simón Bolívar tuvo sus defectos como todo ser
humano”. ¡Vaya aporte tan significativo a las ciencias!
Pues,
dicho el hallazgo sorprendente, comienzan a descargar la ráfaga de las mil y
una imprecaciones. Hubo un escritor venezolano (buena pluma, por cierto) que
derramó un río de inteligencia al aseverar que Bolívar era “de carne y hueso”.
Luego destrozó el código deontológico de la psiquiatría atando al diván a un
espíritu sin derecho a descansar en paz, descuartizando su psicología post
mortem y exponiéndola al arbitrio del vecindario: cero ética y pudor, en la más
impúdica y desaforada violación de la confidencialidad.
Una
periodista neogranadina llegó a sostener que Bolívar fue un padre
irresponsable, porque “dejó más de treinta hijos regados en los pueblos a
orillas del Bajo Magdalena”, cuando pasó por ahí en diciembre de 1812, antes de
realizar la Campaña Admirable. ¡Caramba, qué ampulosa fertilidad! (Y qué
capacidad de esta señora para recopilar el realismo mágico en la tradición oral
de dos siglos).
Un
laureado escritor peruano, al recibir en España el premio Planeta 2002, no
declaró a la prensa sobre su obra favorecida, sino que dedicó entrevistas a
pregonar que el culpable del “subdesarrollo y la corrupción en América Latina”
era (adivinen quién): nada más y nada menos que el venezolano Simón Bolívar.
De
modo que Bolívar (“de esos muertos que nunca mueren”, al poetizar de Tomás
Borges), fue vilipendiado en su vida terrenal y en la otra, la que aún hoy vive
con tanta intensidad como la primera.
Algunos
de sus primeros infamadores menospreciaron la formación intelectual del
Libertador, y llegaron a tildarlo de ser un pésimo militar. Hay que tener mucho
despecho para afirmar semejante disparate; reconcomio enajenante como padeció
el oficial aventurero Henri Louis
Ducoudray-Holstein, quien difundió con rabia desde 1828 unas memorias donde se
lanza en denuestos de todo calibre: que Bolívar no lee, que es flojo, que sólo
trabaja un par de horas por día, que es adicto al baile y la hamaca, que su
formación militar es muy escasa, que sólo disfruta leyendo historias simplistas
y cuentos; que no tiene una biblioteca o colección de libros que sea
apropiada para su rango y lugar que ha ocupado por los últimos quince años,
y ocupa muy poco tiempo estudiando las artes militares. Él no entiende la
teoría y muy rara vez hace una pregunta o mantiene una conversación relacionada
con esto.
Imaginemos
por un instante la amargura, la envidia sufrida por este hombre
(Ducoudray-Holstein, el que ambicionó ser jefe donde sólo estorbaba con su
impostura supremacista europea), que escribió estas alucinantes opiniones sobre
Simón Bolívar en 1828, cuando ya nuestro líder político-militar, con su
estrategia de unidad y guerra continental había logrado destruir hasta el
último reducto del ejército enemigo, tejiendo un cordón de victorias desde el
Mar Caribe al Perú y Alto Perú: Pantano de Vargas y Boyacá, Carabobo, Bomboná,
Pichincha, Ibarra, Batalla Naval de Maracaibo, Junín, Ayacucho.
Sin
embargo, no nos sorprendamos, el asombro ante la capacidad de odio de los
despechados superará cualquier extremo imaginable. Las almas envenenadas
disponen en su ponzoña de mucha tinta que encajar en las páginas de la
maledicencia antibolivariana.
Uno
que comenzó muy joven su diatriba contra El Libertador, pupilo del traidor
mayor (aquel que fue perdonado por el exceso de magnanimidad bolivariana) acusó
a Bolívar de “crímenes atroces”. Lo hizo desde Estados Unidos con profusa
difusión, al tiempo que su mentor disfrutaba un exilio dorado en Europa.
Es que
los detractores de Bolívar le achacaban los vicios y pretensiones que ellos si
tenían: que se quería coronar, que se beneficiaba de los dineros públicos.
Personajes que se jactaban de legalistas, “demócratas”, liberales, pero que no
vacilaban en asesinar oponentes, como mataron en forma vil y cobarde al Coronel
José Bolívar (primo del Libertador) durante la fuga de José Padilla en la
conspiración magnicida del 25 de septiembre de 1828; esos que llamaron
públicamente a asesinar al Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre en el
periódico “El Demócrata”, mientras acusaban a Simón Bolívar de ser enemigo de
la libertad de expresión. (No descuidemos recordar hechos recientes, donde se
llamaba por televisión gringa a asesinar al Comandante Chávez, y en la prensa
colombiana los uribistas pidieron abiertamente que se cometiera homicidio
contra el Presidente Nicolás Maduro).
Aquellos
individuos fueron los que se apropiaron y despilfarraron empréstitos de la
República, cuando El Libertador requería con urgencia recursos que no llegaban
para la Campaña del Sur. Son los mismos que se enfilaron en las nuevas
oligarquías que mantuvieron el negocio de la esclavitud y se apropiaron de las
tierras otorgadas por Decretos del Libertador a los pueblos indígenas y las
tropas populares.
Bajo
el pseudónimo Pruvonema, un señor que odió mucho a Bolívar -y todo lo que con
él se relacionase-, pudiera ser premiado como el campeón de la chismografía
antibolivariana, aunque ello haga arder de celos a varios de sus laureados
escritores coterráneos. Este Pruvonema, cuyas memorias suman millar y medio de
folios agrupados en dos tomos, son parte de la mitología de la xenofobia
antivenezolana profesada por parte de la elite peruana, que en determinados
periodos llegó a ostentar rango de política de Estado, incluso en la educación
formal.
Pues
tomemos nota que, entre las acusaciones más graves divulgadas en la distancia
por Pruvonema, estuvo esa de decir: “él es un zambo”.
¿Por
qué debemos invertir tiempo y esfuerzos en defender a Bolívar en la actualidad?
La
primera respuesta es tan simple como necesaria: porque lo atacan; lo atacan
injustamente, con falsedades, con alevosía, y con intencionalidad política
destructiva.
Es que
en estos asuntos de la Historia no hay neutralidad; el estudio y debate de
hechos pasados no se encajonan a la fuerza en eso que llaman “objetividad”;
¿qué objetividad puede haber en el discernimiento de los acontecimientos que
ocurrieron en circunstancias políticas, culturales, militares, económicas,
marcados por las contradicciones de épocas disímiles? Algunas de esas
contradicciones fundamentales persisten, no han tenido síntesis.
El
análisis de los documentos de archivos, las narrativas de la historiografía,
las metodologías aplicadas al estudio de la historia, todo ello tiene una carga
ideológica imposible de diseccionar en un laboratorio. Los intereses de clase y
las perspectivas paradigmáticas adoptadas, predominan sobre el relato meramente
descriptivo, haciendo de cada proposición epistémica una lectura comprometida:
o con el statu quo, o con la alternativa emancipatoria.
La
historia no es una ficción caprichosa del impulso creativo del historiador o la
historiadora, que recrea el pasado a gusto de un público más o menos pasivo; no
es lo que uno quisiera que hubiese sucedido, sino lo que inexorablemente
sucedió en las condiciones económicas y sociales de un espacio-tiempo
determinado.
Pero
la relectura de la historia con enfoques radicales, insurgentes, decoloniales,
revolucionarios, sin duda nos conlleva a cuestionar la narrativa positivista,
recolonizadora, eurocéntrica, confrontando la historia oficial tradicional, la
acomodada al sistema con predominio del capital transnacional y las burguesías
criollas, reinterpretando la historia desde la mirada, la piel y el alma de los
oprimidos.
En
fin, que, como no nos sirve la categoría “objetividad”, nos aferramos -al
menos- a la honestidad intelectual de buscar la verdad histórica, hurgando con
afán permanente las fuentes más genuinas posibles, y los saberes más
respetables, aunque medien diferencias puntuales con los interlocutores. No es
la unanimidad o una coincidencia oportunista lo que nos interesa, quizás sí, el
consenso del conocimiento pertinente, luminoso, desencadenante, liberador.
La
segunda respuesta, obvia de toda obviedad, aunque retadora de reflexiones
muchísimo más complejas: porque el hombre no se puede defender a sí mismo de
los múltiples y muy difundidos ataques que le propinan; no porque esté difunto,
sino porque tiene cosas que para Él son mucho más importantes de atender.
Tal
como sucedía allá por 1827-1828 que arreciaron la campaña de destrucción de su
imagen pública para justificar el asesinato que tramaban, y más allá de matarlo
físicamente, liquidar y desaparecer su gesta, su obra y su legado. Por entonces
el Maestro Simón Rodríguez se persuadió del linchamiento moral instrumentado
por los enemigos del Proyecto Emancipador Bolivariano, y redactó aquella
primera defensa, hasta hoy insuperable en revelaciones, argumentos, y estilo
original.
Dijo
Rodríguez: “Por él son independientes Colombia y el Perú. A él debe su
existencia política Bolivia. Por el respeto que infunden sus virtudes morales y
militares, gozan las tres repúblicas de seguridad, y de la confianza que
inspira su confianza pública a los monarcas, puede esperar su existencia futura
el Gobierno republicano en América. Digan los pueblos, pues, y díganlo, sin
temor de ser desmentidos, porque no exageran, que todo lo ha hecho Bolívar o lo
ha hecho hacer, y que sólo sus obras han tenido y pueden tener consistencia”.
Como
dijera José Martí: “Bolívar tiene que hacer en América todavía”; y en esto
radican las razones por las que debemos defenderlo.
Defendemos
a Bolívar porque es un patrimonio espiritual de los pueblos. Donde suena ese
apellido se activan las energías favorables al bien común. Dos siglos de
lejanía existencial y todo el descrédito vertido por la mediática hegemónica,
no mellaron el significado liberador de su nombre. Aunque las elites se
regodeen despreciándolo, en los rincones de millones de hogares humildes la
imagen de Bolívar representa la capacidad humana del desprendimiento y el
heroísmo. Entre los referentes virtuosos que se apelan como sinónimo de
valentía, honor, trascendencia, justicia, dignidad, liderazgo, gratitud,
erudición, triunfo, siempre está la palabra Bolívar.
Porque
su proyecto emancipatorio sigue vigente. Porque es el símbolo más poderoso del
anticolonialismo. Porque es el componente más emblemático de la venezolanidad.
Por todo ello defendemos a Bolívar.
La
resistencia del pueblo bolivariano en muchos lugares de Nuestra América, pero
muy especialmente en Venezuela, es un signo inconfundible de la vigencia de la
Doctrina Bolivariana; la sola actitud insumisa frente al imperialismo
estadounidense es un valor agregado sociopolítico de alto impacto: es lo más
temido por los gringos, de allí su búsqueda incesante de actores serviles que
le allanen el camino recolonizador al Comando Sur y al Departamento de Estado.
La
defensa de las soberanías nacionales, la vocación igualitaria y el derecho a
desarrollar modelos democráticos populares no tutelados, son valores inmanentes
a la concepción bolivariana.
Defender
hoy al Libertador Simón Bolívar, es reivindicar el derecho a tener Patria y a
construir una sociedad basada en la dignidad colectiva.
¿Pero
es que acaso Bolívar no tiene quien lo defienda?
Imagínense
que vaya a creerme yo -simple ciudadano- el defensor del Libertador Simón
Bolívar, si entre quienes lo han defendido están las mentes más destacadas,
virtuosas, trascendentes; los espíritus más elevados, rutilantes, magnéticos,
han cantado a su gesta y su gloria, como lo hizo Juana de América: “A Bolívar habría que cantarle con la garganta de los
vientos y el pecho del mar.”
Uno de
los primeros en defender a Bolívar fue el General en Jefe Rafael Urdaneta, su
más leal compañero, que en 1826 advertía la presencia de intrigas y divisiones
enfiladas a destruir el proyecto emancipador por el que lucharon toda la vida;
dijo: “Su nombre es ya propiedad de la historia, que es el provenir de los
héroes”.
Como
hemos dicho antes, su maestro Simón Rodríguez fue también pionero en la defensa
de El Libertador, quizás quien mejor supo leer la trayectoria de su
personalidad, habiéndolo conocido de niño, compartido viajes y debates cuando
joven, y acompañado en sus días de estadista: “Hombre perspicaz y sensible...
por consiguiente delicado. Intrépido y prudente a propósito... contraste que
arguye juicio. Generoso al exceso, magnánimo, recto, dócil a la razón...
propiedades para grandes miras. Ingenioso, activo, infatigable... por tanto,
capaz de grandes empresas. Esto es lo que importa decir de un hombre, a todas luces
distinguido, y lo solo que llegará de él a la posteridad. El día y la hora de
su nacimiento son de pura curiosidad. Los bienhechores de la humanidad, no
nacen cuando empiezan a ver la luz; sino cuando empiezan a alumbrar ellos”,
decía Rodríguez.
No
sólo sus amigos y camaradas fieles le hicieron loas. El destacado General
español Pablo Morillo exaltó su liderazgo y capacidad militar: “Bolívar en
un solo día acaba con el fruto de cinco años de campaña, y en una sola batalla
reconquista lo que las tropas del rey ganaron en muchos combates… La suerte de
Venezuela y de Nueva Granada no puede ser dudosa... Estos prodigios, que así pueden
llamarse por la rapidez con que los han conseguido, fueron obra de
Bolívar y un puñado de hombres.” Morillo talló sobre el mármol de la épica
universal una frase que se hizo dogma pétreo sobre el significado histórico de
Bolívar que hoy reivindicamos: “Él es la Revolución”.
El
francés, Alejandro Lameth, le escribió a Bolívar desde París, el 3 de abril de
1826, valorándolo como “el primer ciudadano del mundo”. En el sur de Suramérica,
José Enrique Rodó superó todo alegato con su preciosa exégesis: “si el
sentimiento colectivo de la América libre y una no ha perdido esencialmente su
virtualidad, esos hombres, que verán como nosotros en la nevada cumbre del
Sorata la más excelsa altura de los Andes, verán, como nosotros también, que en
la extensión de sus recuerdos de gloria nada hay más grande que Bolívar”.
Personaje
de raigal distinción como Juan Bautista Túpac Amaru, de los Incas que
defendieron su nación originaria, dejó para la antología del decoro de los
tiempos, su conmovedor testimonio: “Si ha sido un deber de los amigos de la
Patria de los Incas, cuya memoria me es la más tierna y respetuosa, felicitar
al Héroe de Colombia y Libertador de los vastos países de la América del Sur, a
mí me obliga un doble motivo a manifestar mi corazón lleno del más alto júbilo,
cuando he sido conservado hasta la edad de ochenta y seis años, en medio de los
mayores trabajos y peligros de perder mi existencia, para ver consumada la obra
grande y siempre justa que nos pondría en el goce de nuestros derechos y
nuestra libertad; a ella propendió don José Gabriel Tupamaro, mi tierno y
venerado hermano, mártir del Imperio peruano, cuya sangre fue el riego que
había preparado aquella tierra para fructificar los mejores frutos que el Gran
Bolívar había de recoger con su mano valerosa y llena de la mayor generosidad…”
Desde
China nos llegó la opinión que estudiosos de la Historia ya habían consolidado
en la década del ochenta del siglo XX, como lo expuso el estudioso Sa Na en el
Congreso Bicentenario de Simón Bolívar en 1983: “Por sus brillantes hazañas
realizadas en los inicios del siglo pasado para el movimiento de independencia
de América Latina, por su pensamiento y pronunciamiento político en favor de
conducir a los diversos pueblos hacia el camino de la democracia, la libertad,
el republicanismo, y la unidad entre estos mismos pueblos, Simón Bolívar no
solamente ha ganado la gran admiración y elogio de los pueblos
latinoamericanos, sino también el respeto y cariño de todos los pueblos del
mundo”. (No deja de asombrarme que El Libertador habló de China en 1815)
La
defensa de Bolívar -que algunos creen innecesaria y otros consideran una
repetición mecánica de crónicas más que de argumentos- se plantea en este
tiempo como la eterna lucha por la verdad; no como dogmática invocación
moralista, sino porque es la única ruta legítima a la liberación duradera. Esta
lucha nos enfrenta a los omnipresentes muros de la ignorancia y la desinformación.
El sistema opresor internacional lo sabe, lo calcula, lo planifica, y lo
perpetra.
Pausemos
el calendario para recordar una carta que El Libertador envió a Rafael Urdaneta
el 30 de julio de 1830: “Remito a Usted un papel de México donde se habla del
tribunal, del juez, del consejo y de mí, que sentenciamos a Santander. Lo que
dice este papel es poco más o menos lo que se repite en Estados Unidos y aun en
Europa.”
Bolívar
se manifiesta agobiado por la manipulación que se hacía de la opinión pública
en su contra por el juicio a los complotados en la “Noche Septembrina”,
especialmente en el caso de Santander, a quien se trató benévolamente,
suavizando las sanciones que los mismos decretos dictados por éste en su
gestión como vicepresidente preveían: “Debe manifestarse que ésta era la ley
por la cual se juzgaba a los facciosos en tiempos de Santander, y que nosotros
no hemos hecho más que continuarla y aplicársela a su autor”, escribía El
Libertador.
Desde
entonces la elite estadounidense orquestó la transnacional antibolivariana.
Deben
darse a conocer a las nuevas generaciones los pormenores de aquellos
acontecimientos, tal como lo pidió el propio Libertador, “para que se aclaren
con todos los rayos de luz”. Porque no se trata de un empeño fanático la
búsqueda de la verdad histórica, sino de una necesidad de justicia y
emancipación de las conciencias. En una tarea prioritaria de los pueblos que
luchan por su liberación.
Yldefonso
Finol
Luchador
político, economista, historiador, poeta, escritor y diplomático venezolano;
integró la Asamblea Nacional Constituyente de 1999. Es miembro de la sección
venezolana de la Asociación de Historiadores de América Latina y el Caribe. Se
ha especializado en Historia Bolivariana, Etnohistoria y Descolonización
Este hermoso y fundado ensayo debería ser leído en cada escuela y liceo de Nuestra América.
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