miércoles, 9 de abril de 2025

LA DEFENSA DE BOLÍVAR EN EL SIGLO XXI

 


Ilustraciones de Enrique Colina

LA DEFENSA DE BOLÍVAR EN EL SIGLO XXI

A pocos años del bicentenario de su fallecimiento, Simón Bolívar sigue siendo vilipendiado con furia por una elite intelectual agrupada en torno al pensamiento derechista global (con algún sector académico “progresista” -neoliberal- coreando bajito), particularmente en la industria comunicacional amarrada al centro hegemónico estadounidense-europeo, que actúa con énfasis apuntando al público latinoamericano.

¿Por qué? ¿Cuál es la razón de ser de esta transnacional antibolivariana en los albores del Tercer Milenio? ¿Por qué se ocupan tanto en desacreditar la obra y persona de un hombre cuyo protagonismo ocurrió las décadas segunda y tercera del siglo XIX?

Cierto es que los ataques más burdos se intentan masificar entre personas a quienes el cartel antibolivariano considera ignorantes de la historia; ya hemos sido testigos de los planes imperialistas por borrar el estudio de nuestras Historias Patrias de los programas educativos. Muchos gobiernos sumisos así lo hicieron.

Los neoliberales nos conminan a olvidar el pasado, mientras la maquinaria ideológica del capital transnacional nos atiborra los espacios cognitivos con la versión supremacista que favorece la hegemonía eurocéntrica, blanca, patriarcal, burguesa; esa donde las clases trabajadoras y campesinas no protagonizan, y los sectores subalternizados se presentan como masa inerme, prescindible, invisible.

Quisiera no incurrir en simples adjetivaciones para calificar a los personajes que atacan al Libertador con versiones rayanas en lo absurdo; no debo caer en la provocación de devolver ofensa con insultos; necesito saltar esas trampas del debate propias de la canalla fascista, y entrar al fondo de la cuestión: que en pleno siglo XXI las derechas proimperialistas están urgidas de destruir toda conexión sentipensante de los pueblos con su épica emancipatoria.

Un ejemplo de las barrabasadas que difunden los agentes del hegemonismo es acusar a Bolívar de “traidor de España”, por haber liderado la lucha anticolonial y antimonárquica. Esta acusación recaería contra todos los próceres de la Independencia americana, y -por extensión- contra toda persona que se rebele ante un sistema injusto y opresor; los esclavizados que se hicieron cimarrones y que se alzaron contra la oprobiosa esclavitud serían -de acuerdo a esta lógica- “traidores” de sus amos que les obligaban a trabajar como bestias, aplicándoles torturas insufribles, dándoles azotes, latigazos, y condenando a sus familias y pueblos al mismo destino de extremas penurias.

Aclaremos que, al referirnos a detractores, no incluimos a los enemigos en la contienda militar que fueron subordinados del régimen colonial monárquico español; estos fueron contendores circunstanciales por el oficio de las armas al que servían; al decir detractores -en este artículo-, estamos hablando de individuos que por diversas motivaciones y en épocas distintas, se dieron a la tarea de proferir toda clase de descalificaciones contra Simón Bolívar, las más de las cuales, resultaron de un odio personal o componenda conspirativa, hoy devenidas en campaña sistemática concebida por laboratorios reproductores de las doctrinas de la opresión.

Una metodología de esta temática nos llevaría a considerar varias generaciones de antibolivarianos, como también encontraríamos una curiosa clasificación de ataques, según la perspectiva específica del atacante de turno.      

Los detractores de Bolívar que fueron sus contemporáneos, tuvieron generalmente por motivación la envidia, desavenencias personales puntuales y, en pocos casos, explícitas diferencias ideológicas contra el proyecto que El Libertador propugnaba.

Algunos detractores posteriores, se movieron en torno al localismo patriotero por defender a algún personaje de su nacionalidad que llegó a tener conflictos con Bolívar; en algunos de estos casos, por defender emocionalmente al “héroe” de preferencia, se desfiguran hechos históricos que están suficientemente claros en documentación de la época.

Otros –que llegaron a escribir voluminosas biografías- fueron cronistas, periodistas o aventureros intelectuales contratados por agencias estadounidenses y españolas con el propósito de posicionar el tema “Bolívar” y generar una opinión pública internacional susceptible de aceptar los elegantes descréditos que querían “legitimar” contra el Libertador; todo ello mientras pregonaban y construían el Panamericanismo servil a los dictados de Estados Unidos, absolutamente opuesto al Proyecto Bolivariano de la Unidad de Nuestra América.

Una tercera generación de estos detractores podemos ubicarla en la etapa más reciente, última década del siglo XX y comienzos del XXI, donde la carga ideológica antibolivariana se muestra muy agresiva, al punto de alcanzar relevancia en las posiciones neoliberales pro-imperialistas.

No debemos pasar por alto -y menos subestimar- el estilo refinado, ladino, camaleónico, de determinados autores que hasta simulan simpatizar con lo “bolivariano”, mientras dejan colar, entre loas al genio militar, insinuaciones de perturbación psicológica, o repiten como si fuesen travesuras críticas, los chismes infundados que el antibolivarianismo primitivo ha difundido desde su gestación.

Otros menos inteligentes, apelan a comparaciones ridículas de la capacidad militar de Bolívar con los oficiales que actuaron bajo su mando y en cumplimiento de las tácticas y estrategias por él diseñadas. Suelen usar figuras sobresalientes como la de Sucre, para cacarear que el Mariscal de Ayacucho era "superior al Libertador", ocultando la inapelable verdad histórica que fue Bolívar quien escogió a Sucre como adelantado para la Campaña del Sur, y le encomendó hacer todo que con tanta efectividad realizó su gran amigo y fiel compañero; ese a quien los primeros antibolivarianos asesinaron cobardemente.

Entre las acusaciones más comunes contra El Libertador figuran actitudes y ambiciones que Él siempre despreció, y que toda su trayectoria desmiente con hechos contundentes.

De eso estaremos conversando en las próximas líneas de este ensayo libre, que esperamos sea útil a la nueva militancia bolivariana para defender al inmortal líder de la emancipación.

A Bolívar lo defenestraron quienes robaron y destruyeron su obra en el siglo XIX, y luego quisieron petrificar su legado y cooptarlo en el siglo XX como pieza del engranaje oligárquico e imperialista.

Pero la batalla más complicada que le toca librar a nuestro Simón Bolívar es ésta del siglo XXI, ahora que el pueblo venezolano -al influjo del liderazgo histórico de Hugo Chávez- rescató la esencia liberadora de su pensamiento y su gesta, para construir la verdadera independencia y la igualdad. 

 

Desde hace dos décadas he sostenido que, si requiriéramos una razón adicional para estar convencidos de la vigencia del pensamiento emancipatorio de Simón Bolívar, sólo tendríamos que observar los enemigos que aún lo persiguen con toda clase de calumnias.

El cartel antibolivariano selecciona algunas de sus voces más conspicuas en los gremios de historiadores y escritores, y cuando alguno se propone comenzar su monólogo descalificador, lo primero de que acusa a Bolívar es de ser humano; si, como lo leen, los verán anunciar con una gestualidad inocentona, casi que descubriendo el agua tibia: “Simón Bolívar tuvo sus defectos como todo ser humano”. ¡Vaya aporte tan significativo a las ciencias!

Pues, dicho el hallazgo sorprendente, comienzan a descargar la ráfaga de las mil y una imprecaciones. Hubo un escritor venezolano (buena pluma, por cierto) que derramó un río de inteligencia al aseverar que Bolívar era “de carne y hueso”. Luego destrozó el código deontológico de la psiquiatría atando al diván a un espíritu sin derecho a descansar en paz, descuartizando su psicología post mortem y exponiéndola al arbitrio del vecindario: cero ética y pudor, en la más impúdica y desaforada violación de la confidencialidad.  

Una periodista neogranadina llegó a sostener que Bolívar fue un padre irresponsable, porque “dejó más de treinta hijos regados en los pueblos a orillas del Bajo Magdalena”, cuando pasó por ahí en diciembre de 1812, antes de realizar la Campaña Admirable. ¡Caramba, qué ampulosa fertilidad! (Y qué capacidad de esta señora para recopilar el realismo mágico en la tradición oral de dos siglos). 

Un laureado escritor peruano, al recibir en España el premio Planeta 2002, no declaró a la prensa sobre su obra favorecida, sino que dedicó entrevistas a pregonar que el culpable del “subdesarrollo y la corrupción en América Latina” era (adivinen quién): nada más y nada menos que el venezolano Simón Bolívar.

De modo que Bolívar (“de esos muertos que nunca mueren”, al poetizar de Tomás Borges), fue vilipendiado en su vida terrenal y en la otra, la que aún hoy vive con tanta intensidad como la primera.

Algunos de sus primeros infamadores menospreciaron la formación intelectual del Libertador, y llegaron a tildarlo de ser un pésimo militar. Hay que tener mucho despecho para afirmar semejante disparate; reconcomio enajenante como padeció el oficial aventurero  Henri Louis Ducoudray-Holstein, quien difundió con rabia desde 1828 unas memorias donde se lanza en denuestos de todo calibre: que Bolívar no lee, que es flojo, que sólo trabaja un par de horas por día, que es adicto al baile y la hamaca, que su formación militar es muy escasa, que sólo disfruta leyendo historias simplistas y cuentos; que no tiene una biblioteca o colección de libros que sea apropiada para su rango y lugar que ha ocupado por los últimos quince años, y ocupa muy poco tiempo estudiando las artes militares. Él no entiende la teoría y muy rara vez hace una pregunta o mantiene una conversación relacionada con esto.

Imaginemos por un instante la amargura, la envidia sufrida por este hombre (Ducoudray-Holstein, el que ambicionó ser jefe donde sólo estorbaba con su impostura supremacista europea), que escribió estas alucinantes opiniones sobre Simón Bolívar en 1828, cuando ya nuestro líder político-militar, con su estrategia de unidad y guerra continental había logrado destruir hasta el último reducto del ejército enemigo, tejiendo un cordón de victorias desde el Mar Caribe al Perú y Alto Perú: Pantano de Vargas y Boyacá, Carabobo, Bomboná, Pichincha, Ibarra, Batalla Naval de Maracaibo, Junín, Ayacucho.

Sin embargo, no nos sorprendamos, el asombro ante la capacidad de odio de los despechados superará cualquier extremo imaginable. Las almas envenenadas disponen en su ponzoña de mucha tinta que encajar en las páginas de la maledicencia antibolivariana.

Uno que comenzó muy joven su diatriba contra El Libertador, pupilo del traidor mayor (aquel que fue perdonado por el exceso de magnanimidad bolivariana) acusó a Bolívar de “crímenes atroces”. Lo hizo desde Estados Unidos con profusa difusión, al tiempo que su mentor disfrutaba un exilio dorado en Europa.

Es que los detractores de Bolívar le achacaban los vicios y pretensiones que ellos si tenían: que se quería coronar, que se beneficiaba de los dineros públicos. Personajes que se jactaban de legalistas, “demócratas”, liberales, pero que no vacilaban en asesinar oponentes, como mataron en forma vil y cobarde al Coronel José Bolívar (primo del Libertador) durante la fuga de José Padilla en la conspiración magnicida del 25 de septiembre de 1828; esos que llamaron públicamente a asesinar al Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre en el periódico “El Demócrata”, mientras acusaban a Simón Bolívar de ser enemigo de la libertad de expresión. (No descuidemos recordar hechos recientes, donde se llamaba por televisión gringa a asesinar al Comandante Chávez, y en la prensa colombiana los uribistas pidieron abiertamente que se cometiera homicidio contra el Presidente Nicolás Maduro).

Aquellos individuos fueron los que se apropiaron y despilfarraron empréstitos de la República, cuando El Libertador requería con urgencia recursos que no llegaban para la Campaña del Sur. Son los mismos que se enfilaron en las nuevas oligarquías que mantuvieron el negocio de la esclavitud y se apropiaron de las tierras otorgadas por Decretos del Libertador a los pueblos indígenas y las tropas populares.

Bajo el pseudónimo Pruvonema, un señor que odió mucho a Bolívar -y todo lo que con él se relacionase-, pudiera ser premiado como el campeón de la chismografía antibolivariana, aunque ello haga arder de celos a varios de sus laureados escritores coterráneos. Este Pruvonema, cuyas memorias suman millar y medio de folios agrupados en dos tomos, son parte de la mitología de la xenofobia antivenezolana profesada por parte de la elite peruana, que en determinados periodos llegó a ostentar rango de política de Estado, incluso en la educación formal. 

Pues tomemos nota que, entre las acusaciones más graves divulgadas en la distancia por Pruvonema, estuvo esa de decir: “él es un zambo”.

 

¿Por qué debemos invertir tiempo y esfuerzos en defender a Bolívar en la actualidad?

La primera respuesta es tan simple como necesaria: porque lo atacan; lo atacan injustamente, con falsedades, con alevosía, y con intencionalidad política destructiva.

Es que en estos asuntos de la Historia no hay neutralidad; el estudio y debate de hechos pasados no se encajonan a la fuerza en eso que llaman “objetividad”; ¿qué objetividad puede haber en el discernimiento de los acontecimientos que ocurrieron en circunstancias políticas, culturales, militares, económicas, marcados por las contradicciones de épocas disímiles? Algunas de esas contradicciones fundamentales persisten, no han tenido síntesis.

El análisis de los documentos de archivos, las narrativas de la historiografía, las metodologías aplicadas al estudio de la historia, todo ello tiene una carga ideológica imposible de diseccionar en un laboratorio. Los intereses de clase y las perspectivas paradigmáticas adoptadas, predominan sobre el relato meramente descriptivo, haciendo de cada proposición epistémica una lectura comprometida: o con el statu quo, o con la alternativa emancipatoria.

La historia no es una ficción caprichosa del impulso creativo del historiador o la historiadora, que recrea el pasado a gusto de un público más o menos pasivo; no es lo que uno quisiera que hubiese sucedido, sino lo que inexorablemente sucedió en las condiciones económicas y sociales de un espacio-tiempo determinado.

Pero la relectura de la historia con enfoques radicales, insurgentes, decoloniales, revolucionarios, sin duda nos conlleva a cuestionar la narrativa positivista, recolonizadora, eurocéntrica, confrontando la historia oficial tradicional, la acomodada al sistema con predominio del capital transnacional y las burguesías criollas, reinterpretando la historia desde la mirada, la piel y el alma de los oprimidos.

En fin, que, como no nos sirve la categoría “objetividad”, nos aferramos -al menos- a la honestidad intelectual de buscar la verdad histórica, hurgando con afán permanente las fuentes más genuinas posibles, y los saberes más respetables, aunque medien diferencias puntuales con los interlocutores. No es la unanimidad o una coincidencia oportunista lo que nos interesa, quizás sí, el consenso del conocimiento pertinente, luminoso, desencadenante, liberador.         

La segunda respuesta, obvia de toda obviedad, aunque retadora de reflexiones muchísimo más complejas: porque el hombre no se puede defender a sí mismo de los múltiples y muy difundidos ataques que le propinan; no porque esté difunto, sino porque tiene cosas que para Él son mucho más importantes de atender.

Tal como sucedía allá por 1827-1828 que arreciaron la campaña de destrucción de su imagen pública para justificar el asesinato que tramaban, y más allá de matarlo físicamente, liquidar y desaparecer su gesta, su obra y su legado. Por entonces el Maestro Simón Rodríguez se persuadió del linchamiento moral instrumentado por los enemigos del Proyecto Emancipador Bolivariano, y redactó aquella primera defensa, hasta hoy insuperable en revelaciones, argumentos, y estilo original. 

Dijo Rodríguez: “Por él son independientes Colombia y el Perú. A él debe su existencia política Bolivia. Por el respeto que infunden sus virtudes morales y militares, gozan las tres repúblicas de seguridad, y de la confianza que inspira su confianza pública a los monarcas, puede esperar su existencia futura el Gobierno republicano en América. Digan los pueblos, pues, y díganlo, sin temor de ser desmentidos, porque no exageran, que todo lo ha hecho Bolívar o lo ha hecho hacer, y que sólo sus obras han tenido y pueden tener consistencia”.

Como dijera José Martí: “Bolívar tiene que hacer en América todavía”; y en esto radican las razones por las que debemos defenderlo.

Defendemos a Bolívar porque es un patrimonio espiritual de los pueblos. Donde suena ese apellido se activan las energías favorables al bien común. Dos siglos de lejanía existencial y todo el descrédito vertido por la mediática hegemónica, no mellaron el significado liberador de su nombre. Aunque las elites se regodeen despreciándolo, en los rincones de millones de hogares humildes la imagen de Bolívar representa la capacidad humana del desprendimiento y el heroísmo. Entre los referentes virtuosos que se apelan como sinónimo de valentía, honor, trascendencia, justicia, dignidad, liderazgo, gratitud, erudición, triunfo, siempre está la palabra Bolívar.

Porque su proyecto emancipatorio sigue vigente. Porque es el símbolo más poderoso del anticolonialismo. Porque es el componente más emblemático de la venezolanidad. Por todo ello defendemos a Bolívar.

La resistencia del pueblo bolivariano en muchos lugares de Nuestra América, pero muy especialmente en Venezuela, es un signo inconfundible de la vigencia de la Doctrina Bolivariana; la sola actitud insumisa frente al imperialismo estadounidense es un valor agregado sociopolítico de alto impacto: es lo más temido por los gringos, de allí su búsqueda incesante de actores serviles que le allanen el camino recolonizador al Comando Sur y al Departamento de Estado.

La defensa de las soberanías nacionales, la vocación igualitaria y el derecho a desarrollar modelos democráticos populares no tutelados, son valores inmanentes a la concepción bolivariana.

Defender hoy al Libertador Simón Bolívar, es reivindicar el derecho a tener Patria y a construir una sociedad basada en la dignidad colectiva.

 

¿Pero es que acaso Bolívar no tiene quien lo defienda?

Imagínense que vaya a creerme yo -simple ciudadano- el defensor del Libertador Simón Bolívar, si entre quienes lo han defendido están las mentes más destacadas, virtuosas, trascendentes; los espíritus más elevados, rutilantes, magnéticos, han cantado a su gesta y su gloria, como lo hizo Juana de América: “A Bolívar habría que cantarle con la garganta de los vientos y el pecho del mar.”

Uno de los primeros en defender a Bolívar fue el General en Jefe Rafael Urdaneta, su más leal compañero, que en 1826 advertía la presencia de intrigas y divisiones enfiladas a destruir el proyecto emancipador por el que lucharon toda la vida; dijo: “Su nombre es ya propiedad de la historia, que es el provenir de los héroes”.

Como hemos dicho antes, su maestro Simón Rodríguez fue también pionero en la defensa de El Libertador, quizás quien mejor supo leer la trayectoria de su personalidad, habiéndolo conocido de niño, compartido viajes y debates cuando joven, y acompañado en sus días de estadista: “Hombre perspicaz y sensible... por consiguiente delicado. Intrépido y prudente a propósito... contraste que arguye juicio. Generoso al exceso, magnánimo, recto, dócil a la razón... propiedades para grandes miras. Ingenioso, activo, infatigable... por tanto, capaz de grandes empresas. Esto es lo que importa decir de un hombre, a todas luces distinguido, y lo solo que llegará de él a la posteridad. El día y la hora de su nacimiento son de pura curiosidad. Los bienhechores de la humanidad, no nacen cuando empiezan a ver la luz; sino cuando empiezan a alumbrar ellos”, decía Rodríguez.

No sólo sus amigos y camaradas fieles le hicieron loas. El destacado General español Pablo Morillo exaltó su liderazgo y capacidad militar: “Bolívar en un solo día acaba con el fruto de cinco años de campaña, y en una sola batalla reconquista lo que las tropas del rey ganaron en muchos combates… La suerte de Venezuela y de Nueva Granada no puede ser dudosa... Estos prodigios, que así pueden llamarse por la rapidez con que los han conseguido, fueron obra de Bolívar y un puñado de hombres.” Morillo talló sobre el mármol de la épica universal una frase que se hizo dogma pétreo sobre el significado histórico de Bolívar que hoy reivindicamos: “Él es la Revolución”.

El francés, Alejandro Lameth, le escribió a Bolívar desde París, el 3 de abril de 1826, valorándolo como “el primer ciudadano del mundo”. En el sur de Suramérica, José Enrique Rodó superó todo alegato con su preciosa exégesis: “si el sentimiento colectivo de la América libre y una no ha perdido esencialmente su virtualidad, esos hombres, que verán como nosotros en la nevada cumbre del Sorata la más excelsa altura de los Andes, verán, como nosotros también, que en la extensión de sus recuerdos de gloria nada hay más grande que Bolívar”.  

Personaje de raigal distinción como Juan Bautista Túpac Amaru, de los Incas que defendieron su nación originaria, dejó para la antología del decoro de los tiempos, su conmovedor testimonio: “Si ha sido un deber de los amigos de la Patria de los Incas, cuya memoria me es la más tierna y respetuosa, felicitar al Héroe de Colombia y Libertador de los vastos países de la América del Sur, a mí me obliga un doble motivo a manifestar mi corazón lleno del más alto júbilo, cuando he sido conservado hasta la edad de ochenta y seis años, en medio de los mayores trabajos y peligros de perder mi existencia, para ver consumada la obra grande y siempre justa que nos pondría en el goce de nuestros derechos y nuestra libertad; a ella propendió don José Gabriel Tupamaro, mi tierno y venerado hermano, mártir del Imperio peruano, cuya sangre fue el riego que había preparado aquella tierra para fructificar los mejores frutos que el Gran Bolívar había de recoger con su mano valerosa y llena de la mayor generosidad…”

Desde China nos llegó la opinión que estudiosos de la Historia ya habían consolidado en la década del ochenta del siglo XX, como lo expuso el estudioso Sa Na en el Congreso Bicentenario de Simón Bolívar en 1983: “Por sus brillantes hazañas realizadas en los inicios del siglo pasado para el movimiento de independencia de América Latina, por su pensamiento y pronunciamiento político en favor de conducir a los diversos pueblos hacia el camino de la democracia, la libertad, el republicanismo, y la unidad entre estos mismos pueblos, Simón Bolívar no solamente ha ganado la gran admiración y elogio de los pueblos latinoamericanos, sino también el respeto y cariño de todos los pueblos del mundo”. (No deja de asombrarme que El Libertador habló de China en 1815)

La defensa de Bolívar -que algunos creen innecesaria y otros consideran una repetición mecánica de crónicas más que de argumentos- se plantea en este tiempo como la eterna lucha por la verdad; no como dogmática invocación moralista, sino porque es la única ruta legítima a la liberación duradera. Esta lucha nos enfrenta a los omnipresentes muros de la ignorancia y la desinformación. El sistema opresor internacional lo sabe, lo calcula, lo planifica, y lo perpetra.

Pausemos el calendario para recordar una carta que El Libertador envió a Rafael Urdaneta el 30 de julio de 1830: “Remito a Usted un papel de México donde se habla del tribunal, del juez, del consejo y de mí, que sentenciamos a Santander. Lo que dice este papel es poco más o menos lo que se repite en Estados Unidos y aun en Europa.”

Bolívar se manifiesta agobiado por la manipulación que se hacía de la opinión pública en su contra por el juicio a los complotados en la “Noche Septembrina”, especialmente en el caso de Santander, a quien se trató benévolamente, suavizando las sanciones que los mismos decretos dictados por éste en su gestión como vicepresidente preveían: “Debe manifestarse que ésta era la ley por la cual se juzgaba a los facciosos en tiempos de Santander, y que nosotros no hemos hecho más que continuarla y aplicársela a su autor”, escribía El Libertador.

Desde entonces la elite estadounidense orquestó la transnacional antibolivariana.

Deben darse a conocer a las nuevas generaciones los pormenores de aquellos acontecimientos, tal como lo pidió el propio Libertador, “para que se aclaren con todos los rayos de luz”. Porque no se trata de un empeño fanático la búsqueda de la verdad histórica, sino de una necesidad de justicia y emancipación de las conciencias. En una tarea prioritaria de los pueblos que luchan por su liberación.

 

Yldefonso Finol

Luchador político, economista, historiador, poeta, escritor y diplomático venezolano; integró la Asamblea Nacional Constituyente de 1999. Es miembro de la sección venezolana de la Asociación de Historiadores de América Latina y el Caribe. Se ha especializado en Historia Bolivariana, Etnohistoria y Descolonización

 

1 comentario:

  1. Este hermoso y fundado ensayo debería ser leído en cada escuela y liceo de Nuestra América.

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