La
Guerra Universal: una categoría bolivariana que retoma vigencia en nuestro
continente
Era
el 11 de marzo de 1825, ya lo señalé en el artículo anterior, Bolívar plantea
el concepto de la guerra popular prolongada, ante la inminente invasión de una
portentosa flota de la Santa Alianza encabezada por Francia para reconquistar
América Hispana y ponerla -de nuevo- bajo el yugo colonial absolutista.
Bolívar
sabía que nuestros recursos bélicos estaban mermados, la tropa agotada, y la
ansiada unión de los pueblos liberados de España no se había concretado. Por eso
se necesitaba ganar tiempo, era el bien más escaso, y la diplomacia era una herramienta
de prioridad ante una amenaza tan contundente y peligrosa.
Dice
El Libertador: “Yo creo que se debe hacer entender a la Francia que yo no estoy
muy distante de prestarme a combinar nuestras ideas con las que tiene la Santa
Alianza, y que por medio de mi influencia se puede lograr la reforma de nuestro
gobierno, sin sacrificio de una guerra que debe decidir de la suerte del
universo. En efecto yo no tengo el menor inconveniente en ponerme a la cabeza
de una negociación que paralice las furias de los franceses en este momento.”
Se
jugaba su propio nombre, el más destacado y glorioso de la política mundial, como
carta apaciguadora de aquel enemigo tan poderoso en tales circunstancias. Estaba
dispuesto a realizar determinadas concesiones en la forma de gobierno, con tal
de evitar otra guerra de tanta envergadura.
En
su análisis situacional, veía cinco factores de fuerza para disuadir la amenaza
de las monarquías europeas, todos casi quiméricos ante los hechos: “Yo creo que
se puede salvar la América con estos cuatro elementos: primero, un grande
ejército para imponer y defendernos; segundo, política (diplomacia) europea
para quitar los primeros golpes; tercero, con (el apoyo de) la Inglaterra; y
cuarto, con los Estados Unidos (que también verían amenazados sus intereses de llegar
a imponerse este nuevo dominio colonial continental). Pero todo muy bien
manejado y muy bien combinado, porque sin buena dirección, no hay elemento
bueno. Además, insisto sobre el congreso del Istmo de todos los estados
americanos, que es el quinto elemento.”
Sobre
todo, valoraba la alianza con Inglaterra, como señora de los mares, única capaz
de contener la armada absolutista. Sin duda la libertad de comercio sería la
primera víctima de una hegemonía de la Santa Alianza, y sus intenciones expansionistas
no dejarían de mirar al norte una vez controlado el Sur recién emancipado con
Junín y Ayacucho, y el Mar Caribe con su archipiélago estratégico. “Crea Ud.,
mi querido general, que salvamos el Nuevo Mundo si nos ponemos de acuerdo con
la Inglaterra en materias políticas y militares. Esta simple cláusula debe
decirle a Ud. más que dos volúmenes. Yo creo que Ud. debe mandar inmediatamente
a saber a Inglaterra qué se piensa en el gabinete británico en orden a
gobiernos americanos.” Le urgía conocer de fuente confiable cuáles posiciones
se barajaban en el coso inglés.
Para
El Libertador: “…si (aún) después de saberse en Europa el suceso de Ayacucho y
la terminación de la guerra en América, los franceses emprenden o continúan sus
operaciones contra nosotros, debemos prepararnos para sostener la contienda más
importante, más ardua y más grande de cuantas han ocupado y afligido a los
hombres hasta ahora. Esta debe ser la guerra universal.”
Luego
de exponer algunos elementos de la geopolítica latinoamericana, Bolívar
concluye que esa Guerra Universal definirá: “el triunfo de los tronos contra la
libertad”. ¿Por qué? Porque “esta lucha no puede ser parcial de ningún modo,
porque se cruzan intereses inmensos esparcidos en todo el mundo… Así el fin de
este litis político y militar depende de (tantas) tales combinaciones y sucesos
que ninguna probabilidad ni penetración humana puede señalarle el término
final. Luego podemos concluir por mi proposición de prepararnos para una lucha
muy prolonga, muy ardua…”
Bolívar,
ese prestidigitador del optimismo providencial, tenía todavía las energías para
ver más allá del Apocalipsis que se nos pretendía imponer por único destino: “Después
de esta guerra horrible, en que quedaremos asolados, sacaremos por toda ventaja
gobiernos bien constituidos y hábiles, y naciones americanas unidas de corazón
y estrechas por analogías políticas...”
Confieso
que hay una clarividencia en Él que convida a la magia, en capacidades inaccesibles
a un simple mortal.
II
Perdonen
que saltaré de lo sublime a lo fecal. Trump se enfrenta consigo mismo. Todo se
decide entre él y el espejo. Su extravagante egolatría le hace menospreciar
todo lo demás que no sea su propio ego. Su poder sobre el país histórico que
ignora -el país que sus antepasados invadieron- sobre las facciones políticas
tradicionales o emergentes, los grupos económicos que no se le inclinen, los
Estados sumisos del continente y archipiélago que les son vecinos.
La
“luz verde” que le ha dado el Senado para continuar su actividad pirática en nuestro
Mar Caribe, el Mar de Venezuela, con el despliegue descomunal de capacidad
ofensiva, constituye una señal peligrosísima: una incitación a arreciar la
política delictual estadounidense contra el Derecho Internacional y la Paz. Ese
país viene incurriendo hace años en el delito de agresión, previsto y
sancionado severamente en la justicia internacional como crimen contra la
humanidad.
El
ególatra lo decía descaradamente como aspirante a su tercera candidatura: “¿Cómo
les parece que estemos comprando petróleo a Venezuela? Al irme, Venezuela
estaba lista para colapsar. Nos hubiéramos apoderado de ella. Hubiéramos tomado
todo su petróleo. Pero ahora compramos petróleo a Venezuela. Estamos haciendo a
un dictador muy rico. ¿Pueden creerlo?, nadie puede creerlo.”
Esto
lo dijo el 10 de junio de 2023, Donald Trump con sus lacayos serviles mantuvo
la estrategia de apropiarse de las principales reservas petrolíferas mundiales,
aplicando un terrible menú de agresiones en contra del pueblo de Venezuela.
El
23 de enero de 2019, Trump dijo en una entrevista que su política de agresiones
contra Venezuela colocaba “todas las opciones sobre la mesa” y entre
copartidarios aseguró que la “mejor es la intervención militar”, que además se
la pedían sus operadores en el país, es decir, la mafia de Guaidó y María
Machado.
Hoy
estamos en el umbral de esa guerra no deseada por nosotros y la gente decente
de otros países (destaca -y se agradece- la conducta bolivariana del Presidente
Gustavo Petro).
Todos
los días las fuerzas militares gringas que tienen infestado el Caribe han cometido
diversa clase de provocaciones y en diverso grado de intensidad. Nuestro Gobierno
con el Presidente Nicolás Maduro al frente de todas las operaciones y gestiones,
han manejado con gran sabiduría la complicada situación. Muy acertada la
movilización general del pueblo venezolano, la profundización del esfuerzo
productivo y el equipamiento preventivo aumentado sin precedentes en cantidad y
capacidad combativa, gracias a nuestros poderosos amigos.
Con
la curva de disposición energética mundial en plena pendiente negativa, amén de
los estratégicos recursos minerales de que dispone en cuantía la Patria de Hugo
Chávez, no parece posible la indiferencia de potencias decisivas aliadas de
Venezuela que requieren la convivencia pacífica para ejercer libremente el
comercio justo y la cooperación.
Las
combinaciones de factores a favor que en 1825 El Libertador preveía, o
dependían de complicadas jugadas diplomáticas que nada seguro garantizaban, o
estaban por construirse sobre bases corroídas como el Congreso de Panamá (desfigurado
por el vicepresidente) que tardó año y medio más en reunirse sin resultados
satisfactorios.
Trump
necesita elevar su valoración como capo de esa aspiración mitológica de “hacer
a América grande otra vez”. Internamente tiene el juego enredado, en lo
económico menguado severamente. Le queda el naipe de triunfar sobre un “enemigo
externo” para que el espejito lo premie mientras los cipayos del vecindario le
besan el trasero. En la hiperrealidad él cree que lo está logrando. Estados Unidos
nunca ha sentido en territorio adentro el flagelo de la guerra que ellos han
aplicado de un centenar de pueblos en la Tierra. Se acostumbraron a invadir
impunemente.
El
decadente modelo capitalista parasitario y especulativo que Trump representa,
tomó aires en épocas pasadas a partir del negocio de las guerras. El escenario
global ha cambiado mucho Mr. Trump. No incendie la pradera, ni convierta el mar
en una necrópolis con la bandera de Hemingway ensangrentada. Dígale “adiós a
las armas” antes de tener que andar preguntándole a su séquito “¿por quién
doblan las campanas?”.
Disculpen
la distracción, estaba hablando de las predicciones bolivarianas y me sonó lo
de la Guerra Universal.
Yldefonso
Finol

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