Paraute:
etno-genocidio, memoricidio e impunidad a 81 años del incendio de Lagunillas de
Agua
Introito
El primero de septiembre de 1939 la Alemania nazi
invadió Polonia, dándose inicio a la llamada Segunda Guerra Mundial. Ya Venezuela
era un país reconocido mundialmente como exportador petrolero. Empresas de
Estados Unidos e Inglaterra se ubicaban como favoritas del negocio concesionado
por la dictadura gomecista y su heredero, el General Eleazar López Contreras. La
clase obrera inauguró sus luchas reivindicativas alcanzando un clímax sin
precedentes durante 1936, para lo cual el régimen creó fuerzas represivas
especializadas en “orden interno”. Es durante el mandato de éste que se produce
el desplazamiento forzoso de la población originaria más antigua en la costa
oriental del Lago Maracaibo: Paraute, perteneciente a la nación añú. Este hecho
se ha registrado como el “Incendio de Lagunillas de Agua”, y sobre el mismo se
tejieron toda clase de tergiversaciones para ocultar la responsabilidad estatal
y empresarial. Luego, un manto de olvido se echó encima de las víctimas del
genocidio de Paraute, como el muro que levantaron las petroleras sobre los
incontables cadáveres que quedaron anónimos calcinados.
Paradojas, ironías, concatenaciones de la historia: el
primer gran incendio provocado en Paraute, fue parte del ataque sorpresivo que
el capitán español Juan Pacheco Maldonado, emprendió contra el pueblo añú del
Lago Maracaibo (Tinaja del Sol) en 1607, para aniquilar la resistencia dirigida
por el Cacique Nigale y sus compañeros Telinogaste, Matagüelo y Camiseto.
El imperialismo perolero no hizo otra cosa que seguir
la estrategia del colonialismo español.
I
Por la premeditación, saña, complicidad, nocturnidad,
simulación, alteración de la escena del crimen, cierre intempestivo de la
investigación, menosprecio por las víctimas, y manipulación de evidencias, el
Estado venezolano y las empresas extranjeras involucradas, incurrieron en gravísimos
delitos contra la vida y los Derechos Humanos, delitos de odio, racismo,
delitos todos de lesa humanidad que a la luz del Derecho Constitucional de la
República Bolivariana de Venezuela y del Derecho Internacional de los Derechos
Humanos, son imprescriptibles.
En tal sentido, podemos concluir que en el hecho
conocido como “Incendio de Lagunillas de Agua”, ocurrido el 13 de noviembre de
1939, donde las llamas destruyeron en dos horas una población de 1.051
viviendas y 51 establecimientos comerciales, provocando la muerte, lesiones
graves, traumatismos físicos y psicológicos a una cifra desconocida de personas,
que ni el gobierno de turno ni las empresas se interesaron en aclarar, se
incurrió en delitos de lesa humanidad tipificados en el Derecho Internacional
como:
-
Etnocidio:
“significa que a un grupo étnico, colectiva o individualmente, se le niega su
derecho de disfrutar, desarrollar y transmitir su propia cultura y su propia
lengua. Esto implica una forma extrema de violación masiva de los derechos
humanos, particularmente del derecho de los grupos étnicos al respeto de su
identidad cultural, tal como lo establecen numerosas declaraciones, pactos y
convenios de las Naciones Unidas y sus organismos especializados, así como
diversos organismos regionales intergubernamentales y numerosas organizaciones
no gubernamentales”. (Declaración de San José sobre el etnocidio y el
etnodesarrollo, 1982)
-
Genocidio:
cuya tipificación se efectúa (Art. II) en tres dimensiones: a) Realización de
actos como matanzas, lesiones graves, condiciones que impidan su existencia,
impedir o dificultar nacimientos, traslados de niños del grupo a otro grupo. b)
Intencionalidad de destruir, total o parcialmente, al grupo. c) El sujeto
pasivo del delito es el grupo: nacional, étnico, racial o religioso. La
responsabilidad penal abarca no sólo el autor personal, material y directo del
genocidio, sino que comete tal delito el instigador, el cómplice, el que se
asocie a tal fin delictivo, penándose así mismo la tentativa (Art. III) No se
eximen de ser castigados los gobernantes, funcionarios o particulares, según
expresamente impera (Art. IV) de la Convención. (Convención de 9 de diciembre
de 1948, sobre delitos contra el derecho de gente y para la prevención y
sanción del genocidio) A los efectos del Estatuto de Roma, se entenderá por
“genocidio” cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con
la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico,
racial o religioso como tal: a) Matanza de miembros del grupo; b) Lesión grave
a la integridad física o mental de los miembros del grupo; c) Sometimiento
intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su
destrucción física, total o parcial; d) Medidas destinadas a impedir
nacimientos en el seno del grupo; e) Traslado por la fuerza de niños del grupo
a otro grupo.
-
Memoricidio:
concepto desarrollado por la valiente luchadora Gloria Gaitán, donde denuncia “el
deliberado y sistemático ocultamiento del legado espiritual o material de un
individuo o de un colectivo; lo que implica el colapso de los fundamentos y
orígenes de las estructuras imperantes, tanto históricas como culturales, de un
grupo social, de una etnia, de una nación o de la humanidad”.
La descendencia del ancestral pueblo añú del Lago
Maracaibo, nunca renunciaremos a nuestro reclamo de justicia reivindicativa y
reparadora para nuestra hermanas y hermanos de Paraute.
II
Desde los inicios del negocio petrolero, Lagunillas de
Agua o Paraute (en añún nukú “ser o estar en las aguas”) sufrió varios
incendios: uno en 1928, otro en 1933 y un par en 1935. Todos por combustión del
petróleo derramado y los gases esparcidos en sus adyacencias. ¿Cómo explicar
que ese de 1939 no haya ocurrido por las mismas causas?
La empresa implicada directamente dio su veredicto: “The
Venezuela Oil Concessions LTD. A causa de las erradas informaciones de algunos
diarios con relación al lamentable siniestro de Lagunillas, considera su deber
informar al público lo siguiente: No es cierto que se hubiera roto tubería
alguna de esta compañía en la parte de Lagunillas de Agua donde tuvo lugar el
incendio, ni tampoco que la compañía hiciera bombear petróleo ese día a las
aguas del Lago, pues siempre tratamos en obsequio propio, de mantenerlas lo más
limpias. El día del incendio se rompió un tubo conductor de petróleo de esta
compañía, pero apartado del incendio más de 250 metros, el cual fue reparado
inmediatamente y el petróleo que se derramó quedó localizado en la parte de
tierra que está separada del lago por la muralla que protege a Lagunillas de
Agua de las inundaciones por las aguas, la que hizo imposible que el petróleo
pasara hacia el Lago. Además la maquinaria de bombear cercana al lugar al tubo
roto sólo puede trabajar bombeando agua,
pues forma parte del sistema de drenaje. La Compañía niega rotundamente
que la rotura del indicado tubo, ni acto alguno de su parte tuviera relación
con el incendio ni sus causas. Caracas 20 de noviembre de 1939. W. T. S. Doyle,
Gerente”.
Y el gobierno títere de López Contreras se apresuró a
concluir en su brevísima “investigación” ministerial presentando a la opinión
pública un “Informe de la Comisión de Ministros sobre el Siniestro de
Lagunillas al Presidente de la República”. Comienza el informe por referir los
“daños materiales”, estableciendo el poblado en 1.051 casas de madera, de las
cuales 1.040 quedaron destruidas, igual que 51 negocios; todo valorado en un
millón de bolívares. Fijan en 24 los fallecidos a causa de asfixia por
sumersión y otros traumatismos de diversa índole. “Nuestra impresión personal –dicen
los ministros- es que dadas las reclamaciones de familias o de conocidos, e
intenso trabajo de buceo que se practica noche y día, quedará a lo sumo por
rescatar otro tanto. Es de observar que los heridos son pocos y leves”.
Casi que deberíamos disculparnos: “Perdón señores
ministros por hacerlos venir a pasar calor en Maracaibo y Cabimas por tan poca
cosa”. Se les pasó el detalle de plasmar en el “informe” que el gobierno que
ellos representaban prohibió seguir la búsqueda de personas fallecidas en el
incendio así como dejar de revisar las ruinas desde el 17 de aquel fatídico
noviembre; y que la empresa, ni corta ni perezosa, procedió a verter en la
orilla el material que ya tenía acopiado para levantar el muro que para siempre
tapió las vidas del pueblo añú de Paraute.
III
Este cronista, aficionado a la historia, pero sobre
todo, doliente de las víctimas de Paraute con las que comparte sangre y épica
anú, militante de la causa de la memoria colectiva de los pueblos originarios,
buscó, consultó y recopiló las fuentes historiográficas y hemerográficas del
Incendio de Lagunillas.
Sin entrar a calificarlas en este artículo, comparto
algunas curiosidades que delatan las imprecisiones de la información ofrecida y
las mutaciones que experimentó el enfoque mediático de entonces.
En el diario Panorama, que llevaba veinticinco años de
fundado, su público pudo leer en primera página el miércoles 15 de noviembre el
titular “La espantosa tragedia de Lagunillas de Agua”. En el sumario
sintetizaban: “La población de agua consumida íntegramente por las llamas.
Millones de bolívares de pérdidas. Centenares de muertos, mujeres y niños
especialmente. Es incalculable el número de quemados, ahogados y triturados.
Escenas dantescas se presenciaron en el infernal escenario. Como piras humanas
perecieron varias personas en medio de la más intensa desesperación”.
El lunes 20 en la columna editorial “Escolios”,
firmada por “Juan Lucerna”, todavía podían percibirse elementos narrativos que
traslucían la gravedad del suceso: “El problema más aguado es el rescate de los
cadáveres que aún quedan flotando en las aguas y entre las ruinas, en proceso
de descomposición que amenaza la salud del resto de los habitantes de
Lagunillas. Luego hay que curar a los heridos, sanar a los enfermos y proveer
de viviendas al millar y medio de familias que han quedado sin techo”.
Pero un hálito de sospechas no clarificadas se
permeaban en las entrelineas, apuntando a la probable intención de minimizar la
verdadera dimensión de la tragedia: “No es hora de cultivar alarmismos ni de
jugar con el absurdo. No hay indicios suficientes para pensar en la
intervención de manos criminales, y en cuanto a las negligencias culpables, el
sitio por establecerlas es otro que el aventurerismo andante, a caza siempre
del aspecto sensacional”.
¿A cuál “alarmismo” y “aventurerismo andante” se
refieren? ¿Acaso no es un “alarma” que –según reconoce el informe oficial- más de
mil casas con todos sus habitantes presentes se quemen en menos de dos horas,
donde por suerte lograron salvarse algunos de ellos?
¿Será esa misma posición ideológica la que llevó al
gobernante regional a censurar y proscribir al periódico “La Tarde” que reseñó
concienzudamente lo acontecido?
¿Será que llamaron “alarmismo” y “aventurerismo
andante” a testimonios vivenciales tan incontrastables y honestos como los del
luchador social Jesús Farías?
Leamos -por favor- lo relatado por Jesús Farías en sus
memorias, que, por el altruismo de sus actividades y su objetividad como
testigo serio del suceso, amén de ser uno de los poquísimos alfabetizados que
se hallaba en el lugar de los hechos y sobrevivieron a la mortandad: “Como los
peligros aumentaban, empezamos a reclamar ante las autoridades y ante la Gulf,
empresa responsable del “reventón”. Sin embargo, nada se hizo para evitar el
incendio que se veía como algo inevitable, si no cerraban la válvula del
oleoducto roto. A eso de las ocho de la noche estalló un violento incendio y
cubrió miles de metros cuadrados de superficie sobre las aguas y debajo de las
casas de madera levantadas sobre estacas.
Este fuego atrapó a miles de hombres, mujeres, niños y ancianos. Algunas
personas salvaron sus vidas partiendo lago adentro en cayucos. Otros cruzaron
el fuego por la planchada, pero ésta
quedó cortada a los pocos minutos. Como el pueblo estaba atrapado entre los
muelles de la Gulf y la VOC, los marinos de turno allí anclados acercaron sus
lanchas y salvaron mucha gente, pero los que vivían en el centro casi todos
murieron quemados o ahogados. Cuando estalló el incendio, yo daba mis clases de
primeras letras a pocos metros de la orilla. Tres de mis alumnos corrieron a
salvar sus pertenencias, pero los tres desaparecieron. Eran obreros jóvenes,
poderosos, buenos nadadores y, sin embargo, perecieron. ¿Qué se podría esperar
para las infelices madres cargadas de niños pequeños? Se había creado una
situación caótica y el sindicato se convirtió en el centro de actividad para
socorrer a los damnificados. Trabajamos día y noche, sin tomar aliento, en
especial los comunistas. El fondo de la desgracia, fue que La Mene Grande tenía
interés en perforar donde estaba el pueblo, pues las consideraba parte de “sus
concesiones”. Además, el pueblo estaba sobre un enorme depósito de petróleo, a
poca profundidad y a pocos metros de distancia del campo central de la empresa.
Para la Mene Grande no tenía sentido esperar más tiempo para extraer el
petróleo, por lo que se resolvió prenderle fuego a todo un pueblo y quemar
vivos a millares de personas que allí vivían desde siempre, y otros
llegados recientemente. El gobierno le echó tierra al monstruoso crimen. Era
evidente que había funcionado el soborno en todos los niveles. Sobre los
comunistas se mantenía una presión constante para que no dijéramos nada más
sobre el crimen sin nombre. El diario comunista La Tarde decuplicó su
circulación debido a su valiente actitud. Sólo en Lagunillas vendíamos diez mil
ejemplares, lo cual indujo al gobernador Maldonado a cerrarlo. Después del
incendio se hizo un censo de los sobrevivientes, quienes recibieron unas
casitas en “Ciudad Ojeda”, donde hoy viven docenas de miles que no conocen el
origen de este lugar. Las décimas populares decían que la Mene Grande pretendió
“apagar” el incendio con una manguera que, en lugar de agua, lanzaba chorros de
gasolina”.
Por su parte el diario caraqueño El Universal, delegó
en el escritor Enrique Bernardo Núñez la función de enviado especial para
cubrir el suceso; llegó al Zulia el jueves 16 y se regresó a Caracas el sábado
18 del mismo mes; sin embargo el periódico publicó reportes desde el 15 de
noviembre, basado en las versiones que recogía del personal del gobierno y principalmente
de sus colegas de Panorama. “Mil doscientas cuarenta casas fueron destruidas
por las llamas en Lagunillas”, se atrevió a titular en su primera entrega sobre
el hecho. “Las víctimas de este siniestro se calculan oficialmente en más de
ochocientos, entre muertos y desaparecidos. Al llegar a Maracaibo los primeros
damnificados hicieron descripciones verdaderamente trágicas sobre el siniestro;
entre los que han llegado ha sido imposible obtener una versión exacta de los
acontecimientos, pues los que lograron salvarse están atolondrados y muchos de
ellos sufren de alucinamientos”. “Refugiados de Lagunillas buscan abrigo en
Cabimas. Los gremios obreros del Zulia decretan ocho días de duelo por este
motivo. El incendio fue provocado por la explosión de una lámpara de gasolina
en un establecimiento de bebidas. La comunidad de Lagunillas agradecida por la
actividad desplegada por la Lago Petroleum en la labor de salvamento”. “El día
del siniestro se habían roto dos tubos conductores de petróleo por lo que las
aguas situadas debajo del pueblo se cubrieron de una espesa capa de aceite. Las
autoridades civiles y marítimas del Zulia actuaron con rapidez y energía.
Conversación radiotelefónica con el director de Panorama”. Así reseñaban las
cosas a nivel nacional, con la sola referencia radiotelefónica.
El 18 de noviembre, a cinco días de la tragedia, el
discurso se suavizaba: “Alcances reales de la tragedia de Lagunillas: Ya parece
estar del todo comprobado que la tragedia de Lagunillas no tuvo la magnitud que
al principio se había creído especialmente en lo que más importaba que era la
pérdida de vidas que según las primeras noticias ascendía a la tremenda suma de
ochocientas víctimas cuando resulta que lo más probable es que los muertos no
lleguen a cincuenta y entre los heridos no los hay de gravedad”.
Epílogos
Paraute. Me atrevo a imaginarte Paraute desde mis ancestros
de orillas hermanas. Estoy dentro de tu piel calcinada y tu dolor infinito. Vivo
en el cuerpo martirizado del indio de aguas despreciado. Hemos sido borrados
del alma de nuestros deudos naturales. La patria sin memoria adora al fuego que
nos asesinó. Rinden culto al invasor genocida y sus símbolos. Conquistador,
petróleo, dólar, extranjerismo. Nuestras víctimas vuelven a morir de olvido. Etnocidio.
Genocidio. Memoricidio. Añucidio. Los foráneos empoderados sobre nuestros
cadáveres invisibles imponen la moda. Impunidad. Nada ha ocurrido. Sólo se
limpió el Lago de esos indios pescadores y pecadores que molestaban la
navegación a la madre España y la perforación de pozos de petróleo liviano a
los amigos gringos. Indios herejes, bebedores y lujuriosos. Y un poco de
proletarios no retornables.
Lo más sentido y claro que se dijo en la asamblea
sindical durante la visita de los ministros, lo pronunció una mujer venezolana
venida del llano cojedeño, como nuestro Libertador Manrique: “Ningún obrero,
ningún venezolano trabajará en tan lúgubre sitio que de hoy en adelante será
sagrado para todos nosotros e intocable por tanto. Ni por propias manos ni por
extrañas, y mucho menos por los taladros que vendrían a remover y a profanar
los huesos de nuestros compatriotas”.
Hasta el día de hoy, trece de noviembre del año 2020, en
que rindo mi sentido homenaje a las víctimas de Paraute, nadie prestó atención
a Carmen Emilia Gorostiza Pérez. Ni mucho menos al comunista (no columnista) Jesús
Farías que reportó (sin ser reportero) la veracidad de la noticia que otros –medios
y gobierno- falsearon para ganar dinero.
Yldefonso Finol
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