Rita Ocando de Finol y la emancipación de la mujer (a 40 años de su siembra)
Rita Ocando de Finol nació con el nombre de Rita
Benicia Chacón el 24 de agosto de 1939 (aunque su partida de nacimiento y cédula
de identidad fechan el 26) en la población de El Moján, por entonces distrito
Mara del estado Zulia, República de Venezuela. Fue su madre Araminta Chacón
Cardozo y su padre Ángel Antonio Ocando Morales, quien la reconocería
legalmente cuando ya tenía 16 años, por eso sus apellidos legales -según la
tradición patriarcal y el Código Civil- fueron Ocando Chacón, hasta casarse con
Ildemaro Finol y adoptar –según los mismos cánones- el “de Finol”.
Cuando Rita nació, Araminta, igual a tantas mujeres de
nuestras naciones, fue madre y padre (como se suele decir), heroína de la
república humana, esa que sólo se constituye con espíritus indoblegables, con
valores altruistas, con el amor que “convierte en milagro el barro”. Araminta
no se amilanó por su condición de madre en solitario, muy estigmatizada en esa
época culturalmente marcada por el machismo predominante en las leyes, las
religiones, la burocracia y el vecindario. Con su niña a cuestas se mudó
Araminta al pueblo de Carrasquero, donde fue destacada por el ministerio de
educación como primera maestra de escuela, para lo cual hubo de formarse en los
centros de magisterio creados ad hoc, y cumplir los exigentes requisitos
pautados por entonces bajo el enfoque de Arturo Uslar Pietri. En esa comarca
ribereña del río Limón, la maestra Araminta conoció a José Ramón Labarca, con
quien contrajo matrimonio y quien fungió responsable y cariñosamente como padre
de crianza de Rita.
El apogeo petrolero en predios marenses llevó a la
familia Labarca Chacón a establecerse en Campo Mara, donde las empresas de
hidrocarburos se apuraban en extraer los petróleos livianos que brotaban
ancestralmente de esas tierras, que los originarios habitantes conocían como
mene. Llevaban la oficina de correos, y Rita hacía sus estudios en los clásicos
colegios creados en los campos petroleros, mezcla de instrucción pública
tutorada por la transnacional gringa o anglo-holandesa que poseyera la
concesión.
En esas aulas conocería a un maestro en particular que
alguna influencia pudo tener en sus ideas sociales. Se llamaba Silvino Varela,
un alto y delgado caballero de modales marciales que, aparte de impartir clases
a su alumnado, secretamente organizaba la clase trabajadora en los llamados
“sindicatos rojos”. Algún papelillo le pidió llevar escondido en sus zapatos de
liceísta con mensajes cifrados para un “camarada” que pasaría discretamente a
retirarlo en el correo. También se rozaban sus días de adolescente con las
entusiastas recolectas de “un bolívar para la Sierra Maestra” que se
organizaban en solidaridad con la lucha del pueblo cubano contra la dictadura
de Fulgencio Batista.
Rita no habló de estas cosas hasta que ya siendo adulta
y afinque de familia, narró a este cronista, con mucha timidez, aquellos cándidos
acercamientos a los asuntos políticos.
Sus estudios los continuó en Maracaibo, llegando a
graduarse de Bachiller Comercial en el Colegio María Montessori, donde fue invitada
a ingresar como docente de dicha institución. En esa profesión se desempeñaba aún
a tierna edad cuando el amor la convocó a formar su propio hogar y asumir
plenamente las obligaciones que el modelo societario imponía a la mujer en el
rol de “ama de casa”. A los 18 años contrajo matrimonio con Ildemaro Finol
Parra, joven egresado de la Escuela Artesanal como Técnico Electricista y
absorbido por la transnacional petrolera Shell.
Rita dio a luz cinco hijos en seis años: Ildemaro,
Ildefonso, Amira, Josefina e Ildegar. Pero tiempo encontraba para crear y
producir en base a los múltiples talentos de que estaba dotada, con lo cual
siempre trabajó en la generación de bienes que fueron parte permanente de la
economía familiar. Poseedora de una ortografía impecable y preciosa caligrafía,
Rita Benicia –como la llamaba su mamá e institutriz- dominaba una interesante
lista de artes y oficios que aprendió con Araminta: corte y costura, bordado,
tejido, entre otros, y los que estudió en la educación formal: taquigrafía,
mecanografía, contabilidad, etc… además de poseer una gran afición a la lectura
y el estudio del idioma.
Amaba los libros como la vida misma. El idioma fue una
pasión constante en Rita. Lectura y escritura serán placeres más que tareas
cotidianas. Leer y descifrar significados, indagar en los orígenes de las palabras,
jugar con ellas como ritual de encuentros amistosos, ayudaron a formar un
intelecto inquieto, ávido de saberes, presto a lo sensible. Cantar tangos y
canciones en italiano mientras lavaba en la batea era una vivencia cotidiana en
nuestro patio.
De los diccionarios, revistas, periódicos, repertorios
poéticos, novelas clásicas, se avanzó al debate de lo social y político. Nunca
faltaron las Biblias, a cuyas diversas versiones dedicó siempre especial
estudio, en conversatorio ecuménico con las confesiones tradicionales y otras
minoritarias. Muy creyente y espiritual, asumió el mensaje cristiano como
doctrina de la solidaridad y la igualdad, tal como se comprende en la
denominada Teología de la Liberación.
La ruta a ese nuevo pensamiento emancipador en la
ejemplar “ama de casa” comenzó con una novela rusa que uno de sus hijos le dejó
sobre la máquina de coser Singer, instrumento de trabajo que le servía para uno
de los oficios con que apoyaba la economía familiar.
“La Madre”, de Máximo Gorki, cambió radicalmente el
estilo de vida de Rita, problematizando su rutina, que comenzó a esfumarse como
la madrugada ante el parto del sol. Se identificó profundamente con aquella
mujer que por instinto condenó la represión contra los trabajadores,
enfrentando los peligros a que se arriesgaba su hijo por una causa moralmente
superior. En vez de huir, de acobardarse, se solidarizó, se hizo protectora y
cómplice imprescindible.
Los libros “inocentes” que solía leer comenzaron a ser
sustituidos por otros que hacían estremecer la cotidianidad aparentemente
calma. “Así se templó el acero” de Nikolai Ostrosky; “La revolución no ha
terminado” del Coronel Hugo Trejo; “En Cuba” de Ernesto Cardenal; y uno muy
especial (“La emancipación de la mujer”, de Lenin) donde leyó la ciencia de
rebelarse contra un mundo opresor: “La tarea principal del movimiento obrero
femenino consiste en la lucha por la igualdad económica y social de la mujer, y
no sólo por la igualdad formal. La tarea principal es incorporar a la mujer al
trabajo social productivo, arrancarla de la esclavitud del hogar, liberarla de
la subordinación -embrutecedora y humillante- al eterno y excepcional ambiente
de la cocina y del cuarto de los niños. Esta es una lucha prolongada, que
requiere una radical transformación de la técnica social y de las costumbres”.
Esas ideas lanzadas el 4 de marzo de 1920 en el
periódico ruso Pravda, en su edición del 8 de marzo, fueron la espoleta de un
cambio radical en la vida de Rita. Su casa, permanente referencia de caridad
con la vecindad humilde que allí encontraba alimento y medicina, cuidados para niñas
y niños desvalidos, para los enfermos y ancianos, ahora también sería el lugar
de reunión de militantes revolucionarios, círculos de lectura y espacio de
gestión cultural cargada de patriotismo y búsqueda de identidad colectiva.
Esto ocurría al comienzo del segundo lustro de la
década de los setenta, abriéndose la etapa de militancia clandestina de Rita en
el Partido de la Revolución Venezolana (PRV-RUPTURA) que dirigían los comandantes
guerrilleros Douglas Bravo, Alí Rodríguez y Francisco Prada, entre otros.
Entre las primeras tareas asignadas a la camarada Rita,
estuvo la de reunir un grupo de mujeres que estudiaran teoría revolucionaria en
los textos clásicos del marxismo y los documentos del Partido, incluido el
periódico Ruptura que comenzó a circular por aquel tiempo y servía –según la
concepción leninista- para “propagar, agitar y organizar”. La actividad no
llamaba la atención de los curiosos porque en casa de Rita era normal la
concurrencia de amigas que venían a charlar de sus asuntos, buscar consejos o
simplemente acicalarse un poco pintándose las uñas y peinándose.
El cambio de situación llevó a Rita a involucrase en
trabajos de la administración pública, primero como secretaria en la
Sindicatura Municipal y luego en el Registro Subalterno de municipio Mara. Los vínculos
familiares con el partido legal Movimiento Electoral del Pueblo (MEP) del
maestro Luís Beltrán Prieto Figueroa, que también pregonaba a su manera la
liberación nacional y el socialismo, permitieron gestar la idea de que la “señora
Rita”, ingresase al equipo local de la mano de su cuñado Nerio Finol, fiel y
apasionado activista de dicho movimiento prietista. El PRV consideraba de
utilidad esta táctica a los fines de legitimar y proteger a la militante
clandestina, a la vez que se promovía un liderazgo comprometido con la
revolución y la política de alianzas como parte importante del frente de masas.
Por su parte la célula abierta del brazo político
RUPTURA realizaba su trabajo desde un palafito en el barrio añú del Moján (Nazaret),
hasta donde llegó la ola represiva del gobierno de Carlos Andrés Pérez en
agosto de 1976, con asedios, allanamientos y persecución. Algunos de los
compañeros fueron detenidos y torturados. Esta prueba de fuego puso en jaque la
embrionaria presencia del PRV en la zona, y despertó mayores preocupaciones y temores
en la madre que sintió en carne propia lo que había leído de experiencias
lejanas, o escuchado de tiempos dictatoriales pasados. El hijo que la acercó a
esta aventura debía separarse de casa por un tiempo según instrucciones
superiores, y todo el grupo aplicar las medidas de seguridad que el sentido
común y la disciplina partidista exigían.
El trago amargo no hizo mella en el compromiso de
Rita. La política de masas lanzada desde el trabajo cultural con el Movimiento
de los Poderes Creadores del Pueblo Aquiles Nazoa (MPCPAN), motivó la creación
del grupo Amigos de la Cultura, del cual Rita Ocando de Finol fue anfitriona de
la reunión constitutiva, cofundadora e integrante de la directiva. En esta
época colaboró en la edición de diversas publicaciones como el periódico
artesanal Tres Esquinas y el libro de sonetos del desaparecido poeta mohanense José
Joaquín Bravo Ríos, cuyos textos manuscritos transcribió y corrigió minuciosamente.
Junto al núcleo de RUPTURA participó en 1977 en el
Primer Encuentro Armando Molero de Cultura Popular realizado en Maracaibo como
correlativo del MPCPAN. Este activismo le dio muchas satisfacciones por el
despliegue de múltiples iniciativas artísticas y comunitarias, iniciándose en
forma pionera las consciencias ecologistas, indigenistas y la cultura popular
como vías de generación de un amplio movimiento social de vocación
transformadora.
En el año de 1979 se realiza el Primer Encuentro
Nacional Indígena de Venezuela, y como siempre, la casa de Rita Ocando de Finol
se convierte en base de apoyo de tan significativa convocatoria, que marcó un
hito sin lugar a dudas en el desarrollo del movimiento reivindicativo de los
pueblos originarios en nuestro país.
Una feliz noticia nos llegó desde Nicaragua. El dictador
había sido derrotado por el pueblo de Sandino. Las jornadas de solidaridad con
el Frente Sandinista de Liberación Nacional contaron con el concurso entusiasta
de Rita. Durante la visita del poeta Ernesto Cardenal a Maracaibo para traer personalmente
el agradecimiento del FSLN, nuestra delegación tuvo el honor de incluirla. Resultó
tan emocionante para Ella, que no pudo evitar las lágrimas cuando se abrazó al
sacerdote Cardenal mientras éste le dedicaba un ejemplar del libro “50 años de
lucha sandinista” de Humberto Ortega Saavedra. Esa era la camarada Rita, un
alma especial, una vocación sensible y vibrante de humanidad.
Ese mismo año, convocadas como fueron las elecciones
separadas de los Concejos Municipales, recibimos la orientación de intentar
participar, luego de una trayectoria de radical abstencionismo. Se propuso
crear un grupo de electores con el nombre de Unidad Marense, con Rita de Finol
y otras figuras notables de la comunidad, abanderando una lista de gran dignidad
para las concejalías; aunque se cumplieron todos los requisitos legales, se
truncó esa posibilidad por las malas prácticas que predominaban en el viejo
Consejo Supremo Electoral, dominado por los partidos del sistema Acción
Democrática y Copei.
La discusión sobre un viraje táctico en filas del PRV,
llevó a estadios complejos de “rebelión interna e irreverencia a la autoridad”,
en un marco de cuestionamiento de la sacralización de la lucha armada, las
tendencias foquistas y el sectarismo, como frenos al desarrollo del movimiento
revolucionario. En cualquier momento tocaría vivir la crisis interna que cundía
como un virus en la izquierda latinoamericana. El torbellino fue inevitable. La
división entre “los jefes” destruyó aquella otra familia que para Rita eran sus
compañeros. Vinieron días de profunda tristeza para muchas buenas personas. Pero
la vida y la luchan continúan. No fue fácil procesar anímicamente aquella
fractura, ni nunca se pudo evaluar cuánto incidió realmente la triste coyuntura
en el devenir de quienes la sufrieron.
El proceso de formación profesional de Rita fue
modesto aunque fértil. Las oportunidades eran escasas, sin embargo, entre sus
titulaciones agregó –con las máximas calificaciones- todos los niveles del
curso superior de contabilidad del INCE, que incluía la complicada contabilidad
de costos.
Los últimos años de su brevísima vida laboró en una
entidad bancaria, fungiendo simultáneamente como formadora del personal que era
incorporado a nuevas sedes en la región. Estaba siendo promovida a cargos
gerenciales cuando se le descubrió cáncer de hígado en julio de 1981.
Rita, la hija de Araminta Chacón, madre adorada por
sus cinco hijos, falleció el 25 de noviembre de 1981, a la temprana edad de 42
años.
Pasado mucho tiempo, su amiga de juventud y cuñada
Aida Finol, relató que siempre le venía el recuerdo que la conmovió muchas
veces al visitarla: “Rita cosiendo en su máquina, con sus pequeños hijos sentados
a su alrededor”.
Esa imagen, en tonos sepias, flota en el espíritu de
esta crónica como un poema de amor, una evocación de historias inasibles,
fugaces, pero imperecederas.
Yldefonso
Finol
Primo, no pude evitar que se me salieran las lágrimas, y se me erizara la piel... Definitivamente ejemplo, imagen también de abuela... Saludos, Alejandro
ResponderEliminarAmorosa, reveladora y hermosa crónica acerca de una gran mujer, cuyo ejemplo dignifican sus descendientes.. ¡Qué joven partió a otras constelaciones!..
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