Antonio José de Sucre y el “Crimen de
Berruecos”: el triunfo de las miserias humanas sobre el altruismo
Introito
El
asesinato premeditado del Gran Mariscal de Ayacucho, una persona
extraordinaria, que durante dos décadas dedicó toda su energía vital a una
causa altruista, admirada por los pueblos libres del mundo, representa la
antítesis de los valores morales que deberían guiar la existencia de una mejor
humanidad.
El trágico
suceso, lejano en el tiempo pero vívido en la conciencia, además de tristeza,
nos deja unas lecciones muy severas que aprender: las luchas emancipadoras
deben dotarse de un celo organizacional extremo, no permitiendo la infiltración
de elementos oportunistas y arribistas que mañosamente escalan cargos pasando
por encima de quienes con esfuerzo sincero y desprendimiento hicieron méritos
para asumir altas responsabilidades.
La
revolución bolivariana ha padecido por veinte años este flagelo del arribismo,
por falta de vigilancia y por relajamiento de los principios. La lista de
corruptos, irresponsables y traidores es larga, y ya debería ser paralizado su
crecimiento. Nuestras hermanas Ecuador y Bolivia sufrieron en carne propia la
tragedia de la traición más artera. La revolución ciudadana fue destruida desde
dentro por un espíritu maligno. En Bolivia los militares y policías avalaron el
asalto brutal del poder por sectores oscurantistas para entregarlo al
imperialismo y la oligarquía.
No basta
entonces derrotar al enemigo externo, al contradictor político, a la derecha
frontal, también hay que curarse en salud para impedir que los ambiciosos
infiltrados arruinen las grandes realizaciones. Sucre venció impecablemente al
ejército imperial mejor preparado y dotado del continente, que doblaba al que
dirigía el Gran Mariscal de Ayacucho; pero lo asesinaron un puñado de matones cobardes,
instigados por un parásito megalómano, que logró infiltrar las filas patriotas
y usufructuó el poder republicano que otros prohombres –como Sucre- construyeron.
I
Micro-biografía de Sucre
Antonio
José de Sucre nació el 3 de febrero de 1795 en la ciudad caribeña de Cumaná, oriente
de Venezuela, en una familia de abolengo, tradición militar y tempranas
convicciones patrióticas. Su mamá María Manuela Alcalá murió cuando “Antoñito”
tenía 7 años. Su padre Vicente lo inició en las artes bélicas siendo comandante
de los Húsares. A los 15 años se incorpora a la lucha independentista. En julio
de 1810 la Junta de Cumaná lo ascendió a subteniente de infantería. Sirvió los
primeros años a las órdenes de Mariño, Bermúdez y Piar, y pasó a trabajar con
Miranda en su cuartel general a los 17 años. En mayo de 1811 ya era comandante
de ingenieros en Margarita. Ese mismo año asciende a Teniente. En 1812 en
Barcelona dirige la Comandancia de Artillería.
Caída la
Primera República, el gobernador español Emeterio Ureña –en un gesto
humanitario- le expide pasaporte para exiliarse, pero no lo llegó a usar,
porque cuando Mariño con un grupo de patriotas reorganiza la resistencia en el
islote Chacachacare, y en enero de 1813 van a Cumaná, Sucre aparece para
unírseles. Pasa a ser hombre de confianza y afinque de las gestiones bélicas y
políticas de Mariño.
Tras la
derrota en Urica, caída la Segunda República, va a las Antillas y a Cartagena,
donde aporta su formación como Ingeniero Militar durante la resistencia a
Morillo. De esos días es esta descripción de su aspecto físico hecha por su
compañero de labores Lino Pombo: “joven venezolano de nariz perfilada, tez
blanca y cabellos negros, ojo observador, talla mediana y pocas carnes, modales
finos, taciturno y modesto”.
Cuando los
patriotas evacuaron Cartagena en diciembre de 1815, con 20 años, Sucre se
dedica a organizar los contingentes que buscan salvarse abordando las naves que
zarpan rumbo al archipiélago caribeño. Siendo de los últimos en retirarse, la
embarcación donde viaja enfrenta algunos problemas, no llega a la convocatoria
en Haití, y aparece refugiado en Trinidad, de donde sale a mediados de 1816 para
Venezuela; casi muere en el naufragio de la pequeña embarcación que lo
trasladó. En septiembre –siempre con Mariño- comandaba el batallón Colombia,
siendo Teniente Coronel. En diciembre asciende a Coronel, grado que se
materializa en agosto de 1817 por decisión del Libertador.
Sucre
entra en el círculo cercano a Bolívar de la mano del General Rafael Urdaneta;
estando en Barcelona, al influjo de este oficial de mayor edad, graduación y
prestigio, bolivariano desde los primeros días de la Campaña Admirable,
rechazaron la propuesta del General Mariño de erigirse en jefe máximo y cabeza
de un “gobierno” fallido creado en la población de Cariaco.
Es la
primera vez que el disciplinado Antonio José desoye a quien fuera líder de las
huestes independentistas en el oriente venezolano, en las que se inició precozmente.
Su conciencia serena y las sabias reflexiones compartidas con el prudente
Urdaneta, le orientaban a superar absurdas rencillas entre camaradas por la
manía caudillista de algunos jefes. Los localismos parroquiales, herencia del
feudalismo colonial, debilitaban la lucha que requería mayor unidad para
engrandecer las fuerzas de la libertad contra la opresión imperialista. Esa
grandeza de espíritu, esa visión estratégica, ese sentido de trascendencia, no
podía menos que adherirse al imán que personificaba tales valores: Simón Bolívar.
Siguieron la
ruta de Guayana para unirse al Libertador, quien en septiembre de 1817 le da
altas responsabilidades militares y políticas, y en octubre del mismo año, una
tarea “diplomática” muy especial: ir a conciliar con el resentido Mariño. Sucre
no titubea al dirigirse a su antiguo caudillo. Le habla con respeto, pero con
firmeza de las poderosas razones que asisten al único bando libertador: el de
Bolívar. “Mientras más amistad, más claridad”, se dice. Misión cumplida.
En las Memorias
del General en Jefe Rafael Urdaneta, encontramos relatado aquel episodio con la
modestia y sencillez que caracterizaba al muy leal bolivariano: “Llegaron a San
Francisco y allí encontró Urdaneta una comunicación del Coronel Antonio José
Sucre, en que le decía que tenía orden del General Marino para ponerse a sus
órdenes con las tropas que mandaba, si quería encargarse de ellas y obrar en el
sitio que se hacía a Cumaná. Estas tropas eran el batallón que había traído
Mariño consigo y otro batallón de indígenas llamado el Batallón de Colombia. No
sabía Urdaneta, cuándo ni por dónde podía ir a Guayana a reunirse con el
Libertador, pues que por todas partes necesitaba escolta que lo llevase y no la
tenía. Tomó, pues, el mando de la fuerza, juzgando que lo mismo era servir a la
Patria en un cuerpo que en otro, quedando Sucre de Jefe de Estado Mayor. Allí
permaneció algunos días hasta que formado en Cariaco un nuevo Gobierno, en que
se desconocía la autoridad del Libertador, se declaraba a Mariño Jefe Supremo y
se convocaba un Congreso… vino a Cumanacoa el Comandante Antonio Alcalá con
pliegos de Marino a exigirle a Urdaneta su reconocimiento; pero éste se negó a
ello, protestando no reconocer otra autoridad que la del Libertador que
aceptaban los pueblos y el ejército”.
Esa
verticalidad urdaneteana, presentida por Mariño, la trató de burlar el oriental
con unas “órdenes secretas” que el comisionado debía usar “para entenderse con
los jefes de los cuerpos”, logrando hacer desertar esa noche todo el batallón de
Güiria que acudió a sumarse al complot de Cariaco.
Redactada
siempre en tercera persona, como si el protagonista fuese un espectador de la
historia, la Memoria relata que el otro batallón comandado por Jerónimo Sucre –hermano
de Antonio José- y el Mayor Francisco Portero, “siendo éstos, así como el
Coronel A. J. de Sucre, hombres de razón, entró Urdaneta en conferencia con
ellos y les manifestó lo indebido de aquel proceder y las nuevas dificultades
que traería al país una revolución que no era otra cosa, cuando el objeto de
todos debía ser el de unirse para destruir a los españoles. Convenidos todos en
no reconocer el nuevo gobierno, decidieron también irse en busca del Libertador”.
En agosto
1819 Sucre es ascendido por el vicepresidente Zea a General de Brigada. En
septiembre de 1820 fue Ministro (interino) de Guerra y Marina. En noviembre
–otra vez junto a Urdaneta- protagoniza los históricos acuerdos Bolívar-Morillo
en Santa Ana de Trujillo, que constituyen el preámbulo del Derecho Internacional
Humanitario. El 11 de enero 1821, Bolívar, perfilando su Campaña del Sur, le
confiere el mando del Ejército de Popayán (¿dónde estaría el desgraciado de
José María Obando en ese momento?).
Sucre viaja
a asumir el mando que se le ha confiado. El 17 de enero de 1821 desde Neiva
redacta un reporte sobre la deteriorada situación del ejército del Sur,
caracterizada por carencias de todo lo necesario, habiéndose creado un ambiente
de decepción en las tropas. Le toca la ardua tarea de equipar, moralizar y
reanimar esa fuerza disminuida para ponerla a la altura del destino de
victorias espectaculares que está por alcanzar.
Comienza a
florecer un nuevo sol andino. Aunque no está presente en la Batalla de
Carabobo, sus propuestas fueron de gran utilidad en la estrategia aplicada.
Bolívar raudamente inaugura la Campaña del Sur. Va con Sucre tejiendo un
rosario de jornadas exitosas. Las de Bomboná el 7 de abril y de Pichincha el 24
de mayo 1822 consolidan la liberación del Ecuador. El 18 de junio Bolívar lo asciende
a General de División. El 17 de julio vence Bolívar en Ibarra a los tenaces
realistas de Pasto que venían a invadir Quito. Por encima de las trabas y
traiciones de la elite peruana, triunfan Bolívar y Sucre en Junín el 6 de
agosto de 1824, y ganan a su gusto la Batalla de Ayacucho que decreta el jaque
mate al Imperio Español a nivel continental.
A los 29
años el General venezolano Antonio José de Sucre recibe del Libertador Simón
Bolívar el exclusivo título de Gran Mariscal de Ayacucho. El 6 de agosto de
1825 crean Bolivia a instancias de la representación ciudadana de La Paz, Cochabamba,
Chuquisaca, Potosí, Oruro, que estuvieron bajo jurisdicción colonial
rioplatense y peruana. Es Bolívar el primer Jefe del nuevo Estado, y el 26 de
mayo de 1826 nombran Presidente a Sucre. Pese al gran amor y admiración que el
pueblo le profesa, y a ser reconocida su prolija obra fundadora en todos los
ámbitos, las apetencias de las oligarquías provocan una crisis política en
abril 1828. Sucre colma su talante democrático dirigiendo un mensaje
reconciliador al Congreso el 2 de agosto. Renuncia al gobierno y se va a Quito para
estar con su esposa, aunque por poco tiempo.
Azuzado por
el acérrimo antibolivariano William Tudor, embajador de Estados Unidos en Lima,
y en intriga coordinada con el cura Luna Pizarro y el traidor Francisco de
Paula Santander, el general peruano La Mar invade territorio de la Colombia
original por Guayaquil en noviembre de 1828. Bolívar pide a Sucre que dirija la
defensa del territorio nacional ultrajado, y el 2 febrero de 1829 triunfa en
Tarqui –como era su natural vocación de vencedor- contra los invasores
peruanos.
Es electo
diputado al Congreso de Colombia que convocó Bolívar para definir la crisis
política, teniendo que viajar a Bogotá. Las sesiones empezaban en enero 1830.
Lo mandan en misión de diálogo con el separatista José Antonio Páez. Se reúne
con Mariño en Cúcuta sin poder llegar hasta Venezuela y sin obtener resultados
favorables. Se siente frustrado. Es en ese momento que propone que los jefes
militares se alejen del poder por un tiempo, para disminuir las tensiones
políticas que se habían exacerbado. También predictivamente, le dice al
Libertador: “Veo delante de nosotros
todos los peligros y todos los males de las pasiones exaltadas, y que la
ambición y las venganzas van a desplegarse con todas sus fuerzas” (Carta de
Sucre a Bolívar. Cúcuta. 15 abril 1830)
El
Libertador renuncia al poder. Las sesiones concluyen sin soluciones. Sucre decide
volverse a Quito, saliendo de Bogotá el 13 de mayo. Va apesadumbrado por la
inevitable demolición del edificio de glorias y libertades que con inmensos
sacrificios y talento levantaron. Va con el alma presa de melancolía por la
distancia que ahora se interpone al encuentro siempre fraterno y fértil con El
Libertador. Se despide con tanta ternura que las áureas de aquellas letras aún
conmueven la fibra de los sensibles: “Mas no son palabras las que pueden
explicar los sentimientos de mi alma respecto
a usted, usted los conoce, pues me conoce mucho tiempo y
sabe que no es su poder, sino su
amistad la que me ha inspirado el más tierno afecto a su persona. Lo
conservaré, cualquiera que sea la suerte, que nos quepa”· (8 de Mayo de 1830.)
Su
espíritu vibraba al deseo de que los hermanos de causa y patria se entendieran
“con calma y sin ruido de guerras civiles”.
En
diversos documentos Bolívar califica a Sucre como un ser humano excepcional. Al
enviarlo como su representante ante los republicanos del Perú, escribe: “Confieso
con franqueza que no ha dado Venezuela un oficial de más bellas disposiciones,
ni de un mérito más completo. Aunque criado en la revolución, y sin haber
podido tener otra educación que la que da la guerra, es propio para todo lo que
se quiera…Tanto en la dirección de la guerra como en la ejecución de las
medidas conciliatorias, puede servir el general Sucre”.
Tanta fue
su admiración que se dignó redactarle una biografía: “En medio de las
combustiones que necesariamente nacen de la guerra y de la revolución, el
General Sucre se hallaba frecuentemente de mediador, de consejo, de guía, sin
perder nunca de vista la buena causa y el buen camino. Él era el azote del
desorden y, sin embargo, el amigo de todos”.
En otra carta a Juan José Flores, en medio de la crisis que derrumbaría
el cielo de sus glorias, hace anuncios cruciales: “Yo estoy no solamente
cansado del gobierno, sino hostigado de él, por consiguiente haré todo lo que
sea posible para separarme del mando, quedándome sólo con el del ejército, si
me lo quieren dar. Mucho siento dar a usted esta noticia pero debo hacerlo para
su gobierno. Probablemente sea el General Sucre mi sucesor, y también es
probable que lo sostengamos entre todos, por mi parte ofrezco hacerlo con alma
y corazón”. (Popayán, 5 de Diciembre de 1829)
II
Los asesinos
Algunas
voces interpretaron que el presunto celo provocado en Flores por esos
conceptos, actuaron como detonante de su participación en la muerte de Sucre.
Pero las evidencias exoneran al presidente ecuatoriano y acusan a otros.
Cuando Sucre sale de Bogotá lleva en su espalda la sentencia de muerte
que le ha impuesto una jauría de malhechores autodenominados “liberales”,
“demócratas”, “legalistas”, “juristas”, “constitucionalistas”, la mayoría de
los cuales no habían aportado nada en la gesta de Independencia, pero si
supieron escalar sigilosamente desde el fango cual reptiles por las ramas que
la intriga les facilitó en la Bogotá santanderista. Una sociedad de criminales
y cómplices infestó la ruta del Gran Mariscal. Expertos hipócritas, beodos
cagatintas, adulantes tarifados, mercenarios de alma, sicarios todos de la
historia y la dignidad. Es la calaña de tipos que secuestró a Colombia hasta
este tiempo.
Sospechas y certezas abundaban acerca de la sarna antibolivariana que
picaba a los despechados santanderistas. El 15 de abril de 1830 la premonición
se manifestaba con letras de funesta clarividencia: “Veo delante de nosotros
todos los peligros y todos los males de las pasiones exaltadas, y que la
ambición y las venganzas van a desplegarse con todas sus fuerzas”.
Un pasquín de logia bogotana, “El Demócrata”, publicó el primer día de
junio el llamado a la emboscada fatal: “Pueda ser que Obando, haga con Sucre,
lo que no hicimos con Bolívar”. Vaya “demócratas” que en vez de debates, dan
pólvora y plomo (por la espalda); en vez de tribunos, son sicarios; y en vez de
elecciones, organizan magnicidios.
Pero, ¿quién es este Obando a quien las hienas saben capaz de matar a
Sucre desde las sombras? José María Obando es el prototipo del traidor
arrastrado, dispuesto a violar el glosario de la ética con tal de subirse al
poder; congénitamente alérgico al honor y los valores morales, narcisista que
no guarda empatía con otra vida que la suya. Nunca, léase bien, nunca luchó por
la Independencia. Su formación militar la obtuvo en el ejército monárquico. Es un
realista furibundo hasta que sabe perdida a España y corre a saltarse la
talanquera. Es en enero de 1822 que pide
incorporarse a filas patriotas, cuando ya Venezuela y Nueva Granada eran
libres, y estaban prontas las batallas de Bomboná, Pichincha e Ibarra, en
ninguna de las cuales estuvo presente. Era teniente coronel y siempre había
dirigido tropas realistas. En octubre de 1826 Santander lo asciende a Coronel
efectivo sin haber luchado en ninguna batalla por la causa independentista. Eso
sí, estaba listo para prestarse a corroer la obra magna de los héroes. Toda su
actuación se centra en problematizar la vida de la República. En 1827-1828 es
herramienta desorganizadora, cuestionando violentamente el liderazgo del
Libertador. Se junta José Hilario López, otro megalómano inescrupuloso,
ofreciéndose en alianza con Gamarra y La Mar en acciones traicioneras contra
Bolivia, Ecuador, contra la propia Colombia, o sea, contra el Proyecto
Bolivariano que encarnaba Sucre.
¿Actuaron solos los santanderistas en el plan
destructor del Proyecto Bolivariano? No. Desde marzo de 1824 Santander se
convirtió a la “doctrina Monroe”. Los diplomáticos estadounidenses diseñaron y
coordinaron milimétricamente las acciones. Primero Richard Anderson y después William
Henry Harrison, establecieron en Bogotá el núcleo de la conspiración
antibolivariana, que se interconectaba con William Tudor en Lima y Joel Poinset
en México. El 7 de septiembre de 1829, a un mes de la predicción
antiimperialista de Bolívar en Guayaquil, Harrison –que luego fue presidente de
Estados Unidos- deja plasmada en una comunicación secreta al Secretario de
Estado, su balance de la situación del proyecto liderado por Bolívar: “El drama
político de este país se apresura rápidamente a su desenlace…Una mina ya
cargada se halla preparada y estallará sobre ellos dentro de poco”. ¿Qué sabía
el espía para afirmar tajantemente la inminencia de un desenlace desfavorable a
nuestra causa?
Obsérvese la seguridad
y el morbo de sus palabras. Este “embajador” gringo fue pionero en la
práctica -institucionalizada por USA- consistente en desestabilizar países y
preparar golpes de Estado contra gobiernos no sumisos a sus designios. En
oficios anteriores dio parte de las maniobras, en las que aparece metido hasta los
tuétanos el asesino de Sucre: “Obando se encuentra en el campamento de Bolívar
seduciendo a sus tropas. Córdova ha seducido al batallón que está en Popayán y
se ha ido al Cauca y Antioquia, las cuales están maduras para la revuelta…Se
distribuye dinero entre las tropas, sin que el gobierno tenga todavía
conocimiento de estos movimientos”.
Como parte del espionaje contra Bolívar y sus
compañeros, fue robada la correspondencia, falsificaron documentos, montaron
provocaciones distraccioncitas, asesinaron a cuadros medios so pretextos
fútiles, enredaron en cuestiones pasionales a personalidades como Córdoba, otrora
glorioso combatiente que degeneró en actos deshonrosos, en fin, utilizaron
todas las artimañas que los ruines son capaces cuando la ambición y la envidia
los asaltan.
Al primero que embarcó Obando fue a un acólito suyo de
origen venezolano llamado Apolinar Morillo, Coronel trujillano radicado en Cali:
nueve años de compinches dieron la confianza para tratar semejante aberración.
Cuando por fin se plantó juicio, confiesa haber recibido órdenes de Obando para
asesinar a Sucre: “que Obando lo llamó a su habitación y en presencia del
Comandante Antonio Mariano Álvarez le dijo que Sucre iba a Ecuador a levantar
una fuerza y coronar al Libertador, por lo que la patria estaba en peligro, y
la única forma de impedirlo era quitarlo de en medio, por lo que debía ir a
contactarse con José Erazo en el Salto de Mayo y consignarle las instrucciones
que al efecto le entregaba”.
“El ladrón juzga por su condición”, dice el refrán.
Acusaban a Bolívar de todo aquello de que ellos eran capaces (Obando fue
siempre pro monárquico) y que Nuestros Libertadores Bolívar y Sucre siempre
repudiaron.
José Erazo confesó su complicidad en el crimen y juró
que Morillo le dio la orden firmada por Obando para “dirigir el golpe de
Berruecos”. La esposa de Erazo, Desideria Meléndez, presentó al tribunal la
orden de Obando que Apolinar Morillo le entregó personalmente en presencia de
ella.
En su confesión Erazo confirma la instrucción por
escrito de Obando y la insistencia de Morillo, a quien señala de haber dirigido
directamente todo hasta el detalle de ensayar el atentado en el sitio con los
tres hombres armados con rifles: Andrés Rodríguez, Juan Cuzco y Juan Gregorio
Rodríguez.
La aparición en escena del Coronel Juan Gregorio Sarria,
es el sello y firma en cuerpo presente del instigador principal del “Crimen de
Berruecos”; este Sarria es otro derrotado realista que en mala hora entró a
filas republicanas del rabo de su jefe Obando, paisano y mentor.
José Hilario López, tenebroso
monumento a la hipocresía y la traición, se dio el tupé de hospedar a Sucre en
su casa, y no bien continuó su ruta el Mariscal, con fecha 19 de mayo le
escribió al general Caicedo, vicepresidente de Colombia, una carta que seguro
califica para la antología universal de la envidia y la ignominia: “Para mí,
Sucre no es más sino un fantasma, que desaparecerá con solo echarlo al más alto
desprecio…”. Paralelamente, López redacta otra nota que es entregada por vía de
un cura apellido Mosquera a José María Obando. La contestación fue concisa: “He
recibido tu carta, te la aprecio. Sucre no pasará de aquí”.
Trece años después el
mensajero con sotana era arzobispo de la Nueva Granada, y cuentan que hizo famosa
una cínica frase que delataba su alcahuetería: “En Bogotá andan sueltos los
asesinos de Sucre”.
¡Qué clase de alimaña será
ese Obando que al grito de “Dios, Religión y Constitución” convoca a sus amigos
asaltantes de caminos, matones desalmados como el Juan Andrés Noguera y el José
Erazo, a unírsele para asesinar al Padre de la Patria y al Gran Mariscal de
Ayacucho!
¡Cuántas falsedades
enseñarán en las escuelas de Colombia para disfrazar de “héroes” a traidores,
asesinos y cobardes megalómanos como Santander, Obando y López!
Por algo tuvo que asumir el
poder en Bogotá el General en Jefe Rafael Urdaneta aquel 5 de septiembre de
1830, para detener –con una valentía irrepetible- el genocidio que ya se
iniciaba contra los fieles bolivarianos.
Sonarán imponentes de vaticinio los conceptos emitidos
hace un siglo por el historiador Francisco Aristeguieta, cuyas investigaciones
siguen dando luces sobre el impune “Crimen de Berruecos”: “Si la envidia y la
egolatría de Santander no hubieran interrumpido y arruinado la obra colosal del
Libertador, Colombia se habría librado de profundas desgracias, y la figura
fatídica de Obando no se habría proyectado en la historia colombiana, como se
proyecta hoy, con todos sus horrores”.
¿Presentiría el cronista cumanés las masacres, fosas
comunes, desplazados, “falsos positivos”, magnicidios, y asesinatos selectivos
de líderes sociales que han signado la historia de la Colombia contemporánea?
Sugestivo ejercicio para identificar a los Obandos y Santanderes de la
actualidad.
III
Conclusiones
-
El
propósito de destrucción del Proyecto Bolivariano de liberación nacional,
emancipación social, unidad latinoamericana y paz internacional, logró concitar
la más horrenda alianza de intereses: el naciente imperialismo estadounidense,
los solapados reductos del colonialismo, las oligarquías criollas y las
apetencias de poder de los caudillismos localistas.
-
El
mismo grupo político que maquinó el intento de magnicidio contra El Libertador
en septiembre de 1828, es el que ejecuta el asesinato del Gran Mariscal de Ayacucho
Antonio José de Sucre el 4 de junio de 1830.
-
Esta
telaraña de intereses concatenó la ola separatista de la oligarquía en
Venezuela, el magnicidio frustrado y la invasión peruana a Bolivia y Ecuador en
1828, el alzamiento antibolivariano de José Hilario López y José María Obando
en enero de 1829 en el Cauca para cortar el paso de Bolívar hacia Guayaquil, la
pérfida campaña de descrédito contra El Libertador acusándolo de pretender
coronarse monarca y otras calumnias que el proceder cotidiano de Bolívar
desmentían, pero que la pluma malsana seguía destilando sobre las mentes más
atrasadas de aquella sociedad que apenas salía (¿o nunca lo hizo?) del claustro
espiritual de la Colonia.
-
La
muerte de Sucre, ante el retiro de Bolívar, se diseñó como estocada fatal a la
posibilidad de una verdadera independencia y un gobierno popular. El impacto
negativo de este hecho monstruoso para los pueblos de Nuestra América, es sólo
comparable –en sentido inverso- con la trascendencia que para la libertad y la
emancipación social tuvieron las inmortales batallas libradas por el Gran
Mariscal de Ayacucho.
IV
Epigrama
Renuente como soy a rumiar las frases hechas con rebuscadas
alusiones grecolatinas, y las manidas y fastidiosas apelaciones bíblicas,
invito a recordar a nuestro prócer magnífico, invencible y virtuoso, con la más
excelsa prosa dedicada por el generoso corazón del Genio de América: “El
General Sucre es el Padre de Ayacucho: es el redentor de los hijos del Sol; es
el que ha roto las cadenas con que envolvió Pizarro el imperio de los Incas. La
posteridad representará a Sucre con un pie en el Pichincha y el otro en el
Potosí, llevando en sus manos la cuna de Manco-Capac y contemplando las cadenas
del Perú rotas por su espada”.
Lo asesinaron a los 35 años, el 4 de junio de 1830 en
el lugar llamado La Venta, montañas de Berrueco, cuando iba a reunirse con su
familia quiteña. La buena gente de todas partes lo recuerda con amor.
Yldefonso Finol
Historiador Bolivariano
No hay comentarios:
Publicar un comentario