Sentida Dedicatoria para Eduardo Ríos
No puedo
decir epitafio, porque como afirmó Tomás Borges sobre su compañero el
Comandante sandinista Carlos Fonseca, Eduardo seguro será de esos seres
especiales que nunca mueren; en primer lugar, porque el amor que sembró en su
familia es más hermoso y perenne que los jardines de Babilonia.
No podemos
decir adiós (palabra siempre en desuso cuando hay una querencia tan abrazada a
nuestras neuronas), porque sencillamente, no luce, no sirve para definir una
despedida que no indica separación, ningún alejamiento, donde no existe la más mínima
probabilidad del jamás.
Tampoco
servirá apelar al latinismo “In Memoriam” –lo que tal vez daría un acorde solemne
a esta dedicatoria- porque a un compañero tan querido no sólo se le recuerda,
se le siente intensamente, con anhelo y con dolor, que son los químicos con que
la magia humana forma el amor.
Si la
existencia vital de Eduardo Ríos creó tanta solidaridad y esperanzas, es porque
sus luchas estaban inspiradas en lo más altruista, lo más sublime, lo más
arriesgado, lo irrenunciable: ese sueño milenario e irrenunciable de la
igualdad.
A Eduardo
–como dijo Bolívar de Urdaneta- no hay quien pueda sustituirlo. Excepcional encontrar
en una sola persona tanta virtud: sensibilidad, compromiso, arrobo, valentía,
paciencia, sabiduría, tenacidad, camaradería.
Ejercer
el magisterio cotidiano, con una modestia que engalana todo esfuerzo, con desprendimiento,
con perseverancia, con sentido de pertenencia a un espacio-tiempo histórico que
debía defenderse por encima de todos los imposibles. Tal fue su vocación de
revolucionario genuino, cabal, raigal, originario.
Eduardo
Ríos Méndez, cariñosamente “Guaco”, añú descendiente, de la estirpe del Cacique
Nigale, zuliano de pura cepa, enamorado de nuestra Historia, bolivariano y
urdanetano, combatiente de Nuestra América, internacionalista “patria o muerte”,
martiano y fidelista como cubano adoptivo-afectivo, amante del lago Tinaja del
Sol y del mundo utópico de una mejor humanidad al que dedicó su vida fértil e
inextinguible.
Honores
eternos a tus glorias, Camarada.
Yldefonso
Finol
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