El rollo gringo con Venezuela: del 23 de
diciembre de 1817 primera invasión antibolivariana, a una “ley” que mancilla el
nombre del Libertador
Mucho se
dice que Estados Unidos no tiene amigos, sino, intereses. Pues ya sería tiempo
que en Venezuela no tuviera ni una cosa ni la otra. (Y en ningún país de Abya
Yala)
Si en
esa sociedad hubiese un mínimo de virtud, un hálito de decencia, lo único que deberían
sentir por Venezuela es agradecimiento, con mayúsculas; porque todo lo que
lograron en el siglo XX fue gracias a “nuestro” petróleo y a la clase
trabajadora venezolana. (Hablo con sarcasmo, no con ingenuidad)
Ellos expresan
con mucha sensibilidad social su “espíritu de la Navidad”: organizan exterminio
de pueblos originarios, martirizan cuerpos esclavizados, provocan golpes de
Estado, bloquean las economías de países vecinos, aprueban leyes para amargar
la pascua de personas que en nada les molestan a ellos: las bestias rubias que
advirtió Sandino.
Se
cumplió un siglo este 14 de diciembre del “Reventón del Barroso” (por cierto,
sin pena ni gloria entre la dirigencia nacional), aquella erupción de óleo
fósil que emergió de las entrañas del Lago Maracaibo en orillas de Cabimas, que
significó la entrada protagónica de nuestro país en el mercado de hidrocarburos
a nivel internacional. Pienso en tantos trabajadores sacrificados en las
complicadas faenas exploratorias, productoras y refinadoras, y siento que hay
una deuda moral y material muy grande; pienso en nuestro lago añú Tinaja del
Sol, y sufro el inmenso daño ambiental causado (que no cesa).
Fueron
los gringos, sin ninguna duda, los principales beneficiarios de esa riqueza
natural que los dictadores y politiqueros entregaron principalmente al capital
yanqui, más una parte al anglo-holandés.
La
parasitaria burguesía criolla, sobre todo la central-capitalina, también se
vaciló sus privilegios manejando la telaraña burocrática como bien lo sabe
hacer desde Páez (¿o desde la Colonia?) para acá.
Las calles
del barrio La Rosa de Cabimas, sede de Los Barrosos, son un desastre de arenas
y aguas servidas; como la Falcón-Zulia sigue siendo una callejuela rural. Nada
que ver con Las Mercedes y Chuao, y la autopista del Centro; extrapolemos la
comparación con la Gran Manzana, Wall Street, y la interestatal 95 en la costa
este de USA, para reiterarnos en la conclusión de que el saqueo colonialista no
concluyó con la Guerra de Independencia que libraron los ejércitos de Simón
Bolívar.
En la
racionalidad imperialista anglosajona, expresada en un diciembre de 1823 como
Doctrina Monroe, las gentes de Abya Yala somos considerados algo menos que
súbditos, y la única “actitud” permitida, es la sumisión.
I
El 23
diciembre de 1817 se produce la primera arremetida bélica abierta de Estados
Unidos contra el Proyecto Bolivariano: ese día invadieron la recién creada República
de Florida en la Isla Amelia.
Siguiendo
la obra del Presidente del Centro Fidel Castro, el historiador René González
Barrios, encontramos que “en 1817 La Florida era territorio español. Con el fin
de contrarrestar el poder de España en la región y crear una base avanzada para
satisfacer necesidades logísticas y militares de su ejército, Bolívar envió
ciento cincuenta bravos patriotas venezolanos a tomar isla Amelia, en la
desembocadura del río Saint Mary, al norte de Jacksonville, y fundar la
República de Florida, acción que se consumó el 29 de junio de ese año. Los comandaba
el general Gregorio Mac Gregor, valiente escocés, fiel y devoto del Libertador.
Aún Venezuela no era completamente independiente, pero el Libertador tenía
planes estratégicos. La nueva República de Florida, pondría en peligro la
hegemonía de España en el área porque –según Pividal- “esta se vería obligada a
sacar de México sus fuerzas para proteger a Cuba o abandonar ésta para proteger
a México”.
Continúa
González Barrios en su antológico libro Cruzada de Libertad: Venezuela por Cuba
(Ed. Verde Olivo, 2005): “Los patriotas venezolanos estaban convencidos del
importante servicio que esta plaza ofrecería a los independentistas de todo el
continente, sobre todo, porque albergaban las esperanzas de que se levantaría
como punto seguro para el comercio militar con Estados Unidos. España no hizo
mayores esfuerzos para reconquistarla. Estados Unidos se ocupó de ello. El
presidente Monroe había calificado el hecho como “simple aventura privada y sin
autoridad”…Cinco días después de quedar instaurada la República de Florida con
capital en Fernandina, la flota venezolana confiscaba en los mares del Caribe
sur, las goletas norteamericanas Tigre y Libertad, por comerciar pertrechos de
guerra con las fuerzas españolas en Venezuela. El gobierno de Estados Unidos se
sintió insultado y ofendido. No podía tolerar tamaña osadía. Primero, una
República independiente en sus narices, establecida por una “potencia
extranjera”; y segundo, la confiscación de dos de sus buques que violaban las leyes
de neutralidad que supuestamente Estados Unidos observaba en el conflicto suramericano.”
Sigue González
Barrios, todo un experto en historia de la guerra de liberación cubana: “Se
sucedieron entonces, a una velocidad increíble, declaraciones amenazantes e
incidentes que tuvieron como colofón el apresamiento e incendio del buque
venezolano Tentativa por el capitán norteamericano John Elton, comandante del
crucero de guerra Saranac. Por esos días fue que Bolívar, respondiendo a
amenazas de funcionarios norteamericanos, declaró: “lo mismo es para Venezuela
combatir contra España que contra el mundo entero, si todo el mundo la ofende”.
“El 23 de diciembre de 1817, fuerzas navales y terrestres norteamericanas
invadieron isla Amelia, ocuparon Fernandina y disolvieron la República de
Florida. Poco después, en 1819, adquirieron de España la península a cambio de
un pasivo de cinco millones de dólares.”
II
Duelo epistolar y punto de inflexión
“Pividal
informa en su obra clásica sobre Bolívar como precursor del pensamiento
antiimperialista, que “cuando el gobierno republicano de Venezuela dispuso –por
decreto del 6 de enero de 1817, publicado incluso en los Estados Unidos- el
bloqueo de Guayana y Angostura, los buques mercantes norteamericanos hicieron
caso omiso y burlaron sistemáticamente el bloqueo. En ese mismo año fueron
capturadas por las fuerzas marítimas de Venezuela las goletas norteamericanas
Tigre y Libertad, cuando llevaban recursos bélicos a los realistas”.
Este
episodio da pie a un ejemplarizante duelo epistolar entre El Libertador Simón
Bolívar y el agente gringo Bautista Irvine, diplomático de Estados Unidos
destacado en Venezuela.
El 20 de
agosto de 1818, escribe Bolívar a Irvine: “Si es libre el comercio de los
neutros para suministrar a ambas partes los medios de hacer guerra, ¿por qué se
prohíbe en el Norte? ¿Por qué a la prohibición se le añade la severidad de la
pena, sin ejemplo en los anales de la república del Norte? ¿No es declararse
contra los independientes negarles lo que el derecho de neutralidad les permite
exigir? La prohibición no debe entenderse sino directamente contra nosotros que
éramos los únicos que necesitábamos protección. Los españoles tenían todo
cuanto necesitaban o podían proveerse en otras partes…Mr. Cobbett ha declarado
en su semanario la parcialidad de los Estados Unidos a favor de la España en
nuestra contienda. Negar a una parte los elementos que no tiene y sin los
cuales no puede sostener su pretensión cuando la contraria abunda en ellos, es
lo mismo que condenarla a que se someta, y en nuestra guerra con España es
destinarnos al suplicio, mandarnos a exterminar”.
Las
notas hipócritas y prepotentes del espía yanqui no se hicieron esperar, pero
serían jaqueadas por la pluma encendida del ilustre guerrero venezolano:
“protesto a usted que no permitiré que se ultraje ni desprecie el Gobierno y
los derechos de Venezuela. Defendiéndonos contra la España ha desaparecido una
gran parte de nuestra población y el resto que queda ansía por merecer igual
suerte. Lo mismo es para Venezuela combatir contra España que contra el mundo
entero, si todo el mundo la ofende”.
Más
claro no canta un gallo, dice nuestro pueblo. Bolívar comienza a tener
conciencia de que con aquel país no sólo no se contaba como posible aliado,
sino que definitivamente, era un enemigo con el que tarde o temprano habría que
enfrentarse.
Como
afirma Pividal, “la tendencia expansionista y hegemónica de los Estados Unidos
habría de encontrar su contrapartida en el ideal bolivariano”. También en este
aspecto el bolivarismo adquiere la condición de doctrina que sustenta la
igualdad de las naciones y el rechazo a toda pretensión de hegemonía en el
continente americano.
El salto
a una nueva fase de la visión bolivariana sobre Estados Unidos, comenzó a
gestarse un quinquenio más tarde de sus quejas de Kinstong y par de años tras
los sucesos de Tigre y Libertad en el Orinoco; particularmente con los
conceptos emitidos en la carta precitada del 25 de mayo
de 1820, dirigida a José Tomás Revenga, que continúa así: “Yo no sé lo que
deba pensar de esta extraordinaria franqueza con que ahora se muestran los
norteamericanos: por una parte, dudo, por la otra me afirmo en la confianza de
que, habiendo llegado nuestra causa a su máximo, ya es tiempo de reparar los
antiguos agravios. Si el primer caso sucede, quiero decir, si se nos pretende
engañar, descubrámosles sus designios por medio de exorbitantes demandas; si
están de buena fe nos concederán una gran parte de ellas, si de mala, no nos
concederán nada, y habremos conseguido la verdad, que en política como en
guerra es de un valor inestimable. Ya que por su anti neutralidad la América
del Norte nos ha vejado tanto, exijámosle servicios que nos compensen sus
humillaciones y fratricidios. Pidamos mucho y mostrémonos circunspectos para
valer más…”
Los
antagonismos entre la visión bolivariana de una América Hispana independiente,
unida y, por tanto fuerte, comenzaron a chocar de frente con la predisposición
de los patriarcas blancos protestantes, esclavistas y usurpadores de
territorios y bienes de los pueblos originarios a quienes masacraron, que
llegaron a temer tanto como a aborrecer la
integración planteada por Bolívar, la misma que comenzó a materializarse
en acuerdos y tratados que incluían –como era de esperar- lo militar. Esto
sabían los gringos por el espionaje constante a que sometieron el proceso del
parto libertario indoamericano.
Tal lo
fue intuyendo Bolívar, que comenzó a enviar las instrucciones sólo con
oficiales de extrema confianza, al tiempo que le recomendaba a Urdaneta y
Sucre, hacer lo suyo, cuidando que los correos viajasen rápido y bien
resguardados de los enemigos de fuera y dentro. Se lo dijo a Urdaneta, su más
leal General. Sabe que están detrás de sus cartas: “temo que en estas
circunstancias mis cartas sean sorprendidas”.
Estados
Unidos temía y odiaba en Bolívar el propósito central de crear una sociedad
diametralmente opuesta a la deseada por los “padres fundadores”: “Era
preferible entonces que la débil España permaneciera dueña de sus colonias en
América y que se aplazara la independencia de estos territorios hasta que los
Estados Unidos estuvieran en condiciones de enfrentar a Inglaterra por el
dominio (económico) del continente”; porque sentían que se les venía encima “la
amenaza que representó para su sistema esclavista que las revoluciones al sur
del continente comenzaran a incorporar a los programas de lucha la abolición de
la esclavitud”. (Pividal)
Le
temían a estas “locas e indigestas” ideas: “Legisladores, la infracción de
todas las leyes es la esclavitud. La ley que la conservara sería la más
sacrílega. ¿Qué derecho se alegaría para su conservación? Mírese este delito
por todos los aspectos, y no me persuado que haya un solo boliviano tan
depravado, que pretenda legitimar la más insigne violación de la dignidad
humana, ¡Un hombre poseído por otro! ¡Un hombre propiedad!”.
Tal es
el programa bolivariano para una nueva humanidad. Por eso, era lo más lógico
que los que planeaban apoderarse del continente y luego del planeta, lo
adversaran. Más, cuando ese pequeño cuerpo que guardaba un humano gigante en
valores, tenía entre sus ideas revolucionarias, sobre las que legisló y puso en
práctica de gobierno haciendo palpable su compromiso: derechos de los
indígenas, fin de la esclavitud en general (y de los africanos en América en
particular), derecho a la educación popular, soberanía estatal de las minas y
otros bienes del suelo patrio, entre otras.
Estados Unidos
combatió a Bolívar vivo y muerto, y junto a la comparsa de envidiosos,
intrigantes y traidores que le acecharon, trató de matarlo física y moralmente,
en vida y ya difunto. Valga el realismo mágico.
Desde el
10 de diciembre de 1810, muy temprano, los Estados Unidos trazaron su
estrategia del cinismo como política de Estado hacia las nacientes repúblicas
nuestroamericanas. Pividal cita la resolución conjunta del Congreso yanqui,
donde queda demostrada la hipocresía utilitarista del Norte: “los revolucionarios
de Hispanoamérica enfrentarían solos el poderío español y cuando hubieran
alcanzado la independencia, si la alcanzaban, los Estados Unidos concurrirían
entonces a exigirles lo que debía corresponderles. Como pago, accederían al
reconocimiento”.
Claro
que las encontrarían destrozadas por las guerras, con sus arcas públicas no
sólo agotadas sino comprometidas, y las oportunidades de negocios les serían
favorables a “los que siempre quieren más”. (Tomado del libro La Doctrina
Bolivariana. Esencia y vigencia. Y. Finol, 2021)
Todavía en
1823, días antes de la bicentenaria Batalla Naval de Maracaibo, nuestras
fuerzas marinas detuvieron barcos gringos con armamento para el genocida
Francisco Tomás Morales. Y en diciembre de ese año, el azote de la soberanía
indoamericana James Monroe, lanzó su doctrina imperialista que hoy han aplicado
en el parlamento gringo, aprobando un “ley” oprobiosa, inaceptable, írrita,
pero que sirve para poner al descubierto la malsana relación que aspiran tener
estos malnacidos con los pueblos invencibles de la Abya Yala bolivariana.
Yldefonso
Finol
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