Día de
la mujer: mercado capitalista, herencia patriarcal y dogmas religiosos
Un concepto de mortal contenido (económico con su
correlato jurídico-político) está en la esencia del sistema que margina y
oprime a la mujer: la propiedad privada.
En las sociedades esclavista y feudal la mujer vivió
los tormentos más horrendos que la humanidad ha sido capaz de provocar (y
soportar). La segmentación social por la división del trabajo y su expresión ideológica
en las construcciones religiosas y culturales, relegaron a la mujer a un plano
supuestamente inferior que llegó a los extremos de considerarla un ser débil,
irracional, sin alma y pecaminoso de origen.
Esta aberración arcaica se trasmitió en todos los
códigos y ámbitos, abarcando desde la configuración familiar tradicional hasta
los prejuicios culturales que impactan dialécticamente lo socioeconómico y lo
político (y viceversa). El poder fue cada vez más reservado al macho que sale
de cacería y hace las guerras, mientras a la mujer se le dejaron el resto de
las cargas y se le apartó de la toma de decisiones. El idioma como toda
elaboración social, se tornó en masculinidades dominantes y excluyentes; y
cuando el “hombre” hizo a dios a su “imagen y semejanza”, elaboró las normas o
mandamientos, organizó las instituciones para ejercer el poder, se esmeró en
imponer que sólo los machos serían propietarios y sólo los propietarios
tendrían el poder.
Esa es la ecuación que ha regido la historia de esta
multicultural y plurinacional diversidad llamada “humanidad”.
II
Cada 8 de marzo el comercio celebra otra zafra de
regalos y fiestas. Si hasta las tragedias las convierten en fetiches del
consumismo y la máxima ganancia. Un icono tan anticapitalista como el Che
Guevara no dudaron los publicistas al servicio de las transnacionales en usarlo
para vender multiplicidad de mercancías a la juventud que veía en el
guerrillero argentino-cubano un símbolo de su propia rebeldía.
Las trabajadoras que murieron quemadas en la Cotton
Textile Factory, en Washington Square, Nueva York, porque los dueños de la
fábrica las habían encerrado para que no pudieran declarar la huelga, fueron
borradas del imaginario colectivo sustituyendo aquél martirio por una
celebración vacía.
Pero quedó en los inicios de las luchas obreras por la
reducción de la jornada, por el derecho al descanso y a dar alimentación a la
familia, la huella indeleble de las mujeres bolivarianas, socialistas,
anarquistas y comunistas, que fueron las verdaderas heroínas de esas primeras
conquistas feministas contra la explotación capitalista.
Son ellas: Flora Tristán, Manuela Sáenz, Rosa
Luxemburgo, Clara Zetkin, Frida Kahlo, y una larga lista de luchadoras
revolucionarias en todo el mundo que hoy debemos recordar y honrar.
En la gesta independentista –y antes en la resistencia
a la invasión europea- la mujer de Abya Yala ha estado en combate permanente
contra la opresión colonial y por hacerse de un espacio propio de realización.
En medio de una cultura machista dominante, las patriotas venezolanas Ana María
Campos, Domitila Flores, Josefa Camejo, Luisa Cáceres, Juana Ramírez,
enfrentaron con su verbo y su coraje al régimen imperial, sufriendo persecución
y tortura.
Desde 1910, durante la Segunda Conferencia
Internacional de Mujeres Trabajadoras celebrada en Copenhague, se aprobó
declarar el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer Trabajadora, y en
1975 la Asamblea General de las Naciones Unidas estableció esta fecha como el
Día Internacional de la Mujer.
III
Si bien es cierto que aquellos tiempos inquisitorios y
feudales quedaron atrás, que las luchas de la mujer y el movimiento liberador
que las acompaña han alcanzado reivindicaciones importantes, no dejan de
alarmar las manifestaciones de ese machismo patriarcal heredado de las épocas
más oscurantistas de la historia. La estadística de violencia de género y
–específicamente- feminicidios observada en pleno siglo XXI, es una afrenta
moral y un flagelo social que avergüenzan la existencia misma del “hombre”.
Todavía se oyen prédicas medievales desde los púlpitos
y los tribunales, las academias y los medios de comunicación, los gobiernos y
las cámaras empresariales, que provocan asco en los espíritus más sensibles,
por la indignidad con que vociferan concepciones supremacistas obsoletas,
gérmenes de la deformación del alma de la comunidad.
Justificar con discursos mediatintas, maniqueísmos prehistóricos,
dogmas ridículos, cualquier agresión física o simbólica hacia la mujer, es
prestarse a satisfacer intereses inconfesables de logias falocráticas que han
incurrido en las más degradantes prácticas, como la pederastia masiva
compulsiva, el fascismo, el racismo, el conservatismo cultural, la
discriminación sistemática de la amplia y natural diversidad humana, la homofobia,
y por supuesto la misoginia como emblema de un sistema podrido desde sus
raíces.
Esas concepciones derechistas ganaron espacios
políticos esta última década, y son notorias -por retrógradas- sus invocaciones
esotéricas del poder supremo que una deidad atrapada en un libro mágico tiene
para castigar a quien no se hinque de rodillas y se comporte lo suficientemente
dócil al (dios) capital que estos predicadores defienden. Amenazándonos con el
“dios de los ejércitos” y el apocalipsis, nos inquieren a ser sumisos como
único camino a la salvación.
Hoy la lucha de la mujer por tener pleno derecho sobre
su cuerpo, su sexualidad, su dignidad laboral, su honorabilidad, su estética,
su espacio de libertad, su acceso igualitario a todas las instancias de poder,
su paz, su ambiente sano, su lenguaje, su literatura, su historia, es, más que
nunca antes, la lucha de toda la humanidad (“hombres” incluidos) por verdaderamente
humanizarse para ser mejor.
Yldefonso
Finol
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