Mi
contribución al Congreso Bicentenario de los Pueblos
Epígrafes
“Hoy se piensa, como nunca se había pensado, se oyen
cosas, que nunca se habían oído, se escribe, como nunca se había escrito, y
esto va formando opinión en favor de una reforma, que nunca se había intentado,
la de la sociedad”. Simón Rodríguez
“Sólo con una ardiente paciencia conquistaremos la
espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres”.
Arthur Rimbaud
Sumario
Defender al Libertador Simón Bolívar y definir el bolivarianismo
como pensamiento nacional emancipatorio, deben ser tareas intrínsecas y
transversales a los lineamientos trazados por el Presidente Nicolás Maduro para
el Congreso Bicentenario de los Pueblos.
Introito
Gracias al Presidente Nicolás Maduro por convocarnos a
este conversatorio de dos siglos. Diálogo pertinente, necesario y urgente por
redefinirnos como proceso revolucionario en medio de las específicas
circunstancias actuales de la Patria y la Humanidad.
Pasó bastante agua por los ríos, bastantes bosques
deforestaron los depredadores; bastantes millas náuticas navegó Bolívar para
llegar a este siglo XXI tan atribulado desde los primeros instantes de su
parto. Si, como lo leen; hasta aquí llegó Bolívar. Si no pregúntenle a sus
perseguidores por qué lo acechan en cada “noche septembrina”, tras cada
“montaña de Berruecos”, en cada hamaca jamaiquina, tras cada “rincón de los
toros”.
El Congreso supone parlamentar en igualdad de
condiciones…cosa nada fácil en las sociedades estratificadas como la nuestra.
Es un reto que ha sido asumido plenamente. Bicentenario. Dos siglos para un
encuentro parlamentario que debe definir -en un debate muy bien preparado, meticuloso,
profundo, comprometedor- el modelo de Patria que tenemos que construir los
próximos cien años. Pueblos. Verificado el quorum, confirmar que el venezolano
es un solo pueblo, diverso y mestizo, pero uno solo (y bien acompañado). Los
intereses de clase son inmanentes al sistema predominante. Nosotros nos
decantamos por el pueblo trabajador, reconociendo con madurez que la sociedad
del capital es un dato de la realidad mundial a la que no escapa nuestro país,
pero que, sin embargo, sabiendo que en ella se reproduce el modelo explotador,
generador de desigualdades y depredación de las condiciones naturales de la
vida, es misión estratégica del movimiento revolucionario, superar dicho
sistema con la construcción consciente del socialismo como vía para la igualdad
establecida y practicada que es dogma en la Doctrina Bolivariana.
Decir Bicentenario es decir Bolivariano. Es decir
épica que juntó a todas las regiones y sectores sociales de Venezuela. Es
reivindicar ese mundo fundado por Bolívar y sus fieles compañeros en Angostura
durante aquella Primera República Bolivariana, que liberó a la Nueva Granada,
Venezuela y Ecuador, que fundó Colombia, y llevó la independencia al Perú, y
parió Bolivia.
El bolivarismo o bolivarianismo es un cuerpo
doctrinario para la emancipación antiimperialista de los pueblos, para el
ejercicio de una democracia con justicia social, para la búsqueda de la paz
internacional como premisa de un mundo en equilibrio, viable y sostenible, y
otras reivindicaciones humanas de absoluta actualidad, como la protección del
ecosistema y el acceso a una educación popular como vía democratizadora del
conocimiento y –por ende- de la sociedad.
El pensamiento de Bolívar conforma un sistema
coherente en ámbitos ético-filosóficos, socio-políticos, socioeconómicos,
militares y geopolíticos, que no sólo constituyeron aportes teóricos novedosos
en su tiempo, sino que tuvieron un alto impacto en la transformación radical de
las condiciones de existencia de nuestra región y del mundo, donde el propio
Libertador fue militante y protagonista de la puesta en práctica de su proyecto
programático.
Sus ideas marcaron pauta de algo nuevo que debía
surgir en contraste con un orden establecido que se suponía inconmovible; y aún
en las lejanías del tiempo que lo trascendió, sus elaboraciones son fuente de
causas pendientes por realizarse. Hay tres temas esenciales al quehacer de
Simón Bolívar en la inmensa e intensa gesta de la Independencia:
anticolonialismo, igualdad social, y construcción de repúblicas democráticas.
Tales son sus grandes preocupaciones –amén de la ocupación total en la guerra
de liberación- que se manifiestan en los momentos estelares de sus reflexiones
políticas, en sus principales documentos, y en los diálogos permanentes que
mantuvo con pasión y sapiencia.
Estos tres contenidos de la Doctrina Bolivariana,
transversales a toda su obra teórica y práctica, le otorgan una vigencia
sorprendente, al punto que -no es exagerado decirlo- todos los movimientos
revolucionarios del continente en los siglos XIX, XX y XXI, han manifestado
adhesión al bolivarianismo, incluyéndolo entre las fuentes de su pensamiento
político.
II
Idea fuerte.
Desde hace un tiempo ha madurado en mí la convicción
de que los pueblos que pierden conexión con su ancestralidad, son presas
fáciles del colonialismo cultural, que es la llave para todas las formas de dominación
extranjera.
No puede sentir verdadero patriotismo quien no tiene
de su historia más que unos aislados datos festivos. La mediocre noción de
historia del promedio de la ciudadanía es un atentado contra la Independencia.
Si no hay un conocimiento fundamental de la épica nacional, no hay estima por
nuestros orígenes y se debilita el sentido de pertenencia. Así, la Patria no es
más que una marca de uso ocasional, menos emocionante que el fanatismo por un
equipo deportivo.
La guerra mutante aplicada por los imperialismos
contra la Venezuela Bolivariana, ha hurgado en esa llaga de descrédito de la
venezolanidad, valiéndose de los sectores más vulnerables ideológicamente,
llegando a hacerles sentir vergüenza y, peor aún, vociferarlo con toda
clase de improperios hacia la tierra donde nacieron.
Esta batalla crucial para seguir existiendo como
República soberana ocurre en el plano de lo simbólico. Si no asumimos con
urgencia la enseñanza del valor histórico de la venezolanidad, masificándolo a
través de la educación y las comunicaciones, luego será tarde y lamentaremos la
flojera intelectual y la falta de voluntad política para haber cumplido esta
tarea vital para la Patria.
Los Bicentenarios de este 2021 son una oportunidad
para emprender políticas públicas de diseño sólido en lo político-ideológico,
que impacten en la formación de valores compartidos en la ciudadanía. La
creación cultural, con acento en lo educativo-comunicacional, debe tener como
eje transversal la Doctrina Bolivariana (Art. 1° CRBV), entendida como “la
concepción desarrollada por el Libertador Simón Bolívar sobre los asuntos
fundamentales de la independencia nacional latinoamericana, la creación de una
nueva sociedad basada en la igualdad establecida y practicada, el surgimiento
de gobiernos garantes del bien común, y la unión de las repúblicas hermanas en
historia, para alcanzar el Equilibrio del Universo como sistema de convivencia,
paz y cooperación internacional” (Finol, 2021).
Estamos hablando de una REVOLUCIÓN CULTURAL
BOLIVARIANA que asume sin titubeos la preeminencia de un pensamiento nacional
emancipatorio, asimilando las enseñanzas de la historia del movimiento
revolucionario mundial y a tono con las reivindicaciones multidiversas de la
contemporaneidad.
Nada es más temido por el imperialismo que el
bolivarianismo. Las transnacionales del pensamiento, editoriales, industria del
cine, medios de desinformación, sitios web, convergen en una insolente campaña
internacional de desprestigio contra Simón Bolívar y aúpan un linchamiento
moral de la venezolanidad.
Esto es fácilmente constatable. ¿Por qué
invierten tanto en atacarnos por ese flanco?
Esos mismos que desde la verborrea neoliberal nos
conminan a dejar de mirar hacia el pasado, invaden nuestros hogares con
costosísimas producciones que enaltecen el pasado de los imperios; incluso sus
mitos y leyendas. Y no dejan pasar un día sin calumniar al Libertador. ¡Curioso,
¿verdad?!
La creación cultural, en todo su ancho universo
(pluriverso) de realizaciones y utopías, debe acompañar la construcción de una
cosmovisión venezolana renovada en el bolivarianismo. La agenda es ambiciosa:
descolonización de las conciencias, desmontaje del glosario de autoflagelación
colonialista, resistencia frente a los intentos de neocolonialismos,
consolidación del pensamiento emancipatorio nacional, inclusión de las
diversidades en un proyecto común de Patria, redefinición de los Derechos
Humanos y de lo humano como pieza problemática de la naturaleza, una nueva
ética de la vida desde la ancestralidad, una cultura para la liberación de los
pueblos y la ruptura con toda forma de sumisión.
III
Chavismo.
El término “chavista” o “chavismo” fue acuñado
originalmente por la oposición venezolana e internacional; con ellos se
pretendió descalificar al movimiento popular que apoyó desde 1998 a Hugo
Chávez, en el sentido de reducirlo a una “manada” que sigue a un caudillo.
Se llegó a calificar a ese movimiento popular como
“hordas chavistas”, cuando hubo que expresarse en las calles para defender la
legitimidad democrática que la canalla fascista trató de burlar. Para las
antiguas clases dominantes éramos unos fanáticos, masa hambrienta tras el
populista que reparte arepas.
En aquellos primeros años de la Revolución, quienes
respaldamos al Presidente Chávez nos llamábamos sencillamente bolivarianos, tal
como se desprendía de la reivindicación histórica de El Libertador, que enarboló
desde el alzamiento del 4 de Febrero el Movimiento Bolivariano Revolucionario
(MBR 200), y fue bandera del proceso constituyente iniciado en 1999, tras la
primera victoria electoral de 6 de diciembre de 1998.
Cuando nosotros, como pueblo consciente empezamos a
asumir la denominación “chavista”, cuando quisimos enrostrarle a la oligarquía
que sí, que éramos fans de un líder, que seguíamos ese liderazgo con pasión,
entonces trataron de recular acuñando nomenclaturas como “oficialistas”; pero
ya era tarde, el “chavismo” se había consolidado como pueblo alzado
políticamente.
Porque eso es el Chavismo, el pueblo alzado contra los
malos tiempos. La oposición también se ha empeñado torpemente en hablar de
“chavismo sin Chávez”, cosa más absurda. El chavismo es un fenómeno político
inaccesible a las mentes estrechas, cuyo surgimiento está atado eternamente a
la historia personal de Hugo Chávez, y cuya existencia está garantizada en el
tiempo, por la profundidad revolucionaria de esa vida colectiva que es Chávez
actualmente.
No debe extrañar a las oligarquías que las consignas “Yo
soy Chávez” o “Todos somos Chávez”, constaten el grado de compromiso personal
que cada militante pone al portar un cartel o una franela con esos lemas. El
Chavismo se le perdió de vista a los tiempos efímeros, es un partido
revolucionario internacional, un movimiento cultural reivindicador de valores
ancestrales, una nueva forma de humanismo integral. El Chavismo, es la mejor
manera de ser venezolano.
El chavismo, como movimiento político, es un fenómeno
histórico, y como tal, es necesario, inevitable, contradictorio, zigzagueante,
espiral, continuo, inesperado, vivo. Y los proyectos políticos históricos, sólo
se suicidan en la traición. Hecho descartado hoy día, aunque siempre latente,
contra el que la vacuna más eficaz es la vigilancia popular.
El chavismo, como idea, es creación de convicciones,
evolutiva y renovable, cuya principal fortaleza es la fe de la razón, la
vocación esperanzadora, la promesa de la dignidad colectiva a la que ha
aspirado la humanidad de manera sempiterna.
El chavismo es la continuidad histórica del bolivarianismo,
lo que le otorga su carácter nacional, anticolonialista e indoamericanista; y
es la versión venezolana del pensamiento emancipador de la clase trabajadora,
que concibieron los fundadores del socialismo científico.
En el chavismo confluyen fuerzas sociales de absoluta
pertinencia histórica. Los movimientos por los derechos ambientales, indígenas,
laborales, culturales, de la tercera edad, de la diversidad, de las
identidades, todos estamos en ese espectro amalgamado por el legado del líder. El
chavismo es un crisol de causas justas.
La revolución –como todo lo humano- es un proceso
perfectible. No temamos a la imperfección, es nuestra condición natural. Pero
no nos neguemos la búsqueda de la utópica perfección, ella será el espejismo
tras el que perseguiremos el horizonte. Sin ella nos quedaríamos paralizados en
el árido desierto de la resignación.
El ejercicio de la crítica es esencial en la acción
revolucionaria. Diría que en todos los ámbitos de la vida, ser autocrítico es
abandonar la poltrona de la mediocridad. Nadie debe arrebatarnos esa arma de
nuestras manos. La lucha contra la corrupción y la ineficiencia en la gestión
pública, son simultáneas a la resistencia antiimperialista y las tareas
productivas. Es un combo inseparable.
Nuestra revolución, tímida por momentos, improvisada a
veces, experimental siempre, arrastra las torpezas y vicios de la politiquería
burguesa, secuelas de una cultura dominante que nos conmina al lucro, el
exhibicionismo, los privilegios, la holgazanería. Por eso reivindicamos el ser
chavista, porque si algo hizo Hugo Chávez fue dar ejemplo de trabajo, entrega,
desprendimiento. También nos enseñó que el pueblo pare los caminos, siembra los
futuros, construye las victorias.
Son temerarios y brutos quienes pregonan “el fin del
chavismo”. Confunden deseos con realidad, gran error. La ciencia política, la
sociología y la historia, nos dan elementos y métodos para comprender estos
fenómenos. Bájense de la órbita mitológica y no desdeñen la episteme.
Las coyunturas electorales de estos últimos años nos
encontraron con problemas serios en lo económico y con algún desgaste anímico
en sectores quizá tocados por la apabullante campaña internacional anti
bolivariana. Y aun así hemos cosechado triunfos importantísimos, como el
rescate de la Asamblea Nacional. El asunto está en la capacidad que tengamos
para hablar de ese descontento con la franqueza que es gemela de la valentía. Sobre
todo del pueblo chavista, ese que se ha salvado en todo trance.
Saludamos el surgimiento de una oposición con sentido
de la nacionalidad, pero tenemos el deber de ganar cualquier elección frente a
un adversario que es agente del enemigo fundamental, que carece de personalidad
propia, que es un servil de la bota yanqui, que reniega de nuestra cultura e
idiosincrasia. Para lo demás, para triunfar en los grandes retos que plantea edificar
la sociedad de iguales, propongo asirnos de la “ardiente paciencia” que cantó
Rimbaud. En esto, la dirección de la revolución y nuestro pueblo han demostrado
una claridad admirable. El chavismo apenas es un brote de futuro en gestación.
IV
El socialismo.
Para nosotros el socialismo es la verdadera
democracia. Un sistema donde el pueblo siempre tiene la primera y última
palabra. Nuestro socialismo bolivariano es ético, productivo, antiimperialista,
igualitario de género y ecológico.
Es ecológico, porque el Socialismo del Siglo XXI es la
opción para salvar el planeta de la destrucción capitalista. Hablamos de una
ética ambiental originaria que el socialismo asume como suya desde las más
raigales convicciones ancestrales que reconocen derechos a la Madre Natura.
Es igualitario de género, porque el Socialismo del
Siglo XXI es la emancipación de la mujer que propusieron Manuela Sáenz, Clara
Zetkin. Rosa Luxemburgo y Lenin. Las luchas feministas por enfrentar el
terrible y vergonzoso flagelo del machismo, esa perversa herencia de las épocas
más oscurantistas de la humanidad, alcanzan su máxima expresión en la
construcción de la sociedad socialista. En esto la Revolución Bolivariana ha
marcado pauta mundial, siendo pioneros en tener Constitución y Leyes redactadas
en el lenguaje de género; amén del protagonismo de la mujer venezolana en todos
los órdenes de la vida nacional desde que se inició el proceso constituyente.
Es antiimperialista, porque el imperialismo es la aberración de la
contemporaneidad que azota a los pueblos y hunde a la humanidad en los más
terribles flagelos: el hambre, la desigualdad, la opresión, la negación de los
derechos sociales como la salud, las guerras, el terrorismo de Estado, el
narcotráfico, la destrucción ambiental. La militancia del pacifismo profundo y
la autodeterminación de los pueblos es una condición básica para los nuevos
socialistas.
Nuestro socialismo debe ser productivo, porque tenemos
que ser capaces de generar los bienes materiales para el buen vivir,
especialmente los alimentos y los servicios de infraestructura, las tecnologías
e industrias limpias que den asiento al crecimiento poblacional y la justicia
distributiva.
Es ético, porque con corrupción no hay revolución, es
el principal enemigo interno que nos acecha. El socialismo necesita tres
palabras: formación, articulación y emulación. Sólo con cuadros formados
política e ideológicamente, con las instituciones del Estado articuladas en un
sólo esfuerzo, promoviendo conductas principistas, productivas y altruistas,
nos haremos invencibles y perennes.
No basta ganar elecciones para hacer una verdadera
revolución. Hay que cambiar la sociedad, cambiarnos a nosotros mismos como
víctimas de la cultura dominante, capitalista y consumista.
En las puertas del Tercer Milenio, el Socialismo se
nos presenta como una necesidad histórica, porque es la única vía para detener
la locura neoliberal que amenaza con destruir la existencia de vida en el
planeta. El socialismo es la forma más elevada del humanismo, porque propone la
eliminación de la explotación, busca la igualdad y siembra la justicia,
promoviendo valores de solidaridad, responsabilidad y amor.
El socialismo es el único sistema de desarrollo integral, porque no sólo
promueve lo productivo, sino que atiende lo espiritual, lo cultural, lo ambiental,
y lo social, que es su esencia.
El socialismo es el sistema del equilibrio universal
del que nos habló El Libertador, porque al promover la igualdad entre las
personas y las naciones, permite a cada cual su autodeterminación y soberanía,
buscando la cooperación internacional y la paz como piso de un mundo mejor.
Por eso somos bolivarianos y socialistas, y en nuestro
proyecto emancipatorio cabe toda la Humanidad.
V
Lo internacional.
Sorprendentemente el mundo pandémico en las nacientes
de la tercera década del siglo (y el milenio), ha desnudado las debilidades de
la pretendida hegemonía unipolar imperialista. Las contradicciones del capital
se descosen entre los imperialismos aliados en la época llamada “Guerra Fría”,
donde predominó la ideología anticomunista como elemento cohesionador del
sistema capitalista mundial. Otros poderes económicos y geopolíticos emergen
retadores por su descomunal crecimiento productivo como ocurre con China y
Rusia, confrontados por Estados Unidos, e India, algunas economías del sureste
asiático, Suráfrica, Turquía, que no necesariamente comulgan con la receta
estadounidense y europea.
Nuestra condición de país poseedor de inmensos
recursos energéticos, con una ubicación geográfica estratégica en la fachada
norte caribeña y atlántica de Suramérica,
nos hacen estar permanentemente en la agenda de la geopolítica
imperialista, y también de nuestros aliados; pero sin duda alguna lo que más
mueve al imperialismo a mantener un asedio criminal contra nuestro pueblo, es
el ejemplo telúrico del bolivarianismo que en el hemisferio es lo que más teme
y odia.
De allí que la tarea de defender la imagen del
Libertador Simón Bolívar y la Doctrina Bolivariana, también en el plano
internacional constituye una prioridad impostergable.
Los movimientos nacionales populares en los siglos XIX
y XX, y sus más preclaros líderes, empezando por José Martí en Cuba, Eloy
Alfaro en Ecuador, Sandino en Nicaragua, Juan Bosch en Dominicana, por citar
sólo cuatro, hicieron del bolivarianismo una fuente de inspiración y contenido
político de sus luchas.
En Nuestra Abya Yala los gobiernos progresistas y
revolucionarios se han proclamado bolivarianos. Un nuevo ciclo se anuncia con
la recuperación de Bolivia y la opción ecuatoriana de recuperación democrática
de la dignidad, actualmente amenazada por componendas de la oligarquía y
factores transnacionales lacayos del monroísmo.
Como nunca antes se presenta la contradicción
bolivarianismo o monroísmo como el dilema existencial de Nuestra América. El
imperialismo yanqui –con la tenebrosa complicidad del sionismo- ha tomado como
cabeza de playa el territorio de Colombia para atacar a Venezuela y al
movimiento bolivariano continental. En esta empresa alocada parece haberse
embarcado parte de la Unión Europea y en los últimos días el flemático gobierno
español, prestándose a encubrir las violaciones atroces y masivas a los
Derechos Humanos en Colombia.
Toda esta trama va muy en la onda antibolivariana que
se pregona a mansalva por la mediática transnacional que ostenta los mayores
crímenes contra la verdad y el derecho universal a la libertad de opinión e
información.
La iniciativa planteada por el Presidente Nicolás
Maduro al Congreso Bicentenario de los Pueblos, se intercepta en el conjunto de
lo formativo, comunicacional e internacional, exigiéndonos la mayor amplitud
(“unir todo lo que se pueda unir”), lo que obliga a comenzar por la propia
casa. Los círculos elitistas que se apropian indebidamente la caracterización
de “intelectuales, “pensadores”, “internacionalistas”, olvidan que esas
divisiones sólo le sirven a los explotadores para disgregar a la clase
trabajadora, la única que combina -como productora de riqueza- “los poderes
creadores” manuales e intelectuales que en la realidad concreta son
inseparables. Subrayar verdades tan obvias como que es de escritoras y
escritores el trabajo manual por excelencia (escribir), y que difícilmente
alguien piense más que un tornero que debe convertir en pieza útil un trozo de madera
o acero.
Nuestro internacionalismo es ante todo bolivariano. El
Comandante Hugo Chávez llevó este valor esencial de la venezolanidad a su
máxima expresión, y antes lo enarbolaron multitud de héroes y heroínas como Josefa
Camejo, Carlos Aponte, Alí Gómez García y Olga Luzardo.
La tarea internacionalista en este tiempo debe
enraizarse con los pueblos, con los movimientos sociales, libre de los círculos
excluyentes que se regodean en costosas tertulias “cinco estrellas”.
Prioricemos los pueblos originarios que son masacrados en Colombia, en Chile,
en la Amazonía brasileña, en Norteamérica, en Guatemala, en Honduras; a nuestra
hermana más cercana, la clase trabajadora y campesina colombiana que es
atropellada a diario por la dictadura oligárquica de doscientos años que
impusieron los santanderistas; a nuestros compatriotas esequibanos acorralados
en el olvido desde que Inglaterra los utilizó para desmembrar a la libertaria
Venezuela de Bolívar; a nuestro núcleo duro del ALBA, a quienes luchan en
Estados Unidos por el fin del imperialismo, a las resistencias ancestrales del
archipiélago caribeño, a quienes combaten los colonialismos en Palestina, el
Sahara Occidental, Puerto Rico; a los pueblos de Euskadi, Galicia, Catalunya,
Canarias, que padecen bajo el yugo monárquico franquista; a los hogares
desahuciados por banqueros, jueces y agentes represivos inmisericordes, a los
postergados del sistema neoliberal que desmanteló el “Estado de bienestar”; a
los países gobernados por gloriosos partidos comunistas y del trabajo, los
herederos de Mao Tse Tung, Ho Chi Minh y Fidel Castro; al calumniado Foro de
Sao Paulo, al Grupo de Puebla, y a todas esas almas amorosas que adornan el
arco iris de una humanidad cada vez más anhelante de igualdad.
Si. Definitivamente lo internacional juega hoy un rol
más determinante incluso que en los tiempos de las guerras de liberación y el
internacionalismo proletario. En la batalla de ideas y el debate universal
sobre qué tipo de humanidad queremos ser, no me cabe duda que la Venezuela
Bolivariana tiene una altísima responsabilidad y una voz muy sentida a la que
están atentos los pueblos de la Tierra.
Porque, como dice en nuestro epígrafe inicial el
filósofo Simón Rodríguez, maestro de Bolívar: “hoy se piensa, como nunca se
había pensado, se oyen cosas, que nunca se habían oído, se escribe, como nunca
se había escrito, y esto va formando opinión en favor de una reforma, que nunca
se había intentado, la de la sociedad”.
Y esa “reforma que nunca se había intentado, de la
sociedad”, es la Revolución.
Yldefonso Finol
Maracaibo, 28 de febrero de 2021
No hay comentarios:
Publicar un comentario