BOLIVIA: EL AMOR MÁS ALTO
A esta
patria de Manuel Ascencio Padilla y Juana Azurduy le han puesto mi nombre,
cuando debió llevar el de ellos. “¿Qué quiere decir Bolivia? Un amor
desenfrenado de libertad.”
Por
todos los caminos de todos los pueblos y ciudades la multitud sale a
acompañarnos: el pueblo es la libertad, él hace la historia, y el General Sucre
es el redentor de las primeras naciones admirables que vivieron esta
maravillosa altura que hoy me conmueve hasta las lágrimas. ¿Cuántos nos
siguieron al Potosí? Cuarenta mil almas o más…no sabría calcular la alegría que
un colorido río humano, emplumado y trajeado de luces, ese brillante ardimiento
de sus ojos, mismos que fueron opacas miradas de tristeza en doscientos
cincuenta años de muerte en los socavones devoradores de centenares de miles de
indios y miles de esclavos negros, para colmar la insaciable sed de riqueza de
una monarquía voraz, parásita e inepta.
En lo
alto del Cerro Rico de Potosí una gran cruz. Por los recovecos de la árida
montaña los rebaños de llamas van y vienen cargadas de rocas argentadas. El
maltrato instigado por la avaricia también las incluye en el dantesco mundo que
creó la colonia hambrienta de mineral. En los socavones la muerte se encargaba
de juntar el dolor inmenso de las profundidades y silenciar al hombre y a la
mágica creación que premió a estas tierras. Mercurio y látigo, hambre y
humillación, apelmazaban indiferente una existencia sin humanidad. El tormento
de la ambición irracional del invasor trastocó con su inicua prepotencia la
perfección que existió y que el reino monstruoso de España inundó en
calamidades para sus legítimos dueños, convertidos en siervos de las arcas
reales.
En la
montaña cuya riqueza extrajeron por tres siglos y despilfarraron los
destructores, ha de andarse con cautela de no ser tragado por sus miles de
agujeros que se pierden hacia lo profundo como buscando el centro de la tierra,
tan devorada que pareciera algún día -ya vaciada de lo apetecido- desvanecerse.
Ese 26
de octubre mientras escalaba aquel Cerro Rico que tanta miseria del indio
mostraba alrededor, me decía para mis adentros: “La gloria de haber conducido a
estas frías regiones nuestros estandartes de libertad, deja en la nada los
tesoros inmensos de los Andes que están a nuestros pies”.
Con la
alegría de niños jugando flameó los estandartes de la Independencia.
Un
testigo que le seguía de cerca, afirmó: “Debió ser el día más feliz en la vida
de Bolívar, ese día notable cuando ascendió a aquel pico famoso de los Andes
gigantes, desplegando las banderas de Colombia, Perú y del Río de la Plata.”
Las
Banderas de las Repúblicas allí convergentes -por generosidad del Libertador-
tremolaron elevándose como los nuevos símbolos de algo naciente que debía
reivindicar los derechos humanos de los más oprimidos: los originarios pueblos
del Ande inmenso.
Esta
lectura de la apoteosis popular de aquellas jornadas, quiere exaltar los rasgos
de la personalidad del Libertador que se ponen de manifiesto aún en la cúspide
de su gloria. Su capacidad de desprendimiento, cómo en forma instantánea pasa a
manos de sus oficiales los lujos y bienes suntuosos con que lo premian las
ciudades y sus municipalidades, la elite de cada sitio que ha visitado. Coronas
-que él despreciaba-, sillas, alhajas de toda índole, hechas de oro puro y
decoradas por los más afamados orfebres con piedras preciosas; todas las regaló
a sus compañeros de armas con tal naturalidad que muchos de los presentes no lo
llegaron a entender, incluso, algunos a quienes les causó molestia (amén de la
envidia). Regala las valiosas piezas dignas del más opulento tesoro, primero a
Sucre, el gran héroe a quien ama como a un hijo, y éste, émulo de su Jefe, las
traspasa a otros oficiales como si se tratara de simples detalles.
Bolívar
se detenía a saludar a las personas del común que se congregaban a las puertas
de los edificios del poder hasta hace poco en manos de agentes imperiales que
los despreciaban. No había pose, simulación, mucho menos fastidio. Él deseaba
sentir de cerca a esos pueblos que, siendo lejanos en distancia y dificultades
geográficas para llegarles, eran tan iguales en ansias de libertad y justicia
que esos solos sentimientos lo hermanaban al primer contacto.
Ya los
había tomado en cuenta en sus sorprendentes reflexiones de 1815 en Jamaica, y
visualizado cuando fue poseído por la magia de la selva en el delirio de
Casacoima: “Perdí mi uniforme, pero estoy a gusto con esta bata que ustedes me
han regalado. Sin embargo, más complacido estaré mañana cuando me estrene la
hermosa camisa de corteza marina que me regaló un cacique”. Salvado por suerte
de la persecución de lanchas flecheras de los realistas, junto a su Estado
mayor, hubo de lanzarse al humedal de Casacoima, brazo del río Orinoco en las
anchuras de su delta que busca el Atlántico, en medio de la noche, entre
grandes constrictoras, pirañas, caimanes, herido y con los pies lesionados por
las filosas hierbas y raíces estuarinas, exclamó ya echado sobre la otra orilla,
exhausto: “Dentro de pocos días
rendiremos a Angostura, y entonces... iremos a libertar a Nueva Granada, y
arrojando a los enemigos del resto de Venezuela, constituiremos a Colombia.
Enarbolaremos después el Pabellón Tricolor sobre el Chimborazo, e iremos a
completar nuestra obra de libertar a la América del Sur y asegurar su
independencia, llevando nuestros pendones victoriosos al Perú: el Perú será
libre.”
Esa
noche con la luna sobre sus cabezas, los oficiales que vivieron la riesgosa
travesía lo creyeron afectado en su cordura, algunos -compungidos- pensaron que
la falta de oxígeno por permanecer largos minutos hundidos en el agua para no
ser descubiertos por sus perseguidores, le habían trastornado el raciocinio.
Nada
de eso, el delirante chamán de Casacoima cumplió en exceso sus premoniciones:
liberó al Perú, se elevó al Alto Perú y ahora estaba subiendo el Cerro Rico de
Potosí que en 1816 había tomado la heroína Juana Azurduy tras la caída de su
patriota esposo Manuel Ascencio Padilla. Allí estaba en territorios que fueron
de las Provincias del Río de la Plata, donde esa mujer soldada se hizo leyenda.
¿Y qué
fue lo primero que quiso hacer Bolívar al llegar a Potosí?
He
aquí otro rasgo fundamental de los valores que inspiraron la vida y gesta del
genial Libertador. Él va entre tanta gloria, tantos anfitriones, séquito,
caballería, seguidores, autoridades recientes que lo han colmado de agasajos y
obsequios espectaculares, pero él lleva su pensamiento maravillado por el
paisaje recorrido, por la grandeza misma de la epopeya realizada, y el
sentimiento de encontrarse con aquella mujer legendaria en las luchas
emancipadoras del eje de Suramérica: él sólo pregunta por ella, desea
conocerla, rendirle honores, hacerle justicia, abrazarla como camarada.
Es que
no había bajado aún del caballo, apretujado en las angostas calles por el
gentío que acudió a verlo a él, y ya preguntaba dónde podía encontrar a Juana
Azurduy. No quería iniciar ningún protocolo antes de cumplir ese ritual
acariciado en su alma rindiendo honores a la heroína que representaba las
luchas anteriores a la gran victoria que él llevó allí tan cerca de las nubes. Su
corazón era un cofre de historias acumuladas. La Teniente Coronel Juana Azurduy
fue ascendida a Coronela del Ejército con pensión vitalicia y retroactiva. La
vio empobrecida y desatendida y sufrió la injusticia cometida, queriendo saldar
esa deuda moral penosa. Le dio su amistad y su admiración, agradeció sus
enormes sacrificios familiares. Inevitable que hablaran de Manuela, con la que
floreció un afecto fundador de la sororidad. Sucre quedó encargado de hacer
cumplir los magnánimos deseos -que ya eran órdenes- del Libertador de todos los
rincones y todas las opresiones.
Días
después escribiría: “Es la primera vez que no tengo nada que desear y que estoy
contento con la fortuna.”
Rumbo
al vacío infinito, envió un mensaje especial a través de Andrés Santa Cruz: “Mil
cariños de mi parte a mi Bolivia”, era el 14 de septiembre de 1830.
Al
dictar testamento, no podía faltar su “hija predilecta”. Para ella conservó esa
medalla que llevó como amuleto desde el retorno abrupto que lo trajo al
tenebroso laberinto de las intrigas, las divisiones, las traiciones y el
desengaño.
“Es mi
voluntad: que la medalla que me presentó el Congreso de Bolivia a nombre de
aquel pueblo, se le devuelva como se lo ofrecí, en prueba del verdadero afecto,
que aún en mis últimos momentos conservo a aquella República.”
Seguiremos
hurgando en los baúles del amor de aquel hombre creador de utopías.
Yldefonso
Finol
Ante la actual grosera campaña de descrédito de Bolivar dirigida desde España,Miami y Colombia,Ildefonso muestra magistralmente la intachable virtuosidad moral del Libertador y afianza su significado vigente para nuestra conciencia.
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