martes, 5 de agosto de 2025

BOLIVIA: EL AMOR MÁS ALTO

 BOLIVIA: EL AMOR MÁS ALTO

A esta patria de Manuel Ascencio Padilla y Juana Azurduy le han puesto mi nombre, cuando debió llevar el de ellos. “¿Qué quiere decir Bolivia? Un amor desenfrenado de libertad.”

Por todos los caminos de todos los pueblos y ciudades la multitud sale a acompañarnos: el pueblo es la libertad, él hace la historia, y el General Sucre es el redentor de las primeras naciones admirables que vivieron esta maravillosa altura que hoy me conmueve hasta las lágrimas. ¿Cuántos nos siguieron al Potosí? Cuarenta mil almas o más…no sabría calcular la alegría que un colorido río humano, emplumado y trajeado de luces, ese brillante ardimiento de sus ojos, mismos que fueron opacas miradas de tristeza en doscientos cincuenta años de muerte en los socavones devoradores de centenares de miles de indios y miles de esclavos negros, para colmar la insaciable sed de riqueza de una monarquía voraz, parásita e inepta.

En lo alto del Cerro Rico de Potosí una gran cruz. Por los recovecos de la árida montaña los rebaños de llamas van y vienen cargadas de rocas argentadas. El maltrato instigado por la avaricia también las incluye en el dantesco mundo que creó la colonia hambrienta de mineral. En los socavones la muerte se encargaba de juntar el dolor inmenso de las profundidades y silenciar al hombre y a la mágica creación que premió a estas tierras. Mercurio y látigo, hambre y humillación, apelmazaban indiferente una existencia sin humanidad. El tormento de la ambición irracional del invasor trastocó con su inicua prepotencia la perfección que existió y que el reino monstruoso de España inundó en calamidades para sus legítimos dueños, convertidos en siervos de las arcas reales.

En la montaña cuya riqueza extrajeron por tres siglos y despilfarraron los destructores, ha de andarse con cautela de no ser tragado por sus miles de agujeros que se pierden hacia lo profundo como buscando el centro de la tierra, tan devorada que pareciera algún día -ya vaciada de lo apetecido- desvanecerse.    

Ese 26 de octubre mientras escalaba aquel Cerro Rico que tanta miseria del indio mostraba alrededor, me decía para mis adentros: “La gloria de haber conducido a estas frías regiones nuestros estandartes de libertad, deja en la nada los tesoros inmensos de los Andes que están a nuestros pies”. 

Con la alegría de niños jugando flameó los estandartes de la Independencia.

Un testigo que le seguía de cerca, afirmó: “Debió ser el día más feliz en la vida de Bolívar, ese día notable cuando ascendió a aquel pico famoso de los Andes gigantes, desplegando las banderas de Colombia, Perú y del Río de la Plata.”

Las Banderas de las Repúblicas allí convergentes -por generosidad del Libertador- tremolaron elevándose como los nuevos símbolos de algo naciente que debía reivindicar los derechos humanos de los más oprimidos: los originarios pueblos del Ande inmenso.

Esta lectura de la apoteosis popular de aquellas jornadas, quiere exaltar los rasgos de la personalidad del Libertador que se ponen de manifiesto aún en la cúspide de su gloria. Su capacidad de desprendimiento, cómo en forma instantánea pasa a manos de sus oficiales los lujos y bienes suntuosos con que lo premian las ciudades y sus municipalidades, la elite de cada sitio que ha visitado. Coronas -que él despreciaba-, sillas, alhajas de toda índole, hechas de oro puro y decoradas por los más afamados orfebres con piedras preciosas; todas las regaló a sus compañeros de armas con tal naturalidad que muchos de los presentes no lo llegaron a entender, incluso, algunos a quienes les causó molestia (amén de la envidia). Regala las valiosas piezas dignas del más opulento tesoro, primero a Sucre, el gran héroe a quien ama como a un hijo, y éste, émulo de su Jefe, las traspasa a otros oficiales como si se tratara de simples detalles.

Bolívar se detenía a saludar a las personas del común que se congregaban a las puertas de los edificios del poder hasta hace poco en manos de agentes imperiales que los despreciaban. No había pose, simulación, mucho menos fastidio. Él deseaba sentir de cerca a esos pueblos que, siendo lejanos en distancia y dificultades geográficas para llegarles, eran tan iguales en ansias de libertad y justicia que esos solos sentimientos lo hermanaban al primer contacto.

Ya los había tomado en cuenta en sus sorprendentes reflexiones de 1815 en Jamaica, y visualizado cuando fue poseído por la magia de la selva en el delirio de Casacoima: “Perdí mi uniforme, pero estoy a gusto con esta bata que ustedes me han regalado. Sin embargo, más complacido estaré mañana cuando me estrene la hermosa camisa de corteza marina que me regaló un cacique”. Salvado por suerte de la persecución de lanchas flecheras de los realistas, junto a su Estado mayor, hubo de lanzarse al humedal de Casacoima, brazo del río Orinoco en las anchuras de su delta que busca el Atlántico, en medio de la noche, entre grandes constrictoras, pirañas, caimanes, herido y con los pies lesionados por las filosas hierbas y raíces estuarinas, exclamó ya echado sobre la otra orilla, exhausto:  “Dentro de pocos días rendiremos a Angostura, y entonces... iremos a libertar a Nueva Granada, y arrojando a los enemigos del resto de Venezuela, constituiremos a Colombia. Enarbolaremos después el Pabellón Tricolor sobre el Chimborazo, e iremos a completar nuestra obra de libertar a la América del Sur y asegurar su independencia, llevando nuestros pendones victoriosos al Perú: el Perú será libre.”

Esa noche con la luna sobre sus cabezas, los oficiales que vivieron la riesgosa travesía lo creyeron afectado en su cordura, algunos -compungidos- pensaron que la falta de oxígeno por permanecer largos minutos hundidos en el agua para no ser descubiertos por sus perseguidores, le habían trastornado el raciocinio.

Nada de eso, el delirante chamán de Casacoima cumplió en exceso sus premoniciones: liberó al Perú, se elevó al Alto Perú y ahora estaba subiendo el Cerro Rico de Potosí que en 1816 había tomado la heroína Juana Azurduy tras la caída de su patriota esposo Manuel Ascencio Padilla. Allí estaba en territorios que fueron de las Provincias del Río de la Plata, donde esa mujer soldada se hizo leyenda.

¿Y qué fue lo primero que quiso hacer Bolívar al llegar a Potosí?

He aquí otro rasgo fundamental de los valores que inspiraron la vida y gesta del genial Libertador. Él va entre tanta gloria, tantos anfitriones, séquito, caballería, seguidores, autoridades recientes que lo han colmado de agasajos y obsequios espectaculares, pero él lleva su pensamiento maravillado por el paisaje recorrido, por la grandeza misma de la epopeya realizada, y el sentimiento de encontrarse con aquella mujer legendaria en las luchas emancipadoras del eje de Suramérica: él sólo pregunta por ella, desea conocerla, rendirle honores, hacerle justicia, abrazarla como camarada.

Es que no había bajado aún del caballo, apretujado en las angostas calles por el gentío que acudió a verlo a él, y ya preguntaba dónde podía encontrar a Juana Azurduy. No quería iniciar ningún protocolo antes de cumplir ese ritual acariciado en su alma rindiendo honores a la heroína que representaba las luchas anteriores a la gran victoria que él llevó allí tan cerca de las nubes. Su corazón era un cofre de historias acumuladas. La Teniente Coronel Juana Azurduy fue ascendida a Coronela del Ejército con pensión vitalicia y retroactiva. La vio empobrecida y desatendida y sufrió la injusticia cometida, queriendo saldar esa deuda moral penosa. Le dio su amistad y su admiración, agradeció sus enormes sacrificios familiares. Inevitable que hablaran de Manuela, con la que floreció un afecto fundador de la sororidad. Sucre quedó encargado de hacer cumplir los magnánimos deseos -que ya eran órdenes- del Libertador de todos los rincones y todas las opresiones.     

Días después escribiría: “Es la primera vez que no tengo nada que desear y que estoy contento con la fortuna.”

Rumbo al vacío infinito, envió un mensaje especial a través de Andrés Santa Cruz: “Mil cariños de mi parte a mi Bolivia”, era el 14 de septiembre de 1830.

Al dictar testamento, no podía faltar su “hija predilecta”. Para ella conservó esa medalla que llevó como amuleto desde el retorno abrupto que lo trajo al tenebroso laberinto de las intrigas, las divisiones, las traiciones y el desengaño.

“Es mi voluntad: que la medalla que me presentó el Congreso de Bolivia a nombre de aquel pueblo, se le devuelva como se lo ofrecí, en prueba del verdadero afecto, que aún en mis últimos momentos conservo a aquella República.”

Seguiremos hurgando en los baúles del amor de aquel hombre creador de utopías.

Yldefonso Finol

1 comentario:

  1. Ante la actual grosera campaña de descrédito de Bolivar dirigida desde España,Miami y Colombia,Ildefonso muestra magistralmente la intachable virtuosidad moral del Libertador y afianza su significado vigente para nuestra conciencia.

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