jueves, 4 de junio de 2020


Antonio José de Sucre y el “Crimen de Berruecos”: las miserias humanas triunfan sobre el altruismo

Ofrenda
A 190 años del vil asesinato del Gran Mariscal de Ayacucho. Insoslayables los paralelismos: Gaitán, Abel Santamaría, Roque Dalton, Carlos Fonseca, Fabricio Ojeda, Salvador Allende, Filiberto Ojeda Ríos…y tantos héroes de nuestros pueblos martirizados por la canalla oligarca-imperialista.
Introito
El asesinato premeditado del Gran Mariscal de Ayacucho, una persona extraordinaria, que durante dos décadas dedicó toda su energía vital a una causa altruista, admirada por los pueblos libres del mundo, representa la antítesis de los valores morales que deberían guiar la existencia de una mejor humanidad.
El trágico suceso, lejano en el tiempo pero vívido en la conciencia, además de tristeza, nos deja unas lecciones muy severas que aprender: las luchas emancipadoras deben dotarse de un celo organizacional extremo, no permitiendo la infiltración de elementos oportunistas y arribistas que mañosamente escalan cargos pasando por encima de quienes con esfuerzo sincero y desprendimiento hicieron méritos para asumir altas responsabilidades.
La revolución bolivariana ha padecido por veinte años este flagelo del arribismo, por falta de vigilancia y por relajamiento de los principios. La lista de corruptos, irresponsables y traidores es larga, y ya debería ser paralizado su crecimiento. Nuestras hermanas Ecuador y Bolivia sufren en carne propia la tragedia de la traición más artera. La revolución ciudadana fue destruida desde dentro por un espíritu maligno. En Bolivia los militares y policías avalaron –una vez más- el asalto brutal del poder por sectores oscurantistas para entregarlo al imperialismo y la oligarquía.
No basta entonces derrotar al enemigo externo, al contradictor político, a la derecha frontal, hay también que curarse en salud para impedir que los ambiciosos infiltrados arruinen las grandes realizaciones. Sucre venció impecablemente al ejército imperial mejor preparado y dotado del continente, que doblaba al que dirigía el Gran Mariscal de Ayacucho; pero lo asesinaron un puñado de matones cobardes, instigados por un parásito megalómano, que logró infiltrar las filas patriotas y usufructuó el poder republicano que otros prohombres –como Sucre- construyeron.
I
Micro-biografía de Sucre
Antonio José de Sucre nació el 3 de febrero de 1795 en la ciudad caribeña de Cumaná, oriente de Venezuela, en una familia de abolengo, tradición militar y tempranas convicciones patrióticas. Su mamá María Manuela Alcalá murió cuando “Antoñito” tenía 7 años. Su padre Vicente lo inició en las artes bélicas siendo comandante de los Húsares. A los 15 años se incorpora a la lucha independentista. En julio de 1810 la Junta de Cumaná lo ascendió a subteniente de infantería. Sirvió los primeros años a las órdenes de Mariño, Bermúdez y Piar, y pasó a trabajar con Miranda en su cuartel general a los 17 años. En mayo de 1811 ya era comandante de ingenieros en Margarita. Ese mismo año asciende a Teniente. En 1812 en Barcelona dirige la Comandancia de Artillería.
Caída la Primera República, el gobernador español Emeterio Ureña –en un gesto humanitario- le expide pasaporte para exiliarse, pero no lo llegó a usar, porque cuando Mariño con un grupo de patriotas reorganiza la resistencia en el islote Chacachacare, y en enero de 1813 van a Cumaná, Sucre aparece para unírseles. Pasa a ser hombre de confianza y afinque de las gestiones bélicas y políticas de Mariño.
Tras la derrota en Urica, caída la Segunda República, va a las Antillas y a Cartagena, donde aporta su formación como Ingeniero Militar durante la resistencia a Morillo. De esos días es esta descripción de su aspecto físico hecha por su compañero de labores Lino Pombo: “joven venezolano de nariz perfilada, tez blanca y cabellos negros, ojo observador, talla mediana y pocas carnes, modales finos, taciturno y modesto”.
Cuando los patriotas evacuaron Cartagena en diciembre de 1815, con 20 años, Sucre se dedica a organizar los contingentes que buscan salvarse abordando las naves que zarpan rumbo al archipiélago caribeño. Siendo de los últimos en retirarse, la embarcación donde viaja enfrenta algunos problemas, no llega a la convocatoria en Haití, y aparece refugiado en Trinidad, de donde sale a mediados de 1816 para Venezuela; casi muere en el naufragio de la pequeña embarcación que lo trasladó. En septiembre –siempre con Mariño- comandaba el batallón Colombia, siendo Teniente Coronel. En diciembre asciende a Coronel, grado que se materializa en agosto de 1817 por decisión del Libertador.
Sucre entra en el círculo cercano a Bolívar de la mano del General Rafael Urdaneta; estando en Barcelona, al influjo de este oficial de mayor edad, graduación y prestigio, bolivariano desde los primeros días de la Campaña Admirable, rechazaron la propuesta del General Mariño de erigirse en jefe máximo y cabeza de un “gobierno” fallido creado en la población de Cariaco.
Es la primera vez que el disciplinado Antonio José desoye a quien fuera líder de las huestes independentistas en el oriente venezolano, en las que se inició precozmente. Su conciencia serena y las sabias reflexiones compartidas con el prudente Urdaneta, le orientaban a superar absurdas rencillas entre camaradas por la manía caudillista de algunos jefes. Los localismos parroquiales, herencia del feudalismo colonial, debilitaban la lucha que requería mayor unidad para engrandecer las fuerzas de la libertad contra la opresión imperialista. Esa grandeza de espíritu, esa visión estratégica, ese sentido de trascendencia, no podía menos que adherirse al imán que personificaba tales valores: Simón Bolívar.
Siguieron la ruta de Guayana para unirse al Libertador, quien en septiembre de 1817 le da altas responsabilidades militares y políticas, y en octubre del mismo año, una tarea “diplomática” muy especial: ir a conciliar con el resentido Mariño. Sucre no titubea al dirigirse a su antiguo caudillo. Le habla con respeto, pero con firmeza de las poderosas razones que asisten al único bando libertador: el de Bolívar. “Mientras más amistad, más claridad”, se dice. Misión cumplida.
En las Memorias del General en Jefe Rafael Urdaneta, encontramos relatado aquel episodio con la modestia y sencillez que caracterizaba al muy leal bolivariano: “Llegaron a San Francisco y allí encontró Urdaneta una comunicación del Coronel Antonio José Sucre, en que le decía que tenía orden del General Marino para ponerse a sus órdenes con las tropas que mandaba, si quería encargarse de ellas y obrar en el sitio que se hacía a Cumaná. Estas tropas eran el batallón que había traído Mariño consigo y otro batallón de indígenas llamado el Batallón de Colombia. No sabía Urdaneta, cuándo ni por dónde podía ir a Guayana a reunirse con el Libertador, pues que por todas partes necesitaba escolta que lo llevase y no la tenía. Tomó, pues, el mando de la fuerza, juzgando que lo mismo era servir a la Patria en un cuerpo que en otro, quedando Sucre de Jefe de Estado Mayor. Allí permaneció algunos días hasta que formado en Cariaco un nuevo Gobierno, en que se desconocía la autoridad del Libertador, se declaraba a Mariño Jefe Supremo y se convocaba un Congreso… vino a Cumanacoa el Comandante Antonio Alcalá con pliegos de Marino a exigirle a Urdaneta su reconocimiento; pero éste se negó a ello, protestando no reconocer otra autoridad que la del Libertador que aceptaban los pueblos y el ejército”.
Esa verticalidad urdaneteana, presentida por Mariño, la trató de burlar el oriental con unas “órdenes secretas” que el comisionado debía usar “para entenderse con los jefes de los cuerpos”, logrando hacer desertar esa noche todo el batallón de Güiria que acudió a sumarse al complot de Cariaco.
Redactada siempre en tercera persona, como si el protagonista fuese un espectador de la historia, la Memoria relata que el otro batallón comandado por Jerónimo Sucre –hermano de Antonio José- y el Mayor Francisco Portero, “siendo éstos, así como el Coronel A. J. de Sucre, hombres de razón, entró Urdaneta en conferencia con ellos y les manifestó lo indebido de aquel proceder y las nuevas dificultades que traería al país una revolución que no era otra cosa, cuando el objeto de todos debía ser el de unirse para destruir a los españoles. Convenidos todos en no reconocer el nuevo gobierno, decidieron también irse en busca del Libertador”.
En agosto 1819 Sucre es ascendido por el vicepresidente Zea a General de Brigada. En septiembre de 1820 fue Ministro (interino) de Guerra y Marina. En noviembre –otra vez junto a Urdaneta- protagoniza los históricos acuerdos Bolívar-Morillo en Santa Ana de Trujillo que constituyen el preámbulo del Derecho Internacional Humanitario. El 11 de enero 1821, Bolívar, perfilando su Campaña del Sur, le confiere el mando del Ejército de Popayán (¿dónde estaría el desgraciado de José María Obando en ese momento?).
Sucre viaja a asumir el mando que se le ha confiado. El 17 de enero de 1821 desde Neiva redacta un reporte sobre la deteriorada situación del ejército del Sur, caracterizada por carencias de todo lo necesario, habiéndose creado un ambiente de decepción en las tropas. Le toca la ardua tarea de equipar, moralizar y reanimar esa fuerza disminuida para ponerla a la altura del destino de victorias espectaculares que está por alcanzar.
Comienza a florecer un nuevo sol andino. Aunque no está presente en la Batalla de Carabobo, sus propuestas fueron de gran utilidad en la estrategia aplicada. Bolívar raudamente inaugura la Campaña del Sur. Va con Sucre tejiendo un rosario de jornadas exitosas. Las de Bomboná el 7 de abril y de Pichincha el 24 de mayo 1822 consolidan la liberación del Ecuador. El 18 de junio Bolívar lo asciende a General de División. Por encima de las trabas y traiciones de la elite peruana, triunfan Bolívar y Sucre en Junín el 6 de agosto de 1824, y ganan a su gusto la Batalla de Ayacucho que decreta el jaque mate al Imperio Español a nivel continental.
A los 29 años el General venezolano Antonio José de Sucre recibe del Libertador Simón Bolívar el exclusivo título de Gran Mariscal de Ayacucho. El 6 de agosto de 1825 crean Bolivia a instancias de la representación ciudadana de La Paz, Cochabamba, Chuquisaca, Potosí, Oruro, que estuvieron bajo jurisdicción colonial rioplatense y peruana. Es Bolívar el primer Jefe del nuevo Estado, y el 26 de mayo de 1826 nombran Presidente a Sucre. Pese al gran amor y admiración que el pueblo le profesa, y a ser reconocida su prolija obra fundadora en todos los ámbitos, las apetencias de las oligarquías provocan una crisis política en abril 1828. Sucre colma su talante democrático dirigiendo un mensaje reconciliador al Congreso el 2 de agosto. Renuncia al gobierno y se va a Quito para estar con su esposa, aunque por poco tiempo.
Azuzado por el acérrimo antibolivariano William Tudor, embajador de Estados Unidos en Lima, y en intriga coordinada con el cura Luna Pizarro y el traidor cucuteño Francisco de Paula Santander, el general peruano La Mar invade territorio de la Colombia original por Guayaquil en noviembre de 1828. Bolívar pide a Sucre que dirija la defensa del territorio nacional ultrajado, y el 2 febrero de 1829 triunfa en Tarqui –como era su natural vocación de vencedor- contra los invasores peruanos.
Es electo diputado al Congreso de Colombia que convocó Bolívar para definir la crisis política, teniendo que viajar a Bogotá. Las sesiones empezaban en enero 1830. Lo mandan en misión de diálogo con el separatista José Antonio Páez. Se reúne con Mariño en Cúcuta sin poder llegar hasta Venezuela y sin obtener resultados favorables. Se siente frustrado. Es en ese momento que propone que los jefes militares se alejen del poder por un tiempo, para disminuir las tensiones políticas que se habían exacerbado. También predictivamente, le dice al Libertador: “Veo delante de nosotros todos los peligros y todos los males de las pasiones exaltadas, y que la ambición y las venganzas van a desplegarse con todas sus fuerzas” (Carta de Sucre a Bolívar. Cúcuta. 15 abril 1830)
El Libertador renuncia al poder. Las sesiones concluyen sin soluciones. Sucre decide volverse a Quito, saliendo de Bogotá el 13 de mayo. Va apesadumbrado por la inevitable demolición del edificio de glorias y libertades que con inmensos sacrificios y talento levantaron. Va con el alma presa de melancolía por la distancia que ahora se interpone al encuentro siempre fraterno y fértil con El Libertador. Se despide con tanta ternura que las áureas de aquellas letras aún conmueven la fibra de los sensibles: “Mas no son palabras las que pueden explicar los sentimientos de mi alma respecto a usted, usted los conoce, pues me conoce mucho tiempo y sabe que no es su poder, sino su amistad la que me ha inspirado el más tierno afecto a su persona. Lo conservaré, cualquiera que sea la suerte, que nos quepa”· (8 de Mayo de 1830.)
Su espíritu vibraba al deseo de que los hermanos de causa y patria se entendieran “con calma y sin ruido de guerras civiles”.
En diversos documentos Bolívar califica a Sucre como un ser humano excepcional. Al enviarlo como su representante ante los republicanos del Perú, escribe: “Confieso con franqueza que no ha dado Venezuela un oficial de más bellas disposiciones, ni de un mérito más completo. Aunque criado en la revolución, y sin haber podido tener otra educación que la que da la guerra, es propio para todo lo que se quiera…Tanto en la dirección de la guerra como en la ejecución de las medidas conciliatorias, puede servir el general Sucre”.
Tanta fue su admiración que se dignó redactarle una biografía: “En medio de las combustiones que necesariamente nacen de la guerra y de la revolución, el General Sucre se hallaba frecuentemente de mediador, de consejo, de guía, sin perder nunca de vista la buena causa y el buen camino. Él era el azote del desorden y, sin embargo, el amigo de todos”.
En otra carta a Juan José Flores, en medio de la crisis que derrumbaría el cielo de sus glorias, hace anuncios cruciales: “Yo estoy no solamente cansado del gobierno, sino hostigado de él, por consiguiente haré todo lo que sea posible para separarme del mando, quedándome sólo con el del ejército, si me lo quieren dar. Mucho siento dar a usted esta noticia pero debo hacerlo para su gobierno. Probablemente sea el General Sucre mi sucesor, y también es probable que lo sostengamos entre todos, por mi parte ofrezco hacerlo con alma y corazón”. (Popayán, 5 de Diciembre de 1829)

II
Los asesinos
Algunas voces interpretaron que el presunto celo provocado en Flores por esos conceptos, actuaron como detonante de su participación en la muerte de Sucre. Pero las evidencias exoneran al presidente ecuatoriano y acusan a otros. 
Cuando Sucre sale de Bogotá lleva en su espalda de la sentencia a muerte que le ha impuesto una jauría de malhechores autodenominados “liberales”, “demócratas”, “legalistas”, “juristas”, “constitucionalistas”, la mayoría de los cuales no habían aportado nada en la gesta de Independencia, pero si supieron escalar sigilosamente desde el fango cual reptiles por las ramas que la intriga les facilitó en la Bogotá santanderista. Una sociedad de criminales y cómplices infestó la ruta del Gran Mariscal. Expertos hipócritas, beodos cagatintas, adulantes tarifados, mercenarios de alma, sicarios todos de la historia y la dignidad. Es la calaña de tipos que secuestró a Colombia hasta el día de hoy.
Sospechas y certezas abundaban acerca de la sarna antibolivariana que picaba a los despechados santanderistas. El 15 de abril de 1830, en carta a Bolívar, la premonición volvió a manifestarse en las letras del Gran Mariscal: “Veo delante de nosotros todos los peligros y todos los males de las pasiones exaltadas, y que la ambición y las venganzas van a desplegarse con todas sus fuerzas”.
Un pasquín de logia bogotana, “El Demócrata”, publicó el primer día de junio el llamado a la emboscada fatal: “Pueda ser que Obando, haga con Sucre, lo que no hicimos con Bolívar”. Vaya “demócratas” que en vez de debates, dan pólvora y plomo (por la espalda); en vez de tribunos, son sicarios; y en vez de elecciones, organizan magnicidios.
Pero, ¿quién es este Obando a quien las hienas saben capaz de matar a Sucre desde las sombras? José María Obando es el prototipo del traidor arrastrado, dispuesto a violar el glosario de la ética con tal de subirse al poder; congénitamente alérgico al honor y los valores morales, narcisista que no guarda empatía con otra vida que la suya. Nunca, léase bien, nunca luchó por la Independencia. Su formación militar la obtuvo en el ejército monárquico. Es un realista furibundo hasta que sabe perdida a España y corre a saltarse la talanquera.  Es en enero de 1822 que pide incorporarse a filas patriotas, cuando ya Venezuela y Nueva Granada eran libres, y estaban prontas las batallas de Bomboná y Pichincha. Era teniente coronel y siempre había dirigido tropas realistas. En octubre de 1826 Santander lo asciende a Coronel efectivo sin haber luchado en ninguna batalla por la causa independentista. Eso sí, estaba listo para prestarse a corroer la obra magna de los héroes. Toda su actuación se centra en problematizar la vida de la República. En 1827-1828 es herramienta desorganizadora, cuestionando violentamente el liderazgo del Libertador. Se junta José Hilario López, otro megalómano inescrupuloso, ofreciéndose en alianza con Gamarra y La Mar en acciones traicioneras contra Bolivia, Ecuador, contra la propia Colombia, o sea, contra el Proyecto Bolivariano que encarnaba Sucre.
¿Actuaron solos los santanderistas en el plan destructor del Proyecto Bolivariano? No. Desde marzo de 1824 Santander se convirtió a la “doctrina Monroe”. Los diplomáticos estadounidenses diseñaron y coordinaron milimétricamente las acciones. Primero Richard Anderson y después William Henry Harrison, establecieron en Bogotá el núcleo de la conspiración antibolivariana, que se interconectaba con William Tudor en Lima y Joel Poinset en México. El 7 de septiembre de 1829, a un mes de la predicción antiimperialista de Bolívar en Guayaquil, Harrison –que luego fue presidente de Estados Unidos- deja plasmada en una comunicación secreta al Secretario de Estado, su balance de la situación del proyecto liderado por Bolívar: “El drama político de este país se apresura rápidamente a su desenlace…Una mina ya cargada se halla preparada y estallará sobre ellos dentro de poco”. ¿Qué sabe el espía para afirmar tajantemente la inminencia de un desenlace desfavorable a nuestra Patria?
Obsérvese la seguridad  y el morbo de sus palabras. Este “embajador” gringo fue pionero en la práctica -institucionalizada por USA- consistente en desestabilizar países y preparar golpes de Estado contra gobiernos no sumisos a sus designios. En oficios anteriores dio parte de las maniobras, en las que aparece metido hasta home el asesino de Sucre: “Obando se encuentra en el campamento de Bolívar seduciendo a sus tropas. Córdova ha seducido al batallón que está en Popayán y se ha ido al Cauca y Antioquia, las cuales están maduras para la revuelta…Se distribuye dinero entre las tropas, sin que el gobierno tenga todavía conocimiento de estos movimientos”.
Como parte del espionaje contra Bolívar y sus compañeros, fue robada la correspondencia, falsificaron documentos, montaron provocaciones distraccioncitas, asesinaron a cuadros medios so pretextos fútiles, enredaron en cuestiones pasionales a personalidades como Córdoba, glorioso combatiente que degeneró en actos deshonrosos, en fin, utilizaron todas las artimañas que los ruines son capaces cuando la ambición y la envidia los asaltan.
Al primero que embarcó Obando fue a un acólito suyo de origen venezolano llamado Apolinar Morillo, Coronel trujillano radicado en Cali: nueve años de compinches dieron la confianza para tratar semejante aberración. Cuando por fin se plantó juicio, confiesa haber recibido órdenes de Obando para asesinar a Sucre: “que Obando lo llamó a su habitación y en presencia del Comandante Antonio Mariano Álvarez le dijo que Sucre iba a Ecuador a levantar una fuerza y coronar al Libertador, por lo que la patria estaba en peligro, y la única forma de impedirlo era quitarlo de en medio, por lo que debía ir a contactarse con José Erazo en el Salto de Mayo y consignarle las instrucciones que al efecto le entregaba”.
“El ladrón juzga por su condición”, dice el refrán. Acusaban a Bolívar de todo aquello de que ellos eran capaces (Obando fue siempre pro monárquico) y que Nuestros Libertadores Bolívar y Sucre siempre repudiaron.    
José Erazo confesó su complicidad en el crimen y juró que Morillo le dio la orden firmada por Obando para “dirigir el golpe de Berruecos”. La esposa de Erazo, Desideria Meléndez, presentó al tribunal la orden de Obando que Apolinar Morillo le entregó personalmente en presencia de ella.
En su confesión Erazo confirma la instrucción por escrito de Obando y la insistencia de Morillo, a quien señala de haber dirigido directamente todo hasta el detalle de ensayar el atentado en el sitio con los tres hombres armados con rifles: Andrés Rodríguez, Juan Cuzco y Juan Gregorio Rodríguez.
La aparición en escena del Coronel Juan Gregorio Sarria, es el sello y firma en cuerpo presente del instigador principal del “Crimen de Berruecos”; este Sarria es otro derrotado realista que en mala hora entró a filas republicanas del rabo de su jefe Obando, paisano y mentor.
José Hilario López, tenebroso monumento a la hipocresía y la traición, se dio el tupé de hospedar a Sucre en su casa, y no bien continuó su ruta el Mariscal, con fecha 19 de mayo le escribió al general Caicedo, vicepresidente de Colombia, una carta que seguro califica para la antología universal de la envidia y la ignominia: “Para mí, Sucre no es más sino un fantasma, que desaparecerá con solo echarlo al más alto desprecio…”. Paralelamente, López redacta otra nota que es entregada por vía de un cura apellido Mosquera a José María Obando. La contestación fue concisa: “He recibido tu carta, te la aprecio. Sucre no pasará de aquí”.
Trece años después el mensajero con sotana era arzobispo de la Nueva Granada, y cuentan que hizo famosa una cínica frase que delataba su alcahuetería: “En Bogotá andan sueltos los asesinos de Sucre”.
¡Qué clase de alimaña será ese Obando que al grito de “Dios, Religión y Constitución” convoca a sus amigos asaltantes de caminos, matones desalmados como el Juan Andrés Noguera y el José Erazo, a unírsele para asesinar al Padre de la Patria y al Gran Mariscal de Ayacucho!
¡Cuántas falsedades enseñarán en las escuelas de Colombia para disfrazar de “héroes” a traidores, asesinos y cobardes megalómanos como Santander, Obando y López!
Sonarán imponentes de vaticinio los conceptos emitidos hace un siglo por el historiador Francisco Aristeguieta, cuyas investigaciones siguen dando luces sobre el impune “Crimen de Berruecos”: “Si la envidia y la egolatría de Santander no hubieran interrumpido y arruinado la obra colosal del Libertador, Colombia se habría librado de profundas desgracias, y la figura fatídica de Obando no se habría proyectado en la historia colombiana, como se proyecta hoy, con todos sus horrores”. 
¿Presentiría el cronista cumanés las masacres, fosas comunes, desplazados, “falsos positivos”, magnicidios, y asesinatos selectivos de líderes sociales que han signado la historia de la Colombia contemporánea? Sugestivo ejercicio para identificar a los Obandos y Santanderes de la actualidad.
III
Conclusiones
-       El propósito de destrucción del Proyecto Bolivariano de liberación nacional, emancipación social, unidad latinoamericana y paz internacional, logró concitar la más horrenda alianza de intereses: el naciente imperialismo estadounidense, los solapados reductos del colonialismo, las oligarquías criollas y las apetencias de poder de los caudillismos localistas.
-       El mismo grupo que maquinó el intento de magnicidio contra El Libertador en septiembre de 1828, es el que ejecuta el asesinato del Gran Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre el 4 de junio de 1830.
-       Esta telaraña de intereses concatenó la ola separatista de la oligarquía en Venezuela, el magnicidio frustrado y la invasión peruana a Bolivia y Ecuador en 1828, el alzamiento antibolivariano de José Hilario López y José María Obando en enero de 1829 en el Cauca para cortar el paso de Bolívar hacia Guayaquil, la pérfida campaña de descrédito contra El Libertador acusándolo de pretender coronarse monarca y otras calumnias que el proceder cotidiano de Bolívar desmentían, pero que la pluma malsana seguía destilando sobre las mentes más atrasadas de aquella sociedad que apenas salía del claustro espiritual de la Colonia.
-       La muerte de Sucre, ante el retiro de Bolívar, se diseñó como estocada fatal a la posibilidad de una verdadera independencia y un gobierno popular. El impacto negativo de este hecho monstruoso para los pueblos de Nuestra América, es sólo comparable –en sentido inverso- con la trascendencia que para la libertad y la emancipación social tuvieron las inmortales batallas libradas por el Gran Mariscal de Ayacucho.

IV
Epigrama
Renuente como soy a rumiar las frases hechas con rebuscadas alusiones grecolatinas, y las manidas y fastidiosas apelaciones bíblicas, invito a recordar a nuestro prócer magnífico, invencible y virtuoso, con la más excelsa prosa dedicada por el generoso corazón del Genio de América: “El General Sucre es el Padre de Ayacucho: es el redentor de los hijos del Sol; es el que ha roto las cadenas con que envolvió Pizarro el imperio de los Incas. La posteridad representará a Sucre con un pie en el Pichincha y el otro en el Potosí, llevando en sus manos la cuna de Manco-Capac y contemplando las cadenas del Perú rotas por su espada”.
Lo asesinaron a los 35 años, el 4 de junio de 1830 en el lugar llamado La Venta, montañas de Berrueco, cuando iba a reunirse con su familia quiteña. La buena gente de todas partes lo recuerda con amor.

Yldefonso Finol
Historiador Bolivariano/Cronista de Maracaibo

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