Un domingo
decembrino de amor por Venezuela
Diciembre en Venezuela tiene una acostumbrada connotación
festiva, por la tradición popular navideña, la manía idiosincrásica de celebrar
por lo alto el fin de año y la recepción del nuevo, y porque la gaita zuliana
decretó hace casi un siglo que tuviésemos el alma más parrandera de toda la
bolita del mundo.
También los diciembres venezolanos guardan fechas –variables
unas y otras fijas- de un altísimo significado político: es el mes de
conmemorar la muerte del Libertador Simón Bolívar; se han realizado casi todas las
elecciones presidenciales y legislativas desde 1958; y se inauguró en 1999, en
una inédita y masiva consulta ciudadana, el pacto social revolucionario regido
por la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela.
Esta Carta Magna arriba a sus veintiún años con varios
records sorprendentes:
-
Ha sido
la única en nuestra historia aprobada por el pueblo en referéndum, con un
porcentaje de apoyo superior al 70% del registro electoral de entonces.
-
Ha sido
la Constitución más difundida, estudiada y comprendida por pueblo alguno, al
punto de convertirse en objeto de uso cotidiano por el sujeto histórico que se la
ha dado, siendo ella misma sujeto de transformación de la sociedad; una
imbricación tal del texto y su autor colectivo no se había conocido antes.
-
Ninguna
Constitución ha concitado los ataques más virulentos de la derecha criolla y
los imperialismos, al punto de haberla “derogado” por un golpe de Estado a dos
años y cuatro meses de su vigencia; manteniéndola en jaque permanente con
acciones desestabilizadoras, mercenarias, terroristas, y “anulándola” con un
insólito acto legislativo (“Estatuto”) que burló toda la doctrina
constitucional desde los tiempos del neandertal y usurpó (ficticiamente) toda
la institucionalidad democrática acumulada por la humanidad.
Para doblegar al pueblo bolivariano se han confabulado
unos “venezolanos de cartón”, con cédula venezolana, pero sin células
venezolanas; tipos de apellidos (y pasaportes) europeos y gringos, sin arraigo
afectivo con lo venezolano, que sólo ven en el país un botín para sus
bolsillos. Estos cleptómanos arcaicos congénitos, con historiales familiares
usureros y saqueadores, le han hecho un daño horrible a nuestro pueblo, apoyados
en la fuerza del imperialismo yanqui y sus secuaces en la UE y la OEA. ¡Cuánta
saña hincada como ponzoña aún en medio de una pandemia tenebrosa!
Las presiones extranjeras contra Venezuela, las
invasiones mercenarias, el bloqueo y robo de nuestros activos en el exterior,
son rechazadas contundentemente por la población, seamos chavistas,
independientes u opositores. Todas las tendencias están conscientes de las tremendas
dificultades que padecemos; se varía en señalar la cuota de culpa del gobierno,
de la oposición fascista y de las “sanciones”, pero hay consenso que la paz, la
democracia, la soberanía y la sana convivencia son los canales de la autopista
que ha de llevarnos a recuperar los niveles de justicia social que alcanzamos
los primeros tres lustros del siglo XXI, y enrumbar nuestra nación hacia un
nuevo modelo de economía productiva, ecológica y solidaria.
Por eso cuando el próximo domingo 6 de diciembre de
2020 me levante a colar el cafecito y hacer las arepas, entre los aromas
hogareños más queridos, me reafirmaré en el amor por mi Patria, en las
convicciones bolivarianas cada día más necesarias, en la veneración por nuestra
sagrada ancestralidad, en la esperanza de una mejor humanidad. Tendré unos
minutos para recordar mártires, héroes y heroínas de las luchas por la
igualdad.
Al instante de ejercer el derecho al voto para elegir
la nueva Asamblea Nacional como está plasmado en la Constitución Bolivariana, en
plenitud de la soberanía nacional, la legalidad y la legitimidad democrática,
estaremos dedicando un domingo de amor por Venezuela.
Y besaremos tiernamente el futuro que –como un sol-
comenzará al día siguiente con esta máxima del Libertador: “El gran poder
existe en la fuerza irresistible del amor”.
Yldefonso
Finol
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